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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 5)




Enviado por rubèn ramos



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Nuestro enfoque de los problemas y de la
responsabilidad de la educación en el Perú no
podría, por todo lo anterior; desentenderse de una
estimativa más amplia referida a problemática
educativa y cultural del continente latinoamericano. Una
óptica estrechamente nacional resulta insuficiente para
entender los fenómenos más significativos de cada
una de nuestras repúblicas. Su comprensión cabal,
en consecuencia, depende en gran medida del reconocimiento de la
profunda similitud que hace del conjunto de las
problemáticas nacionales una grande común
problemática continental.

Quienes son responsables de conducir y orientar la
política educacional de nuestras naciones deben contribuir
a la realización autónoma de toda la potencialidad
creadora del hombre latinoamericano y el desarrollo,
autónomo también, de una ciencia y una
tecnología propias, capaces de eliminar el peligro que
significaría acentuar la creciente dependencia de nuestro
continente en este campo virtualmente decisivo en el mundo
contemporáneo.

EN NUESTRAS RELACIONES INTERNACIONALES

Desde el primer instante, hemos puesto en
práctica una ejemplar política internacional
independiente. Ella ha dado a nuestra Patria un prestigio muy
alto que antes le fue desconocido. Por primera vez, nuestra
diplomacia se decide sin consultar a ningún país
poderoso. La prepotencia de los intereses y de los privilegios
tiene ya un límite en el Perú.

Nuestras relaciones internacionales continuarán
incrementándose convenientemente de acuerdo con los
planteamientos de nuestra política exterior.

Los importantes avances de la revolución en su
frente interno tienen su contraparte internacional en el renovado
interés que suscita la Revolución Peruana en otras
naciones como modelo político concreto para superar el
subdesarrollo y luchar contra la dependencia. Día a
día se acrecienta el prestigio del proceso revolucionario
peruano, particularmente en América Latina y en otras
regiones del Tercer Mundo. La voz del Perú se escucha
ahora con atención en todos los escenarios
internacionales. Y esto, lejos de alentar en nosotros
sentimientos de arrogancia, sirve como acicate para cimentar
más aún el compromiso que tenemos con nuestro
pueblo y nuestra Revolución. Pero, por encima de todo nos
hace conscientes de que por vez primera en nuestra historia
contemporánea, el Perú no es un país
disminuido entre los pueblos de América y del
Mundo.

La inspiración de las reformas sociales y
económicas de la revolución se refleja en nuestra
nueva política internacional. Al fin el Perú
empieza a actuar con verdadera independencia en el campo de las
relaciones exteriores. Nunca hemos vacilado en defender, ante
ningún país del mundo, los intereses del
Perú y su dignidad de nación soberana. Esto
también es algo nuevo en la experiencia de nuestro
país. La diplomacia tradicional se caracterizó
siempre por su obsecuencia ante los pueblos poderosos. Pero eso
ya quedó atrás. Se trate de la defensa del
petróleo, o de la defensa de nuestra derecho a impedir la
contaminación del ambiente por el nocivo efecto de los
experimentos nucleares, nuestra actitud será siempre de
una firmeza absoluta, basada en la justicia. Y esto es una
conquista de la revolución.

En el campo externo, nuestra posición está
hoy de acuerdo con la de todos nuestros hermanos de
América; nos acerca un sentimiento de dignidad y
rebeldía ante la injusticia nos une, con lazos nunca antes
existentes, la esperanza de un mañana promisor, basado en
el pleno respeto y la igualdad política de nuestros
pueblos. Nuestros países son hoy soberanos y sus actitudes
no causan recelos ni deudas, aún cuando ellas se refieran
a movimientos de tropas y ejércitos.

Fundamentalmente, hemos recobrado una posición
que siempre debió existir; de total honestidad y
espíritu de trabajo interno, de absoluta independencia
frente al resto de países del mundo, respetando la
soberanía de todos ellos y exigiendo el respeto de la
propia. Una actitud de esta naturaleza tiene que ser reconocida
como acertada por todos los peruanos, y el respeto y la confianza
externa tienen que ser cada día mayor frente a la
situación de orden, de trabajo y honestidad que exhibe
nuestro país.

Para nosotros las relaciones internacionales se rigen
por el respeto inequívoco a los principios de no
intervención y de autodeterminación. Ocultar
nuestra verdadera posición por consideraciones de
política internacional significaría un inaceptable
recorte de nuestra soberanía de Estado
independiente.

Todos podemos colaborar dentro de un marco global de
respeto por las decisiones soberanas de cada país.
América Latina rechaza toda forma de intervencionismo; y
se interviene, o se pretende intervenir, cuando surgen contra
nuestro país amenazas de "enmiendas" que, rechazamos
categóricamente por ser expresión de actitud
imperialista. Como otros factores consustanciales a la naturaleza
misma de nuestra revolución nacionalista, la
posición internacional del Perú no será
abandonada. El nuestro es un deseo de armonía, de paz y de
cooperación. Pero, al mismo tiempo, de luchar por el
respeto a nuestra soberanía y por nuestro derecho a
decidir el destino del Perú de acuerdo a sus intereses
dentro de un marco de justicia. Sus normas de orientación
son el reflejo de los postulados en que se basa nuestra
revolución.

La invariable defensa de nuestra soberanía, la
consideración de que sólo los intereses del
Perú deben ser su guía permanente, la lucha por el
reconocimiento del legítimo derecho de nuestro país
al uso pleno de sus recursos naturales, la cooperación en
todo los esfuerzos por el mantenimiento de la paz en el mundo, la
solidaridad con los pueblos hermanos de América Latina y
nuestro pleno respaldo a una política integracionista que
de veras cautela los intereses de las economías de lo
región, todo esto constituye el fundamento de nuestra
política internacional, que permanentemente se manifiesta
en todas las acciones de nuestro Cancillería.

La riguroso observación de estos principios se
traduce en la posición del Perú en numerosas e
importantes reuniones internacionales sobre problemas del mar en
los cuales hemos reiterado la vigorosa defensa de nuestro
soberanía sobre las 200 millas; en el apoyo decidido que
hemos dado siempre al Pacto Subregional Andino dentro del cual
hicimos un aporte decisivo para la fijación de un trato
común al capital extranjero; y en la continuada
exposición de nuestras relaciones diplomáticas y
comerciales con diversos países del mundo dentro de una
política de mutuo respeto al principio de no
intervención y en cuya virtud el Perú ha empezado
ya a lograr una importante ampliación de mercados
internacionales para sus productos de
exportación.

La definición de nuestra política
internacional prescinde para sus planteamientos y su
ejecución, de la posición de cualquier otro
país, grande o pequeño, teniendo cómo norte
únicamente los intereses del Perú y la
orientación principista de su movimiento revolucionario. Y
es dentro de esta perspectiva de plena reivindicación del
ejercicio de nuestra soberanía, que el Perú
planteó hace poco tiempo una revisión de la
política hasta entonces seguida en el continente frente a
Cuba.

Es obvio para nosotros que ya no existe ni podrá
existir consenso en América Latina con respecto al
mantenimiento de una actitud frente a Cuba que ya no puede ser a
nuestro juicio mantenida en presencia de condiciones
internacionales sustantivamente distintas a las que prevalecieron
en el pasado.

Huelga señalar, por todo lo anterior, que
ningún país del hemisferio cuya posición
difiera de la nuestra podría considerar esta actitud
soberana del Perú como gesto inamistoso. Las diferencias
de orientación ideológica entre los gobiernos en
forma alguna implican obstáculos justificado para el
mantenimiento de relaciones diplomáticas. Si grandes
potencias de muy distinta posición política e
ideológica mantiene entre sí relaciones y contactos
normales, no vemos razón alguna para que algo similar no
ocurra entre nuestros países, sobretodo por ser
latinoamericanos.

La existencia de relaciones diplomáticas con
cualquier país del mundo no significa para el Perú
identidad de propósitos políticos o de
orientación doctrinarios. Por esta razón el
restablecimiento de relaciones con Cuba no implica compartir su
posición en términos
político-ideológicos. El Gobierno Revolucionario
del Perú sigue un rumbo distinto al de Cuba. Las
experiencias de nuestros dos países, son experiencias
revolucionarios diferentes. Respetamos la posición de
Cuba, en la misma forma en que Cuba ha respetado nuestra
posición. Y estamos seguros de que ese respeto
recíproco continuará en el futuro, como existe con
otros pueblos hermanos de América Latina que siguen un
rumbo diferente al nuestro. Extendimos la mano fraterna del
Perú al pueblo de Cuba seguros de que al hacerlo
contribuíamos positivamente al fortalecimiento de la
comunidad de pueblos latinoamericanos.

