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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 7)




Enviado por rubèn ramos



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Los grandes objetivos de la revolución son
superar el subdesarrollo y conquistar la independencia
económica del Perú. Su fuerza viene del pueblo cuya
causa defendemos y de ese nacionalismo profundo que da impulso a
las grandes realizaciones colectivas y que hoy, por primera vez
alientan en la conciencia y en el corazón de todos los
peruanos. Esta revolución se inició para sacar al
Perú de su marasmo y de su atraso. Se hizo poro modificar
radicalmente el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad. El
sino histórico de toda verdadera transformación es
enfrentar a los usufructuarios del status quo contrae el cual
ella insurge. La nuestra no puede ser una
excepción.

Esa oligarquía, sus aliados de dentro y sus amos
de fuera son, pues, y serán siempre nuestros adversarios
implacables. Tengamos conciencia de que hemos sido los
únicos que en este país han afectado sus intereses.
Esta es la primera vez que esa oligarquía carece de
influencia política, la primera vez que no gobierna. Por
eso, no perdona ni jamás perdonará a quienes se han
atrevido a desafiar su poder, su dinero, su fuerza. Ella
permanecerá al acecho, aguardando el momento propicio para
afrontar una ofensiva frontal contra el Gobierno de la
revolución.

No creemos, pues, que el adversario de la
revolución ha sido ya vencido definitivamente. Ha sufrido
algunas serias derrotas, pero la guerra no ha concluido
aún. Terminará cuando la Revolución Nacional
haya afianzado profundamente sus raíces; cuando el pueblo
pueda sentirse absolutamente seguro de que esa oligarquía,
que, con sus cómplices lo hundió en la pobreza y en
el engaño, ya no puede intentar su retorno al control del
país. Nosotros no podemos cometer el grande y
trágico error de creer que la revolución ha
sorteado ya todos los peligros. En realidad, ella recién
está comenzando a confrontarlos. Mantengámonos
vigilantes, alertas, decididos. Nuestro compromiso no es con un
ordenamiento político tradicional, formalista,
básicamente inoperante y obsoleto. Nuestro compromiso es
con el pueblo y con la revolución que ese pueblo demanda.
A nada ni a nadie debemos lealtad sino al Perú, a su causa
de justicia social que la revolución encarna y
representa.

De la oligarquía y sus soldados, la
revolución no espera nada, así como ellos no deben
esperar nada de la revolución. Entre ellos y nosotros las
líneas de separación están bien claras.
Entre la revolución y la anti revolución no hay
compromisos posibles. Pero, muchos critican a la
revolución sin ser miembros de esa oligarquía o de
sus grupos de complicidad. Creemos que en estos casos se trata de
gentes poco avisadas, que hasta hoy no saben percibir el
significado profundo de lo que está aconteciendo en
nuestro país. O se trata de gentes que no pueden
comprender que todos hemos cambiado en el Perú, unos para
bien y otros para mal. Estos son los casos de persistencia de
prejuicios que deben ser superados de lealtades a personas por
encima de lealtades a principios. Nosotros esperamos que, quienes
así piensen, lleguen a modificar su
posición.

Realizar la transformación profunda de las
estructuras sociales y económicas que el pueblo siempre
quiso, es la finalidad de esta revolución nacionalista. No
es cierto que ella tuviera por objeto cerrar el paso a nadie. Si
hubiera sido así, no estaríamos iniciando los
cambios más profundos de nuestra historia republicana. Nos
habríamos contentado con tomar el poder. Aquí
está la mejor prueba que esta revolución nunca fue
dirigida contra partido político y muchísimo menos
contra ninguna ideología renovadora o contra quienes con
ella simpatizan. La revolución se hizo para emprender la
transformación socio-económica del Perú y
para darle a nuestro pueblo un ordenamiento de efectiva justicia
social.

Nosotros estamos contra los grandes acaparadores del
dinero y la riqueza, que son los integrantes de esa
oligarquía que siempre dominó la vida
económica y política del Perú. Por ello,
aún cuando algunos de los representantes del capitalismo
dependiente y tradicional declaran estar de acuerdo con la
necesidad de hacer cambios fundamentales con la estructura
económica y social del Perú, y en los hechos se
oponen a esos cambios porque necesariamente alteran sus
privilegios y afectan sus intereses, esto no debe conducirnos o
confundir nuestra posición. Esas personas que controlan
poderosos intereses económicos, casi siempre subordinados
o, por lo menos, vinculados a grandes empresas extranjeras, creen
poder minar la fuerzo de la revolución. Persiguen
paralizar la economía del país, producir la
desocupación masiva, estimular la carestía de la
vida y así debilitar al Gobierno de la Fuerza Armada y
destruir la revolución. Pretenden arrastrar en su maniobra
a los industriales y capitalistas verdaderamente peruanos, con
quienes casi nada tiene en común.

A ellos nada nos vincula. Junto a la oligarquía
que siempre impidió el surgimiento del verdadero
industrialismo peruano están también del lado de
los grandes consorcios extranjeros.

Nadie los librará jamás del oprobio de
haber sido y ser, los explotadores del pueblo, vendedores de su
soberanía, virtuosos del entreguismo, traficantes de la
esperanza popular, corruptores de conciencias, suma y raíz
de lo antipatria.

Ellos representan el pasado. Nosotros estamos
construyendo el futuro del Perú.

Con motivo de la promulgación de la Ley de
Reforma Agraria se han producido actos orientados a entorpece e
impedir su aplicación. Es evidente la campaña
organizada que contra esta reforma lanzan los sectores afectados
de lo oligarquía, los dirigentes de las agrupaciones
políticos que a ellos defienden, y la prensa que sirve a
sus intereses. No nos sorprende esta acción concertada de
quienes se identifican con los privilegios y las injusticias de
un ordenamiento socio-económico ya cancelado para siempre.
Lo oligarquía que ha visto afectados sus intereses por la
Ley de Reforma Agraria, no invierte su dinero en el país.
Este es el gran complot de la derecha económica, su gran
estrategia antirrevolucionaria, su gran traición a la
causa del pueblo peruano. Se persigue de este modo crear una
ficticia crisis económica que vulnere la estabilidad del
gobierno. La excusa para no invertir, es que no existe en el
país un "clima de confianza". Esta frase manida es el
estribillo, pero también el arma sicológica, que
día a día utiliza la reacción para cubrir
con cortina de humo su verdadera, intención
antipatriótica. Frente a ella reafirmamos nuestra
decisión de ser inflexible en la aplicación de la
reforma. Llegará un momento en que esto oligarquía;
esos dirigentes políticos y ese prensa, hoy unidos pero
defender lo inconfesable, se convenzan de la inutilidad de sus
esfuerzos porque en el empeño revolucionario no estamos
solos; nos respaldan en esta tarea campesinos, obreros y
estudiantes y la inmensa mayoría de intelectuales,
sacerdotes, industriales y profesionales del Perú. La
Revolución proseguirá con firmeza su acción
transformadora. Los estorbos quedarán a lo largo del
camino, como testimonios de lo que hubo que dejar de lado para
realizar la justicia social en el Perú.

Uno de sus principales instrumentos es la sincronizada
propaganda deformada de la verdad, que opera a través de
ciertas agencias noticiosas extranjeras, de algunas revistas de
circulación internacional y de algunos periódicos y
revistas que se imprimen en el Perú que representan y
defienden los intereses de la oligarquía peruana y sus
cómplices foráneos.

En esta insidiosa campaña de mentiras, bien poco
o nado tiene que ver la inmensa mayoría de los periodistas
peruanos, que no son responsables de la línea de
acción que impone la mayor parte de los propietarios de
los medios de prensa. En general, esa inmensa mayoría de
periodistas simpatiza realmente con la revolución. Pero
quienes controlan y monopolizan la propiedad de esos
órganos de prensa son miembros de lo oligarquía
enemiga de la transformación que estamos
realizando.

Las excepciones son pocas y muy honrosas. Esos diarios y
revistas sufren en carne propia las represalias económicas
de la oligarquía a quien se niegan a servir. La honradez
de su posición independiente frente al Gobierno
Revolucionario los hace acreedores al respeto y a la gratitud del
pueblo peruano.

La oligarquía nunca fue solamente la
expresión de un poder económico y político
centralizado en la capital del país. Siempre hubo
oligarquía en todas nuestras instituciones y en todos los
niveles de la vida nacional. Al proponerse transformar la
sociedad peruana, nuestra revolución propone en realidad
cancelar los distintos privilegios de todas esas pequeñas
oligarquías.

