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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 3)




Enviado por rubèn ramos



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Nosotros somos personajes transitorios del proceso
histórico peruano. Lo que importa es el triunfo de una
revolución que sacará al Perú de su
estancamiento y su retraso. Que no se nos confunda. Nosotros
vinimos a rescatar a este país de un segundo desastre.
Este no es un Gobierno de frivolidad ni de claudicación.
Nada pedimos para nosotros. Sólo queremos que esta
revolución se consolide, logre sus objetivos y eche
raíces en el alma grande y castigada de un pueblo al que
el engaño tomó desconfiado y suspicaz, pero que hoy
está viendo renacida su fe, porque tiene delante de los
ojos la realización de sus aspiraciones de
justicia.

Jamás ocultamos los propósitos de la
Fuerza Armada del Perú. Desde el primer instante
proclamamos que el objetivo de esta revolución era
liquidar el subdesarrollo y la dependencia; es decir, la miseria,
la ignorancia, la explotación, las desigualdades, la
injusticia social y la subordinación de nuestro
país al poder extranjero.

Nada tenemos que ocultar. Nos debemos tan sólo al
pueblo del Perú. El es el motivo cardinal de nuestra
preocupación, de nuestro trabajo, de nuestro sacrificio.
Nunca hemos hablado de sólo mejorar las condiciones de
nuestra Patria. Siempre hablamos de transformarlas para darle
justicia, verdadera soberanía, auténtica grandeza,
genuina libertad. Nunca hemos hablado tampoco de reemplazar el
viejo orden tradicional por otro que perennizara nuevos
privilegios, nuevas injusticias, nuevos monopolios de poder.
Siempre hablamos, más bien, de luchar por una sociedad en
esencia distinta a la anterior y por tanto de veras
democrática.

A ese espíritu obedeció nuestra reforma
agraria. A él, obedeció también la reforma
de las empresas industriales. El está, igualmente, en la
base de la concepción de un Sector de Propiedad Social en
nuestra economía., Y es ese espíritu que anima
todas las grandes reformas de la revolución.

Este gobierno tiene el deber de asegurar la continuidad
de la revolución. Sería pueril e indefendible, que,
en el futuro, permitiéramos la destrucción de la
obro revolucionaria a manos de un nuevo gobierno conservador, que
trabajaría para restablecer ese pasado contra el cual
nosotros insurgimos.

EL PLAN DE GOBIERNO

El Plan de Gobierno de la revolución expresa el
sentir del pueblo y de su Fuerza Armada. Su espíritu
fundamenta nuestra indestructible unidad institucional,
garantía de la continuidad de este proceso que está
salvando a nuestra Patria. Muy por encima de cualquier
contingencia secundaria, propia y explicable en todo gran proceso
histórico, aquí está la raíz que
sustenta la acción mancomunada e indivisible de la Fuerza
Armada y de las Fuerzas Policiales del Perú.

No es un rígido conjunto de preceptos
dogmáticamente inalterables. Es, por el contrario, una
formulación flexible que orienta el fluido
desenvolvimiento de un desarrollo revolucionario imposible de ser
planificado en detalle de antemano. Por tanto, como instrumento
creador de orientación, el Plan tiene un espíritu y
traduce una intención, un propósito, un determinado
rumbo, para normar, sin dogmatismo ni rigidez, el desarrollo
revolucionario del Perú.

Al contenido mismo de ese Plan responde toda lo
política seguida hasta hoy por el gobierno. El expresa,
por tanto, la naturaleza de nuestro compromiso con el pueblo del
Perú y define el carácter revolucionario de nuestra
acción. La cuidadosa lectura de su texto habrá de
revelar con mucha claridad que todo cuanto hemos realizado hasta
hoy fue sustantivamente ponderado y decidido como meta de la
revolución antes de que asumiéramos el poder. Por
ende, esa lectura mostrará hasta qué punto los
hombres de la Fuerza Armada hemos sido consecuentes con lo que
nos propusimos hacer por el bien de nuestra Patria.

Este Plan de Gobierno, recogió los
anhelos y las reivindicaciones del pueblo peruano en su larga
lucha por la justicia social y la conquista de su
auténtica soberanía. Contiene una sucinta
descripción de la realidad del país en cada uno de
sus más importantes aspectos, los objetivos hacia los
cuales orientaríamos nuestra acción y las acciones
mismas que darían contenido real a esa orientación.
El Plan es, por esta razón, un diagnóstico de la
realidad, un conjunto de metas y un cuadro de acciones
específicas, todo ello destinado a encarar frontalmente
los problemas básicos del Perú. Como planteamiento
y como realización de gobierno, este plan no tiene
precedente en el país. En efecto, ningún
régimen anterior al nuestro presentó a la
nación un Plan de Gobierno que precisara su
posición ante el conjunto de los problemas fundamentales
del Perú, definiera su compromiso con el pueblo y sirviera
de base para ejecutar una política global y
coherente.

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada que
entregó ya al pueblo peruano este texto fundamental de la
revolución, lo hizo en lo convicción de que
él debe conocer precisamente el rumbo del proceso que,
más que ninguna otra experiencia político-social de
nuestra época, está afectando de manera profundo la
realidad de su vida y su destino.

El Plan de Gobierno de la revolución constituye
una formulación de largo alcance. Su aplicación
tiene necesariamente que ser gradual, en función del
desarrollo mismo del proceso, de la disponibilidad de recursos
económicos y humanos del país y del comportamiento
de los distintos factores que, en conjunto articulan la realidad
en cada instante del actual desenvolvimiento histórico del
Perú. Que nadie tome, pues, ese Plan como algo que
compulsivamente tiene que ser ejecutado de inmediato en todos sus
aspectos.

Quien estudie ese documento de veras histórico,
comprenderá que nuestra conducta como gobernantes se ha
mantenido siempre fiel o nuestra coherente posición
revolucionaria. No estamos sorprendiendo a nadie ni improvisando
conductas de gobierno. Estamos declarando con absoluta honestidad
los propósitos de la revolución. Estamos
señalando claramente el rumbo del proceso. Y afirmando,
como siempre lo hemos hecho, la naturaleza plenamente
autónoma y nacional de la revolución
peruana.

El Plan de Gobierno dista aún de haber sido
ejecutado en su totalidad. Lo estamos desarrollando en estricto
cumplimento del compromiso institucional que la Fuerza Armada
asumió con el país el 3 de octubre de 1968 y que
encontró expresión en el Estatuto revolucionario,
cuyo artículo tercero textualmente dice: "La Fuerza Armada
del Perú, identificada con las aspiraciones del pueblo
peruano, y representada por los Comandantes Generales del
Ejército, Marina y Fuerza Aérea, constituidos en
Junta Revolucionaria, asume el compromiso de cumplir y hacer
cumplir decididamente el Estatuto y el Plan de Gobierno
Revolucionario".

No pretendemos que ese Plan constituya una
formulación perfecta. Nada en la vida tiene este atributo.
Pero sí sostenemos, con orgullosa convicción, que
él garantiza la transformación profunda, y
verdadera de una sociedad que seguía viviendo en el
pasado, sobre estructuras obsoletas e injustas que era preciso
liquidar, para construir en su lugar otra distinta, justa y libre
para todos sus hijos. Tal fue nuestro convencimiento al
escribirlo hace seis años. Lo sigue siendo hoy, con
más intensa firmeza todavía. Porque hoy, acaso
más que en aquel ayer, estamos seguros de que la
ejecución de este Plan garantiza la real liberación
de nuestra Patria.

Pero naturalmente su aplicación demanda el
esfuerzo decidido de todos los peruanos. Necesitamos incrementar
nuestra producción en todos los campos de la
economía. EL Perú tiene asegurado un futuro
promisorio. No somos un país en crisis. Por el contrario,
somos un país en pleno desarrollo. No hay, pues,
justificación para los pesimismos, ni existe base alguna
para rumores alarmistas. El Perú vencerá todos los
obstáculos. Los hombres y mujeres que impulsan y
desarrollan nuestra economía nada tienen que temer de esta
revolución, Ella también le pertenece. Porque
estamos luchando para que las riquezas del Perú
sólo sean de todos los peruanos. Porque esos hombres y
mujeres son parte de nuestro pueblo y, como tal, deben ser por
igual constructores del nuevo y grande Perú que la
Revolución anhela.

Aquel Plan de Gobierno es testimonio inapelable de
nuestra sinceridad revolucionaria, de nuestro auténtico
deseo de hacer por el pueblo del Perú lo mejor que nos
pudiera permitir nuestro humano coraje y nuestro humano saber. Y
es también testimonio del acerado propósito de
luchar hasta el límite mismo de nuestras fuerzas por un
ideal revolucionario de verdadero patriotismo.

