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Ser y existir de la ciudad (página 2)




Enviado por Cesar



Partes: 1, 2

Entre las ciudades que fundan "conciudadanía" y
las que son piedras yertas o centros deshumanizados, existe una
serie de categorías intermedias que se sustentan en uno o
dos rasgos dignos de hacerlos perdurar: Santiago de Chile, es una
ciudad hecha de barrios yuxtapuestos, incapaces de levantar un
centro digno de toda una nación, pero vitales para las
necesidades de sus grupos humanos: Barrio comercial de Franklin;
el Matadero síntesis de vida y muerte; el Cementerio y
psiquiátrico aorillados por el río Mapocho; Barrio
de la Estación, llegada y salida de curiosidad, sexo y
negocios; el Centro, el Barrio Civico de los Ministerios, Bancos
y Palacios de Justicia; más lejos, el Barrio Alto.
Francia, París, es otra cosa, nació y se
desarrolló con lógica, cartesianamente, hecha luz,
"La Ciudad Luz" xde le llama. Desde el alto de la Torre Eiffel se
observa un París radial, con centro y claras radiaciones.
No es de este ensayo patentizar el alma latente de cada ciudad
del mundo, sirvan estas sugerencias con el mero ánimo de
abrir los ojos de mis lectores, en un mundo de ciudades, que
nunca entenderemos bien sino es desde la vida misma de sus
ciudadanos. El más pésimo entendedor de ciudades,
es el apresurado turista, que montado en un autobús
"Turisk", recorre acelerado la ciudad. Qué distinta la
visión, que nos da María Mc Graham en su Diario de
mi Residencia en Chile 1822. No tuvo prisa. Un año
dedicó a conocer Chile y sus ciudades: Valparaíso,
Viña, Quillota, Casa Blanca, Melipilla,
Santiago…Cuando una ciudad ha cautivado a un visitante,
éste queda irremediablemente prendido, y no tiene prisa;
toma notas, cartas o diario, como es el caso de Mc Graham. Hoy
los historiadores de Chile leen y citan con provecho este Diario;
por sus páginas pasan en forma viva los políticos,
como Bernardo O´Higgins a quien visitó, las familias
aristocráticas y sus veladas, las chinganas populares.
Para María Mc Graham los contornos rurales de
Valparaíso o Santiago ponen en estas ciudades un sabor a
productos del campo, gracia y, como ella dice, "olor a tierra".
Los cronistas, viajeros y memorialistas en el Chile de fines del
XIX y XX construyeron la imagen más humana que tenemos de
nuestras ciudades. Ciertamente, operó en estos viajeros de
lento tránsito filtros culturales: La visión
colonialista de la ciudad, la visión neoclásica, la
visión romántica, la visión
romántico-realista que encontramos en Martín Rivas,
aunque su autor es chileno. En ningún caso tales
perspectivas visuales se contraponen o una niega a la otra. La
ciudad es historia y en la historia convive el pasado con el
presente y éste con el futuro.

No podemos cerrar este acápite sin una referencia
al "espacio escénico o teatral y el espacio de la ciudad",
con referencia concreta al Palacio Ducal de Urbino, anteriormente
citado.

El teatro clásico supone siempre una ciudad donde
la acción transcurre. Acción y espacio juegan en
una gran unidad. Aquello que se dice por boca de los actores, se
dice también de la ciudad. La ciudad en ese teatro, no es
mero telón de fondo. ¿Entenderemos Edipo, rey, sin
Tebas? ¿Entenderemos la Orestiada sin Micenas? No se
entiende Fuenteovejuna sin el palacio del Contramaestre, la plaza
donde Jacinta y Laurencia hablan sobre los abusos del Comendador,
el palacio de los Reyes Católicos donde los habitantes de
la villa presentan sus reclamos, y menos, sobre el asalto que los
habitantes de la encomienda hacen al palacio de Fernando de
Guzmán. Dígase lo mismo del teatro de
Calderón de la Barca, Moliere y Shakespeare.

