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El abandono confiado en la divina providencia



  1. Verdades consoladoras
  2. Confiemos en la sabiduría de
    Dios
  3. Cuando
    Dios prueba
  4. Arrojarse en los brazos de
    Dios
  5. Práctica del abandono
    confiado
  6. Las
    adversidades son útiles a los justos, necesarias a los
    pecadores
  7. Recurso a la oración

El abandono confiado en la Divina Providencia –
Monografias.com

El abandono confiado en la Divina
Providencia

Este texto lo he considerado de suma
importancia y urgencia de conocer, asimiliar y aplicar en nuestra
vida diaria. De esta manera, no he podido dejarlo en mis
muchísimos archivos que mantengo en mi hogar sin
compartirlos con ustedes mis amigos. Doy gracias a Dios que me ha
concedido la bendición de llegar a ustedes con este
estudio.

Jorge Oportus
Romero

Una de las verdades mejor establecidas y de las
más consoladoras que se nos han revelado es que nada
nos sucede en la tierra
, excepto el pecado, que no sea
porque Dios lo quiere o permite
; Él es quien
envía las riquezas y la pobreza; si estáis
enfermos, Dios ha permitido que esas cosas sucedan; si
habéis recobrado la salud, es Dios quien os la ha
devuelto; si vivís, es solamente a Él a quien
debéis un bien tan grande; y cuando venga la muerte a
concluir vuestra vida, será de su mano de quien
recibiréis el golpe mortal.

Pero, cuando nos persiguen los malvados, ¿debemos
atribuirlo a Dios? Sí, también le podéis
acusar a Él del mal que sufrís. Pero no es la causa
del pecado que comete vuestro enemigo al maltrataros, y sí
es la causa del mal que os hace este enemigo mientras
peca.

No es Dios quien ha inspirado a vuestro enemigo la
perversa voluntad que tiene de haceros mal, pero es Él
quien le ha dado el poder al permitir hacerlo. No dudéis,
si recibís alguna llaga, es Dios mismo quien os ha herido.
Aunque todas las criaturas se aliaran contra vosotros, si el
Creador no lo quiere, si Él no se une a ellas, si
Él no les da la fuerza y los medios para ejecutar sus
malos designios, nunca llegarán a hacer nada: "No
tendrías ningún poder sobre mí si no te
hubiera sido dado de lo Alto
, decía el Salvador del
mundo a Pilatos". Lo mismo podemos decir a los demonios y a los
hombres, incluso a las criaturas privadas de razón y de
sentimiento. No, no me afligiríais, ni me
incomodaríais como hacéis si Dios no lo hubiera
ordenado así; es Él quien os envía,
Él es quien os da el poder de tentarme y afligirme:
"No tendríais ningún poder sobre mí si
no os fuera dado de lo Alto
".

Es el Señor quien me había dado los
bienes, es Él mismo quien me los ha quitado; no es ni esta
partida, ni este juez, ni este ladrón quien me ha
arruinado;… todo esto pertenecía a Dios y no ha querido
dejármelo disfrutar más largo tiempo. Él
tiene sus razones que yo no puedo comprender ahora pues el
sufrimiento es muy grande. A pesar de ello, regocijaos en la
adversidad pues ella produce constancia para acercarse a
Dios.

Es una verdad de fe que Dios dirige todos los
acontecimientos de que se lamenta el mundo; y aún
más, no podemos dudar de que todos los males que Dios nos
envía nos sean muy útiles: no podemos dudar sin
suponer que al mismo Dios le falta la luz para discernir lo que
nos conviene.

Si, muchas veces, en las cosas que nos atañen,
otro ve mejor que nosotros lo que nos es útil, ¿no
será una locura pensar que nosotros vemos las cosas mejor
que Dios mismo, que Dios que está exento de las pasiones
que nos ciegan, que penetra en el porvenir, que prevé los
acontecimientos y el efecto que cada causa debe producir?
También es una regla que Dios observa a menudo, de ir a
sus fines por caminos totalmente opuestos a los que la prudencia
humana acostumbra escoger.