Esta nueva política que ha ganado para el
Perú el respeto de todos los países del mundo se
basa en la convicción de que ella debe responder
únicamente a los intereses nacionales. Son ellos los que
dictan su sentido y su rumbo; son ellos los que definen sus
límites y sus objetivos. Dentro de esta perspectiva, el
Perú ha ampliado sus contactos diplomáticos,
comerciales y culturales con países de fisonomía
política distinta a lo nuestra, pero cuyos mercados pueden
abrirse a nuestros productos y cuya cooperación
técnica y económica nos puede ser muy útil
en las tareas del desarrollo nacional. Asimismo, el Gobierno
Revolucionario ha impreso un sello distinto a su política
exterior en el hemisferio occidental. La doctrina peruana en
problemas de cooperación económica, se fundamenta
en la necesidad de desterrar para siempre todo tipo de presiones
y condicionamientos en el campo de las relaciones
internacionales. Esta posición, expuesta y defendida con
brillo por nuestra Cancillería ha sido recibida con
unánime aplauso por los pueblos de América Latina.
Muchos Gobiernos nos han respaldado. Y al hacerlo han demostrado
ser solidarios con el Perú en las horas difíciles,
hecho que justifica una expresión de reconocimiento por
parte del Gobierno Revolucionario.

Es preciso que la ciudadanía tenga noción
cabal de la significación histórica que para
nuestro país y para América Latina tiene la nueva y
definitiva posición internacional del Gobierno
Revolucionario. Sujeto siempre como furgón de cola a las
decisiones de grandes potencias extranjeras, el Perú hasta
hace cinco años siguió en materia internacional un
rumbo dependiente, lesivo a sus intereses. Recuperando a plenitud
nuestra soberanía, el Gobierno Revolucionario ha roto la
sujeción de otros años y ha iniciado la gesta de la
definitiva emancipación económica de nuestra
Patria. Hoy somos dueños de decidir el rumbo de nuestra
política exterior. Queremos mantener relaciones cordiales
con todos los países del mundo, pero dentro de un marco de
respeto por la inabdicable soberanía de nuestra patria.
Confiamos en que quienes se puedan sentir desconcertados o
incómodos ante la nueva posición del Perú,
lleguen a comprenderla como la justa e irreversible
posición de un pueblo soberano. Cancelar la tradicional
dependencia de nuestro país es objetivo fundamental de la
revolución nacionalista y meta central del desarrollo
pleno del Perú. Esto debe ser reconocido por todos. Por
que de ello dependerá en gran medida que las relaciones
internacionales en esta parte del mundo se normalicen
permanentemente en beneficio de todos los países
americanos.

Nuestro movimiento tiene esta inspiración porque
comprendemos muy bien que no podemos aislarnos, ni dejar de
reconocer que otros pueblos luchan por ideales nacionalistas y
revolucionarios similares a los nuestros. Hoy en el mundo entero
se mira con respeto la posición del Perú. Porque el
nuestro es un camino independiente y autónomo. Esto debe
llenarnos de orgullo a todos los peruanos. Y esta es
también otra gran conquista de la
revolución.

Hemos establecido relaciones con diversos países,
teniendo únicamente en cuenta los intereses del
Perú. Porque ya pasaron los días en que
solíamos pedir permiso para actuar en la vida
internacional. Porque ahora sobemos en qué rumbo se
encuentra nuestra Patria. El Perú tiene una causa
común con los pueblos latinoamericanos. Y también
con los pueblos del Tercer Mundo.

La nueva política internacional independiente
iniciada desde el comienzo de este régimen se basa en los
principios nacionalistas y revolucionarios que rigen la
acción de este gobierno. Su política internacional
ha contribuido decisivamente al logro de una imagen veraz del
Perú Revolucionario en América Latina y en el resto
del mundo.

Independientemente de las diferencias ideológicas
que están en la base misma de nuestras distintas
orientaciones políticas, el Perú suscribe la
posición de que las relaciones diplomáticas deben
establecerse teniendo sólo en cuenta los intereses
concretos de los países.

Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas
y de mirar al mundo y a la vida sin prejuicios,
comprenderíamos que no hay nado ilusorio en pensar de este
modo. Algunos de los grandes idealismos del pasado y algunos de
sus más deslumbrantes utopías constituyen ahora
expresión de un realismo cuyo respeto es vital para la
continuidad de la civilización y, acaso, de la especie
humana. Ilusorio, por eso, podría ser pensar que los
principios sobre los cuales se construyó todo el sistema
tradicional de relaciones internacionales pueden mantenerse
intocados en medio de las hondas alteraciones que han
transformado al mundo en las últimas décadas y que
probablemente continuarán transformándolo en el
porvenir.

El Perú es amigo de todos los pueblos del mundo y
ha ampliado sus relaciones diplomáticas con numerosos
países. Somos respetuosos de los tratados internacionales
y la voluntad soberana de las naciones y exigimos se respete el
derecho inabdicable a regir nuestro propio destino sin
intromisión alguna.

Participación, movilización
social y transferencia del poder

QUÉ ES, PARA QUÉ, CÓMO

Los fundamentos de nuestra opción revolucionaria
se centran en términos políticos y
económicos, en torno a la noción de la
participación como factor de identidad profunda, como
piedra angular de toda la formulación ideo-política
de la Revolución Peruana. Este es, por ende, el distingo
que políticamente nos diferencia, nos individualiza, nos
separa de otras posiciones.

En el concepto de participación convergen los
contenidos esenciales de las tradiciones humanista, libertaria,
socialista y cristiana a la que nuestra Revolución
históricamente se vincula. Aquí es donde reside la
significación más radicalmente democrática
de nuestro movimiento y también su contenido liberador
más importante. En consecuencia, la teoría y la
praxis de la participación constituyen el fundamento vital
de nuestro humanismo revolucionario, Esta es, pues, una
Revolución para la participación, vale decir, una
Revolución que tiene como meta construir en el
Perú, como lo hemos señalado desde hace varios
años, una democracia social de participación
plena.

Pero, ¿qué es lo que concretamente implica
suscribir una posición participacionista? Por definirse en
torno a la participación la esencia misma de la
Revolución Peruana como autónoma posición
ideo-política, resulta decisivo comprender claramente la
respuesta que para nosotros debe tener esta pregunta. Participar
es el ejercicio de la capacidad de decisión y, por tanto
tener acceso a las expresiones reales de poder económico,
social y político. Se participa para tener inherencia
directa y personal en las cosas que afectan nuestra vida, en los
asuntos que comprometen nuestro destino individual y colectivo.
Se participa para ser a plenitud ciudadano, para ser a plenitud
miembro de una sociedad de hombres libres. Y así como
ningún hombre puede ser libre siendo esclavo, tampoco
puede serlo mientras viva explotado. Así, la justicia y la
libertad son, como hemos señalado muchas veces, valores
que es imposible separar. Y ambos conceptos son, también
consustanciales al de participación. Por tanto, un primer
elemento sustantivo de nuestra respuesta a aquel interrogante es
el reconocimiento de la íntima vinculación,
significativa y de valor, que para nosotros existe entre los
conceptos de libertad, justicia y
participación.

Un segundo elemento se refiere a la imposibilidad de
separar medios y fines, punto de vista cardinal del humanismo
revolucionario. Para nosotros la naturaleza de los medios
compromete de manera esencial la naturaleza de los fines. Esto
significa que es imposible llegar a construir un ordenamiento
socio económico participatorio utilizando medios que
niegan lo participación. La lejana meta participacionista
de nuestra Revolución sólo puede alcanzarse
haciendo desde ahora de la participación algo muy real que
compromete nuestra diaria conducta política. Una sociedad
participatoria se construye participando. Y participando desde
ahora. Es decir, abriendo los cauces y creando las condiciones
que hagan posible el acceso cada vez mayor de los ciudadanos a
todos los niveles de decisión.