Lo que tiene sentido de realidad concreta para los
hombres y mujeres de nuestro pueblo, es la presencia oprobiosa y
dominante de estas oligarquías que por generaciones han
usufructuado el poder económico y político en todos
los niveles de la vida peruana. Por eso, la tarea de la
revolución no puede consistir únicamente en
reconstruir nuestra sociedad desde "arriba". Parte fundamental de
nuestra acción revolucionaria tiene que ser una
transformación constructiva desde "abajo".

Nuestra acción revolucionaria es, pues, muy
compleja y difícil .Porque las obras de
transformación deben realizarse en todos los campos de
nuestra sociedad. En un sentido muy importante, la realidad de
esta revolución sólo podría captarse a
plenitud cuando los hombres y mujeres de nuestro país
directamente la perciban y realicen a nivel de cada colectividad
local.

Antimperialismo y
revolución

Como países secularmente atados al dominio
económico extranjero, el nuestro no puede dejar de ser un
camino de lucha antiimperialista. Pero tal comprensión no
puede oscurecer la realidad de un problema evidente: la
dependencia de nuestros países es un fenómeno
multidimensional, aunque su punto de origen sea claramente el
dominio de nuestra economía por centros foráneos de
poder. El antiimperialismo de una genuina posición
revolucionaria en los países subdesarrollados del Tercer
Mundo, tiene, por tanto, que admitir una fundamental
dimensión supra-económica. La lucha por la
auténtica autonomía nacional involucra
también, a nuestro juicio, los planos de
conceptualización de un nuevo pensamiento revolucionario y
de una nueva manera de concebir los problemas de nuestra sociedad
y cultura.

Por esto en la esencia misma de nuestra filiación
revolucionaria hay una clara posición anti-imperialista
que no puede ser abandonada sino al precio de abandonar
también nuestra propia razón de ser Gobierno
Revolucionario del pueblo del Perú.

IPC: REIVINDICACIÓN Y DIGNIDAD

Lo expulsión de la IPC constituye el primer acto
reivindicatorio de la revolución. Con él se
fijó el rumbo de nuestro movimiento, se dio comienzo a un
nuevo y luminoso periodo de nuestra historia republicana. El
Perú comenzó a rescatar su orgullo nacional y a
comprender el inmenso valor de ser por primera vez un país
por entero soberano.

El nuevo espíritu nacionalista, hoy presente en
todos los rincones de nuestro Patria, se inició en Talara,
junto a los pozos de petróleo, junto a los campamentos,
junto a la refinería, en el corazón de los
trabajadores petroleros. Ese es el mismo espíritu que
guía todos los actos de la revolución. El da
sentido a toda la política revolucionaria y a nuestra
unidad y nuestra fuerza.

Nuestra posición de la batalla del
petróleo ha tenido amplias repercusiones en el campo
internacional. Ha ganado para nuestro país la
admiración y el respeto de todas las naciones, inclusive
del pueblo norteamericano que ya ha empezado a comprender la
verdadera naturaleza del problema con la International Petroleum.
La tensión inicial con el gobierno norteamericano ha
disminuido, sin que el Perú haya cedido en nada la defensa
de una causa que sabe justa. El diálogo con los
representantes del Gobierno de Estados Unidos ha servido para
explicar y fundamentar ante el mundo la posición del
Perú. Y esto ha contribuido de manera muy importante al
éxito de nuestro país.

De otro lado, la posición nacionalista en el
problema del petróleo ha servido de orientación
normativa a todas las acciones del Perú en el campo
internacional. La defensa de nuestra soberanía y de
nuestros intereses constituye los fundamentos de la nueva
diplomacia del Gobierno Revolucionario. Trátese de la
ampliación de nuestras relaciones con los países
socialistas o trátese de la firme defensa de los derechos
del Perú sobre las doscientos millas, el norte de nuestra
acción es siempre el mismo: velar por los intereses del
Perú, inspirados en una clara y rotunda posición
nacionalista.

Al recuperar la Brea y Pariñas y al expulsar a la
lnternational Petroleum, el Perú recuperó
también la plenitud de su soberanía y la plenitud
de su dignidad como Nación. Hemos pagado por eso el precio
de amenazas y presiones. Pero no importa. Hoy somos un
país digno y soberano, dueño de su
destino.

Esa primera acción señaló el rumbo
profundamente nacionalista de nuestro movimiento. Y
demostró con claridad nuestro firme propósito de
romper con el pasado para siempre.

La presencia de la International Petroleum en el
Perú simbolizó una época de oprobio. Las
instituciones y los hombres que a espaldas de la ley legitimaron
el despojo de un pueblo a manos de esa empresa extranjera,
tendrán siempre un lugar de vergüenza en nuestra
historia. Porque difícilmente la infamia y el cinismo
podrían ser mayores de lo que fueran aquí, cuando
se dieron mano y maña para defender intereses
extraños al Perú en perjuicio de nuestra propia
Patria.

Cuanto aquí se hizo para favorecer a la
International Petroleum, formó parte de un patrón
de conducta pública, de un estilo de vida política
que influyó hondamente en el comportamiento de los
partidos gobernantes del régimen pasado, resumen
culminante de toda una época de dominio conservador en el
Perú. Contra el significado total de esa época
insurgió el movimiento revolucionario de la Fuerza Armada
en Octubre de 1968. Nuestro propósito no fue remediar
situaciones aisladas. Siempre reconocimos el carácter
integrado de los diversos aspectos de la problemática
sustantiva del Perú. Por tanto, comprendimos que el
país requería soluciones de fondo que abarcaran los
decisivos fundamentos sociales, económicos y
políticos de su ordenamiento tradicional.

Por eso, la recuperación de Talara no fue la meto
ni el fin de nuestro proceso revolucionario, sino apenas su
inicio. Aparte de su hondo sentido reivindicatorio y justiciero,
quisimos que fuese el símbolo de n nuevo pensamiento y una
nueva actitud en el Perú. No se trotó solamente de
restablecer lo soberanía de nuestro país sobre sus
propias riquezas, sino de que nuestro pueblo comprendiese que una
época llegaba a su fin y que otra, distinta y superior, se
iniciaba bajo la advocación de un movimiento nacionalista
y revolucionario llamado a transformar profundamente todos los
órdenes de nuestra sociedad.

Por eso la recuperación del petróleo
constituirá un hito en nuestra historia. Significó
la cancelación de un periodo ominoso de la vida nacional.
Puso término a un estilo político de
genuflexión ante los países poderosos, y dio
nacimiento a una nueva y vigorosa actitud nacional de orgullo
patrio. Una nueva manera de ser en el comportamiento de los
gobernantes, nació en este país cuando se puso
término a lo ignominia, que representó la
usurpación de la International Petroleum Company. Y ese
fue el paso inicial, de la afirmación nacionalista que
constituye el fundamento de toda la acción de Gobierno
Revolucionario y la nota distintiva del nuevo
Perú.

Los peruanos nunca debemos olvidar que los llamados
poderes del Estado sancionaron el ntreguismo y la
tradición en Talara. Quienes actuaron sabían muy
bien lo que estaban haciendo. No pueden eludir su responsabilidad
tras la máscara de ninguna inocencia, de ningún
desconocimiento. La afrenta que se hizo a este país al
pretender consagrar en Talara, la pérdida de su
soberanía y la admisión de derechos que la
International Petroleum nunca tuvo, fue la culminación del
largo camino proditor de la oligarquía peruana y de sus
cómplices. Y ahora se tiene lo osadía y la
desvergüenza de decir que el Gobierno de la
revolución se limitó a ejecutar lo que esos
enemigos de la Patria habían querido hacer. No. Lo que
nosotros hemos hecho no puede compararse con la traición
que ellos quisieron perpetrar. Ellos quisieron entregar el
país a la International Petroleum, y nosotros hemos
arrojado a la International Petroleum del Perú.

No culpamos a las instituciones. Culpamos a los hombres
que las dirigieron. No culpamos a los artidos ni a los militantes
de esos partidos.

Culpamos a sus dirigentes que son los verdaderos
responsables.

La complicidad, el miedo, el entreguismo y la paga que
muchos recibieron de la empresa extranjera, fueron los verdaderos
obstáculos para defender y hacer primar los derechos del
Perú. De otra manera no se explican los largos años
de regateos políticos, de vacilaciones y de
engaños, que culminaron con la ignominia y la
vergüenza de la página once. Es mentira que la Fuerza
Armada influyera para que el Ejecutivo y el Parlamento del
gobierno anterior no plantearan con rotundidad las demandas del
Perú. Fue precisamente para que tales demandas fuesen
respetadas que la Fuerza Armada intervino y depuso un gobierno
demostradamente entreguista e inepto.

