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Biobibliografía del poeta cubano Luis Yuseff Reyes Leyva (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Y no uso el adjetivo como apelativo menguante ni
paternalista. Si acaso paternal, porque la tradición nos
ha legado frases inmejorables para definirla: "Juventud, divino
tesoro" y "los amados de los dioses mueren jóvenes". De
modo que el último libro de Yuseff es sin lugar a dudas
obra terminada y prieta. Y vuelvo a la semántica, porque
prieto no es esencialmente oscuro, sino
apretado, concentrado en sí mismo.

Tal aspecto apreció el jurado del concurso Pinos
Nuevos, que encabezó la escritora Marilyn Bobes, al
premiar en su edición del 2004 el cuaderno del
químico holguinero. El químico fue antes
alquimista, antes sacerdote, antes hechicero, antes brujo. Esa
precisión con que el científico añade a su
fórmula porciones cuidadosamente pesadas en el
laboratorio, salta a la vista en la estructura de Golpear las
ventanas.

Lo nacional y urgente claman desde la primera parte,
donde late el ser social. Aunque el hombre es un animal
político, no hay que equivocar el sentido: tras la
apariencia de lo inmediato, se esconden lo ontológico.
¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde
voy? "Fuga de Isla", "Canción napolitana", "Souvenir",
"Kodak Paper" I y II hablan de separaciones, idas y venires, la
traición y el amor, todo impregnado de un íntimo
sentido de responsabilidad social e insularidad. La maldita
circunstancia del agua por todas partes, como bien dijo
Piñera.

En Luis Yuseff, y no sólo en "Golpear las
ventanas", nos encontramos con la metáfora recobrada,
más allá de lo coloquial y obvio. De nuevo en
poesía se recurre a lo tangencial y oblicuo, y retornamos
a su raíz prístina: el mito. Porque lo
poético, la metáfora y sus giros de sentido
nacieron del lenguaje hermético de los misterios sagrados
de las religiones. Eleusis, Delfos, Abydos, Stonehenge.
Festivales de primavera, orgías estivales, iniciaciones,
epifanías. Todos esos "eventos" por llamarlos de
algún modo, empleaban un lenguaje especial, que estaba
vedado a las personas ajenas al culto.

"Cuerpo de la lluvia" es el segundo bloque. Aquí
la poesía es esencialmente amorosa, aunque toda
poesía es un acto de amor. El erotismo asume maneras
antiguas para aludir a lo esencialmente erótico porque
Luis Yuseff no puede separarse de un modo sutil de nombrar las
cosas. Aunque el poemario revela profundo trasfondo hedonista, el
poeta trasciende el erotismo y hurga en motivaciones sociales de
relevancia universal, sin desprenderse del todo de su fino
lirismo. Se apropia de referentes, pero no los expropia, los
recicla y asume con su nuevo valor sígnico. Nunca
estará al lado de los vanguardistas y modernos: pero su
verbo no será válido cuando el amor sea
obsoleto.

Cierra el libro "Casa de retratos", donde nos
reencontramos con poemas ya conocidos, de su primer cuaderno:
El traidor a las palomas, que publicó Ediciones
Holguín. Y también con otros más elaborados,
como "Para que Virgilio lea sus poemas efímeros" y
"Retrato en blanco y negro de Robert Michael Mapplethorpe", donde
rinde homenaje de un modo muy personal a dos malditos: el poeta
cubano y el fotógrafo norteamericano. Al terminar de
leerlo nos queda una sensación extraña: la de haber
bebido un vino antiguo y estar ligados de alguna manera a un
poeta del que, como de la rosa, sólo sabemos el nombre.
Valor añadido del cuaderno es la hermosa
ilustración de portada, del holguinero Yosvani
Caisé, a tono con el contenido de este libro.

A los atisbos de una sensibilidad peculiar y un
diapasón notable de referentes, reciclados para
desnaturalizar el signo y recontextualizarlo, que ha devenido
hecho de estilo, Yuseff suma ahora un matiz ontológico,
más allá de lo inmediato visible.

Es innegable el ascenso de Yuseff (Holguín 1975)
en apenas un lustro, a partir de la mención en el Premio
de la Ciudad del año 2001, que le valiera la
publicación del cuaderno El traidor a las palomas
(Ediciones Holguín 2002), agotado en pocas semanas. El
lirismo anunciado en aquella primera entrega y que despuntaba en
el cuaderno La primera inocencia, premiado en 1997 en el
certamen literario local León de León, deviene
raigambre en sus últimos textos, que ya toman nuevos
derroteros.

Golpear las ventanas es un canto a la
tolerancia, la familia, la búsqueda impenitente del amor y
la amistad, pero también una mirada escrutadora al futuro,
un intento por responder a las eternas preguntas del hombre, cosa
que suelen hacer los poetas desde los tiempos de Pompeya sin
perder la novedad.

"Abrir las ventanas"

Rubén Rodríguez

Hace unos días reencontré en mi biblioteca
personal un libro que había ubicado meses atrás
entre los volúmenes por leer, pero con el quehacer
cotidiano y el peso perturbador de mis escrituras y de otras
lecturas, lo había olvidado completamente. Y a veces el
olvido resulta conveniente, al permitirnos descubrir en el
reencuentro una nueva manera de lectura. Tengo un amigo que
define el olvido "como un acto de incomprensible fe". Debe tener
un poco de razón, porque cuando vi el borde verde
pálido sobresalir con levedad del grupo de poemarios, no
tuve dudas de que era ese el libro que sin saber
buscaba.

Todo lo que diré queda reducido a una simple
noción del encantamiento que provocó dicho poemario
sobre mí, imponiendo la suavidad de sus páginas,
milimétricamente cortadas con la misma majestuosidad con
que el verdugo divide los cuerpos de sus víctimas.
Vals de los cuerpos cortados (Ediciones Holguín,
2004) da fe de ello.

Luis Yuseff (Holguín, 1975) ya no es un
desconocido. Ha obtenido varios premios que lo acreditan como una
de las voces más sólidas y veraces de la joven
poesía cubana. Posee un parsimonioso y pesado discurso que
va conmoviendo y desmenuzando con suavidad inquietante al
más osado lector. Sus versos, de largo respiro, no son
agotadores ni imprecisos y nos causan la sensación de que
algo profundamente humano nos acuna: la musicalidad de un cuerpo
que tiene más de ángel que de demonio:

Hay días en que me
prohíbo tener amigos.Sin embargo tengo amigos. Los he
amado con el ardorde la pólvora mojada en la garganta. Y
así lo digo. Con eldelirio del que está viviendo
sus últimos días. Y poseesolo algunos
pájaros muertos que alimenta entre las manos.Cosas sin
sentido.
("Kodak Paper I")

En la poesía de Luis Yuseff hay un tono
íntimo y nostálgico, que me atrevería a
comparar con el de los poemas iniciales de Nelson Simón,
con similares inquietudes y escritura concentrada en sus deseos y
esperanzas; llamado en la década del ochenta el poeta de
la soledad; el mismo Nelson Simón de: El peso de la
isla
y Con la misma levedad de un
náufrago
.

También yo me he transformado.Mi
cuerpo se ha vuelto de agua. A diario me surca la estela. Levanto
señales de humo. Hago ondear el pañuelo en el aire
como una canción napolitana.
("Canción
napolitana")

Yuseff no intenta alejarse y mucho menos escapar de esa
molesta carga que sobre sus dedos se vuelve una bendición.
Sus versos se alejan de parafernalias vanas, su discurso es recto
y legible, con suaves tropos bien utilizados, no emplea
artificios ni arquetipos para presumir más de lo que
realmente necesita la poesía misma. Los amigos son para
él una parte necesaria, del mismo modo que lo son el
amante, la ciudad, la madre, el país diluyéndose
con su discurso agotador y antiguo:

Son duros estos días de mayo.
Estas tardes calcinantes y la madrugada volviendo sal el
rocío.Mi madre cuenta los huesos de la abuela. Durante un
minuto de silencio cocina sus pulmones con el fuego nacional.Dice
que le ha vendido el alma al diablo. Le duele respirar el aire
enrarecido. Este aire de muerte cerrándose como un cielo
de piedras contra nosotros.Sobre el país del que formamos
parte por permanecer, acaso sin compromiso, y en el que
también estás tú mirándome con un
lirio entre las manos.
("Contra la noche terminante del
amor")

Como el ajenjo es la poesía de Luis Yuseff:
medicinal, amarga y algo aromática. Lo amargo se funde con
lo que salva y lo que perfuma, para convertirse después en
un mismo cuerpo. También la religiosidad embadurna con su
pringue la historia, y al final todo es un abismo
superficial.

Vals de los cuerpos cortados, que obtuviera el
Premio de la Ciudad de Holguín en el 2003, es un libro de
madurez, donde lúcidos poemas edifican con
minúsculas minucias una alta catedral
gótica.

Este poemario es un lento y difuso viaje por la memoria;
un encuentro con la soledad, el amor y el desamor, la
añoranza y el tedio; un acercamiento al deseo desde la
perspectiva nostálgica del propio deseo, donde lo carnal
se mezcla con el espíritu, ahumando con exóticas
especias el recuerdo de lo que verdaderamente se ama:

Miedo a que de pronto todo cambieY deje
de emocionarme la palidez de mi madreardiendo en las cenizas. Su
tos madrugadora.El labio que me besa. La palabra de
amor.

Miedo a que el viejo Midas toque mi
hombro con su mano.
("La mano de Midas")

"La música y los cuerpos
cortados"
Raff

PRIMERA TESIS: Errare humanum est.

Así reza un latinajo colocado en la
mayoría de las redacciones de periódicos.
Más bien herrar es de herreros. En fin, todos metemos la
pata. André Gide rechazó la novela En busca del
tiempo perdido
, cuando Marcel Proust lo sometió a su
consideración.

Lo mismo hizo Ezra Pound con el manuscrito de La
tierra baldía
, de Eliot; y un editor del Fondo de
Cultura Económica de México respondió de
igual modo a Alejo Carpentier, con El reino de este
mundo
.