¿Cómo osaremos murmurar de lo que
sufrimos por la permisión de Dios? ¿No tememos que
nuestras quejas conduzcan a error, y que nos quejamos cuando
tenemos el mayor motivo para felicitarnos de su
Providencia?
José es vendido, se le lleva como
esclavo, y se le encarcela; si se afligiera de sus desgracias, se
afligiría de su felicidad, pues son otros tantos escalones
que elevan insensiblemente hasta el trono de Egipto.

¡Cuánta será nuestra
confusión cuando comparezcamos delante de Dios, y veamos
las razones que habrá tenido de enviarnos estas cruces que
hemos recibido tan a pesar nuestro! No he podido consolarme de la
ruptura de este matrimonio: Si Dios hubiera permitido que se
hubiera realizado, habría pasado mis días en el
duelo y la miseria. ¿De qué nos molestamos?…
¡Dios carga con nuestra conducta, y nos preocupamos! Nos
abandonamos a la buena fe de un médico, porque lo
suponemos entendido en su profesión; él manda que
se os hagan las operaciones más violentas, alguna vez que
os abran el cráneo con el hierro; que os horade, que os
corten un miembro para detener la gangrena, que podría
llegar hasta el corazón. Se sufre todo esto, se queda
agradecido y se le recompensa libremente, porque se juzga que no
lo haría si el remedio no fuera necesario, porque se
piensa que hay que fiar en su arte; ¡y no le concederemos
el mismo honor a Dios! Se diría que no nos fiamos de su
sabiduría y que tenemos miedo de que nos descaminara.
¡Cómo!, ¿entregáis vuestro
cuerpo a un hombre que puede equivocarse y cuyos menores errores
pueden quitaros la vida, y no podéis someteros a la
dirección del Señor?

Si viéramos todo lo que Él ve,
querríamos infaliblemente todo lo que Él quiere; se
nos vería pedirle con lágrimas las mismas
aflicciones que procuramos apartar por nuestros votos y nuestras
oraciones. A todos nos dice lo que dijo a los hijos de Zebedeo:
hombres ciegos, tengo piedad de vuestra ignorancia, no
sabéis lo que pedís; dejadme dirigir vuestros
intereses, conducir vuestra fortuna, conozco mejor que vosotros
lo que necesitáis; si hasta ahora hubiera tenido
consideración a vuestros sentimientos y a vuestros gustos,
estaríais ya perdidos.

¿Pero queréis estar persuadidos que
en todo lo que Dios permite, en todo lo que os sucede,
sólo se persigue vuestro verdadero interés, vuestra
verdadera dicha eterna?
Reflexionad un poco en todo lo
que ha hecho por vosotros. Ahora estáis en la
aflicción; pensad que el autor de ella, es el mismo que ha
querido pasar toda su vida en dolores para ahorraros los eternos;
que es el mismo que tiene su ángel a vuestro lado, velando
bajo su mandato en todos vuestros caminos y aplicándose a
apartar todo lo que podría herir vuestro cuerpo o
mancillar vuestra alma; pensad que el que os ata a esta pena es
el mismo que en nuestros altares no cesa de rogar y de
sacrificarse mil veces al día para expiar vuestros
crímenes y para apaciguar la cólera de su Padre a
medida que le irritáis. Tras estas pruebas de amor,
¡qué ingratitud más grande desconfiar de
Él, dudar sobre si nos visita para hacernos bien o para
perjudicarnos! -¡Pero me hiere cruelmente, hace pesar su
mano sobre mí!- ¿Qué habéis de temer
de una mano que ha sido perforada, que se ha dejado clavar a la
cruz por vosotros? -¡Me hace caminar por un camino
espinoso!- ¡Si no hay otro para ir al cielo, desgraciados
seréis, si preferís perecer para siempre antes que
sufrir por un tiempo! ¿No es éste el mismo camino
que ha seguido antes que vosotros y por amor vuestro?
¿Habéis encontrado alguna espina que no haya
señalado, que no haya teñido con su sangre?
¡Me presenta un cáliz lleno de amargura! Sí,
pero pensad que es vuestro divino Redentor quien os lo presenta;
amándoos tanto como lo hace, ¿podría
trataros con rigor si no tuviera una extraordinaria utilidad o
una urgente necesidad? Tal vez habéis oído hablar
del príncipe que prefirió exponerse a ser
envenenado antes que rechazar el brebaje que su médico le
había ordenado beber, porque había reconocido
siempre en este médico muchas fidelidad y mucha
afección a su persona. Y nosotros, cristianos,
¡rechazaremos el cáliz que nos ha preparado nuestro
divino Maestro, osaremos ultrajarle hasta ese punto! Os suplico
que no olvidéis esta reflexión; si no me equivoco,
basta para hacernos amar las disposiciones de la voluntad divina
por molestas que nos parezcan. Además, éste es el
medio de asegurar infaliblemente nuestra dicha incluso desde esta
vida.