Los peruanos tampoco debemos olvidar la ignominia que
aquí significó la usurpación extranjera.
Durante mucho tiempo Talara fue, en realidad, un pedazo de suelo
extranjero hundido como espina en la tierra y en la conciencia de
la Patria. Si bien las formas externas de la segregación
fueron después en gran parte abolidas, siempre
persistió el trato discriminatorio para el trabajador
peruano. Pedazo del Perú ajeno para todos los peruanos,
cercado de alambradas, campo de discriminación donde
nosotros éramos extranjeros: ¡Eso fue Talara! Y esto
no puede borrarse con mejores salarios. La conciencia de un
pueblo no puede adormecerse con dinero.

La tarea de reconstrucción nacional tenía
que empezar donde más grande había sido la afrenta
infligida al Perú por sus malos gobernantes y por la
voracidad de una empresa extranjera sin principios ni ley. Esa
tarea tenía que empezar por donde la corrupción y
el entreguismo habían sido más intensos y
vergonzantes para el Perú. Por eso, nuestra primera medida
fue recuperar el patrimonio petrolero del país. Por eso,
la revolución comenzó por el
petróleo.

Desde que el Perú naciera a la vida independiente
hasta nuestros días, las leyes de la República
reservaron para el Estado las riquezas naturales del subsuelo, no
siendo por tanto otorgable en propiedad a persona natural o
jurídica alguna. Sin embargo, la International Petroleum
Company mantuvo de hecho la propiedad de nuestro subsuelo en los
campos petroleros de la Brea y Pariñas amparándose
en el irrito laudo de París, fechado el 24 de Abril de
1922, y declarado nulo, posteriormente por la ley de la
República. Cuantos intentos se hicieron por resolver esta
inaudita situación fueron quebrantados mediante todo
subterfugio imaginable: Un recuerdo reciente te lo constituyen
los acontecimientos, que culminaron en la madrugada del 12 de
Agosto de 1968, con la claudicante "Acta de Talara" por la que,
uno ve más, se trató de engañar al pueblo
peruano, al aceptarse la condonación de una cuantiosa
deuda al Estado contraria a todo principio constitucional y que
condenaba a la Empresa Petrolera Fiscal a ser una simple entidad
extractora de petróleo; beneficiando así a la
compañía usurpadora.

La Fuerza Armada desde el Gobierno cumplió el
anhelo ciudadano y patriótico de reivindicar una riqueza
nacional que ilegítimamente explotaba una empresa
extranjera. Así se reparó la dignidad y la
soberanía de nuestra patria. Este fue un paso fundamental
y decisivo de la revolución. Los irrenunciables derechos
del Perú han prevalecido. El petróleo es peruano.
La International Petroleum Company ha desaparecido del
país. Hemos hecho frente a las presiones extranjeras no
con altanería, sino con firmeza. Si el precio de defender
esta causa nos convierte en blanco de abominables "enmiendas" que
el Perú y el mundo entero han rechazado, estamos
dispuestos a pagarlo. Nada modificará esta
situación. Los días del entreguismo han llegado a
su fin.

El pueblo del Perú debe prepararse para realizar
todos los sacrificios imaginables antes que ceder, y borrar en
esta forma la iniquidad que ha representado esta
situación. Así lo han hecho otros pueblos cuya
conciencia, igual que la nuestra ahora, les enseñó
que a los países como a los hombres puede
arrebatárseles muchas cosas, menos su dignidad, su honra y
la resolución de vivir de pie, erguidos y con la frente en
alto. Los países del mundo deben tener la certeza de que
mantendremos en alto nuestra bandera de la justa
reivindicación y, estoy seguro, que además de
comprendernos, harán causa común para definir esta
situación, porque el problema del Perú es el de los
países llamados subdesarrollados de América Latina
y del mundo.

200 MILLAS: SOBERANÍA

La tesis de la soberanía del Perú sobre
las doscientas millas de nuestro mar territorial, se funda en
irrecusables razones de orden histórico,
científico, económico, social y político, de
absoluta importancia para nuestro desarrollo nacional. La defensa
de nuestro derecho al control y al uso de los inmensos recursos
de nuestra cuarta región natural constituye, por eso,
posición irrenunciable de la Revolución
Peruana.

Otros países latinoamericanos comparten el
interés y la preocupación del Perú con
referencia a la doctrina de las doscientas millas y han extendido
hasta ese límite el ejercicio de su soberanía sobre
el mar.

Pues por encima de la singularidad que, respondiendo a
nuestra historia y a la naturaleza de nuestra problemática
de hoy, marca un rumbo distintivo y autónomo al proceso
revolucionario del Perú, somos conscientes de compartir
con otros hombres y otros pueblos un destino básicamente
común en términos de una común
oposición a todas las formas de dominio imperialista en
los inseparables campos de la economía y la
política.

La lucha por la soberanía es la lucha contra la
dominación extranjera. Y la lucha por nuestro desarrollo
es por eso también un esfuerzo constante por defender
nuestras riquezas naturales, la riqueza de nuestro suelo y
nuestro mar y el trabajo de nuestros hombres, a fin de que todo
ello sirva a una causa de justicia para todos los peruanos y no
al interés de quiénes no son nuestros.

Reivindicar los derechos del Perú y conquistar la
plenitud de su soberanía no puede, por ello, ser un simple
episodio. Hoy en el país una nueva actitud, una nuevo
manera de actuar que responde a una posición esencialmente
distinta, frente a los grandes problemas de la
nación.

LA CERRO: VOLUNTAD ANTIMPERIALISTA Y
EMANCIPADORA

La expropiación de la Cerro de Pasco Cooper
Corporation, que significó el símbolo más
fehaciente de la presencia imperialista en el Perú, tal
cual lo fuera la International Petroleum Company, manifiesta la
voluntad libertaria y antiimperialista de la Revolución
Peruana. Serenamente, sin retroceder un sólo
milímetro, con la enorme fortaleza que otorga ser fiel a
sus principios, ella ganó así una nueva batalla
moral, económico y política en la guerra por
nuestra segunda emancipación.

Hemos cumplido más de seis años como
genuina y auténtica Revolución Peruana. Que somos
fuertes, austeramente fuertes, lo muestra el hecho de que
seguimos conquistando victorias extranjeras de filiación,
estructura y conducta imperialista. Quienes no juegan limpio con
el Perú y su pueblo no pueden esperar sino nuestro
indignado rechazo.

Con la dignidad y la soberanía
esgrimidas como principio esencial de nuestra filosofía
política y de nuestra conducta internacional, el
Perú se yergue hoy, otra vez, armado con lo viril
integridad revolucionaria de los pueblos que se respetan, que
hacen honor a sus antepasados, que saben mirar con lo frente
limpia hacia el futuro. Como toda auténtica
Revolución la nuestra acrecienta su caudal, enriquece su
contenido, levanta sus banderas y enrumba sus pasos con la
decidida confianza en lo justicia de su causa.

Por ello, con esta medida trascendental, la
Revolución Peruana se afianza y avanza. Y prueba, con la
irrefutable claridad de los hechos, su meta y límpida
filiación libertaria, dignificante y emancipadora. Es que
el imperialismo y la Revolución no caben juntos en el
Perú, en una hora de lucha cuya consecuencia principista
con el pueblo, nos demandarán las generaciones venideras.
Como puente histórico entre el pasado y el porvenir, somos
una generación que tiene la responsabilidad de cancelar un
sistema y una conducta caducos para dar nacimiento a un nuevo
sistema, a una nueva conducta, a una nueva manera de concebir la
vida entera de los peruanos y del Perú. Tenemos el derecho
y el deber de hacer, pues, la Revolución. Porque no
sólo es este el designio final, impalpable de la historia,
sino sobre todo, lo voluntad concreta, tangible, palpable, diaria
e insobornable del pueblo del Perú.

Con la expropiación de la Cerro de Pasco Cooper
Corporation y con la extirpación de su dominio
económico y de su poder político, la
Revolución lanza la mejor respuesta a sus enemigos de la
reacción y de la ultra-izquierda. A los primeros
notificándoles que no sólo no hay ni habrá
paso atrás, sino que nuestra marcha es indetenible,
cualquiera que sea el costo que haya que pagar por ello. A los
segundos, diciéndoles que los hechos son la verdad
más pura e irrefutable de una
Revolución.