El año en que Luis Yuseff (Holguín, 1975)
envió al Premio de la Ciudad el poemario Yo me llamaba
Antonio Broccardo
, la categoría correspondiente se
declaró "desierta".

En busca del tiempo perdido, La tierra
baldía
y El reino de este mundo se
convirtieron en clásicos. Un jurado, compuesto por los
poetas Teresa Melo, Nelson Simón y Edel Morales
entregó el Premio Alcorta 2003, de la UNEAC en Pinar del
Río, al libro Yo me llamaba Antonio
Broccardo.

Así llega a nosotros este hermoso libro que en su
momento fue tildado de "carente de eventualidad
poética".

SEGUNDA TESIS: La Literatura ha sido siempre
intertextual.

La intertextualidad como práctica es mucho
más antigua que el concepto, acuñado en 1967 por la
escritora búlgara, Julia Kristeva.

La Eneida es una imitación de Virgilio a
los modelos clásicos griegos. Dante recicla las
estructuras de Homero y Virgilio. Muchas de las piezas de
Shakespeare se basan en textos narrativos, novellas
italianas
, con un cambio del código y del
medio.

Intertextuales son los neoclásicos de los siglos
XVII y XVIII, quienes tenían un género al que
llamaban imitación. De ese modo podían
transferir al siglo XVIII una sátira de Juvenal. No solo
cambiaban el código lingüístico, sino
también el contexto, de la Roma imperial a la Inglaterra
de Jorge I.

En este caso el autor se atiene a un pre-texto. Cambia
el género, el medio, el lenguaje, el referente social,
pero el mensaje es el mismo. El diálogo entre el viejo y
el nuevo texto es limitado porque mantiene el
contenido.

Sin embargo, existe un segundo grupo de géneros
que son en sí mismos intertextuales. Tal es la
parodia, donde se tiene un texto particular y se
exageran las particularidades del estilo, hasta crear un efecto
cómico y pasa por burla del texto original; el
travesti, que toma un asunto elevado, lo cuenta en un
estilo bajo y surge cierta discrepancia de efecto
humorístico entre el tema, el asunto, y el estilo; y el
burlesco, donde un asunto trivial se cuenta en estilo
elevado.

Cuando existen varios pre-textos, estamos en presencia
del collage, donde el nuevo texto es un mosaico
construido con elementos de otros. Aquí el nuevo texto
está, en todas sus partes, intertextualmente relacionado
con sus antecedentes.

Otras formas de intertextualidad más locales son
las citas y alusiones.

TERCERA TESIS: Él escribía poemas
post-vanguardistas.

El concepto de intertextualidad reconoce que no
sólo casos especiales, sino que todos los textos son
intertextuales. Cada texto está relacionado con todos los
demás, como en la Cábala y las fabulaciones de
Jorge Luis Borges.

Los textos postvanguardistas se inscriben en la
conciencia de la intertextualidad de todos los textos. Algunos se
caracterizan por estar muy intertextualizados, de modo que crean
su propia intertextualidad. Se usan, incluso, metáforas de
intertextualidad. Yuseff usa otros textos como espejo del propio,
y crea su propio metatexto.

CUARTA TESIS: Él se llamaba Antonio
Broccardo.

Hace aproximadamente cuatro años, en el saloncito
de la condesa Alejandra, a quien sus íntimos llaman
Handry, el Autor pasaba la vista por una pinacoteca de Giorgio
Barbarelli, recogido por la Historia del Arte como
Giorgione.

Entre tapices persas y servicio de Sévres, el
Autor detenía sus ojos sobre las pinturas colmadas de luz
suave y tamizada, más destinada a crear una
atmósfera dentro de la composición que a definir
los objetos dentro de la escena.

Ya había admirado (el Autor) a La virgen con
el niño en brazos, entre san Antonio de Padua y san
Roque
, primera obra de madurez del artista; había
repasado a La Venus dormida, donde el desnudo
femenino es tema principal, y había contemplado
también el cuadro Los tres filósofos,
donde se esboza el estilo que seguirían Tiziano y
Rubens.

Los ojos del Autor vagaban por las láminas
cromadas, del Retablo de Castelfranco al Concierto
campestre
, donde Giorgione desató una
revolución contra el elemento narrativo dentro de la
paisajística.

Solícita, la condesa Alejandra hacía traer
un refrigerio, mostraba sus antigüedades etruscas, instaba a
su bella Patricia a tocar en el clavicordio alguna pieza de
Scarlatti. Sutil se deslizaba la sombra de su próximo
amante, por las aguas mansas del espejo.

De pronto, el Autor quedó demudado, el libro de
láminas se deslizó de sus manos y el asombro
floreció en su semblante. Había encontrado un
desconocido retrato del maestro. Buscó al pie. La nota
rezaba: Retrato del poeta veneciano Antonio
Broccardo.

La condesa Alejandra acercó una bujía y
todos quedamos atónitos. El joven del lienzo, con su mano
derecha posada sobre el corazón, era el vivo retrato del
Autor. Este se repuso, como buen hijo de Aries, y musitó:
"Yo me llamaba Antonio Broccardo… en otra
vida".

QUINTA TESIS: El juego es un signo de
inteligencia.

Sólo juegan los animales inteligentes.
Según estudios científicos, el juego en los
animales es señal de desarrollo cerebral, de modo que
sólo se observa en especies superiores. Mamíferos
como el elefante y la ballena, con gran desarrollo en su sistema
nervioso, juegan.

Sin embargo, las abejas, tomadas por Platón como
modelo de sociedad ideal, no juegan. Sólo
trabajan.

Tampoco los peces juegan.

SEXTA TESIS: La intertextualidad siempre florece
donde existe interrelación de más de una
cultura.

Julia Kristeva cita al ruso Mijaíl Bajtin, quien
llama a la intertextualidad, dialogicidad y contrapone el texto
monológico – téngase en cuenta que culturas
monológicas
son aquellas donde todos los discursos
dicen lo mismo – con el texto dialógico, donde existe una
pluralidad de discursos e incluso dentro de un mismo texto se
desarrollan discursos contrapuestos.

El concepto de intertextualidad es parte de las armas
con que la inteligencia de izquierda luchó contra la
ideología burguesa. El texto no es una creación
individual, sino una posesión colectiva y está en
diálogo con todos los otros textos.

SÉPTIMA TESIS: A César lo que es de
César.

Título de la pieza: El
enamorado

Técnica: óleo sobre lienzo.

Dimensiones: 80 cm x 65 cm

Autor Julio César Rodríguez
Aguilar

La pieza integra actualmente una Colección
privada en Costa Rica.

Julio César es graduado de la Academia de Artes
Plásticas, Holguín, en 1995. Ha participado en una
veintena de exposiciones colectivas y 13 personales en Cuba y el
extranjero. De él señala la crítica "obras
caracterizadas por su particular simbolismo y acento
autobiográfico" e "influencias de los surrealistas
Salvador Dalí y René Magritte, los cultivadores del
gesto y la expresividad, e incluso el barroco y más
específicamente el manierismo. De ahí el dramatismo
un tanto declamatorio de las piezas, donde lo decorativo y lo
teatral las convierten en verdaderas puestas en escena". Agrega
la crítica que en las obras se advierte "el toque sensual,
el acento erótico y un cierto misticismo de corte
romántico" y que "utiliza el autorretrato como vía
para convertirse en materia de sus propias creaciones y
transforma su imagen en objeto de manipulación
plástica". O sea, es intertextual.

OCTAVA TESIS: Dios es holguinero.

"Quizás vivir no sea más que un juego de
espejos; y la inmortalidad, no saber de qué lado
existes.

"Quizás, vivir no sea más que un
sueño, poco feliz o menos inocente, pero, al fin, un
sueño del que terminas despertando. Y la inmortalidad, ese
mismo sueño pero visto del otro lado del cristal
inexorable, es decir: a través del sueño que golpea
incesantemente -como las mareas negras de la noche- los
límites definidos del espacio y el momento en que se
sueña, para transformar lo reducido de esa existencia en
eternidad, otorgándole la categoría de
mito.

"Y si es la muerte quien hace el mito – pues pocas veces
el mito es anterior a la muerte-, entonces la inmortalidad
también es asomarse a través de un juego incesante
de espejos a una nueva dimensión pero vista desde la
anterior; es decir: reencarnar…"

(Del poemario Yo me llamaba Antonio
Broccardo
)

NOVENA TESIS: Los hombres no lloran.

Es verano y mi tía Bella pedalea
frenéticamente en su máquina de coser. El sudor le
chorrea por los codos y un rectángulo de luz casi tangible
entra por la puerta ventana que da al oeste. Los mecanismos de la
vieja Singer sibilan engrasados y la rueda movida por la
polea que huele a cuero, corta en lascas la imagen del
escaparate.

Estoy echado bocabajo sobre el piso de madera
fría, a pesar del calor. Miro las tiritas que caen
constantemente, las largas serpientes de hilo. Resuenan pasos de
mujer sobre el piso de madera. Huele a café colado. Los
retazos son rojos, azules, verdes, amarillos…

Sobre la cama hay una plantilla de cartón del
sistema Rocha. La inventora se llamaba Elia Rocha de Abreu y se
fue del país cuando triunfó la
Revolución.

Recojo los trozos de tela para coser capas para mis
soldaditos, así nadie podrá decir que juego con
muñecas. Los escondo rápidamente en el bolsillo,
antes de que mi madre me vea. Pronto mis guerreros medievales
lucirán atuendos dignos de Christian Dior o Karl
Lagerfeld.

Sigo tendido en el suelo, con un tajo de luz sobre la
espalda, recogiendo pedacitos de tela. Con ellos armaré la
historia de un poeta que se llamaba Antonio Broccardo.

DÉCIMA TESIS: Nadie es profeta en su
tierra.

La primera presentación del libro Yo me
llamaba Antonio Broccardo
en la Feria del Libro en
Holguín, hubo de ser suspendida. No aparecieron los
ejemplares.

La segunda presentación tampoco se
realizó: se recargó el programa. Todos
querían hablar a/ hasta /de /desde/ con/ para / por/ sobre
los invitados nacionales.

La tercera presentación coincidió en
horario con la entrega del Premio Nacional de Edición en
Holguín.

