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La ley universal del emitir y recibir nada ocurre por casualidad




Enviado por Maite Valderrama



  1. El
    descubrimiento decisivo en la vida de un
    hombre
  2. El
    universo es la mayor red de
    comunicación
  3. El
    cuerpo humano es sólo un vestido para el
    alma
  4. El
    regreso de los seres de La Caída

Tarde o temprano cada uno llegará a convencerse
de que ni la ciencia ni una comunidad religiosa ni las
confesiones ni tampoco las muchas palabras de sus semejantes le
ayudan a encontrar la Verdad. Todos los esfuerzos externos pueden
ser impulsos para reflexionar para que nosotros mismos
encontremos el camino hacia la Verdad. Si seguimos las huellas de
nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos, palabras y
actos, de nuestras inclinaciones, reacciones, de nuestro
afán de pelea, hostilidad o cosas similares, llegaremos a
conocernos a nosotros mismos. Esto es lo que tiene
importancia.

El camino hacia la verdad se recorre únicamente a
través de nosotros mismos y no a través de otros,
para ello tendremos que reconocer que las verdades que aprendemos
de los libros sean sobre Dios, sobre el Más allá o
las leyes del Amor nos habrán ayudado y siguen
ayudándonos a avanzar algunos pasos; sin embargo, un libro
sobre la Verdad nunca nos conducirá a encontrarla
realmente. Los libros y las palabras sobre la Verdad son para
todos nosotros de gran ayuda e indicaciones en el camino, pero no
nos proporcionan la certeza que buscamos. Esta la podemos
alcanzar únicamente nosotros mismos sin que podamos
aportar ninguna prueba externa para ello. Cada uno de nosotros
tiene que lograr la seguridad de que esto es
así.

Si nos esforzamos en nuestra vida diaria, no importa
donde nos encontremos y lo que representemos como seres humanos,
en cumplir paso a paso las leyes del amor desinteresado y del
amor al prójimo, experimentaremos en nosotros mismos que
nos convertimos en personas distintas, que nuestro mundo de
pensamientos negativos de antes cambia y que podemos superar cada
vez más positivamente los acontecimientos del día,
porque afirmamos el núcleo positivo en todo y recibimos
solución y respuesta positivas, es decir,
legítimas, a todas las preguntas.

En el transcurso de este proceso de un mundo de
pensamientos negativo a una postura positiva, desarrollaremos
también otras cualidades que nos harán reconocer la
vida como una totalidad que está en las manos de Dios.
Entraremos en la Ley del amor desinteresado, y gracias a nuestros
esfuerzos constantes experimentaremos que un día
percibiremos a nuestros semejantes en la luz de la Verdad y que
nuestra visión ya no estará enturbiada por lo
humano, lo falso.

Después de haber dado este paso de
evolución hacia lo positivo podremos referirnos, sin
emociones, también a lo negativo, a lo adverso. Podremos
afirmar entonces nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos
y conversaciones, porque no contendrán ya nada en cuanto a
expectativas, desprecio o ataduras. Ese salto evolutivo positivo
hacia una vida de acuerdo con la Ley se traduce en benevolencia y
tolerancia para con nuestros semejantes. Gracias a estos pasos
legítimos obtendremos respeto hacia nuestra propia vida,
que es vida de Dios, y al mismo tiempo hacia la vida de nuestros
semejantes y hacia todas las formas de vida.

Cuando hemos alcanzado niveles más elevados de
consciencia, vivimos también más conscientemente y
con más seguridad en esta Tierra. Nosotros hemos
experimentado que las leyes universales, la Verdad eterna, nunca
se pueden encontrar en lo externo, en el mundo, sino
únicamente en cada hombre mismo. Por eso cada persona o el
alma en los planos de purificación, tiene que llegar a la
percepción y experiencia internas mediante el
autorreconocimiento y la realización de las leyes
eternas.

El que se examina a sí mismo y se sumerge cada
vez más profundamente en las leyes eternas mediante su
realización, ha encontrado el sentido de su vida terrenal
y sabe que todo lo que le suceda, alegría o penas, lo ha
introducido él mismo y nadie más en el campo de su
alma.