Existen dos espacios que se reiteran en el teatro del
siglo XVI y XVII. Comparemos "El gran teatro del mundo" de
Calderón de la Barca y la "Casa del Vizio e della Virtu"
de Filarete. En ambos espacios se reduplica el sentido: palabra y
escenario nos hablan de lo mismo. Dice Calderón:
"Colóquese en la salida al escenario de la puerta
izquierda una cuna, y en la puerta de salida del escenario en la
parte izquierda, un sepulcro, pues al escenario del mundo
entramos al nacer para hacer nuestro papel, y cumplido, salimos
de él con la muerte". Filarete recomienda para el
escenario dos puertas, una que conduce al vicio y la otra a la
virtud, se asciende por una y se desciende por la otra. El
Palacio Ducal de Urbino tiene la misma significación
simbólica que en Calderón y Filarete: El espacio de
la ciudad escénica no es para mirar, es para adentrarse en
un espacio ético. La ciudad está hecha para hacer
mejores a los hombres, son espacios de vida social, no
están tanto para vivir como para "ser". En este sentido se
justifica en varias obras dramáticas, se presenten
espacios extemporáneos, pensemos en "Edipo Alcalde" de
García Márquez o "Las Bacantes" en versión
de Távora ; siempre son admisibles, si el "ser" queda
más puesto en relieve con un escenario de otra
época, que el "tener" una ciudad. En el juego de "ser" y
"espacio", el "ser" debe prevalecer sobre su
circunstancia.

SEGUNDA
PARTE:

El existir de la ciudad

I. Nuestra ciudad latinoamericana. Arquitectura y
Humanismo

Tras la ciudad medieval – como una huida del poco grato
espacio feudal- y la ciudad renacentista, a la que se opuso la
valoración de "lo natural" en Garcilaso de la
Vega, Fray Luis de León en la "Oda a la vida
retirada
" y toda la literatura pastoril, llegó la
fundación de la ciudad humanista levantada por los
conquistadores. Sigo a Jesús Rodríguez Zepeda:
"La invención de América es la historia de la
invención de sus ciudades, México, Buenos Aires,
Lima, Santiago, Bogotá. Contra lo que con frecuencia se
cree, el mundo colonial de la América española no
fue fundamentalmente rural y campesino, sino urbano y
exquisitamente complejo. La política y el poder, con sus
correlatos de vida artística e intelectual, se cultivaron
en las ciudades latinoamericanas y, cuando fue posible, desde
allí irradiaron a sus periferias. En las urbes americanas
se proyectaron los movimientos de independencia y se fraguaron
nuestros actuales Estados. La ciudad sigue alimentando la
libertad, y a la vez tomando impulso de ella".

Es preciso valorar la concepción urbana de los
conquistadores como centro irradiador de otros espacios.
"Fundar" y "poblar" eran dos palabras para los
conquistadores cargadas de profundo sentido: Lo primero y
principal era la ciudad; ésta irradiaba después y
aglutinaba otros espacios de conquista. En el alma de los
conquistadores estaba su ciudad natal de España, trazada a
cordel, disciplinada y lógica como la mente de Felipe II,
doble del cuerpo de sus habitantes cuyos miembros no pueden estar
descoyuntados, sino ampliamente integrados y proyectados hacia la
fecundación. La fecundación del espacio vivible en
España, trasplantado hacia América, estaba
rigurosamente estructurado: Era el Pueblo, que aspiraba a Villa y
ésta a Ciudad y la Ciudad a títulos mayores como
"Muy Noble y Muy Leal".

La ciudad de la conquista y la colonia, así pues,
estaba concebida en primer lugar como espacio público,
todo en favor de las relaciones sociales: Paseos, iglesias,
plazas, lugares de esparcimiento. Así lo captó
Borges en "Fervor de Buenos Aires": "Mil plazas de
Buenos Aires llenas de humano clamor".
En verdad se puede
hablar a este propósito de la ciudad colonial como una
democracia de la convivencia, y hoy de nuestras ciudades como
espacios de una democracia legal. Cuando las leyes suplantan lo
justo, como tantas veces sucede entre nosotros, se produce
inexorablemente: La marginalidad urbana, la venta indiscriminada
de espacios públicos a privados, la creación de
espacios de producción ahogando la vida familiar con su
contaminación acústica, aérea o de aseo, el
difícil flujo de habitantes, la abolición de la
estética por los intereses privados. ¿Se puede
hablar, en este sentido, de Santiago de Chile, Lima,
Bogotá, Río de Janeiro o Buenos Aires como espacios
con plenitud de convivencia? Escucho a Michael Janochka: No
existe un Buenos Aires, existen muchos Buenos Aires y muchos
porteños de acuerdo al sentimiento de sus habitantes y el
sentido de pertenencia: Uno es el porteño, nacido
en Buenos Aires, habitante de la zona central, particularmente de
la zona norte, es el argentino castizo; el bonaerense es
otro argentino, avecindado en Vicente López, San Isidro o
San Fernando, por motivos profesionales se desplaza al centro de
Buenos Aires, es un visitante; el porteño
suburbano
es otro habitante de Buenos Aires, por trabajo se
fue del centro a las zonas donde se ahorra tiempo y dinero; vive
en un edificio de varios pisos; para él Buenos Aires es un
espacio de fácil subsistencia; el porteño del
interior
, avecindado en la capital, es otro bonaerense; para
él Buenos Aires, por ser él de clase media, siente
también la ciudad a medias. Buenos Aires es una ciudad
excéntrica, acaso porque tuvo muchas dictaduras. Las
dictaduras militares son siempre excéntricas: Hitler
fundó ghetos, como el de Praga; Mussolini,
fragmentó Roma al separar el Vaticano; Pinochet
desglosó el poder político –"los
señores políticos
", decía
él mandándoles a Valparaíso;
Franco aisló a los vascos y catalanes; Fidel Castro tiene
dividida cada cuadra bajo el control de un representante suyo. No
ha habido mayor ciudad excéntrica que la administrada como
un ente legal y no como ente de convivencia.