UNDÉCIMA TESIS: Para gustos se han hecho los
colores y para escoger las flores.

Antón prefiere las escenas venecianas del
libro.

Dice Teresa que sobran las confesiones de
alcoba.

La poesía es poiesis, invención,
expresa el escritor y editor Manuel García Verdecia, para
elogiar el cuaderno.

Tienes oficio pero no me gusta, de-fi-ni-ti-va-men-te,
pone el e-mail de La Rusa.

Palabras mayores, exclama el poeta Eugenio
Marrón.

DUODÉCIMA TESIS: No sólo de pan vive el
hombre, pero también de pan.

Con los derechos de autor, el joven-Autor compró
clavos para arreglar el techo de su casa.

"Él se llamaba Antonio
Broccardo.

Yo escribía
poscrítica."

Rubén Rodríguez

Conocí algunos de los poemas que conforman este
libro cuando su autor (¿Antonio Yuseff? ¿Luis
Broccardo? ¿Gastón Yuseff Broccardo? ¿Una
tradición reiniciada?), muy joven, lo envió al
concurso Nuevas Voces de la Poesía Holguinera de cuyo
jurado formaba parte. Desde que leí el manuscrito supe que
ese y no otro sería el premio. No solo porque aventajaba
en logros al resto de los competidores sino porque traía
una contribución de nuevo aliento a la poesía que
se hacía en, desde, Holguín. El autor mostraba un
amplio registro de lecturas digeridas, una sinceridad
grácil en la exposición de sus temas y una fluida
limpieza en la expresión. Eran dotes raras en un
primerizo.

He tenido la suerte de acompañar al autor y verlo
crecer desde otros concursos. Lo que se anunciaba es ya un hecho
consumado. Luis Yuseff es un poeta con un mundo personal que
comunica mediante una voluntad estilística cuidadosa e
informada. Es ante todo un poeta del amor. La mayor parte de su
poesía se concreta en la necesidad de apresar, poseer,
glorificar el cuerpo amado. El sujeto lírico de sus poemas
desea amar y ser amado, vivir en la correspondencia de afectos,
ternura y belleza que genera el amor cabal, desinhibido y
sincero. Es un sentimiento viejo, mal tratado y adolorido como un
guerrero persistente, pero aún indispensable para nuestra
seguridad: "dime si es cierto que el amor sanó de nuevo",
pregunta Broccardo ansioso. Sabe que el amor es una fuerza
tremenda y fundamental, pero a la vez quebradiza por las
contingencias a que se enfrenta: somos frágiles como esos
ángeles de espuma que velan contra el viento. Sin embargo
no hay otro medio, otro designio, que entregarse decididamente:
la ternura se juega a cara o cruz. Así, de ansia, de
pasión, de comunión y ternura luminosa se concreta
el alma de estos poemas.

En sus textos, Luis Yuseff evidencia una ávida
sensualidad. Esta se manifiesta en el gozoso placer de la
búsqueda y el encuentro con el cuerpo amado. Es este el
alfa y omega de la belleza y la emoción, el monte
más seguro para rubricar la vida. También se
manifiesta esta característica en el gusto por la palabra.
Sus poemas son construcciones que participan de un amplio
registro léxico, un flujo de palabras tan amplio y vario
como el regocijo del amor que quiere exhibir. Por último
están el saboreo de esas huellas que va dejando el hombre
en su realización sobre la tierra. Signos de su
enseñoramiento y vitalidad que pueden denominarse cultura,
arte o poesía. El autor sabe que la herencia cultural del
hombre no solo lo amolda y caracteriza sino también lo
explica. Al decir Venecia, Wilde, Francesca, Mozart, Eleusis,
conformamos una serie de asociaciones que se elevan en
metáforas del hombre que hemos llegado a ser. Él
las degusta goloso y propone como la más exquisita
pastelería del ser. De manera que la escritura de Yuseff
es resumen y continuidad de todo un ámbito. En su frontis
podría llevar una cita de su admirado Borges: "Escribir es
tautología". E incluso rematarla al cierre con esta otra
de Gaudí: Ser original es volver a los orígenes.
Porque el poeta, que vive de los textos que le preceden y
acompañan, sabe que es muy difícil decir algo que
nunca haya sido dicho sin acertar a tocar alguna de las cuerdas
que han sido en el tiempo. Por eso decide asumirlas abiertamente.
Él es todos esos poetas y es otro, porque otro es su
momento, su perspectiva y el registro de los temas. El
propósito es volver a tañer esas campanas, con
nuevos sones y motivos. No trata de pasar gallina por
faisán. Muestra sus claves con la misma pulcritud con que
escribe. Borges, Baquero, Dulce María, Whitman, Wilde,
Arenas, Pessoa, Kavafis, están a la vista. Pero no es su
objetivo jugar a las adivinanzas. Estos nombres, sus modos y
metáforas, le sirven de instrumentos para componer el
canto renovado del hombre que ama. Es como el director que toma
las pautas de Mozart y da vida a una nueva Sinfonía
número 40.

Los poemas de este autor se leen con delectación.
Ellos apelan a los sentimientos más fijos y universales. Y
lo hacen con una escritura bondadosa, pulcra y emotiva. Su
poesía es ligera y fresca como espuma de olas. Fina y
amorosa como el encaje que tejen las novias. Una vez
leídos, sus textos se tornan refugio, alcoba,
confesionario, espacio de intimidad, franqueza y entrega. Sitio
preferido para los amantes Para quienes creen que toda belleza es
terrible pero necesaria y que el amor es el aire que sostiene a
los ángeles que nos acompañan.

"Noticia de Antonio
Broccardo"

Manuel García Verdecia

En su Arte Poética Borges nos dice: "la
poesía vuelve como la aurora y el ocaso." Hoy estamos
aquí para agradecer una vez más ese retorno
incansable.

Para los lectores de poesía, que al final siempre
resultan muchos más que quienes lo confiesan
públicamente, constituye un verdadero placer descubrir un
autor en pleno ascenso hacia la madurez poética. Puede
decirse que constituye una especia de deslumbramiento. Confieso
aquí, ahora, que poco menos que un deslumbrado me he
sentido, luego de la lectura del poemario "Yo me llamaba Antonio
Broccardo", de Luis Yuseff Reyes.

Suele ocurrir, luego de los poemas iniciales e incluso,
luego del primer poemario publicado o no, con las acostumbradas
metáforas irreverentes, las imperfecciones formales, el
hermetismo crónico y otras calamidades propias en los
poetas noveles, en un tiempo llamados "novísimos";
denominación, por cierto, bajo el cual algún que
otro talento en ciernes ha naufragado, al no ser capaz de
desprenderse del encanto del término, pero sobre todo de
sus excesos; suele ocurrir, repito, que en algún que otro
de estos poetas jóvenes surge de pronto el poemario donde
se revela, se expande y nos ilumina esa claridad interior que nos
envuelve en nuestra soledad de lector y que, a falta de un
término más abarcador, llamamos
poesía.

Sin conocer su obra anterior, no puedo afirmar que este
ha sido el camino recorrido por el autor. Pero lo que sí
resulta indudable, y de ello es muestra el presente libro, es que
ya este poeta, este Luis Yuseff que tengo a mi lado, ha recorrido
el a veces largo y difícil camino que va del
azafrán al lirio. Porque el lirio se aprecia
diáfano, inmaculado, las formas más acertadas o
felices con que pudiéramos adjetivas la buena
poesía; que no otra cosa es este poemario escrito en prosa
y en verso; definido así por mantener la tradición
y ese vicio de clasificación que padecen las
universidades.

Sin embargo, no pretendo presentarme ante ustedes en
plan de descubridor. Según nos cuenta a manera de
prólogo Manuel García Verdecia, al leer en una
ocasión un manuscrito de Luis Yuseff, supo que ese y no
otro sería el premio. O sea, dicho en otros
términos, a la primera lectura tuvo la certidumbre
inmediata que allí estaba el poeta. Esto que les acabo de
contar sucedió en Holguín, pues con holguineros
hemos topado, Sancho, cuando el poeta hacía sus primeras
armas en el concurso Nuevas Voces de la Poesía Holguinera.
Todo indica que similar impresión experimentaron los
miembros del jurado del Premio Alcorta, que anualmente convoca
nuestra provincia y que edita la Editorial Cauce en su
colección La Fijeza, que Dios guarde.

La primera impresión que uno se lleva con este
libro es que está en presencia, al margen de la buena
poesía, de un poemario de múltiples lecturas. Pero
con ello no me refiero a la tan traída y llevada
polisemia. Con esto de poemario de múltiples lecturas
quiero expresar que quien se adentra en el mundo poético
de Luis Yuseff Reyes, debe hacerlo equipado con un mínimo
de bagaje histórico cultural. Porque este mundo
está habitado por los personajes más diversos,
producto de lo que parece ser incesantes lecturas del poeta.
Culto, pero nunca culterano, el autor posee la rara habilidad de
introducir personajes reales y de ficción. encargados de
justificar y al mismo tiempo clarificar el poema, en un amplio
abanico de intertextualidad para disfrute del lector atento. El
espectro es amplio, desde Mozart a Manuelita Saez, de la reina
Elizabeth a Toulouse- Lautrec y, por supuesto, de Prometeo a
Francesca de Rímini. Como a buen entendedor pocas
palabras, es casi innecesario decir que nos enfrentamos a un
texto borgiano, que exige pero también compensa con
extraordinaria esplendidez poética. Texto borgiano
también, porque rinde culto a una de las expresiones
más felices del enigmático argentino: en
definitiva, entre todos no hacemos más que escribir un
único libro. Y perdonen la imprecisión textual de
la cita, pero doy fe de su sustancia e
intención.

Tal parece que todo lo que Luis Yuseff lee lo incorpora
a su quehacer literario. Además, en el más estricto
legado de Borges, lo hace sin ningún tipo de atadura
histórica de tiempo y espacio, creando, recreando y
mezclando libremente sus personajes, como todo creador
legítimo de ficciones. Así, en el tercer poema de
"Esquema de la impura rosa", acuden al reclamo poético
Rosa la China del brazo de Sandro Boticelli. Este último,
como es de suponer, acude con todos sus nombres bautismales
Sandro di Mariano Filipepi Boticelli, como un guiño del
autor para que se sepa que su mensaje es ficción pero a
partir de una base bien documentada.

