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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 6)




Enviado por rubèn ramos



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

La prédica confusionista de los enemigos de la
Revolución ha tenido hasta hoy, y habría de
continuar teniendo, por algún tiempo, la ventaja de actuar
en un medio caracterizado no sólo por la
desinformación doctrinaria e ideológica de grandes
sectores, sino también, por la permanente
distorsión de la verdad llevada a cabo por los
órganos periodísticos que defienden los intereses
económicos de la derecha, hoy afectada por la
Revolución. Esos órganos periodísticos han
trabado el desarrollo cultural del Perú; han falseado
fundamentales cuestiones históricas o ideológicas;
han satanizado determinadas expresiones y temáticas que en
países más cultos son libremente usadas y
discutidas; y han pervertido la semántica política
al deformar y ocultar deliberadamente el aporte de ideas y de
hombres sin cuya contribución el acervo cultural del mundo
no sería tal como lo reconocen los hombres civilizados de
otros pueblos.

Esos órganos periodísticos son en gran
parte responsables de la intolerancia, el oscurantismo y el
desconocimiento que hoy campean en el trato que
públicamente se da en el Perú a temas y conceptos
ideológicos y políticos cuya importancia en
cruciales momentos de cambio social justificaría que
fuesen enfocados y tratados con mucho mayor respeto por la verdad
y la honradez. Es precisamente al amparo de esta situación
que en .algunos círculos prospera la distorsión que
nuestros adversarios hacen de la naturaleza y los fines del
proceso revolucionario.

HACIA UNA AUTÉNTICA LIBERTAD DE
EXPRESIÓN

La nueva legislación sobre la prensa escrita
sienta las bases permanentes de la auténtica libertad de
expresión en el Perú. Establece un claro distingo
entre los diarios de circulación nacional y todos los
otros órganos de prensa que se publican en el país.
Para estos últimos, no introduce modificaciones
sustanciales. Pero para los primeros, es decir, para los seis
diarios no estatales que se editan en la capital de la
República, plantea una profunda alteración de
estatus y régimen de propiedad. Obedeciendo a la letra y
al espíritu del Plan de Gobierno de la Fuerza Armada,
todos ellos han sido expropiados y su propiedad transferida a los
más significativos sectores sociales organizados del
país.

De la misma manera que dentro de un esquema pluralista,
la Revolución favorece las formas sociales de propiedad de
los medios de producción, ella favorece también el
predominio de esas formas en la propiedad de los medios de
comunicación masiva.

De otro lado, así como consideramos lesivo para
el país el monopolio privado o estatal del poder
económico, también consideramos lesivo un similar
monopolio do ese otro poder inmenso que genera el control
absoluto de los medios de información.

Finalmente, del mismo modo que una sociedad de
participación sólo puede construirse sobre una
economía de participatoria, también una sociedad de
participación que es una sociedad de veras
democrática sólo puede construirse cuando las
formas democráticas y participatorias prevalecen en el
ámbito decisivo de la información.

Esta decisiva medida de la Revolución, al igual,
que todas sus otras grandes transformaciones, forma parte del
Plan de Gobierno que el país conoce y que la Fuerza
Armada, unitaria e institucionalmente, se comprometió a
cumplir el 3 de Octubre de 1968.

A partir de ella debe surgir un nuevo periodismo en el
Perú. Un periodismo de veras nacional, defensor de los
intereses y la soberanía de nuestra Patria; no de lucro;
no de lucro, sino de servicio auténticamente independiente
de todo poder que lo desnaturalice o prostituya; firme, pero
responsable en su crítica y en el señalamiento de
su necesaria y bienvenida discrepancia; forjador de una
conciencia nacional de veras libre y culta; abierto a todas las
corrientes del pensamiento, de la ciencia y del arte; consciente
de su inmensa responsabilidad educacional e informativa:
antidogmático, tolerante y ajeno a todos los sectarismos;
impulsor permanente del desarrollo cultural de la Nación;
constante paradigma de honradez, fiel expresión de lo que
siente y piensa nuestro pueblo; defensor de todas sus causas de
justicia y guardián infatigable de su verdadera
libertad.

Un periodismo así nunca hubo en el Perú.
Aquí jamás existió genuina libertad de
prensa. Lo que el país conoció fue apenas libertad
de empresa y voceros de familias y grupos; nunca del pueblo,
jamás de la Nación. Por eso, hasta las
páginas de los grandes diarios no llegó la voz
auténtica del pueblo para plantear sus problemas y
defender sus reclamos de justicia.

Más aún, esa "prensa grande" casi siempre
defendió intereses foráneos. Las causas populares y
los intereses del Perú casi nunca motivaron su principal
preocupación. Por eso fue uno de los baluartes del viejo
poder tradicional, instrumento político al servicio de
grupos nacionales y extranjeros empeñados en detener el
desarrollo real de nuestro pueblo.

¿Puede hablarse de verdadera libertad de
expresión cuando los grandes diarios sólo
estuvieron en manos de los poderosos, de los mismos que siempre
controlaron todo en nuestra Patria?

En el Perú hubo diarios de banqueros. Diarios de
exportadores. Diarios de los grandes comerciantes. Diarios de
latifundistas. Diarios de los pesqueros. Y cada uno de ellos
sirvió para defender los intereses de sus dueños y
grupos dominantes. ¿Puede ser esto libertad de
expresión?

¿Puede hablarse de libertad de expresión
cuando los campesinos, los profesionales, los obreros, los
educadores, los auténticos empresarios nacionales, los
intelectuales, los artistas, los empleados, jamás tuvieron
manera alguna de exponer sus puntos de vista ante todo el
país?

Esta fue la realidad de la prensa y de la libertad de
expresión en el Perú. ¿Podemos olvidarlo?
Todo esto llega ahora a su fin. Uno de los últimos
baluartes de la plutocracia reaccionaria ha sido derribado.
Jamás resurgirá.

Lo anterior de ninguna manera significa que esos diarios
traten únicamente los asuntos y problemas directamente
vinculados a sectores sociales a quienes se transfieren. Nuevos
en su espíritu fundamental, ellos deben ser instrumento de
servicio informativo y cultural para toda lo sociedad. En modo
alguno, periódicos cerrados a la exclusividad de intereses
de ningún grupo por amplio que sea.

Esta reforma estructural contribuirá de manera
muy importante a sentar las bases de una cultura pluralista,
democrática y creadora en el Perú. Y e este
sentido, somos conscientes de la enorme trascendencia que tiene
para este fin el desarrollo de una verdadera libertad de
expresión, fundamento vital de esa nueva cultura. Esta
libertad es uno de los ideales más altos de la humanidad y
una de sus más grandes conquistas históricas.
Jamás debe ser sacrificada. Por el contrario, debe ser
siempre ampliada y respaldada.

La nueva ley no implica en forma alguna eliminar la
discrepancia y así favorecer la existencia de una prensa
cautiva del poder. Sabemos muy bien que la libertad de
expresión básicamente entraña respeto por
las ideas distintas a las nuestras. Este respeto es consustancial
a la finalidad de la Revolución Peruana que busca forjar
una nueva conciencia colectiva participacionista y
libre.

Por tanto, la crítica y la discrepancia
deberán seguir existiendo en el nuevo ordenamiento de la
prensa escrita, pero como expresión auténtica de
los grandes grupos sociales organizados que constituyen la
Nación Peruana. Aquí radica mucho de lo
trascendental de la reforma. Ya no serán, entonces la
discrepancia y la crítica de cerrados grupos de poder y
privilegio, sino la de quienes son, en verdadero análisis
el pueblo mismo del Perú voz y conciencia de la
Patria.

Moralización y
moralidad

La moralización pública es un proceso que
necesariamente ha tenido que desenvolverse dentro de cauces
legales no siempre propicios para la efectiva aplicación
de la justicia.

Fueron innumerables los caminos por los cuales en el
pasado se cometieron actos de inmoralidad en agravio del
Estado.

En la conciencia ciudadano está muy clara la
convicción de que antes no siempre hubo honradez en las
esferas públicas.

Virtualmente imposible de ser detectadas y probadas de
acuerdo al texto de la legislación vigente, innumerables
delitos, entre ellos los del contrabando, no han recibido el
castigo que merecían. Sólo el rechazo y la
sanción moral de la ciudadanía han recaído,
hasta el momento, sobre quienes defraudaron una confianza que
jamás merecieron. Pero hoy otra dimensión de la
moralidad que el país por tanto tiempo reclamó: lo
honradez de sus gobernantes. Este no es un gobierno de
prevaricadores. Y el pueblo lo sabe. Dentro de nosotros quien
delinca será sancionado. Sabemos muy bien el gran
daño que se hizo a este país al hundirlo en una
profunda crisis moral.

