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La pareja y la familia homosexual como categoría a través de la Filosofía y la Historia




Enviado por Odile



Partes: 1, 2

  1. Desarrollo
  2. Conclusiones
  3. Bibliografía

Monografias.com

La diversidad sexual en tanto tema de
investigación comporta a la vez una doble condición
de tradición y novedad; tradición, porque desde
hace algunos años ya es punto casi obligatorio en las
plenarias del debate contemporáneo, y novedad, porque
aún no se logra consenso entre los especialistas ni una
posición teórico – metodológica común
al respecto.

Bien se conoce que es una cuestión espinosa, pues
se sitúa en el friso entre la moralidad vigente, el rigor
científico y la militancia personal y coquetea
constantemente y a la vez con todos ellos.

Partiendo de tal estado de la situación, nuestro
trabajo se propone abordar el tema con el objetivo de, más
que evaluar las explicaciones existentes hasta el momento sobre
el fenómeno y abogar por su inclusión en la
sociedad, ofrecer nuestra opinión acerca del derecho de
todas las personas a recibir una educación sexual que
garantice su plena realización y salud sexual y
reproductiva, sobre las bases del respeto y aceptación de
la diversidad. Con este fin a la vista, dividiremos nuestra
exposición en cuatro partes:

La primera se dedicará a presentar algunas
definiciones de axiología, ética,
moral y estética, respondientes todas a la
ciencia filosófica; toda vez que consideramos ingenua una
toma de partido sobre la sexualidad que no considere la
importancia de la adscripción filosófica y
epistemológica de quien la sostenga, por ser justamente la
sexualidad un aspecto de la vida social donde las diferencias
socioculturales históricamente determinadas han dejado una
profunda huella.

En un segundo momento, intentaremos hacer un breve
recuento histórico de cómo ha sido vista la
homosexualidad a través de la historia en las
sociedades occidentales de arraigo judeo – cristiano, así
como una breve aproximación al término según
diferentes autores, seguida de una adscripción propia al
respecto. Luego, intentaremos ofrecer definiciones conceptuales
que permitan distinguir esta categoría de otras con las
que muchas veces aparece ligada. Finalizando este apartado,
sugeriremos algunos prejuicios, mitos o estereotipos que han
rodeado a la homosexualidad, muchos de los cuales aún hoy
nos acompañan.

En tercer lugar será abordada la
sexualidad como categoría psicosocial que en tanto
constituye un aspecto fundamental de la personalidad, requiere de
una educación en y para la sexualidad, a fin de proveer a
las personas de los conocimientos y herramientas que los
capaciten para la vida, y de garantizar a todos sin
excepción el derecho a una sexualidad sana y
responsable.

Siguiendo estas premisas, la homosexualidad será
vista como una de las diversas expresiones de la sexualidad
humana, que no aliena per se de sus derechos fundamentales al
hombre. Esto es razón para, sin abandonar el empeño
de su reconocimiento y aceptación como práctica
normal
en el sentido discursivo, comprender la necesidad de
una educación sexual que tome en cuenta a estas
personas e ir, paralelamente, sentando algunas bases para
ello.

Desarrollo

Parte I:

En el lenguaje cotidiano a la homosexualidad se la
representa como algo feo, malo, punible… Esta
manera de pensar no surge in vacuo, pues las prescripciones sobre
lo bueno, lo bello y lo deseable como categorías de valor
tienen raíz en la filosofía; siendo luego los
filósofos quienes asumen los desarrollos posteriores de
tales categorías en la medida en que lo permitan el
momento histórico – concreto, la sociedad en que viva, los
talentos personales, y el escaño y posición que
ocupe dicho teórico en la línea del poder
establecido.

Haciendo una síntesis personal y tal vez
reduccionista, diremos que son la Ética, la
Estética, la Moral y la Axiología, aquellas ramas
de la Filosofía como ciencia encargadas de estudiar
qué entender por bueno, bello, deseable y valor,
respectivamente. A continuación, describiremos someramente
las particularidades de cada una de estas:

El término ética proviene de la
palabra griega ethos, que originariamente significaba
"morada", "lugar donde se vive". Luego terminó por
señalar el "carácter" o el "modo de ser" peculiar y
adquirido de alguien, la costumbre (mos-moris: la
moral), razón por la cual hoy en día se manejan en
el argot popular como categorías semejantes, aunque desde
el punto de vista filosófico no son siempre
equivalentes.

La propuesta ofrecida por José G. Ramírez
(s/f) reconoce en la filosofía aristotélica las
raíces del término, al definirla compromiso
efectivo del hombre que lo debe llevar a su perfeccionamiento
personal, con lo cual subraya su carácter interno y libre,
no como simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y
hacen.

Kant, destacado filósofo alemán del siglo
XVIII, preocupado por la cuestión de la trascendencia en
su producción, estableció un paralelismo entre los
vocablos ética e imperativo categórico,
principio rector que constituía, según su
concepción, "una fuerza interior imperiosa, eternamente
inherente a la naturaleza humana" capaz de determinar la conducta
de los hombres con un sello moral; resultando el
perfeccionamiento moral de los hombres la razón suficiente
y necesaria para la fundamentación humanista de sus
acciones (Rosental, M y P. Iudin; 1964).