Además, y esto tampoco puede pasar inadvertido
para un lector cubano, sobrenada y a veces se sumerge hasta la
misma raiz del poema, una de nuestras voces mayores del siglo XX,
Gastón Baquero. Y el poeta no lo oculta, al contrario, lo
deja explícito en la dedicatoria. Ocultarlo,
además, hubiera sido contrariar al lector. El solitario de
Madrid aparece y desaparece, socarrón e irónico, a
la vuelta de varios de los mejores poemas de este
libro.

De lo que no cabe duda, es de la voluntad y eficacia del
autor para alcanzar un estilo, una manera de decir y una
comunicación inmediata con el lector y arrastrarlo (y
aquí el término es preciso, en el sentido de
quieras o no) al objetivo final de todo poeta: la complicidad del
lector. Y a fe que lo logra.

Por último, y de nuevo el clásico "last
but not lest", está el título del poemario. En
él se hace alusión a un poeta renacentista, por
más señas veneciano, nacido el 23 de marzo de 1475,
Antonio Broccardo, que hace su aparición en los medios
literarios de su época con apenas 15 años. De
más está decir, apasionado seguidor de Dante y del
"dolce stil nuevo. Personaje real o producto de la capacidad
fabuladora del autor, no es cuestión que sea necesario
dilucidar aquí. Lo que sí resulta importante es
destacar la habilidad con que Luis Yuseff Reyes ha sabido
estructurar su poemario alrededor del mencionado personaje.
Broccardo se justifica no sólo como sujeto lírico
si no, lo cual es aún más importante, como elemento
imprescindible para provocar esa complicidad con el lector a la
cual ya hemos hecho referencia.

Bienvenido seas Antonio Broccardo a la poesía
cubana actual. En tu andadura de siglos desde la ciudad sin muros
que la encierren, apareces hoy ante otra, añorante de
góndolas y canales, sedienta de mar, pero abierta siempre
a los vientos indetenibles de la buena poesía.

"Presentando a Yo me
llamaba

Antonio
Broccardo"

Claro Misael Salcines

Presentar un libro es casi siempre adularlo, meterse en
el fugaz negocio de complacer a los que se supone pujaron porque
el texto fuera publicado.

Por eso nuestras presentaciones de libros son casi
siempre hipócritas. Por eso la presentación de
Salón de última espera (Casa Editora
Abril, 2007), del joven poeta y narrador cubano Luis Yuseff
(Holguín, 1975), terminará por confundirse con
otras y tantas presentaciones de libros malos y mediocres. El
vapuleo editorial es tan ciego que en el inicio todos los libros
son iguales. Sin embargo, para mi personal regocijo de
presentadora, el que me ocupa es un texto que nace con una
auténtica lucecita en el lomo, que resplandece dentro de
los demás libros de poemas, si es que le comparamos
solamente con libros de poemas.

El Premio Calendario de poesía ha crecido tanto
con premiar a Luis Yuseff en el 2005 y con editar al cabo este
cuaderno, que en lo adelante se le puede permitir al concurso que
decrezca. Cuba no es Grecia, no estamos en París y los
poetas como Luis Yuseff no abundan.

Salón de última espera es un
contundente poemario que prestigia a quienes involucra y se deja
presentar sin riesgos ni componendas. Luis Yuseff es, desde hace
rato, un monstruo de la poesía. Autor de algo mucho
más solemne que un libro y otro libro, gestor de una obra
que induce a esa cosa, ya fuera de moda: querer más de lo
mismo, más poesía de la que hace.

Y es que sus textos no se pueden leer sin pensar en la
poesía cubana, en la obra grande que le sale y en el lugar
que él y su obra ocupan en el universo. Todavía no
sé si lo digo como el Salieri de Milos Forman, dolida y
extasiadamente, o si lo digo como quien se hace justicia a
sí misma. A lo mejor ocurren ambas cosas.

Dice la nota de contracubierta que el poeta se disfraza,
que el poeta y sus poemas se disfrazan. Y yo lo creo, pero me
parece que, además, mutan. La mutación es un
proceso más hondo, un cambio hasta las raíces, y
algo menos histriónico que el disfraz. Mutar de un poema a
otro es asumir la otra situación hasta los
tuétanos, es ocupar lo distinto hasta la médula,
entrelazar el fin -límite y propósito- del poeta,
con el principio -iniciación y canon- de la
poesía.

Pero es que Salón de última
espera
permite, también, que el lector se reconozca a
medida que el texto reconoce al lector dentro de sí mismo
y le ofrece la tentadora oportunidad de perderse bajo la fabulosa
constelación de un puñado de símbolos -la
rosa, el Devorador, el miedo al miedo-, con poemas como estacas
que no perdonan a nadie, y no le temen a la exactitud, ni a la
inexactitud, ni al desparpajo, ni a la elegancia; poemas con la
terrible belleza de el violín o con la mentida
serenidad de Las voces que murmuran: "Virginia Woolf,
también yo soy como el pez que salta sobre las
rocas".

Belleza pura y dura es el resumen de estas
páginas. Y no hay que hablar más cuando no se
engaña, cuando lo que resta es el silencio
compañero de la lectura asombrada, y la gratitud hacia el
poeta.

"Salón de última espera,
de Luis Yuseff"

Gleyvis Coro Montanet

"En este poemario, Luis Yuseff retoma el uso de la
máscara: el poeta y el poema que escribe avanzan hacia
nosotros enmascarados…" Esto ha escrito Antón Arrufat
para la contracubierta de Salón de última
espera
, libro que mereció en 2005 el Premio
Calendario, que anualmente convoca la Asociación Hermanos
Saíz y que, a propósito de la XVI Feria
Internacional del Libro, viera la luz este año bajo el
sello de la Casa Editora Abril.

Jugar a descifrar las máscaras, delante o
detrás de estos versos de delicada hechura, podría
resultar tarea ardua, sin embargo. Por momentos, pareciera que el
poeta abandona el poema, y que este, desde su propia
independencia, le planteara al lector el enigma de la
asimilación múltiple. Son textos referenciales, sin
duda, que nos transportan a tiempos y espacios conocidos; pero
que inducen, no obstante, sensaciones auténticamente
nuevas. Textos en los que una admirable artesanía procura
suavizar cierta dureza velada. ¿Cicatriz bajo la
máscara? ¿Quién podría
afirmarlo?

Son esos mismos textos, acaso, los que proporcionan las
claves: "Expongo mi corazón al Devorador. Pesan mi
corazón./ Lentamente se inclina la balanza a favor de la
caída". Y más adelante: "El Devorador es quien me
une a las criaturas que esperan en los salones/ refrigerados,
entre anuncios de tabaco y aguardiente que pasa la
televisión". Suerte de desamparo colectivo,
atmósfera de aeropuertos, donde "las criaturas" esperan, y
se despiden, tratando de salvar, a través del vidrio, el
dramatismo de la escena final en la memoria. Fantasma que recorre
el libro, que por momentos se oculta y siempre retorna a la
fiesta de los enmascarados. Esquiva el rostro; más no
consigue escamotear el rastro. Los salones están marcados
y las huellas son, además, reconocibles: rosas,
árboles, peces cantores, pájaros que lloran.
Laxitud aparente; falsa paz. Urge al lector seguir la verdadera
pista; salir de los recintos y escudriñar más
allá de los cristales, donde al fin el corazón
"salta de las manos del Devorador" para ir a arder "junto a los
cristos de las revoluciones."

La plasticidad de las imágenes, la fina textura
del lenguaje, y la libertad de la forma, son códigos
efectivos para encauzar el torrente expresivo en la
dirección indicada. Pero que no siempre logran contener la
magnitud desbordante de las palabras, que se expanden entonces
para adquirir significado y vida propios. Pudiera ser el caso de
estos poemas. "Transforman los temores a la criatura que teme y
calla": el poeta nos advierte; para después desmantelar
las barricadas y clamar: "Libertad mía:/ sonora como un
viento de piedras/ contra el pecho". No es apacible displicencia
sino ahogo. No hay rostro —es cierto—, pero la
máscara es humana.

LuisYussef (Holguín, 1975) ha recibido como poeta
el Premio Pinos Nuevos 2004, y como narrador el Celestino de
Cuento 2005. Ha publicado, además, los poemarios El
traidor a las palomas
(2002), Vals de los cuerpos
cortados
(2004) y Esquema de la impura rosa (2004).
En complicidad evidente con el espíritu del libro,
Salón de última espera cuenta con
ilustraciones, en cubierta e interiores, del talentoso artista
plástico holguinero Julio César Rodríguez
Aguilar. Bendita la comunión de la palabra y la
imagen.

Salón de última espera es algo
más que una colección de poemas que su autor
tenía escritos y juntó para formar un volumen
destinado al concurso, sino que es un libro coherente, desde su
concepción misma. No narra, pero es posible encontrar y
reencontrar señales de una historia que subyace,
aguardando ser descubierta. Signos de una realidad ilusoria, cual
si el poeta moviera los hilos invisibles de un teatro donde
—como en el mito platónico de la caverna— solo
se ven las sombras. Ecos, citas, contextos, personajes, se
reiteran con precisión calculada, para aparecer (y
desaparecer) a lo Paul Celan, porque, también a su manera:
"Tiempo es de que sea tiempo".

