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La formación sacerdotal




Enviado por Diego Bustamante



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. La
    base de la formación sacerdotal en la Iglesia: la
    familia
  3. Discernimiento de los candidatos al
    sacerdocio
  4. Conclusión
  5. Bibliografía
    consultada

Introducción

Desde sus inicios el ser humano tiene un llamado a
existir, de tal manera le influye, provocando en él un
deseo de realizarse en la historia. No es sólo una
pulsión, la realización de la persona no es una
moción instintiva de tipo biológico, peor
aún de tipo pragmático: "porque hay que hacer algo
en la vida". En el origen de las cosas, la vocación tiene
un emisor: Dios mismo, pues el hombre es su imagen, de ahí
el sentido de la complementariedad. La vocación al
servicio de la Iglesia la tenemos todos los bautizados, y en la
comunidad se dan las sucesivas realizaciones humanas, en un
ambiente de caridad y esperanza. El sacerdote como ministro es el
servidor de los bautizados, por lo mismo comparte una
obligación grave: ser presencia de Cristo en el mundo.
Todos los ministerios de la Iglesia son de servicio, por ello no
se trata de una escala social de superioridad o inferioridad ante
los enfoques en exceso altruistas, ante posiciones de la
época pesimistas frente al sacerdocio ministerial o lo
relacionado con las Sagradas Órdenes. Es la vivencia
auténtica de la vocación recibida. Por ello abordar
el tema de la formación sacerdotal, es un tema
justificable en toda su esencia, sus connotaciones
características lo impulsan hacia una comunidad que es la
Iglesia, de la cual formamos parte los bautizados.

"Los presbíteros, tomados de entre los
hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que
miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados,
viven con los demás hombres como hermanos. Así
también el Señor, Jesús, Hijo de Dios,
hombre enviado a los hombres por el Padre, vivió entre
nosotros y quiso asemejarse en todo a sus hermanos, fuera del
pecado (…)"[1].

En este breve estudio, intento indagar sobre aspectos
quizá ya conocidos, otros no tanto; acotando criterios
para una mayor reflexión, antes que algo meramente
informativo. Presento tres capítulos en los cuales destaco
elementos, desde mi óptica, interesantes. En el primero,
hablo del sacerdocio en relación con el entorno más
propio: la familia, su evolución en la historia y sus
características. El segundo trata sobre definiciones de
las órdenes sagradas, cuyo objetivo es dar más
fuerza a la legislación eclesiástica, destacando el
entorno vocacional como los seminarios y el perfil del formador.
Finalmente, el tercero, explica algunos criterios de
discernimiento del candidato al sacerdocio. Estas apreciaciones
son válidas a nivel diocesano como en los IVC, he
procurado mantener preeminencia en el ámbito del CIC,
motivo de este trabajo, todavía escueto, pero
enriquecedor.

CAPITULO 1:

La base de la
formación sacerdotal en la Iglesia: la
familia

A partir de los inicios de las primeras comunidades
primitivas en la Iglesia, se iba instaurando la continuidad y la
sucesión apostólica desde los albores del
cristianismo. Permanencia llena de profundas connotaciones
mesiánicas, un mensaje inagotable a la premura del tiempo
y las vicisitudes de la historia. Hablamos de quienes ejercen las
órdenes sagradas, en fidelidad a Cristo, en constancia
evidente del Evangelio: los diáconos y
sacerdotes.

La Iglesia tiene como premisa mayor la formación
sacerdotal como una necesidad apremiante, por medio de los
vacacionados el mensaje de Cristo tiene vigencia en el ayer, hoy
y después de las generaciones. En el seno de la familia se
promueve y anima el deseo de servicio de los futuros pastores de
la comunidad eclesial, en referencia a esto, afirma el Decreto
Optatam Totius, sobre la formación sacerdotal,
dice:

"Es deber de fomentar las vocaciones (…) sobre
todo, a esto las familias, que llenas de espíritu de fe,
de caridad y de piedad, son como el primer seminario, y las
parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos
adolescentes"[2]

Como indica el documento, el pivote del asunto
vocacional no deriva tanto en las acciones posteriores de la
etapa juvenil, radica mas en el modelo de vida cristiana
observada por los llamados a ese estilo de vocación, en
ese momento trascendental. La familia como núcleo de la
vivencia de la fe influencia en modo decisivo en el
niño.

El CIC por su parte informa una realidad similar, ya
como un imperativo con fuerza de ley, un aspecto obligante de
todos los fieles cristianos y la familia, referido con el
mencionado fomento vocacional:

"233 § 1.    Incumbe a toda la
comunidad cristiana el deber de fomentar las vocaciones, para que
se provea suficientemente a las necesidades del ministerio
sagrado en la Iglesia entera; especialmente, este deber obliga a
las familias cristianas, a los educadores y de manera peculiar a
los sacerdotes, sobre todo a los párrocos. Los Obispos
diocesanos, a quienes corresponde en grado sumo cuidar de que se
promuevan vocaciones, instruyan al pueblo que les está
encomendado sobre la grandeza del ministerio sagrado y la
necesidad de ministros en la Iglesia, promuevan y sostengan
iniciativas para fomentar las vocaciones, sobre todo por medio de
las obras que ya existen con esta
finalidad"[3].