Formulamos el Plan hace seis años en completo y
esencial alejamiento del modo de pensar político
tradicional y de todas las ideologías foráneas.
Fue, por tanto, escrito con respeto absoluto por nuestra total
autonomía ideo política, y en reconocimiento pleno
de la sustancial diferencia que políticamente nos separa
de todos las formulaciones doctrinarias no surgidas de nuestra
realidad y nuestra historia.

Fue escrito con nuestras propias manos, con nuestro
propio pensamiento. Pero al hacerlo así nos guiaron la
demanda y la esperanza de todo un pueblo, el paciente y
jamás escuchado reclamo de los pobres, el desinteresado y
fecundo esfuerzo de los miles de peruanos que a lo largo de toda
nuestra historia lucharon por la justicia y por la libertad, y
también el sacrificio heroico de quienes por ese ideal,
inmarcesible y noble, dejaron muchas veces sus huesos y su vida
regados en el polvo de todos los caminos.

Fue el ejemplo de aquel esfuerzo y de ese sacrificio lo
que nutrió nuestra voluntad de luchar por la
revolución en el Perú. Fue la segura
convicción de que amar a la Patria es amar a sus hijos, la
que un día nos llevó a poner nuestra espada al
servicio de ese justo y antiguo ideal.

Mas no solamente fue el reclamo acuciante del pasado el
que encendió en nosotros la fe y la convicción de
esa lucha generosa. Ni únicamente fue el por igual
acuciante reclamo del presente, de ese presente castigado por
todas las injusticias y todas las violencias contra un pueblo que
era nuestro pueblo lo que nos hizo emprender el camino de la
revolución.

No fueron, pues, tan sólo el pasado y el
presente, fue también el reclamo innombrado del futuro, el
sentimiento de responsabilidad hacia quienes aún no han
visto la luz de la vida en esta tierra, la demanda de justicia
callada y terrible que tantas veces vimos en la mirada y en el
rostro de todos los niños pobres del Perú. Fue todo
esto lo que hizo de nosotros hombres comprometidos con un ideal
militante de justicia hasta la fibra final de nuestro ser. A este
ideal hemos hecho entrega definitiva del acto total de nuestra
existencia. Por él no sólo estamos dispuestos a
vivir. Por él también estamos dispuestos a morir.
Por él seguramente moriremos.

PUEBLO Y FUERZA ARMADA

El pronunciamiento institucional del 3 de octubre ha
iniciado una revolución que jamás podrá ser
detenida, porque representa la inquebrantable decisión del
ansiado binomio Pueblo y Fuerza Armada, para poner fin a la
explotación a la ignominia y a los privilegios de unos
pocos, sustentados en los intereses colonialistas que hoy repudia
el mundo entero.

Hoy somos uno solo, pueblo y gobierno, pueblo y Fuerza
Armada. Hoy vive el Perú la experiencia grandiosa de su
transformación.

Al fin, pueblo y Fuerza Armada están unidos. Y en
esta unión indestructible se basará la
auténtica grandeza de la Patria.

En esa unión radica la mejor garantía de
la continuidad revolucionaria en el Perú. Mientras sepamos
mantenerla, nada tenemos que temer. Pueblo y Fuerza Armada
serán quienes construyan ese nuevo Perú que todos
anhelamos, ese nuevo Perú sin oligarquía, sin
dominación imperialista, sin explotación, sin
latifundios, sin ignorancia y sin miseria. Ese nuevo Perú
que será el resultado de nuestro propio esfuerzo, de
nuestra tenacidad, de nuestro sacrificio y de nuestra
decisión inquebrantable de vencer para siempre a un
enemigo que aún no comprende que la historia no puede
volver atrás, que el proceso de cambios no puede
detenerse, que se ha iniciado ya la obra profunda de la
transformación integral de nuestra Patria.

Esta es una revolución del pueblo y de la Fuerza
Armada, porque fue la Fuerza Armada quién la
inició, y le dio impulso para beneficio del pueblo
peruano. Nada nos separa. Muy por el contrario, todo nos une en
el propósito de luchar sin desmayo por lo grandeza de la
Patria.

La Revolución que hoy vive el
Perú no es únicamente resultado de lo que hace su
Gobierno. Ella es también resultado de lo que hace nuestro
pueblo.

En las grandes reformas revolucionarias
está siempre la impalpable pero vital presencia del
Perú. En ellas se plasman los anhelos de grandes sectores
de la nación peruana que siempre quisieron transformar
esta Patria para hacerla mejor.

Estaría por completo engañado
quien creyese que nos sentimos vanguardia iluminada cuya
única misión es conducir. Servidores de un vasto
designio colectivo, en nuestra obra queremos tan sólo ver
lo concreción del afán y el propósito
revolucionario de toda la nación. En el más
profundo de todos los sentidos, esta Revolución le
pertenece al pueblo del Perú. Somos sus
servidores.

En ella están la rebeldía, el
reclamo de justicia, la paciente protesta, la apasionada voluntad
de lucha, la vieja sabiduría, el hondo, terco amor por el
Perú, el optimismo pertinaz y victorioso que no pudieron
matar tantas injusticias, el callado dolor de los humildes, la
confiada esperanza que supo vencer todos los abatimientos, la
renacida fe de una nación muchas veces engañada, el
aliento anónimo, sacrificado y poderoso de quienes antes
de nosotros también lucharon por un Perú mejor, el
ejemplo de innumerables vidas ejemplares. Y, en fin, el
estímulo igualmente poderoso de las primeras conquistas y
los primeros triunfos. En suma, en esta revolución se
encuentra la esencia misma de lo mejor que somos como
nación, de lo mejor que somos como pueblo. Esto es, pues,
uno obra del Perú.

La historia dirá que en estos
años una nación entera y su Fuerza Armada
emprendieron el rumbo de su liberación definitiva,
sentaron las bases de su genuino desarrollo, doblegaron el poder
de una oligarquía egoísta y colonial, recuperaron
su auténtica soberanía frente a presiones
extranjeras, y dieron comienzo a la magna tarea de realizar la
justicia social del Perú.

El propósito de nuestros enemigos es romper
nuestra sólida unidad y así abrir una brecha que
vuelva a separar al pueblo de la Fuerza Armada. Y todo esto como
manera de socavar la base de la revolución; como medio de
impedir que se afiancen las conquistas sociales de nuestro
gobierno; como forma de frustrar la grande y venturosa
experiencia de este proceso transformador del
Perú.

Sin el sentimiento de liberación que
motivó los afanes y la lucha de innumerables peruanos no
habríamos podido emprender la gesta en la que hoy la
Fuerza Armada está comprometida. Por eso, en el más
profundo y verdadero de todos los sentidos, el nuestro es ya, y
con derecho pleno, un quehacer profundamente unido de Pueblo y
Fuerza Armada que aúnan su destino para luchar por un
común ideal de justicia social y de grandeza para el
Perú, Patria de todos los peruanos.

CIVILES Y MILITARES

En un país donde muy pocos supieron ser
consecuentes con sus propios principios, donde muchos se
doblegaron ante los halagos o las amenazas, los civiles
militantes de esta revolución han dado a todos un ejemplo
de coraje al apoyar decididamente una revolución que
encarna los ideales nacionalistas y revolucionarios por los
cuales ellos, con valor, supieron luchar en el pasado. La Fuerza
Armada valora el significado de un gesto así,
patriótico y valiente. Y reitera a esos dignos ciudadanos
su reconocimiento y su respaldo. El Perú no
olvidará el esforzado aporte que ellos están dando
a la causa sagrada de su liberación.

Las grandes conquistas do la revolución no son
mérito exclusivo de nuestra gloriosa Fuerza Armada que en
hora difícil para el Perú asumió la
responsabilidad de conducir su destino. Esas conquistas son
también mérito y gloria del pueblo del Perú.
Miles de militantes civiles de la revolución hoy impulsan
el carro victorioso de la historia que todos estarnos
construyendo. Y cientos de miles de peruanos de toda
condición, y en todos los rincones de la patria, nos dan
aliento y militantemente construyen también la nueva
realidad de este país que tanto amamos. Nada de lo que
hemos hecho habría sido posible sin eso aliento, sin esa
inspiración, sin el mandato y sin la fe que surgen de esta
tierra y su pasado, que se levantan del corazón
bravío y plural de todos los peruanos.

El gran ideal de la Fuerza Armada es organizar una nueva
sociedad justa y libre en el Perú. Este siempre fue
también el verdadero ideal de nuestro pueblo el que
defendieron todos los luchadores sociales del Perú. Y por
este ideal muchos entregaron el sacrificio de su libertad y la
ofrenda de su vida.