Suscribir una posición participacionista implica,
en tercer lugar, reconocer que la participación
sólo existe en la medida en que existen instituciones
sociales de base a las cuales gradual pero crecientemente la
Revolución transfiere capacidad de decisión y
acceso a todas las formas de riqueza. Así, de la misma
manera que la justicia, la libertad y la participación
son, inseparables, también lo son, para nosotros, los
conceptos de organización, transferencia de poder y
participación. La idea de la participación es, de
este modo, el nexo que vincula los valores permanentes y
normativos de la libertad y la justicia, con los valores
temporales y concretos de la organización y el ejercicio
del poder. Así, la participación resulta ser la
vía de concreción de la justicia y de la libertad.
Lo abstracto, lo teórico, lo ideal, tiende a tornarse
tangible, "político", conductual por medio de la
participación.

Ahora bien, si la transferencia de poder significa
transferir capacidad de decisión, resulta muy claro que
sólo cuando se tiene libertad para decidir aquella
capacidad puede ser en verdad ejercida. En consecuencia,
sólo es posible hablar de transferencia efectiva de poder
cuando la capacidad de decisión se ejerce en condiciones
de autonomía verdadera. De allí que, desde la
perspectiva ideo-política de la Revolución Peruana,
resulte indispensable la existencia de organizaciones sociales
autónomas a las que el poder se transfiera para ser
ejercido con plena libertad.

Lo anterior tiene consecuencias directas sobre la manera
en que los militantes de la Revolución Peruana definamos
nuestro comportamiento político concreto.
Específicamente, ello significa que debemos respetar las
decisiones de las instituciones sociales surgidas de la
Revolución en tanto sean decisiones autónomas y
libres.

No queremos que esas instituciones sean dependencias del
Gobierno Revolucionario ni tampoco dependencias de otros centros
de poder político. Queremos que dependan de las decisiones
auténticamente libres de sus propios integrantes. En el
seno de tales instituciones existen y se expresan distintas
tendencias políticas cuya legitimidad reconoce el
pluralismo que la Revolución respeta. Con ellas tenemos
que luchar políticamente aceptando el veredicto de la
mayoría. Sin embargo, cuando la dirección de
cualquiera de esas instituciones, independientemente de su
posición política, tome manipulatoriamente "en
nombre" de su institución decisiones contrarias a ella
misma y a la Revolución, resistiremos tales decisiones,
justamente en defensa de la propia institución y del
proceso revolucionario que la ha hecho posible, pero respetando a
la institución en cuanto tal. Nadie podría pedirnos
que respetáramos una decisión que, de llevarse a
cabo, pondría en peligro la vida misma de una
organización popular surgida de la
Revolución.

Al competir políticamente con posiciones
distintas a la nuestra dentro de las instituciones sociales,
debemos actuar en base a la convicción de que nuestra
Revolución representa una alternativa claramente superior
a las demás. En consecuencia, debemos aspirar a que
nuestra orientación política prime pero no se
imponga autoritariamente, en las instituciones que día a
día surgen del Proceso Revolucionario.

Si tenemos confianza en nuestra posición y en
nuestros argumentos, debemos también tenerla en que
prevalecerán sobre otras posiciones y otros argumentos.
Todo esto seguramente implica preferir soluciones
políticas de mediano y largo alcance. Y está bien
que así sea. Porque sólo prefiriéndola
evitaremos el gran peligro de sacrificar el futuro por el
presente y los fines por los medios.

Pensamos que sólo actuando de este modo
será posible dar desde hoy contenido real a una praxis
verdadera de la participación. Sólo así
impulsaremos el surgimiento y el desarrollo de instituciones de
base realmente autónomas, capaces de ejercer los derechos
y cumplir los deberes que implica la transferencia del poder. Sin
embargo, debemos ser conscientes de que la tarea que todo lo
anterior representa es de gran complejidad. Porque se trata de
afianzar en el Perú no sólo una nueva
concepción de la política sino un nuevo tipo de
comportamiento que encarne los valores revolucionarios y
democráticos del participacionismo militante. Todo esto
constituye el fundamento normativo de una política
nacional de apoyo a la movilización social vía la
participación.

La vital importancia que asignamos a la
participación está en el fondo mismo de algunas de
las más trascendentales reformas revolucionarias. La
Reforma Agraria y la Comunidad Laboral, por ejemplo, son
conquistas participacionistas de la Revolución, porque
preferencialmente abren el camino a formas asociativas de
propiedad a través de las cuales los trabajadores del
campo y las ciudades acceden socialmente, no individualistamente,
al poder económico y al beneficio de la riqueza que genera
su trabajo. Las Leyes de la Reforma Agraria y la Comunidad
Laboral son la base indispensable de un grande y decisivo
movimiento de organización social para la
participación. A este fin también contribuye, en su
propio campo, la Ley de Reforma de la Educación, a partir
de la cual han empezado a organizarse centenares de
Núcleos Educativos Comunales a través de los cuales
los padres de familia y la comunidad están ya
contribuyendo de manera efectiva en las tareas de la
Educación.

Pero los Núcleos Educativos Comunales constituyen
tan sólo una expresión de ese gran movimiento
participatorio. Son literalmente miles de cooperativas,
sociedades agrícolas de interés social, comunidades
laborales, asociaciones de pueblos jóvenes, comunidades
campesinas reestructuradas, ligas y federaciones agrarias las que
conforman esta vasta experiencia social sin precedentes en el
Perú. Y son millones de compatriotas nuestros los que
empiezan a dar vida e impulso a estas organizaciones populares y
democráticas surgidas de la Revolución, con el
respaldo del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización
Social.

Explicablemente, no muchas personas situadas fuera del
ámbito de acción de estas instituciones de base
parecen estar al tanto de todo esto y comprenden lo que ello
representa. Pero eso en nada resta sidrificación real a
este gran proceso de organización popular libre y
autónoma. Son los hombres y mujeres del Ande y de la
Costa, son los hasta ayer desoídos campesinos humildes,
son los habitantes de los olvidados pueblos jóvenes, son
los trabajadores de las fábricas y empresas industriales,
es en sumo, el Perú profundo el que comienza a articular
su voz para dejarse oír por vez primera en la historia de
nuestra Patria. La suya es una voz todavía desconfiada,
insegura, a veces temerosa. Pero es la voz de un pueblo que al
cabo de los siglos empieza a levantarse para hacer su camino. Y
esto es lo verdaderamente decisivo.

¿Se pretendía, acaso, que un pueblo
secularmente explotado pudiera de pronto organizarse y mostrar
desde el comienzo madurez absoluta, ponderación cabal,
certeza a toda prueba para enfrentar los riesgos innumerables de
una experiencia nueva? Los que siempre negaron educación y
justicia a los humildes ¿tienen acaso derecho alguno para
exigirles desde ya equilibrio de juicio, conocimientos y saber
sobre todas los cosas? ¿Cómo puede ahora
exigírsele esto a un pueblo sobre el cual se ejercieron,
con violencia, todas las formas de injusticia?

Todos tendremos que pagar el alto precio que demanda
rehacer por entero un mundo en el que para los pobres
jamás hubo la luz de la justicia y la verdad. Todos
sufrimos merma en nuestro condición de hombres al haber
sido parte de un mundo en el que prevalecieron todas las formas
de injusticia, de explotación, de inhumanidad. Que
así fue cómo sintió y vivió el dolor
de esta Patria la inmensa mayoría de sus hijos. Seamos,
pues, conscientes de todo esto antes de levantar una voz de
reclamo o denuncio contra un pueblo que comienza a organizarse
para empezar a ser el verdadero protagonista de su
historia.

Este gran movimiento de organización popular para
la participación se basa y se origina en la
modificación estructural de las relaciones de poder
derivada, precisamente, de leyes coma las de Reforma Agraria y
Comunidad Laboral. Porque no hay participación verdadera
sin poder económico, sin el acceso a la propiedad social,
al control también social de los medios de
producción. En otras palabras, la redistribución
estructural del poder económico hace posible la
organización popular autónoma para la
participación.

