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El desconocido que no se conoce a sí mismo ¿Necesitamos a los “santos” como intercesores?




Enviado por Maite Valderrama



Partes: 1, 2


    El desconocido que no se conoce a sí mismo –
    Monografias.com

    El desconocido que no se conoce a
    sí mismo
    ¿Necesitamos a los
    "santos" como intercesores?

    El contemporáneo
    crítico

    Muchas cosas de las que tú, Gabriele, me dices,
    siguen resonando en mí, y no me dejan del todo tranquilo.
    Hace algún tiempo conversamos sobre la fuerza de los
    pensamientos. Cuando explicaste cuán poderosamente pueden
    actuar los pensamientos negativos sobre nosotros, si una y otra
    vez pensamos lo mismo o algo parecido, me dije: "En realidad no
    soy tan malo, pues por lo general mis pensamientos no
    están tan desencaminados como para decir que pudiesen
    provocarme un golpe del destino".

    Sin embargo, cuando escuché de ti que lo decisivo
    son siempre los contenidos de nuestros pensamientos, palabras y
    actos, y también de nuestros sentimientos y sensaciones,
    entonces comencé a cuestionarme cada vez más todo
    mi comportamiento, es decir, a preguntarme cada vez más en
    cada situación, si mis pensamientos y palabras realmente
    correspondían a mis sentimientos y sensaciones. El
    resultado de mi autoinvestigación fue tan exitoso como
    desconsolador.

    Me asusté al ver qué escultura se
    había cristalizado con los aspectos surgidos del
    autorreconocimiento. Ni yo mismo podía apenas creer haber
    dibujado semejante imagen caracterológica. Se puso de
    relieve que muchas de mis formas de comportamiento son
    engañosas, es decir, que hasta ahora me había
    estado engañando a mí mismo a la hora de hacer mi
    propio balance, porque no me conocía. Cuando estoy en una
    conversación, me viene una y otra vez el pensamiento:
    "¿Qué deposito ahora dentro de mis palabras?". Este
    preguntar por el trasfondo es realmente interesante, pero
    más de una vez me sorprendí pensando: "Ah, en
    realidad no quiero saber quién soy yo verdaderamente". En
    definitiva, era la curiosidad la que me empujaba a seguir
    perguntándome a mí mismo, para saber qué es
    lo que había depositado en mis palabras y
    pensamientos.

    En mi autoanálisis surgieron más
    preguntas, de las cuales quiero exponerte algunas, si me lo
    permites.

     El profeta:

    El que no pregunta, nunca obtendrá
    una respuesta. El preguntar e investigar indican una consciencia
    despierta. El que se da por satisfecho nunca pregunta: vegeta,
    más o menos perezoso, apático y apagado. La
    combinación alternante de preguntar y responder es
    movimiento, dinamismo; de ello pueden resultar crecimiento y
    evolución espirituales.Por tanto:
    ¡Pregunta!

     El contemporáneo
    crítico:

    En una de nuestras numerosas conversaciones has
    comparado a las palabras y a los conceptos humanos con un
    recipiente, diciendo que cada persona pone en el recipiente, en
    la palabra, algo personal, sus sentimientos y sensaciones
    individuales, que surgen de su estado de consciencia del momento.
    Cada uno, dijiste en este sentido, habla solamente desde su
    estado de consciencia, que él deposita en el recipiente,
    en la palabra. Según lo que haya introducido personalmente
    en su palabra, en el recipiente, entiende también la
    palabra de su interlocutor.Me he investigado a mí mismo al
    respecto y he hecho un ejercicio con un buen amigo. Ambos
    observamos la imagen de una mujer, y ambos expresamos la
    convicción de que la imagen, esta mujer, es hermosa. Antes
    tenía la firme opinión de que ambos, mi amigo y yo,
    tenemos a menudo el mismo punto de vista y opinamos
    también lo mismo. Pero como yo había escuchado de
    ti que las palabras sólo son recipientes y que cada uno de
    nosotros deposita algo diferente en la palabra, pregunté a
    mi amigo qué quería expresar con su
    afirmación. Escuché con atención y tuve que
    constatar, que a pesar de que ambos habíamos pronunciado
    lo mismo -"una mujer hermosa"-, mi amigo había depositado
    en su afirmación algo totalmente diferente que yo. Cuando
    hablamos sobre ello, no sólo estábamos
    sorprendidos, sino que incluso estábamos en desacuerdo,
    pues empezamos a discutir sobre los detalles de esta imagen. De
    pronto cada uno de nosotros tenía una imagen diferente de
    esa mujer hermosa. Gabriele, me acordé de nuestra
    conversación en la que dijiste que no tiene ningún
    sentido discutir sobre los valores de nuestras afirmaciones. Por
    tanto, intenté ceder para poner fin a la
    conversación que se iba acalorando crecientemente, y di la
    razón a mi amigo. ¿Fue correcto?

     El
    profeta:

    Mientras consideremos sólo la palabra, el
    recipiente, que está teñido de los contenidos de
    nuestra consciencia, rara vez nos entenderemos. No fue del todo
    correcto hablar al gusto de tu amigo, dándole la
    razón para poner fin a la conversación. Hubiese
    sido mejor decir, por ejemplo, "mira, esa es tu opinión;
    en mi caso, en cambio, surgen asociaciones completamente
    distintas, las que yo he depositado en las palabras una mujer
    hermosa. Por tanto, yo tengo un mundo de imágenes
    completamente diferente al tuyo. De esta forma, cada uno tiene su
    propia opinión. Pero dejemos esto ahora, hasta que podamos
    hablar sobre ello sin emociones".Al principio eras de la
    opinión de que lo que habías depositado en tus
    palabras se podía también escuchar en las palabras
    que sonaban parecidas a la afirmación de tu amigo. Puedes
    reconocer por tanto a qué engaño estamos sometidos,
    y cómo somos unos desconocidos para nosotros mismos, hasta
    que no nos hayamos investigado, cuestionando nuestro
    comportamiento. Pero la disposición de aprender a
    investigarte a ti mismo para poder autorreconocerte te ayuda
    también a entender poco poco a tu
    prójimo.