Civiles y militares, hermanados en un común
propósito, en el común ideal de luchar con
generosidad, con espíritu nuevo, para construir, sin odios
ni egoísmos, la justicia social en el Perú,
afianzan día a día su unidad. Esta es la
garantía principal de nuestra fuerza y del futuro de la
revolución.

Nada importa que unos seamos militares y otros civiles.
La Patria es una sola y es de todos. Lo que importa es que se
cumpla la transformación social y económica de
nuestro país para hacer de él una nación
libre, justa y soberana.

Queremos superar para siempre esa vieja
separación que dividió en el Perú a
militares de civiles. La plutocracia siempre dio aliento a esa
separación. Porque sabía que mientras el pueblo y
la Fuerza Armada estuvieran distantes el uno de la otra,
sería virtualmente imposible cambiar el estado de cosas
reinante en nuestro país.

Esos ciudadanos que enfrentan riesgos y peligros por su
identificación con el espíritu revolucionario,
merecen de nosotros respeto y gratitud, porque sabemos muy bien
con cuánto desprendimiento están trabajando por el
Perú. Con ellos nos sentimos solidarios y la
revolución, de la cual son parte importante por la calidad
del trabajo que realizan, nos defenderá contra todas las
amenazas y todos los peligros. Al igual que nosotros, ellos son
también soldados de la revolución.

En esta gesta nacional hay un lugar para todos los
peruanos que sinceramente deseen un cambio profundo en nuestro
país. Sólo están excluidos de la
revolución los que de una manera u otra se sientan
comprometidos con la oligarquía o con el pasado de oprobio
contra el cual insurgimos. Esta es una minoría del
Perú. La inmensa mayoría, los campesinos, los
obreros, los empleados, los intelectuales, los hombres de
industria, los estudiantes, los profesionales, es decir, el
verdadero pueblo del Perú, no tiene por qué
sentirse solidario con el pasado, ni por qué defender los
intereses de los enemigos de la revolución. Para ellos y
con ellos queremos hacer esta revolución. Más, si
bien es cierto que la obra gigantesca y venturosa de recrear
nuestra Patria debe ser tarea de todos los peruanos,
también es verdad que los responsables directos de ese
ayer que la revolución ha sepultado no pueden ni deben ser
parte de la revolución.

La inmensa mayoría de peruanos nada tiene que ver
con esos pocos directos responsables que necesariamente tienen
que quedar al margen da este gran proceso transformador del
Perú. Ellos no tienen cabida en nuestra revolución.
Nada tenemos que decirles. A unos, porque explotaron inicuamente
a nuestro pueblo por un insaciable apetito de oro y de poder. Y a
otros, porque deliberadamente traicionaron a ese pueblo y al ser
traidores fueron también cómplices. Esto no es
revanchismo ni discriminación. Es tan sólo el deber
de preservar la pureza de una revolución que no puede ni
debe ser jamás otro engaño a un país ya
tantas veces engañado, es tan sólo el
legítimo rechazo al señuelo estéril e
inmoral de establecer contacto alguno con los verdaderos enemigos
del Perú, de su pueblo, de su
revolución.

Desarrollo y
revolución

DESARROLLO Y PROCESO REVOLUCIONARIO

El gobierno de la Fuerza Armada concibe el desarrollo
como un proceso revolucionario y pluridimensional de
transformaciones estructurales en las relaciones básicas
de poder económico, político, social y
cultural.

Desarrollarse es paro nosotros transformar a fondo
nuestro imagen nacional como país. Impulsar la guerra de
liberación contra la miseria, el hambre y la ignorancia de
nuestro pueblo. Supone, por tanto, anular o reducir
drásticamente los desequilibrios estructurales en el
frente interno y nuestra condición dependiente en el campo
internacional, porque en los dos se define la naturaleza
básica de nuestro actual ordenamiento social.

Dicho proceso transformador y revolucionario no se
cumple en el vacío, sino que se dan dentro de la matriz
misma de la realidad social y conlleva un precio que debe ser
pagado y que, en gran parte, consiste en la liquidación de
todos los privilegios que los pocos tuvieron a expensas de los
muchos. Por esta razón no concebimos los problemas del
desarrollo como totalmente ajenos a los puros niveles de la
abstracción y los visualizamos como parte concreta de
nuestra más concreta realidad. Esto quiero decir que tales
problemas no pueden plantearse ni en el vacío
político ni en el vacío social. Ellos, por el
contrario, están en la entraña misma de la
problemática más crucial de nuestro pueblo. De
allí que, la batalla por el desarrollo sólo pueda
librarse victoriosamente cuando se tiene conciencia clara de sus
riesgos o implicaciones políticas tanto en el frente
interno cuanto en el externo. Nuestra condición de
nociones dependientes es parte básica del cuadro global de
una realidad que es imperioso transformar. Sin embargo, una
estrategia global de desarrollo no debe ni puede basar su
orientación únicamente en la necesidad de incidir
sobre el aspecto externo de nuestra realidad. En la medida en que
seamos – capaces de transformar profundamente los aspectos
centrales del frente interno nacional, seremos también
capaces de lograr una auténtica política de
desarrollo.

Por ello, para nosotros, los conceptos de
"desarrollo ", transformaciones estructurales" y proceso
revolucionario" son, en realidad, sinónimos. Planificar el
desarrollo, en estricta coherencia con esta posición
teórica, es planificar el propio proceso revolucionario de
nuestro pueblo. No hay, pues, desarrollo sin
transformación, sin proceso revolucionario
auténtico.

La Fuerza Armada declaró públicamente
desde un principio, su firme decisión de emprender
reformas de fondo y no de forma, reformas que afectaran el
sistema tradicional de poder económico en el Perú.
También desde el principio la Fuerza Armada se
pronunció en contra de los sistemas económicos
capitalistas y comunistas. Nadie, pues, puede sorprenderse de que
las medidas concretas del Gobierno Revolucionario se alejen del
sistema capitalista dependiente, responsable del subdesarrollo y
del sometimiento a los intereses imperialistas de las grandes
potencias. Como nadie puede sorprenderse de que ninguna de las
medidas de la revolución pueda ser, en conciencia,
calificada de inspiración comunista. El rechazo a la
alternativa de un imposible desarrollo verdadero dentro del
capitalismo, se basa en su recusación fundamental como
modo de producción y como sistema social. Por tanto, no
aspiramos a un capitalismo dependiente y desarrollado, que
sabemos imposible, sino a la creación de un sistema
económico de bases totalmente diferentes. Sin embargo,
como también hemos rechazado la alternativa comunista de
centralización estatal, burocratizada y totalitaria, el
camino de la Revolución Peruana se orienta hacia un
desarrollo económico expresable en formas de
organización empresarial de propiedad no exclusiva pero
sí predominantemente social.

El énfasis fundamental del
desarrollo económico del futuro Perú se
pondrá en empresas de propiedad social, en formas
autogestionarias de producción que respondan al
carácter de una sociedad del Tercer Mundo en proceso de
transformación revolucionaria.

DESARROLLO, CRECIMIENTO ECONÓMICO Y
TRANSFORMACIONES ESTRUCTURALES

El Gobierno Revolucionario ha definido el desarrollo
como un proceso de transformaciones orientado a modificar
sustancialmente la estructura tradicional de poder en todas sus
dimensiones esenciales. Y ha señalado que en el caso
concreto del Perú, desarrollo y proceso revolucionario son
conceptos equivalentes. De aquí se desprende la prioridad
que conferirnos a las transformaciones estructurales con respecto
al crecimiento económico, habida cuenta de que el
crecimiento puede ocurrir en condiciones de mantenimiento de las
estructuras tradicionales o en condiciones de
transformación cualitativa de las mismas. Y siendo lo
realmente decisivo de nuestro movimiento la transformación
estructural de nuestra sociedad, lógicamente resulta
inseparable de su naturaleza genuinamente revolucionaria que el
crecimiento económico, pese a su grande y no negada
significación, tenga un claro carácter subsidiario
y referencial con respecto a la necesidad de lograr lo
transformación nacional como objetivo supremo de la
revolución.

