Creatividad literaria y perfeccionismo (Literatura y experiencia del límite)
Creatividad literaria y perfeccionismo –
Monografias.com
Creatividad literaria y
perfeccionismo
(Literatura y experiencia
del límite)
El ser humano utiliza la literatura igual que utiliza la
filosofía o las ciencias de la conducta: para conocerse.
Es más, las cavernas donde la psicología y la
psiquiatría no penetran o tienen dificultades para
adentrarse, la literatura las atraviesa habitualmente destacando
sus complicados pasadizos. Y aunque de manera menos sistematizada
y metodológica, esto no es ningún impedimento para
que la literatura nos revele más motivaciones ocultas de
la mente que la psicología misma.
Con gran intensidad psicológica, la literatura ha
escudriñado la complejidad del espíritu humano, sus
humillaciones, sus conflictos, las tensiones y las circunstancias
terribles que pesan sobre la existencia humana.
¿Qué mejor tratado de paranoia con delirio de
grandeza que el personaje de Don Quijote? ¿Y qué
mejor descripción de los problemas cognitivos del hombre
que los deliciosos e inmortales diálogos entre don Quijote
y Sancho Panza, donde los (in)sucesos que nos cuentan se dan por
verdaderos?
Narrando con los "Hermanos Karamazov" el conflicto entre
el racional Iván, el instintivo Dmitri y el compasivo
Aliocha, figuras que en el lenguaje de Freud calzarían
respectivamente con las tres instancias básicas de la
personalidad, el Yo, el Ello y el Super-yo, Dostoievski se
adelantó cuarenta años a la segunda
teorización freudiana del aparato
psíquico.
Pero, a su vez, con gran intensidad literaria la
psicología del profundo ha indagado también en la
complejidad de la mente del creador literario concluyendo que la
vida particular adquiere alguna forma de expresión en la
obra literaria y a través de ésta el autor alcanza
una comprensión más completa de sí mismoy de
la vida en general.
Para el psicoanálisis, la creatividad literaria
se nutre con el material biográfico que se encuentra en el
subsuelo del sujeto creativo. Definitivamente, el proceso entre
la producción y el autor está encadenado como
partes de la misma secuencia. La creación literaria se
alimenta de la propia vida y está en continuidad con
ella.
Pareciera entonces que el enigma de la creatividad
derivara del hecho mismo de que sus autores han conocido o
avizorado en carne propia el destino que se expresa en los
motivos centrales narrados en sus grandes obras. ¿Nos
hubiera dado Cervantes su comprensión paradójica de
lo humano que sintetizan Don Quijote y Sancho Panza si él
mismo no hubiera experimentado en su propia piel tantas
paradójicas situaciones: sus viajes por Italia y su buena
vida al servicio del Cardenal Acquaviva combinados con la
cautividad en Argel y sus dos encarcelamientos, una vez por
fraude y otra por presunto crimen; el éxito como novelista
de la mano con el fracaso en el teatro y la poesía; el
plagio de que fue objeto por obra de un desconocido aunado al
triunfo literario, y, en fin, la ruina económica de su
familia con los pocos ratos de bonanza?
En este mismo sentido tampoco resulta extraño que
la descripción que Balzac hace de la obsesión por
el dinero en La comedia humana alcance vetas
insuperables. Siendo él mismo un ser endeudado de por
vida, el delirio sobre una sola idea o monomanía fue su
mejor inspiración. La pobreza absoluta que conoció
en su vida durante largos años favoreció las
penetrantes narraciones acerca de ese mismo asunto.
Igualmente, podemos reconocer sin dificultad que ninguno
de los dos manuales de enfermedades más respetados en el
mundo clínico, el DSM, en cuestión de trastornos
mentales y el CIE, han tratado el pesimismo y la cuestión
del sentido de la vida con el realismo y la profundidad
psicológica con que lo hizo Tolstói,
huérfano a los nueve años, a través de dos
protagonistas de su novela Ana Karénina,
Constantine Levín, y Ana. Pero, en realidad, no son ni Ana
ni Levin los atormentados por el pesimismo y por el sentido de la
vida respectivamente, sino que es el mismo Tolstói que
hacia los 50 años de edad ya se está planteando
pesimistamente la cuestión del sentido de la
vida.