Sin embargo, el Perú se recuperó para
llegar a ser, por siempre, un país orgulloso de
gobernantes a quienes sienta suyos porque los sabe
honrados.

No por menos espectacular ésta es tarea menos
significativa. Seguiremos en ella porque la consideramos vital
para los intereses del Perú.

UNA NATURALEZA INSTITUCIONAL DISTINTA

Nosotros no estamos interesados simplemente en mejorar
las condiciones del país, sino en cambiarlas; no estamos
en favor de solamente modernizar las relaciones entre los
distintos grupos sociales del Perú, sino en
transformarlas. Queremos en una palabra, romper con el pasado y
construir una sociedad que en esencia sea diferente a la sociedad
tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la
calidad, la naturaleza de las instituciones del
país.

Cada día comprendemos mejor que estamos creando
nuevas instituciones sociales y económicas, que responden
solamente a la inspiración de un humanismo revolucionario
surgido de las propias entrañas del
Perú.

La grandeza de las instituciones depende en gran medida
de la entrega personal de los hombres que las forman, les dan
continuidad y las hacen perdurables.

En una situación así la misión de
instituciones se hace doblemente difícil. Toda
transformación profunda obliga a redefinir el concepto
tradicional del orden público porque al reformar las
viejas estructuras económicas inevitablemente surgen
tensiones y conflictos entre los grupos sociales afectados por
los cambios que la revolución introduce en la
sociedad.

Para el ordenamiento tradicional del Perú el
problema consistía en mantener la condición de
privilegios de los pocos frente a la desventaja de los muchos. En
un proceso de transformaciones profundas el problema consiste,
por el contrario, en modificar radicalmente aquel ordenamiento
para reemplazar una situación de injusticia por otra
dentro de la cual desaparezcan todos los privilegios. Si en la
primera situación los conceptos de ley, justicia y orden
se definieron en provecho de quienes detentaban el monopolio de
la riqueza y el poder, en la segunda tales conceptos tienen que
ser reinterpretados para reivindicarlos como la esencia normativa
de un nuevo tipo de relación social.

Lo anterior demanda la permanente
revisión de nuestro comportamiento. Porque todas las
instituciones del país deben ahora servir a un
propósito muy diferente de aquél al que sirvieron
en el pasado. Ellas ya no deben ser más los instrumentos
de defensa de interesas de grupo, sino los instrumentos de
garantía para mantener y perfeccionar un orden de
justicia. Las leyes revolucionarias que este gobierno ha dado son
leyes que, favorecen a las grandes mayorías de peruanos.
En la medida en que esto es así tales leyes necesariamente
afectan los intereses de quienes siempre tuvieron el control de
todos los niveles de poder. Esas leyes están determinando
el surgimiento de un nuevo orden social. Y es a ese nuevo orden
social que nuestras instituciones deben servir.

Si esta revolución se está haciendo para
el pueblo, nuestras instituciones, por encima de todo, deben
servir su causa.

Lo anterior no significa que actuemos con arbitrariedad
y en ignorancia de los derechos de ningún peruano. No
queremos ni debemos reemplazar la discriminación y la
injusticia contra los más por la discriminación y
la injusticia contra los menos. Se trata de comprender que un
ordenamiento social verdaderamente justo supone necesariamente
acabar para siempre con todos los privilegios. Porque perder un
privilegio no es perder un derecho. Es restablecer el imperio de
una justicia que jamás debió ser
violada.

La aplicación de todo lo anterior demanda de
nosotros cambios radicales de comportamiento y de actitud.
Sabemos muy bien cuán difícil es lograrlos. En el
Perú todos estuvimos acostumbrados a que se pisotearan los
derechos de los indefensos y los humildes. Ellos mismo estuvieron
también acostumbrados a que eso fuera así.
¿Por qué habríamos de esperar que quienes
siempre fueron maltratados comprendieran súbitamente que
esto ya ha empezado a dejar de ser cierto? El descubrimiento de
una nueva verdad no se improvisa. Pasará mucho tiempo
antes de que el pueblo comprenda cabalmente que hay un nuevo
Perú en el que los derechos de los humildes empiezan a
respetarse. Y pasará mucho tiempo antes de que los
poderosos de ayer terminen de comprender también esta
verdad. Pero de nosotros depende que este proceso de aprendizaje
sea menos prolongado. Porque de nuestros actos dependerá
en gran parte que unos y otros comprendan que las cosas han
cambiado en el Perú, que la justicia ya no es burla para
servir a los poderosos y que la ley es una para todos los
peruanos.

Si nuestra revolución aspira a crear una sociedad
justa de hombres libres, es preciso que todos aprendamos a
reconocer el derecho al desacuerdo y a la crítica. Y
nuestras instituciones deben respetar ese derecho, aún a
riesgo de que algunos no comprendan esta actitud. Pero
también debemos estar preparados para defender la obra que
estamos realizando, especialmente ahora cuando frente al avance
victorioso de la revolución nuestros adversarios
parecieran unirse en el propósito de entorpecer su
marcha.

UNA JUSTICIA ÁGIL Y VERÁZ

Uno de los males más enraizados del
Perú fue la lenta y defectuosa administración de
justicia. El antiguo Poder Judicial fue verdaderamente el
símbolo de la decrepitud y la insensibilidad de todo el
orden social establecido. Por eso, y respondiendo a un verdadero
clamar de la ciudadanía, el Gobierno Revolucionario
decidió iniciar su reforma, a fin de devolver la
independencia, la majestad y la limpieza que había
perdido.

Nosotros dimos al poder judicial la
autonomía que antes nunca tuvo. Sin embargo, debemos
advertir una dificultad.

Amparados en esa autonomía, algunos
magistrados, en todos los niveles de la administración de
justicia, proceden como antaño. Burlan la ley al retardar
su efecto. Burlan su espíritu mediante un cínico y
desmesurado respeto por su letra. Apelan a todos los recursos que
hacen posible un procedimiento en apariencia legal, pero
profundamente inmoral e injusto. El Gobierno Revolucionario no
puede tolerar por más tiempo una situación
así. Porque la política de moralización no
puede avanzar mientras existan magistrados que, en los hechos,
protegen la inmoralidad y la verdadera delincuencia de quienes
disponen de medios económicos para burlar la justicia. Una
revolución, no puede detenerse ante formalidades
legalistas.

Nuestro compromiso es con la justicia. No
con la leguleyería que muchas veces permite traficar con
las causas justas y proteger las injusticias.

La reforma comenzó por la
remoción de casi la totalidad de los miembros de la
antigua Corte Suprema, tribunal que una vez reconstituido
procedió a la reorganización de los demás
tribunales y juzgados de la República. En el futuro la
elección de los magistrados es responsabilidad del Consejo
Nacional de Justicia independiente de los Poderes del Estado.
Así se podrá garantizar no sólo la idoneidad
de quienes administren justicia. Ya no será la influencia
política sino la capacidad y la honradez los criterios que
primen en la selección de los magistrados
peruanos.

La reforma del Poder Judicial debe
continuar hasta lograr sus objetivos de moralizar y hacer
más eficiente le administración de la justicia en
todos sus ni veles y en todo el país.

La Corte Suprema y el Consejo Nacional de
Justicia deben cooperar estrechamente para lograr un renovado
Poder Judicial verdaderamente autónomo, libre por entero
de todas las presiones y sujeto tan sólo al compromiso de
ser la más elevada autoridad de justicia de una sociedad
que ha emprendido con firmeza el camino de ser, precisamente, una
sociedad justa.

LAS AUTORIDADES

La transformación de nuestra sociedad debe ser
entendida como el múltiple diario quehacer de todos sus
integrantes, pero en especial de quienes tienen la
responsabilidad de ser autoridades. La propia concepción
de la autoridad, el propio sentido que ella debe tener, requieren
ser vistos a la luz del significado total del proceso
revolucionario que vive el Perú. Fundamentalmente, se
trata de comprender que los distintos niveles de autoridad son
niveles de orientación y de servicio a la sociedad. La
legitimación más verdadera de una autoridad
revolucionaria, debe surgir de la convicción de que ella
sirve y orienta a la colectividad porque está compenetrada
de sus problemas y porque está auténticamente
identificada con sus aspiraciones.