Implícito en lo anterior esta también el
reconocimiento del innegable carácter transitorio de
cualquier posible dificultad que para el crecimiento
económico del país pudiera derivarse de la
aplicación de reformas sustantivas en el sistema
económico tradicional. En este sentido, es enteramente
explicable que un proceso de cambios socio-político
profundo se traduzca temporalmente en alteraciones que afecten de
manera adversa al normal desenvolvimiento de algunas actividades
económicas. Tal situación no es, como queda
anotado, permanente. Por tanto, sería un error fundamental
derivar de tal hecho transitorio la errada conclusión de
que para garantizar la continuidad del crecimiento
económico debe sacrificarse a tal objetivo secundario la
finalidad fundamental de remodelar un ordenamiento social injusto
e históricamente periclitado.

El crecimiento económico de una sociedad
sólo tiene sentido cuando se admite su naturaleza
instrumental, es decir, cuando se reconoce su condición de
medio al servicio de finalidades de justicia para la sociedad en
su conjunto. Nadie crea riqueza en el vacío. La
creación de la riqueza es un hecho social. La sociedad lo
hace posible. En consecuencia, desde un punto de vista de
finalidades -que los gobernantes responsables no pueden olvidar,
sin olvidar la esencia misma de su cometido histórico- la
creación do riqueza debe obedecer fundamentalmente a
criterios de justicia que tiendan a garantizar el bienestar y la
felicidad de todos los hombres. En otras palabras, un verdadero
crecimiento económico solo tiene sentido en la medida en
que se fundamenta en una concepción más amplia del
desarrollo como proceso indesligable de un valor de justicia para
todo el conjunto de la sociedad.

Desde una perspectiva de esta naturaleza, la
subordinación del crecimiento económico al proceso
de transformaciones sociales como expresión concreta de un
orden de justicia, resulta irrecusable. Y resulta también
irrecusable concluir que no existe, relación excluyente
entre transformaciones de estructura y crecimiento
económico.

Si acaso en algún momento del desarrollo de la
revolución surgieron incompatibilidades o contradicciones
entre las realidades de ambos fenómenos nosotros no
dudaríamos en dar prioridad a la primera. De lo contrario
estaríamos dejando de ser un gobierno surgido para
realizar la transformación del Perú, vale decir, su
verdadero desarrollo.

Aquél no es el peligro fundamental de la
revolución. El peligro fundamental de la revolución
en el campo económico radicaría en que no
tuviéramos claro con conciencia de que toda
revolución verdadera conlleva privaciones y sacrificios y
que al no tenerla, no supiéramos enfrentarlos. Y esto nos
atañe directamente a nosotros, los hombres de uniforme,
que somos los gestores y conductores de esta revolución.
Porque sin tal conciencia lúcida correríamos el
peligro de no entender verdaderamente lo que hoy sucede en el
Perú y de caer en el engaño de quienes sostienen
que las dificultades y los problemas demuestran la
incompatibilidad entre el desarrollo económico y la
transformación estructural. Este es un razonamiento falaz.
Las dificultades son superables, los problemas son susceptibles
de ser resueltos. Si bien es cierto que ello demanda tiempo,
talento, perseverancia, ductilidad de nuestra parte. Pero sobre
todo, la convicción de que esas dificultades, que tienen
que existir dentro de todo proceso revolucionario, son por entero
superables.

Transformaciones estructurales y crecimiento
económico resumen la esencia de nuestra concepción
de desarrollo. Pero dentro de esa concepción la prioridad
corresponde claramente a la necesidad de realizar cambios
sustantivos en el ordenamiento socio económico
tradicional.

Se trata, pues, de un nuevo espíritu para encarar
los problemas del desarrollo. Nos interesa como se distribuye la
riqueza producida; a quiénes beneficia el esfuerzo de los
trabajadores; en provecho de quiénes se explotan las
riquezas naturales; a quiénes va a beneficiar el
petróleo, las minas, los bosques la riqueza de la tierra y
el mar.

Si todo esto va a beneficiar a un grupo de
privilegiados, seguiríamos igual que en el pasado. Por
tanto, eso no interesa a la revolución. Pero si
todo esto va a beneficiar a la inmensa mayoría de peruanos
que siempre vivieron en pobreza y explotación, y a quienes
en esencia se debe la creación de la riqueza, porque al
final de cuentas es su trabajo el que lo genera, entonces esto
sí interesa a la revolución.

Porque éste es el auténtico desarrollo,
vale decir, crecimiento económico sin explotación,
crecimiento económico con justicia social; mayor
producción sin explotadores y, por tanto, sin
explotados.

DESARROLLO Y ESTADO

Consideramos que para resolver nuestros problemas
económicos fundamentales, el estado debe asumir un papel
directo y rector en el proceso productivo y en la
orientación y el control de la economía peruana en
su conjunto. Debe entenderse con claridad, sin embargo, que no
estamos proponiendo una economía estatizada ni una
rígida planificación a cargo de un todopoderoso
aparato burocrático. Aspiramos a un orden económico
en el que gradualmente la propiedad y el control de las
decisiones lleguen a estar en manos de todos los que intervienen
en el proceso productivo, mediante un creciente apoyo estatal a
las formas de propiedad social de los medios de producción
y a la organización de instituciones que den a los
sectores tradicionalmente marginados una verdadera
autonomía económica, cada vez, capaz de garantizar
su fecunda y creadora participación en las decisiones
nacionales.

Al propio tiempo que hemos concentrado poder
económico en el aparato estatal, porque ello resulta
necesario para garantizar una firme y coherente conducción
nacional en la lucha contra el subdesarrollo y la
dominación económica extranjera, somos conscientes
de que tal situación habrá de ser en mucho
transitoria. Y prueba de ello radica claramente en la
circunstancia de que paralelamente al fortalecimiento del Estado,
la Revolución ha dado insospechado impulso a un
fundamental proceso de transferencia de poder económico a
las organizaciones sociales de base, beneficiarias de las grandes
reformas socio- económicas en los campos de la agricultura
y de la industria

La intervención rectora del Estado en el campo
económico se traduce en la creación de importantes
empresas públicas que concebirnos como instrumentos de
producción económica altamente eficiente y capaz de
rendir utilidades que permitan financiar en gran parte la
realización de las reformas estructurales que la
revolución continuará emprendiendo. Lejos de
cualquier infecunda concepción de las empresas estatales
como verdaderos organismos de subvención al consumo,
nosotros sostenemos que ellos deben ser, antes que nada, eficaces
instrumentos de financiación interna y de desarrollo
revolucionario en los campos económico y
social.

Si la utilidad es el resultado cuantitativo
de la actividad económica, la no generación de
utilidades en una empresa que funciona eficientemente constituye
una forma de subvención al mercado. Pero en condiciones
como las del Perú, de una persistente desigualdad en la
distribución de la riqueza el mercado es, inevitablemente,
un mercado de élite, de minoría, inaccesible para
importantes sectores de nuestra sociedad. Subvencionar un mercado
así equivale, para todo propósito
práctico, a intensificar los fenómenos de
marginación contra los que, precisamente, estamos
luchando. Por eso es que las empresas estatales deben cumplir un
papel radicalmente diferente del que les asignan los
planteamientos de una ortodoxia pretendidamente revolucionaria
pero para nosotros carente de sentido. En tal forma,
además, podremos garantizar mejor aún la necesaria
y posible compatibilidad entre transformación estructural
y crecimiento económico y, durante un período
crucial de nuestra actual etapa de desarrollo, complementar el
aporte de otras fuentes de financiamiento para eventualmente
quizás llegar a constituir la base principal, de la
financiación permanente de nuestro desarrollo
revolucionario.

DESARROLLO Y PLANIFICACIÓN

Es preciso que todos comprendemos la necesidad de
planificar el desarrollo del país, a fin de utilizar mejor
los limitados recursos que tenernos. Planificar significa ordenar
las acciones de un gobierno, racionalizar los esfuerzos, utilizar
eficientemente los recursos financieros y técnicos,
emplear mejor lo que se tiene para forjar un futuro superior. Se
planifica para algo, de la misma manera que se gobierna para
algo. En nuestro caso, la revolución gobierna y
planifica para construir en el Perú una sociedad de
justicia, donde el bienestar material sea compatible con una vida
más libre y más humana para todos. Somos un
país pobre. Porque nuestras riquezas no han sido
plenamente utilizadas. Porque nuestros principales recursos
naturales fueron aprovechados en el pasado por las empresas
extranjeras que vinieron al país fundamentalmente a
explotar, no a construir; a cosechar, no a sembrar. Pero somos
también un país pobre porque a nuestro pueblo se le
sumió en la incultura y en la ignorancia y por tanto no
pudo desarrollar sus grandes capacidades creadoras. Millones de
peruanos aún son analfabetos. Millones de peruanos
aún viven mal nutridos. Millones de peruanos
todavía padecen hambre y sufren enfermedades que debilitan
su fuerza física y su fuerza mental. Millones de peruanos
aún viven en la miseria. Millones de peruanos
todavía no tienen vivienda ni acceso a los beneficios de
la cultura. Todo esto hizo de nosotros un país
subdesarrollado. Y un país subdesarrollado es un
país pobre. Es nuestra obligación, por tanto,
cuidar nuestros recursos mientras luchamos por desarrollarnos.
Pero cuando hablarnos de recursos no nos referimos
únicamente a los recursos naturales que siempre sirvieron
para los extranjeros o para los peruanos privilegiados. Nos
referimos también a los recursos humanos que representan
la fuerza de trabajo, la inteligencia y la capacidad de
creación y sacrificio de los millones de
peruanos.