Según estas definiciones, la ética
designaría la rama filosófica encargada del obrar
humano sobre bases de rectitud y finalidad, sustentado en las
nociones de bien y bondad (Hermosilla, E.; s/f). De ella se
desprenden una serie de principios fundamentales, que A.
López (s/f) sintetiza en los siguientes:

  • Principio de solidaridad

  • Principio de Equidad

  • Principio de abstenerse de elegir dañar a un
    ser humano

  • Principio de eficiencia

  • Principio de la responsabilidad del papel que hay
    que desempeñar

  • Principio de aceptación de efectos
    colaterales

  • Principio de cooperación en la
    inmoralidad

La filosofía marxista ha denotado cierta
pretensión metafísica, universal e inmutable en las
concepciones de ética emergidos bajo la égida de la
filosofía burguesa. A diferencia de esta, apuestan por
situar la ética en una posición verdaderamente
revolucionaria al elevarla a la categoría de ciencia,
siendo su objeto la moral, su origen y su desarrollo para las
reglas y normas rectoras de la conducta de los hombres y sus
deberes hacia la sociedad, la patria y el Estado. (Rosental, M y
P. Iudin; 1964). Con esto, establece la paridad del vocablo con
el de moral.

En términos generales, el Diccionario
Filosófico en Español (s/f) la define como aquella
parte de la filosofía que ha de dar cuenta del
fenómeno moral en general. La ética no prescribe
directamente modelos conductuales, por lo que es mediata aunque
se fundamente en la praxis, en el sentido de aclarar qué
es lo moral, cómo se fundamenta racionalmente una moral y
cómo se ha de aplicar esta posteriormente a los distintos
ámbitos de la vida social.

Por su parte, según el Diccionario
Filosófico en Español (s/f), la moral
proviene del latín mores, que significa
costumbre. El vocablo designa aquel conjunto de valores,
principios, normas de conducta, prohibiciones, etc. de un
colectivo que forma un sistema coherente dentro de una
determinada época histórica y que sirve como modelo
ideal de buena conducta socialmente aceptada y
establecida.

Las ideas universalistas en torno a la ética se
complementan en la idea de que la moral tiende a ser particular,
por la concreción de sus objetos. Puede entonces
definirse, a juicio de José G. Ramírez (s/f), como
el código de buena conducta dictado por la experiencia de
la raza para servir como patrón uniforme de la conducta de
los individuos y los grupos; de modo que la conducta ética
incluye atenerse a los códigos morales de la sociedad en
que se viva. Coincidiendo parcialmente con este autor en cuanto a
que es la moral una derivación de la ética como
expresión concreta de preceptos acerca de la vida
cotidiana, A. López (s/f) difiere en que el comportamiento
moral no se corresponde necesariamente con el seguir principios
éticos.

Intentando un cierre, M. Piña y G. Rosario (s/f),
proponen una conceptualización de moral como la
adquisición del modo de ser logrado por la
apropiación o por niveles de apropiación, donde se
encuentran los sentimientos, las costumbres y el
carácter.

Como hemos visto en las definiciones de moral
anteriormente expuestas, la moral contiene un conjunto de valores
que deben ser seguidos por los individuos integrantes de una
sociedad para convivir armónicamente en esta. Más
allá de esto, el valor en sí es una
categoría filosófica, si se entiende como cualidad
o característica de objetos, acciones o instituciones,
útil a la orientación de comportamientos humanos en
la búsqueda de satisfacer determinadas necesidades
(Ramírez, J.; s/f); toda vez que tal cualidad o
característica ha sido preferida, seleccionada o elegida
de manera libre, consciente. De esta manera, el valor pasa a ser
componente del mundo simbólico del hombre, donde a la vez
que receptor, cada cual se convierte en promotor de
valores.

Como es comprensible, no todos los valores revisten la
misma importancia, por lo cual se organizan conforme a
determinada escala. Max Scheler (cit. por Ramírez, J.;
s/f) presenta la siguiente:

  • 1) De lo agradable y desagradable: Se
    corresponden con la naturaleza sensible.

  • 2) Vitales: Sus categorías centrales son
    "lo noble" y "lo vulgar", y tienen que ver con la
    valoración de lo humanamente vital (la juventud, la
    lozanía, la vitalidad, etc.)

  • 3) Espirituales: Comprenden:

  • Valores estéticos (la belleza).

  • Valores jurídicos (la justicia).

  • Valores del conocimiento puro (la
    verdad).

  • 4) Religiosos: Se expresan a través de
    "lo sacro" y "lo profano" y sostiene a los anteriores, siendo
    el valor supremo.