Supongo, por ejemplo, que un cristiano se ha
liberado de todas las ilusiones del mundo por sus reflexiones y
por las luces que ha recibido de Dios, que reconoce que todo es
vanidad, que nada puede llenar su corazón, que lo que ha
deseado con las mayores ansias es a menudo fuente de los pesares
más mortales; que apenas si se puede distinguir lo que nos
es útil de lo que nos es nocivo, porque el bien y el mal
están mezclados casi por todas partes, y lo que ayer era
lo más ventajoso es hoy lo peor, que sus deseos no hacen
más que atormentarle, que los cuidados que toma para
triunfar le consumen y algunas veces le perjudican, incluso en
sus planes, en lugar de hacerlos avanzar; que, al fin y al cabo,
es una necesidad de Dios, que no se hace nada fuera de su mandato
y que no ordena nada a nuestro respecto que no nos sea
ventajoso.

Después de percibir todo esto, supongo
también que se arroja a los brazos de Dios como un ciego,
que se entrega a Él, por decirlo así, sin
condiciones ni reservas, resuelto enteramente a fiarse a
Él en todo y de no desear nada, no temer nada, en una
palabra, de no querer nada más que lo que Él
quiera, y de querer igualmente todo lo que Él quiera;
afirmo que desde este momento esta dichosa creatura adquiere una
libertad perfecta, que no puede ser contrariada ni obligada, que
no hay ninguna potencia que sea capaz de hacerle violencia o de
darle un momento de inquietud.

Pero, ¿no es una quimera que a un hombre le
impresionen tanto los males como los bienes? No, no es ninguna
quimera; conozco personas que están tan contentas en la
enfermedad como en la salud, en la riqueza como en la indigencia;
incluso conozco quienes prefieren la indigencia y la enfermedad a
las riquezas y a la salud.

Cuanto más nos sometamos a la voluntad de
Dios, más condescendencia tiene Dios con nuestra voluntad.
Parece que desde que uno se compromete únicamente a
obedecerle, Él sólo cuida de satisfacernos: y no
sólo escucha nuestras oraciones, sino que las previene, y
busca hasta el fondo de nuestro corazón estos mismos
deseos que intentamos ahogar para agradarle y los supera a
todos.

En fin, el gozo del que tiene su voluntad sumisa
a la voluntad de Dios es un gozo constante, inalterable, eterno.
Ningún temor turba su felicidad, porque ningún
accidente puede destruirla. De ahí nace esa paz, esta
calma, ese rostro siempre sereno, ese humor siempre igual que
advertimos en los verdaderos servidores de
Dios.

Cuando una desgracia se deje en efecto sentir, en
lugar de perder el tiempo quejándose de los hombres o de
la fortuna, id a arrojaros a los pies de vuestro divino Maestro,
para pedirle la gracia de soportar este infortunio con
constancia. Un hombre que ha recibido una llaga mortal, si es
prudente no correrá detrás del que le ha herido,
sino ante todo irá al médico que puede curarle.
Pero si en semejantes encuentros, buscarais la causa de vuestros
males, también entonces deberíais ir a Dios pues no
puede ser otro el causante de vuestro mal.