Todo esto constituye, en realidad, la más grande
fuente de riqueza que tiene nuestro país y que nunca ha
sido utilizada a plenitud. Porque a quienes nos dominaron, desde
el extranjero y desde nuestra propia tierra, no les podía
convenir que la inmensa reserva de talento y de esfuerzo creador
de nuestro pueblo fuera desarrollado y llegase a ser capaz de
construir una nueva vida social basada en la justicia, en la
auténtica libertad y en la soberanía de nuestra
Patria. Por todo esto, la revolución tiene que pensar muy
detenidamente cada uno de sus pasos. Porque, planificar no es
solamente concebir una serie de formulaciones normativas, un
conjunto de criterios, un cuadro de metas o uno relación
de proyectos específicos. Planificar es también un
decisivo problema de aplicación. La planificación
como resultado conjunto debe suponer el aporte de toda la
comunidad, de la administración pública y
también la contribución técnica de
instituciones y personas ajenas a ella. Si nuestros recursos
humanos, técnicos y financieros son limitados, debemos
emplearlos muy bien, debemos cuidarlos con esmero. No es
cuestión de decir qué es necesario invertir.
Debemos invertir sí. Pero debemos hacerlo de acuerdo a una
política sensata y coherente dentro de la
formulación de una política general de desarrollo.
Planificar se opone a improvisar. Y una tarea así toma
tiempo. Demanda grandes esfuerzos. Requiere trabajo. Planificar
es buscar realizaciones de justicia. Es también una tarea
educativa, porque reconstruir la realidad de una nación
implica necesariamente un vasto esfuerzo reeducativo que a todos
nos debe comprender. Nuestra revolución aspira a construir
una sociedad justa y libre para todos los peruanos. Una sociedad
sin privilegios y sin explotación. Una sociedad
igualitaria en la cual la solidaridad prime sobre el
egoísmo. Una sociedad donde los trabajadores, creadores de
riqueza, sean los dueños de la riqueza que producen. Una
sociedad donde no exista el gran poder económico y la gran
miseria lado a lado. En una sociedad así las ciudades no
deben vivir o expensas de los campos y los pueblos
pequeños, así como la capital no debe vivir o
expensas del interior del país. Planificar el desarrollo
integral de nuestra sociedad es, por esto, luchar contra el
centralismo escala nacional y contra los pequeños
centralismos regionales.

DESARROLLO Y FINANCIACIÓN

Para el éxito do su política
económica, el Pero descansará prioritariamente en
la utilización de recursos internos de
financiamiento.

No obstante, debernos indicar que los modos financieros
no son expresión privativa del sistema capitalista. Ellos
no tienen signo ideológico y son, en realidad,
instrumentos cuya naturaleza y finalidad están
determinadas por la sociedad que los emplea y que sirven
independientemente del contexto ideológico y
político en que se desenvuelven, para facilitar el
funcionamiento integral del proceso productivo. Es por esta
razón enteramente comprensible, que el gobierno peruano
propicie la expansión del mercado do capitales y, en
particular, del mercado de valores y use, para los fines de su
política de desarrollo económico, todos los me dios
financieros posibles. En esto no hay incoherencia alguna ni
alejamiento de nuestra indesviable posición
revolucionaria. Hay, por el contrario, reconocimiento realista de
las exigencias que plantea la solución de los problemas
económicos que el Perú confronta.

El Perú necesita financiación externa para
sus programas de desarrollo económico. Más, el
financiamiento externo, no podrá sor utilizado como arma
de presión política, ya que en el Perú, como
país que ha decidido romper con el pasado para iniciar una
política liberadora y nacionalista, sólo aceptamos
como norma y designio los propios intereses de nuestro pueblo.
Tampoco podrá ser concebido como acto de
filantropía.

Pues, si bien nuestro desarrollo necesita capitales
extranjeros, a éstos les conviene venir. Hay, por tanto,
una conveniencia reciproca que debe ser clara y
justamente normada en beneficio de ambas partes. En consecuencia,
los capitales extranjeros que vengan al Perú habrán
de desenvolver sus actividades dentro del marco legal del Estado
Revolucionario, bajo formas que garanticen la justa
participación de nuestro pueblo en la riqueza que sus
hombres producen. El Perú no pide regalos; ni rechaza la
ayuda de otros pueblos. Sólo quiere y exige se respete su
derecho de país soberano de decidir por sí mismo el
rumbo que desee seguir. Este es un reclamo de legítima
justicia que las políticas de financiamiento de los
organismos e instituciones de crédito deben advertirlo
para llegar, alguna vez, a merecer nuestra completa e
incuestionable confianza. Creemos tener títulos
suficientes para plantear esta demanda. El nuestro no puede ser
un tiempo de políticas discriminatorias impuestas por
socios mayores contra los pueblos que siguen una ruta de cambio
revolucionario. Tampoco, de aquéllas que ven en la ayuda
financiera la expresión del más odioso
paternalismo.

Las instituciones financieras deben convertirse en
instituciones que de veras respalden nuestro desarrollo tal como
nosotros lo entendemos y no como pretenden entenderlo los
países poderosos de otras regiones del mundo. De no ser
así ellas continuarán, en lo fundamental, sirviendo
a intereses que no son propiamente los nuestros como ocurre
cuando en lugar de orientarse a la afirmación de nuestro
desarrollo, se orientan o brindar un campo de acción
más amplio y provechoso para las grandes empresas
multinacionales de origen extra latino- americano.

La misma orientación de política
económica explica la decisión de que el Estado se
convierta en el principal ente financiero del país, decida
y controle el manejo de los medios financieros y asuma la
responsabilidad de intermediario fundamental en el mercado
interno de capitales y, principalmente, en las transacciones
financieras externas.

La implementación de esta política ha
hecho indispensable iniciar en el país una profunda,
gradual y programada reforma del sistema financiero que se ha
traducido hasta el momento en el fortalecimiento de la banca
estatal, en la creación de la Comisión Nacional de
Valores, como mecanismo de regulación que fundamentalmente
actúa a través de una vigorizada Bolsa de Valores,
y en la organización de la Corporación Financiera
de Desarrollo, como institución promotora de inversiones o
inversionistas de capital a riesgo y cuya trascendental
importancia para el futuro desarrollo económico peruano
resulta difícilmente exagerable.

DESARROLLO E INDUSTRIALIZACIÓN

Dentro de la estrategia de desarrollo
económico-social del Gobierno Revolucionario, está
contenida la reestructuración de la política
industrial del país. Asimismo, las nuevas
responsabilidades que el Perú plantea para la
política de integración regional y subregional,
demandan un vigoroso esfuerzo industrial y un decidido respaldo
del Estado revolucionario al proceso de
industrialización.

El estancamiento industrial imposibilitaría tanto
nuestra real independencia económica. Pero igual
ocurriría de proponernos un seudo desarrollo industrial
dependiente del exterior.

El enfoque a los problemas de la
industrialización debe encuadrarse dentro de una
perspectiva para la cual la inevitabilidad de cambios profundos
sea verdaderamente axiomática. Porque ya ha pasado el
momento de juzgar al proceso de industrialización en
abstracto, como uno panacea para solucionar todos nuestros
problemas. Ahora es imperativo precisar qué tipo de
industrialización es la que demanda las necesidades de
nuestro pueblo. No queremos una industrialización que
tienda a eternizar los defectos y las injusticias de un sistema
que ha condenado a la mayoría de nuestros pueblos a la
ignorancia, a la miseria y al atraso. Ni tampoco queremos una
industrialización que tienda a profundizar lo
condición dependiente de nuestro país. Queremos por
el contrario una industrialización que contribuya a
liberar al hombre y que emancipe a nuestra economía de su
tradicional sujeción a centros foráneos de
poder.