DE QUIÉNES

Somos claramente conscientes de la absoluta necesidad de
que el pueblo peruano participe de modo real en el proceso de su
revolución. En este sentido, el primer paso indispensable
es lograr la unidad profunda de pueblo y Fuerza Armada. Es
imperativo crear los mecanismos y las instituciones que hagan
posible esa participación popular sobre bases permanentes
y constructivas a fin de resolver por completo el fundamental
problema de la participación efectiva del pueblo en el
proceso revolucionario en términos de respaldo popular
masivo y organizado y no meramente de la simpatía de la
mayor parte de los peruanos a nivel individual. Esto
último tuvimos desde el instante en que se
evidenció el sentido revolucionario de las primeras
medidas que ejecutamos en cumplimiento del programa de gobierno
de la Fuerza Armada.

A nuestra revolución no le interesa la falsa
participación popular defendida por los políticos
tradicionales del viejo sistema. ¿Qué obtuvo el
pueblo, de permanente y efectivo, con salir frecuentemente a las
calles y plazas para aplaudir a unos y otros líderes
cargados de palabras y promesas que nunca fueron cumplidas desde
el poder? Esta no es la participación que la
Revolución Nacionalista necesita. Nuestra
revolución, que ha sabido encontrar hasta ahora sus
propias soluciones, está también resolviendo este
crucial problema sin emplear recetarios de nadie.

Esta revolución necesita el apoyo constante y la
efectiva participación del pueblo civil, hermanado con el
pueblo en armas que la inició hace seis años. El
Perú ya no puede seguir siendo el país donde el
pueblo fue el gran ausente en la gestión directriz de su
destino. Los legítimos derechos de obreros y campesinos
recién han empezado a ser reivindicados por la obra de
esta Revolución Nacionalista y Popular, al igual que los
derechos de los otros olvidados y ausentes de la gestión
directriz en el Perú: las mujeres, la juventud, los
intelectuales, los científicos, los artistas. Nosotros
queremos y estamos haciendo que la mujer peruana participe
dinámica y creadoramente en todas las tareas de la
transformación nacional. Que la mujer peruana ejercite la
responsable y plena libertad a que tiene derecho. Queremos que
nadie recorte sus derechos, que nadie olvide su papel decisivo
como eje del hogar, que nadie las relegue a segundo
plano.

La juventud debe representar la vigilante y creadora
conciencia de la Patria. De su energía y su idealismo esta
revolución espera un gran aporte. Queremos que nuestros
jóvenes, hombres y mujeres, comprendan que el proceso de
cambios que hoy vive el Perú debe significar para ellos la
gran oportunidad de abrir nuevos caminos y de plasmar en
realizaciones muy concretas sus sueños e ideales. No todo
será como ellos quieran. Pero el rumbo y el signo de esta
revolución responden claramente al sentido de sus
expectativas y sus anhelos. Y esto es lo que importa en la
historia.

Por la naturaleza misma de su vocación y su
trabajo, los artistas, los científicos y los intelectuales
fueron, en general, los críticos por excelencia del orden
tradicional en el Perú. Su obra reflejó la realidad
del país. Su sensibilidad los llevó o denunciar las
lacras del viejo sistema. Muchos de ellos por eso, estuvieron al
lado del pueblo en su lucha por la justicia y demandaron la
transformación del Perú.

Ahora esa transformación se está llevando
a cabo. Y la revolución necesita de los intelectuales, de
los hombres de ciencia y de los artistas. Porque ellos son
quienes expresan, fecundan y engrandecen la tradición y la
cultura de nuestro pueblo, cuya capacidad de creación debe
ser reivindicada, defendida, cultivada por la
revolución.

Esta revolución nació acaso en el momento
en que muchos de nosotros supimos que no podíamos ni
debíamos ser simples testigos indiferentes ante el dolor y
la vergüenza. Por eso nuestra revolución se hizo,
antes que para nadie, para los humildes y para los explotados.
Esta es su esencia de justicia, su verdadera raíz de
perennidad y de grandeza.

Poco importa que ignoren su sentido quienes no pueden
comprenderla porque nunca ha vivido la más
recóndita verdad del Perú, esa verdad que es la
vida misma de nuestro pueblo. Nuestra revolución, por
encima del escepticismo de los que saben mucho porque lo ignoran
todo, apela a la sabiduría de los que siempre fueron
olvidados, porque su sufrimiento les enseño muy bien
qué es lo que debe transformarse en nuestra Patria para
hacer de ella una patria de justicia. Por eso esta
revolución se basa en el respeto al verdadero pueblo del
Perú. Y reconoce el legado de vida, de muerte de sus
mejores hijos que antes de nosotros lucharon por un Perú
mejor.

En el fondo mismo de los grandes procesos que hacen la
historia de los pueblos, hay siempre una verdad esplendorosa y
simple que mueve a los hombres y los convierte en ejecutores de
un destino colectivo. Estamos en medio de un proceso
revolucionario que implica rehacer toda la realidad del mundo en
que nacimos. Estamos empeñados en forjar un nuevo
Perú. Todos pueden y deben tener un lugar de acción
en esta lucha del Perú. Los jóvenes, estudiantes y
trabajadores, porque este es un nuevo y creador momento de
nuestra historia que abre las puertas a todas los realizaciones
de su idealismo. Las madres del Perú, porque esta
revolución está labrando un mundo mejor paro sus
hijos. Los campesinos y obreros, porque en el Perú de hoy
la justicia social al fin empieza a ser un sueño
realizado. Los hombres y mujeres de la iglesia, de todas las
iglesias, porque por vez primera se esta reivindicando en el
Perú a los desheredados, a los que siempre sufrieron
hambre y sed de justicia. Los profesionales y empleados, porque
no obstante, todos los errores, al fin en el Perú existe
la posibilidad de que una profesión y un empleo sean mucho
más que una simple manera de ganarse la vida. Los
intelectuales, porque por encima de dogmas y de esquemas hoy se
ve claramente que estamos ya viviendo la etapa de las
transformaciones profundas que muchos de ellos preconizaron. Los
nuevos hombres de empresa para quienes la ganancia no es
botín, porque ellos deben ser no sólo los
forjadores de su riqueza sino de la riqueza de todos los
peruanos. Y, en fin, los disconformes que cuestionaron siempre el
orden tradicional de nuestra sociedad y los militantes de
partidos políticos que sin quererlo fueron
engañados, porque esta revolución recibe el legado
de su esperanza, la inquietud de su disconformidad, la simiente
de su sacrificio y de su muerte para hacer de todo esto la
raíz de su autenticidad y de su fe.

Nuestra misión es construir, no destruir. Nuestra
finalidad es la justicia, no la venganza. Nuestra consigna es
trabajar por el Perú en los campos, las fábricas,
las minas, los talleres, las oficinas, las universidades, las
escuelas.

Si queremos un nuevo Perú, todos tenemos que
construirlo con nuestro propio esfuerzo. Con gran sentido de
responsabilidad, de disciplina, de trabajo. En esta
revolución no tienen cabida los aprovechadores ni quienes
pueden creer que ha llegado la hora del desquite. Nuestra
Revolución y el revanchismo son incompatibles.

Quienes de veras aman al Perú deben unirse en
esta gran tarea de sacrificio y de trabajo que supone nuestra
revolución. Que quienes hasta ayer gozaron de privilegios
y de ventajas a expensas de un pueblo explotado, comprenden de
una vez que el Perú ya no puede vivir como hasta ayer lo
hizo; porque la explotación degrada no sólo al
explotado, sino el explotador. Que quienes antes de ahora
entregaron su fe y su lealtad a los que claramente hicieron burla
de ellas, comprendan que por encima de los grupos y partidos
está la causa de la nación peruana. Y que quienes
en la administración pública sirvieron a otros
gobiernos, comprendan que este es un gobierno diferente que
obedece a propósitos distintos. En consecuencia, quienes
trabajan en él deben ser, antes que nada, servidores del
pueblo, no servidores de los poderosos.

La desconfianza de los primeros momentos, el
escepticismo de algunos sectores populares y la verdadera
sorpresa de algunos sectores intelectuales, quienes no
podrían creer que éste fuera un proceso realmente
revolucionario, no tienen más sentido.

Ahora ya nadie puede sensatamente tener duda alguna
respecto al carácter auténticamente revolucionario
de nuestro movimiento. Posiblemente no todo lo que estamos
haciendo le puede parecer igualmente bueno y positivo a todo el
mundo. Las revoluciones sociales no son fenómenos de
unanimidad. Son procesos de grandes mayorías. Lo
fundamental es que en su conjunto y en su esencia el proceso sea
positivo, realista, bien orientado.