"Máscaras de la
espera"

Leopoldo Luis

He pensado mientras releo a Luis Yuseff (Holguín
1975) en la poesía como revelación, esa que se
alcanza en el consumado acto de la espera. El poeta se ha
entrenado, y de hecho nos entrena en el más trascendental
de los ejercicios humanos. La perenne e inacabable espera, la que
se conjuga en el presente eterno de todas las circunstancias y de
todos los tiempos, pasados y venideros. Ha permanecido
detrás de unos cristales, sentado en un aeropuerto
observando a sus prójimos. Advenedizos en el encuentro con
sus familiares, recién llegados de Venezuela, en el
humilde trance de, primero abrazarse fuertemente, luego la
alegría o la incertidumbre de los regalos. El poeta ha
llorado también, un no sé qué lo embarga. Se
ha marchado a su lecho a tragarse la píldora de hombre
triste. ¿Qué le queda por experimentar en esa
noche, sino ese desenmascarar de la escritura? Combatir su
soledad en el temible Salón, que es el mismo
hombre aguardando por otras visitaciones. Ha elegido para esta
huelga clandestina a un devorador de esperanzas, un verdugo capaz
de extirparle todas las fuerzas, la propia conciencia y todo el
aliento posible, en ese negar de la existencia que retoma de los
simbolistas franceses. Su intensión es deshojarse hasta la
saciedad para que luego pululen otras raíces. Ha bebido
junto a Rimbaud una leche negra del infierno para despertar con
la rosa pura, la rosa martiana, la rosa peregrina, limpia y
acética de Dulce María Loynaz, la rosa que Dios le
tiene concebida para pastar con Ovidio el exilio, para develar la
antigua cábala de los judíos, o simplemente para
adherirse de una vez y por todas a las márgenes de su
isla. Trastoca el naufragio bajo el manto de Santa Teresita de
los Cementerios, y de un modo extraño acompaña a
Paul Celán a la hora de lanzarse al agua de los valientes.
Agua de los marginales, de los que saben, al decir de Nietzsche,
desaparecer y llegar a la otra orilla. Después el
devorador vuelve a llevárselo con ajenas exequias,
discurren otros muertos, ya sean pájaros, ya sean
fantasmas, barricadas, temores, muros, amigos que parten y dejan
como única ofrenda el desamor, salones poblados de
melancolía, el ojo de Borges acechando, donde Paul
Celán sale al jardín, reverdece porque la muerte
limpia todas las asperezas. El devorador sonríe y amenaza
con inmortal pedrada, las piedras contra la Magdalena o contra
Oscar Wilde, advirtiendo el peligro de la caída,
boarding pass para que esperen o para que pasen otros
marginales, esta vez estremecido por la voz de Virginia Woolf.
La dulce voz que la empuja al agua, de pronto el
devorador canta en su propio hueso, y el poeta le lleva el
corazón como único obsequio para seguir
resistiendo.

…" mientras la megafonía, en los
salones de última espera, anuncia la salida del
próximo vuelo hacia la noche"…

Soliloquio, encuentro y desencuentro, curaduría
de la palabra, magnetismo íntimo del ser que se fortalece
en la afanosa espera del verso perfecto. Concibo en ellos la voz
anónima de Valéry, heterónimo oculto,
manifiesto de la mente, anatema de la lucidez, procedimiento del
cálculo frío donde se ensaya el misterio, paralelo
inocente para negar o superar, afanarse en los códigos
clásicos, internarse en los derroteros de la poesía
pura donde en ese cementerio el ego se somete y se elucubra la
elegancia, la palabra concisa, la memoria hermosa que avizora los
designios, la bulla mesurada de esos muertos que ha erigido, y
que ha elegido para testamentar la desdicha. Ahogamiento de la
desesperación para oficiar a ratos la felicidad, como
trigo dúctil cebado por sus manos. Canto hacia dentro para
no atormentarnos con sus desvelos. Reconciliación secreta.
Caos suspendido en el elogio.

Ha de verse en este poemario, Premio Calendario,
poesía 2005, editado por la Casa Editora Abril, 2007, la
dicha traslúcida, el verso que no se adultera en su
composición, el puño trillado, el ojo que apuntala
y corta cualquier resonancia acusativa. Luis Yuseff en el sentido
cartesiano como señala Antón Arrufat en las
palabras de contracubierta, anglicano en su depuración y
silencio, como lo veo yo, nos surte de una poética que
evita reprobarse en la descortesía, en el descomedimiento.
Tejido bien cortado. Bendecido por la sabia de los
ángeles, llaneza, parquedad, símbolos que se
advienen en la conversación tranquila. Duda que se
reafirma cuando conjura su propio ser: ésjatón de
toda realidad ¿Utopía para rebelarse o para
consumar la salvación? Pensamiento, coherencia de
hipótesis, de estilo incorruptible para perpetuar las
referencias. Seguridad máxima donde el sujeto
lírico (devorador del ser) común denominador,
campea y dignifica esa mente desde principio a fin con
franqueable autonomía. Método del análisis
que se estrena en Montaigne, cala en el yo, persuade en la
disciplina de cuestionar en cada verso su propio espíritu.
Explotada idea donde ese engullidor vigila y no se asombra.
Austeridad en el oficio de los sabios. Madurez en la temprana
quimera de los elegidos. Convicción y pulcritud severa
para cortar los retumbos. Acercarse y acercarnos a los
cánones ocultos.

Yuseff porta cierta mística de sentenciosa
lucidez y poderosa puntería, no recuerdo otra voz en la
más contemporánea y cercana poesía de los
90, entredicha o editada en la isla con excepción de la
refinada melodía de Roberto Méndez, artífice
o cenáculo donde a mi juicio, Yuseff reorienta los
compases, abstiene su voz y legaliza este conjunto de versos que
colindan entre prosa breve y el verso libre como categoría
moderna de la expresión. Su acento ha marcado a muchas
voces de la actual poesía holguinera, escrita en el 2000 y
nos deleita porque en él la muerte llora, y el
corazón bendice otro día más en los predios
de la poesía, porque en él, Dulce María ha
entrado airosa, ha compartido ese escrutinio que
sobreactúa en el texto y le ha regalado su dedo. Lo ha
acompañado en esa misa que el poeta pondera desde un
aeropuerto de isla confinada en la espera. Gracias por esperarme,
porque también yo espero a que sigas iluminándonos.
Porque tú esperas a que Holguín, tenga espaldas
para sostenerte. Por las Gracias eternas. Príncipe.
Hermano.

Diciembre 17, 2008.

"Salón de última
espera"

Miladis Hernández Acosta

Abril es el mes más cruel, ya se sabe.
Solo que muchos no atinan a comprender de dónde proviene
tal crueldad. Ni metáfora exacerbada, ni arbitrio
expresivo del poeta. Simple observación. La primavera abre
nuevos cauces a la vida, pero por la dinámica que le
conocemos, por esa rueda dual donde la afirmación lleva a
cuestas una negación, todo acto de vida es a la vez uno de
muerte. Nunca como en la primavera se evidencian tal cantidad de
muerte para la vida. Y esto no lo traigo a cuento como un golpe
de efecto para una presentación. Es que se juntan en este
acto abril, la primavera, vida y muerte, en fin, poesía,
encapsulada en este libro breve e intenso como lo que fulgura en
el recuerdo, Salón de última espera,
Premio Calendario 2005, (Casa Editora Abril, 2007).

Hace unos años, me invitaron a participar como
jurado del Concurso Nuevas Voces. Entre el haz de manuscritos que
me llevé a casa para leer, hubo uno que desde el inicio
saltó como una liebre luminosa. Hice la primera lectura
fugaz para descontar el peso muerto y lo puse aparte. Cuando
volví sobre el grupo que había pasado la prueba, se
me irguió con un ademán lozano y sonriente.
Volví sobre él y me vi impelido a ese gesto que
hace todo lector entusiasta, compartir su gozo con otro
entusiasta, así que telefoneé a Eugenio
Marrón. Los dos coincidimos: era una voz inusual, de
ventajosas lecturas y perfilada sensibilidad. Al premiar el
libro, conocí aquel joven pálido (entonces
delgado), de pelo largo, un Aramís fuera de su tiempo de
mosqueteros y aventuras galantes, con nombre de poeta de las
Noches de Arabia. Se sentía inseguro sobre sus
posibilidades. Le dije algo para ayudar a espantar al cuervo de
la poca estima y desde entonces he seguido su bienaventurado
crecimiento. Y, para mi honra, he podido corroborar que no me
equivoqué. La finura de sentido, el atento sentimiento, la
incorporación del río de toda la poesía, se
hinchan para nuevas germinaciones. Así ahora este libro,
hermoso y augural como una rosa acribillada por la
lluvia.

¿Qué se espera en un salón de
última espera
? Entre muchas respuestas desconocidas
podríamos adelantar: una definición, un destino, el
todo o la nada. Siempre un filo que hiende y divide, establece
distancias y nuevas estaciones. En definitiva, vivir es una
larga, inevitable espera. Como la espesa y exasperante espera, el
libro se adensa en el predominio de poemas en prosa. Tal vez sea
el más difícil de dominar en la ardua
alfarería de la poesía. Lo acechan el facilismo de
lo discursivo o la falsía de la ingeniosidad
metafórica. Bien sabemos que lo poético no
está constreñido a una forma, ni verso por
línea ni métrica. Es la creación de una
imagen plena de figuraciones y significados que avivan un algo
más. Yuseff sale erguido y con una estrella en la mano. No
abusa de lo prosaico, no se excede en la imaginería, sabe
concentrarse en la imagen que reconstruye y conferir a la
sintaxis de la prosa la tensión así como la
icasticidad de lo poético.

El poeta se ha lanzado al río de su tiempo. No
por curiosidad, solo porque no puede evitar el llamado. Un hombre
es todos los hombres. Expongo mi corazón el
Devorador
, nos dice. Solo quien ama se arriesga. Solo quien
se arriesga conoce y sufre y vive y es merecedor. Y el que se
sume en la vida deberá beber la leche negra que
acompaña el rito de la existencia. Leche que alimenta
todas las rosas, las del alba y las del ocaso, las del
afán y las de la muerte. El poeta lleva la suya empapada
en espanto y conmiseración.

El poeta atraviesa todos los salones de la vida, pero no
es un visitante. Es un enviado del destino. En algún
momento deberá testimoniar. Es así que el poeta no
puede evitar ser un entremetido contumaz, ese al que no hay que
llamar porque él siente la urgencia de estar en el sitio
de todo y todos. Así lo declara, Soy el mirón
que escucha todo el tiempo
.

