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Temas de la Niñez: la disciplina de los hijos




Enviado por Felix Larocca




    Temas de la Niñez: la disciplina de los hijos –
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    Temas de la Niñez: la disciplina
    de los hijos

    Nuestra, no es la única de las
    especies que usa la enseñanza para asistir a sus
    retoños a adaptar a las demandas de la vida tribal o en
    sociedad.

    Es necesario que entendamos que la tarea de
    socializar a los niños es esencial para su
    adaptación y supervivencia, y que ésta, de
    antaño una actividad de familia y de vecinos, hoy se
    comparte con personas extrañas como son profesores,
    criadas e instructores.

    Los jóvenes aprenden las reglas de
    la comunidad donde viven por medio de observar el ejemplo de sus
    mayores y asimismo, por medio de la labor reguladora que los
    últimos ejercen con firmeza y ternura.

    Pero, en ese aspecto; singularmente
    pedagógico y social, no estamos solos ni somos especiales.
    Otros animales lo practican y son exitosos en sus
    esfuerzos.

    Y, como aprendiéramos de Lorenz,
    mucho podemos derivar si nos dejamos guiar por las observaciones
    que hacemos y por los ejemplos que ganamos de otros vertebrados,
    aun de aquéllos cuya relación genética con
    nosotros sea remota.

    Por ejemplo, en los años finales del
    siglo pasado, la población africana de los rinocerontes
    blancos estaba siendo decimada por actos de violencia.

    ¿Dónde?
    Esperen…

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    Terapeuta…

    Lo sorprendente, en este caso, sería
    que ellos eran perseguidos no por cazadores furtivos sino por
    elefantes machos, jóvenes; que habiendo sido hechos
    huérfanos — como resultado de operaciones de control de
    la población de paquidermos — en el Parque Nacional de
    Kruger en Sud África, crecieron
    indisciplinados.

    ¿Qué lo causó? La
    sobrepoblación. La expansión demográfica, si
    no era arrestada, amenazaba a una especie.

    Los adultos de la manada fueron
    sacrificados y los elefantes bebés fueron transportados a
    otras regiones del parque, donde crecieron sin el beneficio de
    los años de supervisión de sus padres que requiere
    todo elefante inmaduro.

    Los elefantes huérfanos se
    desarrollaron tornándose en sociópatas juveniles,
    sin restricciones ni límites.

    La salvación de los rinocerontes fue
    el trasplante de un número representativo de elefantes
    toros, adultos y maduros; quienes procederían a socializar
    y a entrenar a los jóvenes delincuentes en los
    comportamientos esperados de elefantes responsables.

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    En la línea continua de la
    socialización, nuestra especie está localizada
    entre los elefantes y los simios — hacia el fondo — y las
    hormigas y los himenópteros, en el otro
    extremo.

    Nosotros nacimos dotados, en la
    mayoría de los casos, con la capacidad potencial del
    desarrollo de una conciencia reguladora, que actúa para
    impedir que violemos las reglas de la sociedad.

    Esta conciencia, aplicada e implementada de
    modo colectivo, forma las bases para el desarrollo y
    evolución de la Ley Natural, de la que tanto, en mis
    lecciones hablamos.

    Nosotros podemos aprender a sentir
    empatía por otros animales, no sólo por los
    miembros de nuestra especie y asimismo derivamos
    satisfacción cuando nos conducimos con
    altruismo.

    Otros animales hacen lo mismo.

    La mayoría de nosotros desarrolla un
    sentido de responsabilidad hacia nuestras familias y comunidades,
    y un deseo de compartir la carga del esfuerzo colectivo, emulando
    a quienes admiramos. Sintiéndonos bien, acerca de nosotros
    mismos, mientras lo hacemos.

    Pero hay diferencias cruciales.

    Las proclividades sociales de los insectos
    están incrustadas en sus genes que los orientan, de modo
    draconiano e ineluctable, a ser sociales.

    Son sociables y se sacrifican por el bien
    colectivo, a menudo, sin tener otra alternativa.