En su relato autobiográfico Confesiones,
en el pleno apogeo de la celebridad, la riqueza y el amor de su
esposa y de sus hijos, Tolstói nos dirá que no
puede apartar de su vista que sus días lo encaminan a la
muerte: "Por mas que me digan, refiere Tolstói en sus
memorias: No puedes comprender el sentido de la vida; no pienses,
vive, no puedo hacerlo, porque lo he hecho demasiado tiempo hasta
ahora. Ahora no puedo hacer sino ver el día y la noche que
pasan rápidamente y me conducen hacia la muerte.
Sólo veo esto, pues es la verdad; todo lo demás es
mentira".
Y Franz Kafka, gracias a sus personales circunstancias,
tuberculoso, crecido a la sombra de un padre asfixiante y marcado
desde su infancia por un complejo de inferioridad que ni el mismo
Alfred Adler hubiera sabido cómo tratar, pudo plasmar en
la Metamorfosis y en El Castillo la dificultad
del ser humano de ser humano, siempre sitiado como está
por el fracaso, la culpabilidad, la soledad y la
frustración.
Sin embargo, no basta el sustrato personal que hemos
mencionado como materia prima del proceso creador para explicar
el proceso creativo. ¿De dónde proviene entonces la
presión a crear? ¿Qué la origina,
cuál es su fuente?
Starobinski (1970, p. 220) deja clara su génesis
al sostener que para el psicoanálisis "la historia
interior de un hombre …es la historia de los estados
sucesivos de su deseo" y añade: "La biografía se
convierte de esta manera en la historia de los actos a
través de los que el ser en devenir (cuerpo y conciencia)
se crea a sí mismo dándose por objetivo aquello que
le falta".
Estando así las cosas, la creatividad procede del
deseo y éste puede ser derivado tranquilamente de la
impulsividad. La instancia originaria de la creatividad es el
Ello, el polo pulsional o instintivo del individuo. La
creatividad, en definitiva, derivaría de la libido o
energía psicológica de naturaleza sexual. Pero esta
no es nuestra posición.
Es una lastima que las cosas se planteen todavía
de una manera excesivamente reductiva, como si las cuestiones
esenciales para el ser humano tengan como origen un fondo
impersonal y caótico, que es el credo fundamental del
psicoanálisis, y que bajo el principio del placer,
sólo quiere satisfacer.
En esta perspectiva genética, el acto creativo no
acontece en el ámbito de la existencialidad, sino que
permanece en el polo pulsional del individuo, que para el
psicoanálisis es el origen de toda la actividad
psíquica. Sin embargo, esta explicación acerca del
origen de la creatividad aportada por el psicoanálisis
originó desde su aparición un serio problema
filosófico, que vale la pena reconsiderar aunque sea
brevemente, pues equivale a localizar la creatividad en el
ámbito de la facticidad; en la esfera de lo óntico,
y no en la dimensión ontológica donde descansa
propiamente lo antropológico; en los confines de la
inmanencia y no en el de la trascendencia, donde el
fenómeno del ser humano se despliega y el problema de la
creatividad y los demás problemas originarios y originales
manifiestan la singularidad del hombre.
Ciertamente la creatividad se origina en el
inconsciente, pero no en ese inconsciente pulsional freudiano,
que embiste al hombre desde adentro, sino en el inconsciente
espiritual referido por la Logoterapia, cuyo contenido resulta
radicalmente nuevo, donde el hombre encuentra no sólo su
problema psicológico, sino el misterio de su
ser.