Es preciso modificar la perspectiva con que siempre se
trabajó en los distintos niveles de gobierno en el
Perú. Es preciso que se estimule la participación
de las comunidades locales en su propio gobierno. Es preciso que
se contribuya a despertar la capacidad creadora de la gente de
cada lugar. Es preciso contribuir a despertar la iniciativa de
las organizaciones sociales de base. Porque sólo de esta
manera podremos empezar el camino que nos lleva a una sociedad en
la cual se diversifique la capacidad de decisión y en la
que los hombres y mujeres de cada lugar efectivamente intervengan
en el planteamiento y la solución de sus propios
problemas.

Todo esto es parte de lo que hay implícito en el
significado de un auténtico proceso revolucionario, como
el que estamos desarrollando en el Perú. Y es a esta
orientación a la que debe corresponder el quehacer de las
autoridades.

LOS SERVIDORES PÚBLICOS

En al pasado el Gobierno sirvió fundamentalmente
para mantener el statu quo tradicional. Y comprendemos
muy bien, por eso, que la vieja administración
pública sea inadecuada para los fines de un gobierno que
ya no persigue mantener el sistema tradicional sino
transformarlo.

Ello explica que muchos servicios públicos de
todos los niveles, sean insensibles a los cambios de la
revolución. Más aún, por no comprender que
el Perú vive una época nueva, muchos de ellos
actúan a menudo como saboteadores de la revolución.
El Gobierno Revolucionario tendrá que corregir esta
situación con medidas enérgicas. La
ciudadanía debe también exigir y demandar una nueva
actitud y no debe tolerar más la insolencia, la
injustificable lentitud y hasta la corrupción de los malos
funcionarios. La administración pública de un
Estado Revolucionario debe existir para servir a la
ciudadanía y no para servirse de ella.

LA CONTRALORÍA GENERAL

Desde el comienzo de su gestión, el gobierno se
propuso llevar a cabo una radical política moralizadora.
Siempre supimos la enorme complejidad de una tarea de esta
naturaleza, porque sabíamos que los malos hábitos
administrativos estaban profundamente enraizados en el
Perú. A lo largo de muchas décadas ganaron carta de
ciudadanía formas de comportamiento que, en realidad
siempre sirvieron como estímulo a la inmoralidad
pública. Si bien es cierto que la corrupción
administrativa representa un fenómeno universalizado, ello
de ninguna manera debe llevarnos a condonar las formas de
conducta delictuoso a través de las cuales los dineros del
Estado se usan en beneficio de funcionarios inescrupulosos
causando así un grave daño, no sólo al
erario nacional, sino a la imagen de acrisolada honradez y
honestidad que debe siempre ser la imagen de la
administración pública.

Somos un país de recursos limitados y aquí
la corrupción y el mal uso de los dineros del Estado
constituyen un crimen más execrable que en otras
partes.

Consecuente con esta posición, el gobierno
dispuso la reorganización de la Contraloría General
de la República como organismo encargado de supervisar la
ejecución del presupuesto y la gestión de las
entidades que recauden o administren rentas o bienes del Estado.
Es la primera vez que en el Perú se emprende una
política de esta naturaleza. La Contraloría
está realizando un diagnóstico de la
administración pública en todos sus niveles para
establecer pautas y mecanismos de control que permitan reducir al
mínimo la posibilidad de continuar las viejas
prácticas lesivas a los intereses del país en el
manejo de los dineros del Estado.

Esta labor está lejos de haber sido concluida,
pero se está llevando a cabo con el celo y la
energía que requiere una tarea tan delicada y necesaria
para los intereses públicos. Las primeras acciones
emprendidas por la Contraloría General de la
República han hecho posible comenzar una vigorosa
acción moralizadora en diversas entidades del sector
público, lo cual ha permitido, a su vez, que se inicien
investigaciones y se impongan sanciones basadas en el criterio de
que la justicia y la acción moralizadora deben ser iguales
para todos los peruanos sin discriminación de ninguna
clase.

La
contra-revolución

SU VERDADERA CAUSA, SU ESTRATEGIA

En el fondo se trata de una lucha por la supervivencia
de los grupos política y económicamente
privilegiados del pasado por mantenerse como factores de poder.
Aquí entran en juego diversos elementos. Pero
trátese de la Estatización de la Pesca, de la
aceleración de la Reforma Agraria, de la creación
de nuevas organizaciones populares, del creciente desarrollo de
la conciencia política del pueblo, de la Ley de Propiedad
Social o de cualquier otra medida que demuestre la real
ampliación de los horizontes revolucionarios del Proceso,
siempre se percibirá con claridad una mayor
activación política de nuestros
adversarios.

¿Cuál es el móvil que alienta esta
campaña? ¿Quiénes están
detrás? Incuestionablemente se persigue la
detención del Proceso Revolucionario en beneficio de todos
los sectores de poder que tuvieron vigencia antes de la
Revolución. Los directores y ejecutores de esta estrategia
son, por tanto, los desplazados grupos oligárquicos, los
representantes de intereses económicos extranjeros
afectados, una claudicante dirigencia partidaria y, en estrecha
vinculación con esta última, una equivocada
izquierda dogmática que en realidad no sabe lo que
quiere.

Se trata claramente, sin embargo, de grupos
minoritarios. Pero su acción parece tener mayor
envergadura porque la alientan, los periódicos, revistas
reaccionarias que siempre se opusieron a cualquier cambio
profundo en el Perú. Estos periódicos
constantemente magnifican la significación de los grupos
opuestos a la Revolución, silencian los aciertos del
Gobierno, ignoran los avances del proceso y destacan todo aquello
que pueda ser adverso a nuestra causa. Son en la actualidad los
voceros principales del extremismo contra revolucionario de
derecha y sirven al juego de la llamada ultraizquierda. La
insinuación alevosa, el deshonesto silenciamiento de la
verdad, la desinformación sistemática, el insincero
halado que busca en vano retribución política, el
pertinaz propósito de dividir y de engañar, el
alarmismo irresponsable y la permanente aunque a veces velada
insinuación de que nuestro Proceso Revolucionario
está sufriendo influencia extranjera, todo esto constituye
el arsenal de ataque de esos periódicos y
revistas.

Es posible percibir con nitidez algunos elementos
centrales de esta estrategia. En primer lugar, se busca sembrar
la incertidumbre y la inseguridad, apelando a una suerte de
terror psicológico que intenta movilizar en contra de la
Revolución a los grupos empresariales medios, a los
profesionales, a los empleados y a los pequeños y medianos
propietarios en los campos de la Agricultura, la Industria, la
Minería y el Comercio En segundo lugar, se busca dividir a
la Fuerza Armada y aislar a su Gobierno, apelando al
estímulo de un ciego sentimiento antimilitarista, hoy a
todas luces prejuicioso y ahistórico. En tercer lugar, se
busca generar conflictos entre la comunidad industrial y
sindicato dentro de las empresas, usando para este efecto a las
dirigencias sindicales vinculadas a los grupos políticos
de oposición. En cuarto lugar, se utilizó a los
desubicados dirigentes universitarios de ultra-izquierda y a los
dirigentes ultra conservadores de algunos gremios profesionales
de clase media. En quinto lugar, se sorprende a los
pequeños y medianos agricultores y se les lanza contra los
funcionarios de la Reforma Agraria y del SINAMOS En sexto lugar,
se busca magnificar los errores del Gobierno, de la burocracia
estatal y de la prensa oral y escrita vinculada al
Estado.

El pueblo verdadero del Perú nada tiene que ver
con este asunto. Se trata, más bien, de una vasta
orquestación de grupos oligárquicos y minoritarios,
nacionales y extranjeros, que luchan contra la
Revolución por defender intereses económicos o
políticos. Y aunque algunos acoso piensan que luchan por
causas diferentes todos están, en realidad luchando por lo
mismo: por lograr el fin de la Revolución y el
derrocamiento de su Gobierno.

Los estrategas de la contra- revolución se ayudan
mutuamente. Pero detrás está la mano poderosa de
los intereses extranjeros que alientan a la derecha nacional,
subordinada suya, y financian a la ultra-izquierda, aliada
táctica de la reacción dentro de la estrategia pro-
imperialista.

LOS ARGUMENTOS PARA EL ATAQUE

Siete parecen ser los temas principales que la
contrarrevolución utiliza para apelar a distintos
públicos y movilizar distintos sentimientos con el claro
propósito de minar el desarrollo de la Revolución:
inmediato retorno a la constitucionalidad; necesidad de librar
una suerte de tradicional guerra anti-comunista; pretendida
ineficacia de la Comunidad Industrial; respeto irrestricto por la
libertad de prensa; denuncia de una presunta política
gubernamental de colectivización en el agro; necesidad
perentoria de establecer las reglas de juego " en el campo
económico y reivindicación absoluta de la libre
empresa y, finalmente, presunto carácter burgués,
feudal, capitalista y pro- imperialista del Gobierno.