    Nosotros, porque alternativas tenemos,
    debemos aprender el uso de la socialización y del
    aprendizaje ético y moral.

    En nuestro género, las inclinaciones
    que nos permiten desarrollar la moralidad final, no nacen en
    nuestros organismos totalmente desarrolladas, sino que, como
    sucede con nuestra capacidad de adquirir el lenguaje,
    éstas deben de ser despertadas, reguladas, y reforzadas
    por medio de nuestras interacciones con otros seres humanos
    durante nuestro crecimiento psicosexual.

    Por esa razón, nuestro éxito,
    como psiquiatras, en rehabilitar personas que crecen sin
    socialización, como tanto hemos constatado en nuestras
    ponencias acerca de la psicopatía, es muy
    pobre.

    Por lo antedicho es que igualmente, resulta
    importante entender, que como sucede con el aprendizaje del
    lenguaje, que si no se estimula, se atrofia. En el caso de la
    socialización, la cual si no se nutre de la manera debida,
    dará como resultado a una persona sin principios
    éticos y, quizás en una que será amenaza
    para todos.

    La socialización de nuestros hijos
    en el paleolítico superior

    Nuestros antepasados vivían en medio
    de grupos pequeños de familia extendida, en los cuales los
    abuelos, tíos, y primos cercanos, ya mayores; todos
    participarían igualmente, con los padres, en la
    educación del joven.

    Este sistema funcionaba, y funciona bien en
    todas las sociedades primitivas que aún existen. Todos los
    adultos intervienen en la educación del niño y, a
    pesar de que algunos de estos grupos son bastante violentos hacia
    otros — entre ellos, el crimen es muy raro.

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    En nuestro mundo y, especialmente, en
    nuestros países con costumbres hispánicas, la
    socialización del niño se relega esencialmente a
    los padres, principalmente la madre, la que ella comparte con las
    niñeras, esperando poca contribución directa por
    parte del papá.

    Hoy día, gracias al incremento de la
    frecuencia del divorcio, la responsabilidad recae, a menudo, a un
    solo padre.

    Con el resultado triste de que una madre (o
    padre) que está abrumada con su carga, que es
    incompetente, o que carece de socialización propia, puede
    pasar a sus hijos la orientación dañina hacia la
    falta de consideración por los demás, o a la
    psicopatía.

    Antes de proseguir con esta tesis, debemos
    recalcar que la figura del papá, en nuestra especie, es de
    tanta importancia crucial, como la que viéramos en el
    ejemplo citado de los elefantes.

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    En nuestro género, el castigo,
    especialmente, el castigo físico o el castigo en forma de
    tortura psicológica, produce adultos que abusan sus hijos,
    torturan animales, maltratan sus cónyuges o que cometen
    actos de violencia cuando la oportunidad se presenta.

    Las malas conductas de los niños no
    pueden ser sancionadas con castigos, sin aplicar los aspectos
    adicionales del aprendizaje y la razón.

    Tener que administrar cualquier forma de
    penalidad o reproche, es admisión de fallo en las
    comunicaciones entre padres e hijos.

    La clave está en recompensar los
    buenos actos y buscar alternativas a los inaceptables.

    Para muchos, esto representa demasiado
    esfuerzo, prefiriendo relegarlo a las criadas.Monografias.comMarcar normas simples y
    comprensivas a los niños desde que son pequeños, es
    la base para lograr toda buena conducta. El exceso de
    permisividad deriva en pequeños tiranos/egoístas no
    acostumbrados a recibir un "no", mientras que el autoritarismo
    dictatorial puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus
    padres y madres los rechazan.

    La relación entre padres e hijos es
    una arena movediza en la que unos luchan por mantener el poder y
    otros por conquistarlo, pero no se puede tomar el camino
    fácil de imponer un castigo, porque su efecto, aunque
    inmediato, es efímero.

    A la larga, da mejor resultado recompensar
    las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos
    que menos gustan. Todo el mundo reconoce que los actos que se
    repiten son los que acarrean mayor beneficio.