La Cerro de Pasco Corporation desaparece física,
real y nominalmente del país. Queremos erradicarlo para
que no quede por oposición, sino en el recuerdo de un
pasado que se está borrando del Perú. Por ello, la
empresa que hemos recuperado está naciendo a la vida
activa de la Nación con un nuevo nombre: "Empresa Minera
del Centro del Perú" (CENTROMIN-PERÚ). Ella, es y
será en el futuro el símbolo de la minería
revolucionaria en el territorio económicamente liberado
sobre el cual ejercerá sus actividades. La
Revolución y los trabajadores en esta nueva empresa hemos
adquirido un serio compromiso con el pueblo del
Perú.

Quienes hemos jurado brindar lo mejor de nuestro
empeño y de nuestra existencia por la
liberación del Perú, debemos ponernos de pie y
renovar nuestro juramento de lucha, haciendo lo posible y lo
imposible, por un Perú renacido, libre, justo, digno y
soberano.

ANTIMPERIALISMO Y RECURSOS NATURALES

Los pueblos del Tercer Mundo luchan por superar
definitivamente las condiciones generales del subdesarrollo que
secularmente han hecho de ellos pueblos explotados. Aquí
se encierra una causa de justicia que no puede ser ignorada y
menos desdeñada. Tenemos plenitud de derecho para
construir la realidad de un futuro mejor, más justo y
más libre.

En esta lucha gigantesca nuestros recursos naturales
tienen una importancia decisiva. Ceder en ella equivaldría
a renunciar a la posibilidad de cancelar definitivamente un
pasado ominoso que nos hundió en la miseria y el atraso.
Nadie puede pedirnos que actuemos de este modo. Se han abierto ya
definitivamente las puertas de una nueva era. En ella no pueden
tener cabida las prácticas expoliatorias del pasado. Ser
poderoso ya no puede significar impunidad para oprimir a los
demás, ni para basar su grandeza en la miseria de los
otros. Hay un mundo insurgente en nuestra época que ya no
puede ser detenido en su camino. Es el mundo que constituyen los
pueblos hasta ayer oprimidos de la tierra. Es nuestro mundo. El
mundo de las naciones que han empezado a transformarse para ser
libres. Ese es el mundo al cual el Perú pertenece y al
cual habrá de pertenecer en el futuro.

Para nosotros no existe posibilidad alguna de construir
una sociedad de justicia si mantenemos la realidad y las normas
del pasado. Su transformación inexorablemente significa
romper las ataduras que hasta ayer nos supeditaron a los centros
de poder extranjero. La lucha por la soberanía nacional
está en el corazón mismo de todo esfuerzo
revolucionario. Y esa lucha necesariamente entraña
restituir a los Estados soberanos el poder de decisión
sobre todos sus recursos naturales. Tal restitución
decreta el inevitable enfrentamiento con los intereses de la
dominación económica extranjera, parte esencial de
la realidad que toda revolución nacionalista tiene que
cambiar de raíz. Por todo ello el nacionalismo militante
que defiende nuestra soberanía tiene, por necesidad que
ser de clara e inabdicable naturaleza
anti-imperialista.

Sólo comprendiendo la absoluta
justificación histórica y la plena razón de
justicia de posiciones como la nuestra, podrán los
países poderosos del mundo estar dispuestos a encontrar
formas de solución real que garanticen un nuevo trato
equilibrado, económico, político y moralmente
viable.

Tal es a nuestro juicio el pre-requisito de cualquier
solución perdurable a los innegables problemas que hoy
existen entre nuestros países y aquellos que hoy detentan
el poder en el mundo. Nadie crea que somos naciones desvalidas.
En nuestra riqueza radica potencialmente nuestra fuerza. Pero
nuestra unión es el camino para actualizar esa
extraordinaria potencialidad. En la medida en que seamos capaces
de implementar políticas unitarias, podremos alcanzar
relaciones verdaderamente justas y durables.

Una visión realista y generosa del futuro demanda
el reconocimiento de que estamos proponiendo un enfoque sensato a
los problemas que encierra nuestra relación con los
países que necesitan las materias primas que nosotros
producimos. El afán de justicia de los pueblos del Tercer
Mundo no podrá ser en adelante sofocado. No se trata, por
cierto, de plantear políticas imposibles. Se trata
solamente de reconocer necesidades e intereses plurales y
distintos. Ello exige redefinir de manera profunda las relaciones
desequilibradas e injustas que hasta hoy han prevalecido entre el
sector desarrollado del mundo y los pueblos emergentes que
estamos luchando por nuestra independencia verdadera. Nadie puede
desconocer el legítimo derecho que tenemos a defender lo
nuestro.

Esta es la posición del Perú. Es
una posición irrenunciable.

ANTI-IMPERIALISMO Y SEGURIDAD

Si la Fuerza Armada tiene la responsabilidad principal
de garantizar la integridad del Perú como territorio, como
nación y como Estado, tenemos que ser conscientes de que
tal responsabilidad no habría podido ser cumplida
cabalmente si nuestro país hubiera seguido manteniendo
intocados sus grandes problemas de atraso y de miseria, de
explotación y de ignorancia, de marginación social
y de sometimiento a las presiones de un poder extranjero que
más de una vez hizo tabla rasa de nuestra soberanía
nacional.

La efectiva defensa de la Patria sólo es posible
en base a la grandeza, el bienestar y la justicia de todos los
peruanos. Mientras fuéramos un país de privilegios,
de explotación, de ignorancia, de miseria, de
subordinación al extranjero, siempre habríamos sido
un país fundamentalmente débil, fundamentalmente
vulnerable.

Creernos que nuestro país no puede alcanzar ni
seguridad ni grandeza, manteniendo intocadas sus viejas
estructuras de discriminación de las mayorías
nacionales.

Desde este punto de vista, es preciso recordar
aquí la indesligable relación que existe entre los
problemas de la seguridad nacional y los problemas del
desarrollo. Al fortalecer de manera decisiva el frente interno de
nuestra nación, mediante las reformas estructurales que
para siempre cancelen los desequilibrios y las injusticias que
resultaron en el empobrecimiento de las grandes mayorías,
el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada está
contribuyendo también de modo decisivo a dar una base de
solución permanente a los problemas de la seguridad
nacional. La acción de un Gobierno de veras consciente de
sus responsabilidades es siempre, de necesidad, una acción
unitaria. Lo que el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada
está realizando habrá de traducirse inevitablemente
en el fortalecimiento integral de nuestro país. Nuestra
tarea de gobernantes es, de este modo, indesligable de nuestra
condición de militares. Nuestra preocupación por la
seguridad nacional y nuestra preocupación por los
problemas fundamentales de la sociedad peruana no pueden ser
preocupaciones separadas. Ambas se encuentran en la base misma de
nuestra conducta gobernante. Y ambas se hallan también en
la raíz de nuestra vocación revolucionaria, es
decir, de nuestra irrevocable decisión de continuar
ahondando y perfeccionando el rumbo de las grandes
transformaciones sociales y económicas que por primera vez
ha sido posible realizar en el Perú bajo el liderazgo de
un Gobierno que representa la unidad institucional de las armas
peruanas.

PERÚ, TERCER MUNDO Y ANTI-IMPERIALISMO

Las naciones del Tercer Mundo somos nociones de una
antigua tradición enriquecida a lo largo de siglos. Pero
también naciones que a lo largo de siglos han ido
acumulando fundamentales problemas irresueltos. De ellos parten
las hondas corrientes de cambio que hoy empiezan a brotar con
fuerza incontrastable.

La Revolución Peruana es consciente del hondo
nexo histórico que une su destino al destino de los
demás países de América Latina y
también al destino de- los pueblos que son, como el
nuestro, parte del Tercer Mundo; de esa vasta constelación
de países que emergen hoy al plano frontal de la realidad
contemporánea para reclamar vigorosamente la
cancelación definitiva de un orden internacional injusto y
discriminatorio que a todos no afecta adversamente.

Es también consciente del sentido radicalmente
nuevo del momento que hoy vive la humanidad. Esto es mucho
más que una expresión retórica. Es una
comprobable descripción de la realidad. Porque todos
deberíamos comprender que el viejo sistema de
dominación internacional tiene que ser abandonado. Las
categorías que en el pasado sirvieron para expresar la
realidad política del mundo tienen que ser redefinidas.
Los conceptos de paz, seguridad, "ayuda" y cooperación
internacional deben ser, entre otros, profundamente revisados. Y
en el sentido más hondo de la expresión, el orden
moral que sirvió de sustento a las relaciones
internacionales del pasado, tiene que ser alterado también
de modo sustantivo.