    Cuando nos hacemos conscientes de que las palabras de
    nuestro prójimo tienen contenidos completamente distintos
    a los nuestros, aprendemos a escuchar también más
    atentamente. Si nos hemos cuestionado con frecuencia a nosotros
    mismos, reconociendo todo lo que se esconde detrás de la
    fachada de nuestras palabras, ya no nos sorprenderemos cuando
    tengamos que comprobar que otra persona entiende nuestras
    palabras de un modo completamente distinto al nuestro, de acuerdo
    a los contenidos de sus palabras. En base a estas experiencias ya
    no valoraremos ni juzgaremos tan a menudo, sino que llegaremos a
    tener comprensión, que es lo que nos conduce al
    entender.

    Quien se observa a sí mismo, poniendo en
    cuestión su propio comportamiento y purificando lo
    contrario a la ley divina con la fuerza del Espíritu de
    Dios en sí, con el tiempo se volverá más
    sensitivo, y sentirá en su prójimo, tanto en la
    elección de sus palabras como en el sonido de
    éstas, lo que éste pone en sus palabras o en sus
    actos. La consecuencia es que él comprende mejor a sus
    semejantes, y que puede dirigirse a ellos
    correspondientemente.

    El que ya no se engañe a sí mismo pronto
    ya no podrá ser engañado por otros. Entonces
    habremos alcanzado una cierta fortaleza interna, de forma que ya
    no despreciaremos a nuestro prójimo por cómo habla
    y cómo se comporta. Al cuestionarnos a nosotros mismos y
    al purificar los errores reconocidos con ello, hemos
    experimentado lo difícil que es superarnos a nosotros
    mismos y conseguir con Cristo la maestría sobre nosotros
    mismos. Así no sólo nos formamos una idea de
    nuestro prójimo, sino también de problemas y
    situaciones. Es necesario que lleguemos a conocernos a nosotros
    mismos, para poder dar los pasos que conducen a la fortaleza y a
    la claridad internas, que nos capacitan para captar lo esencial
    en la situación, para hacer lo que es apropiado y para ser
    una ayuda real para otros.

     El contemporáneo
    crítico:

    Ahora he aprendido que hablamos y no nos
    entendemos.

     El profeta:

    Mientras no hayamos reconocido, purificado y con ello
    eliminado en sus diversos aspectos a nuestro subconsciente, que
    registra los contenidos de nuestros sentimientos, sensaciones,
    palabras y actos, estamos sometidos al engaño. Nos
    encontramos en la prisión de nuestras opiniones y puntos
    de vista y nos figuramos que el otro nos entiende, porque
    él emplea las mismas palabras que nosotros. Esto a menudo
    conduce a apoyarse en otros, y en consecuencia, a la atadura. El
    apoyo que creemos haber encontrado se acaba sin embargo tan
    pronto como se pone de manifiesto que las palabras de nuestro
    prójimo contenían programas, imágenes e
    ideas diferentes a los nuestros.

    El sentido de nuestra existencia terrenal consiste, sin
    embargo, en reconocernos a nosotros mismos y en purificar con la
    ayuda del Espíritu de Dios en nosotros nuestros errores,
    que son nuestros pecados, de modo que poco a poco nos volvemos
    sinceros. Entonces se disuelven también las ataduras y la
    necesidad de apoyarse en otros. Nuestra relación con
    nuestros semejantes se caracteriza más y más por la
    independencia y la libertad. De ello surgen la soberanía y
    la fortaleza internas.

    La mayoría de las personas se conforman con lo
    que dicen y creen incluso haber dicho lo que de hecho
    querían decir. Lo que dicen y ponen en sus palabras, lo
    escuchan de las palabras de su prójimo; su consciencia no
    llega más allá. A nuestra "prisión", al
    mundo pequeño y estrecho de nuestras opiniones e ideas, no
    tiene acceso nuestro prójimo, sino que sólo lo
    tiene el prisionero, es decir, nosotros mismos. Pocos saben que
    se encuentran encerrados en una prisión, que se hablan a
    sí mismos, se escuchan a sí mismos y que
    también se entienden sólo a sí
    mismos.

     El contemporáneo
    crítico:

    ¿No será tal vez que nuestro intelecto es
    también nuestra prisión? Recuerdo que tú
    diferencias entre intelecto e inteligencia. Hasta ahora, el
    intelecto era en mi opinión lo aprendido. El concepto
    "inteligencia" lo relacionaba con la idea de un hombre listo,
    dueño de aptitudes fuera de lo corriente. ¿Es
    ésta la inteligencia de la que tú
    hablas?

     El
    profeta:

    Esta clase de "inteligencia" no es más que el
    brillo del intelecto humano que se luce en determinadas materias
    para debatir con otros en discusiones, con el mayor número
    posible de argumentos, es decir, para aventajarlos. Estas
    "aptitudes fuera de lo normal" a menudo se convierten en
    "anormales", si se las observa de cerca. El intelectual bien
    puede ser listo, pero no sabio. El siempre presenta una obra
    imperfecta.