Esta inclinación que a la vez despierta una
obstinada y aguda facultad lo vuelve sensible a todos los
vientos, temblores, alaridos, inundaciones, fuegos, sangre
vertida. El poeta en su derrotero de espera, en su faena de ver y
oír, descubre que hay falsas puertas, trampas, cuchillos,
lazos. Despiertan los temores con sus neurosis y paranoias. El
temor crea su remedio. Es Un miedo… que, a razón de
dominarte, te transforma
. Es un pájaro aprisionado y
al mismo tiempo la avidez de fuga.

Así el temor prepara al poeta para desdoblar
todos los pliegues de la realidad. El poeta ama y atiende pero se
garantiza la estrategia de la desconfianza. Sabe que para llegar
al tuétano de lo verdadero no puede permitirse el
aturdimiento de las apariencias. No voy a creerme toda esta
paz
, proclama, con lo que advierte a los prestidigitadores
y, a la vez, alerta a sus seguidores.

Sabe que un estado de ignorancia puede suavizar la pena
y evitar ciertos desastres. Todo conocimiento
compromete
, dice y ya esto es un índice de
implicación, de extensión del sentir, de
inoculación del dolor. La inocencia puede ayudar a cierta
insensibilidad que no es la felicidad. Si pierdo la memoria,
qué pureza
, ha dicho otro poeta. Es solo la blanca
pureza de lo inerme, de lo indolente. Sin embargo, el poeta no
puede sustraerse a saber, que es sentir y sufrir. El dolor fragua
y enaltece.

Lo otro sería evitar. Dar la vuelta al meollo de
la vida y sus torbellinos. Ciervo es el que huye. Pero
el ciervo no lo es por su huida. Ni su belleza está en
huir, solo en ser ciervo. La huida es su sabia
anticipación a la muerte.

Vivir es consumarse y consumirse. Nadie es sino
lentamente dejando su propio ser como una vela. Arder es una
manera de sentir y aprender. Evadir la posibilidad del fuego nos
salva intactos para la nada pero no para la vida. Vivir es
quemarse y, como lo sabe el poeta, Nadie arde en nuestro
sitio
. Hay que entrar al fuego.

Esperar, atender, mirar, oír, quemarse, ir en pos
de lo que está tras la puerta de la espera última.
Querer ser, querer traspasar el umbral de lo dado. Imponer un
designio. La libertad es ser uno y serlo en lo más denso
del fuego, con los otros, sin renuncias ni subterfugios.
Libertad, viento de piedras contra el pecho, entona el
poeta. Ese viento no permite el aturdimiento, auspicia y anima.
El pecho al viento busca la libertad. Quien prescinde y evade es
prisionero de su temor. Escapa al dolor pero también a la
vida. El dolor de las piedras en el pecho, es el pálpito
de la vida en libertad.

Libro sopesado, entre la confesión y el canto.
Mesurado en su composición. Justo en sus apropiaciones de
otras voces. Ardiente y conmovedor. Declara una voz adulta, en
posesión de su registro y con mirada que rasga lo
epidérmico y busca. Rezuma urgencias. Convoca, golpea,
mueve. Arroja con su presencia toda impavidez. Pleno de belleza
cáustica pero regeneradora. Detrás del filo hay un
alma encantada. Suerte para quienes prestemos
oído.

Me olvidaba: todo cuanto he aventurado conjeturar sobre
lo que se espera tras el salón de última espera
-una definición, un destino, el todo o la nada- puede
epitomarse en el Devorador que nos advierte el poeta, que es todo
aquello. Estos poemas pueden servir muchos propósitos.
Pienso que el ser que está tras estas líneas
favorecería uno sobre todos, el arrancarle al devorador,
otro corazón que llevarse a la boca. El poeta se
sacrifica y pone el suyo. Ya basta, dice su
clamor.

Holguín, 4 de abril de 2007

"Un corazón que llevarse a la
boca:

Salón de última
espera"

Manuel García Verdecia

Il a mis Son manteau de pluie Parce
qu'il pleuvait Et il est parti Sous la pluie Sans une parole Et
moi j'ai pris Ma tete dans ma main Et j'ai
pleure.

Dejeuner du matin. Jacques Prévert
1

En el ámbito de la expresión
sonora, el silencio es la ausencia de sonido. Sin embargo,
que no haya sonido, no siempre quiere decir que no haya
comunicación. Comúnmente, el silencio sirve de
pausa reflexiva en el proceso comunicativo para ayudar a valorar
el mensaje. Más allá, de la simple
puntuación, el silencio puede utilizarse con una
intencionalidad dramática, pues revaloriza los sonidos
anteriores y posteriores. Ante esto, podemos establecer que el
silencio puede ser: Silencio objetivo y silencio subjetivo.

En cambio esta salvedad técnica no ha de servirnos de
derrotero para emprender ese camino de profunda reflexión
que imponen aquellos silencios que emergen como palabras;
más allá del valor expresivo del silencio para
reflexionar sobre la palabra, en Los silencios profundos
se trata de entender los caminos de la búsqueda
ontológica del poeta, esa búsqueda
concéntrica por los infiernos donde nace la palabra,
palabra que no callarán las circunstancias, incluso las
más terribles circunstancias.

Mientras al hondo valle descendía,

me encontré con un ser tan silencioso

que mudo en su silencio parecía

Divina comedia: Infierno. Canto I. Dante
Alighieri

El poeta mide su voz en la profundidad del silencio como
el que arroja primero la piedra al pozo y espera el sonido
devuelto, pero este cálculo elemental para saber cuan
profundo hay que penetrar para que emerja la palabra no es
suficiente. Para el poeta este es apenas un tanteo un primer
paso, lanzarse al pozo le dará la medida exacta de la
profundidad. Ciertas circunstancias nos acercan al brocal, ese
brocal donde Hay un árbol que no escucha, hay un
árbol que no habla
. Al poeta le han sido dado los
espacios, pero siente que: uno escribe un verso// y no sucede
nada.// uno lee un poema// y no sucede nada.//uno publica un
libro// y no sucede nada.
Acaso como si presintiera que:
No te recordarán los hijos de los hijos. La gloria
consiste en saber callar.
En cambio tiene que volver a la
palabra para expresar su silencio o mejor lo que todo buen poeta
sabe, aprender del silencio y devolver la imagen, ese rostro
fugaz y transitorio del silencio.

Se es valiente de muchas maneras, mucho más
cuando se reconoce el temor, siempre habrá un poeta a la
entrada de los infiernos, un guía y a él
encomendaremos nuestras almas contritas.

Como una igualdad matemática silencio y palabra
son sopesadas en la balanza, tanto peso adquiere uno como la
otra. La palabra largamente meditada en el silencio se abre paso
entre las circunstancias cotidianas (la partida, los espacios y
los contextos, la familia, el hogar, el amor perdido, la
música, los poetas, recurrencias vistas desde el
inevitable ceremonial del observador) el poeta sabe que el
silencio por igual es amargo y luminoso. El derrotero trazado en
los mapas del dolor no lleva al abismo, las regiones nombradas no
fueron solamente habitadas por el poeta, también lo
habitaron a él y ahora son cartografiadas en las
coordenadas de la evocación para que el viajero pueda
adentrarse en el mundo interior, al menos el visible, del poeta
transfigurado en sujeto lírico. Y he aquí una
acotación, la observación no viene del que
simplemente contempla esos ámbitos recorridos, sino del
que ha logrado mirar desde adentro, mirada visceral sobre las
cosas que le rodean. Asimilar el silencio más que
circunstancia como razón de ser implica el sacrificio de
despojar el rumor creciente en el pecho de cualquier formalismo y
adorno y dejar que fluya la metáfora, natural y libre con
la melodía, el ritmo y el tono necesario para ascender por
los angostos pasadizos del cuerpo y hacer que brote como ese aire
necesario que se debe expulsar, aire asimilado, aire devuelto,
pues así de circulares son los recorridos, ciclos vitales
que el poeta necesita recorrer periódicamente y mostrar al
lector porque es inevitable que la palabra haga perdurar a los
objetos.

En China existe una leyenda que dice que el
descubrimiento del gusano de seda fue hecho por una antigua
emperatriz llamada Xi Ling-Shi. Se dice que mientras caminaba se
encontró con los gusanos. Ella los tocó, y por arte
de magia, apareció una hebra de seda. Según la iba
recogiendo la iba enrollando en su dedo, sintiendo una
sensación de calor. Cuando terminó de recoger la
seda, vio que ésta provenía de un capullo. En ese
capullo vital se expresa el viaje interior del poeta. Sumergido,
pero no aletargado, reposa, se alimentó de toda materia y
en un largo hilo ha conformado su coraza, pues aunque el verso
tome muchos caminos es uno mismo multiplicado, a la larga no
construimos nuevos capullos siempre retomamos el mismo
hilo.

En el arte de la conversación manejar los
silencios, evitar esos territorios molestos que se pudren lentos
como los días, saber discernir el sendero que nos lleve al
diálogo es un oficio terrible, mucho más cuando se
instauran esas criaturas del dolor, innombrables criaturas que
solo saben dar certezas de lo incierto, a la postre signo que
rige la conversación, no saber discernir las estaciones,
no identificar los lugares, los sitios de siempre, nada
anuncia la muerte,
todo es signo de muerte, nada es una
bandera densa para el olvido
, todo es materia del recuerdo,
nada es lamentable, sin embargo todo se siente en su
ausencia. La paradoja se convierte en el signo del que se debate
entre el silencio y el grito. El signo de la muerte, la muerte de
las cosas, esa muerte relativa, acumulada, la pérdida de
valor cuando parecen tocadas por el frío dedo de Dios.
Huir es necesario, aunque no sea salvarse, es apenas, lo sabe, la
certeza del cambio necesario, ser otro. Silencio es la
crisálida que prefigura el imago, la fuga del
gusano transformado, también la efímera vida de la
mariposa.

"Y volviéndose a ellos al momento

les dije: " ¡Oh, Francesca!, ¡Tu
martirio

me hace llorar con pío sentimiento!"

Y ella: "¡Nada es más triste que el
recuerdo

de la ventura, en medio a la desgracia!

¡Muy bien lo sabe tu maestro cuerdo!