En torno a estos siete tópicos de
agitación se mueve prácticamente toda la
campaña contra- revolucionaria. A nadie escapa la
heterogeneidad de estos temas de ataque. Ella se debe a que,
persiguiendo el mismo propósito político, los
distintos grupos de oposición invocan razones diferentes,
en parte porque no logran ponerse de acuerdo sobre la naturaleza
del proceso y su Gobierno. En efecto evidentemente no podemos
ser, al mismo tiempo, cosas opuestas entre sí. Y, sin
embargo; esto es precisamente, lo que sostienen los voceros de la
contra revolución. No podemos ser, por ejemplo, feudal
burgueses y, simultáneamente, partidarios de la
colectivización del agro.

Esta gran confusión parece finalmente deberse a
que para muchos conservadores todo proceso revolucionario es
sinónimo de comunismo, en tanto que para muchos comunistas
todo aquello que escapa a su visión dogmática tiene
que ser un fenómeno conservador. Obviamente, ni unos ni
otros pueden comprendernos, toda vez que nosotros representamos
una posición que es revolucionaria sin ser comunista.
Así, curiosamente, los exponentes de posiciones de diestra
y de siniestra una vez más se dan la mano y muestran
coincidencia: unos al afirmar que somos comunistas y otros, que
tenemos que serlo, frente a esta maniobra de tenazas igualmente
dogmática y absurda, nosotros respondemos simplemente: ni
somos comunistas ni tenemos que serlo.

…el retorno a la
constitucionalidad
.

El inmediato retorno a lo constitucionalidad
implicaría necesariamente liquidar la Revolución, y
esto no lo aceptan ni el pueblo ni la Fuerza Armada. Frente a la
intangibilidad de una Constitución que, por lo
demás, nunca fue respetado, y la urgencia de transformar a
nuestra sociedad para hacerla más justa no se nos ocurre
vacilar ni un momento en el rumbo a seguir. Y esto,
dándonos perfecta cuenta de que a nuestros adversarios
sólo les interesa invocar la Constitución en la
medida en que ello pueda servir para detener al proceso
revolucionario.

Vinculada al tema del retorno a la constitucionalidad
figura la demanda de que la Fuerza Armada entregue el poder y
vuelva a sus cuarteles. En las actuales circunstancias esto
también significaría el término de la
Revolución. Así, en estos dos argumentos de ataque
se complementan y concurren al mismo fin.

A esta respecto, se debe tener muy claro lo siguiente:
no se trata de un caso de súbito amor sincero por la
Constitución, toda vez que ella siempre fue violada en el
pasado para defender a los poderosos y sojuzgar a los humildes,
sin que quienes hoy dicen defenderla dijeran una sola palabra de
censura o de protesta. Ni tampoco se trata de un súbito y
sincero amor por un gobierno civil en cuanto tal, toda vez que
quienes hoy reclaman la vuelta de la Fuerza Armada a sus
cuarteles en nombre de la "civilidad", no sólo guardaron
silencio frente a gobiernos militares del pasado que no fueron
gobiernos revolucionarios, sino que activamente los respaldaron
y, más aún, aplaudieron su ascenso al poder y
contribuyeron a su sostenimiento.

No es, pues; nuestro carácter militar lo que
resulta intolerable a nuestros opositores. Es nuestro
irrenunciable carácter revolucionario lo que ellos no
pueden tolerar. Y esto se quiere mantener encubierto, oculto,
innombrado. Porque se desea engañar a nuestro pueblo,
manteniendo en las sombras los verdaderos propósitos de
esta insincera campaña por el retorno a la
Constitución y a la "civilidad ". Esto no es lo que la
contrarrevolución busca y desea. Lo que busca y desea es
la vuelta al pasado, el retorno a la explotación, al
entreguismo, a la injusticia, a los privilegios y al dominio
oligárquico que fueron el signo del orden pre-
revolucionario en el Perú.

La vuelta al orden constitucional, que tanto reclaman
nuestros adversarios, se producirá únicamente
cuando se haya garantizado la permanencia de la revolución
y su continuidad; únicamente cuando en una nueva
Constitución se consagren las conquistas de la
revolución; y únicamente cuando no exista
posibilidad de que el Perú sea otra vez llevado al sistema
ominoso que abolimos el 3 de Octubre de 1968. Esa nueva
Constitución tendrá que reflejar las
características y necesidades de nuestra realidad de hoy,
y no las del Perú de hace más de treinta
años. Todos los sectores de opinión han
señalado la necesidad de actualizar nuestra Carta
Fundamental. El Gobierno Revolucionario se propone hacer esto,
precisamente, para que quienes nos sucedan en la
conducción del país sean elegidos por todo el
pueblo del Perú y no por una minoría como ha
ocurrido hasta hoy. Los futuros gobiernos deberán
desarrollar su actividad dentro de los lineamientos de una nueva
Constitución que fielmente refleje los cambios
sustanciales que están ocurriendo y que van a ocurrir en
nuestra sociedad. Nuevos sectores sociales se incorporarán
de manera efectiva al cuadro político real del
país. Este hecho trascendental debe encontrar
expresión en la nueva Carta Fundamental de la
República. Sin ella, la Revolución Nacional quedara
trunca, y nuestro pueblo carecería del más
importante instrumento jurídico para garantizar la
permanencia y la continuidad de la obra transformadora que hemos
iniciado; restaurándose esa democracia formal que nuestros
adversarios envilecieron hasta convertirla en la gran
hipocresía que significó hablarle de libertad a un
pueblo victimado por la explotación, por la miseria, por
el hambre, por la corrupción, por el entreguismo y la
venalidad.

Pero los males de un pueblo no pueden ser eternos. Y los
del Perú tenían que acabar alguna vez. Para darles
remedio fue preciso, fue indispensable, romper el orden
constitucional. Lo declaramos abiertamente. Porque ese orden
constitucional, que hoy tanto defienden quienes de él se
aprovecharon sirvió sólo para perpetuar todas las
injusticias sufridas por el pueblo.

…la bandera del
anti-comunismo
.

La supuesta necesidad de librar una guerra bajo las
banderas del anticomunismo, es una vieja estratagema ya usada
muchas veces aquí y en otras latitudes. Consiste en
atribuir inspiración comunista a toda lucha por cambiar
las condiciones actuales de la sociedad. De ahí se pasa a
identificar toda posición favorable a los cambios
estructurales como propia del comunismo. Y de ahí se sigue
a definir como comunista a todo aquel que lucha por la
transformación del país, es decir, a todo aquel que
tenga una posición revolucionaria.

Emprender una ciega y cerrada política
anti-comunista así concebida, equivale a emprender una
política contra la propia Revolución. Por eso es
que el anti comunismo como definición de una
dogmática posición política ha sido siempre
una postura derechista y reaccionaria. En esto, como en lo
demás, nuestra posición es sumamente clara.
Recusamos el comunismo no desde una posición conservadora
de derecha, sino desde una posición revolucionaria de
izquierda nacional y autónoma.

Sin embargo, los comunistas coinciden con nosotros e
sostener la necesidad de abandonar el sistema que
prevaleció en el Perú hasta 1968. Pero aquí
terminan nuestras coincidencias. Y empiezan nuestras insalvables
divergencias de concepción, de finalidad, de
metodología política. Por la certeza de todo lo
anterior, no vamos a seguir ni una política pro-comunista,
que desvirtuaría nuestra Revolución, ni una
política conservadora anti- comunista que
significaría un camino regresivo y, por lo tanto,
contrario a la Revolución. …la pretendida
ineficacia de la comunidad industrial

El ataque centrado en torno a la pretendida ineficacia
de la Comunidad Industrial, se orienta a destruir una de las
reformas básicas del proceso revolucionario. Frente a la
campaña conservadora que tilda como extremista a la
Comunidad Industrial y frente al ataque de los extremistas que la
tildan como conservadora, un desapasionado balance de la
experiencia de la Comunidad Industrial demuestra su sustantiva
validez como medio de hacer posible la participación de
los trabajadores en la propiedad y en la dirección de las
empresas.

…el respeto irrestricto a la libertad de
prensa.