La exhortación apostólica Familiaris
Consortio de Juan Pablo II, indica: "En el matrimonio y en la
familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales
-relación conyugal, paternidad-maternidad,
filiación, fraternidad- mediante las cuales toda persona
humana queda introducida en la "familia humana" y en la "familia
de Dios", que es la Iglesia" (Familiaris Consortio número
17, 1981). En el presente concepto algunos elementos
interesantes: las relaciones interpersonales, como una necesidad
del ser humano para relacionarse, el hombre es un ser sociable.
La familia es el primer actor de las relaciones, según la
psicología, porque configura al niño desde una edad
temprana, y posteriormente, su personalidad. En esa
sintonía, distinguimos al sacerdocio fundarse en el amor
de su hogar, el espacio más propio del hombre, y por lo
tanto insoslayable. Pero no debemos idealizar el concepto como
una realidad generalizada, como afirma el mismo Juan Pablo II, la
familia es víctima de aspectos externos alienantes de su
esencia y dignidad, sometiéndose a la vorágine de
las ideologías, solo unos cuantos son capaces de
perseverar en la llamada cristiana, sin que ello signifique un
juicio de valor, sino una característica favorable al
futuro servidor del Altar.

"La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido
quizá como ninguna otra institución, la acometida
de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la
sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta
situación permaneciendo fieles a los valores que
constituyen el fundamento de la institución familiar.
Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e
incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado
último y a la verdad de la vida conyugal y familiar.
Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se
ven impedidas para realizar sus derechos
fundamentales"[4].

La familia, es la unión de personas integradas
por lazos de parentesco, consanguinidad, asociación
afectiva, unida por aspectos sociales (matrimonio o
filiación), en su seno se educa a los hijos. El concepto
familia, siempre ha sido discutido, debido a la presencia de
numerosos grupos sociales, muchos de ellos no se adaptan al
concepto dado por otros, porque se creen en desventaja. La
familia se encuentra presente en todos los estamentos de la vida
social, de los estados o naciones, permanece en convivencia, bajo
las directrices de los jefes de hogar. La familia en toda su
estructura, es la base del desarrollo social de los pueblos y
estados, genera ciudadanos, quienes influyen directamente en la
construcción de una civilización nueva.

BREVES DE LA EVOLUCIÓN HISTORICA DE LA
FAMILIA

La familia, además, ha tenido una
evolución histórica. Desde tiempos
inmemoriales, la familia es comunidad. En el siglo XVI,
después de la reforma protestante, unida al secularismo
del siglo de las luces y posteriores eras; dejó de ser
observada en toda su magnitud, para ser abordada simplemente en
el derecho civil, compromiso legal del que todos debían
forma parte si querían contraer matrimonio, con derecho a
posesiones y demás bienes de su estado jurídico. En
la revolución industrial y las tecnologías, se
comprendía a la familia como sociedad que asegura la
supervivencia material (mercantilismo) de la prole y no
necesariamente un espacio para la formación en los valores
familiares, sino de producción; fruto de ello, más
adelante, habrán manifestaciones en defensa del trabajo y
posteriores revoluciones. Sin embargo, a pesar de toda la
diversidad de pensamiento ante el concepto familia, destacamos
las acepciones concretas y plausibles, en su mayoría
propugnadas por la fe cristiana católica, defensora
incesante de la familia, profundiza en su génesis valores
auténticos y antropológicos
inalienables.

Hoy en día, asistimos a una familia de
economía de mercado, acuciada por el consumismo,
capitalismo, globalización y demás factores
exógenos, destructores de la esencia de la sociedad en
desarrollo. En la era moderna, se ha visto afectada por la
migración, hogares disfuncionales, desempleo, entre otros.
La familia sigue siendo la unidad básica de la
organización social, ha variado bastante respecto de la
familia tradicional, en cuanto a funciones, composición,
ciclo de vida, y roles de los padres. Frecuentemente se encuentra
sometida a grandes avatares, sobretodo de orden social, racial,
incluso persecución. Ante este abandono algunos estados
han elaborado leyes para la defensa de la familia; a nivel
público y privado existen instituciones que brindan su
apoyo a los hogares, destacando ante todo las no
gubernamentales.

RESPUESTA ADECUADA DEL CRISTIANO

Los aspectos nombrados se relacionan claramente con la
preocupación de Juan Pablo II, sobre los espabilazos de
los tiempos contemporáneos en el seno del hogar. El
joven adquiere de su prole una herencia religiosa, lo que le
invita a vivir con claridad su vocación, sea en el
matrimonio, vida consagrada, o su vida de soltero. El problema de
nuestra sociedad a nivel antropológico es una crisis de
familia, un sinsentido de la vida caracterizado por un tropel
confuso de conceptos, ideas y definiciones
, esa evidencia
crea la inestabilidad no solo de los jóvenes, sino de la
familia misma, no sabe qué rumbo continuar, de ahí
la necesidad de replantearse y ponerse en la dinámica de
acoger a la familia en la Iglesia, recordándole su
compromiso en las sociedades. La sociedad es la expresión
de la familia, no es un apartado, es el inequívoco
basamento del progreso moral de la humanidad.