Si podemos decir con certeza: "mi prójimo no
tiene ninguna culpa de mi enfermedad, de mis sufrimientos o de mi
destino, si no yo mismo", hemos dado un gran paso en el proceso
de autorreconocimiento y de la realización. El buscador de
la Verdad que ya ha hecho algunas experiencias sobre sí
mismo, puede afirmar convencido, que esta vida terrenal tiene un
sentido muy determinado para cada uno, es volver a ser
cósmicos, es decir, puros. Los conceptos de la vida en la
Tierra y del Más allá se nos hacen más
comprensibles gracias al reconocimiento y a algunas experiencias
personales, que nos facilitan la certeza de que reina una ley
cósmica eterna y de que también la ley de siembra y
cosecha actúa para nuestro ego como nuestra ley
personal.

El descubrimiento
decisivo en la vida de un hombre

El pensamiento de muchos de nuestros semejantes
está marcado sólo por estructuras materiales.
Muchos son del parecer de que todo se relaciona solamente con la
materia y todo puede ser aplicado así a la misma. Para
ellos la materia es la realidad, porque aceptan solamente lo que
pueden ver, oír, oler, gustar, tocar y captar con los
instrumentos de la ciencia. Pero ¿hemos reflexionado
alguna vez sobre lo que nuestros ojos no pueden ver? Aunque
hablemos de nuestro sentido de la vista, nuestros ojos perciben
únicamente los reflejos de nuestro entorno, sólo el
resplandor reflectado y la energía prestada, pero nunca la
realidad, el esplendor, que no proviene de la Tierra sino del
cielo y que irradia sobre la Tierra y vuelve de ella. El que se
contenta con los reflejos de la luz, apenas tiene la luz del
alma, porque se ha orientado solamente hacia los reflejos y no
hacia la realidad.

Mientras al hombre le va bien, raras veces se pone a
pensar sobre el Más allá. Su imagen del mundo
material está intacta en tanto que sus instrumentos para
sentir y tocar, sus sentidos, le proporcionan satisfacción
cumpliendo sus deseos personales y de bienestar material. Pero si
algo viene a sacudir su imagen del mundo, p.ej. golpes del
destino, enfermedad o sufrimientos, y por ello ya no puede
satisfacer más sus sentidos, empezará a
reflexionar.

Cuando a un hombre que vive inconscientemente le sucede
alguna adversidad, lo primero que hace es culpar a sus
semejantes. Así tiene culpables a los que pedir
explicaciones, primero en pensamientos y luego atacándoles
con múltiples acusaciones. En la siguiente oportunidad
hará ver también a sus parientes su falta de apoyo
y ayuda, como causantes de sus disgustos en el trabajo, en su
matrimonio o en su familia. También acusará a su
obstinado vecino, porque no quiso entrar en razones al haberse
visto obligado a pelear con él a causa de p.ej. unos
metros cuadrado de tierra, y después acusará a sus
familiares, que no le han prestado ayuda en esa pelea. El hombre
sólo cree que todo y todos están en contra de
él.

Poco a poco este hombre va cayendo de una
depresión en otra. Y como en la depresión tampoco
recibe afirmación o estima alguna, caerá en el
estado siguiente, la agresión, o más tarde en
autocompasión y auto lamentaciones. ¡Nada le ayuda!
¡Nadie le comprende! Ya no puede salir de esa vida
desastrosa. Enfermedades y sufrimientos eventuales empeoran. El
hombre consulta a un médico que le receta medicamentos,
pero que no le curan. Totalmente incomprendido consulta a un
psicoterapeuta para que le diga el motivo de su situación.
Probablemente éste le dice que su medio ambiente tiene la
culpa, los compañeros o compañeras de trabajo; el
vecino que le ha enervado; los miembros de su familia que tienen
diferentes intereses al suyo, por lo que no le han apoyado ni le
apoyarán. Y al final se llega a la niñez: son los
padres, que le manifestaron poca comprensión y
amor.

Por fin se ha encontrado a los malhechores culpables de
su estado. Los pensamientos del "gran sufridor" van girando
alrededor de lo que pasó. La autocompasión le va
envolviendo cada vez más y se muestra a su vez en
diferentes estados de depresión, en agresiones,
inculpaciones, enfermedades y sufrimientos. El mayor mal es que
aquellos que como él cree le han causado ese destino, no
se preocupan de él y para más indignación no
se sienten culpables. Por eso va creciendo cada vez más su
autocompasión y se ve sumido en un malestar duradero. De
pronto, la energía del día le trae un suceso: le
visita un amigo, al que toma como paño de lágrimas,
contándole todas sus penas, p.ej. lo mal que está,
porque ninguno de sus parientes, incluida su familia más
allegada, le comprende, y en el fondo sus padres son los
más culpables, porque no le trataron con la suficiente
comprensión, tolerancia y amor.