"Pero si tu bondad aun no se sacia,

te contaré, como quien habla y llora,

de nuestro amor la primitiva gracia"

Divina comedia: Infierno. Canto V. Dante
Alighieri

Los territorios del silencio se dividen en: Provincias
que siempre serán de la noche, blancos peces las habitan,
junto a ellas los hijos de la maldita circunstancia obligados a
sobrevivir en esa agua menos discursiva y más violenta,
criaturas frágiles, pálidas, etéreas,
mágicas, soñadas. Mentira
. El poeta las
observa como un practicante budista sumergido en sus
técnicas de vipassana que evidentemente
será la postura siempre activa del poeta que sabe que:
//Estas criaturas no tienen por qué reconocerse en mi
dolor//
El poeta es un ser despierto, un buda que desde la
observación tranquila y atenta del zazen tanto de los
propios procesos mentales como de los fenómenos de la vida
evita la dualidad en la comprensión del acontecer y logra
la transformación o al menos acercarse a la
iluminación. Antes de penetrar en el territorio que marca
Cuaderno de tala, el poeta reconoce la terrible
circunstancia que allí se vivirá: Yo, pecador,
no quiero que los míos padezcan//Y dicto conjuros para
alejar las mariposas que vuelan sobre los cadáveres
fríos// salmos contra los signos inequívocos de la
muerte
. Advertidos de tales suertes iniciamos junto a
él, especie de Virgilio la entrada en Cuaderno de
tala
donde breves pausas serán el desbroce del
talador, el despojo de cualquier afeite persiguiendo lo natural
de la palabra como un cirujano que descubre lo visceral en cada
corte, lo dramático del amor transfigurado, aquel que nos
ha condenado al Vía Crucis, al destierro a ese
sitio donde habite el olvido e inevitablemente a quemar
los lirios, o simplemente dejar que el sol los vaya quemando con
su enconado fulgor diario. Porque siempre habrá un
talador, cuerpo de Dios, hijo de Dios, cuerpo nutricio y
venerado, pero tu costado se moría//tu hígado
me daba miedo// y yo me callaba tanta sustancia cristalina//
tanto amarillo en tu pupila.
Causa de las cosas que llevan
al territorio del silencio, causas de amargo sabor como son los
reproches: Yo no quería estos versos para ti.// yo no
quería estas páginas de ceniza.//
Aunque otra
mano ocupe sus miserias//tus distancias// las fuerzas
necesarias // para sobreponerse al día de hoy// y al de
mañana//a tus silencios// a tus tristezas//
talador
que recibirá su indulto en la despedida: Abandonar la
palabra// con una ceremonia sencilla.//Como
despediríamos//quizás a un desconocido.//Perdonar
los silencios profundos.//
luego el cuerpo sufrido del dios
será el cuerpo de la rosa evocada, no la flor sino su
recuerdo. Del silencio se aprende que toda luz tiene sombra, nada
existe sin su opuesto, desconocerlo implica concebir equivocadas
ideas de la felicidad // y ahora que ya no tenemos
árbol// ni la inocencia de entonces// nos damos cuenta de
que la felicidad// era aquella sombra tan parecida a un
cristal//
Al final del mapa, ex libris, la
frontera, los lindes del hombre que era y sigue siendo antes de
iniciar la entrada en los reinos del silencio, siempre latente el
deseo de ser otro, recuérdese el capullo, apréndase
la lección, el mar cambia según Hemingway,
seremos otros, pero ante los ojos de los demás apenas
lucimos diferentes, solo en nuestro interior se aferra el
pensamiento, se abre el capullo.

Constante la perceptible búsqueda de la belleza,
no solo en la forma, si no en lo natural, lo sencillamente
natural como el lenguaje directo, no por eso dejan de faltar las
imágenes, las enumeraciones de imágenes, como
sucesiones de estelar materia en cometas engarzadas. Los signos
de lo bello revelan el Ethos y el Phatos, también el
Thanatos del ser bajo la nueva circunstancia del vivir, el
destino inevitable, el mundo estalla en la sucia belleza
cotidiana de lo inexorable, el poeta se mantiene firme en su
postura aunque tenga que mostrar su identificación y beber
el trago amargo una y otra vez. Las flores, //aunque no es
tiempo de orquídeas//uno termina comprometiéndose//
con la estación de las orquídeas//
La rosa, el
símbolo de la rosa, vuelve a estar presente como un
dictado breve de crudelísima revelación
Abrazarse a cualquier cuerpo// con la certeza// de que alguna
vez// le verás el rostro al ángel.
La cicatriz
marchita: seca como una rosa, la rosa como ceremonia del
bien vivir. Los lirios, //Lirios para el amor//Lirios para
vernos envejecer//
flores para cada región, no es
casual que sean orquídeas, rosas y lirios. Las
orquídeas, tan variadas y tropicales denominadas
así por Teofrasto dada la semejanza de su bulbo con
orchis, testículo en latín (sensualidad,
seducción y belleza suprema, perfectas para declarar el
fervor amoroso) Las rosas que hablan del amor, del gozo y el
dolor, la mezcla de los sentimientos. La pureza del
corazón expresada en el Lirio. Las flores como paradigma
de la belleza se convierten en los signos reveladores de la
naturaleza del sentimiento mayor, ese que marca el derrotero de
estos caminos del silencio, acaso no fueron en esa
búsqueda Orfeo, Dante, Cernuda, caminos en los cuales
transcurre también la vida. Tres flores como tres monedas,
herederas de la milenrama, que irán formando
trigramas, luego hexagramas del Libro de las mutaciones (I Ching)
revelando el estado actual, deslindando los pasos hacia el
cambio. Hexagrama 49, Ko, el cambio, (tui, lo sereno se enfrenta
a Li, la cohesión) el lago en lo alto, el fuego en lo
bajo, fuerzas antagónicas se enfrentan, solo el cambio
permite restablecer los valores perdidos. Nada es para siempre,
lo que existe proviene del cambio y en él desaparece hacia
la cualidad superior. Lo que no cambia está condenado a
perecer. El poeta ha identificado el hexagrama de sus días
emerge no como observador o paciente de su destino, ahora es el
iluminado que no hace votos de silencio, siente el cambio y hace
ejercicio de la palabra: Te dieron el ángel. Pero no
sus alas.// Te dieron la sangre. Pero no el cuerpo.// Te dieron
el martirio. Pero no la cruz.// y finalmente te dieron las
palabras. // Esas colonias de fuego que avanzan hacia ti// y
crecen cercándote como grandes silencios de guerra.

Solo en la palabra, el grito visceral, hallará la
revelación y el sonido largamente buscado, la exacta
medida del ser, descorrerá los celajes y renacerá
al mundo.

Celebro el mapa del dolor, los caminos delineados por la
suspicaz observación del poeta, celebro la belleza de sus
palabras hecha libro. Libro de los silencios, pero no de la
contrición. Recomiendo leerlo como viejos salmos antes de
iniciar los recorridos de los silencios cotidianos. Recomiendo
este juego necesario de ser otro cuando se sabe que nunca
cambiaremos, todo valor está en el intento, muy a pesar de
las cambiantes circunstancias siempre seremos los mismos, cuerpo
de palabra que estalla por encima de los silencios
profundos.

Abril, mes cruel, del 2010

"Desde la profundidad del
silencio"

Pablo Guerra

1 DESAYUNO

Echó café en la
taza.Echó leche en la taza de café.Echó
azúcar en el café con leche.Con la cucharilla lo
revolvió.Bebió el café con leche.Dejó
la taza sin hablarme.Encendió un cigarrillo.Hizo anillos
de humo.Volcó la ceniza en el cenicerosin hablarme.Sin
mirarme se puso de pie.Se puso el sombrero.Se puso el
impermeableporque llovía.Se marchó bajo la
lluvia.Sin decir palabra.Sin mirarme.Y me cubrí la cara
con las manos.Y lloré.

De Histories. Jacques Prevert.
Versión de Aldo Pellegrini

Pareciera que Luis Yuseff tiene
razón, cuando dice, desde la voz de la negra Mercedes
Sosa: las canciones de barricada "pasaron de moda". Y digo
pareciera porque pensado así, a lo grande, pudiera semejar
certeza. En cambio, Yuseff es el primero en desmentir ese
supuesto desde su libro "Los silencios profundos", Premio
Adelaida del Mármol, 2008.

Este conjunto de textos es una barricada perfecta desde
la que el poeta se enfrenta, lustra las armas y se entrega para
permanecer vivo en medio de la balacera. Desde
imágenes,  que sin rubor o duda, me atrevo a llamar
trascendentes, el poeta apaga las luces y muestra el pecho
blanco. Después, acaricia al bárbaro que un
día abrirá de un tajazo ese mismo pecho. De
regreso, lava su cuerpo, recorta el cabello y destruye algunos
poemas…

Ese acto de limpieza de cuerpo y textos es el que signa
el renacimiento. Pero no al estilo del fénix sino un
renacimiento cotidiano: el despertar de la voz después de
haber creído que no se cantaría más. El
ponerse en pié luego de los disparos y adioses. El
árbol del pan creciendo en el campo quemado. El
encumbramiento de la mirada luego del fin del sudor gozoso y la
fiesta de los primitivos olores del cuerpo. Y más tarde, a
solas con ese renacimiento, el desafío es poder
escribirlo.

Ya es sabido que es cierto que pasamos la vida
despidiéndonos y no siempre con el blanco pañuelo
de la paz entre las manos para hacerlo hondear en el muelle. Hay
muchos adioses ante los que no tenemos siquiera la fuerza, la
energía para agitar la mano o balbucear
palabra.

Contra el adiós que colma la Tierra de Todos, es
decir de Nadie, estos versos son parapeto y escudo. Y como los
sublevados en las barricadas, saben cuándo adelantar el
paso y cuándo tenderse -medio muertos- para que las tropas
pasen, atraviesen el campo de batalla que son estas
páginas. El desgarramiento mayor, el quebrantamiento del
yo en minúsculos fragmentos que como en el cristal
más exquisito es imposible volver a juntar, permanece en
la poesía de Yuseff.

El Nunca Más está dicho aquí sin el
tremendismo del momento del hundimiento. Está apenas
susurrado desde el oscuro rincón. Pocas veces puede
conseguirse que un gran gesto, un gesto tremendo, sea
sobrio.