II. La ciudad española, en América: Ley
y espíritu

Carlos V había heredado el título de
Emperador de los Romanos y había de ser fiel a él.
En la mentalidad romana de imperio, el centro –Roma, la
Urbs- y las provincias estaban concebidas como un organismo vivo,
rigurosamente integrado. Las nuevas ciudades hispanoamericanas,
debían responder a este principio, estar centradas y
hablar a la vez en universal. Recordemos el nombre repetitivo de
Santiago, centro y radio de expansión
romana-católica: Santiago de Querétaro
(México), Santiago de Guayaquil (Ecuador),Santiago de Cali
(Colombia) Santiago del Nuevo Extremo (Chile), Santiago de las
Misiones (Paraguay), Santiago de Chuco (Paraguay), Santiago de
Cuba (Cuba), Santiago de Veraguas (Panamá), Santiago del
Estero (Argentina), Santiago de Chiquitos (Bolivia), Santiago de
los Caballeros, (Guatemala), Santiago de los Caballeros (Santo
Domingo), Santiago de Atlitán (Honduras), Santiago de
Managua (Nicaragua), Santiago de León (Venezuela).
Santiago, eco centralista de Santiago de Compostela y replica de
un mundo de peregrinaciones abiertas a toda Europa. Era la
romanidad. La romanidad que se expresó en
Hispanoamérica como catolicidad. Toda la Romanía,
allí en el primer Santiago, peregrinó hacia
España, ahora España en el siglo XVI peregrina
hacia América a la grupa del caballo blanco de Santiago.
Múltiples apariciones del apóstol registran las
crónicas de nuestros países; como Santiago
luchó contra los moros en Clavijo, España, ahora lo
hace en Hispanoamérica en favor del asentamiento de los
españoles en sus ciudades. El apóstol Santiago fue
uno más de tantos apóstoles que dieron al Imperio
Romano, nueva vida y "perduración" mediante la
universalidad católica. No es un nombre accidental
Santiago, legitima aquel testamento de Augusto "hacer
perdurar el imperio
".

La ciudad española en Hispanoamérica, ante
todo y sobre todo es, así pues, una ciudad-misión,
una réplica de la ciudad celeste; con ello, la ciudad en
Hispanoamérica se constituye en ciudad de "paso":
Panamá fue paso para Lima como Lima para Santiago. No
estaba en el espíritu del español de aquel tiempo
fundacional, el edificio de las seguridades. La historia de los
terremotos en Latinoamérica da cuenta de la fragilidad de
las construcciones, no tanto por la escasez de materiales, cuanto
por el espíritu de "tránsito" que a la
ciudad le daba el español.

Es significativo que, cuando Cristóbal
Colón arribó a La Española en 1492, con los
restos de la "Santa María" construyese el fuerte
de "Navidad". "Santa María", "Navidad"
Ciudad-Fuerte… un año más tarde esta ciudad
inicial había desaparecido y levantaron los
españoles otra, "Isabel", fiel igualmente al
sentido español de transitoriedad, pues en el año
1508 también había desaparecido. Continuaron otras
fundaciones como Santiago de los Caballeros, La Concepción
de la Vega (1495), El Bonao (seguramente 1496-1498), todas
levemente duraderas. Jorge Manrique, pocos años antes, les
había fijado a los españoles el ideario, cuando
escribía:

"Nuestras vidas son los ríos

Que van a dar a la mar

Que es el morir.

Allí van los señoríos

Derechos a se parar

Y consumir.