Lo nueva industrialización que el Perú
necesita no tiene por que ser calco y remedo de ningún
esquema de procedencia extra-latinoamericano. Ni puede ser
tampoco la simple prolongación del ordenamiento
económico tradicional que, si bien ha originado, riqueza
excesiva para pocos, ha originado también, pobreza para
quienes son la mayoría de nuestras nacionalidades.
Queremos, pues, un industrialismo de veras nuevo y de veras
justo, un industrialismo imbuido de sentido social y humanista. Y
queremos también un industrialismo diversificado y sin
monopolios.

Independientemente de lo que cada quien pueda pensar
sobre el significado de los cambios profundos que están
ocurriendo en nuestro país, el hecho indubitable es que el
Perú ha iniciado ya el proceso irreversible de su
transformación estructural. La Revolución
Nacionalista que nosotros iniciamos hace poco más de cinco
años, está redefiniendo los perfiles centrales de
nuestra realidad. No será ya posible desandar el camino de
la revolución. El futuro del Perú se
moldeará indefectiblemente dentro de los cauces que marque
el destino de este vasto proceso transformador.

Nosotros prometimos modificar de manera profunda las
estructuras tradicionales de la sociedad peruana. Esto no fue ni
por capricho ni por azar. Ni tampoco fue solamente la respuesta a
un clamor ciudadano que sabernos legítimo. Fue
también la convicción a que nos llevó el
estudio sereno y profundo de nuestra realidad. Luego de comprobar
lo caducidad de un sistema institucional demostradamente
orientado a perpetuar el atraso, los privilegios y la injusticia
social, la Fuerza Armada admitió la responsabilidad de
poner en marcha los cambios destinados a forjar una nueva imagen,
e iniciamos la revolución. Y con esa misma certeza, hoy
afirmamos su estabilidad y su permanencia.

¿Qué significa todo esto para los nuevos
empresarios peruanos? Obviamente, que ellos tendrán que
desarrollar sus actividades dentro del contexto de un país
en proceso de cambio. Las transformaciones profundas que la
revolución está realizando habrán de
constituir el nuevo marco dentro del cual surgirá y
será floreciente la nueva industria que forjen los
modernos empresarios del Perú. Sería iluso suponer
que las cosas van a volver a su nivel pre-revolucionario. Una de
las grandes virtudes de la llamada "mentalidad empresarial" es el
realismo, es decir, la capacidad de percibir la verdadera
naturaleza de una determinada situación. Sería
profundamente irrealista perderse en la añoranza de los
tiempos que ya pasaron definitivamente en el Perú. De hoy
en adelante los industriales y empresarios tendrán que
comprender que a nada conduce ignorar los cambios que la
revolución está produciendo. Y su sabiduría
consistirá en darse cuenta de que la revolución es
indispensable para lograr el desarrollo industrial de nuestra
Patria.

El Perú carecía por entero de futuro
industrial dentro de los moldes tradicionales. El subdesarrollo
que a este país impusieron los grupos de poder sin sentido
de lo historia, tomó imposible la creación de un
verdadero aparato industrial. Los desequilibrios del
subdesarrollo se tradujeron siempre en la existencia de sectores
sociales compuestos por millones de nuestros compatriotas cuyo
bajísimo poder adquisitivo nunca les permitió
constituir el mercado interno indispensable para el afianzamiento
de una industria verdaderamente peruana.

Esta fue, precisamente, una de las motivaciones de la
Reforma Agraria. Ella obedeció no solamente a la necesidad
de transformar la desigual e injusta tenencia de la tierra sino
también de redistribuir la riqueza para aumentar el poder
adquisitivo de ese campesinado que en el futuro debe ser el
consumidor de los productos manufacturados de la verdadera
industria que nunca hemos tenido.

Dentro de este nuevo Perú que estamos
construyendo, todos hemos enriquecido nuestra visión de
las cosas y todos también hemos cambiado. La nueva
realidad del Perú -esa nueva realidad irreversible que la
revolución está forjando- plantea problemas cuya
solución demanda nuevas instituciones, nuevos hombres,
nueva mentalidad. Una de las piedras angulares de la
transformación estructural que queremos realizar, tiene
necesariamente que ser el desarrollo acelerado de la industria.
Pero la industrialización de una sociedad en proceso
revolucionario de cambio no puede ser una
industrialización tradicional.

El nuevo empresario peruano tiene que comprender la
imposibilidad de ser una excepción. Todo está
transformándose en nuestro país. Al cabo de los
siglos, el Perú está rompiendo los lastres
tradicionales que impedían el desarrollo acelerado de su
sociedad y de su economía. El vigoroso respaldo de nuestro
pueblo a la tarea transformadora del gobierno, indica muy
claramente hasta qué punto ésta es una
revolución de Pueblo y Fuerza Armada. Dentro del contexto
de una revolución así, es imposible pensar que los
empresarios puedan mantener la misma actitud que en el pasado. La
tarea que tienen como virtual desafío del futuro es
demasiado vasta y compleja para ser acometida de acuerdo a los
patrones de comportamiento y de enfoque que un día
tuvieron validez. La nueva industria y la nueva empresa tienen
que desarrollarse de ahora en adelante dentro del marco de los
grandes cambios de la revolución. Con su anticuado aparato
industrial, el Perú nunca podría hacer frente a las
responsabilidades planteadas por la integración
sub-regional andina.

Una industria no es sólo su equipo, su capital y
su mercado. Es también -y centralmente- su mentalidad, su
actitud, su perspectiva sicológica. Y en el Perú de
hoy no sólo se necesita incrementar capitales, expandir
mercados y renovar equipos; sino fundamentalmente, crear una
nueva mentalidad industrial.

Desde este punto de vista, es indispensable descartar
para siempre la idea de que sólo se puede hacer industria
con factores de incentivación prohibitivos para el
país e incompatibles con su desarrollo, en un clima de
asfixiante proteccionismo que esteriliza la capacidad de
creación, que da márgenes excesivos de ganancia en
base a la utilización de equipos obsoletos, de salarios
bajos y de técnicas monopolísticas de
producción y que saturan los mercados con productos de
baja calidad y de alto precio para el consumidor. Con una
industria de este tipo -que es la que predominantemente ha
existido en nuestro país- no podremos jamás
enfrentar victoriosamente el reto que desde ya nos plantea la
competencia de otras industrias latinoamericanas que nos
disputarán los mercados del Área Sub-Regional
Andina.

Y es allí donde debe mirar el nuevo
industrialismo peruano. Ese nuevo industrialismo tampoco
será posible mientras se conserve el mito de una confianza
basada en el orden tradicionalmente establecido en el
Perú, que la Revolución ha descartado para siempre.
Ese tipo de "confianza" basada en el privilegio, el subdesarrollo
y la injusticia, no existirá mientras nosotros gobernemos.
Los nuevos empresarios peruanos deben comprender que las cosas
han cambiado radical y permanentemente en el Perú. El
nuevo hombre de empresa pertenece al futuro. Él debe ser
también uno de los constructores del nuevo Perú,
que la revolución está forjando.

Pero quienes gobernamos este país tenernos una
responsabilidad que no podernos ni queremos eludir. Hemos
respetado todas nuestras promesas. Hemos reiterado innumerables
veces que nuestro deseo de impulsar al máximo posible el
desarrollo industrial del país. Sin embargo, nuestra
posición debe ser claramente entendida. El proceso
revolucionario seguirá hasta cumplir sus objetivos. La
Revolución necesita de la patriótico y leal
cooperación del sector empresarial. Porque el desarrollo
del Perú necesita inversiones de capital.

Mal hacen quienes no invierten en el país
pudiendo hacerlo. El abstencionismo en el campo de las
inversiones a nada bueno conduce. EI Gobierno Revolucionario
otorga todas las garantías que cualquier inversionista
moderno puede necesitar como incentivo legitimo de su trabajo. No
obstante, y en salvaguarda de los intereses de nuestro pueblo y
de su revolución, el Estado no puede permanecer
indiferente ante la retracción de las inversiones que el
sector interno de nuestra economía puede y debe realizar
en el Perú, porque tiene los recursos y las
garantías necesarias y porque debe honrar su reclamo a ser
peruano.

Este es el signo de los tiempos. No nos
engañemos. Dentro de una nueva realidad permanente en el
Perú y dentro de esta perspectiva industrial, nueva
también, el Gobierno Revolucionario abriga la
convicción de la necesaria cooperación de los
nuevos hombres de empresa peruanos. Esa cooperación,
decisiva para el surgimiento de la gran industria peruana del
futuro, tendrá que venir como un suceso inevitable del
devenir histórico de nuestra patria. Tres son, acaso, los
factores que permitirán acelerar el convencimiento de que
esa cooperación es inevitable y necesaria: en primer
lugar, la certeza de que la revolución ya es una realidad
permanente en el Perú; en segundo lugar, la
convicción de que la perniciosa "confianza" de viejo
estilo ya no puede existir en el Perú de hoy; y en tercer
lugar, la seguridad de que dentro de la nueva realidad de la
revolución los nuevos empresarios tienen garantías,
pueden prosperar más que nunca en el posado y pueden
contribuir al esfuerzo nacional de desarrollo.