La imposibilidad virtual de dirimir profundas
diferencias por la vía de los enfrentamientos
bélicos masivos, obliga a repensar todos los
planteamientos clásicos de la conducta internacional de
las grandes potencias. Y esto altera de modo fundamental la
perspectiva que antes sirvió para enfocar los problemas
internacionales. Porque implica aceptar una considerable
reducción de las posibilidades efectivas que las grandes
potencias tienen hoy para actuar en las áreas frontales de
conflicto; y, consecuentemente, reconocer el desplazamiento de
ámbitos neurálgicos de decisión real hacia
las zonas del mundo hasta ayer consideradas
periféricas.

Esto otorga a los pueblos que habitan las áreas
"marginales" de conflictos, una posible dimensión de poder
hasta ayer virtualmente desconocida. Pero ella sólo
podría tornarse operativa en la medida en que esos pueblos
fueran capaces de comprender lo potencial gravitación
política que ahora poseen y el pre-requisito de
acción unificada que demanda. Tal situación sugiere
la necesidad de ponderar hasta qué punto podría
resultar imperativa una profunda redefinición de las
relaciones de poder político real en el mundo de hoy. En
efecto, las grandes potencias económicas y militares deben
reconocer en la actualidad muy importantes limitaciones a su
ejercicio efectivo del poder, cerca y lejos de sus fronteras. Y
esto inevitablemente significa un correlativo aumento del poder,
real de países que hasta hace poco tiempo fueron
considerados, piezas menores en la estrategia global de las
naciones poderosas.

Desde una perspectiva como la nuestra, el futuro de los
pueblos del Tercer Mundo no se aprecia en la forma excesivamente
sombría que trasunta la simple enumeración de los
datos que muestran las desequilibradas e injustas relaciones
entre países desarrollados. Un enfoque esencialmente
político, abarcador de todos los factores que constituyen
la compleja trama de las relaciones internacionales, permite
trazar un cuadro diferente y optimista. No es el Tercer Mundo un
conjunto de pueblos irremediablemente perdidos y a merced de los
países poderosos. En un sentido fundamental, aunque a
veces desapercibido para muchos, de nosotros depende en gran
medida el destino final y verdadero de las naciones que hoy
tienen a nuestro juicio en forma transitoria, un papel dominante
en el mundo.

Independientemente de cualquier otra
consideración, el futuro del mundo en gran medida depende
de quienes somos la mayoría de la humanidad. No es cierto
que las naciones de alto desarrollo industrial nos muestren el
camino de nuestro porvenir, ni que prefiguren en su realidad de
hoy lo que necesariamente habrá de ser nuestra futura
realidad. Lo importante, lo verdaderamente decisivo, era que
emprendiésemos el camino de nuestra liberación. Ya
lo hemos empezado. De nosotros -no de otros- dependerá en
lo fundamental lo que tenga que ser nuestra historia del futuro.
Por eso, debemos abandonar radicalmente todas las formas de
obsecuencia y subordinación ante los pueblos y gobiernos
que antes ejercieron el control indisputado del mundo. No
debernos hablar mediatizadamente. Debemos hacerlo sin arrogancia,
pero con firmeza, seguros de que estamos defendiendo un derecho y
una razón que no son dádiva de nadie y que nos
pertenecen en la medida en que somos y nos sentimos hombres
libres y en la medida en que somos y nos sentimos naciones
soberanas.

El propio sentido de la historia se orienta hacia la
creciente liberación de los hombres y los pueblos. Las
posibilidades de conquistar una auténtica libertad son hoy
mucho mayores de lo que nunca fueron en el pasado. Por eso,
asumamos la total responsabilidad de llegar a ser plenamente
libres. Nuestras miserias y nuestras injusticias son
también obra de nosotros mismos. Y poco adelantamos al
pretender que otros sean responsables absolutos de que existan.
Atribuir a los demás paternidad completa de todo lo que a
nosotros nos ocurra es, en el fondo, aceptar una inferioridad que
realmente no existe ni jamás ha existido. Sufrir
dominación por parte de los poderosos nunca ha significado
en la historia del mundo demostración de superioridad
intrínseca de hombres ni de pueblos. Los dominadores de
hoy fueron ayer con frecuencia dominados.

Hoy surge en lo médula más
radical de un pensamiento de veras contemporaneizado, la
interrogante que profundamente cuestiona la supuesta
inevitabilidad de dominio de unos pueblos sobre otros.

Sabemos muy bien la dura realidad de la
dominación imperialista que en diferentes grados afecta a
todas las naciones del Tercer Mundo y también sabemos todo
el significado del neocolonialismo
contemporáneo.

Pero nada de esto nos debe conducir a ignorar la
posibilidad real de que un nuevo pensamiento rector de las
relaciones internacionales insurgió como resultado de los
cambios profundos que hoy vive la humanidad en todos los planos
de su existencia. Las etapas históricas que
entrañan -como la nuestra- ruptura cualitativa del devenir
del hombre, gestan su propio universo normativo, y edifican una
nueva teleología social. Por eso, en puridad, no
habría razón alguna para suponer que un nuevo
pensamiento y una nueva valorativa integral tendrían,
necesariamente, que ser similares a sus equivalentes del
pasado.

Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas
y de mirar la historia sin prejuicios, comprenderíamos que
no hay nada ilusorio en pensar de este modo. Algunos de los
grandes idealismos del pasado y algunos de sus más
deslumbrantes utopías constituyen ahora expresión
de un realismo cuyo respeto es vital para la continuidad de la
civilización y, acaso, de la especie humana. Ilusorio por
eso, podría ser pensar que los principios sobre los cuales
se construyó todo el sistema tradicional de relaciones
internacionales puedan mantenerse intocados en medio de las
hondas alteraciones que han transformado al mundo en las
últimas décadas y que probablemente
continuarán transformándolo en el
porvenir.

La estructura política internacional se encuentra
en proceso de recomposición. Nuevos y vigorosos centros de
poder han puesto fin a la bipolaridad surgida de la guerra y
contribuyen de modo decisivo a reconstituir la realidad del mundo
contemporáneo. El pluralismo político que
determinan esas nuevas áreas de poder de verdadero alcance
mundial, obliga a replantear la perspectiva de análisis
que imperó hasta hace pocos años. Hoy se trata de
actualizar una visión del mundo que con fidelidad refleje
su dinámica realidad del presente.

Frente a esa realidad, las normas y valores de
política internacional basadas en el reconocimiento de una
bipolaridad que ya no existe, tienen necesariamente que ser
substituidos por otros que reflejen la significación de
aquel emergente pluralismo de centro de poder que en mucho
caracteriza la escena internacional de nuestros
días.

En este momento transicional de la humanidad y ante el
conflicto profundo que entraba las relaciones de las grandes
potencias que compiten por ampliar sus áreas de
dominación y de influencia, los pueblos del Tercer Mundo
tenemos un camino y un designio fundamentalmente comunes. Sin
embargo, la propia expresión Tercer Mundo no designa, en
rigor, una realidad y una alternativa de carácter
político frente a las áreas ordenadas capitalista y
comunista que, encarnaron la dualidad de poder que emergió
de la última conflagración mundial. Esa
expresión designa fundamentalmente una situación
económico-social dinámica y heterogénea,
definida en relación a los países que,
independientemente de su signo ideológico, han alcanzado
altos niveles de desarrollo industrial. El Tercer Mundo es, por
tanto, en esencia, el sector de pueblos subdesarrollados del
planeta.

Sin embargo el Tercer Mundo es también, aparte de
esto, un estado de conciencia que gradualmente a todos nos hace
comprender que nuestros pueblos tienen una fundamental
problemática común frente a las naciones de alto
desarrollo. El Tercer Mundo engloba dentro de sí diversos
ordenamientos socio-políticos que responden a
ideologías diferentes.

El Tercer Mundo presenta, de este modo, acusada
disparidad de tendencias y situaciones políticas basadas
en una problemática socio-económica esencialmente
similar. Pero sobre la base de esa fundamental similitud se dan
entre nosotros además, diferentes intensidades de
subdesarrollo. En consecuencia, a la heterogeneidad de sistemas
políticos y de orientaciones ideológicas, es
preciso añadir esta obra derivada de la distinta
intensidad del subdesarrollo en nuestros pueblos. Ello no
obstante, la generalización de peculiaridades distintivas
no impide definir el perfil de un decisivo denominador
común que a todos nos acerca.