EL SINAMOS

Las reformas en la estructura económica de una
sociedad tienen, como es lógico, consecuencias decisivas
en términos sociales, políticos y culturales,
porque grandes sectores de ella empiezan ya a tener acceso a la
propiedad de los medios de producción, lo cual
amplía considerablemente sus posibilidades reales de
desarrollo integral y verdadero.

Un proceso así, puesto en marcha hace cinco
años por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada
del Perú, con la promulgación de la reforma agraria
está alterando de modo fundamental el panorama
político de nuestro país, vale decir, la estructura
total de poder en la sociedad peruana. Por ello, las reformas
económicas de la revolución deben ser consideradas
como medidas de movilización social. Sin ellos, cualquier
política de participación popular habría
sido infructuosa porque habría carecido de la
indispensable base de soporte económico sin la cual esa
participación es imposible. Por eso las reformas
básicas de la estructura económica tenían
que ser consideradas como prerrequisito para la iniciación
de una política sistemática de apoyo y
estímulo a lo participación popular, complemento
indispensable para garantizar la intervención de todos los
peruanos en los tareas del desarrollo nacional y en el
desenvolvimiento del proceso revolucionario.

No es nuestra intención propiciar la
formación de un partido político adicto al Gobierno
Revolucionario. Queremos contribuir a crear las condiciones que
hagan posible y estimulen la directa, efectiva y permanente
participación de todos los peruanos en el desarrollo de la
revolución. Tal participación encontrará sus
propias modalidades organizativas y sus propios mecanismos de
acción enteramente autónoma, más allá
del alcance de las corruptas dirigencias políticas
tradicionales que, invocando el nombre del pueblo, sólo
sirvieron para eternizar el poder de una envilecida
oligarquía.

Esta revolución aspira a que los hombres y
mujeres de todo el Perú participen en las decisiones de
distinto nivel que las afectan como miembros de una colectividad
determinada.

No queremos una participación manipulada, ni por
los politiqueros profesionales que siempre engañaron al
país, ni aún por este mismo gobierno que
está haciendo realidad esta revolución.

Por estas razones la creación del Sistema
Nacional de Apoyo a la Movilización Social no debe ser
considerada como el inicio de un proceso que, en realidad,
comenzó desde el instante mismo en que emprendimos las
grandes reformas económico-sociales de la
revolución, sino como el comienzo de una nueva etapa del
desarrollo nacional y del proceso revolucionario, cuya finalidad
es estimular la intervención del pueblo peruano, a
través de organizaciones autónomas, en todas las
tareas encaminadas a resolver los diversos problemas que afectan
a los hombres y mujeres del Perú como miembros de una
comunidad local y de una colectividad nacional.

Al crear SINAMOS el Gobierno de la Fuerza Armada no
tiene el propósito de formar un partido político.
Su creación constituye un paso fundamental, en la
política de estimular la participación
autónoma y libre del pueblo peruano en el proceso de
movilización social, entendido como transformación
de la estructura tradicional de poder en el
Perú.

SINAMOS es una de las instituciones básicas de la
revolución, porque sin la participación de todos
los peruanos en el esfuerzo creador de un nuevo ordenamiento
social, económico y político en el país, la
revolución no podrá culminar sus propósitos
fundamentales. Por eso mismo, SINAMOS deberá mantenerse
siempre como un organismo ágil, desburocratizado, en
profundo y dinámico contacto con los sectores populares
del país hacia cuya organización no manipuladora,
realmente democrática y libre, debe orientar sus mejores
esfuerzos. Todo esto representa una responsabilidad
verdaderamente decisiva para el futuro de la Revolución
Peruana. Y esa responsabilidad pone sobre sus integrantes el peso
de grandes deberes, de grandes obligaciones y de grandes
sacrificios. Por todo ello, SINAMOS debe ser también una
institución con gran sentido de mística y entrega a
la causa del pueblo peruano, capaz de dar el primer ejemplo de
los nuevos comportamientos que la revolución exige de sus
hombres. Esta tarea debe ser cumplida sobre la base de una
íntima coordinación de acciones y propósitos
con el resto de la administración pública. Desde
este punto de vista, SINAMOS debe representar un apoyo importante
a las acciones que los distintos ministerios cumplen en todos los
campos de la acción sectorial del Estado.

Partido,
sindicatos, y revolución

PLURALISMO, MILITANCIA Y PARTIDO

Entendemos por pluralismo ideológico el
reconocimiento del derecho que asiste a los ciudadanos de este
país de organizarse políticamente de manera
discordante de nuestra revolución. Y, por lo tanto, el
reconocimiento de la legitimidad de la existencia en el
Perú de varias organizaciones políticas,
llámense o no partidos que ataquen al proceso
revolucionario. Eso no significa que, dentro de la
revolución se manifiesten diferentes posiciones
ideológicos o políticas.

Representamos una posición coherente y singular,
tanto en la teoría como en la práctica. Y esa
posición es diferente a la de los partidos y grupos
políticos que operan libremente en el Perú,
atacando o apoyando a nuestra Revolución, cualquiera que
sea el grado o el sentido del ataque o de la defensa. La
Revolución Peruana es, por tanto, totalmente independiente
de todas las demás posiciones políticas con las
cuales inevitablemente, tienen una posición competitiva,
aunque no siempre de choque.

Se desprende de ello que es necesario diferenciar con
mucha claridad a aquéllos que militan en nuestra
Revolución de aquellos que lo apoyan o dicen apoyarla. Los
primeros asumen como suyas las posiciones ideológicas y
políticas de nuestra Revolución y se consideran,
por lo tanto, ideológica y políticamente aparte de
quienes siguen un rumbo diferente. Los segundos, partiendo de
fundamentos teóricos distintos y orientando también
su acción hacia otras metas, consideran que por varias
razones, tácticas o de otra índole, les conviene
expresar un determinado grado adhesión al proceso.
Igualmente, para quien haya militado políticamente antes
de ahora, nuestra posición significa que convertirse en
militante de nuestra Revolución implica, necesariamente,
abandonar su militancia anterior y su correspondiente
ideología. Porque militar en esta Revolución
significa no sólo apoyar las reformas que estamos
realizando, sino comprender y aceptar la posición
ideológica en que ellas se sustentan.

Por tanto, ser su militante implica militar en ella
también ideológicamente.

Queda claro por esto que, para aquéllos que ya
militaron en cualquiera de los partidos políticos peruanos
o pertenezcan a ellos en la actualidad, militar en nuestra
Revolución significará, necesariamente, la renuncia
a la militancia mantenida hasta ahora, a cambio de una nueva
postura ideológica y de un nuevo comportamiento
político. Si así no fuese, la militancia en nuestra
Revolución se convertiría en un conglomerado de
militancias dispares, lo que sin duda constituiría una
verdadera aberración teórica y práctica. En
otras palabras, la militancia en nuestra Revolución no
puede ser la suma de militancias diferentes de la nuestra y
deberá ser una militancia diferenciable, autónoma,
singular y propia.

No se infiere de aquí, que para la
Revolución Peruana sea inevitable formar un partido o un
movimiento con "estructura de partido". No estamos frente a un
"imperativo".

La esencia de una toma de posición participatoria
es incompatible con el significado real de un partido como
institución. Porque un partido político es un
instrumento de manipulación y concentración de
poder y no un mecanismo apto para transferir ese poder. Y, como
nuestra Revolución aspira a incentivar el proceso de
transferencia del poder político y económico a las
organizaciones sociales de base, su aspiración esencial
contradice medularmente el sentido y la finalidad de un partido
político, cuyo propósito es, por definición,
monopolizar el poder y ejercerlo a través de su burocracia
dirigente "en nombre del pueblo".

La organización de un partido, además,
reforzaría las tendencias autoritarias y
burocráticas propias de la sociedad tradicional,
acostumbrada a verticalismos dogmáticos que nosotros
queremos transformar. No es preciso agregar que todo eso
sería contrario al espíritu y a la esencia de
humanismo libertario y del participacionismo militante que
constituye mucho del fundamento de la Revolución
Peruana.