En medio de esta nube de incomprensión y
autocompasión incrementada suena una exclamación en
boca de su amigo: "¡Basta! Ni tu familia, ni tus parientes,
ni tus compañeros de trabajo, ni tu vecino o tus padres
son los culpables, sino tú mismo eres el culpable
principal". A continuación de este rayo, sigue
también el trueno, recordándole las palabras del
Evangelio: "Saca primero la viga de tu propio ojo, y
después colabora a que tu hermano reconozca también
la astilla en el suyo". Cuando te irrita algo de tu
prójimo, cuando le regañas y le echas la culpa de
tu situación, significa que tú eres el causante
principal; el otro quizá tiene sólo una parte de
culpa o es sólo el detonante para que te reconozcas. El ha
desencadenado únicamente lo que ya existía y sigue
existiendo en ti.

La profundidad del lago es Dios, la Vida. Si te pusieses
a reflexionar sobre esto, podrías comprender mejor tu
destino, tus enfermedades y sufrimientos, y hasta los
podrías aceptar. Porque en el sufrimiento podría
madurar tu alma; podrías llegar a comprenderte como un ser
que no solamente consiste en huesos, carne y sangre, en
átomos que sujetan toda la estructura externa.

Por la cabeza le pasan algunos pensamientos:
¿Podría ser verdad que existe algo más que
la materia? ¿Podría ser que haya algo así
como causa y efecto? ¿Podría ser que existan leyes
superiores que no conozco? ¿Es posible que exista un Dios?
Por la mente le pasan muchos pensamientos, cosas que había
oído y leído ya antes, como por ejemplo: existen
energía y radiaciones sobre las que los hombres saben muy
poco; hay muchas energías que no están
investigadas, que todavía no podemos captar con nuestros
instrumentos, pero que fluyen a través del Universo. Con
esto ya se ha dado a sí mismo la palabra clave: El
Universo. ¿Qué es el Universo? Nuestro hombre
está totalmente confuso, tiene preguntas y más
preguntas. Ha llegado el momento de la reflexión.
¿Existe una vida después de esta vida? Si existe,
la muerte sólo puede ser el puente hacia una vida
invisible. En su interior se mezcla el miedo con la esperanza,
que le hace seguir preguntándose.

El universo es la
mayor
red de comunicación

Nuestro lenguaje es un lenguaje de imágenes. Cada
imagen muestra nuestro estado de consciencia. Día tras
día pasan por nuestro cerebro muchísimos
pensamientos. Tal como los pensamientos pasan por nuestra cabeza,
pasan también las imágenes a través de
nosotros y marcan nuestra estructura celular. Ya en la
mayoría de los casos vivimos aún de forma
inconsciente, captamos poco de nuestro propio lenguaje de
imágenes y de este modo dejamos pasar muchas oportunidades
para autorreconocernos. Vivir conscientemente significa juntar en
el instante las fuerzas de nuestra consciencia, estar totalmente
por lo que hay que abordar en el momento presente. Vivir
conscientemente significa por tanto vivir concentrado.

Si nuestra vida transcurre así de forma
más consciente, captamos entonces muy pronto cuando hay
pensamientos que nos asedian. Ellos llaman a la puerta de la
irradiación de nuestra concentración y quieren
comunicarnos algo. Entonces deberíamos detenernos
brevemente, dejar surgir los pensamientos y mirar más
detenidamente nuestro mundo de pensamientos pues ellos vienen y
se nos muestra en imágenes. Estas imágenes las
hemos creado nosotros; son una parte de nuestra vida.
También de este modo podemos reconocer muy pronto quienes
somos. Si aprovechamos la energía del día para
purificar lo que ese mismo día hay que purificar, se
amplía la irradiación de nuestra
consciencia.

Los pensamientos que se transmiten a nosotros pueden
partir también de nuestros semejantes. Pero son sin
embargo solo breves pensamientos fugaces, que no nos alteran pero
que pueden decirnos algo, pues no existen las casualidades. En
cambio, si ellos constantemente llaman a la puerta de la
irradiación de nuestra concentración, es que hay
algo en nosotros que debería ser purificado.