Situaciones de sentido comparable también se dan,
sin embargo, en los países industrializados. En efecto,
esos países tampoco constituyen una realidad totalmente
homogénea. Hay niveles diferenciables de desarrollo
industrial y tecnológico y hay, diversidad de situaciones
político-ideológicas en las naciones de alto
desarrollo. Más aún, algunos de sus más
importantes sectores sociales comprenden la problemática
fundamental de nuestros pueblos y, en cierta forma, se
identifican con la causa nacionalista y revolucionaria del Tercer
Mundo contra el sub – desarrollo y la dominación
imperialista.

Lejos, por eso, de ignorar nuestras diferencias y
nuestra diversidad, debemos reconocerlas. Los fundamentos y las
razones de la esencial comunidad del Tercer Mundo son más
fuertes que sus diferencias y su diversidad, pero sólo
seremos capaces de unirnos de manera efectiva reconociendo que
somos distintos y teniendo conciencia de que únicamente a
partir de la realización de nuestra auténtica
unidad podremos solucionar los complejos problemas que plantea
nuestra relación con el mundo desarrollado. En
consecuencia, sólo el doble reconocimiento de su
visible heterogeneidad política y de su fundamental
similitud de realidad económica, puede proporcionar al
Tercer Mundo un punto de partida para estructurar una
posición coherente y común.

En un sentido capital, lo anterior implica que nuestras
diferencias no deben desunirnos, porque sólo la
unión puede, en verdad, salvarnos. En la medida en que
permanezcamos virtualmente atomizados e incapaces de vertebrar
una acción de conjunto seremos igualmente incapaces de
superar con éxito los conflictos y presiones inevitables
en toda relación entre pueblos empobrecidos y naciones de
un cada vez mayor poderío económico,
tecnológico, militar y político. La heterogeneidad
de orientaciones ideológicas que hoy se percibe en el
Tercer Mundo, probablemente tenderá a disminuir de modo
radical a medida que todos comprendamos con mayor lucidez la
gravitación incontrastable de las realidades
económicas concretas que nos separan de los países
de alto desarrollo industrial.

Diferentes y conflictivas realidades económicas,
generan diferentes y conflictivos intereses. Y así como
dispares situaciones frente a la economía generan
intereses contrapuestos y relaciones de inevitable conflicto
entre grupos y clases sociales, algo fundamentalmente similar
ocurre en el plano de las relaciones internacionales. La
posibilidad real de que pueblos con intereses económicos
divergentes compartan permanentemente posiciones comunes es, en
el último de todos los análisis, muy limitada.
Porque los intereses que surgen de situaciones económicas
de clara divergencia tienden inexorablemente a determinar
posiciones distintas que tarde o temprano tendrán que ser
reconocidas. Aquí está el germen de la profunda
unidad que los pueblos del Tercer Mundo debemos alcanzar. El
común denominador de carácter ideológico y
político que en gran medida hoy no tenemos, podría
surgir en base a la conciencia de esa honda comunidad de
realidades e intereses económicos concretos que deben
fundamentar nuestra unión.

Esa unión debe institucionalizarse para que pueda
ser verdaderamente fructífera. Política y
económicamente, no existe otra solución de largo
alcance para nuestros más apremiantes problemas.
Comprendemos que esto implica un proceso de larga
duración. Pero, por eso mismo, debemos comenzarlo sin
tardanza. La constitución de organismos permanentes que
tornen de veras efectiva una sistemática
coordinación de las acciones que emprenden los pueblos del
Tercer Mundo es el imperativo de nuestros días.

La dependencia surge fundamentalmente de la naturaleza
de las relaciones económicas, financieras y comerciales de
nuestros países con las naciones desarrolladas del mundo.
Tales relaciones generan desequilibrios altamente perjudiciales
para los países tercermundistas. Se deben introducir
modificaciones sustantivas en áreas importantes de la
acción internacional. En primer lugar, los términos
del intercambio comercial con los países desarrollados,
claramente desventajosos para los países subdesarrollados
deben ser superados sin demora. En segundo lugar, la estructura
del comercio internacional debe ser radicalmente modificada para
reducir y cancelar las barreras arancelarias que nuestros
productos manufacturados encuentran en el mercado estadounidense.
Finalmente, se debe racionalizar la necesaria inversión de
capitales extranjeros en nuestros países. La
inversión privada extranjera, si bien crea focos de
modernización económica, sirve en las actuales
condiciones como mecanismo de succión de nuestras
riquezas. Paradójicamente, pese a nuestra condición
de naciones en vías de desarrollo, somos en realidad
exportadores de capitales y financiadores del espectacular
desarrollo de los países altamente industrializados. Con
la riqueza extraída de nuestros países se dinamiza
el desarrollo de otras áreas del mundo que operan como
zonas de expansión del industrialismo moderno.

No obstante todos sabemos muy bien todo esto. Todos
sabemos muy bien cuán justa es nuestra protesta contra un
sistema de relaciones internacionales que sólo beneficia a
los países desarrollados. Todos conocemos la verdadera
naturaleza de una "ayuda" internacional que succiona nuestra
riqueza y, paradójicamente, nos convierte en exportadores
de capitales con los cuales estamos, en realidad, subsidiando la
expansión industrial de los sistemas económicos
dominantes hacia las áreas menos desarrolladas del mundo.
Pero nada verdaderamente importante vamos a ganar en sólo
seguir denunciando lo que ya es bien sabido.

Mientras los pueblos del Tercer Mundo no cambiemos
radicalmente de actitud ante nosotros mismos y ante los
demás, nuestros problemas fundamentales continuarán
irresueltos. Debemos abandonar el tono denunciatorio y de pedido
que siempre ha caracterizado nuestros pronunciamientos. Debemos
convencernos de que nadie va a resolver nuestros problemas sino
nosotros mismos. Debemos asumir la más alta conciencia de
nuestra propia responsabilidad en las grandes cuestiones que
afectan a nuestros pueblos. Debemos encarar valerosamente nuestro
indelegable papel de hacedores directos de nuestro propio futuro
sin responsabilizar a los demás por aquello de lo que
somos realmente responsables. Y debemos, finalmente, comprender
que, por encima de nuestras inocultables diferencias, hay razones
profundas que imponen la necesidad de la unión realista y
efectiva de las naciones del Tercer Mundo.

Si no comprendemos la radical divergencia de realidades
y de intereses que nos separan de las grandes potencias
dominantes; si no somos capaces de entender que para actuar con
real independencia debemos pensar con plena autonomía; si
no percibimos que todo esto supone una forma enteramente nueva y
propia de conceptualización política y de
direccionalidad valorativa, entonces tarde o temprano habremos de
encarar la cruda certidumbre del fracaso.

Deberemos entonces admitir que no supimos interpretar el
mensaje de la historia y que, puestos en el umbral de una nueva
época, no tuvimos la sabiduría de hacer inteligible
nuestro camino. En tal caso, seremos abierta o disfrazadamente
vasallos de otros pueblos, repetidores de fórmulas
foráneas, seguidores de rutas que no son las nuestras y,
en fin, naciones que no han sabido edificar su propia vida y
elevarse al plano de eminente conciencia histórica a donde
sólo arriban los pueblos que hacen su destino y construyen
su mundo.

PERÚ, TERCER MUNDO: ANTI-IMPERIALISMO E
INDUSTRIALIZACIÓN

Estamos de acuerdo en considerar la
industrialización como parte indispensable del esfuerzo
por alcanzar el desarrollo integral de nuestros pueblos. Pero
reconocemos que en relación con este vital asunto se
plantea un problema de vastas implicaciones teóricas y
prácticas en términos de una anchurosa perspectiva
histórica.

En primer lugar, ¿qué forma de
industrialización consideramos necesaria? Negamos la
necesidad de un desarrollo industrial hipotecado al extranjero.
Rechazamos por falso un desarrollo industrial asentado en la
acción predatoria de las grandes corporaciones
transnacionales, nueva modalidad de la penetración
imperialista. Un desarrollo industrial bajo control
foráneo es tan sólo un mecanismo de succión
de nuestros recursos para favorecer la expansión de
economías dominantes. Queremos, en consecuencia, un
desarrollo industrial de pleno autonomía, cuya virtud
principal sea beneficiar directamente a nuestros propios
países, sin que esto signifique desconocer la necesidad de
relaciones económicas que nos vinculen al resto del mundo
en legítimas y justas condiciones de igualdad y respeto
para todos.