La creatividad es enteramente personal y como tal
sólo puede surgir del fondo mismo del hombre, del humus de
lo antropológico, de esa zona donde cada uno es lo
más cada uno del universo, de "ahí" donde el hombre
alcanza la conciencia de su singularidad. De ese "espacio" que
constituye lo que Víctor Frankl denomina la
"verdadera" profundidad de la persona
profunda[1]donde precisamente el hombre se percata
de sí mismo como de una realidad personal-espiritual, y
aparece "centrado" e integrado alrededor de ella. La creatividad
sólo puede surgir de esta dimensión que para la
Antropología del límite es de naturaleza
intuitiva.
Es necesario pues rehabilitar la creatividad frente a
cualquier explicación de corte reduccionista. Ahora bien:
¿qué necesidad teníamos de llegar a la base
del asunto de la creatividad? ¿Vincular la creatividad al
fundamento mismo de la persona, a la intuición? Hemos ido
a parar hasta el fondo de la cuestión para destacar que es
a nivel de lo específicamente humano, en la raíz
misma de lo antropológico, y no a nivel de la
impulsividad, donde surge el ímpetu de la
creatividad.
Demos ahora un paso más y entremos a considerar
la naturaleza misma de la intuición, la realidad
específicamente humana y, de esta manera, poder aclarar lo
que denominamos la raíz de lo antropológico.
Preguntémonos entonces ¿cuál es, en efecto,
la naturaleza de la intuición, qué la caracteriza,
cuál es su calidad?
En su auténtico cimiento, en la verdadera
profundidad de la persona, el hombre se define por la total
imposibilidad de auto-observación. Precisamente a ese
nivel, lo antropológico es ausencia de conciencia refleja.
El nivel donde inicia la realidad específicamente humana,
el núcleo de la estructura ontológica del
ser-hombre, es, como sostiene la Logoterapia, necesariamente
espiritual y por lo mismo obligatoriamente y esencialmente
inconsciente.
Sin embargo, qué paradoja. A ese mismo nivel el
hombre se percata de sí mismo, se vislumbra, como
una realidad irrefleja, radicalmente inaccesible. En otras
palabras el hombre alcanza su propio fondo, se alcanza en su
mismo comienzo o fundamento no a través de la
razón, de la lógica, sino de la intuición.
Diríamos que más que "pre"-pensarse, el hombre se
"pre"-siente, pues la intuición es una visión de
naturaleza emocional y no discursiva. Como señalamos en
otra ocasión: "El hombre en su esencia es todo
intuición. La realidad o la esencia propia del ser-hombre
no es el intelecto ni la razón" (Peter, 1998, p. 68). La
nota distintiva del hombre no es lo racional ni lo irracional,
sino simplemente lo transracional o arracional. De hecho, cuando
el hombre está libre de racionalizaciones y de mecanismos
defensivos, actúa espontánea y
creativamente.
Sin embargo, si la intuición no es susceptible de
reflexión, esto no significa que sea ausencia de
conciencia. A este nivel, antes de que surja el primer acto de
reflexión, el hombre tiene ya conciencia inmediata de
sí mismo. Esta afirmación nos obliga a
preguntarnos, al menos por curiosidad filosófica:
¿de qué ciencia está "llena" esta
conciencia, cuál es su contenido?
En su arranque, donde el hombre se origina, la
conciencia de sí mismo, la autoconciencia es ciencia del
límite. Antes de saber que tiene limites, el
hombre experimenta que es limitado. Antes de
auto-observar su ser necesitado y de reflexionar sobre sus
necesidades, el hombre se advierte de manera inmediata como ser
inacabado, finito. El hombre se aprehende del modo más
íntimo como restringido, escaso, privado en la
dimensión del ser y se relaciona instantáneamente
con su propia privación mucho antes de razonar o cavilar
sobre ella y sobre las necesidades que derivan de su ser
limitado. Esta ciencia de ser necesitado es el primer registro y
el primer impulso hacia la conciencia de sí
mismo.