La estructura de la ciudad hispanoamericana empieza a
tomar su particular sesgo urbanístico a partir de la
fundación de Veracruz; Bernal Díaz nos la describe
del siguiente modo: Una plaza rectangular; en una esquina la
Catedral; al otro lado los edificios representativos de la
Corona. Esta estructura urbanística tan simple,
dará lugar más adelante al "lema": "Dios,
Patria, Rey",
Dios (Catedral), Patria (Plaza), Rey
(Edificios administrativos). La Ciudad de México,
(1563-1565) responderá poco tiempo después al mismo
diseño y de ahí se trasladará a otras
ciudades posteriormente fundadas.

Fe y ciudad se encuentran imbricados en el plano de
fundación de ciudades hispanoamericanas. Se llega a pensar
que fue precisamente la ciudad de Santa Fe, fundada por los Reyes
Católicos en 1492, quien dio el modelo de plaza
rectangular, iglesia y edificio público para el resto de
las ciudades americanas. Autores hay que prefieren remitir la
influencia de nuestras ciudades a Vitruvius, otros a los
indígenas, el P. Guarda recuerda el texto medieval de
Rodrigo Sánchez de Arévalo Suma de la
Política, "que fabla como deven ser fundadase
edificadas las Ciudades e villas
"; sea de ello lo que fuere,
rectangularidad de la plazas y presencia de la Catedral y
edificio de la Real Audiencia, como en Santiago de Chile, siempre
se repite una conjunción de lo cívico, sometido al
poder civil y éste a la Ciudad Celeste. Poma de Ayala lo
había captado perfectamente en los dibujos de su famosa
crónica.

No nos debe pasar inadvertido, en esta réplica de
ciudad terrestre-ciudad celeste, la denodada acción de los
monjes; casi todas las capitales de países
hispanoamericanos sitúan a las grandes Ordenes Religiosas
de origen medieval, en el centro de la ciudad: Franciscanos,
Agustinos, Dominicos. Hoy suele verse como un acierto
económico, y lo es, pero no fue ese el objetivo al fundar
las ciudades. El Códice de Mendieta pide que los
monjes construyan ciudad, atendiendo a las caciquerías que
haya que evangelizar. Santiago de Chile es un buen ejemplo de
ello, Macul, Vitacura y Tobalaba, son nombres que aluden a estos
sectores indígenas que había que
evangelizar.

Lejos de nosotros creer platónicamente, que la
ciudad española en Hispanoamérica era solo un
trasunto espiritual. Esta era el alma. El cuerpo
–véase la Ordenanza de Felipe II para fundar
ciudades- estaba ajustado a la necesidad de cumplir con la idea
clásica de "ciudad-ciudadano" o "convivencia",
siendo estas Ordenanzas, minuciosísimas, la pauta
pragmática. Lo expresa así Andrzej Wyrobisz : "
Las formas de fundar una ciudad previstas por la ley y con toda
seguridad verificadas y perduradas por la práctica
colonizadora en las primeras décadas de la presencia de
los españoles en el Nuevo Mundo, eran dos. La primera
forma de proceder consistía en que el empresario con la
adjudicación (que se obligare de poblar un pueblo de
españoles) contraía algo así como un
contrato (asiento) con la Corona, en base al que recibía
cuatro leguas cuadradas de tierra, comprometiéndose en
plazo fijo a fundar una ciudad de por lo menos 30 haciendas. Cada
hacienda debería estar provista de una casa, diez vacas
paridas, cuatro bueyes (o dos bueyes, dos novillos y una
potranca), cinco lechonas, seis gallinas, veinte ovejas
castellanas. El contratista recibía como recompensa un
cuarto de las tierras municipales y además era nombrado
noble. Si no cumplía en el plazo acordado, perdía
no sólo el derecho a la fundación de la ciudad y
los terrenos a él adjudicados, sino todo aquello que ya
hubiese invertido, debiendo pagar además una multa de mil
pesos en oro".

Tierras encomendadas, título de nobleza y
derechos concedidos apuntaban fundamentalmente a las 30 haciendas
y a los medios para la subsistencia de los futuros ciudadanos. La
corrupción en que cayó después la hacienda –
latifundio y patrón – nos indica que éste no fue el
espíritu fundacional de la ciudad española, espacio
para desarrollar la "projimidad".