Id pues a Dios, pero id pronto, inmediatamente,
que sea éste el primero de todos vuestros cuidados; id a
contarle, por así decirlo, el trato que os ha dado, el
azote de que se ha servido para probaros. Besad mil veces la mano
de vuestro Maestro crucificado, esas manos que os han herido, que
han hecho todo el mal que os aflige. Repetid a menudo aquellas
palabras que también Él decía a su Padre, en
lo más agudo de su dolor: Señor, que se haga
vuestra voluntad y no la mía. Sí, mi Dios, en todo
lo que queráis de mí hoy y siempre, en el cielo y
en la tierra, que se haga esta Tu voluntad en la tierra como se
cumple en el cielo.

Hago el mismo razonamiento cuando os veo en la
adversidad. Os quejáis de que se os maltrate, os ultrajen,
os denigren con calumnias, que os despojen injustamente de
vuestros bienes: Vuestro Redentor es testigo de todo lo que
sufrís, Él os lleva en su seno, y ha declarado que
cualquiera que os toque, le toca a Él mismo; sin embargo
Él mismo permite que seáis humillado, aunque
pudiera fácilmente impedirlo, ¡y dudáis que
esta prueba pasajera no os procure las más sólidas
ventajas! Aunque el Espíritu Santo no hubiera llamado
bienaventurados a los que sufren aquí abajo, aunque todas
las páginas de la Escritura no hablaran en favor de las
adversidades, y no viéramos que son el pago más
corriente de los amigos de Dios, no dejaría de creer que
nos son infinitamente ventajosas. Para persuadirme, basta saber
que Dios ha preferido sufrir todo lo que la rabia de los hombres
ha podido inventar en las torturas más horribles, antes de
verme condenado a los menores suplicios de la otra vida; basta,
dije, que sepa que es Dios mismo quien me prepara, quien me
presenta el cáliz de amargura que debo beber en este
mundo.

Hay que fiar en la
Providencia

Para mí, cuando veo a un cristiano abandonarse al
dolor en las penas que Dios le envía, digo en primer
lugar: "He aquí un hombre que se aflige de su dicha; ruega
a Dios que le libre de la indigencia en que se encuentra y
debería darle gracias de haberle reducido a
ella.

Estoy seguro que nada mejor podría acaecerle que
lo que hace el motivo de su desolación. Si viera
todo lo que Dios ve, si pudiera leer en el porvenir las
consecuencias felices con las que coronará estas tristes
aventuras, ¿cuánto más no me
aseguraría en mi pensamiento?. En efecto, si
pudiéramos descubrir cuales son los designios de la
Providencia, es seguro que desearíamos con ardor los males
que sufrimos con tanta repugnancia.

¡Dios mío!, si tuviéramos un
poco más de fe, si supiéramos cuánto nos
amáis, cómo tenéis en cuenta nuestros
intereses, ¿cómo miraríamos las
adversidades? Iríamos en busca de ellas ansiosamente,
bendeciríamos mil veces la mano que nos
hiere.

"¿Qué bien puede proporcionarme esta
enfermedad que me obliga a interrumpir todos mis ejercicios de
piedad?", dirá tal vez alguien. "¿Qué
ventaja puedo obtener de la pérdida de todos mis bienes
que me sitúa en el desespero, de esta confusión que
abate mi valor y que lleva la turbación a mi
espíritu?". Es cierto que estos golpes imprevistos, en el
momento en que hieren acaban algunas veces con aquellos sobre
quienes caen y les sitúan fuera del estado de aprovecharse
inmediatamente de su desgracia: Pero esperad un momento y
veréis que es por allí por donde Dios os prepara
para recibir sus favores más insignes. Sin este accidente,
es posible que no hubierais llegado a ser peor, pero no hubierais
sido tan santo. ¿No es cierto que desde que os
habéis dado a Dios, no os habíais resuelto a
despreciar cierta gloria fundada en alguna gracia del cuerpo o en
algún talento del espíritu, que os atraía la
estima de los hombres? ¿No es cierto que teníais
aún cierto amor al juego, a la vanidad, al lujo?
¿No es cierto que nos os había abandonado el deseo
de adquirir riquezas, de educar a vuestros hijos con los honores
del mundo? Quizá incluso cierto afecto, alguna amistad
poco espiritual disputaba aún vuestro corazón a
Dios. Sólo os faltaba este paso para entrar en una
libertad perfecta; era poco, pero, en fin, no hubierais podido
hacer aún este último sacrificio; sin embargo,
¿de cuántas gracias no os privaba este
obstáculo? Era poco, pero no hay nada que cueste tanto al
alma cristiana como el romper este último lazo que le liga
al mundo o a ella misma; sólo en esta situación
siente una parte de su enfermedad; pero le espanta el pensamiento
de su remedio, porque el mal está tan cerca del
corazón que sin el socorro de una operación
violenta y dolorosa, no se le puede curar; por esto ha sido
necesario sorprenderos, que cuando menos pensabais en ello, una
mano hábil haya llevado el hierro adelante en la carne
viva, para horadar esta úlcera oculta en el fondo de
vuestras entrañas; sin este golpe, duraría
aún vuestra languidez. Esta enfermedad que se
detiene, esta bancarrota que os arruina, esta afrenta que os
cubre de vergüenza, la muerte de esta persona que
lloráis, todas estas desgracias harán en un
instante lo que no hubieran hecho todas vuestras meditaciones, lo
que todos vuestros directores hubieran intentado
inútilmente.