Lo diáfano del mensaje cristiano, es la
vivencia en la comunidad; en esa tonalidad, es la Iglesia,
comunidad de hermanos quien promueve desde su riqueza espiritual
y diversidad de dones el compromiso de la imitación de
Cristo.
Es decir, asimilar el mensaje de Jesús
implica evidenciar en la vida, lo que se dice en la palabra, como
sucesivas revelaciones, cuyo manantial surge de la autenticidad
del testimonio de sus miembros. Evidentemente, no afirmamos que
esa fuerza es solo humana, o se origina con el solo esfuerzo de
la comunidad; si no se manifiesta como realidad encarnada en el
seno familiar. Significa vivir con autenticidad la
vocación cristiana, sin temor a ser reprobado por la
sociedad, por los medios, etc.; en eso consiste la verdadera
revolución de Cristo, vivir con trascendentalidad la
caridad, y el amor siempre será cuestionado en la
historia, porque ello implica una denuncia constante del mal,
representado en odio y el rencor a los hermanos.

Los demás actores sociales de la vida de fe, como
la escuela católica (en todas sus acepciones y
estructuras) están convocados a enriquecer ese manantial
familiar, ello implica una identidad cristiana para no confundir
el mensaje con los esnobismos de la cultura,
paradójicamente, es la dificultad fehaciente en la
actualidad, donde se confunde a Cristo, con meros valores, cuyas
expresiones se relegan a una simple asignatura de la malla
curricular, pero a veces se da a comprender no ser un eje
transversal.

Retomando la OT del Vaticano II, es deber de toda la
comunidad de fieles, fomentar las vocaciones, "que debe
procurarlo con una vida totalmente cristiana" (OT, 2). El vigor
de la misión de la Iglesia, consiste en una vida autentica
del mensaje de Jesús, donde interviene: la familia, la
escuela, y el obispo en la diócesis; esto trasciende
límites geográficos y nacionalismos, lo
católico (universalidad) en su esencia no cambia, los
principios de caridad son los mismos. Dentro de este tema,
queremos destacar las definiciones de la familia, para luego
centrarnos en aspectos centrales del Derecho Canónico,
queriendo con ello poner una base en la familia para destacar
aspectos de orden jurídico.

CONCEPTUALIZACIÓN DE LA FAMILIA POR
CARACTEREOLOGÍA

  • a) La familia es
    monogámica:
    La familia es también la
    comunidad de los padres y de los hijos. Los lazos de sangre
    que unen a los padres y a los hijos fundan las inclinaciones
    y los impulsos dentro de la comunidad familiar que no dejan
    ninguna duda sobre las leyes fundamentales de su
    constitución por derecho natural. Entendiendo por
    derecho natural, las mociones propias del ser humano; lo
    propio en su esencia de ser persona. Desde esta
    apreciación, la pareja está llamada a ser una
    sola, a buscar el respeto y la valoración del uno al
    otro, en un ágape (amor) auténtico. No todos
    los pensadores se inclinan por esta concepción,
    figuras como Engels, defienden la poligamia, distingue a la
    familia encausada hacia la promiscuidad, se opone
    frontalmente al pensamiento católico religioso. Para
    Engels, el origen de la familia no es la monogamia, porque
    todos los seres humanos son similares en todo a los animales,
    hasta en su naturaleza; empero, el ser humano no es animal
    irracional, su razón le hace determinar sus acciones,
    actuar en conciencia y no mero instinto. Entre los defensores
    de la familia poligámica, se encuentra Engels, opuesto
    a la teoría monogámica. En sus concepciones
    rescatamos lo siguiente:

"Pero si despojamos las formas de las familias
más primitivas conocemos de las ideas de incesto que les
corresponden (ideas que difieren en absoluto del las nuestras y
que a menudo las contradicen por completo, vendremos a parar a
una forma de relaciones carnales que solo puede llamarse
promiscuidad sexual, en el sentido de que aún no existan
las restricciones impuestas más tarde por la costumbre.
Pero de esto no se deduce en ningún modo que en la
práctica cotidiana dominase inevitablemente la
promiscuidad. De ningún modo queda excluido la
unión de parejas por un tiempo determinado, y así
ocurre en la mayoría de los casos, aún en el
matrimonio por grupos" (Engels, 1984).

Desde el punto de vista religioso los antiguos
consideraban al hogar como santo, el símbolo de la
comunidad familiar y al mismo tiempo, se le designa por ellos
como el altar de la casa. Ninguna realidad natural pone al hombre
en una relación más cercana con su Creador que la
responsabilidad y los misterios que van unidos a la
procreación y crianza de los propios hijos. Cristo ha dado
a este orden natural una clara sanción divina con la
santificación de la familia en virtud de su nacimiento de
mujer y de su vida y de su trabajo en la familia. Y en su
doctrina, la familia ocupa claramente el puesto de la
formación social más importante.