Pensamientos, sensaciones o sentimientos pueden
también partir de nuestra consciencia espiritual
desarrollada del momento presente -impulsos que quieren
estimularnos a que sigamos desarrollándonos, a que
quitemos de en medio lo que limita y carga a nuestra alma.
También estos pensamientos o sentimientos llaman a la
puerta de la irradiación de concentración. Se
presentan para ser purificados. Detengámonos; captemos las
imágenes de pensamientos. ¿Qué quieren
decirnos? Estamos en la escuela de vida Tierra: la energía
del día trae a cada uno de los seres humanos,
individualmente, las tareas que para él hay pendientes en
razón de lo que él mismo grabó un día
en los astros. Así nos encontramos con nuestros propios
componentes humanos día a día.

Lo humano es nuestro ser inferior, es nuestro yo
inferior. Tenemos que transformar con Cristo el yo inferior, el
ser inferior. De este modo encontramos el camino al Eterno Ser, a
nuestro verdadero Yo divino, y así a nuestra herencia
divina. Vemos por tanto que todo el infinito está formado
por emitir y recibir. Hacia nosotros se emite y nosotros
recibimos. Nosotros emitimos y recibimos. Todo el Universo es una
enorme red de comunicación, a la que cada uno de nosotros
está incorporado.

EN TODO EL UNIVERSO HAY SOLO UN
PRINCIPIO: EMITIR Y RECIBIR.

CADA CUAL SE EMITE A SÍ MISMO
LO QUE ÉL ES:

SU FORMA DE SENTIR, PENSAR, HABLAR Y
ACTUAR

El potencial de emisión de nuestro prójimo
no lo podemos emitir nosotros; nosotros emitimos
únicamente nuestro propio potencial de emisión,
aquellos programas que hemos adquirido en el transcurso de esta
vida terrenal y en las vidas anteriores, lo que por tanto no
está purificado. Hagámonos pues una y otra vez
conscientes de que cada uno de nosotros emite solamente su propio
potencial de emisión. Con nuestras sensaciones,
pensamientos, palabras y actos vamos formando este potencial de
emisión. El forma los diversos programas en nuestras
células cerebrales, que a su vez actúan sobre
nuestra alma y sobre cada célula de nuestro cuerpo, pues
están igualmente en comunicación con los planetas
de registro. Así estamos únicamente con nuestro
propio potencial de emisión, en comunicación con
los astros.

Lo que emitimos lo introducimos en nuestra alma y en los
correspondientes planetas de registro, en este caso en el
computador causal. Desde el computador causal regresa a
través de nuestra alma, a través de nuestras
sensaciones y pensamientos. De este modo nuestros sentimientos,
sensaciones, pensamientos, palabras y actos pueden ser quienes
nos adviertan. Por eso deberíamos estar alertas, para
darnos cuenta y para captar lo que quieran decirnos sobre
nosotros.

Nosotros somos nuestro propio potencial de
emisión. Así vibramos. Así pensamos.
Así vivimos. Así actuamos. El es también
nuestro ritmo corporal. Así vibra también cada
célula de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es en cierto modo
un cuerpo de sonidos. Con nuestros sentimientos, sensaciones,
palabras y actos afinamos el cuerpo de sonidos hombre.
¿Queremos saber como sonamos? ¡Escuchemos lo que
pensamos y decimos! Entonces sabremos como sonamos.

Dios es armonía. Dios es sinfonía eterna,
sonido cósmico eterno. Si nuestro cuerpo de sonidos es uno
con la sinfonía Dios, nuestra alma está en el SER.
Si nuestro cuerpo es desarmonioso, si nuestros ritmos son
bruscos, punzantes, si nos falta el equilibrio y somos
desarmoniosos, no estamos en armonía con el eterno SER;
entonces tocamos nuestro propio violín.

El cuerpo humano
es sólo un vestido para el alma

Dios es amor, y cuando empezó la Caída El
dio a los llamados seres caídos partes de astros
espirituales, que se fueron recubriendo correspondientemente.
Después de desprenderse de la Existencia eterna, formaron
los mundos de la Caída; en ese entonces aún no
existía la condensación de la materia. En esos
mundos de la Caída se establecieron los seres renegados. A
los seres caídos vinieron una y otra vez mensajeros de la
luz queriéndolos llevar de regreso. Muchos no volvieron
porque todavía querían seguir siendo como Dios, y
así se fueron condensando más y más. Este
alejamiento progresivo de la herencia divina causó
paulatinamente la condensación más intensa de los
astros, de los planetas y sistemas solares de consistencia
más burda, hasta llegar a la materia de la Tierra, que es
el lugar de vida de los seres humanos, el punto en que
está la base de las almas cargadas. 