Este autor, de orientación kantiana, no considera
a los valores en tanto propiedades, sino que los examina como
objetos en sí, aunque de naturaleza diferente de los
objetos reales y de los ideales. Su concepción los coloca
como categorías metafísicas, correspondiendo a la
Axiología, el estudio de la naturaleza de los valores y su
influencia, a la manera de una actividad descriptiva.
(Piña, M. y G. Rosario; s/f)

La Axiología es, entonces, la rama de la
filosofía que estudia los valores. De raíz griega,
el término proviene de los vocablos axios (lo que
es valioso o estimable) y logos, que designa
ciencia; resultando una teoría del valor o de lo
que se considera valioso. La Axiología ha sido formulada
tradicionalmente sobre el método metafísico,
considerando a los valores en tanto categorías
atemporales, suprahistóricas. El cubano J. Fabelo Corzo
(2004), de formación marxista, ha realizado aportes a esta
ciencia siguiendo las bases materialista dialéctica e
histórica en los desarrollos sociales, considerando los
valores como aquella "propiedad funcional de los objetos,
consistente en su capacidad o posibilidad de satisfacer
determinadas necesidades humanas y de servir a la actividad
práctica del hombre. (…) Es la significación
socialmente positiva que adquieren estos objetos y
fenómenos al ser incluidos en el proceso de actividad
humana" (Fabelo, J.; 1991, p. 1).

Su sistematización recuerda que no es la
subjetividad individual lo determinante, puesto que los valores
no dependen en última instancia de la voluntad y el libre
albedrío defendido por la tradición idealista. Sin
embargo, esclarece cómo los valores conforman a la vez una
dimensión individual en tanto reconoce la existencia de
una actitud valorativa, pues son activamente interiorizados por
cada sujeto, conformando un sistema de valores propio a partir
del reflejo en la conciencia de múltiples mediaciones
sociales. Al mismo tiempo, su definición no excluye la
existencia de otras acordes con las necesidades de las
demás ciencias; así la Economía, la
Psicología y la Pedagogía contendrán en sus
temáticas de estudio la categoría valor, abordada
desde aristas distintas y sirviendo a fines igualmente
diversos.

Formula una metodología en el estudio de los
valores, proponiendo en este sentido tres niveles de
análisis:

  • Sistema Objetivo de Valores (SOV): Se constituye a
    partir de la significación humana real del objeto,
    dada por el vínculo de dicho objeto con lo humano (en
    sentido genérico). La objetividad es vista como
    objetividad social, producto de la actividad humana, no
    desligado del sistema de relaciones sociales; por lo cual en
    este nivel el valor (o antivalor, según se trate)
    reviste todas las propiedades de dinamismo, cambio y
    dependencia tanto de las condiciones histórico –
    concretas de la sociedad en que tiene lugar, como en
    relación jerárquica con los otros valores
    significativos vigentes.

  • Sistema Subjetivo de Valores (SSV): Es el resultado
    de de la acentuación valorativa que cada sujeto social
    elabora, con carácter relativamente estable y que
    sirve como regulador de conducta para evaluar lo nuevo a
    partir de él. Se establece en dependencia de los
    gustos, necesidades, intereses e ideales de dicho sujeto, a
    su vez en relación con el lugar que este ocupe en el
    sistema de relaciones sociales. Guarda cierto grado de
    correspondencia con el SOV en función del nivel de
    coincidencia entre sus intereses particulares y los del SOV,
    de ahí que pueda valorarse positivamente algo que no
    lo es y viceversa.

  • Sistema Instituido de Valores (SIV): Conformado por
    los valores instituidos y oficialmente reconocidos en las
    instituciones sociales. Representa la generalización
    de una escala subjetiva o la combinación de varias,
    presentada como apta para el bien general o parcial de la
    sociedad y defendida por los aparatos e instituciones de un
    Estado, en tanto responde a los intereses de la clase y grupo
    dominantes. Guarda cierto grado variable de coherencia con el
    SOV, determinado por el las características del grupo
    al poder; al mismo tiempo que sirve o no a la democracia en
    la medida en que realmente sea capaz de reflejar mayor
    cantidad de SSV.

Fabelo (2004) reconoce también la existencia de
una escala universal de valores a la que todas las culturas
aportan en cuotas diferenciadas, a partir de la
internacionalización de las relaciones
socioeconómicas y la configuración de la comunidad
humana internacional. Cabe destacar entonces que esta
noción de universalidad no se opone a lo general y lo
singular, sino que surge en la refracción de intereses
más generales a lo humano en sus manifestaciones
específicas.

Con esta propuesta, deja abierta una arista al debate,
por la posibilidad de una crisis de valores (Fabelo, J.; 1995).
La misma está dada por la ruptura significativa entre los
valores de los tres planos expuestos (SOV, SIV, SSV), cuando el
desfase natural entre ellas no responde a los límites
manejables. Sirva como ilustración la realidad cubana de
hoy en día, en la que tanto hablamos de este tema, por sus
manifestaciones evidentes -sobre todo en la juventud-, acentuadas
por la crisis actual del sistema de valores en su escala
universal.

