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Biobibliografía del poeta cubano Luis Yuseff Reyes Leyva (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Entre los textos con títulos aparece la voz del
Talador, avizorando, alertando su proximidad, el miedo. El
dramatismo de estas viñetas es tanto que bien pudiera ser
fotogramas de una película impresionista alemana, o
comparados con la etapa negra de Goya.

Trajo un animal extraño. Dice que el
pájaro no canta… y comienza a decirme unas palabras
que no son dulces canciones pero que estremecen como si fueran
las notas de un piano junto al mar.

Otra vez ese tono contrastante. Es como el voyeur que
sabe lo que va a ver, pero que, por mucho que se prepare, siempre
termina apartando la vista. A veces, creo, que en esos
contrastes, máscaras, el Talador es él mismo. O
sea, Luis Yuseff, el sujeto motivo, tan escandaloso. El
Talador me miró justo en el momento en que yo cerraba su
pupila de hierro. Pero no dijo nada. El dolor no tiene
palabras.
Son tan desconcertantes los giros de esta
última parte, que en realidad, el autor empieza a "ser
otro", es hiriente, irónico. O sea, muere y resucita al
mismo tiempo.

Cumpliéndose así, sus palabras:
Quería ser otro. Y lo es. Tu dulce dedo sobre mi
hombro. Y esa caricia amiga es un hachazo contra mi
corazón de hielo. Duro.
Este es un libro que no
sólo expone, si no que da soluciones al problema.
Sólo quería ser otro. Y publica la
receta:

1. Lavar el cuerpo

2. Cortarse el cabello.

3. Destruir algunos poemas.

El poeta no quiere que su lector se entere de detalles,
hace una decantación y sólo muestra el zumo
recogido en noches de insomnios, cuando dormir es sólo un
recuerdo. Este es el nuevo libro de un nuevo Yuseff.
Quería ser otro. Y lo es.

En la foto de la solapa del libro, aparece el poeta,
diagonal, enfrentando una luz que baña una parte del
rostro, proyectando sombras en la otra mitad, sin espejuelos,
como enjuiciando al mundo. Parece la portada de los viejos discos
de acetato, donde el poeta, quiero pensar, es un músico.
Un pianista, después de terminada su función junto
a un acantilado que cae al mar. Un mar que no alcanza a ver y
que sólo lo escucha rugir a sus espaldas, amargo.
Desconfiado como un desconocido.

"Como un solo de chelo
aviolinado"

Yanier H. Palao

Difícil. Muy difícil editar un libro de
Luis Yuseff. Fácil. Muy fácil puede resultarnos
además porque contaremos con él todo el tiempo que
dure esa edición (editando él también su
propio libro). Esa fue la impresión primera que tuve y
tuvimos todos los cercanos al poeta desde que compartimos la
suerte de su prístina publicación: El traidor a
las palomas
. Cuando él supo que Manuel García
Verdecia, su primer agente literario, entregaba su poética
editada a la Imprenta Lugones, de allí no se fue hasta el
día de ver la tirada completa de aquellos trescientos
primeros ejemplares de un libro suyo.

Desde entonces a la fecha ha llovido poco o bastante,
pero la cosecha de nuestro amigo siempre se ha mantenido in
crescendo
. Múltiples premios y publicaciones lo
confirman hoy entre las voces principales de su
generación. Difícil, repito, editar su libro en el
tiempo difícil que vivía Ghabriel Pérez, su
séptimo agente literario. Pero grato, haber desandado por
las páginas profundas y nada silentes de un cuaderno que
vimos nacer entre corridas de pasillos de Hospital, sorbos
amargos y dulces bebidos en las tazas de los Cafés de este
Holguín, a veces parisino, a veces
lánguido.

Ardua tarea es decir con palabras de esta Tierra lo que
para su autor significan "silencios profundos". Más
allá de todo, la fiesta de ver salvo este hermoso libro es
el culmen del propio sacrificio de un autor convertido durante
poco más de un año, minuto a minuto, en
pasión escritural, el resumen de todas las agonías
puestas a morir en el verso como un dictamen martiano.

Este libro, también es una fiesta que incluye a
todos los amigos del poeta.