III. Y qué dijo Aristóteles en su
"Política", a cerca de la ciudad

La presencia de Aristóteles en la
constitución de Hispanoamérica, no es un tema
secundario. Lo ha estudiado con detención Rubén
Osvaldo Chiappero y particularmente Silvio Zavala en su obra
"La filosofía política en la conquista de
América
". Para Aristóteles, la ciudad es
"la multitud de ciudadanos capaz de gobernarse por sí
misma, de bastarse a sí misma, de procurarse en general
todo lo necesario para la subsistencia".
La ciudad para el
Estagirita, es ante todo los ciudadanos, y, desde ellos, se
proyecta la ciudad como espacio constructor de humanidad. La
ciudad, concepto arquitectónico y espacial, presupone una
antropología y una ética. El concepto de ciudad en
Aristóteles es un concepto moral, no demográfico,
geográfico o ecológico. Vivir en "multitud de
ciudadanía
" es ejercer las virtudes expuestas en la
"Etica a Nicómaco". "Es cierto que los
ciudadanos no pueden asemejarse todos en todo; sin embargo, no
siendo ello posible, cada ciudadano, además de practicar
las virtudes comunes, deberá saber cuáles son las
suyas propias".
El perfecto ciudadano será,
así pues, el que sabe conjugar el "politikon" y
el "logikon"; en cuanto "ser político",
debe saber contribuir al bien común y en cuanto "ser
racional o lógico",
distinguir su concepto singular
de persona. Ciudad y ciudadano será aquel doble concepto
que crea a un sujeto de derechos y deberes, los deberes piden el
ejercicio de las virtudes personales, los derechos se sustentan
sobre una ética comunitaria. En la "Ética a
Nicómaco
", ambos derechos y deberes se encuentran
claramente definidos. No es extraño que el grupo de obras
morales de Aristóteles incluya en uno: La Etica, la
Política, la Moral y la Constitución de Atenas, tal
como aquí estamos observando.

Aristóteles estratifica mentalmente la
constitución de la sociedad: El núcleo central,
quedó señalado, es la antropología y como
una parte de ella la ética, de la que dijo, no a todos
obliga igual. El Estagirita sube una etapa más en su
reflexión sobre la ciudad y el ciudadano: dentro de los
ciudadanos, los que mandan son los más obligados a la
ejemplaridad; ellos son espejo para los ciudadanos. Si en la
tragedia griega las tres dinastías: tebana, atrida y
troyana son sometidas a la prueba del dolor, Edipo
autodesterrado, Agamenón asesinado por su esposa
Clitemnestra, Ecuba en el desamparo, es porque en el dolor se
prueba la virtud, y esta virtud extrema es ejemplar para tebanos,
micénicos o troyanos. Más tarde, esta ejemplaridad
propuesta en las tragedias de Esquilo, Sófocles y
Eurípides, se traspasará al género literario
llamado "Speculum principuum", "Espejo de
príncipes".
El Príncipe debe ser un espejo de
la ciudadanía, así "Speculum principuum"
de Salisbury, en Inglaterra; "El Cortesano" de
Castiglione, en Italia; "El Príncipe y el
Discreto"
de Gracián, en España.

La ciudad para Aristóteles corona el proceso de
la sociabilidad humana, le otorga sentido final o
teleológico y "proporciona un horizonte trascendente a
la actividad cotidiana de las personas",
como ha dicho
Jesús Rodríguez Zepeda en su estudio "La ciudad
y el poder
". Aristóteles es claro en señalar
que la ciudad en cuanto espacio es como la mano, sin estar unida
al cuerpo, a la vida total, a las virtudes éticas y de
ciudadanía, no tendrá sentido. Una ciudad es la
vida ciudadana hecha materialidad. La ciudad debe acusar el peso
axiológico de los ciudadanos, es la meta oculta que
persigue el grupo humano consciente o inconscientemente. Aquel
que se margina de la vida colectiva, es un "idiota", en
griego, un marginado que prefiere sus intereses privados y no de
la ciudadanía; forzando el término griego, la
ciudad es educadora, y queda en situación de
"idiota", quien de ella se margina.

Fue Aristóteles, así pues, el primer
urbanista y defensor de la ciudad como espacio de
educación ética y estética, así como
espacio de subsistencia y convivencia social. Los fundadores de
América, de ideología aristotélico-tomista,
a la hora de fundar ciudades, no podían estar ajenos a
ello, no estuvieron ajenos a esto.