Por otra parte, la estética como rama de
la Filosofía, estudia la percepción de la belleza y
la fealdad. Se ocupa también de la cuestión de si
estas cualidades están de manera objetiva presentes en las
cosas, a las que pueden calificar, o si existen sólo en la
mente del individuo; por lo tanto, su finalidad es mostrar si los
objetos son percibidos de un modo particular (el modo
estético) o si los objetos tienen, en sí mismos,
cualidades específicas o estéticas (Navas, M.;
2006); conteniendo en este debate las líneas generales del
problema fundamental de la Filosofía. La estética
se plantea si existe diferencia entre lo bello y lo
sublime.

El término, según el investigador M. Navas
(2006) se acuña para la Filosofía Moderna en 1753,
por obra del alemán Alexander Gottlieb Baumgarten, siendo
su elemento constitutivo las formas deseables para las cosas, a
fin de que sean bellas a la mayoría de la
gente.

Immanuel Kant realizó aportes consustanciales en
el campo de la dimensión estética, declarando su
existencia como una tercera facultad de la mente humana en
calidad de mediadora entre la sensualidad (gobernada por los
sentidos, en tanto afectación del hombre por los objetos
de la realidad) y la moral (donde la razón práctica
-única posible en el hombre– se realiza en la libertad,
como principio de actuación) (Marcuse, H.; s/f). La obra
kantiana vuelve a sostener la necesidad de erigir la
civilización por medio de elevar la razón y someter
la sensualidad, adoptando la forma de antagonismo entre las dos
dimensiones de la existencia humana; idea sobre la que Hegel
volvió posteriormente sin lograr una variante humanamente
liberadora.

Heredero de esta tradición y revolucionario en la
síntesis lograda, el pensamiento marxista ha tenido
implicaciones importantes para la también llamada
Filosofía del Arte, explicando la función
liberadora de la cultura a través de su responsabilidad
con la sociedad. En este sentido, aunque de forma no declarada, a
partir de los ensayos kantianos, Herbert Marcuse (s/f) reflexiona
la posibilidad de existencia de una civilización no
represiva, construida por combinación entre el impulso
sensual (dominio de la sensualidad) y el de la forma (dominio de
la razón), en que ambos se afirmen a partir de la
existencia y elevación de la otra; en palabras de Schiller
(cit. por Marcuse, H.; s/f) "la razón es sensual y la
sensualidad racional". Ello devuelve la posibilidad del ideal de
realización de lo humano en reconciliación con la
naturaleza, en la actitud estética, "donde el orden es
belleza y el trabajo juego" (Marcuse; s/f; p.3)

Según este análisis – y de acuerdo con los
objetivos de nuestro trabajo – la cultura occidental en la cual
nos insertamos ha admitido una serie de valores de
pretensión universal, los cuales surgieron
fundamentalmente tras la adopción de una religión
determinada (el Cristianismo). Cabe señalar que, dichos
valores "cristianos" comportan, a nuestro juicio,
interpretaciones erróneas de ciertos pasajes de su Libro
Sagrado, la Biblia. Como parte de estos valores universales, se
asumen preceptos tales como matrimonio, heterosexualidad,
familia, etc. Pero, observando las definiciones que desde la
Filosofía acompañan los conceptos anteriormente
expuestos, comprobamos no hay contradicción entre estos y
el romper con los valores supuestamente universales e inamovibles
que han regido nuestra cultura a lo largo de los
siglos.

No debe olvidarse que tampoco las religiones se erigen
sobre el vacío, sino que guardan relación con el
establecimiento de determinadas distribuciones estructurantes de
poder; por lo cual el ascenso del Cristianismo y la
consolidación de los valores que de esto emanó,
satisface una forma de propiedad -privada- en manos de la
herencia y los bienes materiales de la familia en manos del
patriarca dominador.

La sociedad contemporánea, en la cual se desea
ante todo la libre expresión de la individualidad, padece
entonces de una crisis de valores, gracias a la
contraposición entre los planos definidos por Fabelo
Corzo. Ilustrando esta situación, observamos que aquellos
que fueron defendidos por la sociedad judeo – cristiana se
tambalean ante una nueva realidad donde dichos conceptos
adquieren nuevos matices o se declaran obsoletos. Queremos decir
con esto que, por ejemplo, ya no debe hablarse de una pareja
heterosexual, monógama y vinculada por los lazos sagrados
y legales del matrimonio; sino que las combinaciones y
variaciones de dicha pareja se vuelven casi infinitas; y no por
ello devaluables desde el punto de vista moral, ético o
estético, exceptuando por consideraciones
individuales.

Parte II:

Una vez dejadas atrás estas consideraciones
filosóficas y en relación con ellas,
desearíamos entrar en un segundo nivel de análisis,
al observar a la homosexualidad como un tipo de elección
de objeto sexual observada a lo largo de la historia; siendo en
ocasiones alabada, aceptada e incluso deseada en algunas culturas
y momentos históricos determinados.

