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Las artes plásticas cubanas (1878-1902)




    Las artes plásticas cubanas (1878-1902) –
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    Las artes plásticas cubanas
    (1878-1902)

    Resumen

    La Escuela San Alejandro, elevada al rango de Academia
    por las autoridades metropolitanas españolas sigue
    marcando la pauta en las artes plásticas de la isla, no
    solo por ser el centro formador de artistas, sino por ser
    regidora del gusto en una sociedad conservadora e imitadora de
    las modas académicas del neoclasicismo francés e
    italiano. En 1878 asume la dirección de la misma el cubano
    Miguel Melero Rodríguez (1836-1907), el primer criollo al
    frente de esa institución, era un artista formado en esa
    escuela, bajo sus cánones y fue director continuador de
    las tradiciones clásicas y conservadora de aquella
    Academia criolla.

    Como artista Melero prefirió los temas
    históricos y mitológicos, siendo su obra más
    conocido su óleo, "El rapto de Dejanira por el centauro
    Nesso", con el cual ganó la dirección de la
    Academia; "Colón ante el Consejo de Salamanca", "Un
    Hidalgo", "Teresa de Jesús" y retratos de Felipe Poey,
    Félix Varela, el General Miguel Tacón, el General
    Arsenio Martínez Campos y el del Rey Alfonso XII, entre
    otros.

    Melero fue el maestro de una generación de
    pintores cubanos donde sobresalen su propio hijo, Miguel
    Ángel Melero, José Arburu Morell, Santiago
    Quiñones, Sebastián Gelabert, Federico Sulroca y
    otros con mayor o menor relieve en la plástica republicana
    posterior.

    Bajo la dirección de Melero se autoriza la
    matrícula de las mujeres en la academia San Alejandro,
    siendo las primeras, un pequeño grupo de muchachas que
    pintan los temas de la naturaleza tropical, trabajos a base de
    composiciones florales y frutas, pinturas hecha más bien
    por entretenimiento que por vocación, aunque algunas
    llegaron a destacarse como es el caso de Elvira Martínez,
    la esposa del hijo de Melero, Miguel Ángel.

    Miguel Ángel Melero (1865-1887) es el más
    destacado discípulo de su padre, pintor de amplia
    vocación y muerte prematura, sin desarrollar apenas las
    aptitudes que dejan ver sus escasas obras. Junto a su padre pinta
    el fresco de la "Resurrección" en la Capilla del
    cementerio de Colón y deja algunos estudios y bocetos, que
    junto a un "Autorretrato" rebelan sus amplias facultades
    artísticas. Fue uno de los mejores artistas cubanos del
    siglo XIX evidenciado en sus acabados bocetos, "Cabeza de
    Cardenal" y "Cristo yacente". Mesurado en el color,
    enérgico y firme en los trazos del sus dibujos. Su
    contacto con la pintura europea le sirve para reafirmar y
    enriquecer su talento, de este breve encuentro queda su boceto de
    "La batalla de Chappigny", obra de gran colorido y
    movimiento.

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    Otro malogrado artista decimonónico fue
    José Arburu Morell (1864-1889), de rápido
    desarrollo, becado en Francia y España recibe elogios de
    sus maestros por el hábil manejo del pincel ordenamiento
    de los planos, sin descuidar los detalles que resalta con
    singular maestría. Son citables sus obras, "Retrato de la
    familia Arellano" y "La primera misa en América". Arburu
    conoció el impresionismo aplicándolo sin olvidar
    los cánones clásicos aprendidos y sin tiempo para
    una evolución prometedora.

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    En este mismo período alcanza su madurez creativa
    Guillermo Collazo Tejada (1850-1896) pintor de la escuela
    pictórica de Santiago de Cuba, quien emigra a Nueva York
    en la década de los 80s, ampliando estudios con el pintor
    Sarony y estableciéndose con buen éxito como
    retratista en aquella ciudad. Pasa posteriormente a París
    donde establece estudio y vive el momento del auge modernista, el
    cual no dejará de reflejar en su pintura evasiva y de un
    desbordante lujo, con esplendor en el colorido y
    perfeccionamiento en la técnica clásica, alejado de
    todo compromiso social y ocupado de pintar a la aristocracia
    criolla con sus atavíos y fetichismos, en su aburrimiento
    cómodo, en medio de sus placeres y refinamientos. Como
    paisajista, Collazo se acerca a la naturaleza y la identidad de
    su isla.

    Armando Menocal (1863-1942), alumno de Melero en San
    Alejandro y luego completa estudio en la Academia San Fernando de
    Madrid, alcanzando altos reconocimientos, como el Segundo Premio
    de la Exposición Nacional Española, con la obra,
    "Generosidad Castellana" (1884). De regreso en la Habana presenta
    su óleo "Embarque de Colón por Bobadilla" (1889),
    cuestionada por las autoridades coloniales por presentar a
    Cristóbal Colón encadenado. Desde 1891 ocupa una
    plaza de profesor de paisaje en la Academia San Alejandro. Con el
    inicio de la guerra se incorpora a la misma como soldado, aunque
    no deja de pintar realizando múltiples apuntes en
    campaña que le permitirían posteriormente crear una
    serie de cuadros sobre la épica de las luchas
    independentista.

