Temas de la Niñez: la disciplina de los hijos –
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Temas de la Niñez: la disciplina
de los hijos
Nuestra, no es la única de las
especies que usa la enseñanza para asistir a sus
retoños a adaptar a las demandas de la vida tribal o en
sociedad.
Es necesario que entendamos que la tarea de
socializar a los niños es esencial para su
adaptación y supervivencia, y que ésta, de
antaño una actividad de familia y de vecinos, hoy se
comparte con personas extrañas como son profesores,
criadas e instructores.
Los jóvenes aprenden las reglas de
la comunidad donde viven por medio de observar el ejemplo de sus
mayores y asimismo, por medio de la labor reguladora que los
últimos ejercen con firmeza y ternura.
Pero, en ese aspecto; singularmente
pedagógico y social, no estamos solos ni somos especiales.
Otros animales lo practican y son exitosos en sus
esfuerzos.
Y, como aprendiéramos de Lorenz,
mucho podemos derivar si nos dejamos guiar por las observaciones
que hacemos y por los ejemplos que ganamos de otros vertebrados,
aun de aquéllos cuya relación genética con
nosotros sea remota.
Por ejemplo, en los años finales del
siglo pasado, la población africana de los rinocerontes
blancos estaba siendo decimada por actos de violencia.
¿Dónde?
Esperen…
Terapeuta…
Lo sorprendente, en este caso, sería
que ellos eran perseguidos no por cazadores furtivos sino por
elefantes machos, jóvenes; que habiendo sido hechos
huérfanos — como resultado de operaciones de control de
la población de paquidermos — en el Parque Nacional de
Kruger en Sud África, crecieron
indisciplinados.
¿Qué lo causó? La
sobrepoblación. La expansión demográfica, si
no era arrestada, amenazaba a una especie.
Los adultos de la manada fueron
sacrificados y los elefantes bebés fueron transportados a
otras regiones del parque, donde crecieron sin el beneficio de
los años de supervisión de sus padres que requiere
todo elefante inmaduro.
Los elefantes huérfanos se
desarrollaron tornándose en sociópatas juveniles,
sin restricciones ni límites.
La salvación de los rinocerontes fue
el trasplante de un número representativo de elefantes
toros, adultos y maduros; quienes procederían a socializar
y a entrenar a los jóvenes delincuentes en los
comportamientos esperados de elefantes responsables.
En la línea continua de la
socialización, nuestra especie está localizada
entre los elefantes y los simios — hacia el fondo — y las
hormigas y los himenópteros, en el otro
extremo.
Nosotros nacimos dotados, en la
mayoría de los casos, con la capacidad potencial del
desarrollo de una conciencia reguladora, que actúa para
impedir que violemos las reglas de la sociedad.
Esta conciencia, aplicada e implementada de
modo colectivo, forma las bases para el desarrollo y
evolución de la Ley Natural, de la que tanto, en mis
lecciones hablamos.
Nosotros podemos aprender a sentir
empatía por otros animales, no sólo por los
miembros de nuestra especie y asimismo derivamos
satisfacción cuando nos conducimos con
altruismo.
Otros animales hacen lo mismo.
La mayoría de nosotros desarrolla un
sentido de responsabilidad hacia nuestras familias y comunidades,
y un deseo de compartir la carga del esfuerzo colectivo, emulando
a quienes admiramos. Sintiéndonos bien, acerca de nosotros
mismos, mientras lo hacemos.
Pero hay diferencias cruciales.
Las proclividades sociales de los insectos
están incrustadas en sus genes que los orientan, de modo
draconiano e ineluctable, a ser sociales.
Son sociables y se sacrifican por el bien
colectivo, a menudo, sin tener otra alternativa.
Nosotros, porque alternativas tenemos,
debemos aprender el uso de la socialización y del
aprendizaje ético y moral.