La cultura griega de la Antigüedad es uno de los
ejemplos más conocidos, si bien se ha acompañado de
una simplificación y sobredimensionamiento de la
práctica homosexual. De sobra es conocido el gusto por la
belleza y los placeres sensuales del mundo griego, mas esto no
debe ser confundido con una sociedad donde la práctica
sexual fuera liberada y exenta de cualquier tipo de
restricción. Más que principios rectores de la
práctica sexual, la reflexión filosófica se
inclinaba hacia la austeridad mediante un control sobre este
comportamiento, pues se asociaba a una pérdida de la
energía vital.

El punto de ruptura entre la asunción de una
experiencia homosexual -si es que el individuo la tenía-
ocurría una vez entrado el hombre a la institución
del matrimonio, donde se debía observar en igual medida la
moderación en la actividad sexual. Mas, antes de ser
comprometido en matrimonio, el individuo podía realizar la
práctica que deseara, fuese esta heterosexual o no. La
posibilidad de que el joven asumiera una postura homosexual
quedaba a su elección, si bien el sistema de
educación para los jóvenes de la Antigua Grecia en
cierta medida podía "compulsarlos", dada una relativa
inaccesibilidad al trato con mujeres.

La cultura griega recoge, entonces, una ética y
una estética que rigen el comportamiento sexual del
ciudadano (entendiendo como tal a todo hombre libre mayor de 21
años) de modo que caiga en el campo de la conducta moral,
es decir, racional, que permita el dominio de sí para el
acceso a la verdad.

En esta concepción de ciudadano, quedan excluidas
las mujeres, cuyo dominio era del mundo doméstico dentro
del gineceo, habitaciones del hogar inaccesibles para los hombres
desde los 6 años de edad. No obstante, se presume la
existencia de una educación similar, en cuanto a
estructura, entre hombres y mujeres, las cuales eran llevadas a
ciertos "colegios" supervisadas por una mentora que las
instruía en las aspiraciones de belleza y sabiduría
(Cadena, D. y P. Andrade; s/f), existiendo la posibilidad de que
se realizasen contactos homosexuales no documentados. El
único caso de que se tiene constancia, es el de la poetisa
Safo, llamada por Platón como la "décima musa" y
sus poemas están cargados de un erotismo
homosexual.

La civilización romana adoptó en
más de un sentido el legado helénico, al menos
hasta donde se tienen noticias. Se conoce que su actitud con
relación a la homosexualidad era semejante a la de Grecia,
aunque la degeneración social que sobrevino al Imperio, no
acompañaba esta actitud de una reflexión virtuosa.
Se recoge, desde el punto de vista de la historia, un
término peyorativo hacia el lesbianismo y una
representación gráfica igualmente despectiva al
respecto: el "tribadismo" (Cadena, D. y P. Andrade;
s/f).

El comienzo de la Edad Media supone un cambio de
discurso en torno al sexo, la sexualidad y temas adyacentes, con
la elevación del primero a la categoría de pecado
en su forma de concupiscencia. Según M. Foucault (1984),
en los tiempos de la Patrística y hasta el siglo XVI el
énfasis se desplazó hacia la preocupación
por la virginidad en la mujer y la fidelidad conyugal
después del matrimonio. Desde un punto de vista
teórico, se entroniza con San Agustín una
vigilancia sobre la institución matrimonial como
garantía del acceso a la verdad o, lo que es su correlato
más certero, la inmortalidad en el Reino de Dios. Es
mediante esta custodia que los individuos quedan sujetos a una
técnica o hermenéutica de purificación,
relegando el sexo a su función reproductiva.

Por tanto, al ser la homosexualidad solamente una
expresión de placer sexual, fue condenada y castigada por
la Iglesia. A este efecto, Cadena, D. y P. Andrade (s/f) nos
comentan que "muchos pecados como la herejía contra la
doctrina eclesiástica y la sodomía se convirtieron
en ofensas (…). En el siglo XIV, los monarcas y los
príncipes de toda Europa cedieron ante la presión
de la Iglesia católica para hacer de la sodomía un
delito (…) capital. La legislación inglesa del
siglo XIII estipulaba que las personas que habían
mantenido relaciones sexuales con judíos, niños y
miembros de su propio sexo fueran enterradas vivas" (Cadena, D. y
P. Andrade; s/f; p. 7).

A pesar de lo terrible de las sanciones, los individuos
no podían sustraerse de sostener relaciones sexuales con
personas de su mismo sexo, si así lo deseaban,
estableciéndose una especie de "secreto a voces", sobre
todo en las cortes donde la moral sexual se comportaba de una
manera más relajada, así como en los miembros del
alto clero.