    Leopoldo Romañach (1862-1951), matricula en San
    Alejandro en 1885 contando con el mecenazgo de Francisco Docassi
    quien gestiona para él una beca en Roma hasta 1895,
    posteriormente se traslada a Nueva York ciudad en la que recibe
    la ayuda de Marta Abreu. De este período son sus cuadros:
    "Nido de Miseria", "La Convaleciente", "Abandonada" y otros que
    se pierden durante un naufragio. También se presenta a
    importantes exposiciones europeas con relativo éxito que
    incluyó una Medalla de Oro en París.

    Discípulo de la escuela santiaguera, José
    Manuel Tejada (1867-1943) completa su formación becado en
    Europa a cuenta del Ayuntamiento de Santiago de Cuba. En 1894
    vive y trabaja en Nueva York donde expone, trasladándose
    luego a México. José Martí lo llamó
    "el pintor nuevo de Cuba" y elogia en él la forma de
    reflejar la realidad social en su pintura y su modo de ver la
    realidad, pero este fue un momento de su pintura que tradujo en
    su cuadro "La Lista de Lotería"; Tejada fue realmente un
    paisajista dentro de los tonos románticos de su
    formación, que se acerca al paisaje insular, sin poder
    atrapar aún la luz intensa de Cuba.

    Para estos pintores jóvenes cubanos, el paisaje
    de la isla es un tema recurrente, que tratan de captar en
    diversos momentos del día y de experimentar con los
    diversos tonos de luz, a veces entendiéndolo a medias,
    otras tratando de amoldar la luz del trópico a otros
    ambientes de menos luminosidad. El paisaje vive un buen momento
    temático tanto en Cuba como en el resto del mundo, como
    expresión del reconocimiento de lo nacional que parte del
    romanticismo.

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    El pintor mayor del paisaje cubano es Esteban Chartrand
    (1840-1883), quien desde la década de los 60s viene
    reflejando el medio natural de la isla. Sus estudios los realiza
    en Francia con maestros románticos como Theodore Rosseau,
    al influjo de los experimentos de los pintores de la escuela de
    Barbizón (Fontainebleau), Francia, que experimentan con la
    luz en sus diversas intensidades; al regresar a Cuba comienza a
    pintar el paisaje de la isla, armando de una buena técnica
    de la que se vale para hacer una reinterpretación
    subjetiva de la naturaleza y el entorno cubano. Sus paisajes son
    emocionales y líricos alejados de la realidad en un
    intento por humanizar este paisaje tamizado por su
    espiritualidad. Para Chartrand la luz de trópico no existe
    y mediatiza el sol mediante el recurso de representar el paisajes
    al amanecer, atardecer, anochecer o mostrándonos momentos
    brumosos que corresponden más con el paisaje europeo que
    con el nuestro. Tengamos en cuenta también que
    pintó a Cuba desde los Estados Unidos donde se
    estableció, haciendo frecuentes vistas a Cuba para hacer
    apuntes que luego volcará en sus magníficos
    lienzos, muy reconocido por el público de los Estado
    Unidos.[1]

    Entre sus obras más conocidas están las
    que conforman la serie "El Día" de 1873, en la que capta
    en cuatro óleos ("La mañana", "El día", "La
    tarde" y "La noche") diversos momentos del paisaje; "El
    Torreón de la Chorrera" y "El Torreón de San
    Lázaro", ambas de 1882. Otros cultivadores del paisaje en
    Cuba durante este período fueron sus hermanos Felipe y
    Augusto Chartrand, quienes siguieron una línea similar a
    la suya pero de menor calidad.

    Otro singular paisajista del período lo fue el
    canario Vicente Sanz Carta (1850-1898), más realista al
    reflejar el paisaje de Cuba, logra una mayor intensidad al dar el
    color y captar la luz, representando la flora del país con
    apego naturalista, especialmente en sus "grandes hojas de
    malangas" que son sus favoritas en sus cuadros. Sanz Carta
    confluye "hacia el impresionismo por su vía laboriosa
    y sensible con que se enfrenta a la luz bullente de la vida
    vegetal del trópico"[2]

    En Nueva York triunfa un joven pintor Juan Peoli hijo de
    Juan Jorge Peoli Mancebo, el alcanza reconocimiento y prestigio
    por su pintura mórbida, tersa, acromada y fría a la
    manera de los académicos italianos, aunque dotada de
    gracia y elegancia además de una coloración
    cálidamente armoniosa con un cierto influjo tropical.
    Incursionó en la caricatura, donde no pasa de la
    deformación grotesca del personaje para lograr efectos
    cómicos.[3]

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    La pintora más destacada del período lo
    fue la adolescente Juana Borrero (1877-1896), discípula de
    Armando Menocal y dotada de un talento artístico tanto
    para la poesía como para la pintura donde causó
    asombro a sus contemporáneos. Aprende rápido las
    técnicas del claro oscuro y del color, con las cuales
    puede expresar en sus obras ese movimiento que las caracteriza.
    Se conservan pocas obras suyas, "Cabeza de doña
    Crucecita", "Las cuatro hermanas" y "Los pilluelos", esta
    última considera su mejor trabajo en la que queda
    reflejada su atormentada y solitaria personalidad.