Ventajas inesperadas de las
pruebas

Y si la aflicción en que estáis por
voluntad de Dios, os hastía de todas las creaturas, si os
compromete a daros enteramente a vuestro Creador, estoy seguro
que le estaréis más agradecidos por lo que os ha
afligido, que por lo que le hubierais ofrecido en vuestros votos
si os evitaba la aflicción; los demás favores que
habéis recibido de Él, comparados con esta
desgracia, no serán a vuestros ojos más que
pequeños favores. Siempre habéis mirado las
bendiciones temporales que ha derramado hasta ahora sobre vuestra
familia como los efectos de su bondad hacia vosotros; pero
entonces veréis claramente que nunca os amó tanto
como cuando trastornó todo lo que había hecho para
vuestra prosperidad, y que si había sido liberal al daros
las riquezas, el honor, los hijos y la salud, ha sido
pródigo al quitaros todos estos bienes.

Todo el mundo conoce que la prosperidad nos debilita; y
es mucho cuando un hombre dichoso, según el mundo, se toma
la pena de pensar en el Señor una o dos veces por
día; las ideas de los bienes sensibles que le rodean
ocupan tan agradablemente su espíritu que olvida con mucho
todo lo demás. Por el contrario la adversidad nos lleva de
un modo natural a elevar los ojos al cielo, para, mediante esta
visión, suavizar la amarga impresión de nuestros
males. Sé que se puede glorificar a Dios en toda clase de
estados y que no deja de honrarle la vida de un cristiano que le
sirve en una alegre fortuna; pero ¡quién asegura que
este cristiano le honra tanto como el hombre que le bendice en
los sufrimientos!

Del mismo modo, un hombre que disfruta de una salud
robusta, que posee grandes riquezas, que vive en honor, que tiene
la estima del mundo, si este hombre usa como debe de todas estas
ventajas, si las refiere a Dios como a su divino Maestro por una
conducta tan cristiana; pero si la Providencia le despoja de
todos estos bienes, si le consume de dolores y de miserias y si
en medio de tantos males, persevera en los mismos sentimientos,
en las mismas acciones de gracias, si sigue al Señor con
la misma prontitud y la misma docilidad, por un camino tan
difícil, tan opuesto a sus inclinaciones, entonces es
cuando publica las grandezas de Dios y la eficacia de su gracia,
del modo más generoso y brillante.

Ocasiones de méritos y de
salvación

Juzgad de ahí la gloria que deben esperar de
Jesucristo las personas que le habrán glorificado en un
camino tan espinoso. Entonces será cuando nosotros
reconoceremos cuánto nos habrá amado Dios,
dándonos las ocasiones de merecer una recompensa tan
abundante; entonces nos reprocharemos a nosotros mismos el
habernos quejado de lo que debería aumentar nuestra
felicidad; de haber dudado de la bondad de Dios, cuando nos daba
las señales más seguras. Si un día
han de ser así nuestros sentimientos, ¿por
qué no entrar desde hoy en una disposición tan
feliz? ¿Por qué no bendecir a Dios en medio de los
males de esta vida, si estoy seguro que en el cielo le
daré gracias eternas?