  • b) La familia posee roles
    indelegables:
    El fin de la familia es triple: el
    proveer a sus miembros de los bienes corporales y
    espirituales necesarios para una ordenada vida cotidiana; la
    incorporación de los hijos; el ser la célula de
    la sociedad. El rango de la familia está por encima de
    cualquier otra formación social, incluido el Estado,
    descansa en estas funciones individuales y sociales (fines
    existenciales). Pues los fines existenciales, y las funciones
    de responsabilidad fundadas en ella determinan la
    posición de una comunidad dentro del pluralismo social
    y jurídico. De aquí que la familia posea
    derechos naturales con preeminencia al Estado, a cuyo
    reconocimiento está obligado éste. El estado no
    es "dueño" de la familia, porque la familia es libre
    por naturaleza; éste se supedita a la
    familia.

  • c) La familia como comunidad de
    vida
    : La actitud humana y moral de los miembros de
    la familia entre sí y con relación a los
    valores fundados en los fines existenciales del hombre, y en
    los que únicamente puede encontrar éste lo
    mejor de sí mismo, es fundamental en este sentido. La
    educación familiar se expresa al exterior en las
    diversas formas del trato de los miembros de la familia entre
    sí, en su disposición para la ayuda mutua en la
    vida cotidiana, en el desprendimiento del amor de unos con
    otros, etc. La educación familiar encuentra una fuerte
    protección en los usos y costumbres, en los que una
    parte ésta formación. El proceso de
    descomposición se ha desarrollado más
    ampliamente donde se han dado influjos colectivistas en la
    evolución social.

  • d) La familia como unidad
    económica
    : La atención de la comunidad
    familiar a las necesidades de una vida ordenada, es en gran
    parte una función económica. Apenas ninguna
    otra función es totalmente independiente de
    ésta. En los tiempos en que la división del
    trabajo tenía aún una amplitud relativamente
    pequeña, la familia, era una comunidad
    económica en un sentido muy estricto: el marido, la
    mujer y los hijos mayores trabajaban en la casa, en el campo,
    en el jardín y en los talleres, cada hijo capaz de
    trabajar aumentaba las posibilidades de trabajo, pero
    también, al mismo tiempo, el producto y las ganancias.
    Todo esto ha cambiado por completo desde el momento que una
    gran parte de la población se ha visto obligada a
    obtener los medios para la economía familiar fuera de
    casa y en la forma de salario. Hoy en día,
    están en el primer plano de la atención los
    ingresos económicos del padre de familia asalariado o
    de su mujer.

  • e) La familia como comunidad
    educativa
    : Cuando se habla de la educación
    familiar, se piensa sobre todo en la educación de los
    hijos por los padres. De hecho, la educación familiar
    comprende mucho más, y cada miembro de la familia
    desempeña un papel activo y pasivo. En efecto, la
    educación en el seno de la familia tiene que actuar en
    tres aspectos: la educación de los padres por la vida
    en familia, la de los hijos por los padres y la de los hijos
    unos con otros. Con ello nos referimos, pues, y no en
    último término, también a la
    educación de los padres por la vida familiar y
    pensamos principalmente en la abnegación que exigen de
    ellos sus relaciones entre sí y con los hijos: el
    evitar las dificultades de unos con otros.

  • f) La familia como célula de la
    sociedad
    : La familia es la célula de la
    sociedad, porque ésta únicamente puede
    subsistir, crecer y renovarse. La familia, es, por
    consiguiente, célula de la sociedad en sentido
    biológico y moral, se ha mostrado cómo el
    desarrollo de todas las fuerzas espirituales y morales del
    hombre son cuestión de educación familiar. Las
    dos virtudes sociales más importantes, el amor al
    prójimo y la justicia, las aprende el hombre
    principalmente en la familia. A esto se añaden las dos
    virtudes sociales que siguen en importancia, la de la justa
    obediencia y la del justo mando. La justa obediencia
    presupone el respeto a la autoridad como poder moral dado por
    Dios; el justo mando presupone la conciencia de que la
    autoridad se ha dado para bien de aquellos a quienes se
    manda.

  • g) La familia como comunidad de
    vida:
    Ya Aristóteles, y Santo Tomás de
    Aquino le sigue en esto, definió la familia como la
    comunidad instituida por la naturaleza para el cuidado de las
    necesidades de la vida cotidiana (Política, 1, 2 ,5).
    Con razón añade, invocando a los poetas, que
    los miembros de la familia son compañeros de mesa, o,
    según otra posible lectura del texto griego,
    compañeros de hogar. Aún hoy día, es la
    mesa común la que con más frecuencia une a los
    miembros de la familia que, a causa del trabajo (por lo
    general uno, con frecuencia ambos padres y aun los hijos
    mayores) o a causa de los estudios de los hijos que
    están en la edad correspondiente, pasan la mayor parte
    del día fuera de casa. Pero la familia no tiene una
    función menos importante en la satisfacción de
    otras necesidades humanas. Entre ellas se han de comprender,
    ante todo, las necesidades que se derivan del impulso a la
    alegría, al juego, a la broma, al entretenimiento y a
    la expansión. El encontrar medios y procedimientos
    para ello no habrá de poner a la familia en un
    aprieto, si está internamente sana; pues la naturaleza
    misma regala a los jóvenes esposos, como con
    razón se ha dicho, el juguete más precioso, el
    más noble y que jamás cansa: el niño. Y
    se puede decir, con igual derecho, que el niño ve
    también en sus padres jóvenes, y más
    tarde en sus hermanos, sus mejores compañeros de
    juego. Esto se compagina muy bien con una de las tareas
    más nobles de la familia; pues es una máxima la
    antigua sabiduría pedagógica que apenas ninguna
    otra cosa ofrece tantas posibilidades de educación
    como el juego.