El hombre mismo no es otra cosa que un vestido del alma
de muchas capas, una solidificación que reluce y cambia de
matices según sea la carga de las capas del alma. Por eso
los caracteres de los seres humanos son tan
diferentes.

Después de la muerte del cuerpo, el alma pasa
entonces a los ámbitos del Más allá. Si se
va a los niveles más inferiores, porque está muy
cargada, entonces se encuentra aún en la rueda de la
reencarnación. Si el alma se ha tornado más
luminosa, entonces se ha liberado de la rueda de la
reencarnación y asciende a niveles más altos, a los
llamados niveles de preparación, para dirigirse desde
allí paso a paso al Hogar del Padre. 

Actualmente se sabe que ninguna energía se
pierde. Debido a esto, ni la energía de nuestros
pensamientos positivos o negativos se pierde, tampoco la de
nuestras palabras, de nuestras formas de actuar, ni de todo
nuestro comportamiento. Como las energías, ya sean
positivas o negativas, tienen un efecto, con ellas imprimimos un
sello a nuestra alma. Este sello o grabado energético
permanece en el alma, también después de la muerte
del cuerpo físico. El alma está envuelta por todos
estos grabados; a estas envolturas las llamamos
«vestidos» del alma.

Seres divinos, hermanos y hermanas, seres espirituales
puros, enseñan al alma y le prestan ayuda para liberarse
de estos diversos vestidos, de estos diferentes grabados
pecaminosos excesivamente humanos. Y cuanto más coopere el
alma para liberarse de estas capas en los niveles de
purificación, más rápidamente se
tornará ligera y luminosa. 

Y luego el alma decide: o bien continúa su
proceso de limpieza en los niveles de purificación, es
decir en el más allá, o bien se encarna una vez
más para eliminar restos de sus faltas, ya que en la
Tierra esto va posiblemente más rápido. En muchas
ocasiones el alma permaneces obstinada y dice: «No creo en
lo que se me explica aquí; a mí me atrae la
Tierra». A una nueva encarnación en la Tierra puede
irse otra vez, si se gesta un cuerpo humano que corresponde a lo
que ha registrado en ella, a lo que está activo en su
grabado. Por cierto que el alma lleva diferentes vestidos,
diferentes cargas, pero aquello que está activo la atrae a
la Tierra.

De esto resulta que en nuestra vida actual bajo ciertas
circunstancias ya imponemos un sello al cuerpo y al rumbo que
tomará la vida de nuestras posibles futuras encarnaciones
en esta Tierra. Éste es el caso especialmente cuando el
ser humano no se entrega a la purificación del alma, sino
que en este mundo infringe constantemente la ley del amor, de la
libertad, de la unidad, de la hermandad o fraternidad.

¿Cómo salimos entonces de este ciclo de
morir, de nacer, de permanecer al otro lado en los reinos de las
almas, de volver a nacer, de volver a morir? La enseñanza
de Jesús, de Cristo, es la norma de conducta ideal para
nuestra forma de pensar y de vivir en la vida cotidiana. Hemos
recibido entonces reglas valiosas: Los Diez Mandamientos y las
enseñanzas de Jesús en Su Sermón de la
Montaña. Si seguimos estas recomendaciones paso a paso, se
purifica entonces nuestra alma.

Un lema simple pero eficaz podría ser: Lo que no
queremos que nos suceda a nosotros, no debemos causarlo ni a
nuestro prójimo ni a los animales y tampoco a los reinos
de la  naturaleza. Si obramos de forma correspondiente,
nuestra alma se va liberando lentamente de sus cargas.

El regreso de los
seres de La Caída

Jesús de Nazaret pidió a los hombres que
Le siguieran a Él. Y seguirle a Él significa no
sólo aceptar Su enseñanza, sino también
aplicarla en la vida diaria. De ello resulta una Religión
Interna, el Cristianismo Interno. ¡Pues el Espíritu
de Dios está en el interior de cada persona!