A cualquier nuevo agente literario de Luis Yuseff le
será difícil no llegar a la misma
conclusión, de algún modo, más que un
coeditor natural de sus libros, él viene siendo un
coeditor definitivo, que se impone, que exige y determina
la

suerte de cada color, textura, imagen, tempo y
mínimo ángel o duende que intente revolotear sobre
sus páginas.

A donde quiera que llegue este título: Los
silencios profundos
, ojalá encuentre los oídos
receptivos, acuciosos y muy inteligentes que sepan escuchar a
esas voces profundas que callan, gritan, festejan y finalmente se
salvan aprendiendo a ser otras sin perder la autenticidad de su
causa: su misión de barricada, aprehendidas al misterio de
los sabios silencios.

"No es que le falte el
silencio"

Ghabriel Pérez

En febrero de 2006, un grupo de jóvenes autores
viajamos a Ciudad de La Habana para recibir —en una
ceremonia inolvidable—, el Diploma que nos acreditaba como
ganadores absolutos del premio Calendario 2005 que otorga la AHS.
Nos «hospedamos» en un hotelito de La Habana Vieja,
muy próximo al cine Payret —de cuyo nombre no quiero
acordarme—, por razones que me recuerdan demasiado a
Papá Goriot y a Eugene de Rastignac, y fue allí, en
aquel ambiente ciertamente lúgubre, del mejor cine negro
norteamericano, donde conocí al poeta Luis
Yuseff.

Desde entonces, sus poemarios han ido
acumulándose en mi biblioteca, con la certeza de que no
acumulo libros, sino fragmentos de vida, obsesiones recurrentes,
aplazamientos y renuncias muy bien fijadas por la
memoria.

Ahora que me acerco a estos «silencios
profundos», advierto que Yuseff ha ido construyendo una
poética que magnifica la conciliación del Hombre
—en tanto ser ontológico—, con el universo
ético y estético que lo precede, y en esa
búsqueda —no siempre calma; no siempre
absoluta—, se generan las propias laceraciones y hendiduras
que signan sus textos.

Me bastaría nombrar «Esquema de la impura
rosa», «Memorial del último testigo»,
«Las voces», «Negra leche del alba te bebemos
al amanecer», «Contra la noche terminante del
amor», «Para que Virgilio lea sus poemas
efímeros», conformadores del sustento más
nutricio de sus libros anteriores —aunque no los
únicos—, para definir esa capacidad
antropológica —comprometida con la tradición
más ecléctica de la contemporaneidad— que
redunda en la preclara ubicación del Ser en su contexto;
para, a partir de este punto, fijar y gestar resonancias del
pasado y admitir —creando así planos
concéntricos— la utopía que sugiere todo
futuro, ese otro Ser tan esquivo como el
Tiempo.

Los silencios profundos, para quien haya
leído Yo me llamaba Antonio Broccardo2,
Salón de última espera3 o Golpear las
ventanas4
, se torna un ejercicio más exento de
intertextualidades; un juego mucho más abierto a ese Yo
que evade toda representación y todo riesgo; así,
se nos convierte más en una antigua Bitácora, esas
antiguas escrituras cuyo signo no es, no puede ser el
ocultamiento o la ambigüedad reticente, sino un cierto tipo
de catarsis que evidencia la necesidad del
diálogo.

De esta necesidad surgen textos reveladores por su
eficacia. Entre ellos subrayo:

—«La fiesta prohibida», espacio que se
abre a una muy particular reivindicación patria, sin
menosprecio de esa cuota de obscuridad que nos corroe y que,
aún así, no entorpece nuestra avidez de
pertenencia;

—«Esa peligrosa costumbre de seguir
naciendo», un confeso manifiesto en torno al imprescindible
tema del compromiso del arte con la verdad, la belleza y las
realidades terrenas;

—«Casa en el bosque», casi una
oración dictada por san Francisco de Asís, donde
todo gesto parece engendrar su cuota inestimable de
vanidad;

—«La mitad iluminada», donde confluye
la inevitabilidad de toda pérdida y esa obscura,
necesaria, humana voluntad de reposicionar nuestro presente. Un
poema que tras el gesto esquivo de sus rasgos
autobiográficos, rezuma su vasta mirada a una Cuba de
incertidumbres y bamboleos frenéticos; una Cuba que ha
sido y será «una lluvia pétrea que circula
cuanto ama»;