En nuestro género, las inclinaciones
que nos permiten desarrollar la moralidad final, no nacen en
nuestros organismos totalmente desarrolladas, sino que, como
sucede con nuestra capacidad de adquirir el lenguaje,
éstas deben de ser despertadas, reguladas, y reforzadas
por medio de nuestras interacciones con otros seres humanos
durante nuestro crecimiento psicosexual.
Por esa razón, nuestro éxito,
como psiquiatras, en rehabilitar personas que crecen sin
socialización, como tanto hemos constatado en nuestras
ponencias acerca de la psicopatía, es muy
pobre.
Por lo antedicho es que igualmente, resulta
importante entender, que como sucede con el aprendizaje del
lenguaje, que si no se estimula, se atrofia. En el caso de la
socialización, la cual si no se nutre de la manera debida,
dará como resultado a una persona sin principios
éticos y, quizás en una que será amenaza
para todos.
La socialización de nuestros hijos
en el paleolítico superior
Nuestros antepasados vivían en medio
de grupos pequeños de familia extendida, en los cuales los
abuelos, tíos, y primos cercanos, ya mayores; todos
participarían igualmente, con los padres, en la
educación del joven.
Este sistema funcionaba, y funciona bien en
todas las sociedades primitivas que aún existen. Todos los
adultos intervienen en la educación del niño y, a
pesar de que algunos de estos grupos son bastante violentos hacia
otros — entre ellos, el crimen es muy raro.
En nuestro mundo y, especialmente, en
nuestros países con costumbres hispánicas, la
socialización del niño se relega esencialmente a
los padres, principalmente la madre, la que ella comparte con las
niñeras, esperando poca contribución directa por
parte del papá.
Hoy día, gracias al incremento de la
frecuencia del divorcio, la responsabilidad recae, a menudo, a un
solo padre.
Con el resultado triste de que una madre (o
padre) que está abrumada con su carga, que es
incompetente, o que carece de socialización propia, puede
pasar a sus hijos la orientación dañina hacia la
falta de consideración por los demás, o a la
psicopatía.
Antes de proseguir con esta tesis, debemos
recalcar que la figura del papá, en nuestra especie, es de
tanta importancia crucial, como la que viéramos en el
ejemplo citado de los elefantes.
En nuestro género, el castigo,
especialmente, el castigo físico o el castigo en forma de
tortura psicológica, produce adultos que abusan sus hijos,
torturan animales, maltratan sus cónyuges o que cometen
actos de violencia cuando la oportunidad se presenta.
Las malas conductas de los niños no
pueden ser sancionadas con castigos, sin aplicar los aspectos
adicionales del aprendizaje y la razón.
Tener que administrar cualquier forma de
penalidad o reproche, es admisión de fallo en las
comunicaciones entre padres e hijos.
La clave está en recompensar los
buenos actos y buscar alternativas a los inaceptables.
Para muchos, esto representa demasiado
esfuerzo, prefiriendo relegarlo a las criadas.Marcar normas simples y
comprensivas a los niños desde que son pequeños, es
la base para lograr toda buena conducta. El exceso de
permisividad deriva en pequeños tiranos/egoístas no
acostumbrados a recibir un "no", mientras que el autoritarismo
dictatorial puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus
padres y madres los rechazan.
La relación entre padres e hijos es
una arena movediza en la que unos luchan por mantener el poder y
otros por conquistarlo, pero no se puede tomar el camino
fácil de imponer un castigo, porque su efecto, aunque
inmediato, es efímero.
A la larga, da mejor resultado recompensar
las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos
que menos gustan. Todo el mundo reconoce que los actos que se
repiten son los que acarrean mayor beneficio.
Lucha de poder entre padres e
hijos
La mayor parte de los comportamientos Lo que por sí sólo no Una vez que el niño ejecuta Existen situaciones especiales de Muchos niños que no se Por otro lado, se encuentran los Éste no es el camino No se puede ser tan autoritario que Si no se establece ese equilibrio, se Los padres les repiten, les recuerdan Los hijos desafían a sus Muchos adultos, nunca se alejan de Los niños "ganan" cuando los |
Para mostrar descontento con el
comportamiento de sus hijos, algunos padres recurren a los
escarmientos, que pueden ser físicos y severos. Sin
embargo, recurrir a la bofetada es un error gravísimo que
cometen los padres porque, si ellos saben educar, nunca van a
tener que levantar la mano al hijo, y si lo hacen es porque algo
ha ido muy mal.