Todo esto nos hace ver que sea cual sea el modo
como vivamos deberíamos recibir siempre toda adversidad
con alegría. Si somos buenos, la adversidad nos purifica y
nos vuelve mejores, nos llena de virtudes y de méritos; si
somos viciosos, nos corrige y nos obliga a ser
virtuosos.

¿De dónde puede venir que tantas
oraciones nuestras sean rechazadas? ¿Quizás no se
deba a que como la mayor parte de los hombres son igualmente
insaciables e impacientes en sus deseos, hacen demandas tan
excesivas o con tanta urgencia que cansan, que desagradan al
Señor o por su indiscreción o por su importunidad?
No, no; la única razón por la que obtenemos tan
poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca
insistencia.

Es cierto que Jesucristo nos ha prometido de parte
de su Padre, concedernos todo, incluso las cosas más
pequeñas; pero nos ha prescrito observar un orden en todo
lo que pedimos y, sin la observancia de esta regla, en vano
esperaremos obtener nada. En San Mateo se nos ha dicho: Buscad
primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se
os dará por añadidura.

Para obtener bienes

No se os prohíbe desear las riquezas, y todo
lo que es necesario para vivir, incluso para vivir bien; pero hay
que desear estos bienes en su rango, y si queréis que
todos vuestros deseos a este respecto se cumplan infaliblemente,
pedid primero las cosas más importantes, a fin de que se
añadan las pequeñas al daros las
mayores.

He aquí exactamente lo que le sucedió
a Salomón. Dios le había dado la libertad de pedir
todo lo que quisiera, él le suplicó de concederle
la sabiduría, que necesitaba para cumplir santamente con
sus deberes de la realeza. No hizo ninguna mención de los
tesoros ni de la gloria del mundo; creyó que
haciéndole Dios una oferta tan ventajosa tendría la
ocasión de obtener bienes considerables. Su prudencia le
mereció en seguida lo que pedía e incluso lo que no
pedía. Te concedo de gusto esta sabiduría porque me
la has pedido, pero no dejaré de colmarte de años,
de honores y de riquezas, porque no me has pedido nada de todo
esto.

Si este es el orden que Dios observa en la
distribución de sus gracias, no nos debemos
extrañar que hasta ahora hayamos orado sin
éxito.
Os confieso que a menudo estoy lleno de
compasión cuando veo la diligencia de ciertas personas,
que distribuyen limosnas, que hacen promesa de peregrinaciones y
ayunos, que interesan hasta a los ministros del altar para el
éxito de sus empresas temporales. ¡Hombres ciegos,
temo que roguéis y que hagáis rogar en vano! Hay
que hacer estas ofrendas, estas promesas de ayunos y
peregrinaciones, para obtener de Dios una entera reforma de
vuestras costumbres, para obtener la paciencia cristiana, el
desprecio del mundo, el desapego de las creaturas; tras estos
primeros pasos de un celo regulado, hubierais podido hacer
oraciones por el restablecimiento de vuestra salud y por el
progreso de vuestros negocios; Dios hubiera escuchado estas
oraciones, o mejor, las hubiera prevenido y se hubiera contentado
de conocer vuestros deseos para cumplirlos.Busca entonces el
Reino de Dios con Su Justicia y tus súplicas por
satidfacer tus cosas temporales llegarán a ti por
añadidura. Busca primero que Dios te ilumine con su
gracia, te permita abrir tus ojos en Su búsqueda para
recibir lo que te preocupa. Busca te perdone de tus malas
acciones hacia los demás para recibir la gracia de que
anhelas. Sin este orden, nada vas a lograr. Purifícate con
Su Gracia para recibir lo que deseas en esta vida
terrenal.