    La inteligencia cósmica -es el Espíritu de
    Dios- no es una obra imperfecta, sino siempre la totalidad. El
    intelecto, que con tanto gusto se las da de imparcial, es en el
    fondo emocional, especialmente cuando cree ser inteligente, lo
    que siempre se remite al ego. El llamado "intelectual" habla
    solamente de sí mismo, y más de uno es un exaltado,
    aunque ésto lo rechazaría enérgicamente de
    sí mismo si alguien lo afirmara.

    El intelectual que con exaltación sí opina
    que él es el brillo personificado de todas las cosas, se
    regodea en argumentos y teorías muy elaborados, en ideas y
    opiniones que él propaga como realidad y en definitiva
    como verdad. La forma de pensar de este intelectual se remite
    exclusivamente a la superficie de las cosas, a lo material e
    intelectualmente comprensible. Tiene muy en cuenta su perspicacia
    y confunde la riqueza en reconocimientos, la visión
    profunda y la sabiduría, con la abundancia en
    conocimientos. En definitiva es un admirador de sí mismo,
    y se exhibe. La verdad es otra cosa. Aquel que adora al -desde el
    punto de vista humano- "listo", al intelectual, hablando
    así al gusto de éste y le considera como lo
    "supremo", no reconocerá que esta pasión pronto se
    convertirá en una nube que pronto se
    disolverá.

    La verdadera inteligencia por el contrario es soberana y
    tranquila, es de una visión profunda. El que se ha
    sumergido en la inteligencia divina se ha vuelto sensible. Es
    sensible a la irradiación de las personas y también
    a las diversas formas naturales, hasta el infinito, el Ser
    eterno. El hombre espiritual que se provee de la inteligencia
    divina reconoce lo que es cierto y lo que no es cierto, pues
    él no ve indirectamente, es decir, no sólo ve la
    superficie del objeto, sino que lo capta como una totalidad. Mira
    en el objeto, en la forma, para averiguar los contenidos. Esta
    sensibilidad -podemos denominarla también
    sensibilización- uno sólo la puede alcanzar con el
    autorreconocimiento y la purificación de su comportamiento
    erróneo, acercándose así a la inteligencia
    divina, que es el fondo del alma de cada hombre, y que llama
    incansablemente para poder manifestarse.

     El contemporáneo
    crítico:

    Por lo tanto, nuestro intelecto, nuestro saber racional
    y nuestra comprensión humana en sí, no conducen ni
    al autorreconocimiento ni a la profunda comprensión de la
    verdad.

    ¿Qué sucede cuando abandonamos el cuerpo
    humano? ¿Seguimos siendo los mismos después de la
    muerte?

     El
    profeta:

    Sí y no. Si uno no se conoce en esta Tierra,
    tampoco se conoce en el más allá, pues allí
    será el mismo que fue aquí y el mismo que
    aquí, en la dimensión temporal, siendo hombre, no
    se reconoció porque no se cuestionó a sí
    mismo para reconocer los aspectos demasiado humanos que
    había en su comportamiento.

    La mayoría de las personas son de la
    opinión de que aquello que dicen, piensan y hacen, son
    ellos, la persona. Muchos se valoran de forma muy superior a lo
    que son en realidad, porque no han aprendido a tener control
    sobre sí mismos, a cuestionarse, poniendo en
    cuestión aquello que piensan, dicen y hacen
    -también por ejemplo su compasión-, para conocer
    qué es lo que depositan en sus palabras y no pronuncian
    sus pensamientos, que difieren de sus palabras. Esto sirve
    también para nuestros sentimientos, sensaciones y actos.
    Los motivos que están detrás de nuestro
    comportamiento, por ejemplo en nuestros sentimientos,
    sensaciones, pensamientos, palabras y actos, es lo que somos -y
    eso es lo que seremos también, después de que
    nuestro cuerpo terrenal haya fallecido.

    Por tanto depende de si en esta Tierra nos hemos
    examinado a nosotros mismos, es decir, nos hemos encontrado en
    nuestras formas de comportamiento. Los motivos en la cadena de
    nuestro sentir, pensar, hablar y actuar, en todas nuestras
    pasiones y deseos, marcan nuestro subconsciente. Lo que se ha
    acumulado y aumentado en nuestro subconsciente, pasa
    también a nuestra alma. Eso es entonces lo que somos
    después del fallecimiento del cuerpo.

    Muchos hombres tienen miedo de la muerte, porque temen
    que la vida no continúa. ¡Pero sí que
    continúa! El cómo lo determina cada uno por
    sí mismo. Su más allá corresponde a su
    carácter. Nuestro carácter, nuestra verdadera
    identidad, contiene entre otras cosas, todo aquello que hemos
    ocultado detrás de la fachada de palabras no veraces y lo
    que de motivos innobles se esconde detrás de actos
    aparentemente altruistas. Estos contenidos, nuestros verdaderos
    rasgos de carácter, corresponderán al lugar donde
    continúe para nosotros la vida "al otro lado", y
    también al cómo nos encontraremos en el más
    allá. Nuestro estado en el más allá lo
    viviremos – según el carácter que hayamos tenido y
    cómo fue nuestro paso por la Tierra – bien como
    alegría y alivio, o bien como un espanto.

    Una canción alemana tradicional dice: "…Muerte:
    ¿Dónde están tus horrores?". Yo creo que
    más de un alma se horrorizará cuando haya
    abandonado definitivamente su cuerpo, su hombre. Más de un
    alma no podrá creer que ella es su propio comportamiento
    en el más allá, o el lugar del más
    allá donde se encuentra, porque en lo temporal se
    comportó de otra forma -que sin embargo no era
    sincera.