Negamos, asimismo, la deseabilidad de un desarrollo
industrial tecnológica y económicamente tributario
de los centros foráneos de poder. Queremos un desarrollo
industrial capaz de contribuir a la expansión de todo
nuestro sistema económico, a la utilización de
todos nuestros recursos humanos y naturales y,
consecuentemente, a la realización de todo la
potencialidad global de nuestros países.

En segundo lugar, ¿queremos los países del
Tercer Mundo alcanzar lo que hoy se conoce como status de
nación industrializada? En torno a esta posibilidad los
hombres de la Revolución Peruana planteamos un
cuestionamiento fundamental. No es cierto que los grandes
países industriales señalen nuestra inexorable
imagen de futuro ni que sean espejo de nuestro inevitable
porvenir. Es más. No sólo recusamos la
inevitabilidad de que eso sea así: sostenemos que ello
sería indeseable. La evidencia empírica de que hoy
todos disponemos, nos afirma en la convicción de que las
sociedades altamente desarrolladas, bajo la orientación de
diferentes sistemas ideológicos y dentro de distintos
sistemas económicos hoy dominantes, son incapaces de
proporcionar condiciones que permitan el verdadero y pleno
desarrollo de los hombres.

Sociedades de alienación, en ellas perviven
irresueltos fundamentales problemas que se afincan en la propia
naturaleza del ordenamiento social. Nosotros no aspiramos a
llegar a una situación así. No queremos
encontrarnos mañana en la crítica situación
en que hoy se encuentran las naciones que pretenden
señalarnos un camino. Pensamos que es necesario plantear
el problema en nuevos términos. Nuestro desarrollo
industrial debe admitir una teleología diferente. No
querernos ser una nación industrializada en el sentido
convencional y concreto que esta expresión tiene en el
presente. Recusamos los sistemas socio-económicos que
finalmente cosifican al hombre y lo tornan instrumento de ciegos
mecanismos tecnológicos, empresariales y
político-económicos frente a los cuales se
encuentra por entero inerme.

No queremos una sociedad deshumanizada basada en una
economía de la deshumanización. En una sociedad
así el hombre inevitablemente deviene objeto del
anónimo e incontrastable poder de las corporaciones, los
mecanismos de administración tecnológica, las
burocracias y los sistemas de producción y
distribución que tan sólo obedecen a
consideraciones de eficacia estadística, por entero
alejadas de las necesidades palpitantes de los hombres, de sus
decisiones, de su participación y de sus
sueños.

Una sociedad donde los seres humanos sean cada vez menos
y los instrumentos que aherrojan su libertad y deshumanizan su
vida sean cada vez más, no es nuestro ideal para el futuro
del Perú. Queremos todo lo contrario: una sociedad regida
por las consideraciones supremas que hacen del hombre el
referencial más decisivo de la vida social. Y esto
jamás será logrado si ilusamente seguimos el camino
que marca el desenvolvimiento de las grandes potencias
industriales del presente. El fin de ese camino está a la
vista. Si no queremos para nosotros ese fin, no debemos tampoco
querer para nosotros tal camino.

En consecuencia, uno de los grandes desafíos a
nuestra imaginación y al poder creador de nuestros
pueblos, es el que se refiere a la necesidad de diseñar
rumbos cualitativamente diferentes para nuestro desarrollo
industrial. Industrialización, sí. Pero una
industrialización que no culmine con la creación de
una sociedad de servidumbre humana. Esto a nuestro entender
significa una industrialización de esencia y de
finalidades diferentes a la de las naciones hoy
desarrolladas.

Desde otro punto de vista, resulta por entero pueril, a
nuestro juicio, aceptar una competencia que sólo puede ser
resuelta en forma negativa para nosotros mismos, toda vez que se
plantea en términos que no podemos superar en un plano en
el que necesariamente gravitan de modo decisivo las diferencias
cada vez mayores que nos separan, y continuarán
separándonos, de los países de alto
desarrollo.

En efecto, el carácter acumulativo del
crecimiento económico y tecnológico de las grandes
potencias industriales, torna ilusoria la posibilidad de que
alguna vez podamos suprimir las distancias que de manera
constante nos alejan a unos de los otros. En esos
términos, la competencia real está perdida desde ya
para los pueblos del Tercer Mundo. Por tanto, es indispensable
modificar la forma en que hasta hoy concebimos aquella
relación competitiva. Es urgente, por tanto, desde nuestro
punto de vista, redefinir la naturaleza de nuestra
relación y nuestra competencia con los países
poderosos del mundo.

Pero no es en el terreno de la racionalidad que preside
y orienta el desarrollo de los grandes países industriales
que debemos plantear este problema. Es preciso hacer un esfuerzo
para escapar a la lógica, a los supuestos, a la
teleología de esa racionalidad, porque todo esto es
adverso a los intereses y a la causa de los países que
conformamos el Tercer Mundo. Los términos de referencia
deben ser substantivamente modificados para poder diseñar
con lucidez rumbos alternativos, esto es, finalidades diferentes.
Es un trágico error que continuemos aceptando la
definición de nuestras relaciones y nuestra competencia
con aquellos países en el terreno y en las condiciones por
ellos escogidas de manera virtualmente unilateral. Sólo
cuando comprendamos con claridad todo lo que esto significa,
estaremos en condiciones de formular la nueva concepción
del desarrollo industrial que nuestros pueblos
necesitan.

Consecuencia directa de todo lo anterior es reconocer
que se debe abandonar radicalmente y para siempre el tono y la
actitud que suelen asumir nuestros países frente a las
naciones que económicamente dominan todavía en la
escena del mundo. Las diversas formas de dominación
económica y política no obedecen a los dictados de
una ética afincada en los significados del bien y el mal.
No es tampoco a la voluntad individual de nadie que tales formas
de dominación responden. Por el contrario, se trata del
accionar valorativamente neutro de complejos sistemas y
mecanismos que no obedecen a ninguna normatividad moral, sino
más bien a la fría necesidad de los intereses
económicos, estratégicos y políticos. Son
fuerzas por entero impersonales las que se hallan en juego. Mal
podemos entonces apelar a consideraciones de justicia y
razón para que las demandas de nuestros países
encuentren atención y respeto. No podemos enfrentar la
lógica del interés y la ventaja con la
lógica de la justicia y la moral. Es aquella y no
ésta la que orienta el comportamiento de los inmensos
factores de poder que los sistemas y los mecanismos de
dominación internacional controlan.

Debemos por ello comprender que libramos una dura y
desigual batalla por nuestra integral liberación. Tan solo
reclamar, demandar, exigir un trato de razón y de justicia
habrá en ella de darnos siempre muy pocos resultados. En
consecuencia, los avances en el camino de nuestra
liberación habrán tan sólo de deberse
siempre a los esfuerzos que nosotros mismos hagamos por luchar
unidos y unidos defendernos en base a nuestros propios recursos
económicos, a nuestras propias posibilidades
políticas, a nuestra propia capacidad de
decisión.

La causa de los países del Tercer Mundo es por
entero justa. Lo saben los gobiernos de las naciones demasiado
bien. Y, sin embargo, muy pocas cosas han cambiado en nuestro
mundo. Por tanto, debemos tratar con aquellos gobiernos, no en
base a la reiteración de la justicia de una causa que
todos reconocen, sino en base a la concreta realidad de los
intereses en juego. Porque jamás debemos olvidar que todas
las formas de explotación se basan finalmente en el
desconocimiento de los razonamientos de justicia. Por eso, la
emancipación verdadera de los pueblos no se hace al fin de
cuentas tan sólo con palabras. En consecuencia,
emprendamos sin dilación alguna esfuerzos concretos de
unidad para enfrentar la dura y difícil tarea de nuestra
liberación verdadera, integral y definitiva.

Revolución, integración y no
alineamiento

NUESTRA VOCACIÓN UNIONISTA

Pacto Andino e
integración

La política seguida hasta hoy por los
países signatarios del Acuerdo de Cartagena es
expresión adelantada de una posición que
constantemente se vigoriza en todo el continente y que nos da
fundamento real para esperar que en día no lejano todos
los pueblos latinoamericanos emprendan una tarea similar para
conjuncionar esfuerzos, para aunar voluntades, para hermanar
propósitos. Y todo esto, a fin de desarrollar una
política de integración liberadora que lleve a los
países hermanos de América Latina a consolidar su
verdadera independencia y a lograr un auténtico desarrollo
que garantice la solución definitiva de nuestros grandes
problemas del pasado.