Cuando todos los días los periódicos de
ultra derecha atacan al Gobierno, resulta poco menos que
irónico escuchar alegatos en favor de una libertad de
prensa que nadie ha puesto en peligro. En realidad, en nuestro
país existe abuso de esa libertad, no ausencia de ella.
Hoy los periódicos y revistas reaccionarios tergiversan y
ocultan la verdad, manipulan la información y discriminan
la noticia. E incluso trasgreden las normas mínimas de
respeto por la honradez que deberían tener los
propietarios de esos órganos de prensa. Urge, pues,
reformular todo el problema que plantean los medios de
comunicación a fin de garantizar que constituyan efectivos
canales de libre, veraz y completa información,
vehículos verdaderos de cultura y no, órganos de
presión al servicio de intereses familiares o de
grupo.

… la colectivización del
agro.

Ha sido uno de los instrumentos preferidos de la
acción contrarrevolucionaria desde la dación de la
Ley de Reforma Agraria. No obstante existir el instrumento legal
que garantiza y reconoce la pequeña y mediana propiedad,
la Ley no permite el reconocimiento de la propiedad: cuando los
propietarios no trabajan directamente la tierra o incumplan las
leyes sociales del país.

Es de acuerdo a estos principios que la Reforma Agraria
se está llevando a cabo. Ello de ninguna manera
detendrá su marcha, pues constituye mecanismo esencial en
el proceso de las transformaciones revolucionarias que la
Revolución tiene la responsabilidad de llevar hasta el
final.

Cualquier compaña o ataque a la Reforma Agraria,
constituye por esto en lo fundamental ataques contra el Gobierno
y contra la realidad de la Revolución.

…la definición de las reglas del
juego.

El reclamo a que las "reglas del juego" en el campo
económico sean establecidas, hace pensar en que las muchas
veces que tales reglas han sido explicadas en detalle, quienes
con más atención debieron haber escuchado no lo han
hecho. O que, en su defecto, no se quiere comprender una
posición que a todas luces resulta sumamente clara. La
Revolución respalda el desarrollo de una verdadera
industria nacional. Pero si las reglas de juego esperadas son las
que normaban el desenvolvimiento del aparato económico en
el Perú antes de la Revolución, la espera
será vana. Porque el restablecimiento de esas reglas de
juego implicaría el abandono de la Revolución. Y
esto, es imposible. Como imposible es también la vuelta de
la llamada libre empresa que, en realidad, constituyó la
regla de oro del sistema contra el cual insurgió la
Revolución en el Perú; o el retorno de la llamada
"confianza". Pues, ¿qué "confianza" pueden reclamar
a una Revolución los grandes propietarios del dinero?
¿Una confianza que les permita mantener las
gollorías y los privilegios que nada justifica, excepto
sus malas costumbres de explotadores inveterados del pueblo
peruano? ¿Una confianza como aquélla que se creaba
cuando eran los dueños del país? Este tipo de
confianza no van a tener mientras nosotros gobernemos. Y no por
odio, sino porque estamos convencidos de que este tipo de
confianza es la negación total de las posibilidades de
transformación en el Perú porque en este tipo de
confianza se basaron las injusticias que hundieron en la miseria
y en la explotación a la gran mayoría de nuestro
pueblo.

La Revolución ha establecido claramente las
condiciones de auténtica confianza para todos
aquéllos que comprendan que el dinero debe también
cumplir una constructiva responsabilidad social. Hay confianza y
respaldo gubernamental para la inversión que promueve el
desarrollo económico del país, dentro de un marco
de respeto por las justas expectativas del capital y por los
legítimos derechos de los trabajadores. Hay confianza,
porque en el país existe plena estabilidad política
Hay confianza, porque no existe violencia social y porque
claramente el pueblo respalda a este gobierno. Hay confianza,
porque el país está sentando las bases de su
desarrollo integral en beneficio del pueblo y de todos los que
intervienen en el proceso de la producción
económica.

Hay confianza, porque la inversión privada tiene
todas las garantías que cualquier empresario moderno puede
exigir.

… nuestro carácter feudal y pro-
imperialista
.

Se dice que constituimos un régimen de
carácter burgués, feudal, capitalista y
pro-imperialista. Si en realidad somos tal cosa por qué la
vieja derecha nos ataca diariamente y por qué, entonces,
el Perú de hoy sufre el embate de la presión
imperialista. Esta es una pregunta que planteamos a nuestros
detractores. En tanto, el Gobierno Revolucionario llevará
adelante la transformación del Perú siguiendo
inalterablemente el rumbo que hasta aquí hemos seguido sin
importarnos demasiado la grita interesada de unos y de
otros.

Nuestra Revolución se encuentra en pleno camino.
Debemos consolidar las conquistas logradas hasta hoy. Pero
debemos también seguir avanzando, en parte justamente para
lograr esa consolidación. Será, pues, indispensable
profundizar el cauce de la Revolución. No sólo
completando las tareas iniciadas, sino emprendiendo nuevas tareas
que amplíen las transformaciones hoy en desarrollo. Paro
ello será fundamental el fortalecimiento del flanco
político de la Revolución. Y a este fin todos
debemos dedicar la máxima atención y el
máximo esfuerzo.

¿DÓNDE ESTÁN Y QUIÉNES SON
LOS ENEMIGOS DE LA REVOLUCIÓN?

Nuestra Revolución tiene grandes y poderosos
enemigos. El Perú ha sufrido presión
económica extranjera a lo largo de estos años.
Probablemente habrá de continuar sufriéndola. Este
es el precio que un país debe pagar por su
soberanía y por su derecho a la libertad y a ser
dueño de su destino. Los grandes poderes internacionales
que siempre nos dominaron no miran con buenos ojos al
Perú. Somos un "mal" ejemplo para otros países. Y
temen a ese ejemplo. Por eso no pueden ayudar ni dar
estímulo al Perú. No imploramos su estímulo.
No imploramos su ayuda. Pero demandamos respeten nuestro derecho
a ser nosotros mismos y a construir nuestro propio
camino.

Las presiones no nos doblegarán. Sabremos hacer
frente a todas las amenazas. No estamos solos en el mundo de
hoy.

Otras naciones también están luchando por
liberarse de yugos extranjeros. Entre los países de gran
desarrollo industrial ya no existe un poder hegemónico que
pueda avasallarlo todo e imponer su voluntad. Nuestros enemigos
extranjeros padrón dificultar nuestro camino. Pero nunca
podrán impedir el triunfo final de la Revolución
Peruana. Porque su causa es la causa de nuestro pueblo y es la
causa de la justicia.

Los enemigos externos de la revolución tienen
agentes y tiene aliados dentro de nuestras fronteras. Son todos
los que de una manera u otra se han visto afectados por la
revolución. No solo son aquéllos que han perdido
poder económico. Son también los que han perdido
poder político. Unos y otros están ahora, al
parecer, unidos. Y unidos luchan contra nuestra
revolución. Su objetivo central es derrocar al
gobierno.

Esto debemos saberlo todos con absoluta claridad. Los
enemigos de la revolución son una minoría. Pero
organizada y con dinero. Sus agentes azuzan descontento, esparcen
rumores, difunden calumnias, crean desconciertos Agitan en las
universidades. Agitan en el Magisterio. Agitan en los
sindicatos.

Y en este país, donde nunca antes nadie
había hecho tanto como nosotros por el pueblo, atizan las
ambiciones demagógicas y plantean grandes exigencias,
sabiendo perfectamente que no pueden ser satisfechas sin poner en
peligro la economía del país, sobre cuya firmeza se
sustenta toda la política revolucionaria del gobierno. Se
busca de esto modo, irresponsablemente y suicidamente hacer
fracasar a la revolución, sabotear este hermoso esfuerzo
de un pueblo que busca liberarse y hundir nuevamente al
Perú en el oprobio del control oligárquico y la
dominación imperialista.

Son nuestros adversarios, quienes hasta hace seis
años disfrutaron del poder.

Son ellos los que constituyen el sector
antirrevolucionario, que se opone a la transformación del
Perú y al afianzamiento de la justicia social en nuestra
Patria. No comprenden que esta Revolución ha echado
raíces muy profundas y que el Perú ya no puede dar
paso atrás. Sueñan con volver a gobernar para
seguir engañando y explotando a nuestro pueblo, como lo
hicieron siempre en el pasado, pero ese sueño jamás
habrá de convertirse en realidad.

El grupo que más sirve a los intereses
antirrevolucionarios está constituido por las dirigencias
políticas envejecidas y corruptas que estafaron al pueblo
pactando con los grandes gamonales, con los grandes dueños
del dinero, y con esa oligarquía a la que dijeron combatir
durante treinta años para terminar prosternados a sus
pies; cual sirvientes indignos.