La denominación de la práctica homosexual
masculina como "sodomía" tiene sus orígenes en la
destrucción de la ciudad de Sodoma por parte de
Yahvé (Dios). "Del texto tal como lo encontramos en el
Génesis, y de las alusiones que de ahí se hacen a
otros pasajes del Antiguo Testamento: a) se pueden deducir la
injusticia e inquebrantamiento de las leyes de hospitalidad por
parte de los habitantes de Sodoma; b) no puede inferirse sin
más que se tratase concretamente de un intento de
violación homosexual; c) no se puede sostener que el
castigo fuera dirigido contra el pecado homosexual sino
más bien contra lo que de inhospitalario hubo en la
acción, fuera esta cual fuese." (Cadena, D. y P. Andrade;
s/f; p. 15)

Es muy probable que sea la época histórica
del Renacimiento quien nos haya legado el mito del libertinaje
sexual en el mundo griego de la Antigüedad, en el intento de
rescatar los valores del mundo clásico, el cual se
suponía como el ideal social y de belleza para la
época; mas tomando las interpretaciones en un sentido muy
literal y sobredimensionado. Igualmente, es reconocido que
personajes que fueron prototipo de dicha época
histórica, reconocidos incluso por sus
contemporáneos, fueran homosexuales, como es el caso de Da
Vinci y Michelangelo.

En la Modernidad, la documentación acerca de
prácticas homosexuales recoge un pasaje en la Francia del
siglo XVII que, aunque ligado a los anales de la
psiquiatría, nos atrevemos a hipotetizar que puede estar
relacionado con el tema; nos referimos al famoso caso de
"posesión" en el convento francés de Loudun y su
protagonista, Madre Juana de los Ángeles. Tiempo
después, el Siglo de las Luces observó una cierta
relajación de la tradicional moral cristiana, puesto que
se prestaba mayor atención a la adquisición del
conocimiento y desarrollo de la Filosofía y las ciencias;
si bien se realizaban fuertes disquisiciones sobre ética.
Las cortes francesas se destacaron por su liberalidad y
opulencia, y la condición homosexual era practicada
incluso por los mismos soberanos, donde el ejemplo más
clásico lo constituye Luis XIV.

El siglo XIX, por su parte, constituye un momento de
inflexión en la concepción de la homosexualidad, a
partir del ascenso del poder disciplinario conocido como
"panoptismo" por Michel Foucault (1976), los desarrollos en el
control demográfico y la medicalización, al final,
de la anormalidad o desviación. Comienza a mirarse a la
homosexualidad como un desorden de los apetitos sexuales y
aparecen las primeras terapias de "corrección". A
raíz de estas consideraciones, un profesor de
psiquiatría de Viena, Richard von Krafft-Ebing,
publicó un libro en el cual aludía al "instinto
sexual contrario" como una degeneración, al igual que la
masturbación, la locura, el alcoholismo y el retraso
mental o idiocia. Su estudio tuvo como consecuencias, el
surgimiento de los estereotipos que han acompañado a la
homosexualidad desde el siglo XIX, debido a que la
selección de la muestra para el mismo se obtuvo de
manicomios, consultas psiquiátricas y
cárceles.

En contraposición a estos estudios, se subrayan
los escritos de Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895) y Henry
Havellock Ellis. El primero de estos personajes desarrolló
una clasificación bastante completa y avanzada para la
época, definiendo el concepto de orientación sexual
por primera vez en la historia y reconociendo la existencia de
varios tipos de prácticas sexuales, incluyendo en ellas a
la mujer homosexual, a lo que actualmente conocemos como
"bisexualidad" y a los "Hombres que tienen Sexo con otros
Hombres" (HSH). Ellis, por otra parte, abogaba por la
abolición de la condición de delito que condenaba a
la homosexualidad, y se oponía a los tratamientos que
pretendían curarla pues no era posible hacerlo, ya que se
consideraba que el instinto sexual era natural y se
adquiría en un estado embrionario. Sin llegar a una
proposición tan revolucionaria como la de Ulrichs, que
abogaba por una plena aceptación de la condición
homosexual del individuo, Ellis postulaba que para estos sujetos
la mejor opción era la abstinencia de cualquier tipo de
práctica sexual.

El siglo XX comportó en su segunda mitad un
viraje en torno a la valoración social de la
homosexualidad, mas durante la primera mitad no se produjeron
alteraciones significativas con respecto a las concepciones
decimonónicas. En el campo de la Psicología, cabe
destacar la obra de Sigmund Freud (1967), padre del
Psicoanálisis, quien, aunque no centró en este tema
sus estudios (solo existe un caso registrado en sus obras),
retomó para sí la terminología de la
mitología griega en el sentido del culto a la propia
persona y la exaltación de la sexualidad. Concibe de este
modo a la homosexualidad como una fijación narcisista,
considerando que el amor propio en estas personas era tal, que se
dirigía hacia los del mismo sexo. También apunta
que este comportamiento sexual puede ser el producto de una
inadecuada resolución del Complejo de Edipo. Desde esta
óptica, no consideramos adecuado decir que Freud
perpetúa o que rompa definitivamente los prejuicios de su
época, si bien convive con ellos.

De formación también
psicoanalítica, pero abiertamente disidente, cabe destacar
la figura de Erich Fromm (1982), cuya teoría del amor toma
matices más bien universales que trascienden el dominio
propio de la orientación sexual, si bien su propuesta
tributa a que es este tipo de vínculo una de las formas
incompletas de amor, en el sentido orgiástico;
acuñando una vez más el prejuicio de inestabilidad
e hipersexualidad vigente.