CAPITULO 2:

El sacramento del orden: definición y rol de la
formación

ASPECTOS BÍBLICOS Y
PATRÍSTICOS

El orden es la apropiada disposición de las cosas
iguales y desiguales, dándoles a cada una su propio lugar
(San Agustín, Ciudad de Dios XIX13). Orden primariamente
significa una relación. Se usa para designar aquello en
que se funda la relación y así generalmente
significa rango. (Santo Tomás, "Suppl.", Q. XXXIV, a.2, ad
4um). En este sentido se aplicaba al clero y al laicado. (San
Jerónimo, "In Isaiam", XIX, 18; San Gregorio el Grande,
"Moral.", XXXII, xx). El significado fue restringido más
tarde a la jerarquía como un todo o a los varios rangos
del clero. Tertuliano y algunos escritores primitivos ya
habían usado la palabra en ese sentido, pero generalmente
con un adjetivo calificativo (Tertuliano, "De exhort. cast.",
VII, ordo sacerdotalis, ordo ecclesiasticus; San Gregorio de
Tours, "Vit. patr.", X, I, ordo clericorum). Orden se usa para
manifestar no sólo el rango particular o estado general
del clero, sino también la acción externa por la
cual ellos son elevados a ese estado, y así poder ser
candidatos a la ordenación. También indica lo que
diferencia al laicado del clero o los varios rangos del clero, y
así significa poder espiritual. El Sacramento del Orden es
el sacramento mediante el cual se confiere la gracia y poder
espiritual para desempeñar los oficios
eclesiásticos.

Cristo fundó Su Iglesia como una sociedad
sobrenatural, el Reino de Dios. En esta sociedad debe haber poder
de gobernar; y también los principios por los cuales los
miembros conseguirán su fin sobrenatural, es decir, la
verdad sobrenatural, que es sustentada por la fe, y la gracia
sobrenatural mediante la cual el hombre es formalmente elevado al
orden sobrenatural.
Así, además del poder de
jurisdicción, la Iglesia tiene el poder de enseñar
(magisterio) y el poder de conferir la gracia (poder del orden).
Este poder del orden se lo confió el Señor a sus
apóstoles, quienes continuarían Su obra y
serían Sus representantes terrenales. Los apóstoles
recibieron su poder de Cristo: "como el Padre me envió,
también yo los envío." (Jn. 20,21). Cristo
poseía la plenitud del poder en virtud de Su
sacerdocio—de Su oficio como Redentor y Mediador. El
mereció la gracia que libró al hombre de las
ataduras del pecado, cuya gracia es aplicada al hombre
mediatamente por el Sacrificio de la Eucaristía e
inmediatamente por los sacramentos. El concedió a sus
apóstoles el poder de ofrecer el Sacrificio (Lc. 22,19), y
dispensar los sacramentos (Mt. 28,18; Jn. 20,22.23);
haciéndolos así sacerdotes. Es verdad que cada
cristiano (v. cristianismo) recibe la gracia santificante la cual
le confiere un sacerdocio. Aun cuando Israel era bajo la antigua
dispensa "un reino sacerdotal" (Ex. 19,4-6), así bajo la
nueva, todos los cristianos somos "un sacerdocio real" (1 Ped.
2,9); pero ahora como entonces el sacerdocio especial y
sacramental fortalece el sacerdocio universal (cf. 2 Cor. 3,3.6;
Rom. 15,16)

SACRAMENTO DEL ORDEN:

Aprendemos de la Sagrada Escritura que los
apóstoles designaron a otros mediante un rito externo (la
imposición de manos), confiriéndoles la gracia
interior. El hecho de que la gracia sea adscrita inmediatamente
al rito externo muestra que Cristo lo debe haber ordenado
así. El hecho de que cheirontonein, cheirotonia,
que significa elegir levantando las manos, adquirió el
significado técnico de la ordenación por
imposición de manos antes de la mitad del siglo III,
muestra que la designación a los varios órdenes fue
hecho mediante el rito externo. Leemos sobre los diáconos,
cómo los apóstoles "oraban, imponiéndoles
las manos" (Hch. 6,6). En 2 Timoteo 1,6 San Pablo le recuerda a
Timoteo que él fue nombrado obispo por la
imposición de manos de San Pablo (cf. 1 Tim. 4,4), y
Timoteo es exhortado a nombrar presbíteros mediante el
mismo rito (1 Tim. 5,22; cf. Hch. 13,3; 14,22. En Clem., "Hom.",
III, LXXII, leemos sobre la designación de Zaqueo como
obispo por la imposición de manos de San Pedro. La palabra
es usada en su significado técnico por Clemente de
Alejandría (Stromata VI.13, 106; cf. "Const. Apost.", II,
VIII, 36). "Un sacerdote impone las manos, pero no confiere
órdenes" (cheirothetei ou cheirotonei) "Didasc. Syr.", IV;
III, 10, 11, 20; Cornelio, "Ad Fabianum" in Eusebio, Church
History VI.43.