¿Para qué entonces una religión
externa, un cristianismo externo? ¿Para qué
iglesias de piedra, si cada uno es el templo de Dios y cada ser
humano puede rezarle directamente al Cristo de Dios? Un aposento
pequeño, silencioso y tranquilo, es por lo tanto
aconsejable para interiorizarse, para orar con recogimiento, para
ello no se necesita una suntuosa iglesia de piedra. Esto ya lo
enseñó Jesús de Nazaret. Lo atestiguó
Esteban, uno de Sus discípulos, diciendo:
«Aunque el Altísimo no habita en casas
fabricadas por manos humanas». (Hch 7,48)

El alma en el Reino de Dios, era originalmente un ser
espiritual libre de cargas pecaminosas. Pero un día
algunos seres espirituales se apartaron de Dios; cayeron y
cayeron, dicho literalmente, a las profundidades. Esta
Caída se produjo por lo tanto debido a la rebelión
contra Dios. Algunos seres divinos querían ser
omnipresentes, querían ser como Dios. Pero como existe un
solo Dios, una Ley Absoluta que lo abarca todo, en realidad uno
no se puede rebelar contra Dios. Quien se rebela, cae en el
efecto de sus causas, en la cosecha de su siembra.

De este modo, los seres caídos, por el suceso de
la Caída cayeron en una condensación cada vez
más intensa, pasando de lo espiritual, de la sustancia
sutil a una existencia material, a una envoltura material. En
este traje material, como ser humano, el alma está atada
en su vehículo corporal a la ley de Causa y efecto, que en
última instancia ella misma creó. En tanto el alma
esté sometida a estas legitimidades en su cuerpo
físico, tiene que reparar también el desorden que
con sus pecados ha provocado en el orden cósmico. Esto es
en realidad muy claro y evidentemente justo. Porque no se puede
esperar de Dios, como lo hacen abiertamente los teólogos,
que haga desaparecer como por arte de magia el desorden que un
alma ha provocado por su comportamiento negativo y excesivamente
pecaminoso. Pues Dios concedió a Sus hijos la libertad y
esta libertad, unida a la ley de Causa y efecto, implica que
aquello que yo mismo he provocado, también lo tengo que
reparar yo mismo.

Si Dios nos quitara simplemente nuestros pecados,
¿qué ganaríamos con ello? Si por ejemplo
Él transformara en apacible a una persona violenta, si le
quitara su culpa, aquello que ella les causó a otros, sin
que ésta razone, sin que se arrepienta ni cambie de
comportamiento, ¿qué ocurriría? Sin propio
razonamiento y reconocimiento esa persona no se
enmendaría; después de poco tiempo volvería
a hacer lo mismo, por ejemplo, a emplear de nuevo la violencia.
Si con Su fuerza Dios mantuviese apacible a la persona,
¿no sería entonces el ser humano nada más
que una marioneta?

Cada ser humano se decide finalmente por sí mismo
por una nueva encarnación de su alma o por la meta
consciente del regreso al Hogar del Padre. Por eso el Eterno nos
enseñó a través de Moisés los Diez
Mandamientos. Por eso vino Su Hijo, Jesús, el Cristo.
Él nos enseñó el amor a Dios y el camino de
vuelta al Padre. En Su enorme amor por nosotros los seres
humanos, nos trajo la libertad y la luz. Si vivimos de acuerdo
con los Mandamientos de Dios y con la enseñanza de
Jesús, el Cristo, entonces no son necesarias otras
encarnaciones.

Y que sea repetido claramente una vez más: No es
la voluntad de Dios que un alma pase por muchas encarnaciones. Su
voluntad es que el hombre se purifique en alma y cuerpo
aquí y ahora, en esta vida terrenal, de modo que ya no
sean necesarias otras encarnaciones.

¡En la reencarnación no está
implicada ninguna presión, sino que por el contrario el
libre albedrío del alma! Cuanto más cargada de
pecados esté un alma desencarnada, más se
sentirá atraída a encarnarse en un cuerpo humano.
Cuanto más luminosa se torne un alma en el cuerpo de un
ser humano, menos pensará ella en una reencarnación
después de la muerte del cuerpo, sino que hará todo
lo posible por volver lo antes posible a la eternidad, a
Dios.

www.radio-santec.com

 

 

Autor:

Maite Valderrama

 

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