Durante los años "30 y "50 se produjo una
radicalización desde el punto de vista reaccionario en
torno a la homosexualidad, consistente con el ascenso del nazismo
en Europa y la teoría macartista en EUA, respectivamente.
La Psiquiatría oficial reconoció la perjudicialidad
de estas prácticas a la constitución de la raza
aria, así como posteriormente un ultraje al
espíritu americano defendido en la época.
Conllevó a la represión de toda
manifestación contraria a estos preceptos, conjuntamente
con un retroceso en los discretos avances logrados con respecto a
la sexualidad femenina y su lugar en la familia.

Es en este mismo periodo, en el año 1946, que
Kinsey realizó sus conocidos aportes en torno al
comportamiento homosexual de la población norteamericana,
publicando sus resultados en el trabajo titulado "El
comportamiento sexual del hombre" (1948) y, posteriormente, en
"El comportamiento sexual de la mujer" (1953); revolucionarios
ambos por su impacto en las concepciones dominantes y arrojando
luz sobre la naturalidad e incidencia del fenómeno
(consistente con una distribución normal gaussiana). El
legado más significativo de su producción -tan
contrastante con la moral difundida-, es para todos la Escala
Kinsey, descriptora de 7 orientaciones (de 0 a 6) a juzgar por
igual número de modos posibles de establecer
vínculos sexuales con alguien.

Avanzando algunas décadas, hacia finales de los
"60 se produce la llamada "revolución sexual" con la
proclama de la libertad y el respeto a los derechos individuales.
Estos sucesos comienzan a poner en crisis las concepciones sobre
la sexualidad y su afines hasta ese momento dominantes, por lo
que la producción científica al respecto a partir
de los "70 está permeada del espíritu de esta nueva
época. Aparece el clásico "Respuesta sexual
humana", escrito por Masters y Johnson, quienes se enfocan en los
aspectos psicológicos del vínculo amoroso (1988;
cit. por Fernández, L.; 2005).

A pesar de que aún persisten los estereotipos
sobre la sexualidad humana, y en especial a la homosexualidad, no
negamos que se han producido avances en la deconstrucción
de tales prejuicios: crece la naturalización del
fenómeno y se retira de los manuales de
clasificación psicopatológica, al mismo tiempo que
gana respaldo legal en algunos países con la
aprobación del matrimonio gay. Se acuñan
también en una forma más o menos estables conceptos
concomitantes con los de sexualidad y homosexualidad, los cuales
comienzan a poblar el imaginario colectivo.

A continuación intentaremos proponer algunas
conceptualizaciones contenidas en la temática de la
sexualidad humana y su educación.

La primera de estas definiciones constituiría
precisamente la sexualidad, encontrando una
conceptualización a nuestro juicio adecuada en lo
planteado por la OPS, como "una dimensión central de los
humanos que incluye el sexo, el género, la identidad de
género y sexual, la orientación sexual, el
erotismo, los vínculos emocionales, el amor y la
reproducción. Se vivencia o se expresa en pensamientos,
fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores,
actividades prácticas, papeles y relaciones
interpersonales. La sexualidad es el resultado de la
interrelación entre factores biológicos,
psicológicos, socioeconómicos, culturales,
éticos y religiosos/espirituales" (OPS, OMS y WAS, 2000;
cit., por Puentes, Y.; 2008; p. 4).

Esta misma autora subraya las características
particulares de la sexualidad humana, a partir de la propuesta de
López y Fuertes (1994), determinadas por la
triangulación de las diferencias genéticas y
culturales entre individuos; la identidad sexual dependiente de
las características biológicas y el impacto
cultural de los roles de género y, finalmente, la
motivación sexual que se expresa en el deseo y la
atracción que se refuerza con el placer derivado del acto
sexual no vinculado indisolublemente a la reproducción
(Puentes, Y.; 2008).

Como segundo término, encontramos el de
orientación sexual, muchas veces confundido con el
de comportamiento o conducta sexual, y que a partir de varias
fuentes sintetizamos como la inclinación o preferencia de
un sujeto por otro de su misma especie (humana) y que en alguna
medida se manifiesta en la conciencia del individuo, sin
acompañarse necesariamente de una realización
práctica o conativa.