Sin necesidad de ensimismarse, de rumiar o
reconcentrarse, el hombre se comprende de manera profunda y
entrañable como ser indigente. En su primer vestigio de
conciencia el hombre es conciente de su ser limitado. La
autoconciencia que implica la indigencia es siempre ciencia de la
propia realidad limitada.
Ahora bien, a los ojos de la Antropología del
límite, esta auto-referencia inmediata del hombre a su
propio límite traza la diferencia no sólo entre lo
zoológico y lo antropológico, sino que cambia
radical y definitivamente el asunto de la creatividad, que
aquí estamos examinando.
A partir de la indigencia no sólo surge la
irrefleja conciencia de sí, sino que ella, la indigencia,
es el principio o el fundamento de todos los fenómenos
originales del hombre. Es la indigencia la que dispara al hombre
más allá de sí mismo, la fuente de donde
brota no sólo la comunicación, el quehacer
histórico, la religación al Otro, y a los otros,
sino el deseo mismo y, por consiguiente, la creatividad. De esta
manera, el deseo freudiano queda redefinido por el concepto de
indigencia planteado por la Antropología del
límite.
Así, pues, es la indigencia, la ciencia de la
propia condición inacaba, el legítimo surtidor de
la creatividad. Y en este sentido la afirmación de
Starobinski de que el impulso creativo expresa la
dimensión de "aquello que le falta", es correcta
pero sólo en la medida en que el deseo se vincula a la
indigencia, a lo antropológico y no a la mera
impulsividad, a lo instintivo.
Es la indigencia o conciencia de la necesidad,
la condición que suscita el entero proceso creador. De la
indigencia derivan todas las posibilidades de querer ser. Y al
hablar del entero proceso creativo develamos la palabra
creatividad en su sentido amplio. No nos reducimos en primera
instancia a la creatividad en las áreas de la ciencia, de
la producción filosófica, de las artes
plásticas, de la música, la literatura, la
poesía, etc., en el sentido de forjar, descubrir,
inventar, diseñar, innovar algo. Es cierto que de muchas
maneras el hombre despliega su poder de re-crear, pero la
creatividad no se aplica en primer momento a estos
asuntos.
El proceso creador se manifiesta primeramente en esa
forma de creatividad que es la vida diaria. En la capacidad para
salir de las propias creencias estereotipadas, trascender los
clichés del tedium vitae y descubrir o inventar
nuevos estilos de vida. En la capacidad que tiene el hombre para
dar una valencia positiva a una situación, hecho,
relación o suceso negativo. En efecto, interpretar las
circunstancias de la vida es una forma de
creación.
La creatividad resalta en la capacidad que tiene el
hombre para pasar de una actitud o conducta perjudicial para
sí mismo, como la culpa neurótica, a otra que le
devuelve la propia valía perdida o menoscabada. En este
sentido, re-significar la vida y revalorizar el propio ser ante
los embargos y las embestidas de los acontecimientos son las
más altas expresiones de la creatividad. Pero en este
sentido igualmente, la creatividad implica la previa disciplina
de la aceptación.
Sin embargo, quisiera dejar claro que al plantear la
cuestión específica de la creatividad literaria y
del perfeccionismo, la reflexión anterior no ha sido un
desvío de nuestro argumento, sino un acercamiento al
mismo. Si inicialmente nos preguntamos de donde arranca el
arrebato creativo fue con miras a llegar a tratar finalmente lo
que lo sofoca e impide. ¿Qué apaga en general el
deseo creador y extingue, en particular, el fuego de la
creatividad literaria?
Respondamos sin más rodeos: el trastorno del
perfeccionismo es el responsable de quien quiere ser creativo en
cualquiera de los sentidos mencionados anteriormente y no lo
logra.
El perfeccionismo es "un patrón permanente e
inflexible de experiencia interna" de
inadecuación que genera, como contrapartida al
malestar originado por la sensación de
inadecuación, una necesidad de
estructuración. Así en la
definición de la Terapia de la Imperfección, que
considera el perfeccionismo como una pérdida del sentido
de orientación a la propia realidad limitada. Precisamente
se es perfeccionista porque no se consigue, por falta de humildad
mental, aceptar que se es irreparablemente defectuoso e
inevitablemente productor de errores y fracasos. En otras
palabras, que se es indigente.