Al margen de toda consideración retórica,
quienes en el Perú luchamos por una causa salvadora de
justicia social e independencia verdadera, estamos convencidos de
que estos grandes ideales sólo podrán afianzarse
como conquistas históricas irreversibles en la medida en
que por ellos se luche y se construya en las demás
naciones hermanas de América Latina. Nos estamos uniendo
para garantizar nuestra propia libertad. Nos estamos uniendo para
defender los intereses de nuestros pueblos. Nos estamos uniendo
para cancelar definitivamente una época signada por el
subdesarrollo y el dominio extranjero. Y sólo dentro de
propósitos así podrá tener efectiva validez
el anhelo y la lucha por construir en nuestro suelo un
ordenamiento social basado en la justicia. De este modo, luchar
por la unidad de nuestros pueblos es para nosotros inseparable
del duro batallar en que hoy vivimos por reestructurar de manera
profunda y permanente todo el ordenamiento tradicional de nuestra
sociedad. Por eso la búsqueda afanosa de formas
constructivas de unión con otras repúblicas
hermanas representa, en esencia, dimensión inherente a
nuestro quehacer revolucionario como soldados de una causa que
con certeza representa la auténtica y profunda verdad de
nuestro pueblo.

Esta es la razón por la cual el Gobierno
Revolucionario del Perú dio desde el primer momento su
respaldo total al planteamiento integracionista que sirve de
sustento a la hoy día promisora realidad del Pacto Andino.
Tal posición ha sido uno de los pilares más firmes
de la política internacional del nuevo Perú que
estamos construyendo. Nunca entendimos la integración al
margen de su profundo valor instrumental. Desde el primer momento
vimos en ella un me dio de lograr el fortalecimiento integral de
nuestras naciones, una forma de lucha por afianzar la
independencia económica de América Latina y, por
tanto, un modo de contribuir o superar la secular
subordinación de nuestras economías a los centros
de decisión extra latinoamericanos. Instrumento liberador
por excelencia, el Pacto Andino debe siempre por eso responder al
propósito de cimentar nuestra autonomía
económica y la creciente capacidad de nuestros pueblos
para decidir por ellos mismos su destino.

Tales propósitos exceden con largueza la
finalidad de un simple mejoramiento económico, exterior e
intrascendente en términos de las grandes demandas
históricas de los pueblos latinoamericanos. No queremos la
vistosa irrealidad de una riqueza que en el fondo no es propia.
No queremos el engaño de ningún auge
económico ficticio. No queremos un crecimiento
económico de propiedad extranjera. Querernos la
sólida y veraz realidad de un verdadero desarrollo
económico indisolublemente unido a objetivos de
auténtica justicia social para los hombres de
América Latina.

En consecuencia, si los objetivos centrales del Pacto
Andino son alcanzar la máxima velocidad de un desarrollo
así entendido y la superación definitiva de la
dependencia económica que lo hace posible, resulta
fundamental que nuestros países fortalezcan
políticas homogéneas diseñadas en
función de estas finalidades. Desde este punto de vista,
el Perú reitera su decidido respaldo o un régimen
común de tratamiento al capital extranjero como aspecto
verdaderamente esencial del proceso integracionista. Sólo
actuando mancomunadamente en este terreno decisivo podremos
aumentar de modo considerable nuestra capacidad de
negociación en todo lo referente al uso del capital y la
tecnología provenientes de otras partes del
mundo.

Y si bien es cierto que el objetivo de llegar a
constituir una auténtica comunidad económica
aún no ha sido plenamente alcanzado, el Perú
considera que desde ya nuestros países deberían
iniciar acciones concretas destinadas a proyectar la
integración económica a los aspectos igualmente
cruciales de lo social y cultural, particularmente en el dominio
de la tecnología. En efecto concebimos el desarrollo como
un proceso que indesligablemente encierra factores
económicos y socio-culturales, la integración
vinculada o tal proceso no puede ser planteada en términos
exclusivamente económicos.

Por el contrario, ella debe incorporar en su campo de
realizaciones concretas los fundamentales aspectos antes
mencionados.

Parte importante de esta tarea es el esfuerzo de las
naciones andinas para viabilizar una salvadora integración
que refuerce nuestra lucha contra los males seculares de la
dependencia y el subdesarrollo. En este esfuerzo el Perú
cifra muy grandes esperanzas. Y aunque sabemos que será
muy difícil afianzar, ampliar y concretar todas las
posibilidades liberadoras de la política de
integración subregional, sabemos también que de su
éxito depende una parte vital de nuestro futuro como
naciones latinoamericanas. Por esta convicción el
Perú seguirá esforzándose para contribuir el
triunfo del propósito común que anima a los
países signatarios del Acuerdo de Cartagena.

Pues, en el más profundo de los sentidos, el
problema que hoy confronta el Perú es un problema
latinoamericano.

La batalla que hoy libramos, es un enfrentamiento
desigual en que se juega mucho del destino de nuestro continente
que hoy, más que nunca, eleva al rango de su conciencia
más preclara la convicción de que el camino de su
unidad es el camino de su salvación definitiva. Y mal
harían quienes supusieron que el Perú va a dar paso
atrás en el sostenimiento de una causa cuya más
honda raíz de justicia responde a un clamor americano.
Sabremos prevalecer. Pero, por ser la causa del Perú una
expresión veraz de la causa de todo el continente,
nosotros esperamos y demandamos la solidaridad de los pueblos
fraternos de América Latina. Si hoy cayera el Perú,
ningún futuro nacional tendría seguridad en esta
parte del mundo. Es de aquí, de donde dimana la
responsabilidad del continente latinoamericano frente a un
país hermano como el Perú de hoy se juega el
destino en defensa de su soberanía nacional en la
incruenta lucha por su emancipación
económica.

Nosotros continuaremos batallando seguros de nuestra
razón que es de justicia, seguro del respaldo de nuestro
pueblo que al fin ha visto restaurada su fe y recuperado su
sentido de dignidad nacional, y seguros también de que
estamos librando una lucha no sólo por el Perú,
sino por toda América Latina cuyo destino histórico
hoy vuelve a jugarse en suelo del Perú, como se hizo ayer
en los días aurorales de nuestra vida republicana. Por
eso, por tener nuestra lucha un sentido y una misión
latinoamericana es que demandamos el respaldo y la solidaridad de
América Latina, convencidos de que ser solidarios
significa mucho más que decirlo.

El reconocimiento de que somos distintos no debe
perturbar en absoluto la paz en nuestro continente.
América Latina no puede volver a ser un universo
político homogéneo. Han insurgido ya muy poderosas
fuerzas de cambio orientadas a sustituir los ordenamientos
tradicionales por nuevos ordenamientos de justicia. Nuestras
sociedades hoy están en crisis. Y muy probablemente lo
seguirán estando en el futuro. Nuevas formas de
ordenación económica, política y social han
empezado a surgir en nuestro continente al amparo de
incontrastables corrientes de la historia. Nadie podrá
detenerlas. Nada será capaz de interrumpir su curso
definitivamente.

Tales procesos son hasta hoy bastante diferentes y
probablemente lo serán en el futuro. Sólo tienen en
común su rechazo a los sistemas de vida política y
económica basados en la explotación y en la
injusticia. Pero la forma concreta de construir las posibles
alternativas al pasado, son distintas. Ello obliga al abandono
final de la errada noción de la uniformidad
latinoamericana. Pero todos deberíamos tener la suficiente
madurez para reconocer las diferencias y las peculiaridades de
nuestros países. Respetar divergencias no implica en modo
alguno compartir finalidades y propósitos. Es tiempo ya de
que todos nos acostumbremos a vivir en paz respetando las
posiciones distintas a la nuestra.

Tal reclamo es particularmente importante para el
Perú, porque aquí hemos iniciado hace seis
años un rumbo nuevo en la experiencia latinoamericana.
Estamos luchando por reconstruir nuestra sociedad de acuerdo a
principios que no son los principios del sistema capitalista que
nos hizo país dependiente y subdesarrollado.
Sabemos que el nuestro es un rumbo distinto al escogido por otras
naciones. Pero nadie, absolutamente nadie, podría
jamás cuestionar el derecho del Perú a seguirlo con
absoluta independencia. Y de la misma manera que respetamos a
quienes no piensan como nosotros, exigimos que ellos
también sepan respetar las decisiones soberanas del
Perú. Porque parte muy sustantiva de la lucha por la
reivindicación plena de nuestra soberanía se
afiance en la noción de que el Perú es enteramente
libre para determinar su propio destino.

…interamericanismo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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