Tomando estos conceptos como base se definiría al
homosexual como aquel "sujeto cuya afectividad y deseos
eróticos se dirigen hacia individuos de su propio sexo"
(Diccionario de Psicología; s/f) siendo las raíces
etimológicas de dicha palabra homos equivalente
en griego a semejante y a sexus que en latín
correspondería a la palabra sexo. Vinculado a esta
noción, se encuentran otros términos como
heterosexualidad y bisexualidad; de estos, el
primero ha sido atribuido a la atracción sexual
experimentada por un individuo hacia otro de sexo contrario
(Diccionario de Psicología; s/f), y el segundo, la
"atracción que una persona siente por otras de ambos sexos
y relación sexual que establece". (Cadena, D. y Andrade,
P.; s/f; p.2)

Antes de continuar, nos gustaría subrayar
cómo estas definiciones relativamente recientes no
comportan una carga valorativa particular, asignándoles
neutralidad con fines científicos. Así, la
sexualidad en tanto dimensión de la subjetividad, reviste
formas de expresión disímiles en lo concerniente a
sus motivos y las conductas en este sentido producidas. A partir
de este examen, la orientación sexual no compromete per se
la identidad del individuo que la presenta, puesto que tal
categoría cae en el plano de la configuración
personológica de cada cual. A este plano corresponden
conceptos como género, identidad de género, rol de
género, etc. Veámoslos mejor:

El concepto de género se refiere a las
diferencias socioculturales que existen entre mujeres y hombres,
en determinados períodos históricos y culturas,
constituyendo una variable de análisis que permite
analizar los papeles que desempeñan y sus respectivas
dificultades, necesidades y oportunidades. Alude al conjunto de
ideas, normas, instituciones y expectativas compartidas en una
sociedad y cultura respecto a las características,
comportamientos apropiados, derechos, posibilidades,
obstáculos y potencialidades de hombres y mujeres; muchas
veces asignados en función del valor atribuido a las
diferencias de sexo (Menacho, L.; 2005)

La pertenencia asumida a determinado género
define una identidad de género, que L. Menacho
(2005) refiere como el desempeño y responsabilidad en los
diferentes roles y estatus asignados a varones y mujeres no
inherentes a ellos, sino producto de la transmisión de
patrones socioculturales. Es la conciencia de las diferencias
esenciales que incluye e integra lo biológico y
psicológico en la autopercepción como varón
o mujer, a través de formas específicas de pensar,
sentir y actuar que muchas veces son contrapuestas.

La existencia de una identidad de género en cada
individuo rezuma la posibilidad de contradicción entre el
ser psicológico y el correlato físico o corporal;
de ahí que en la actualidad haya sido preciso definir
nuevas categorías, como son travestismo,
transgénero y transexual. La primera de las
tres es un vocablo surgido en el arte, que designa el acto de
vestirse con ropas del sexo opuesto. Desde el punto de vista
psicosexual se lo relaciona con el término
transgénero, pues suele acompañar un trastorno de
la identidad psicosexual en que se siente placer erótico
al utilizar ropas del sexo opuesto, pero que no necesariamente
compromete la insatisfacción con el propio sexo
biológico (Diccionario de Psicología;
s/f).

Por transexualismo se entiende una inconformidad con la
identidad sexual a causa de un deseo de hacerse con las
características físicas y roles sociales
competentes al otro sexo biológico (Diccionario de
Psicología; s/f). Esta categoría generalmente se
vincula con la homosexualidad, cuando no necesariamente ambos van
juntos en un sujeto particular. La orientación sexual es
un proceso independiente de la identidad de género y, por
tanto, del transexualismo; si bien tienen visibles puntos de
contacto. Por lo general sucede que, al desear asumir los roles
del sexo contrario, se desea poseer la totalidad de estos,
incluyendo la preferencia sexual. Asimismo señalamos que
el travestismo no equivale a transexualismo (y no a la inversa),
puesto que puede ser practicado con fines artísticos o
como coadyuvante de encuentros sexuales en individuos
heterosexuales.

En términos generales, al estudio de las
diferencias entre individuos de la misma especie según su
sexo, se llama dimorfismo sexual y que, en el caso humano, adopta
la forma de la identidad sexual, ya examinada en todo lo anterior
(Cadena, D. y Andrade P.; s/f).

Analizados los conceptos anteriores, observamos que la
gran diversidad de definiciones psicosociales que permiten
distinguir las identidades en el orden sexual, hacen que ciertas
concepciones jurídicas y económicas resulten
obsoletas. Por otra parte, los criterios que han distinguido
algunas instituciones sociales hacen que las propuestas
conceptuales que comportan novedad y resultan más
abarcadoras, hoy reproducen, hasta cierto punto, estereotipos.
Nos referimos, fundamentalmente, a las enunciaciones que,
según el Código de Familia de nuestro país
-por citar el ejemplo que más nos afecta y tenemos a mano-
poseen el matrimonio y la familia; instituciones
que se consideran como células base de una
sociedad.

Según la ley vigente, el Estado cubano ampara las
instituciones de familia y matrimonio, tanto en su Carta Magna
como en el Código de Familia habilitado al efecto.
Reconoce en la familia "la célula fundamental de la
sociedad y le atribuye responsabilidades y funciones esenciales
en la educación y formación de las nuevas
generaciones" (Artículo 35, Capítulo IV;
Constitución de la República de Cuba; 1976), ya que
el concepto manejado es "(…) centro de relaciones de la
vida en común de hombre y mujer, entre estos y sus hijos y
de todos con sus parientes, satisface hondos intereses humanos,
afectivos y sociales de la persona. " (Código de Familia,
Tercer Por Cuanto)

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