Sin estas gracias primeras, todo lo demás
podría ser perjudicial y de ordinario así es; he
aquí por qué somos rechazados. Murmuramos, acusamos
al Cielo de dureza, de poca fidelidad en sus promesas. Pero
nuestro Dios es un padre lleno de bondad, que prefiere sufrir
nuestras quejas y nuestras murmuraciones, antes que apaciguarlas
con presentes que nos serían funestos.

Para apartar los males

Lo que he dicho de los bienes, lo digo también de
los males de que deseamos vernos libres. Alguien dirá que
él no suspira por una gran fortuna, que se
contentaría con salir de esta extrema indigencia en la que
sus desgracias lo han reducido; deja la gloria y la alta
reputación para los que la ansían, desearía
tan sólo evitar el oprobio en que le sumergen las
calumnias de sus enemigos; en fin, puede pasarse de los placeres,
pero sufre dolores que no puede soportar; desde hace tiempo
está rogando, pide al Señor con insistencia a ver
si quiere suavizarlos; pero le encuentra inexorable. No me
sorprende; tenéis males secretos muchos mayores que los
males de que os quejáis, sin embargo son males de los que
no pedís ser librados; si para conseguirlo hubierais hecho
la mitad de las oraciones que habéis hecho para ser
curados de los males exteriores, haría ya mucho tiempo que
hubierais sido librados de los unos y de los otros. Si el
Señor os viera con cierto deseo de estas virtudes, os las
concedería sin dilación y no sería necesario
pedir el resto.

No se pide bastante

Ved cómo por no pedir bastante, no recibimos
nada, porque Dios no podría limitar su liberalidad a
pequeños objetos, sin perjudicarnos a nosotros mismos. Os
ruego observéis que no digo que no se puedan pedir
prosperidades temporales sin ofenderle, y pedir ser liberados de
las cruces bajo las que gemimos; sé que para rectificar
las oraciones por las que se solicita este tipo de gracias basta
con pedirlas con las condición de que no sean contrarias
ni a la gloria de Dios, ni a nuestra propia salvación;
pero como es difícil que sea glorioso a Dios el escucharos
o útil para vosotros, si no aspiráis a mayores
dones, os digo que en tanto os contentéis con poco,
corréis el riesgo de no obtener nada.

¿Queréis que os dé un buen
método para pedir la felicidad incluso temporal,
método capaz de forzar a Dios para que os escuche? Decidle
de todo corazón: Dios mío, dadme tantas riquezas
que mi corazón sea satisfecho o inspiradme un desprecio
tan grande que no las desee más; libradme de la pobreza o
hacédmela tan amable que la prefiera a todos los tesoros
de la tierra; que cesen estos dolores, o lo que será
aún más glorioso para Vos, haced que cambien en
delicias para mí y que lejos de afligirme y de turbar la
paz de mi alma lleguen a ser, a su vez, la fuente más
dulce de alegría. Podéis descargarme de la cruz;
podéis dejármela, sin que sienta el peso.
Podéis extinguir el fuego que me quema; podéis
hacer, que en lugar de apagarlo para que no me queme, me sirva de
refrigerio, como lo fue para los jóvenes hebreos en el
horno de Babilonia. Os pido lo uno o lo otro. ¿Qué
importa el modo como yo sea feliz? Si lo soy por la
posesión de los bienes terrestres, os daré eternas
acciones de gracias; si lo soy por la privación de estos
mismos bienes, será un prodigio que dará más
gloria a vuestro nombre y yo estaré aún más
reconocido.

He aquí una oración digna de ser
ofrecida a Dios por un verdadero cristiano. Cuando roguéis
de este modo, ¿sabéis cuál es el efecto de
vuestro pedido? En el primer lugar estaréis contento
suceda lo que suceda; ¿acaso desean otra cosa los que
están deseosos de bienes temporales que estar contentos?
En segundo lugar, no solamente no obtendréis
infaliblemente una de las dos cosas que habéis pedido,
sino que ordinariamente obtendréis las dos. Dios os
concederá el disfrute de las riquezas (bienes temporales:
salud, familias, necesidades básicas), y para que las
poseáis sin apego y sin peligro, os inspirará a la
vez un desprecio saludable. Pondrá fin a vuestros dolores,
y además os dejará una sed ardiente que os
dará el mérito de la paciencia, sin que
sufráis. En una palabra, os hará felices en esta
vida y temiendo que vuestra dicha no os corrompa, os hará
conocer y sentir la vanidad. ¿Se puede desear algo
más ventajoso? Nada, sin duda. Pero como una ventaja tan
preciosa es digna de ser pedida, acordaos también que
merece ser pedida con insistencia. Pues la razón por la
que se obtiene tan poco, no es solamente porque se pide poco, es
también porque, se pida poco o mucho, no se pide bastante.
(Yo diría que se puede pdedir así: Señor
Jehová mi Dios, concedeme la sabiduría para llegar
a ti y actuar de acuerdo a tus mandamientos y, perdóname
que soy un pecador.)