Otros castigos pueden ser los gritos, las
riñas o los insultos, a los que los padres recurren porque
el efecto inmediato es que los niños dejan de hacer sus
travesuras. Pero sucede que el efecto de esos castigos es
momentáneo. Por lo general, los padres que reprehenden a
sus hijos se quejan de que el niño no aprende por
más que lo castigan y que deben reprenderlos una y otra
vez.
El castigo es un factor que permite que una
conducta disminuya de frecuencia mientras se aplica el castigo,
pero que, de la misma manera, hace que la conducta indeseada
aumente cuando el efecto cesa.
Los inconvenientes, por lo tanto, de esta
situación son dos: por un lado, al tener un efecto
momentáneo, el niño repetirá la conducta
castigada nuevamente, mientras que los padres, al notar que la
penalidad surte efecto en el momento en que la aplican, tienden a
castigar cada vez más y con mayor presteza y dureza. Como
consecuencia de todo esto, el niño no aprende a mejorar su
comportamiento sino a perfeccionar sus conductas conflictivas
para evitar la, indeseada respuesta, a los que poco a poco se
hace insensible.
Además, sean o no físicos los
castigos, inducen un aumento de la agresividad de los
niños. Les damos un ejemplo de que cuando estamos
enfadados con alguien, es buena medida ir al ataque contra
él, lo cual provocará indudables derivaciones
indeseables — pero añadir castigos morales como instilar
sentimientos de culpabilidad pueden hacer tanto o más
daño que un castigo físico, provocando una mayor
agresividad residual en el niño.
Por su parte, los expertos en la
puericultura insisten en que en ningún caso el sistema de
castigos debe aplicarse, bien porque su efecto es temporal y la
conducta vuelve a repetirse, o porque lo que el adulto considera
desagradable para el niño, en realidad no lo es para
él y, en vez de considerarlo un castigo, se convierte en
un reforzador, aumentando el comportamiento mal adaptado en
intensidad y frecuencia — aunque lo hagan de manera
subrepticia.
Asimismo, hay que cuidar los comentarios
que se transmiten al niño, puesto que cuando el
niño escucha expresiones como "eres un atronado" o "eres
malo", lesiona gravemente su autoestima.
Lo preferible es que los castigos sean
sustituidos por técnicas de razonamiento, con las que el
niño aprenderá las consecuencias de sus actos, de
las que sólo él será protagonista. Si el
pequeño no obedece las normas, debe aprender por sí
mismo a resolver los problemas porque nadie se los va a resolver.
Si un adolescente deja la ropa sucia en el suelo, los padres no
pueden recogerla y llevarla a la lavadora, sino al cajón,
pero sucia. Entonces el adolescente reconocerá las
consecuencias de sus actos cuando quiera ponerse una ropa limpia
y vea que no lo está. En la misma línea, al
niño que no quiera comer no se lo podrá hacer otra
comida hasta que no coma lo que está en el plato y, por
supuesto, no se le ofrece darle de comer entre horas.
Lo que es más viciado, es cuando los
padres usan las comidas y las golosinas como métodos de
disciplina o de recompensa.
Las actitudes positivas han de ser
esperadas y recompensadas
El caso de Cristina Emilia
Tenía once años, era
extremadamente atlética y se destacaba en todos los
deportes que practicara. De hecho era más proficiente que
la mayoría de los varones, por ello sería procurada
para ser miembro de todos los equipos.
Su principal problema era, que siendo hija
única de ministros protestantes, poseía el
más extensivo vocabulario de expresiones groseras que se
puede concebir.
No sufría, por ser muy delgada —
de la anorexia — ni del síndrome de Tourette — por lo
de la boca sucia.