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    Lucha de poder entre padres e
    hijos

    La mayor parte de los comportamientos
    infantiles son aprendidos. Al nacer, el niño
    desconoce las normas y las pautas de conducta que se
    consideran adecuadas, por lo que busca sus propios modelos
    y aprende de ellos. Se considera que el comportamiento es
    reprochable cuando, por defecto o exceso, no se adapta a lo
    que se entiende que sean los socialmente aceptables. En
    este sentido, son muchos los padres que acuden a nosotros y
    hacen la misma pregunta: ¿Por qué mi hijo se
    comporta así? La respuesta está clara: porque
    probando los límites aprenden a
    reconocerlos.

    Lo que por sí sólo no
    les enseña a respetarlos, por eso tenemos que
    iniciarles en cómo hacerlo.

    Una vez que el niño ejecuta
    una acción, la repetirá o no, en
    función del efecto que produzca en su entorno, por
    lo que los padres deben encontrar el equilibrio entre
    permisividad y autoridad. No obstante, cada problema debe
    ser analizado de manera individual para descubrir su
    origen, cualquiera que este pueda ser.

    Existen situaciones especiales de
    interés clínico

    Muchos niños que no se
    comportan bien sufren de problemas relacionados al
    desarrollo. Se estima que cerca del 40% de los niños
    hiperactivos, demuestran problemas de disciplina, porque
    carecen de la habilidad de modular sus impulsos y, cuando
    cometen un error, les gustaría resolverlo pero no
    pueden.

    Por otro lado, se encuentran los
    niños con trastornos ambientales, cuyos problemas de
    comportamiento tienen origen a menudo en la
    sobreprotección de los padres, que resuelven los
    problemas que el niño debe de resolver por sí
    mismo. Si a los niños, ya capaces, les alimentan la
    comida los padres, les permiten ir a la cama cuando
    quieren, y les celebran todo lo que hacen, no se les educa
    en la capacidad de frustración y los niños no
    toleran un "no".

    Éste no es el camino
    productivo ni conducente a la buena conducta.

    No se puede ser tan autoritario que
    el niño sienta que sus padres no le quieren, ni tan
    permisivo que acabe haciendo siempre lo que le dé la
    gana.

    Si no se establece ese equilibrio, se
    produce lo que se conoce como lucha por el
    control:

    Los padres les repiten, les recuerdan
    lo que deben hacer sus hijos, pero con resultados
    negativos. Luego negocian, razonan y sermonean sin
    éxito. Cuanto más repiten, más se
    enojan, hasta acabar en gritos y amenazas, incluso en
    insultos y bofetadas. Cuando ya no pueden más,
    explotan diciendo cosas de las que luego se
    arrepentirán y aplicando castigos desproporcionados
    que nada consiguen mejorar. Estas rutinas pueden
    convertirse en patrones destructivos de
    comunicación, relación familiar y
    resolución de problemas, en hábitos
    familiares que se consideran como la manera normal de
    convivir en casa.

    Los hijos desafían a sus
    padres cuando no sienten satisfechas sus necesidades y
    procuran el control. A veces nos ponen a prueba para
    mostrarnos que han cambiado y que las normas, por lo tanto,
    también han de cambiar. Nos desafían
    continuamente, nos provocan y muchos de ellos nos manipulan
    hasta llevarnos a su terreno y, entonces, "ganan" la
    batalla.

    Muchos adultos, nunca se alejan de
    esos comportamientos, destruyendo relaciones maduras con su
    necesidad interminable de ejercer control y tantear
    límites.

    Los niños "ganan" cuando los
    mayores pierden el control de la situación y la
    disputa se convierte en una verdadera contienda por
    capturar o mantener el poder.

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    Para mostrar descontento con el
    comportamiento de sus hijos, algunos padres recurren a los
    escarmientos, que pueden ser físicos y severos. Sin
    embargo, recurrir a la bofetada es un error gravísimo que
    cometen los padres porque, si ellos saben educar, nunca van a
    tener que levantar la mano al hijo, y si lo hacen es porque algo
    ha ido muy mal.