Esos verdaderos caciques de la politiquería
criolla son los principales agentes de la derecha reaccionaria, y
antipopular. Luego de engañar a los peruanos que
honestamente creyeron en una sinceridad que después tuvo
un precio, tratan hoy de frustrar esta revolución con
innumerables campañas de rumor y calumnia cobarde. Azuzan
odios. Atizan desconfianzas. Propalan falsedades. Pero
jamás sacan la cara detrás de la ruindad de sus
ataques. A todos sus delitos del pasado esos viejos capituleros
de nuevo cuño añaden uno más: la
cobardía que en política de hombre es siempre un
gran delito.

No culpamos a quienes aún les obedecen, porque
salvemos que siguen engañados. Nada tenemos contra quienes
todavía creen en un grupo irresponsable de traidores. Pero
por esto jamás dialogaremos con quienes son los
únicos culpables de haber engañado durante mucho
tiempo a nuestro pueblo para después servir a sus
explotadores.

Pero los adversarios de la obra que estamos realizando
no son sólo aquellos cuyos intereses se han visto y
continuarán viéndose afectados por el desarrollo de
la revolución.

También hay otros adversarios acerca de los
cuales debemos ser plenamente conscientes. Son quienes miope y a
voces irresponsablemente desarrollan acciones cuyo resultado
objetivo es vulnerar la estabilidad del proceso revolucionario Su
acción concurre a poner en peligro la base de sustento
económico del país afectándola mediante
conflictos artificialmente creados, unas veces, por las empresas
y, otras, por dirigentes sindicales cuya acción no
responde al interés genuino de los trabajadores, sino a
las directivas partidarias que emanan de grupos políticos
cuya posición frente al proceso revolucionario no es de
apoyo real ni de identificación.

Sabemos muy bien en qué se funda la acción
antirrevolucionaria de quienes añoran la vuelta de los
regímenes conservadores. A conseguir este ya imposible
objetivo se orientan por igual los sectores reaccionarios, que
históricamente constituyen el principal enemigo de la
revolución, y los pequeños grupos alienados de una
izquierda dogmática que viven de espaldas al país y
que políticamente funcionan como agentes provocadores de
la reacción conservadora. La inspiración de estos
grupos viene del extranjero y existen fundadas razones
para sostener que su principal financiamiento tiene la misma
procedencia. Su creciente debilitamiento y su cada día
más evidente pérdida de significación
política real, los están conduciendo a extremos de
verdadero delirio ante los cuales es dable presumir la
posibilidad de que adopten formas de comportamiento delictivo en
determinadas instituciones. Si tal ocurriera, esos grupos
serán drásticamente reprimidos como indispensable
medida precautoria. No caeremos en el error de creer que nuestra
revolución debe tolerar la conducta delictiva de quienes
tras la etiqueto de un fácil e irresponsable izquierdismo
verbal, son en realidad instrumentos de la extrema derecha y de
organizaciones internacionales antirrevolucionarias financiadas
por el imperialismo.

Los jerarcas de la claudicación y del
engaño añoran un gobierno conservador que les
devuelva un poder político que usaron para pactar con la
oligarquía y el imperialismo, a espaldas de su propia y
engañada militancia. Por su parte, los grupos del
extremismo oportunista quieren entorpecer esta revolución
porque saben que jamás podrán influirla y,
además, porque comprenden muy bien que su acción es
prácticamente estéril bajo un gobierno
revolucionario como el nuestro. A ellos también les
conviene un gobierno reaccionario enemigo del pueblo. De esta
manera, ambos sectores políticos actúan coaligados
como agentes de la anti revolución en el
Perú.

Sin embargo, no debe sorprendernos que tal sea el
propósito de nuestros adversarios. Tratándose de
quienes se trata, lo sorprendente sería que actuaran de
otro modo. Pero nada de eso nos exime de la responsabilidad de
desenmascarar ante el país a los grupos de la anti
revolución. Sus acciones a veces confunden a mucha gente.
Porque actúan encaramados en la dirección de
diversas organizaciones cuyas bases sin embargo desconocen los
verdaderos propósitos de sus propios dirigentes. Desde
allí sirven a los intereses anti-populares de la
reacción. Y allí la revolución tendrá
que combatirlos.

Esto es necesario tener muy claro para contribuir a
consolidar en nuestro pueblo una conciencia lúcida de los
riesgos que entrañan toda revolución; pues muchos
de nuestros compatriotas no perciben la verdadera finalidad de
las fuerzas anti-revolucionaria. Parte del éxito de la
revolución dependerá de la madurez y la conciencia
revolucionaria de nuestro pueblo. Forjar esa conciencia implica
necesariamente que el pueblo del Perú comprenda con
claridad cuál es el juego de sus enemigos. Y comprenda
también hasta qué punto actúan con
irresponsabilidad quienes conducen a sus instituciones a un falso
enfrentamiento con la revolución.

La revolución continuará cumpliendo su
programa en todos los ámbitos de la vida del país;
nuestros enemigos jamás encontrarán
indecisión de parte de los hombres de la Fuerza Armada.
Tenemos un compromiso y nunca dejaremos de cumplirlo. No
permitiremos que esta grande y hermosa tarea de liberar a nuestra
Patria de la dominación extranjera y del subdesarrollo se
vea frustrada por la acción torpe y suicida de unos
cuantos agitadores delirantes.

PRENSA Y CONTRAREVOLUCIÓN

Comprender un proceso revolucionario implica estar
dispuesto a modificar sustancialmente los esquemas mentales del
pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas sólo
pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas también.
Y esto es algo extremadamente difícil de lograr. Porque
sobre cada uno de nosotros gravitan la forma tradicional de
pensar acerca de los hechos de la realidad y, además, las
normas de valor que antes sirvieron para orientar nuestra
conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es que ante los
cambios que toda revolución trae consigo surgen,
principalmente en los grupos conservadores de la sociedad,
incertidumbres que constituyen terreno propicio para la
acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta
a crear un clima de temor en base a la constante
distorsión de los hechos de la realidad, y de las
intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de
resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo
que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y
de grupo. Aquí es donde se nutre la acción
corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la
revolución necesariamente tiene que afectar si quiere
cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.

Algo de lo que hoy ocurre en el Perú, y viene
ocurriendo, ilustra esto con mucha claridad. Nuestros enemigos
pretenden desconocer la calidad revolucionaria de los
planteamientos que permanentemente sirven de sustento a la
acción del Gobierno de la Fuerza Armada. Algunos vetustos
periódicos de la ultra derecha reaccionaria tratan
así de ignorar lo que siempre hemos declarado y que el
país entero conoce muy bien, es decir, que nuestro
propósito siempre fue realizar la profunda e irreversible
transformación estructural de nuestra sociedad. Por esto
razón siempre nos definimos como Gobierno Revolucionario,
es decir, como gobierno decidido a modificar de manera sustancial
las relaciones fundamentales de poder que definían la
esencia del sistema imperante antes de octubre de 1968. Mal
podríamos habernos definido así si sólo
hubiéramos pensado introducir reformas secundarias con el
fin de simplemente mejorar los niveles tradicionales de vida en
el país.

Sin embargo, esos diarios de la más pura estirpe
oligárquica, y por lo tanto antipopular, fingen sentirse
sorprendidos ante la calificación del proceso peruano como
proceso orientado a lograr una profunda redefinición de la
estructura tradicional de poder en el país. No es dable
suponer que quienes así escriben ignoren que una
revolución auténtica inevitablemente altera de
manera esencial la posición de los grupos sociales en la
estructura de poder, es decir, en el campo de relaciones y de
interés concretos donde se adoptan las decisiones,
principalmente económicas y políticas, que afectan
al conjunto de la sociedad y que fundamentalmente se refieren a
la distribución de todos las formas de riqueza entre sus
miembros. La evidencia histórica que avala este punto de
vista es demasiado amplia como para pensar que puede ser
desconocida. En consecuencia, el aparente olvido de estos hechos
por parte de los voceros de la anti revolución, pone de
manifiesto, más que ignorancia, una clara intención
deshonesta de falsear la realidad de uno posición
oficialmente declarada por el Gobierno de la Fuerza Armada del
Perú.

Desde otro punto de vista, aparentar sorpresa ante la
definición revolucionaria de nuestro gobierno, al cabo de
seis años de política transformadora virtualmente
significa acusar a la Fuerza Armada de haber intentado
engañar al país cuando, desde el momento mismo que
asumimos el gobierno, anunciamos nuestra decisión de
emprender la transformación revolucionaria de las
estructuras socio-económicas heredadas del pasado. Ocultar
este propósito y al mismo tiempo sugerir que la
Revolución Peruana nunca ha planteado antes de ahora la
necesidad de reemplazar el sistema tradicional por otro en
esencia diferente, revela mala fe, deshonestidad política,
interesada ignorancia, impudicia intelectual.