Por otro lado, un partido político conduce
inevitablemente al fraccionamiento y a la división de los
sectores populares, a los cuales, en su totalidad, se dirige
nuestra Revolución. Ella orienta, efectivamente su trabajo
permanente en el sentido de la plena satisfacción de todas
las aspiraciones de los sectores mayoritarios y tradicionalmente
marginados del Perú. Un fenómeno social de tan
amplia cobertura no puede expresarse adecuadamente en una
organización política que rompe y separa la unidad
de nuestro pueblo, en lucha por la liberación integral que
exige cohesión y no ruptura.

Finalmente, si la lejana meta a que aspiramos es
completar la transferencia de todas los dimensiones del poder a
las organizaciones autónomas de base que los peruanos
crearán para fundamentar una democracia social de
participación plena, ¿cómo podríamos
perturbar tan ambicioso y todavía lejano propósito
mediante la estructura de poder de un partido que,
inevitablemente, sería orientado en beneficio de un
pequeño número de dirigentes? La propia meta de
nuestra Revolución es incompatible con semejante
posibilidad. Por eso la Revolución Peruana debe siempre
mantenerse alerta ante el peligro que representan la
acción y la palabra de quienes quieren desviarla de su
ruta, su vocación y su destino verdaderos.

Esta es una Revolución auténticamente
peruana, nacional y autónoma. Y que nada ni nadie
logrará modificar su esencia y su camino. En el curso de
estos años hemos realizado una tarea fundamental en dos
ámbitos igualmente importantes. Uno es el de la efectiva
recuperación de nuestra soberanía nacional y la
realización de las grandes transformaciones socio-
económicas. Y otro, el de la fundamentación
teórica que nos separa clara y terminantemente de todas
las posiciones políticas tradicionales que corresponden
tanto al pro-capitalismo como al pro-comunismo. Siempre hemos
rechazado estas dos alternativas. Y lo seguiremos haciendo,
porque la verdad de nuestra Revolución no está ni
en uno ni en otro de esos campos.

La Revolución Peruana no puede hacer concesiones
teóricas o prácticas a esas dos posiciones
incompatibles con la nuestra. Por eso siempre hemos rechazado la
idea de expresar políticamente a nuestra Revolución
en un partido. Esta no es una tesis más. Es una
posición fundamental de la Revolución Peruana. Pero
como lo hemos señalado muchas veces, esta posición
no implica rechazar la idea de una organización
política en esencia distinta del partido.

No somos contrarios a la idea de que el respaldo popular
a la Revolución se organice políticamente. Sin
embargo, como no toda organización política es un
partido, puede encontrarse la manera de estructurar una
organización política de carácter no
partidario.

La expresión "organización
política" puede referirse tanto a una estructura
organizativa en el sentido más restrictivo del concepto,
cuanto a una constelación de instituciones
políticas surgidas desde la base y que en su conjunto
constituyen una nueva forma y una nueva realidad del Estado. De
lo primero hay ejemplos históricos. Y de lo segundo, no
requiere la intermediación de un partido como eje y centro
del poder.

Aquí, en gran parte el problema radica en que
mucha gente ha sido acostumbrada a creer que la única
organización política es el partido. Este es un
gran error. Por otro lado, todas las exigencias políticas
de una Revolución como la nuestra pueden ser satisfechas
sin necesidad de un partido. Es posible, por lo tanto, idear
formas organizativas capaces de mantener y garantizar el
carácter participacionista, esto os, verdaderamente
democrático, de nuestro Movimiento; carácter sin el
cual perdería su más profunda significación
histórica.

Tenemos, así que crear, que encontrar un nuevo
camino para resolver ese problema capital. Que eso sea
utópico, que nunca haya ocurrido en el Perú ni en
ninguna parte, es verdad. Pero eso nada prueba. Tampoco antes se
asistió a un caso comparable: que las Fuerzas Armadas de
un país del Tercer Mundo unidas, realizaran
pacíficamente una gran transformación social,
económica y política. Y, sin embargo, es eso lo que
está ocurriendo en el Perú desde hace seis
años.

PARTIDOS Y REVOLUCIÓN

Así como la Revolución Peruana representa
una alternativa al capitalismo por entero distinta de la
alternativa comunista, ella nada tiene en común con los
partidos políticos tradicionales del Perú, a los
que la tradición de su dirigencia ha llevado a convertir
en instrumentos reaccionarios al servicio de la plutocracia y del
imperialismo.

Somos algo sustantivamente nuevo en el escenario
político peruano. Nuestra base real de apoyo, nuestra
fuente verdadera de respaldo sólo puede encontrarse en los
sectores sociales que siempre vivieron económicamente
explotados por la derecha y políticamente explotados
también por las oligarquías partidarias que fueron
los monopolizadores del poder político en el Perú
tradicional.

Nuestra Revolución sólo tiene dos bases de
sustento: la Fuerza Armada del Perú, heredera de una
gloriosa tradición y de un glorioso origen en el
Ejército que nos hizo libres del dominio extranjero en el
alba de nuestra vida republicana; y la inmensa mayoría de
peruanos que integran las clases y sectores sociales que bien
poco o nada tuvieron que ver con la conducción de los
destinos del país en el pasado.

Este rumbo es claro. Esta posición es
inalterable. Sobre esta base nuestra revolución
ahondará su curso. Lejos de detenerse, avanzará.
Pero jamás para servir intereses políticos
distintos a los suyos. Ni para verse influida o colonizada por
planteamientos ideológicos que no son los nuestros ni
mucho menos para servir de paso transitorio a una supuesta
revolución en esencia distinta de la que estamos
construyendo.

Nuestra revolución mantiene independencia
absoluta con respecto a los partidos y las ideologías del
sistema político tradicional. Nada tiene que ver con
ninguno de esos partidos ni con ninguna de esas
ideologías.

La palmaria caducidad de las organizaciones
políticas de viejo cuño es cada vez más
evidente; ella heralda el ocaso definitivo de un sistema
político que en el pasado solo sirvió para mantener
intocadas las raíces del privilegio y la desigualdad que
nutrieron nuestro subdesarrollo y nuestra dependencia, y que hoy
resultan en demasía estériles para enfrentar el
reto del futuro.

La obsolescencia de las viejas estructuras de la
política tradicional ocurre en un clima de absoluta
libertad ciudadana, también sin parangón en nuestra
historia. Esas organizaciones políticas, que sirvieron en
definitiva a los intereses de los grupos dominantes del
país, languidecen y mueren porque, en verdad, no tienen ya
razón de ser; porque sus vitalicias argollas dirigentes
abandonaron ideales y traicionaron a su propio pueblo; porque se
unieron al carro fulgurante y efímero de los poderosos del
dinero porque la incontrastable, esplendorosa y permanente
realidad de la revolución los torna inevitablemente
inútiles.

La obra de la revolución es en parte la que esas
dirigencias jamás cumplieron. Es falso que los partidos
que gobernaron antes de Octubre de 1968 no pudieron realizar sus
programas por interferencia de la Fuerza Armada. Si esos partidos
políticos hubieran solucionado los grandes problemas
sociales y económicos del Perú, no habríamos
intervenido. Lo hicimos para darle al Perú el liderazgo
revolucionario capaz de realizar las transformaciones que eran
indispensables para resolver sus problemas fundamentales. Hoy se
ve con claridad que esa tarea revolucionaria no podía ser
realizada por dirigencias políticas irremediablemente
entregadas a grupos tradicionales de poder. Porque en tanto se
conciban las organizaciones políticas como instrumento de
poder al servicio de camarillas dirigentes, en tanto esas
organizaciones obedezcan a una concepción
oligárquica que monopolizan eternamente el poder de
decisión en dirigentes no surgidos de las bases populares,
y en tanto tales bases no participen de manera real en la
conducción y en las decisiones de los movimientos
políticos organizados, éstos jamás
podrán responder a las necesidades verdaderas del pueblo y
continuarán siendo, en realidad, mecanismos de
suplantación de la voluntad popular.

SINDICATOS Y REVOLUCIÓN

Las dirigencias sindicales establecidas responden en la
mayoría de los casos a los dictados de dirigencias
partidarias que difícilmente podrían mirar con
buenos ojos un proceso revolucionario que no responde ni a su
orientación ni a su influencia. Los grupos que hasta hoy
dominan la estructura tradicional de los organismos sindicales no
comprenden, en realidad, el sentido del proceso revolucionario
peruano ni comparten su orientación y su filosofía.
Frecuentemente, por tanto, actúan como verdaderos agentes
provocadores y caen en el juego de los enemigos declarados de la
revolución. Son instrumentos en la campaña
reaccionaria y pro-imperialista que persigue vulnerar las bases
de sustentación económica de cuya solidez y
eficiencia depende en gran parte el futuro de la
revolución.