Tenía algunos asuntos de identidad
que resolver, entrando la terapia con verdadero
entusiasmo.
Las sesiones terapéuticas
procedían bien, hasta un domingo fatídico cuando la
llamada de emergencia llegó.
Era el papá. Me contó el
siguiente episodio, recién ocurrido
En su casa se congregaba un grupo de
clérigos representantes de varias religiones.
Cristina Emilia, retornaba de la cancha
desaseada y con ropas sucias.
Sin pensarlo, la mamá le dice:
"luces como una puerca, para estar en
compañía…"
Lo que siguió fue una
explosión de furia por parte de la joven muchacha con el
acompañamiento resonante de un torrente de pirotecnia
verbal.
El padre y la madre, ambos la siguieron a
su alcoba, donde se disculparon por las palabras desatinadas de
la madre, añadiendo, lo siguiente:
"¿Cómo podemos darte castigo,
si has sido tan buena, por tanto tiempo?"
A lo que la sorprendida joven
respondió: "No, la que debe disculpas soy yo, por mi falta
de cuidado, al presentarme sucia, y por lo que dije. Voy a pedir
excusas a la visita".
Mi respuesta fue breve, "reverendo, la
terapia de ustedes, ya casi termina. Lo felicito".
El objetivo de los padres es que sus hijos
aprendan pautas de comportamiento para que, a la larga, vivan en
harmonía social con los demás. Por este motivo, hay
que buscar técnicas que logren efectos duraderos a largo
plazo, no momentáneos.
Las políticas de recompensa son las
técnicas que nos van a servir para este objetivo de
conseguir efectos estables. Estas técnicas se basan en el
hecho de que las personas tienden a realizar las cosas en las que
encuentran una compensación y evitan las que les suponen
un esfuerzo o una dificultad que no va a ser reconocida. En el
caso de los niños, aprenderán y repetirán
mejor los comportamientos con los que obtengan algún
beneficio, aunque hay que tener cuidado con las recompensas y el
modo en que se administran. Muchos padres asocian la idea de
recompensa con la de un bien material. Sin embargo, las
recompensas más eficaces son las inmateriales: el elogio,
la atención, el afecto, la compañía, suelen
ser las más económicas y eficaces.
La pregunta es ¿qué se debe
recompensar exactamente? Primero, se debe examinar cuidadosamente
qué se está recompensando o castigando. Para ello,
se debe ver qué es lo que el niño considera que le
recompensan. Puede ocurrir que los padres piensen que recompensan
un acto y que el niño crea que el beneficio es por otro
acto. Hay que dar atención, afecto y elogios ante las
conductas que interesa que el niño produzca, desde el
momento en que el niño intenta actuar correctamente.
También hay que tener en cuenta otros aspectos:
Dan mejor resultado las recompensas que
se aplican en el mismo momento en que se produce la
acción que se quiere premiar, porque si se pospone se
corre el riesgo de que el niño olvide por qué
se le da reconocimiento.No es necesario aplaudir cada vez que
el niño hace algo bueno. Sino que hay que mantener
viva la importante noción de que la autoestima, mucho
depende del mérito merecido, como hicieran los padres
de Cristina Emilia.
En resumen:
Hay que seguir el mismo método de
los juegos de azar: no se gana cada vez que se apuesta. Cuando
los padres no encuentran en sus hijos conductas que compensar,
como en el caso de los niños muy conflictivos, lo
más acertado es establecer conductas alternativas e
informarle de lo poco apropiada que es la conducta que ha tenido
hasta ese momento, o recompensarlo por buenos comportamientos
previos. El objetivo es que, sin exaltarse ni gritar, los padres
inculquen a sus hijos nuevas conductas. Una estrategia con la
que, además de cambiar el comportamiento de los
pequeños, se estrecharán lazos entre padres e
hijos.
No crean, por un instante, que nuestros
comportamientos son más espontáneos que
predeterminados. No lo son.
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Autor:
Dr. Félix E. F.
Larocca