Perseverancia en la
oración

¿Queréis que todas vuestras oraciones
sean eficaces infaliblemente? ¿Queréis forzar a
Dios a satisfacer todos vuestros deseos? En primer lugar os digo
que no hay que cansarse de orar. Los que se cansan después
de haber rogado durante un tiempo, carecen de humildad o de
confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como
si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra
oración como si fuera un mandato; ¿no sabéis
que Dios resiste a los soberbios y que se complace en los
humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os
permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la
misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el
desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por
rechazos absolutos.

Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde
llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado,
jamás se podría creer que desee quitarnos toda
esperanza. Pienso, lo confieso, que cuando veo que más me
hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento
crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi
oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta que
he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones,
me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no
dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor
después de tan larga espera, creo tener motivo para
regocijarme, porque estoy persuadido que seré tanto
más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya
dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente
inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos
propósitos de vida, mi esperanza no se hubiera sostenido;
ya que mi asiduidad no ha cesado, es una razón para
mí el creer que seré pagado
liberalmente.

Una confianza obstinada

Para terminar, me dirijo a aquellas personas que veo
inclinadas a los pies del altar, para obtener estas preciosas
gracias que Dios tiene tanta complacencia en vernos pedir. Almas
dichosas, a quienes Dios da a conocer la vanidad de las cosas
mundanas, almas que gemís bajo el yugo de vuestras
pasiones y que rogáis para ser librados de ellas, almas
fervientes que estáis inflamadas del deseo de amar a Dios
y de servirle como los santos le han servido y usted que solicita
la conversión de este marido, de esta persona querida, no
os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en
vuestras peticiones; si se os rechazan hoy, mañana lo
obtendréis todo; si no obtenéis nada este
año, el año próximo os será
más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros
afanes sean inútiles: Se lleva la cuenta de todos vuestros
suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que
hayáis empleado en rogar; se os está amasando un
tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá
a todos vuestros deseos.

Es necesario descubriros hasta el fin los resortes
secretos de la Providencia: La negativa que recibís ahora
no es más que un fingimiento del que Dios se sirve para
inflamar más vuestro fervor. Ved cómo obra respecto
a la Cananea, cómo rehúsa verla y oírla,
cómo la trata de extranjera y más duramente
aún. ¿No diréis que la importunidad de esta
mujer le irrita más y más? Sin embargo, dentro de
Él, la admira y está encantado de su confianza y de
su humildad; y por esto la rechaza. ¡Oh clemencia
disfrazada, que toma la máscara de la crueldad, con
qué ternura rechazas a los que más quieres
escuchar! Guardaros de dejaros sorprender; al contrario, urgid
tanto más cuanto más os parezca que sois
rechazados.

¡Oh, Señor!, no es vuestra justicia lo
que yo imploro, sino vuestra misericordia. ¡Mantén
tu ánimo! Dichoso de ti que has comenzado a luchar tan
bien contra Dios; no le dejes tranquilo; le agrada la violencia
que le hacéis, quiere ser vencido. Haceos notar por
vuestra importunidad, haced ver en vosotros un milagro de
constancia; forzad a Dios a dejar el disfraz y a deciros con
admiración: Grande es tu fe; confieso que no puedo
resistirte más; vete, tendrás lo que deseas, tanto
en esta vida como en la otra.

 

 

Autor:

Jorge Edgardo Oportus
Romero

 

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