     El contemporáneo
    crítico:

    Nosotros los hombres nos desilusionamos a menudo de
    nuestros semejantes, por un lado, porque éstos no se
    comportan como a nosotros nos gustaría, por otro lado
    porque queremos verlos de forma distinta a como son. Tampoco su
    forma de vida ni su estilo de vida nos gustan en muchos casos.
    Hablamos y pensamos de forma negativa sobre ello. Nos ocupamos
    con nuestros semejantes de diferentes maneras: cómo son,
    qué hacen o qué, a nuestro parecer, deberían
    dejar de hacer. Por el contrario, raras veces pensamos sobre
    nosotros mismos, sobre cómo somos en realidad. El
    desengaño de nosotros mismos por lo tanto será en
    el más allá mucho más grande que el que
    tenemos ahora respecto a nuestros semejantes aquí y
    ahora.

     El
    profeta:

    Como almas no se nos abrirán los ojos de una vez
    a la totalidad de nuestros estados de consciencia pecaminosos. De
    hoy a mañana no alcanzaremos la consciencia de
    quiénes somos aún. También en el más
    allá nos será manifestado paulatinamente
    cómo fueron realmente nuestras formas de comportamiento
    siendo hombres.

    Después de la muerte terrenal, nuestra alma
    está cubierta con todo lo que hemos grabado en ella, que
    puede proceder de diferentes épocas históricas en
    las que vivió el alma como hombre. Estas diferentes
    grabaciones son vibraciones, frecuencias, que tienen sus colores,
    formas y tonos. Estas diferentes envolturas las describen
    también los místicos como trajes del alma, que
    tienen que ser abandonados sucesivamente, para que el cuerpo
    espiritual, el ser puro, que pertenece al Cielo, vuelva a ser
    visible. La envoltura, es decir, el traje que se active en el
    más allá, hace al alma consciente de que ese es su
    estado actual de consciencia, que corresponde a las grabaciones
    que ella hizo siendo hombre, y que estas grabaciones ahora
    conscientes y activas, eran los contenidos del comportamiento que
    tuvo estando encarnada en una determinada época
    histórica. Si se transforma en el reino de las almas esta
    envoltura, este traje del alma lo abandona ella en el reino de
    las almas por la expiación, que contiene el reconocimiento
    del comportamiento erróneo. Entonces se activa otra
    envoltura del alma, que tal vez muestra otra época
    histórica de sus días terrenales, en la que el alma
    acogió del hombre de aquel entonces lo que éste
    puso en aquella oportunidad en su forma de
    comportarse.

    Si un alma va de nuevo a la encarnación, tienen
    lugar procesos parecidos a los del más allá. Una
    envoltura del alma, que tal vez trae frecuencias iguales o
    parecidas a otras envolturas del alma, dibuja al hombre
    también en su forma de sentir, pensar, hablar y actuar, en
    sus deseos, pasiones y anhelos. Tanto lo positivo como lo
    contrario a la ley divina que está grabado en la envoltura
    del alma, se declara en el transcurso de la vida terrenal y se
    expresa en la forma de comportamiento del hombre.

    Ahora se plantea la pregunta: ¿Qué hace
    uno con su vida terrenal? ¿Construye e intensifica la ley
    divina, o cuestiona sus formas de comportamiento, para, con la
    ayuda del Espíritu en él, arrepentirse de sus
    aspectos pecaminosos, purificarlos y no volverlos a hacerlos
    más? En este caso, fomenta lo positivo, lo divino, que se
    hace notar en el alma y así también en todas las
    envolturas del alma. De esta forma, el alma de este hombre se
    vuelve más luminosa, el hombre se vuelve más fino,
    los rasgos esenciales de su vida se elevan más y
    más a lo espiritualmente ético y moral. El
    encuentra acceso a su prójimo y mantiene desde el
    corazón la conexión con sus semejantes. Juzga y
    condena cada vez menos y se esfuerza en vivir en paz con su
    prójimo.

    Tras la muerte terrenal el alma va con sus vestidos
    más luminosos a regiones más elevadas de la vida.
    Se distancia cada vez más de este mundo, pues en este
    mundo tiene sólo un pequeño magnetismo, es decir,
    genes, que ya no tienen la polarización para poder atraer
    a esta alma que se ha vuelto más luminosa.

     El contemporáneo
    crítico:

    Esto es muy interesante, pero para
    mí es nuevo. No puedo simplemente afirmarlo, tengo que
    reflexionar sobre ello. Pero una pregunta me interesa:
    ¿Son estas almas entonces seres santos, es decir, aquellos
    que, por ejemplo, en el catolicismo se declaran "beatos" o
    "santos"? Si son seres beatos o santos, ¿por qué no
    existen en todas las religiones los llamados "santos"?Yo he
    estudiado diversas religiones, me he informado sobre sus formas
    externas de presentación y sobre sus contenidos, y he
    encontrado tanto coincidencias como divergencias. Una
    religión tiene diferentes seres en el más
    allá a los que uno se puede dirigir, sus "santos", la otra
    religión no habla de tales. La religión
    católica tiene a la "Madre de Dios", la virgen
    "María" y todo un repertorio de "santos", mientras que
    otras religiones no hablan ni de María ni de ningún
    otro "santo". Una religión tiene una creencia y la otra,
    otra. ¿Qué conclusión se puede sacar de cada
    una? ¿Qué decisión puedo tomar ahí?
    ¿Dónde encuentro la verdad?