En primer lugar, porque en el Estatuto del Gobierno
Revolucionario, documento básico de la Revolución
Peruana, declaramos el mismo 3 de octubre de 1968 que uno de
nuestros objetivos fundamentales era el de "promover a superiores
niveles de vida, compatibles con la dignidad de la persona
humana, a los sectores menos favorecidos de la población,
realizando la transformación de las estructuras
económicas, sociales y culturales del país". Esto
significa que para nosotros la promoción de nuestro
pueblo, de los "sectores menos favorecidos de la
población", a "superiores niveles de vida" sólo
podía lograrse mediante la transformación, es decir
la alteración cualitativa y profunda, de las estructures
tradicionales del Perú, En otras palabras, el Estatuto
definía tal objetivo como inalcanzable mientras tales
estructuras no fueran esencialmente modificadas, que éste
y no otro es el significado de la palabra
"transformación".

Y en segundo lugar, porque en múltiples ocasiones
los miembros del Gobierno Revolucionario hemos reiterado que el
propósito central da la Revolución Peruana es crear
en nuestro país un ordenamiento político,
económico y social cualitativamente distinto del sistema
capitalista que nos llevó a ser una sociedad
subdesarrollada y sometida al imperialismo, es decir, al control
económico extranjero. Y sería descender al nivel de
nuestros críticos reaccionarios insistir nuevamente en
señalar que con igual firmeza hemos rechazado cualquier
alternativa de tipo comunista para el Perú, porque los
documentos oficiales del Gobierno Revolucionario contienen ya una
descripción completa del modelo de sociedad no capitalista
y no comunista hacia el cual se orienta nuestra
revolución.

El confusionismo que tratan de crear los órganos
de prensa de la ultraderecha conservadora no se circunscribe al
ocultamiento y a la distorsión de las posiciones
políticas de la Revolución Peruana. Idéntico
propósito se manifiesta en la tergiversación y en
el falseamiento de las declaraciones públicas emitidas por
los miembros del Gobierno Revolucionario. Nuestros enemigos usan
y abusan de una libertad de prensa que jamás hemos
cuestionado pero cuyo respeto no puede llevarnos a ignorar su
constante pisoteamiento por parte de quienes, justamente, hablan
en su defensa. Se violan la libertad de prensa cuando los
periódicos y revistas de propiedad familiar o de grupos
políticos imponen una política periodística
basada en la sistemática distorsión de lo que
ocurre en el país. La verdadera libertad de prensa es
inseparable del sentido de responsabilidad que deben tener
quienes de ella hacen uso. Propalar mentiras y ocultar
deliberadamente los hechos de la realidad constituye una burla
flagrante de aquella libertad.

Los propietarios de esos órganos de
expresión familiar y de grupo aún no comprenden que
su opinión interesada ya no puede tener en el Perú
de hoy ni siquiera un paso lejanamente comparable al que tuvo
cuando nuestro país vivía bajo el oprobio de los
regímenes que gobernaron a espalda de la nación.
Pueden seguir, por tanto, deslizando en sus críticas,
mentiras y calumnias; pueden seguir destilando veneno e insidia,
costumbres en las que son maestros insuperados e insuperables;
pueden seguir tratando vanamente de sembrar cizaña y
rivalidad entre los hombres del gobierno; pueden seguir tratando
también en vano de estimular la división en nuestra
Fuerza Armada; y puede finalmente continuar en el pueril intento
de separar a los militares revolucionarios de los civiles
revolucionarios. Pero nada podrán lograr. Su época
ha pasado irremediablemente. Carece de toda posibilidad de volver
a influir sobre el gobierno o sobre el país.

Pero si esto no fuera suficiente para persuadirlos de
que no deben confundir su legítimo derecho a la
discrepancia y a la crítica de nuestra revolución
con la práctica de una verdadera delincuencia moral y
periodística, entonces deben saber que nuestra paciencia y
la del Perú tiene un límite.

LA SIP Y EL INTERVENCIONISMO

Al comprobar que la Revolución continúa
indesviablemente, nuestros enemigos movilizan contra ella todos
los recursos posibles. Hay una intensa campaña
internacional organizada contra el Perú.

Quienes la mueven son quienes han visto afectados sus
intereses por las reformas de la Revolución. Algunos son
peruanos, otros son extranjeros. Pero a todos los une una causa
común, comunes intereses.

La Sociedad Interamericana de Prensa, el organismo que
reúne no a periodistas sino a propietarios de
órganos de prensa escrita del continente, aparentemente
dirige esta campaña. El pretexto es la expropiación
de los seis diarios de circulación nacional para ser
transferidos a las organizaciones sociales más importantes
del país. Nosotros sabíamos que esta compaña
iba a producirse. Más aún, creíamos que iba
a ser más intensa y efectiva. No ha sido
así.

En diversos lugares del mundo periodistas
auténticos han comenzado ya a decir la verdad. Hemos
invitado a quienes critican la Reforma de la Prensa escrita para
que vengan al Perú y comprueben que aquí existe
libertad de expresión. Confiamos en que la verdad de todo
esto, continuará abriéndose paso.

Pero allí no está la raíz, la causa
del problema. La Sociedad Interamericana de Prensa as simplemente
el vocero de inconfesables intereses económicos que se
mantienen en la sombra. Ella es apenas la marioneta movida por
los hilos de manos invisibles. Detrás de la SIP
están quienes se fugaron del Perú para escapar a la
justicia. Pero también están los consocios
extranjeros afectados por la Revolución. Más
aún, detrás muy bien podría estar la
acción corrosiva de tenebrosos aparatos de
subversión y espionaje. Estos son los más grandes
enemigos de la Revolución Peruana. Tienen recursos.
Corrompen conciencias. Compran plumíferos profesionales,
periódicos, revistas. Aquí y en otras
partes.

Sin embargo, eso no es todo. Sus agentes se infiltran en
las organizaciones populares, en los sindicatos, en las
universidades, en los partidos políticos. Agentes
provocadores que reciben dinero extranjero trabajan en estos
campos.

Constantemente difunden noticias alarmistas, manipulan a
los trabajadores y a los estudiantes, atizan todos los
extremismos y alientan los resentimientos y los rencores.
Aprovechan inevitables problemas sociales y económicos que
la Revolución está ya resolviendo, para enfrentar a
su Gobierno con los trabajadores o con los estudiantes. Desde la
sombra maniobran engañando a nuestro pueblo, azuzando
descontentos, alentando demandas imposibles y jugando con la
explicable irresponsabilidad de mucha gente.

Todo esto está en el fondo de la insensata
agitación que persigue frustrar la aplicación de la
Reforma Agraria y paralizar la producción de las minas.
Porque a los enemigos internos y externos de la Revolución
les conviene que la Reforma Agraria tenga tropiezos y que la
economía del país sufra dificultades. Este es el
objetivo central de los agentes provocadores a sueldo de la
subversión que se financia desde fuera del Perú. A
este propósito fundamental de la derecha reaccionaria y
legalista sirven, sabiéndolo o sin saberlo, los caudillos
de una supuesta izquierda enferma de ambición,
engañada con el espejismo de posiciones imposibles,
seguidora fanática de esquemas extranjeros, incapaz de
comprender por su insalvable esquematismo la nueva realidad del
Perú, y hondamente frustrada ante el avance de una
Revolución que tampoco comprenden.

Llama ciertamente a sorpresa que de todo esto algunos no
quieran darse cuenta todavía. En especial ahora que con
evidencia se conoce en todo el mundo cuáles han sido las
actividades de agentes extranjeros en el seno de pueblos hermanos
del Perú. Ahora que se sabe cómo intervienen esos
agentes en los asuntos internos de países que no son el
suyo. Ahora que, se sabe cómo gastan millones tras
millones para subvertir el orden público y las
instituciones en tierras alejadas de la suya. Ahora que se conoce
cómo pisotean todos los principios del orden internacional
para intervenir criminalmente en asuntos que no les
competen.

Nuestro pueblo debería estar permanentemente
alerta, como estamos nosotros, para frustrar el tenebroso
propósito de la delincuencia internacional enemiga del
Perú, enemiga de los pueblos de América Latina,
enemiga de la de la democracia, enemiga de la justicia y enemiga
de la libertad.