Nosotros no estamos contra los sindicatos. Estos
continúan y continuarán existiendo, pero a medida
que avance el proceso revolucionario, las relaciones de propiedad
y producción irán modificándose de manera
tan clara que los trabajadores llegarán a considerar
necesaria la redefinición y la reorientación de los
sindicatos. Este será un fenómeno gradual pero, a
nuestro juicio, inevitable que sin embargo no implica, en forma
alguna, la desaparición de las organizaciones
sindicales.

El sindicato tiene que convertirse en instrumento
constructivo de acción de los trabajadores, en la
conducción de sus centros de trabajo. El sindicato debe
canalizar la acción organizada de los trabajadores para
participar responsablemente en el éxito de la
revolución.

El sindicato tiene que definir un nuevo tipo de
existencia y asumir un nuevo papel en la vida económica
del país.

Tiene que ser instrumento director de la
acción constructiva de los trabaja dores en el manejo de
sus propias empresas. Esto de ninguna manera es mantener una
posición antisindical como interesadamente sostienen
quienes no comprenden o aparentan no comprender la verdad de las
cosas.

Universidad
y revolución

LA CONSTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD

Nuestra obra de hoy forma parte entrañable de la
tradición libertaria de nuestro pueblo, de esa
tradición a la que nunca han sido en realidad
extrañas la juventud y la inteligencia.

La obra truncada de hace siglo y medio debe ser
completada, ese es nuestro compromiso ante el pueblo peruano, por
eso, nuestra voz no es la voz mediatizada de la complicidad del
poder público con los intereses de quienes siempre nos
dominaron como nación. Es la voz alta y firme de un
gobierno que ha empezado la transformación total de
nuestra sociedad.

La Universidad estuvo presente en la lucha de nuestra
primera independencia, que quiso ser no sólo independencia
de la metrópoli española sino también
independencia "de cualquier otra nación extranjera", como
reza el texto del Acta que suscribiera en 1821. Y ahora la
Universidad no puede estar ausente en la construcción
revolucionaria de una sociedad realmente emancipada.

Nada hay en realidad que justifique la separación
históricamente suicida, entre quienes en el fondo buscamos
un mismo destino para el Perú; que llegue a ser profunda y
verazmente un pueblo emancipado en todas las dimensiones de su
vida.

La Universidad ha sido el crisol del que surgieron
algunas de las grandes inquietudes libertarias del Perú
que hicieron posible la conquista de su primera independencia. Y
hoy ella no puede renegar de lo que está en la
médula de su propia tradición. Mucho de la
universidad supo mantener siempre fiel a esa vocación de
su destino. Pero como institución, no pudo sustraerse el
efecto de las tendencias históricas que hicieron de
nuestra vida republicana un constante alejarse de los grandes
ideales que signaron el primer movimiento independentista de
nuestra patria. Y si bien idéntico fue el sino de las
demás instituciones republicanas, nadie podría con
justicia decir que la inteligencia y la juventud del Perú
estuvieron ausentes del quehacer y el anhelo jamás
olvidado de nuestro pueblo por su efectiva libertad, de su
constante brego en pos de lo justicia.

Y esto empezó a ser más realidad que nunca
cuando la universidad abandonó su viejo carácter
oligárquico para convertirse en centro de trabajo
intelectual abierto a grupos sociales de extracción
popular, cuando llegar a ello dejó en mucho de ser el
privilegio de un reducido sector de nuestra juventud. Y cuando,
de este modo, el perfil de su composición social
cambió radicalmente en el curso de las últimas
décadas. Desde este punto de vista crucialmente
importante, nuestra universidad ha llegado a ser más
auténticamente peruana que en ningún otro momento
de su historia. Y esto explica mucho de la rebeldía de su
juventud. Porque hoy los universitarios, en su mayoría,
vienen de hogares humildes, de las clases explotadas, en una
palabra: el pueblo. Y este fenómeno forma parte de un
vasto cambio institucional en otras esferas de la vida del
país que ha contribuido a modificar de manera muy
importante nuestra fisonomía como
nación.

La juventud y la inteligencia no pueden
permanecer al margen de una tarea así. Nuestro compromiso
de luchar por la transformación profunda del Perú
no es resultado de la improvisación ni el acaso. Es
razonada y genuina convicción. Hemos iniciado un proceso
que debe conducir a cancelar todas las formas de
dominación interna y la tradicional subordinación
del Perú a los intereses económicos
foráneos. Y no seguir las pautas de la literatura
revolucionaria tradicional, en nada disminuye la autenticidad de
nuestra posición.

Como proceso hondamente vital, esta
revolución habrá de continuar
perfeccionándose para ser cada día más
profunda y mejor. Construirán su curso quiénes la
hagan suya, quienes pongan su vida en el diario quehacer que ella
reclama y quienes estén dispuestos a muchos sacrificios
por su causa. Sabemos que hoy dista mucho de ser realidad
procesal, la posibilidad de su constante perfeccionamiento forma
porte vital de su significado y su existencia.

CRÍTICA Y DISCREPANCIA

No requerimos ni deseamos una acción obsecuente y
ciega. La crítica y la discrepancia son parte importante
de este proceso revolucionario que queremos mantener alejado de
todo dogmatismo. Esta revolución quiere hacer y hace
docencia política en el esfuerzo diario de su
construcción. Hemos desenmascarado la farsa de una
democracia liberal al servicio de los poderosos. Hemos abierto al
pueblo, por vez primera, el cambio de su propia
realización. Rechazamos el caudillismo y rechazamos la
sectorización. Queremos contribuir a que sea posible en el
Perú la participación auténtica y el
verdadero diálogo. Y para lograrlo, hemos empezado las
grandes reformas estructurales que permitan afianzar la justicia
social, base de la genuina libertad.

Nada de esto es fácil en el terreno concreto de
las realizaciones. Es decir, en la tarea misma de la
construcción revolucionaria. No todo puede hacerse
repentinamente, ni todo puede resolverse con palabras. El
esfuerzo de conducir una revolución y realizarla es
extremadamente difícil y complejo. Por eso pedimos la
comprensión, la crítica, la cooperación de
quienes sientan, al igual que nosotros, que es preciso lograr la
transformación de nuestra sociedad. Lo único que
nos parece inaceptable es el inmovilismo y la pasividad, la
inacción cómplice que enmascara el deseo soterrado
de que las cosas sigan igual en el Perú. Una
revolución no se hace desde los cafetines, ni a
través de la estéril rencilla faccional que
sólo puede favorecer a sus adversarios, es decir, a
quienes siempre defendieron causas antipopulares.

Queremos una universidad que sea parte vital de la
nación peruana, centro de investigación y de
trabajo, que contribuya al verdadero conocimiento del Perú
y sus problemas, que forme hombres y mujeres capaces de construir
el Perú en las fábricas, en el campo, en la
industria, en la siderúrgica, en la escuela, en las minas,
en el laboratorio, en el taller, y en la propia universidad. El
Perú necesita una universidad de esfuerzo y de trabajo,
donde la inquietud política, derecho irrenunciable de
quien quiere ser libre, jamás sea entendida como
sinónimo de ese verbalismo pueril detrás del cual
se ocultan a menudo la ineficacia, la irresponsabilidad y el
escapismo.

El Perú no necesita aristocracias intelectuales y
mucho menos seudointelectuales. La procacidad y el insulto
elevados a la categoría de arma política, no son
expresión de inteligencia sino de torpeza; no son recurso
de revolucionarios, sino del oscurantismo de personalidades
psicopáticas o irremediablemente reaccionarias; ni son,
por último, manifestación de valentía y de
fortaleza, sino precisamente de todo lo contrario. Nuestro pueblo
no debería perder el respeto por su universidad, pero
indudablemente esto puede ocurrir si empecinadamente ella
continúa viviendo de espaldas al país y creyendo
que el mundo gira en su torno.