—«Las alianzas», donde el demasiado
equilibrio crea una irremplazable atmósfera de
agonía y pesadumbre; un vacío que redunda en una de
las frases más vitales y coherentes de este sustancioso
cuaderno: «Toda alianza es un abismo»;

—«Las decantaciones», un texto cuya
mirada parece absorber la esencia de un siglo; mirada que se
pierde en lo ignoto y regresa turbia, enfebrecida,
atónita. Un texto sobre la incertidumbre; sobre el miedo a
Ser sino el vacío; sobre la falibilidad del Hombre a ser
Decantado, Anulado y Diluido por la Historia que todo lo canoniza
a su único y extraño modo; y:

—«No te fue dado el tiempo de la
gracia», versos que narran la bipolarización entre
vida y destino, entre vida y fatum. Tal vez no resulte
casual el nombre de Heberto Padilla, cuyo verso da título
a este poema. Un hombre que conoció la ruptura y el
desasosiego; que conoció la ausencia y la distancia.
Quiero creer que estos versos se escribieron para / por / y sobre
Heberto Padilla: un poeta sobre el cual penden
—aún—, demasiadas reticencias.

Pero Luis Yuseff ha sabido aprehender una muy sutil
dramaturgia beethoviana de los ritmos internos; así, sus
libros se orquestan de manera ejemplar y cada texto resulta
imprescindible: añade un movimiento, señala una
pausa, agrega un clímax.

Por ello, entre los hombres interrogados del primer y el
último poema, no se cierra un ciclo. No. Se abre un
puerto; una densa neblina que nos sumerge en los conflictos
más eternos del hombre.

Los silencios profundos es un cuaderno oscuro y
luminoso, como oscuras y luminosas son las pasiones de los
hombres que habitan esta tierra; como oscuro y luminoso es
nuestro dolor.

Y aunque Luis Yuseff nos reitera que «El dolor no
tiene palabras», él ha sabido testificar, bajo estas
profundidades silenciosas, todos los significados posibles de la
palabra dolor, del sentimiento dolor, del vasto dolor que nos
corroe; y así -solo así-, nos purifica, nos
exorciza, nos concilia este poeta, para quien «huir no es
salvarse», sino tan solo, una manera muy humana de nombrar
«las sombras secretas de los
días…»

Santa Clara, diciembre 6/ 2009

"Los silencios
profundos"1

Geovannys Manso

Justo en uno de sus espacios preferidos, allí
donde a diario se encuentra con amigos para hablar de
poesía, de amores y desamores, de cotidianidades
abrumadoras, justo allí en el Café holguinero Las
Tres Lucías, Luis Yuseff me obsequió uno de sus
libros.

Los silencios profundos, un texto galardonado en el
año 2008 con el premio Adelaida de Mármol, fue su
regalo a mi visita por aquellos lares. De su poesía ya
conocía por un amigo común, también
escritor, quien constantemente lo citaba como referente obligado.
"Él es el poeta", decía. Y así, tras aquel
encuentro en el Café y las memorias de relatos anteriores,
me acerqué a la lectura de sus versos, intentando
desentrañar los silencios e introspecciones de
Yuseff.

Me vi entonces frente a historias de amores, desamores,
de anhelos, de amigos y familiares, recuerdos y evocaciones;
todas ellas desfilan por sus versos y nos adentran en el mundo de
angustias, alegrías y esperanzas que Yuseff pone al
descubierto ante el lector.

Luis nos invita a acercarnos a sus coplas con sutileza.
Es esa la única elección posible para entrar en su
mundo, que ha sido fragmentado, abatido, sometido al dolor una y
otra vez. Así nos es permisible recorrerlo a través
de versos estremecedores en los que podemos compartir sus
fantasmas y también sus anhelos de resurgir como el ave
Fénix de entre las cenizas.

El poeta logra, desde la unidad melódica del
verso, cierres neurálgicos y conmovedores. Su conocimiento
sobre las contradicciones del hombre — sin tapujos ni
máscaras, en toda su sobriedad y verosimilitud–, permiten
que así sea. Por eso, porque sabe y padece, nos dice que
huir no es salvarse; nos pide perdonar los silencios profundos; y
canta los salmos contra los signos inequívocos de la
muerte.