Los hechos comprobados y admitidos en este orden de
cosas tienen para nosotros, y deberían tener para el mundo
una inmensa importancia de peligrosidad. Somos un país que
se esfuerza y lucha por construir una vida y un destino mejores
para todos sus hijos. Tenemos plenitud de derecho para hacerlo. Y
lo tenemos, sin cuestión alguna, para hacer esto de
acuerdo a nuestro propio modo, por el camino que nosotros mismos
escojamos. Nadie en el mundo puede irrogarse el derecho falaz de
intervenir en asuntos que sólo nos competen a nosotros los
peruanos. Frente a la prepotencia, al abuso y a la arbitrariedad,
que tienen como asidero solamente la fuerza, porque carecen de
justicia y de razón, el Perú levanta la voz de su
protesta, la voz de su dignada dignidad. Porque somos un
país aún en desarrollo, pero digno. Porque somos un
país pequeño, pero valeroso.

Queremos vivir en paz. Y vamos a vivir en paz. Pero no
podemos guardar silencio frente al atropello y al abuso.
Aceptarlos equivaldría a entronizar en el mundo de nuevo
la barbarie. Ya no somos colonia de nadie. Somos un pueblo libre.
Somos un país con dignidad y con orgullo. A ningún
precio permitiremos que nada de esto sea nunca pisoteado. Ni por
el oro ni por la fuerza. Nos sentimos solidarios y hermanos de
todos los pueblos. Respetamos a todos los países. Pero el
precio de ese respeto es que el Perú sea igualmente
respetado. Y esto significa respetar nuestras instituciones,
nuestras decisiones, nuestra revolución. En esto
está para nosotros de por medio nuestra honra de peruanos,
nuestra dignidad de ciudadanos libres de un país libre,
nuestro orgullo de revolucionarios y soldados, y nuestro
compromiso de patriotismo con el Perú.

OLIGARQUÍA Y CONTRAREVOLUCIÓN

Sabemos que frente a la revolución hay una
conjura tenebrosa manejada por elementos externos, que persiguen
detener el proceso de cambio en el Perú. Sabemos
que los hilos de esa conjura se mueven también con el
dinero de la oligarquía y la complicidad cotizable de
dirigentes políticos que insurgieron como revolucionarios
para después servir a la reacción de ultra
derecha.

Las dos estrategias de la oligarquía se mueven al
unísono, en perfecto concierto, desde aquí y desde
el extranjero. Cuando el Perú estuvo listo para emprender
los caminos salvadores que su pueblo reclamaba, hubo quienes
concertaron alianzas y coaliciones con los enemigos tradicionales
de los pobres. Esas alianzas y coaliciones tuvieron por objetivo
real impedir que se realizaran los cambios profundos que hubieran
beneficiado al pueblo. Por eso se dio una solución
entreguista al problema del petróleo después de
cinco años de inconfesables tratos con la empresa
extranjera. Por eso se dio una Ley de Reforma Agraria que
preservó intacto el Latifundismo y el poder
económico y político de la oligarquía. Por
eso no se tocaron las grandes haciendas de esos señores a
quienes se calificara alguna vez de "barones del azúcar".
A ellos benefició, la reforma agraria del régimen
pasado. Esa reforma agraria no benefició al campesino,
porque no le dio, ni la tierra ni el agua y porque dejó
todo el poder económico en manos de los latifundistas.
Quienes así actuaron fueron y son los cómplices de
la oligarquía. Por eso la revolución fue
también contra ellos. Pero no contra el pueblo, que le
siguió y puso en sus manos una fe que jamás
mereció ser defraudada. Nosotros no culpamos a ese pueblo,
porque, sabemos muy bien que muchos fuimos engañados en el
Perú. Pero si estamos contra esa oligarquía, sus
aliados de dentro y sus amos de fuera. Ellos son, y serán
siempre nuestros adversarios implacables.

A esa oligarquía empecinada en defender la sin
razón de su propio egoísmo y a todos sus agentes
declarados o encubiertos, peruanos o extranjeros, no les tememos.
La revolución no bajará la guardia. Ella
continuará su obra de transformación nacional y
seremos implacables en castigar cualquier intento de entorpecer
su camino.

Los adversarios irreductibles de nuestro movimiento
serán siempre, quienes sienten vulnerados sus intereses y
sus privilegios: la oligarquía.

Entre quienes defienden a la oligarquía y al
pasado y quienes defendemos la revolución y el futuro, no
hay entendimiento posible.

Está es la recóndita razón de sus
temores y de su oposición al Gobierno de la Fuerza Armada:
no se resignan a perder el poder, los privilegios, las prebendas.
Es que el imperio de la más vieja y astuta
oligarquía de América Latina llega a su fin. Y esta
comprobación los perturba y los hunde en todos Ios
delirios. Por eso se unen los extremos, por eso se distorsiona la
realidad, por eso se ocultan los hechos, por eso se viola la
verdad.

Por eso se orquesta la inmensa y vil campaña de
presentar a este Gobierno como sujeto a una inventada influencia
comunista. Así se persigue desnaturalizar y frustrar el
intento más puro y eficaz que se haya emprendido
jamás en el Perú para salvar a su pueblo de una
situación de oprobio y de vergüenza.

La oligarquía y sus cómplices que
gobernaron siempre a nuestra patria, son los responsables de
todos los grandes problemas, las grandes injusticias y la dura
miseria del Perú.

Nuestro economía es semi-colonial y el nuestro es
un país subdesarrollado, porque así convenía
a esa oligarquía entreguista y apátrida.

Los señoritos de la oligarquía pensaban
que todo estaba muy bien en el Perú. Porque para ellos,
efectivamente era así. La pobreza y la ignorancia de los
campesinos siempre fue para ellos buen negocio. El subdesarrollo
daba buenas ganancias. La oligarquía era la dueña
de la riqueza y de la tierra. Y el pueblo era quien
producía esa riqueza y trabajaba esa tierra.

La nuestra fue una economía donde a expensas de
la inmensa mayoría de peruanos se enriqueció una
casta privilegiada que, además, servía a los
intereses de grandes consorcios extranjeros.

Siempre supimos que iniciar una revolución
significaría afectar esos poderosos intereses. Quienes
explotaron a este país durante casi toda su vida
republicana ahora ven esos intereses en peligro. Por eso
están contra nosotros. Y por eso querían
destruirnos. Más, la oligarquía debe convencerse
que su imperio sobre el Perú ha terminado para
siempre.

Los enemigos de la Revolución, que son los
enemigos del pueblo y del Perú, propagan la calumnia
cotizable de que este es un gobierno influenciado por ideas
extremistas. La oligarquía y sus aliados genuflexos saben
muy bien que mienten al lanzar, irresponsablemente una
campaña tan baja y sin sentido. En su desesperado intento
por detener la transformación necesaria en el Perú
y de este modo recapturar el control del país, no han
vacilado en organizar una masiva y costosa campaña que
desde dentro y desde fuera del Perú trata de deformar la
verdadera naturaleza de esta revolución nacionalista que
jamás ha importado recetas extranjeras y que busca en el
Perú y con los peruanos las soluciones de los grandes
problemas del país.

Los enemigos de la revolución creen que la
única manera de frustrarla es derrocando al Gobierno que
la está llevando a cabo. Y pretenden lograr este objetivo
dividiendo a la Fuerza Armada so pretexto de que en su seno
existe influencia extremista. Esta es la esencia del gran complot
reaccionario al que hoy se enfrenta la revolución. En su
increíble insensatez la oligarquía no comprende que
nosotros defenderemos esta revolución en todos los
terrenos y hasta las últimas consecuencias; no comprende
que si por desgracia para el país alguna vez lograran su
propósito de dividirnos, ellos significaría el
desastre inevitable de una guerra civil cuyas primeras
víctimas tendrían necesariamente que ser la propia
oligarquía y sus cómplices de todos los
pelajes.

Más, si la oligarquía y los caciques
políticos que la sirven, quieren violencia, habrá
violencia en el Perú. Quiénes la desaten no
quedarán ilesos. Sobre ellos caerá el castigo
ejemplarizador de la revolución.

La Revolución, nada tiene contra las
ideologías renovadoras, ni contra las masas populares de
cualesquiera de los partidos políticos del país. A
ellas, el Gobierno revolucionario les tiende la mano para
defender en común la causa del pueblo. Pero no a los
dirigentes que fueron cómplices del gran engaño que
significó convertirse en defensores de los enemigos del
pueblo del Perú. Con esos dirigentes nada tenemos en
común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque
representan el brazo político de la oligarquía
antirrevolucionaria. Hablamos sin eufemismos. Abiertamente. No es
nuestro el lenguaje sibilino de los políticos
criollos.

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