    Otros castigos pueden ser los gritos, las
    riñas o los insultos, a los que los padres recurren porque
    el efecto inmediato es que los niños dejan de hacer sus
    travesuras. Pero sucede que el efecto de esos castigos es
    momentáneo. Por lo general, los padres que reprehenden a
    sus hijos se quejan de que el niño no aprende por
    más que lo castigan y que deben reprenderlos una y otra
    vez.

    El castigo es un factor que permite que una
    conducta disminuya de frecuencia mientras se aplica el castigo,
    pero que, de la misma manera, hace que la conducta indeseada
    aumente cuando el efecto cesa.

    Los inconvenientes, por lo tanto, de esta
    situación son dos: por un lado, al tener un efecto
    momentáneo, el niño repetirá la conducta
    castigada nuevamente, mientras que los padres, al notar que la
    penalidad surte efecto en el momento en que la aplican, tienden a
    castigar cada vez más y con mayor presteza y dureza. Como
    consecuencia de todo esto, el niño no aprende a mejorar su
    comportamiento sino a perfeccionar sus conductas conflictivas
    para evitar la, indeseada respuesta, a los que poco a poco se
    hace insensible.

    Además, sean o no físicos los
    castigos, inducen un aumento de la agresividad de los
    niños. Les damos un ejemplo de que cuando estamos
    enfadados con alguien, es buena medida ir al ataque contra
    él, lo cual provocará indudables derivaciones
    indeseables — pero añadir castigos morales como instilar
    sentimientos de culpabilidad pueden hacer tanto o más
    daño que un castigo físico, provocando una mayor
    agresividad residual en el niño.

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    Por su parte, los expertos en la
    puericultura insisten en que en ningún caso el sistema de
    castigos debe aplicarse, bien porque su efecto es temporal y la
    conducta vuelve a repetirse, o porque lo que el adulto considera
    desagradable para el niño, en realidad no lo es para
    él y, en vez de considerarlo un castigo, se convierte en
    un reforzador, aumentando el comportamiento mal adaptado en
    intensidad y frecuencia — aunque lo hagan de manera
    subrepticia.

    Asimismo, hay que cuidar los comentarios
    que se transmiten al niño, puesto que cuando el
    niño escucha expresiones como "eres un atronado" o "eres
    malo", lesiona gravemente su autoestima.

    Lo preferible es que los castigos sean
    sustituidos por técnicas de razonamiento, con las que el
    niño aprenderá las consecuencias de sus actos, de
    las que sólo él será protagonista. Si el
    pequeño no obedece las normas, debe aprender por sí
    mismo a resolver los problemas porque nadie se los va a resolver.
    Si un adolescente deja la ropa sucia en el suelo, los padres no
    pueden recogerla y llevarla a la lavadora, sino al cajón,
    pero sucia. Entonces el adolescente reconocerá las
    consecuencias de sus actos cuando quiera ponerse una ropa limpia
    y vea que no lo está. En la misma línea, al
    niño que no quiera comer no se lo podrá hacer otra
    comida hasta que no coma lo que está en el plato y, por
    supuesto, no se le ofrece darle de comer entre horas.

    Lo que es más viciado, es cuando los
    padres usan las comidas y las golosinas como métodos de
    disciplina o de recompensa.

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    Las actitudes positivas han de ser
    esperadas y recompensadas

    El caso de Cristina Emilia

    Tenía once años, era
    extremadamente atlética y se destacaba en todos los
    deportes que practicara. De hecho era más proficiente que
    la mayoría de los varones, por ello sería procurada
    para ser miembro de todos los equipos.

    Su principal problema era, que siendo hija
    única de ministros protestantes, poseía el
    más extensivo vocabulario de expresiones groseras que se
    puede concebir.

    No sufría, por ser muy delgada —
    de la anorexia — ni del síndrome de Tourette — por lo
    de la boca sucia.

    Tenía algunos asuntos de identidad
    que resolver, entrando la terapia con verdadero
    entusiasmo.

    Las sesiones terapéuticas
    procedían bien, hasta un domingo fatídico cuando la
    llamada de emergencia llegó.