Debido a la profunda necesidad de estructurar, como
quien dice de llenar de cemento la vida, es decir, de ordenar y
controlar la existencia, las propias experiencias, el propio
mundo mental, los pensamientos y los sentimientos y las
relaciones interpersonales, el perfeccionista se mueve en una
banda excesivamente racional, que es deletérea para
cualquier asomo de creatividad.
Así, no es nada raro que a causa de su
pánico a fallar, de su creencia de que todo debe ser hecho
a la perfección, algunos candidatos a maestrías y a
doctorados se vuelvan sempiternos insatisfechos de lo que
investigan o de lo que escriben. El estado de tensión- de
hiperreflexión,como diría Frankl – que genera el
perfeccionismo de que todo lo que se haga salga absolutamente
bien, sofoca el impulso creativo en su mismo intento.
La ansiedad de hacer bien las cosas es paralizante del
proceso creativo, que arranca, como ya señalamos, desde la
intuición. Pero una intuición vigilada por el temor
al fracaso, es una intuición rechazada, controlada,
amordazada o reprimida.
La creación no es un acto consciente. Si pudiera
hacer literatura diría que el creativo es un vidente, un
médium, un iluminado, un encantador de la realidad
ordinaria, un inspirador de lo imprevisible, un mago que saca un
poema, el proyecto de una tesis académica, el borrador de
una novela, la nota de un ensayo, el croquis de un diseño,
algo de donde no hay nada. El desmesurado recurso a la
razón, típico de la cultura occidental, la
exagerada tendencia al análisis y a la lógica, no
solo quebranta la intuición, sino el sentido común
que tiene la función de protegernos de expectativas y
"deberías" que conforman el género de lo
irrealizable.
El perfeccionismo es desmotivador del cambio y generador
de resistencias a las novedades y situaciones imprevisibles que
caracterizan lo creativo. Es descorazonador de quien quiere
realizar una tarea pero permanece en la indecisión por
temor a fallar, de quien quiere elaborar o iniciar una
producción literaria pero nunca la termina por miedo a que
salga mal.
La continua preocupación, desilusión e
insatisfacción no nos hace más productivos, sino
más estériles. Para salir del trastorno del
perfeccionismo y promover la creatividad es necesario situarnos
en la perspectiva de la defectibilidad. Reconocer el
propio derecho a ser limitado e imperfecto. Cualquier forma de
autorechazo, que es el contenido del perfeccionismo, abre una
grieta en lo más hondo del propio ser y compromete no
sólo la orientación hacia sí mismo, sino que
echa a perder la creatividad.
Para reducir la actitud autocrítica, la Terapia
de la Imperfección propone las herramientas de la
inclusión el limite y la conciencia del
límite. El logro dichosamente es inseparable del
fallo. Digo "dichosamente" porque es el fallo y no el logro, el
maestro más sabio.
Autor:
Dr. Ricardo
Peter[2]
[1] Frankl distingue acertadamente entre la
verdadera persona profunda teorizada por la Logoterapia y la
mera “persona profunda” del psicoanalisis: la
primera permanece en el ámbito de la existencialidad y
está referida al inconsciente espiritual, fundamento
mismo del ser, mientras la segunda permanece en el
ámbito de la facticidad y está referida a la
esfera del inconsciente instintivo. Cfr. V. Frankl, La
presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión,
Herder, Barcelona, 6ª.ed., 1986.
[2] Doctor en Filosofía, Training en
Psicoanálisis, postgrado en Personal Counseling. Es el
creador de la Terapia de la Imperfección, método
psicoterapéutico de orientación
humanista-existencial para el tratamiento del trastorno del
perfeccionismo, sobre la cual tiene varios libros publicados en
Italia, España, Brasil, Argentina y México.