     El
    profeta:

    Ciertamente es aconsejable no aceptar todo lo que se
    dice. Pero tampoco es bueno rechazar y negar todo lo que para
    nosotros es nuevo. Nosotros los hombres tenemos diferentes formas
    de interpretar las cosas según nuestra consciencia. Uno
    puede aceptar con facilidad una cosa, el otro no. Por lo tanto,
    no deberíamos negar las cosas categóricamente, si
    no llegamos a entender o a aceptar algo enseguida.

    Has dicho que tienes que reflexionar sobre lo que es
    nuevo para ti. Eso me parece correcto. Tú lo aceptas
    primero simplemente como información, es decir, tomas nota
    de ello, sin embargo, no haces aún de ello causa propia.
    Sólo cuando ya has reflexionado sobre ello,
    sopesarás lo que puedes aceptar, es decir creer, y lo que
    aún no está claro para ti, es decir, lo que
    aún no puedes comprender.

    Preguntas dónde puedes encontrar la verdad. Yo
    sólo te puedo decir que en todas las religiones hay
    destellos de la verdad eterna. Para encontrarlos debes
    encontrarte paulatinamente a ti mismo, es decir, como hombre
    cristiano en Cristo.

    Para encontrarse a sí mismo como hombre cristiano
    en Cristo no se necesitan religiones externas, pues la
    búsqueda del destello o de la chispa de la verdad es
    demasiado costosa. Hazte consciente de que eres un hijo de Dios,
    y de que tu herencia divina es el reino celestial, que
    está en tu interior. El reino divino, que es nuestro hogar
    eterno, tiene sus leyes celestiales y eternas del amor y de la
    sabiduría, del orden, de la voluntad, de la seriedad, de
    la bondad y de la mansedumbre. Hemos recibido extractos de esta
    ley originaria eterna. Dios nos dio a través de
    Moisés los Diez Mandamientos, y Jesús, el Cristo,
    se basó en los Diez Mandamientos. Sus enseñanzas se
    basan por lo tanto en los Diez Mandamientos, que El
    también amplió en Su Sermón de la
    Montaña.

    Si mides diariamente los contenidos de tu comportamiento
    con los Diez Mandamientos y con las enseñanzas de
    Jesús de Nazaret, si te arrepientes de los pecados -tus
    pecados- que reconoces, los purificas y no los vuelves a cometer
    y si sigues paso a paso las enseñanzas de Jesús, el
    Cristo, desarrollas el reino del interior, tu herencia divina, y
    encuentras así el camino hacia la verdad eterna. Para eso
    no se necesita ninguna religión externa, sino solamente la
    fe activa, que conlleva en sí la práctica, la
    aplicación de la enseñanza de Jesús, el
    Cristo. Entonces también sabrás que en la
    existencia eterna no hay "santos", sino sólo seres puros,
    que viven en el Uno Santo, que es Dios, nuestro Padre
    eterno.

     El contemporáneo
    crítico:

    Para mí esto significa cuestionarme ahora a
    mí mismo con la mayor consecuencia posible y poner en
    cuestión todo lo que oigo o leo. Hace poco me
    encontré con una cosa que me dio que pensar: como se sabe,
    los católicos cantan la canción de la Misa de
    Schubert "Santo, santo, santo es el Señor, santo, santo,
    santo, santo sólo es El". A mí también me
    gusta esa canción; la he escuchado a menudo e incluso la
    he cantado en un coro. Ahora bien, entretanto me había
    hecho consciente de que deberíamos cuestionarnos todo.
    Recordé esto al ver hace poco que se cantó este
    coral de nuevo en una misa. De pronto me quedé perplejo y
    reflexioné. Fue como si se me cayera una venda de los
    ojos. Se me hizo consciente que los católicos escarnecen
    al Santo, a Dios, el eterno, pues el creyente católico
    ciertamente canta "santo sólo es El", pero a
    continuación vuelve a rezar a los "santos".

    Los católicos llaman a los "santos" para fines de
    todo tipo. Hablé de esto con una conocida, que quiero
    describir como "católica de toda la vida", y
    escuché de ella que los "santos" tienen incluso
    ámbitos de competencia específicos. Por ejemplo,
    hay uno que es competente para los mendigos, soldados y los que
    montan a caballo. Es "San Martín". "Santa Verónica"
    es la patrona particular de las asistentas de las casas
    parroquiales. "San Pancracio" se llama el que asiste en perjurios
    y falsos testimonios, "Santa Susana" la ayudante en necesidades
    por causa de la lluvia, calumnias y desgracias.

    A mi conocida, la "católica de toda la vida",
    apenas la podía parar; conocía de pe a pa las
    "secciones" de los auxiliadores y sus ámbitos de
    competencia. Sus palabras seguían brotando a borbotones:
    "San Antonio" está destinado para ayudar a encontrar
    objetos perdidos. "San Cristóbal", conocido como gigante
    que vadea el río con el niño a las espaldas, es por
    lo visto el "santo" de los viajeros y conductores. De pronto se
    detuvo y dijo: Bueno, lo de este "San Cristóbal" es una
    cuestión aparte. Un día se dio a conocer que no se
    sabía nada sobre su vida, y que el tal "San
    Cristóbal" es sólo una leyenda.

    Entonces empecé yo a analizar y a cuestionar y
    pregunté a la "católica de toda la vida" lo
    siguiente: ¿Por qué hay en la iglesia
    católica "santos" y en cambio en la luterana no? Para mi
    asombro comprobé que ella se comportaba como yo me
    había comportado durante decenios. Simplemente se
    encogió de hombros diciendo: "Estas cosas son como
    son".