IV.- Tres visiones modernas de ciudad

a) La ciudad renacentista ideal

Hubo una época, siglo XV y XVI –tan
coincidente con la conquista de América- en la que los
hombres quisieron salvar a la ciudad para siempre. Para ello nada
mejor que seguir en su diseño a Pitágoras o a
Platón. ¿Quién podrá atentar contra
la matemática o el incontaminado mundo de las ideas? Fue
en Urbino. Allí el Duque de Montefeltro, hombre de fortuna
y curioso, hizo de su palacio un centro de investigación
para la construcción de dicha ciudad ideal. Reunió
junto a León Battista Alberti y Piero de la Francesca a
otros afamados humanistas interesados en perseguir la perspectiva
teórica. El resultado fue un Renacimiento
Matemático Italiano en la ciudad de Urbino. Hoy no se
conoce mucho de ello. Han quedado tres ejemplos -pinturas al
temple- en los museos de Urbino, Berlín y Baltimore,
emblemáticas representaciones de aquel intento de
"sublime amore", que diría Dante, por la
ciudad.

Una ciudad, para no morir – se decían- debe
estar sometida en primer lugar a la proporción ideal: Que
apenas se vea –pintura– o sienta -arquitectura- uno se inunde de
armonía. Porque ¿qué es la armonía,
decía el fraile franciscano Luca Pacioli, allí
entrometido, sino descubrir que la creación divina se
expresa en relaciones matemáticas y proporciones
numéricas que el hombre viste después de espacio?
Pacioli no era un iluminado, Leonardo da Vinci lo someterá
más tarde a una Regla más dura que la
monástica, a la disciplina de su taller.

En aquel círculo humanista del palacio del Duque,
se manejaron otras teorías para construir la ciudad ideal.
Algunos sugerían que usando los cinco poliedros regulares
expuestos por Platón, era posible crear relaciones puras
entre los espacios y de ellas ver saltar la armonía
divina. Hoy no se explican las pinturas de la Escuela de Urbino
de aquella época sin este amor denodado por la ciudad. No
serán, tal vez, buenas pinturas en cuanto pinturas, se han
perdido muchas de ellas, pero hay que verlas como
matemática vestida de espacio y color. El pensamiento es
en estos cuadros más bello que su intento.

Se ha dicho que el Círculo de Urbino no
podía llegar muy lejos, pues la pintura ilumina, crea
atmósfera, está hecha más para el espacio
que para el volumen, quien construye ciudades son las
líneas. No se les pasó inadvertido esto a los
humanistas de Urbino, pero su reflexión sobre el color fue
otro: En una representación de ciudad ideal – se
decían- las líneas geométricas deben estar
siempre atenuadas por el color blanco que las hará flotar
en su propia inmaterialidad; solo así la vida sensitiva se
hará intelectiva y ésta espiritual y solo
así el hombre se posesionará del espacio y la
ciudad se convertirá en habitación humana
celeste.

b) La ciudad neoclásica ideal

La ciudad neoclásica fue de otro modo. No se
puede hablar de arquitectura del XVIII sin explícita
referencia a León Defourny (1754-1818). El neoclasicismo
fue esencialmente moral, no metafísico como el del
Renacimiento. La ciudad entonces debía exhibir edificios
públicos de tanta magnificencia como se le debe al Estado
y con tanta modestia como conviene a la vida simple del
ciudadano. Si la virtud es simple, simple debe ser la morada del
francés; y seguía Defourny: "Si en el Antiguo
Régimen los pervertidos cortesanos rebosaban de lujo, hoy,
cuando todo ese cortejo de la tiranía ha desaparecido,
reserven los artistas su genio para ponderar la virtud. Los
grandes edificios deben producir grandes impresiones; los muros
deben hablar; las consignas multiplicadas deben convertir
nuestros edificios en libros de moral, lo que no quiere decir que
nuestra arquitectura no deba regenerarse también en la
Geometría
".

El lector me va a permitir aquí, a
propósito de "edificios como libros de moral"
,haga una pequeña digresión sobre la ciudad de
Dulcinea, El Toboso. No se extrañe. No hay ciudad
más libro que esta ciudad de la Mancha. Apenas el curioso
viajero se baja del autobús, se ve sorprendido por una
ciudad-libro o un libro-ciudad: Desde el frontis de la primera
casa empieza uno a leer, casa tras casa, fragmentos ese
capítulo XI de la Segunda Parte del Quijote, donde el
afamado Hidalgo y Sancho ingresan "media noche era por
filo"
en busca del palacio de Dulcinea. Sancho sabía
que no existía ni tal Dulcinea ni tal palacio, pero -por
amor a los ideales de su amigo- le acompañó en tal
elevado deseo. ¿Cómo desató Sancho tal
embrollo en el que ese día se metió? "Mi amo,
está amaneciendo, embosquémonos y volvamos otro
día a buscar el palacio de Dulcinea, no sea que la Santa
Hermandad, que nos anda buscando, nos encuentre
". Y la
solución del hábil torpe resultó ser
más sabia que la del letrado amo. No se extrañe
entonces el lector si también, viajero tras el Palacio de
la Princesa de todos los sueños, el libro desaparece de
una pared, pues hasta ahí llegó la entrada de
nuestros dos amigos al Toboso.