La gracia fue unida a este signo externo y conferida por
él. "Por esto te recomiendo que reavives el carisma de
Dios que está en ti por (día) la imposición
de mis manos." (2 Tim. 1,6). El contexto muestra claramente que
aquí hay un asunto de gracia que capacita a Timoteo para
desempeñar dignamente el oficio conferido a él,
pues San Pablo continúa: "Porque no nos dio el
Señor un espíritu de miedo, sino de fortaleza, de
caridad y de templanza." Esta gracia es algo permanente, como
demuestran las palabras "que reavives la gracia de Dios que
está en ti"; llegamos a la misma conclusión de 1
Tim. 4,14, donde San Pablo dice: "No descuides la gracia que hay
en ti, que se te comunicó por intervención
profética (v. profecía) mediante la
imposición de las manos del colegio de
presbíteros." Este texto muestra que cuando San Pablo
ordenó a Timoteo, los presbíteros también le
impusieron sus manos, según hoy día los
presbíteros que ayudan en la ordenación colocan sus
manos sobre el candidato. San Pablo aquí exhorta a Timoteo
a enseñar y encomendar, y a ser un modelo para todos.
Descuidar esto sería descuidar la gracia que está
dentro de él. Esta gracia, por lo tanto, lo capacita para
enseñar y encomendar, para desempeñar su oficio
rectamente. La gracia entonces no es un don carismático,
sino un don del Espíritu Santo para el adecuado
desempeño de los deberes oficiales. El Sacramento del
Orden siempre ha sido reconocido en la Iglesia como tal. Esto es
atestiguado por la creencia en un sacerdocio especial (cf. San
Juan Crisóstomo, "De sacerdotio"; San Gregorio de Niza,
"Oratio in baptism. Christi"), el cual requiere una
ordenación especial. San Agustín, hablando sobre el
bautismo y el orden, dice: "Cada uno es un sacramento, y cada uno
es dado por cierta consagración,… si ambos son
sacramentos, lo cual nadie duda, ¿cómo es que uno
no se pierde (por defección de la Iglesia) y el otro se
pierde?" (Contra. Epist. Parmen., II, 28-30). El Concilio de
Trento dice, "Mientras que, por el testimonio de la Escritura,
por tradición apostólica y por el consentimiento
unánime de los Padres, es claro que la gracia es conferida
por la sagrada ordenación, la cual es realizada por las
palabras y signos externos, nadie debe dudar que el Orden es
verdaderamente y propiamente uno de los Sacramentos de la Santa
Iglesia (Sess. XXIII, c. III, can. 3).

NÚMERO DE ÓRDENES:

El Concilio de Trento (Sess. XXIII, can. 3) define (v.
definición teológica) que, además del
sacerdocio, hay en la Iglesia otros órdenes, ambos mayores
y menores. Aunque nada ha sido definido respecto al total de
órdenes, usualmente se dan como siete: sacerdote,
diácono, subdiácono, acólito, exorcista,
lector y portero. Se considera que el sacerdocio incluye a los
obispos; si éste último se cuenta por separado
tendremos ocho; y si añadimos primera tonsura, el cual
antes era considerado como un orden, tendremos nueve. Nos
encontramos con diferentes cantidades en diferentes iglesias y
parece ser que han sido influenciadas hasta cierto punto por
razones místicas (v. misticismo) (Martène, "De
antiq. eccl. rit.", I, VIII, l, 1; Denzinger, "Rit. orient.", II,
155). La "Statuta ecclesiæ antiqua" enumera nueve
órdenes, así, por ejemplo, el autor de "De divin.
offic.", 33, y de San Dunstan y los Jumièges pontificales
(Martène, I, VIII, 11), este último no cuenta a los
obispos y añade al cantor. Inocencio III, "De sacro alt.
Minister.", I, I, cuenta seis órdenes, así como
también el canon irlandés, donde se
desconocía a los acólitos. Además del
salmista o cantor, a muchos otros funcionarios se le ha
reconocido la posesión de órdenes, por ejemplo,
fossarii (fosotes) cavadores de tumbas, hernmeneutoe
(intérpretes), custodes martyrum, etc. Algunos consideran
a éstos como órdenes verdaderos (Morin, "Comm. de
sacris eccl. ordin.", III, Ex. 11, 7); pero es más
probable que ellos fueran meramente oficios, generalmente
realizados por clérigos (Benedicto XIV, "De syn. dioc.",
VIII, IX, 7, 8). En occidente hay considerable variedad de
tradición en cuanto al número de órdenes. La
Iglesia griega reconoce cinco: obispo, sacerdote, diácono,
subdiácono y lector. Este mismo número se halla en
San Juan Damasceno (Dial. contra manichæos, III); en la
antigua Iglesia griega los acólitos, exorcistas y porteros
eran considerados probablemente sólo como oficios (cf.
Denzinger, "Rit. orient.", I, 116).