Pero tal posibilidad de entendimiento y
cooperación dejaría de existir si se basara en una
incorrecta apreciación de las convicciones, deseos,
expectativas y enfoques que definen nuestra posición en el
Perú de hoy. En otras palabras, la garantía de una
relación duradera y leal tiene que ser la exacta
comprensión de los propósitos, la indubitable
certeza de que sea dicha con entera honradez la posición
real de cada quien. Sólo de esta manera podremos estar
siempre seguros de que no surgirán malos entendidos que
más tarde entraben una relación que puede y debe
ser fructífera para el Perú. Nuestro
propósito es no avasallar la actividad empresarial privada
sino, por el contrario, estimularla dentro de un esquema de
desarrollo no-capitalista y no-comunista, así
también reafirmamos nuestra .declarada convicción
de que los industriales no constituirán un nuevo grupo de
poder dominante en el Perú.

Nuestra revolución no persigue afianzar en el
futuro el poder político- económico de una nueva
oligarquía industrial o burguesa dependiente. Este
apresurado y arbitrario razonamiento tradicional es incapaz de
percibir la naturaleza procesal del fenómeno
revolucionario e ignora de mala fe la declarada direccionalidad
del proceso peruano hacia formas de organización socio-
económica distante y distinto por igual de aquellas que
definen la esencia del capitalismo como sistema y del comunismo
estatista como modelo histórico concreto.

Las transformaciones societales no son fenómenos
de improvisación. Son procesos creadores de larga
duración, que generan problemáticas nuevas, al por
qué solucionan problemas seculares. Originan nuevas
orientaciones socio-económicas y tienden a reconstruir la
totalidad del universo valorativo de los pueblos. Imponen, por
eso, una nueva moral social y representan, en su conjunto, el
quehacer colectivo de una nación que enrumba su camino
hacia formas inéditas de estructuración y
comportamiento en los campos económico, cultural y
político. Si esto es así, y si una
revolución representa, por tanto, un fenómeno
social total, entonces en el nuevo ordenamiento
político-económico hacia el cual se orienta la
Revolución Peruana será imposible que el sector
industrial, o cualquier otro, ejerza el monopolio del poder. En
este sentido, de bien poco serviría esta revolución
si tan sólo aspira o modernizar el sistema capitalista
tradicional a fin de mantenerlo y sí, por actuar de este
modo, pretendiera relegitimar este sistema reemplazando a la
vieja oligarquía de origen agrario por un nuevo grupo de
poder económico industrial y financiero.

DESARROLLO, DESOCUPACIÓN Y SUB-EMPLEO

Las reformas estructurales del proceso revolucionario
peruano deben ser entendidas, también como esfuerzos
orientados a superar en el mediano y en el largo plazo la
desocupación y el subempleo. En la medida en que seamos
capaces de construir un sistema socio-económico cada vez
más; justo y cada vez más distinto del sistema
tradicional, nos acercamos constantemente al objetivo de
solucionar esos problemas. Desde este punto de vista la Reforma
Agraria, la Reforma Educacional, y la política de
expansión de los servicios sociales y la infraestructura
general del país, están en cierta forma encaminadas
al objetivo de dar empleo a toda la población
económicamente activa del país,
utilizando al máximo servicios y técnicas de
producción y construcción con alta capacidad de
absorción de mano de obra.

De lo anterior se desprende que, para nosotros, la
desocupación y el desempleo se explican fundamentalmente
por la naturaleza del aparato productivo de nuestra
economía y por las condiciones de subdesarrollo en que el
Perú siempre ha vivido.

Si los problemas que estamos considerando aquí
son fruto de las deformaciones estructurales que heredó la
revolución, resulta obvio que sólo a través
de una vigorosa política de desarrollo auténtico
podremos darles una solución realista, integral y
permanente. El desempleo y el subempleo desaparecerían
considerablemente a medida que se afiance el desarrollo real de
nuestra economía, a medida que se eleve el nivel
educacional de nuestro pueblo y a medida que se expenda el
aparato productivo para crecientemente dar acceso a todos los
peruanos a disfrutar de la propiedad y la riqueza que genere su
trabajo. Nuestra concepción del desarrollo
económico enfatiza principalmente el cambio social, pero
al lograrlo, el esfuerzo se traslada a la elevación de los
niveles de vida, fundamentalmente mediante la creación de
nuevos empleos y la utilización de tecnologías que
no desplacen mano de obra. Sólo de esta manera, a nuestro
juicio, la riqueza que cree la sociedad peruana en su conjunto
habrá de beneficiar en forma justa a todos los peruanos,
y, por tanto, en primer lugar, a las mayorías aún
desposeídas. De este modo nos acercaremos al ideal de
alcanzar elevados niveles de vida para nuestro pueblo, objetivo
central de la Revolución Peruana, tal como señalara
el Manifiesto Revolucionario de octubre de 1968.

Cuando nos pronunciamos a favor de tecnologías
que no desplacen mano de obra, sino, por el contrario, que
permitan su creciente absorción, no estamos hablando de
valores absolutos. En consecuencia, es preciso reconocer una
limitación a este enunciado. Esa limitación se
refiere a la necesidad de compatibilizar esta posición con
el reconocimiento de que el factor productividad representa
también un objetivo básico del desarrollo que
deberá ser tenido en cuenta en todas las instancias del
quehacer gubernamental. Ello no obstante, resulta muy claro que
en países como el nuestro es muy recuente que por inercia
intelectual o profesional se tienda a preferir técnicas,
tecnologías y medios de organización procedentes de
realidades distintas a la nuestra. Se trata de
tecnologías, medios de organización y
técnicas productivas que tienen amplia
fundamentación dentro de la racionalidad
característica de sistemas distintos al nuestro y que
operan en condiciones diferentes a las del Perú. De
allí que sea preciso tener siempre presente los distingos
de realidades y condicionamientos, a fin de estimular nuestra
capacidad de creación para desarrollar innovativamente
tecnologías y modalidades de organización y
producción que, sin desmedro de la productividad, no
representen el gran peligro que significarían si ellas
acarreasen aumento real de la desocupación y el subempleo
y, por ende, sub-utilización del trabajo y la
energía creadora de los hombres y mujeres del
Perú.

Todo lo anterior requiere, a no dudarlo, el esfuerzo
organizado y creador de lo nación entera. Es dentro de un
cauce así que cobrará significación el
aporte individual de cada uno de nosotros los peruanos. Porque
los creaciones personales, aún las más grandes y
luminosas, sólo tienen sentido perdurable cuando forman
porte de una tendencia o de un acontecer social y, por ende,
indefinible en términos puramente individuales. No es que
desconozcamos el insigne valor de las acciones creadoras de cada
hombre o de cada mujer. Lo que sostenemos es que esas acciones
reciben su impulso y su inspiración de la sociedad misma,
de su tradición y de su historia.

Reforma
agraria

La Reforma Agraria no representa, en esencia, un
problema administrativo. Representa por encima de todo un proceso
de cambio social profundo que necesariamente significa la
transferencia de poder económico de las pocas manos de los
latifundistas a las muchas manos de los trabajadores. Y esta
transferencia de poder económico de los menos a los
más significa, también necesariamente, una
transferencia de poder político de la oligarquía a
las clases trabajadoras.

Los gobiernos tradicionales del Perú no fueron
únicamente gobiernos del Ejecutivo. También se
gobernó desde el Parlamento, ese famoso "Primer Poder del
Estado" donde se aprobaron leyes, muchas leyes, durante largos
años de democracia formal. De allí salió la
anterior ley de reforma agraria. Pero esa ley no dio la tierra al
campesino.

La reforma Agraria de la revolución no reconoce
excepciones de beneficio para los grandes hacendados y hace
realidad el grito libertario del agrarismo latinoamericano: "La
tierra para quién la trabaja".

AUTENTICIDAD Y NATURALEZA CONCEPCIONAL

Aquí en el Perú estarnos haciendo una
reforma agraria enteramente nueva para la cual no existen
ejemplos que seguir. Tenemos que encontrar solución para
problemas que no han planteados en otras partes del
mundo.