    Me quedó claro que esto no se podía quedar
    así. Con ello se escarnece a Dios, al Uno Santo:
    ¿No habría que decidirse en definitiva o bien por
    los llamados "santos" católicos o por el Uno Santo? La
    iglesia católica habla en la canción de un
    único Santo, del que se dice: "Santo, santo, santo, santo
    es sólo El" -y así me parece correcto. Pero si El
    es el único Santo, ¿por qué tiene que haber
    entonces tantos "santos", intercesores, que median entre Dios y
    los hombres? Por tanto me cuestioné a mí mismo de
    nuevo en la consciencia de ¿por qué no puedo pedir
    yo mismo a mi Padre de los Cielos? ¿Por qué
    necesito "santos", es decir, intercesores? Algo en mí se
    incomodó. Innumerables veces había cantado esta
    canción, sin que me remordiese la conciencia, puesto que
    en aquel entonces no cuestionaba todavía nada. Simplemente
    me gustaba la canción. La escuchaba y cantaba con
    devoción, disfrutaba del cambio positivo que
    producía en mi ánimo y no pensaba mucho más
    allá.

    Tampoco he pensado mucho más durante muchos
    años cuando veía al llamado "Santo Padre" en la
    televisión, cuando se hacía y hace un inimaginable
    alarde de preparativos en torno a su persona, un verdadero
    tinglado. Lo acepté del mismo modo que la "católica
    de toda la vida", a pesar de que había estudiado diversas
    religiones y mi horizonte se había ampliado ya
    considerablemente.

    Evidentemente nosotros los hombres somos muy
    superficiales. Comprendo cada vez mejor que mientras no nos
    cuestionemos a nosotros mismos, tampoco cuestionaremos todo lo
    demás. Las numerosas conversaciones que he mantenido
    contigo me han abierto los ojos en muchos sentidos. Así,
    he reflexionado a menudo sobre la vida de Jesús y la he
    comparado con las enseñanzas de diferentes religiones, y
    también con el lujo y despliegue de medios de la iglesia
    católica, con la vida de los sacerdotes, obispos,
    cardenales y papas. Llegué a la convicción de que
    ahí hay algo que falla: ¡Esto no puede ser la
    verdad!

     El
    profeta:

    El ocuparse una y otra vez con la vida de Jesús
    de Nazaret y también con su enseñanza trae provecho
    para la propia vida. Jesús enseñó la
    modestia y la humildad. Era carpintero y su túnica era de
    lino. Su enseñanza era sencilla y su vida una incomparable
    entrega a Dios, Su, nuestro Padre eterno. Deberíamos
    recordar más a menudo sus palabras "¡Seguidme!",
    preguntándonos, entre otras cosas, si lo que vemos y
    escuchamos en las religiones llamadas cristianas es el seguir a
    Jesús. Deberíamos preguntarnos más a menudo:
    ¿A quien sigo?

     El contemporáneo
    crítico:

    Con tus palabras advierto cuán "irreflexivamente"
    he vivido y aún vivo -precisamente en el ámbito de
    la religión, lo que también muestra cómo me
    comporto en otros ámbitos de la vida-. Y si miro a mi
    alrededor veo que no soy el único que lo hace. Lo que ya
    he reconocido agudiza -aunque aún no haya cambiado en
    absoluto tanto- mi visión de mi comportamiento y el de mis
    semejantes.

    Veo más claro que nunca antes: nosotros, los
    hombres, a menudo no nos conocemos a nosotros mismos. Simplemente
    actuamos sin cuestionarnos. Somos como "creyentes de toda la
    vida", que simplemente creen y no se preguntan a sí mismos
    qué es lo que creen en definitiva. Al fin y al cabo yo era
    espiritualmente perezoso. Aunque quería seguir a
    Jesús no era consecuente en ello, porque no
    conducía mi vida orientándola a lo que
    enseñó Jesús. Sí que de vez en cuando
    oía que el Espíritu de Dios está en
    mí, pero seguí ciego, sin medida propia.

    Animado por algunas experiencias propias iniciales, hoy
    día soy del parecer de que si nos encontrásemos a
    nosotros mismos en base a nuestra propia
    autointrospección, nos liberaríamos de las muchas
    ideas de las religiones externas.

    Ya antes me parecía extraña toda la
    retahila de intercesores. Pero en aquel entonces no reflexionaba
    sobre lo relacionado con la fe. Seguro que igual que a mí
    le pasa a muchos de nuestros semejantes. Uno se interesa
    más por una buena colocación, por el tiempo libre,
    el deporte, por los viajes, las vacaciones y muchas cosas
    más. Así se entiende que los intercesores tienen
    que abogar por nosotros los hombres ante Dios. Habría que
    plantearse la pregunta: ¿Es Dios tan cruel que necesitamos
    intercesores? ¿Por qué no puede el hombre, que
    supuestamente es Su hijo, ir directamente a Dios en la
    oración, dado que el Espíritu de Dios está
    en nosotros y muy cerca de cada uno?

     El
    profeta:

    ¿Cómo es posible que hombres que han
    fallecido, es decir almas -sean bienaventuradas o no- se
    conviertan de pronto en "santos", cuando sólo hay un
    santo, que es Dios, nuestro Padre eterno? No necesitamos
    intercesores que amansen a Dios, pues El no es ningún Dios
    que castiga ni un Dios vengador. El, la gran ley del amor, ama a
    sus hijos, sean bienaventurados o pecadores. ¿Para
    qué entonces los "santos" intercesores e intercesoras?
    Jesús nos dio la gran oración del hijo a su Padre,
    el Padre Nuestro, que contiene en su esencia el camino hacia
    Dios, sin embargo, El no impuso ningún "mediador" ni nos
    dio ninguna "letanía de los santos".