    La escultura en Cuba a lo largo del siglo XIX se
    manifiesta en una estatuaria dedicada a los personajes de la
    monarquía y del gobierno colonial y en cuanto a la
    escultura civil el gusto neoclásico hizo imprescindible la
    presencia de las copias de estatuas clásicas en las casas
    de los ricos oligarcas de la isla.

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    En el período que analizamos aparecen más
    definidos los primeros escultores cubanos. El pintor Miguel
    Melero es el primero que llama la atención por un conjunto
    escultórico a Cristóbal Colón (1893) erigida
    en el parque del pueblo matancero del mismo nombre; los bustos de
    Echegaray y Zorrilla que se le encargó para el teatro La
    Caridad de Santa Clara; el busto de Miguel Cortina que se levanta
    sobre su tumba en La Habana y el Santo Tomás de la capilla
    del Cementerio de Colón. Son piezas realistas con
    predominio del neoclasicismo italiano visto a través de la
    Academia Española.

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    El principal exponente de la escultura en Cuba en el
    siglo XIX fue José Vilalta y Saavedra (1863- 1912) quien
    legó una abundante e importante cantidad de obras, como
    son las escultura que rematan el pórtico del Cementerio
    Colón, Las Virtudes, los relieves de esa puerta, que
    representan la crucifixión y la Resurrección de
    Lázaro; la tumba Monumento a los estudiantes de Medicina
    fusilados el 27 de noviembre de 1871 (1890), obra de riguroso
    trabajo académico, pero sin el sentido simbólico
    que requería y que el autor achacaba a la censura del
    gobierno colonial; el monumento al ingeniero Albear (1893), de un
    realismo admirable por el cuidado de los detalles y la fidelidad
    de los rasgos. Su último gran trabajo fue el Monumento a
    José Martí erigido en el Parque Central de La
    Habana (1903).

    Vilalta fue un escultor de formación italiana,
    radicado incluso en ese país, desde el cual realizaba sus
    encargos. Sus trabajos, de un academicismo muy acabado, tienen su
    máxima expresión en las esculturas del
    pórtico del cementerio de Colón.

    Casi una desconocida Guillermina Lázaro, de
    formación europea, cultivó el retrato, la figura y
    el relieve decorativo. Su obra es conocida por el testimonio de
    sus contemporáneos, es reconocida como la primera
    escultura de Cuba.

    En La Habana de las dos últimas décadas
    del decimonónico el auge constructivo iniciado en el
    período anterior continúa, tomando a la zona del
    "glacis" de la muralla como principal área de
    urbanización. Allí continúa la
    construcción de edificaciones de múltiples usos y
    con un perfil regular en la retícula urbana, con
    predominio del portal continuo a lo largo de la manzana y la
    planta baja dedicada a comercio, los entresuelos a oficinas y
    viviendas; hoteles y teatros en las plantas
    superiores.

    El portal se acentúa como protagonista del
    paisaje urbano habanero, predominando en las fachadas de los
    edificios que se levantan en las calzadas o paseos del "Cerro",
    "Monte", "Prado", "Jesús del Monte"[4],
    "Reina", entre otras. En las ciudades del interior se copia este
    esquema para sus zonas comerciales, con más o menos
    fortuna.

    El estilo neoclásico vive en Cuba su segunda
    época llevado ya por sus variaciones a los primeros asomos
    eclécticos republicanos posteriores. Balcones y pretiles
    aparecen volados sobre cornisas y descubiertos con balaustradas
    de hierro fundido o forjado, algunas de gran riqueza
    artística. El mármol predominante en pisos y
    escaleras.

    Continúan levantándose edificios hasta de
    cuatro plantas, sin una buena distribución interior, con
    escaleras estrechas y patios angostos. Los puntales altos y las
    fachadas exteriores con una magnífica apariencia,
    semejantes a los edificios españoles de la
    época.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra
    Díaz

     

    [1] Ricardo Villares: “Chartrand y el
    romanticismo, en rev. Bohemia Nº 14, 1868

    [2] Ricardo Villares: El Paisaje de Sanz
    Carta. en rev. Bohemia, Nº 12, 1968

    [3] Jorge Mañach: La pintura en Cuba
    en “Las bellas artes en Cuba”, 1928

    [4] Actual Calzada de 10 de Octubre

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