Es preciso que esta revolución sea
constantemente analizada no sólo por el pueblo sino por
sus instituciones representativas. Como toda obra de gran aliento
histórico, nuestra revolución demanda un tesonero y
valeroso esfuerzo permanente de crítica y de examen que
garanticen su lozanía y su vigor, su constante aptitud
creadora, su libérrima voluntad de mantenerse siempre
abierta al análisis y a todos los aportes y las
rectificaciones que afiancen su sentido de tarea profundamente
transformadora. No de otro modo podría esta
revolución ser hoy y siempre hondamente leal a nuestro
pueblo, fiel a su esencia libertadora y verdaderamente
democrática. De todos los riesgos que encontraremos en el
futuro ninguno será mayor que el dejar de ser proceso
perpetuamente renovado, obra perfectible de un pueblo,
empeño altruista de plasmar un ideal superior de sociedad
y de hombre. Los intelectuales y los estudiantes, tienen la
palabra, pero frente a lo que decidan hacer, nuestro pueblo
tendrá también la suya. Y ella será voz de
nuestra historia, inapelable y clara, que a todos nos dirá
si fuimos capaces de comprender el significado más
profundo del momento que hoy vive nuestra patria.

CRISIS, NUEVA LEY Y PARTICIPACIÓN REAL

La crisis de la universidad forma parte de la crisis
total del Perú que la revolución ha empezado a
superar. Pero que nadie se oculte tras el engaño de creer
que la propia universidad no es paralelamente responsable de
ella. Los problemas empiezan a resolverse cuando se reconoce su
existencia. Y en este caso, los problemas de la universidad
sólo serán resueltos cuando los propios hombres que
la integran acepten con madurez y valentía la
responsabilidad que les atañe por la continuación
de esos problemas.

Por nuestra parte, reconocemos las limitaciones y fallas
de la legislación universitaria que dimos nosotros mismos
en un momento inicial del proceso revolucionario. Por saber
reconocerlo es que estamos dispuestos a superarlos. Planteada la
problemática global de la reforma educativa, todos los
aspectos del fenómeno educacional están
comprendidos dentro de los alcances de la Ley General de
Educación. Esa ley normará también la
educación en las universidades.

Mantendremos el más amplio respeto a la
autonomía de la Universidad Peruana, a la libertad de
pensamiento y a la misión científica que la
universidad debe tener en el Perú. Y consecuentes con la
orientación principista de nuestra revolución, que
aspira a concretar en el Perú la realidad de una
democracia social de participación plena, la nueva Ley
General de Educación consagra la participación del
estudiantado en todos los niveles de la vida
universitaria.

Todo esto habrá de significar para los
estudiantes el consciente adiestramiento de una amplia capacidad
de decisión. Intervendrán en todo lo que
atañe a la vida de la universidad, en el planteamiento y
en la solución de todos sus problemas, en la
concepción y en la ejecución de todas sus tareas.
Que tal es el sentido verdadero de una auténtica y
constructiva política universitaria. El grito y la
diatriba, la agresión infecunda y el insulto que nada
construye, habrán de ceder paso el ejercicio responsable
de una libertad plena para la cual el trabajo, el estudio y la
dedicación sean su verdadero fundamento, al par que el
fecundo idealismo de esa inconformidad en la que siempre se han
nutrido las grandes creaciones de los hombres.

Todo esto es lo que nosotros proponemos como la base de
una nueva relación con la universidad y como el punto de
partida para la cooperación y el trabajo conjunto de
intelectuales y soldados de la revolución. Huelga decir
que aquí no habrá cabida para ninguna
manifestación de política represiva. No
pretendemos, ni debe pretenderse nunca, que a cada quien sea
preciso decirle lo que tiene que hacer. Tal domesticación
de la juventud sólo es posible dentro de un totalitarismo
reaccionario. Nuestra revolución, absolutamente ajena a
cuanto esa posición puede significar, apela a la capacidad
creadora, a la voluntad, al esfuerzo de los jóvenes para
que participen en la inmensa y difícil tarea de organizar
una nueva sociedad en el Perú.

Queremos estudiantes capaces, preparados para contribuir
al desarrollo de las transformaciones sociales y
económicas de nuestro pueblo. Jóvenes comprometidos
con una doble tarea impostergable: la de sentirse verdaderamente
solidarios con el destino de los humildes y la de prepararse para
dar a esa solidaridad una continuidad constructiva verdaderamente
eficaz. No queremos por tanto ni que los estudiantes se limiten a
estudiar sin interesarse por lo que pasa con el pueblo, ni que
dejen de estudiar, en la convicción pueril de que la
revolución se hace con gritos.

Los universitarios deben de darse cuenta de la absoluta
inseparabilidad de esas dos dimensiones de su compromiso con el
Perú, la de percibir su responsabilidad directa por la
causa liberadora de nuestro pueblo y la de prepararse para
asumirla.

UNIVERSIDAD Y HETERODOXÍA

Un proceso de veras revolucionario, implica centralmente
la siempre renovada capacidad de creación en todos los
campos del actuar. Y esto supone, necesariamente, capacidad de
repensar y cuestionar los enfoques que tuvieron alguna validez y
alguna utilidad en el pasado. La revolución recién
empezada en el Perú, impone la necesidad de trastocar por
entero esquemas de pensamiento y formas de razonar acerca de una
realidad que estamos modificando día a
día.

Todo esto supone, también necesariamente,
capacidad de encontrar nueva significación en los
elementos de esta realidad que la revolución altera de
manera sustantiva y que, por lo tanto, plantea nuevos problemas
para cuya solución y respuesta las perspectivas de
interpretación heredadas del pasado resultan por
demás insuficientes. Pero una revolución como la
nuestra no solamente implica permanente actitud creadora. Implica
también ser capaz de prever y adelantarse a las exigencias
y demandas que cada nuevo día traerá
consigo.

De aquí que resulte inevitable estudiar e
investigar las proyecciones y los efectos de todo cuanto la
revolución realice en el Perú. Porque si de algo
debemos tener conciencia, es de que cada obra de la
revolución ha de dejar su huella profunda en el porvenir.
Cuando se conduce la transformación de una sociedad, es
decir, cuando realmente se está haciendo su historia, no
hay neutralidad posible, no hay tampoco acciones o inacciones
valorativas o históricamente neutras. Porque como en
cualquier tarea del hombre, en la revolución las
posiciones se fijan por acción o por
inacción.

Por eso es que cuanto hagamos o dejemos de hacer ha de
tener consecuencias, buenas o malas, para el Perú que
heredarán nuestros hijos. Y sólo teniendo profunda
conciencia de esta trascendental responsabilidad de la
revolución, podremos en verdad, ser conscientes
también de la necesidad de mirar a fondo esta cambiante
realidad para encontrar en ella sus nuevas preguntas y en
nosotros sus nuevas respuestas.

La comprensión profunda de nuestra
revolución social, solo puede lograrse a partir del
conocimiento cabal de los propósitos fundamentales de
nuestro movimiento. Y sólo, podremos estar seguros del
rumbo que seguimos en la medida en que cada paso nuestro
esté basado en el conocimiento que sólo puede
surgir de su investigación y de su estudio. Es esa base de
conocimiento la que nos permitirá otear con certidumbre el
horizonte, prever y adelantarnos en la medida de lo humanamente
posible a los grandes acontecimientos del futuro. No existe
posibilidad de comprender lo que está ocurriendo en el
Perú si no es a partir del reconocimiento
explícito, de que comprender un proceso revolucionario
implica estar dispuesto a modificar sustancialmente los esquemas
mentales del pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas
sólo pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas
también Y esto es algo extremadamente difícil de
lograr. Porque sobre cada uno de nosotros gravita la forma
tradicional de pensar acerca de los hechos de la realidad y,
además, las normas de valor que antes sirvieron para
orientar nuestra conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es
que ante los cambios que toda revolución trae consigo
surgen, principalmente en los grupos conservadores de la
sociedad, incertidumbres que constituyen terreno propicio para la
acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta
a crear un clima de temor en base a la constante
distorsión de los hechos de la realidad y de las
intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de
resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo
que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y
de grupo. Aquí es donde se nutre la acción
corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la
revolución necesariamente tiene que afectar si quiere
cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.

El Perú de hoy precisa de una Universidad y una
ciencia profundamente enraizadas en la convicción de que
nuestro pueblo necesita, hoy más que, nunca, nuevos
horizontes de pensamiento para garantizar mejor los nuevos
horizontes de su acción.

Prensa y
revolución

LA DISTORSIÓN DE LA VERDAD

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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