En la Iglesia latina se hacía distinción
entre órdenes mayores y menores. En oriente el
subdiaconato se consideraba un orden menor, e incluía tres
de los otros órdenes menores (portero, exorcista,
acólito). En la Iglesia latina el sacerdocio, diaconato y
subdiaconato son órdenes mayores, o sagrados, llamados
así porque ellos tienen inmediata referencia a lo que es
consagrado (St. Thom., "Suppl.", Q. XXXVII, a. 3). Los
estrictamente llamados órdenes jerárquicos son de
origen divino (Conc. Trid., Sess. XXIII, can. 6). Hemos visto que
nuestro Señor instituyó un ministerio en las
personas de Sus apóstoles, quienes recibieron la plenitud
de la autoridad y poder. Uno de los primeros ejercicios de este
poder apostólico fue el designar a otros para ayudarlos y
sucederlos. Los apóstoles no circunscribieron sus tareas a
una Iglesia en particular, sino que, siguiendo el mandato divino
de hacer discípulos a todos los hombres, ellos fueron
misioneros de la primera generación. En la Sagrada
Escritura se menciona a otros que también ejercieron un
ministerio itinerante, tales como aquellos que en un sentido
amplio son llamados apóstoles (Rom. 16,7), o profetas,
maestros y evangelistas (Ef. 4,11). Lado a lado con este
ministerio itinerante se hace provisión para el ministerio
ordinario nombrando a ministros locales, a quienes pasó
completamente los deberes cuando los ministros itinerantes
desaparecieron. (v. diácono).

Además de los diáconos se nombró a
otros para el ministerio, que son llamados presbyeroi y
episkopoi.
No hay documentos sobre su institución,
pero los nombres aparecen casualmente. Aunque algunos han
explicado la designación de los setenta y dos
discípulos en Lucas 10 como la institución del
presbiterado, generalmente se está de acuerdo que ellos
tuvieron un nombramiento temporero. Encontramos
presbíteros en la Iglesia Madre de Jerusalén,
recibiendo los dones de los hermanos de Antioquía. Ellos
aparecen en conexión cercana con los apóstoles, y
apóstoles y presbíteros publicaron el decreto que
libró a los gentiles conversos (v. conversión) de
la carga de la legislación mosaica (Hch. 15,23). En
Santiago (5,14-15) ellos aparecen realizando acciones rituales
(v. liturgia), y de San Pedro aprendemos que ellos son pastores
del rebaño (1 Ped. 5,2). Los obispos mantenían una
posición de autoridad (Fil 1; 1 Tim. 3,2; Tito 1,7) y han
sido nombrados pastores por el Espíritu Santo (Hch.
20,28). De Hechos 14,23 se deriva que el ministerio de ambos
aparecía como local, donde leemos que Pablo y
Bernabé designaron presbíteros en las varias
Iglesias que fundaron durante su primera jornada misionera. Esto
se demuestra también por el hecho de que ellos
tenían que apacentar el rebaño, donde fueran
designados, los presbíteros tenían que apacentar el
rebaño que les ha tocado cuidar (1 Ped. 5,2). Tito fue
dejado en Creta para que designara presbíteros en cada
ciudad (kata eolin, Tito 1,5; cf. Chrys., "Ad Tit., homil.", II,
I).

No podemos argüir por la diferencia de nombres
sobre la diferencia en la posición oficial, porque los
nombres son hasta cierto punto intercambiable (Hch. 20,17.28;
Tito 1,6-7). El Nuevo Testamento no muestra claramente la
distinción entre presbíteros y obispos, y debemos
examinar su evidencia a la luz de tiempos posteriores. Para fines
del siglo II había una tradición universal e
incuestionable, que los obispos y su autoridad superior databa
desde tiempos apostólicos (v. jerarquía de la
Iglesia primitiva). Arroja mucha luz sobre la evidencia en el
Nuevo Testamento y encontramos que lo que aparece claramente
desde el tiempo de Ignacio puede ser rastreado a través de
las epístolas pastorales de San Pablo (v. Epístolas
a Timoteo y Tito), hasta el mismo principio de la historia de la
Iglesia Madre en Jerusalén, donde Santiago, el hermano del
Señor, aparece ocupando la posición de obispo (Hch.
12,17; 15,13; 21,18; Gal. 2,9); Timoteo y Tito poseen autoridad
episcopal completa, y fueron siempre así reconocidos en la
tradición (cf. Tito 1,5; 1Tim. 5,19.22). No hay duda de
que hay mucha obscuridad en el Nuevo Testamento, pero esto
responde a muchas razones. Los monumentos de la tradición
no nos dan la vida de la Iglesia en su plenitud, y no podemos
esperar esta plenitud con respecto de la organización
interna de la Iglesia existente en tiempos apostólicos, de
las referencias superficiales en los escritos ocasionales del
Nuevo Testamento. La posición de los obispos podría
ser necesariamente mucho menos prominente que en tiempos
posteriores. La autoridad suprema de los apóstoles, el
gran número de personas dotadas carismáticamente,
el hecho de que varias iglesias eran gobernadas por legados
apostólicos quienes ejercían la autoridad bajo la
dirección de los apóstoles, parece haber evitado
dicha prominencia. La unión entre los obispos y
presbíteros era estrecha, y los nombres permanecen
intercambiables mucho después que fue comúnmente
reconocida la distinción entre presbíteros y
obispos, por ejemplo, en Ireneo, Contra Las Herejías
IV.26.2. Por lo tanto, parece ser que ya en el Nuevo Testamento,
encontramos, sin duda obscuramente, el mismo ministerio que
apareció luego tan claramente.