Los tremendismos esconden tras de sí las
verdaderas naturalezas. El aullido  a la luna sigue siendo
un llamado de atención profundo, pero el escape, el
abandonar la manada, quedarse a solas, la huida hacia sí
mismo llevándose al escondite los fantasmas, las
pequeñas muertes y con ellas construir otro mundo, como ha
hecho Luis Yuseff, eso es elegancia poética, sin
estruendos.

No es lo magnífico de la escritura de este joven
poeta, que también… No es la elección limpia del
verbo adecuado, que también…No son sus indiscutibles
aciertos poéticos, que también… Es, sobre todas
las cosas, a mi entender, la realeza de la emoción genuina
lo que emerge de este libro. ¿Quién puede decir
exactamente lo que le sucede en el momento mismo en que
pasa?  ¿Cómo gritar y que sólo se
escuche un delicado silencio? ¿Cómo desgarrarse sin
sentirse centro del mundo, huérfano ombligo de la tierra?
¿Cómo aprender lo que Yuseff sabe tan
atinadamente?, que "la gloria consiste en saber
callar"

Todo cuesta, doloroso descubrimiento que una vez hecho
no es posible olvidar. Todos hemos sido animales vigorosos y
hemos estado en la algarabía, la confusión, la
vida. De ahí se regresa cada día, de ahí
somos expulsados una y otra vez. Este libro da fe de esas
expulsiones y de los enigmas de esas expulsiones. Lo hace del
mismo modo en que el infante empieza a explicárselo todo o
el monje admite o la adolescente prostituta consiente: con miedo,
con mucho miedo. Y de pronto el miedo, el abismo, no es solo
lanza que atraviesa la garganta ni muerte punzante, sino perpetua
belleza. Absoluta y magistral belleza del dolor, del poeta que
sabe cómo explicar el tiempo en que fueron quemados los
lirios. La época en que todo ardió,  y tras la
cual hubo que volver a  inventar vida, verso, tierra y mar
para sobrevivir.

Pudiera ser que la pérdida de la felicidad traiga
en sí ese ruido de crash seco de disco viejo, tantas veces
escuchado. Pudiera ser que en algún punto sea irrefutable
que las canciones de barricada hayan pasado de moda. Pero lo
incuestionable también es que Luis Yuseff  desmiente
esto último y sabiendo que siempre estamos en guerra, que
siempre estamos cercados, que el golpe seco, la aridez, el grito
acosan y están seguros, él ofrece, sabiamente
ofrece (y eso es otro don dentro de su juventud), el reposo
necesitado y la verdad contundente de los silencios
profundos.

"Palabras sobre Los silencios
profundos"

Laura Ruiz

Lo primero que percibí de él fue su voz.
Fue en una de las primeras Romerías de Mayo, en
Holguín, leía en el patio de La Periquera. Yo
entraba y me quedé detrás de las columnas.
Todavía no había publicado libros ni obtenido
premios. Su voz pausada se extendía a través de
aquellos muros haciendo que el público desde sus sillas
viajara a través de sus palabras. Yo también lo
disfruté. Esa vez no me le quise acercar. Pasadas unas
horas, ya de madrugada, en el concierto de pre Romerías,
lo volví a ver. Ahora con un suéter verde
(hacía frío). Llevaba una ofrenda floral al
monumento de Lucia Iñiguez en el Bosque de los
Héroes. Eso es lo que recuerdo de la primera vez que vi al
poeta Luis Yuseff.

Después, por supuesto, fue apareciendo cada vez
con más frecuencia, pero ya no sabría decir con
exactitud cual fue la primera conversación, o quién
nos presentó. Lo cierto es que ha pasado el tiempo y el
poeta-amigo ha sido uno de esos a los que llamo imprescindible.
Nunca pensé que yo, muchacho tímido, podría
estar hablando con él, compartiendo lecturas, haciendo
poesía. Tampoco podría imaginar que estaría
reseñando uno de sus libros. Yo, que leo con
dedicación cada una de sus palabras, ahora presento este,
su séptimo libro de poemas: Los silencios
profundos
(Premio Adelaida del Mármol, Ediciones
Holguín, 2009).

Para cuando el libro se vivió o por lo menos los
cables tensores de este conjunto se estiraron, yo escribí
un poema dedicado a esa situación, que aún se
mantiene inédito: "Formas que me revelan la impaciencia"
(describo, en su inicio, la clínica para enfermos de la
mente ubicada en las afueras de la ciudad de Holguín).
Poesía-vivida o vida-poesía, creo que en realidad
no hay tal relación, pues no son dos partes que
interactúan, sino un todo, una totalidad que engrana un
tejido difícil de desmembrar. Quizás, sea esta una
de las claves para entender su poesía, y su bregar por la
vida.

Los silencios profundos, escritura adulta donde
el escritor sabe adónde quiere llevar al lector. Yuseff
sabe hacer gala de esos binomios tan exquisitos
(Poesía-vivida o vida-poesía) y elegantes, en
cuanto a mezclar las vicisitudes de la existencia en el
país, y esa suerte de referencia autobiográfica
para saberse dueño y parte decisiva de la patria. Y lo
hace a partir del lenguaje, elemento vivo que maneja con
maestría. Como un ebanista, va armando sus poemas. En este
libro me sorprende la capacidad sinfónica de sus versos.
En el poema introito, el primer verso dice: llegado el tiempo
de las inevitables conversaciones
…, contrastante si
lo comparamos con el título del libro. Otro recurso. El
libro es de declaración, de denuncia. En él se es
contemplativo atestiguando. Así que el silencio es otro
guiño, otra máscara, para los acostumbrados a leer
a Yuseff. En este primer poema están las claves de todo lo
que se avecina en el resto del libro, tal como se quiere. En
él está el sabor añejo y cubanísimo
de la palabra "hiede", palabra que tal vez nos viene de nuestras
abuelas, y que en otro poeta sonaría rancio. Se agradece
que en pleno siglo XXI se utilicen palabras con esta textura,
otro poeta hubiera escrito "peste" o hubiera empleado cualquier
otra construcción.

El motivo primario de este libro es una
conversación que tuvo el poeta y el libro hace de puente,
y no ya solo con un individuo o cosa específica, sino con
los lectores. Soy el poeta./ Y no logro construir con
palabras las mágicas combinaciones/ que pudieran evadir
esta conversación inevitable.

Pero aquí no se trata de un detalle
específico, el pase de revista llega a tal extremo que
escribe más adelante: en la orilla todos se marchan:
no pueden explicarse la lluvia sobre el mar/ y se marchan.
Y
es que el libro inicia con ese motivo, pero pronto se amplifica
el canon visual del poeta, y lo que fue motivo es sólo
inicio, pues en el transcurso de la lectura el fresco que brinda
el autor es tan variado que pone en caja de resonancia personal,
los sinfónicos poemas que conforman toda una vida. El
elemento añejo se consolida en Barricadas y en
Efecto café bulevar. Añejo, como el mejor
de los vinos, que después de tragado, queda en la boca el
gusto de lo que ya no está, de lo que se ha ido. El poeta
en esta ocasión es el que entra y pide el último
café, es también las disímiles voces que
confluyen en el texto. Los toldos se transforman en el espacio,
en símbolo de patria, en útero donde, más
que vivir, uno existe. Sabe que la historia que cuenta es
demasiado reciente…, de ayer mismo.

Una tabla que flota en la bahía, igual de
mítica si se tratase de un balsero o evocando a la Virgen
de la Caridad del Cobre. Toldos para refugiarse, para estar bajo
el resplandor, toldos que nos induce a pensar en la permanencia
en esta tierra que sintió el dolor de Juan Clemente Zenea.
El destierro de Heredia. La muerte de Plácido. Las cartas
de amor de Juana Borrero, o la asfixia de Lezama. Dolor de
referencia, dolor para sentirse reflejado en el cauce de la
angustia nacional. De nada sirve, dice, escribir un buen poema. Y
sólo en el interior de su mente ve caer la dulce
nevada
que Fina García Marruz acaba de anunciar.
Sólo en su mente, porque los ojos sólo sirven para
ver lo físico, lo que de verdad se ve. Pero la
poesía se hace en su interior sin proponérselo,
desde la mente o el estómago.

Provincias de la noche, la parte central del
libro, que viene a mí con un fuerte olor a colonias, de
las que se esparce en los barrios en noches de toque de santos.
Allí las hojas son de olor, y se maceran en el cuerpo del
que le hacen la "limpieza". Pero todo concentrado, discreto, como
el llanto de un poeta. Una de las expresiones más rotundas
de esta parte es: …voy pareciéndome a mí
mismo y ese es un modo de desaparecer.
Y es que el poeta
parece sereno, pero su calma es sólo aparente, igual a la
del silencio. Comparada con la calma del ojo del huracán.
Esa tranquilidad que sustenta los vientos arrasadores y las
lluvias destructoras. Yuseff sabe que existe el horror, pero no
lo expone, lo canta, lo dice bajo un solo de chelo
aviolinado.

Sigue sin dormir, sabe que n o podrá descansar
del todo. Piedras de imán para atraer lo bueno, llaves que
abran puertas, vasos con agua clara. Vivir es ya difícil,
y mantenerse estable y digno lo es aún más; lo es,
aún más, para el que escribió: hay una
sinfonía de muerte a cada paso. Escucha. La música
es hermosa.

Y lo es sin duda alguna, porque sabe que el horror
está, la maldad, pero acompañado de melodías
que, más que disfrutar, él necesita.

El Cuaderno de tala, una transmutación
del "Devorador", personaje que ya existe desde su libro anterior,
Salón de última espera (Casa Editora
Abril, 2007). Parece que la existencia de su poesía
necesita de una contraparte, del reto de la amenaza, esta vez es
un "Talador". Algunas de las escenas de estos poemas parecen del
medioevo, tiene una belleza oscura, no por el lenguaje, sino en
el ambiente: tuve pena de su realeza tendida sobre los troncos. Y
lloré junto a los círculos de sangre. En estos
últimos textos se retoma la conversación o las
declaraciones: no te sentarás a mi mesa. Pero no
serás mi enemigo. No alabarás a un dios
equivocado.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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