    Era el papá. Me contó el
    siguiente episodio, recién ocurrido

    En su casa se congregaba un grupo de
    clérigos representantes de varias religiones.

    Cristina Emilia, retornaba de la cancha
    desaseada y con ropas sucias.

    Sin pensarlo, la mamá le dice:
    "luces como una puerca, para estar en
    compañía…"

    Lo que siguió fue una
    explosión de furia por parte de la joven muchacha con el
    acompañamiento resonante de un torrente de pirotecnia
    verbal.

    El padre y la madre, ambos la siguieron a
    su alcoba, donde se disculparon por las palabras desatinadas de
    la madre, añadiendo, lo siguiente:

    "¿Cómo podemos darte castigo,
    si has sido tan buena, por tanto tiempo?"

    A lo que la sorprendida joven
    respondió: "No, la que debe disculpas soy yo, por mi falta
    de cuidado, al presentarme sucia, y por lo que dije. Voy a pedir
    excusas a la visita".

    Mi respuesta fue breve, "reverendo, la
    terapia de ustedes, ya casi termina. Lo felicito".

    El objetivo de los padres es que sus hijos
    aprendan pautas de comportamiento para que, a la larga, vivan en
    harmonía social con los demás. Por este motivo, hay
    que buscar técnicas que logren efectos duraderos a largo
    plazo, no momentáneos.

    Las políticas de recompensa son las
    técnicas que nos van a servir para este objetivo de
    conseguir efectos estables. Estas técnicas se basan en el
    hecho de que las personas tienden a realizar las cosas en las que
    encuentran una compensación y evitan las que les suponen
    un esfuerzo o una dificultad que no va a ser reconocida. En el
    caso de los niños, aprenderán y repetirán
    mejor los comportamientos con los que obtengan algún
    beneficio, aunque hay que tener cuidado con las recompensas y el
    modo en que se administran. Muchos padres asocian la idea de
    recompensa con la de un bien material. Sin embargo, las
    recompensas más eficaces son las inmateriales: el elogio,
    la atención, el afecto, la compañía, suelen
    ser las más económicas y eficaces.

    La pregunta es ¿qué se debe
    recompensar exactamente? Primero, se debe examinar cuidadosamente
    qué se está recompensando o castigando. Para ello,
    se debe ver qué es lo que el niño considera que le
    recompensan. Puede ocurrir que los padres piensen que recompensan
    un acto y que el niño crea que el beneficio es por otro
    acto. Hay que dar atención, afecto y elogios ante las
    conductas que interesa que el niño produzca, desde el
    momento en que el niño intenta actuar correctamente.
    También hay que tener en cuenta otros aspectos:

    • Dan mejor resultado las recompensas que
      se aplican en el mismo momento en que se produce la
      acción que se quiere premiar, porque si se pospone se
      corre el riesgo de que el niño olvide por qué
      se le da reconocimiento.

    • No es necesario aplaudir cada vez que
      el niño hace algo bueno. Sino que hay que mantener
      viva la importante noción de que la autoestima, mucho
      depende del mérito merecido, como hicieran los padres
      de Cristina Emilia.

    En resumen:

    Hay que seguir el mismo método de
    los juegos de azar: no se gana cada vez que se apuesta. Cuando
    los padres no encuentran en sus hijos conductas que compensar,
    como en el caso de los niños muy conflictivos, lo
    más acertado es establecer conductas alternativas e
    informarle de lo poco apropiada que es la conducta que ha tenido
    hasta ese momento, o recompensarlo por buenos comportamientos
    previos. El objetivo es que, sin exaltarse ni gritar, los padres
    inculquen a sus hijos nuevas conductas. Una estrategia con la
    que, además de cambiar el comportamiento de los
    pequeños, se estrecharán lazos entre padres e
    hijos.

    No crean, por un instante, que nuestros
    comportamientos son más espontáneos que
    predeterminados. No lo son.

    Bibliografía

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    • Larocca, F. E. F: (2007) Donde se
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      los luchadores sumo y otros asuntos
      en
      monografías.com

     

     

    Autor:

    Dr. Félix E. F.
    Larocca

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