    Si se consideran todas las formas de oración del
    catolicismo, lamentablemente hay que reconocer que se sugiere a
    los católicos a que recen más a los "santos" que a
    Dios, nuestro Padre eterno. A menudo se da preferencia a los
    "santos". ¿Por qué? El Padre Nuestro es a menudo
    sólo una cantinela mecánicamente repetida: el
    sentimiento, el corazón no participa. Y más de un
    denominado intercesor está para los hombres más
    cerca que Dios. ¿Por qué? Porque el católico
    no sabe o tampoco capta el elemento básico de la verdad:
    que Dios, el gran amor, vive en el centro del alma, es decir, en
    el centro del hombre. Jesús, el Cristo, no nos
    enseñó que los intercesores debían pedir por
    nosotros para hacer que Dios nos fuera favorable. Dios, nuestro
    Padre, siempre está a nuestro favor, pues El nos
    ama.

    Es una imagen triste la de los hijos de
    Dios, que se han hecho con intercesores e intercesoras, siendo
    que el Espíritu del amor eterno, el Espíritu de
    nuestro Padre, habita en cada uno de nosotros. El está
    más cerca de nosotros que nuestros brazos y piernas,
    más cerca que cualquiera de nuestros semejantes de
    confianza, más cerca que los llamados
    intercesores.¿Preguntó acaso alguna vez alguna
    autoridad eclesiástica o algún católico a
    los llamados "santos" si ellos querían ser llamados
    "santos"? ¿Preguntó alguien acaso si están
    de acuerdo con que se les rece o si tal vez quieren ser
    intercesores ante Dios? ¿O con que una parte de los restos
    mortales de su cuerpo terrenal -de sus miembros- tenga que ser
    paseada por las calles como reliquia? ¿O si sus nombres,
    que la iglesia ha hecho "santos", sean utilizados en
    celebraciones tumultuosas? ¿Querríamos nosotros que
    se decidiera por nosotros de la misma forma o de forma
    parecida?

    Más de uno que después fuera denominado
    "santo", pasó por el infierno de la calumnia, de la
    discriminación y de la vejación por parte de la
    iglesia católica. Más tarde, una vez muerto, su
    llamada "madre", la "santa iglesia católica", le
    declaró "santo".

    Deberíamos ser más a menudo conscientes de
    que lo que nosotros mismos no queremos, tampoco deberíamos
    causárselo a ningún otro. Muchos de los que
    después de su muerte fueron llamados "santos", fueron
    ciertamente hombres creyentes que se esforzaron en cumplir los
    mandamientos de Dios. Muchos de ellos son seguramente almas
    bienaventuradas, que aspiran a la perfección en los mundos
    del más allá. Posiblemente algunas de estas almas
    estén ya en la existencia eterna como seres divinos, como
    imagen y semejanza de nuestro Padre celestial, según el
    mandamiento de Jesús de volvernos perfectos, es decir, la
    imagen y semejanza del Padre. Pero "santos" no son.

    Jesús no habló de "santos". El Cristo de
    Dios habla de "bienaventurados", puesto que deberíamos
    convertirnos en la imagen y semejanza de nuestro Padre eterno. La
    palabra "santo" la utilizó Jesús para Su Padre
    celestial, para el Uno Santo. Jesús no quería ni
    iglesias de piedra ni pomposidad ni ornamentos
    eclesiásticos ni tampoco suntuosidad ni lujo
    eclesiásticos. Jesús enseñó la
    modestia y la humildad y la riqueza del corazón. Una y
    otra vez habló El del reino de Dios en nosotros, es decir,
    de la riqueza que está en nosotros; de la vida interna, la
    vida en Dios.

    Jesús tampoco habló de que debamos rezar a
    "santos". Jesús, el Cristo, el Redentor de todos los
    hombres y almas, nos acercó una y otra vez a Su Padre
    eterno, que es también nuestro Padre, el Uno Santo. A El
    deberíamos rezar, a El solamente deberíamos adorar
    y alabar, a El debemos dirigirnos en nuestro corazón, ir
    conscientemente con El en nuestros días terrenales y
    llamarle a El en todas las situaciones de la vida. Jesús
    no rezó a ningún "santo" sino exclusivamente a Su
    Padre en el Cielo, del que sabía que Su espíritu
    vive en El. Jesús nos enseñó solamente el
    Padre Nuestro, y éste está única y
    exclusivamente dirigido a nuestro Padre celestial, y no a
    algún "santo". Jesús nos enseñó que
    le siguiéramos a El, lo que significa que aceptamos y
    acogemos Su enseñanza y que la debemos realizar en la vida
    diaria.¿Por lo tanto, de dónde sacó la
    iglesia católica la usanza de los santos?

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    El contemporáneo
    crítico:

    De mi comparación de las religiones sé que
    de las antiguas culturas del paganismo y del "firmamento de los
    dioses" griegos y romanos se conocen seres que, por decirlo
    así, están por encima de las situaciones de la vida
    y de los hombres aquejados por el dolor; "radiantes" e impunes a
    los destinos. ¿Hicieron tal vez estas figuras
    místicas de padrinos en la posterior "creación" de
    los "santos"?