En todas sus partes, ella refleja una concepción
enteramente nacional y nacionalista, por completo encuadrada
dentro de una perspectiva profundamente peruana del problema.
Nuestra concepción de la reforma agraria se nutrió
en la historia y en la realidad de este país. No
recibimos, ni tomamos, ni aceptamos recetas ni orientaciones
extranjeras propias de realidades distintas a las del
Perú. La nuestra es una reforma Agraria avanzada y
realista que ha concitado interés y respaldo en todos los
países del mundo. Orientada a lograr la abolición
de las grandes haciendas y del minifundio. Entendida como
instrumento de profundos cambios sociales. Concebida como
instrumento realizador de justicia social para millones de
campesinos a quienes se transfiere poder económico y poder
político, dándoles acceso por vez primera a la
posesión real de la tierra a través de mecanismos
participatorios que hacen de ellos, en cuanto seres sociales
concretos, los verdaderos dueños de la riqueza que el
trabajo crea, y los verdaderos forjadores de su cultura y su
destino dentro de la sociedad peruana.

LA LEY

La Ley de la Reforma Agraria del Gobierno Revolucionario
de la Fuerza Armada se orienta a la cancelación de los
sistemas de latifundio y minifundio en el agro peruano,
planteando su sustitución por un régimen justo de
tenencia de la tierra. De otro lado, por ser una ley nacional que
contempla todos los problemas del agro y que tiende o servir a
quien trabaja la tierra, la Ley de Reforma Agraria se
aplicará en todo el territorio del país, sin
reconocer privilegios ni casos de excepción que favorezcan
a determinados grupos de intereses. La ley, por tanto, comprende
a todo el sistema agrario en su conjunto, porque sólo de
esta manera, será posible desarrollar una política
agraria coherente y puesto al servicio del desarrollo
nacional.

Al plantear la sustitución del latifundio la ley
establece medidas que aseguran la no fragmentación de la
gran propiedad como unidad de producción. Es el
régimen de tenencia lo que la ley afecta, más no el
concepto de unidad de producción agrícola o
pecuaria. Así, en el caso de las empresas
agro-industriales, la ley contempla la cooperativización
en favor de sus trabajadores, garantizando el funcionamiento de
la nueva empresa como una sola unidad. En este sentido, la ley
considera a la tierra y a las instalaciones como un todo
indivisible de producción sujeta a la reforma agraria. La
planta industrial de procesamiento primario de productos del
campo está indisolublemente ligada a la tierra. Por tanto,
es imposible afectar a ésta y dejar intocada a
aquélla. Y así como en el caso del problema
petrolero el Estado expropió la totalidad del complejo,
afectando los pozos y las refinerías con todas sus
instalaciones y servicios, así también en el caso
de la gran propiedad agroindustrial, la Ley de Reforma Agrario
tenía que afectar, necesariamente, la totalidad de la
negociación. La gran propiedad no es dividida ni
fragmentada, porque ello se traduciría en un perjudicial
descenso de los rendimientos de la tierra. La Ley contempla el
mantenimiento de la unidad de producción bajo un distinto
y justo régimen de propiedad. Y dentro de las nuevas
empresas la ley garantiza estabilidad de trabajo, los niveles de
remuneración y todos los derechos sociales de la planta de
dirección técnico y administrativo y de todos los
actuales servidores abriendo para ellos, además, el acceso
a los beneficios y utilidades.

La inspiración social de la nueva ley es, pues,
enteramente compatible con la necesidad de garantizar la
continuidad de los altos niveles de rendimiento que la
tecnología agraria ha hecho posible.

Al racionalizar el uso y la propiedad de la tierra y al
crear los incentivos derivados del más amplio acceso a esa
propiedad, la reforma agraria tiende a formar más y
mejores propietarios del agro, es decir, a impulsar una
más pujante producción agropecuaria que beneficie
no o unos pocos, sino a la sociedad en su conjunto.

En cuanto a la sustitución del minifundio la ley
contempla límites de inafectabilidad que salvaguardan el
principio normativo de que la tierra debe ser para quien la
trabaja, y no para quien derive de ella renta sin labrarla. La
tierra debe ser para el campesino, para el pequeño y
mediano propietario; para el hombre que hunde en ellas sus manos
y crea riqueza para todos; para el hombre, en fin, que lucha y
enraíza su propio destino en los surcos fecundos,
forjadores de vida. La pequeño y mediana propiedad
está así garantizada. Pero dentro de los
límites que lo hagan compatible con la irrenunciable
función social que ella debe cumplir. Nuestra ley de
Reforma Agraria no es, por tanto, una ley de despojo, sino una
ley de justicia. Habrá por cierto, quienes se sientan
afectados en sus intereses; más estos, por respetables que
sean, no pueden prevalecer ante los intereses y necesidades de
millones de peruanos.

Por todo ello, la Ley de Reforma Agraria, es un
instrumento revolucionario de justicia social que ha modificado
de raíz el régimen de propiedad de la tierra.
Juntamente con su complemento indispensable, la Ley General de
Aguas, que el Gobierno Revolucionario aprobó para terminar
con al abuso de un régimen a cuyo amparo se
desconoció el derecho de los campesinos a disponer de agua
para el cultivo de sus tierras, pone fin, para siempre, a un
injusto ordenamiento social que mantuvo en la pobreza y en la
iniquidad a los que labraron una tierra siempre negada a millones
de campesinos.

Pero la ley obedeció no solamente a la necesidad
de transformar la desigual e injusta tenencia de la tierra sino
también a la de redistribuir riqueza para aumentar el
poder adquisitivo de ese campesinado que en el futuro debe ser el
consumidor de los productos manufacturados de la verdadera
industria que nunca hemos tenido. En este sentido sus objetivos
fundamentales podrían resumirse: cancelar definitivamente
el sistema de latifundio; favorecer decididamente el desarrollo
industrial; impulsar las formas colectivas de producción;
dar la tierra a quien la trabaje; convertir a los asalariados en
beneficiarios de la gran propiedad agroindustrial; contribuir a
la efectiva redistribución del ingreso en el campo;
garantizar el mantenimiento de altos niveles de
producción; y a transformar radicalmente la estructura
tradicional del agro peruano sentando las bases para la total
reconstrucción económica de nuestra
sociedad.

Sus demás Leyes Complementarias; la Ley de
Promoción Agropecuaria y la Ley de Comercialización
de Productos Agrícolas y Pecuarios, les aseguran un
carácter coherente e integral capaz de garantizar al
sector agropecuario un ordenamiento jurídico que a la par
que moderniza y simplifica los sistemas de acción, asegura
la necesidad de aumentar sus ritmos productivos e incrementar los
ingresos reales de quienes trabajan la tierra. A ellas se
agregarán la Ley de Comunidades Nativas y de
promoción agropecuaria de regiones de selva y ceja de
selva. Medidas de fundamental significación, con las que
se completó el cuadro de cambios socio-económicos
esenciales en el campo. La Ley de Reforma Agraria convirtiese
así en instrumento de inapelable acción
jurídica, anhelo nacional de justicia por el que tanto se
luchó en el Perú.

SU APLICACIÓN

Como proceso trascendental para todo el país, la
Reforma Agraria tenía que iniciarse en el norte, en el
centro de poder de los latifundistas oligárquicos.
Allí, donde las mejores tierras fueron de muy pocos;
allí donde miles de campesinos vivieron siempre aplastados
por quienes hicieron su fortuna con la miseria ajena;
allí, donde los ricos fueron demasiado ricos y
los pobres demasiado pobres; donde se prometieron tantas cosas
que nunca se cumplieron.

Pero la reforma agraria en el norte siempre fue
entendida como parte del gran proceso de transformación de
la clase campesina de todo el Perú, porque el destino del
campesinado es uno solo. Por eso quienes han trabajado las
haciendas azucareras, la más grande riqueza
agrícola del país deben estar siempre listos a
extender una mano generosa a los campesinos de otras regiones
menos favorecidas del Perú. Sería injusto y
antirrevolucionario pretender una posición de privilegio.
Por eso el campesino del norte jamás debe olvidar a sus
hermanos de clase y de infortunio. A esos otros campesinos del
Perú que han tenido una vida más cruda y más
injusta que la suya.

Esta es una posición justa. Esta es una
posición revolucionaria, ésta es una
posición constructiva.

La Ley de Reforma Agraria que empezó a aplicarse
en el norte del país, no se hizo contra ningún
partido político ni contra los sindicatos, cualquiera que
sea la orientación política de sus dirigentes. La
Ley de Reforma Agraria se dio en favor del campesino y en favor
del Perú.

Lo Reforma Agraria empezó por las haciendas
azucareras porque era allí donde con más rigor se
daba el problema de la asfixiante concentración de la
riqueza en perjuicio de los campesinos peruanos.

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