Boullée.Etienne-Louis Boullée (1728-1799),
matiza la idea neoclásica de ciudad de Defourny.
Dejó escrita su teoría en un texto cuyo
título es "Architecture. Essai sur l'art", redactado
durante los años noventa del siglo XVIII. De aquí
se desprende que no es la construcción lo que interesa a
Boullée, sino su concepción, su idea, la
poesía que la arquitectura pueda dar. Una ciudad para
Boullée no es en primera instancia un espacio para vivir,
sino para convivir con la arquitectura. "No era la utilidad o
la construcción lo que hacía posible la
arquitectura, sino, según Boullée, la forma de los
edificios, su escala, la perfección de las figuras
geométricas que permitían su existencia, de tal
forma que en su claridad, rotundidad y simplicidad pudiesen
conmover, emocionar, educar… Es más, quiso que la
arquitectura fuese monumental, que fuese funcional cívica
y moralmente, vinculándola al silencio, a las sombras, a
la Naturaleza, a la Razón, al valor de lo infinito. Por
eso no fue clásico ni neoclásico, sino que redujo
la arquitectura a sus formas originarias, al cubo, a la
pirámide, a la esfera y la llenó de sombras y
luces. La iluminó o la oscureció según
debiera el edificio anunciar alegría o tristeza"

comenta Joaquín Yarza. La distancia con los arquitectos de
Urbino, en cuanto a forma, es muy corta, y se unen en el mismo
amor a la ciudad.

c).El siglo XX. Le Corbussier o la ciudad en
deuda

Para Le Corbussier, en la concepción de la ciudad
ideal han de conjugarse dos cosas, el habitar y el vivir. El
habitar tiene que ver con la conjugación hermanada de
hombre y espacio, el vivir apunta, en su concepción, con
la supervivencia, el transporte, el trabajo, los espacios
públicos y de diversión. Brasilia sería su
modelo. Pero resulta que Brasilia, "la ciudad radiante"
no ha resultado ser la ciudad modelo para el mundo. Han entrado
otras variables distintas de aquellas del año 50
contempladas por Le Corbussier: la velocidad y el tiempo. Estos
dos factores expresados en trenes de alta velocidad, han dado
lugar a la ciudad-trabajo y la ciudad-satélite. La ciudad
aledaña donde se vive y la ciudad de la fábrica.
Pero resulta que aquélla, la ciudad satélite
resulta ser más importante que la "ciudad
planeta".
Hoy no nos hemos percatado de ello, incluso a
aquélla, la satélite, la llamamos despectivamente "
Ciudad Dormitorio". El nuevo diseño de la ciudad
ideal tendrá que humanizar esta ciudad del
"estar" y no del "pasar", de la familia y no de
la producción; convertir al "satélite" en
"planeta" y a éste, por la alta velocidad con que
se transforma mediante la industria, en mero fugaz cometa. Este
es el nuevo reto que nos dejó Le Corbussier con su
espléndido fracaso de Brasilia, una meditación
sobre el espacio urbano y el hombre, que Al Farabi humanizaba en
la Edad Media al decir: "Una ciudad debe ser como un cuerpo
humano, saludable y perfecto"
.

La ciudad ideal, primero dedicada a los dioses (Uruk),
después hecha defensiva o Acrópolis (Atenas),
platónica en XV con Piero de la Francesca, moralizada por
el XVIII, más tarde en el siglo XX, comercial
(Turín), del habitar y el vivir (Brasilia), sigue en
deuda. La definición de Aristóteles sobre la
ciudad, que expresa en su "Política" como:
"Perfecto y absoluto conjunto o comunión de muchos
pueblos en una unidad",
está por hacer.

CONCLUSIÓN

La ciudad y nuestro tiempo

La ponderación que hemos hecho de la ciudad como
"radicación", es decir, en tensionalidad entre centro y
expansión, identidad y límite, no debe verse como
modelo de habitación de perfección humana. La
fórmula de la ciudad, como la de la persona, es la de un
equilibrio entre vida exterior y vida interior. Si la ciudad es
el doble del ciudadano, ella como éste tendrán una
etapa de desarrollo de vida muy similar: Si el ser humano,
formado ya, debe arrostrar el reto de ser con los otros;
así debe suceder con la vida de la ciudad: Radialmente
formada, deberá saber convivir con los barrios y zonas
extremas de expansión. El Santiago Centro debe saber
convivir con el Santiago del Matadero, Estación Central,
Peñalolén, Lo Curro, La Florida y cercanías
de San Bernardo; estos espacios aledaños al centro de la
ciudad no desidentifican la urbe, si cumplen con la
fórmula urbana "ex pluribus, unum", unidad en la
pluralidad. Dígase lo mismo de Buenos Aires, tal como
hemos definido las múltiples formas de ser porteño.
Por lo demás, identidad y sectorización, es
exigencia propia de nuestros tiempos sobre la que hemos de
reflexionar un poco más.