¿Cuáles de los órdenes son
sacramentales? Todos concuerdan que sólo hay un Sacramento
del Orden, es decir, que la totalidad del poder conferido por el
sacramento está contenido en el orden supremo, mientras
que los otros contienen sólo parte de ello (St. Thomas,
"Supplem.", Q. XXXVII, a. I, ad 2um). El carácter
sacramental del sacerdocio nunca ha sido negado por cualquiera
que admita el Sacramento del Orden, y, a pesar de que no
está explícitamente definido, sigue inmediatamente
de los enunciados del Concilio de Trento (Sess. XXIII, can. 2),
"Si alguno dice que además del sacerdocio no hay en la
Iglesia Católica otros órdenes, ambos mayores y
menores, mediante los cuales por ciertos pasos se hace el avance
hacia el sacerdocio, sea anatema." En el cuarto capítulo
de la misma sesión, después de declarar que el
Sacramento del Orden imprime un carácter "que no puede ser
ni borrado ni quitado, el santo sínodo con razón
condena la opinión de aquellos que afirmaban que los
sacerdotes del Nuevo Testamento tienen sólo un poder
temporero". El sacerdocio es por lo tanto un
sacramento.

Con respecto del episcopado, el Concilio de Trento
define que los obispos pertenecen a la jerarquía
divinamente instituida, que ellos son superiores a los
sacerdotes, y que ellos poseen el poder de confirmar y ordenar,
lo cual es propio a ellos (Sess. XXIII, c. IV, can. 6, 7). La
superioridad de los obispos es abundantemente atestiguada en la
Tradición, y hemos visto arriba que la distinción
entre sacerdotes y obispos es de origen apostólico. Muchos
de los escolásticos (v. escolasticismo) más
antiguos opinaban que el episcopado no es un sacramento; esta
opinión halla defensores hábiles aun ahora (e.g.,
Billot, "De sacramentis", II), aunque la mayoría de los
teólogos (v. teología) mantienen que es verdad que
la ordenación de un obispo es un sacramento. En cuanto al
carácter sacramental de los otros órdenes vea
diáconos, órdenes menores,
subdiáconos.

LA FORMACIÓN SACERDOTAL EN
SÍ MISMA: MINISTROS SAGRADOS O CLÉRIGOS
(232-234)

Una vez realizado un análisis de la importancia
de la familia, y aspectos de orden doctrinal, nos adentraremos en
el desarrollo de aspectos propios del candidato, una vez
ingresado al seminario diocesano o IVC, no sin antes retomar
ciertos elementos.

Ministros sagrados o clérigos, son
aquellos fieles que han recibido el sacramento del Orden, luego
de haber concluido su respectivo proceso de
formación.

El código afirma que es obligación y
derecho exclusivo de la Iglesia el formar a quienes son llamados
a los ministerios sagrados, precautelando así que
ésta misión tan delicada y propia de la Iglesia, se
perjudique de algún modo, en caso de presentarse intereses
ajenos a la misma. Se insiste con claridad, como lo describimos
anteriormente, la obligación interdisplinar e
interrelacional de la familia, educadores, los sacerdotes (sobre
todo los párrocos), la promoción vocacional. Mayor
responsabilidad recae sobre los Obispos diocesanos y a su vez a
los IVC, en sus superiores, animar las vocaciones para la
Iglesia, con profundo interés sin remediar en costes
económicos o logísticos.

EL SEMINARIO MENOR

La posibilidad inmediata que todavía contempla el
CIC, es la promoción de los seminarios menores. En la base
de esta propuesta se encuentra la OT, en su terminología
designada como "gérmenes de la vocación". Sin
embargo, en la realidad actual, sobre todo en
Latinoamérica, es que no se ha hecho suficiente
énfasis en este aspecto, ya sea por realidades culturales
o ausencia de motivación en los ordinarios; lo evidente es
observar el crecimiento de los seminarios mayores, antes que los
menores. En todo caso, una continuación de la semilla
vocacional, todavía tiene vigencia hoy, si se toma en
cuenta las recomendaciones de los conciliares:

"En los Seminarios Menores, erigidos para cultivar los
gérmenes de la vocación, los alumnos se han de
preparar por una formación religiosa peculiar, sobre todo
por una dirección espiritual conveniente, para seguir a
Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de
corazón. Su género de vida bajo la dirección
paternal de los superiores con la oportuna cooperación de
los padres, sea la que conviene a la edad, espíritu y
evolución de los adolescentes y conforme en su totalidad a
las normas de la sana psicología, sin olvidar la adecuada
experiencia segura de las cosas humanas y la relación con
la propia familia (…) Con atención semejante han de
fomentarse los gérmenes de la vocación de los
adolescentes y de los jóvenes en los Institutos especiales
que, según las condiciones del lugar, sirven
también para los fines de los Seminarios Menores, lo mismo
que los de aquellos que se educan en otras escuelas y de
más centros de educación. Promuévanse
cuidadosamente Institutos y otros centros para los que siguen la
vocación divina en edad
avanzada."[5]

Partes: 1, 2

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