    Ahora me viene a la mente una cosa que
    mencionó en la conversación la "católica de
    toda la vida" con la que conversé: María, la madre
    de Jesús. Habló de que esta mujer fue la madre de
    Dios y que ascendió con su cuerpo físico a los
    Cielos. De nuevo empecé a cuestionarme todo esto y me dije
    a mí mismo: ¿Qué hacen la carne y los huesos
    en el reino de los Cielos, si el Espíritu de Dios, la vida
    fluente, es la ley de los Cielos que dice: YO SOY el que SOY?Y
    seguí pensando: en aquel entonces, en los tiempos de
    Jesús, muchas cosas eran misteriosas. Hoy día ya no
    se ven cosas así. ¿Se ha alejado en este caso el
    hombre tanto de Dios, o Dios de los hombres?

    Simplemente no me puedo imaginar que un cuerpo
    físico pueda entrar en el Cielo, donde todo es de
    sustancia sutil, es decir, espiritual. ¿Cómo puede
    existir allí entonces un cuerpo material? Según lo
    que sé, éste sería el
    único.

     El
    Profeta:

    Quien utilice su entendimiento, debería
    ciertamente preguntarse: ¿Cómo puede un cuerpo
    natural terrenal, que pertenece a la materia, ser acogido en la
    existencia eterna? Eso es completamente ilógico y
    según las leyes de Dios, imposible. Si un cuerpo material
    pudiese ingresar en la existencia pura, el Eterno habría
    invalidado Su ley natural, que es un don de creación del
    Creador para la vida en la Tierra. Si la iglesia católica
    quiere hacernos creer que también el cuerpo físico
    de Jesús ascendió a los Cielos, esto es entonces
    así mismo católico, pero no la enseñanza del
    Creador, que a nosotros los hombres, nos dio la ley natural,
    también en lo referente a nuestro cuerpo físico.
    Este pertenece a la Tierra, a la naturaleza, de la cual
    surgió. El alma, si se ha convertido de nuevo en un cuerpo
    puramente espiritual, pertenece a la existencia eterna, al Cielo,
    del que proviene el cuerpo puramente espiritual.

    Ni tan siquiera la resurrección y la
    ascensión a los Cielos de Jesús tuvieron lugar en
    su cuerpo material. Su cuerpo físico fue transformado de
    forma más rápida según las leyes naturales,
    es decir, convertido de nuevo en sustancia natural espiritual
    originaria, elevado al correspondiente estado físico,
    porque Su cuerpo terrenal estaba completamente traspasado por la
    luz eterna, Dios, que es también Creador.

    Lo que sucedió con el cuerpo físico de
    Jesús, sucederá alguna vez en la totalidad del
    acontecimiento de la caída: lo que es de sustancia
    material burda será conducido paulatinamente a la
    asimilación e incorporado de nuevo en la existencia
    eterna.

    Todos los procesos, tanto en el Cielo como en la
    materia, obedecen a legitimidades divinas concretas. Lo
    antinatural, dicho de otra forma, lo absurdo, sería
    contrario a la ley divina, y eso no existe en la creación
    de Dios. Para muchos hombres más de una cosa parece un
    milagro, o también como una casualidad, porque
    frecuentemente no saben nada acerca de las leyes de Dios, ni
    tampoco de las realidades espirituales fundamentales. Esto es
    ceguera espiritual. Pero Jesús de Nazaret vino para hacer
    que los ciegos viesen. El ha venido también en nuestro
    tiempo -en Su palabra viva.

    Jesús no habló de muchas cosas de las que
    habla la iglesia, tampoco de que El no fuese engendrado por
    José, ni tampoco de que María hubiese concebido por
    obra del Espíritu Santo, y así tampoco dijo que su
    madre carnal fuese la "madre de Dios". El habló simple y
    llanamente de su madre.

    Jesús nos hizo ver de nuevo que nosotros -cada
    hombre- somos el templo de Dios, y que el espíritu de Dios
    vive en el interior de cada uno de nosotros. Jesús, el
    Cristo, no impuso sacerdote alguno, ni tampoco jerarquía
    eclesiástica ninguna.

    Precisamente indicó a los rabinos que no
    deberían hacerse honrar de forma especial, es decir, que
    no se hiciesen llamar rabinos: "No os debéis hacer llamar
    rabinos, pues Uno es vuestro maestro, pero entre vosotros sois
    todos hermanos".

    Jesús tampoco nos enseñó que
    fundásemos lo que llamamos una iglesia "cristiana"
    católica o una iglesia "cristiana" luterana. Jesús
    habló una y otra vez del templo que está en el
    interior del hombre, en el cual vive Dios, y de la camarilla
    silenciosa, en la que deberíamos entrar, para mantener un
    diálogo con Dios, nuestro Padre eterno -o sea, con nuestro
    Padre eterno, y no con un "santo"-.

    La iglesia no sólo no ha despertado esta
    unión directa con Dios, no sólo no la ha mantenido
    viva y la ha fomentado, sino que -al parecer
    sistemáticamente- la ha impedido. Entre cada hombre y
    Dios, su Padre, su fuente de vida -y en definitiva entre el
    hombre y su propia vida, que llama al interior del alma, que
    desea traspasar e inspirar al alma y al hombre-, se ha
    interpuesto la misma institución de la iglesia: sus
    credos, dogmas, ritos, sus al parecer imprescindibles
    sacramentos, sus supuestos mediadores, los párrocos,
    sacerdotes, etcétera y para colmo el supuesto
    representante de Cristo en la Tierra.

    Partes: 1, 2

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