Hubo un sabio benedictino Dom Lu que recomendaba a sus
hermanos de occidente – embargados por el "pathos" del
progresismo y fe en el futuro europeísta- meditasen en los
rosetones de las espléndidas catedrales góticas. La
rosa, modelo de perfección –Dante dibuja el
Paraíso como una rosa- debe ser el modelo de la
próxima civilización, y su ejemplo la ciudad: cada
pétalo de la rosa nada es por sí y es todo unido a
los demás. En el futuro de la civilización global
cada cultura no deberá luchar contra la otra, no debe
desaforadamente progresar como un meteoro suelto. La
dirección es otra, si la historia llegó a su fin
(Fukuyama) el símbolo de la rosa o la sabiduría de
la integración de culturas –espacios distintos en el
caso de la ciudad- será el nuevo modelo de
civilización. La ciudad moderna debe ser escuela de mundos
más amplios y ajenos. Tras la expansión de nuestras
ciudades, casi en forma ilimitada, y tras el fraccionamiento de
comunas, es la hora, no de expandir más el espacio urbano,
sino de hacer de la ciudad una rosa enriquecida de
múltiples barrios distintos y complementarios. Este es el
imperativo de la nueva estética urbana. La ciudad como su
habitante, tras su madurez debe salir a convivir, que es muy
distinto del coexistir. De este espíritu de
integración, que hoy día es universal, nos dan
buena cuenta EE.UU. Europa y los Estados Árabes. La nueva
ley de habitación de los humanos, es la ley de la
yuxtaposición, que no es "oposición", sino ley de
sintaxis. Nuevamente Grecia, aquellas múltiples "polis"
–Atenas, Corinto, Tebas, Micenas y tantas otras-
decidieron, cuando fue oportuno, entrar en hermandad con el
Imperio de Alejandro Magno. Hoy se estudia este imperio como
modelo de la nueva integración de los pueblos, y aquellas
siete ciudades que en el oriente llevan el nombre de
Alejandría, fueron modelos para una ampliación del
imperio, sin desintegración.

Es cierto que nos cuesta desprendernos del linealismo
europeo y su sentido fáustico, pero el surgimiento de
espacios geográficos económicamente potentes como
Japón, China, Canadá, Estados Unidos, Brasil etc.
nos hace pensar en la existencia de otras culturas sustantivas
con las cuales hay que convivir. La vieja idea de lo "incluyente"
(Europa) y los "incluido" (el resto del mundo), debe dar lugar al
continentalismo rosa, sustentado en las ciudades rosa. Lo que
suceda a nivel mayor, deberá suceder a nivel menor, a
escala ciudadana. Nuevamente la ciudad educadora, de acogida y
expansión, de ser y ser con otros.

En esta dinámica continental y multicultural, las
ciudades deben constituirse en pedagogía secreta de esta
nueva forma ecuménica de vivir. Ver y ver en universal,
empieza desde lo más cercano, la ciudad. La tendencia
hacia un universalismo debe ir de lo simple a lo complejo. La
ciudad es lo más simple. Los alumnos de nuestros liceos
deben incorporar a sus lecciones de historia y geografía,
la unidad de "Mi ciudad", donde deberán aprender a
descubrir la riqueza de los múltiples barrios como riqueza
de la ciudad total. Me permito sugerir más, la necesidad
de estatuir "La fiesta de cada comuna", allí donde las
pobres sectorizaciones se convertirán en ricas
manifestaciones para disfrute y gozo de los demás barrios
de la ciudad. El contrapunto musical, es buen ejemplo de la
posibilidad de la unión de lo diverso. Todo ello debe
conducir a un cambio de mentalidad, a una revolución
cognitiva. Solo lograremos una integración de pueblos
hispanoamericanos, si primero logramos integrarnos mentalmente a
nivel elemental, que es el de mi barrio y mi ciudad.

 

 

Autor:

César García
Álvarez

Partes: 1, 2
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