"Soy poeta, porque me nace la necesidad de llevar al
papel una idea que se vuelve obsesiva, una idea que es necesario
llevar a códigos prácticamente inefables", le
escuché decir aquella tarde del Café a los amigos
de siempre, ante quienes defendía al género de
atropellos de escépticos.

Para Yuseff la poesía se vuelve soporte
imprescindible dónde plasmar dudas, emociones, certezas o
desconfianzas, todo cuanto le aceche. Y en ello, en estos
Silencios, lo acompañaron Ballagas, Eliseo Diego, Dulce
María, Lorca, quienes son citas recurrentes dentro de su
quehacer. Ellos lo custodiaron en este recorrido poético,
al que el bardo también nos convida, para transitarlo y
componerlo junto a él.

"Adentrarse en los silencios de un
poeta"

Yarimis Méndez Pupo

En febrero pasado, durante una presentación en la
Feria Internacional del Libro de La Habana, se me acercó
un joven para regalarme un libro de poemas. Mala fisonomista,
como soy, quizás no lo recordaría si volviera a
verlo, y escéptica, como ya he confesado en esta misma
columna, a fuerza de decepciones ante la avalancha de mediocridad
con que suelen asaltarnos los numerosos cultores de este
género esparcidos por toda la Isla, guardé el
ejemplar sin muchas esperanzas de recibir una buena
sorpresa.

Sin embargo, hace unos meses, cayó en mis manos
la antología cubano uruguaya El manto de mi
virtud
, confeccionada por Osmán Avilés en
coautoría con Alfredo Coirolo, y entre los textos de
coetáneos que me impresionaron favorablemente estaba Luis
Yuseff, el poeta holguinero nacido en 1975 que, generosamente, me
había dedicado su libro en la Feria.

Corrí entonces a leer La rosa en su
jaula
(Editorial Oriente, 2010) y corroboré que el
Premio José Manuel Poveda concedido a su autor en 2009 no
era uno de tantos. Yuseff posee ese don que ya me había
hecho estremecer en la antología aludida y me conminaba a
dejar de lado mis prejuicios y buscar, entre toda la hojarasca.
Al fin y al cabo basta leer cinco o seis páginas para
saber si merece la pena continuar cuando de poesía se
trata.

La rosa en su jaula es un libro que está
escrito desde el dolor. No se adscribe a ninguna corriente y nos
devela un mundo regido por la conciencia de la mortalidad y la
imposibilidad de la palabra para expresar todo lo que nuestra
conciencia (y nuestro inconsciente) experimenta ante la inasible
realidad.

Dividido en tres secciones, de las cuales sobresale
especialmente la primera, sin título, concebida como una
gran elegía separada por números romanos en
pequeñas piezas, muchas veces en el implacable lenguaje de
la prosa, el volumen revela la sana asimilación de la
literatura universal junto a la nacional y da pruebas de que la
lectura no es, en este caso, un medio para apropiarse de los
recursos formales de los emisores, sino un estímulo para
bucear en las inquietudes más recónditas del
receptor y sacar a la luz ese yo que convierte la voz del
holguinero en algo propio, más allá de las citas y
de la exploración en la biografía y las
estéticas de los autores en quienes se apoya.

Esto resulta especialmente notable en la sección
denominada bosque de naves no invitadas,
conmovedor homenaje a la literatura rusa, especialmente a
través de aquellos poetas que fueron víctimas de la
censura estalinista, muchos de ellos suicidas, otros proscriptos
o fusilados.

Una jaula —nos dice el autor— no es un poema
(de ninguna manera), apenas un símbolo que por sí
solo no constituye un acercamiento al hecho trascendente de la
Poesía.

Pero, en su caso, la rosa que nos entrega es mucho
más que un símbolo. Es la prueba de que, bajo las
circunstancias más adversas, existe esa belleza que puede
nacer también del desgarramiento, en ese espacio que
justifica nuevas zonas para la 
interpretación.

Agradezco a Luis Yuseff su abordaje en aquel abarrotado
salón de La Cabaña y me reprocho a mí misma
haber esperado tanto para leer este excelente cuaderno. Desde
ahora este autor es para mí un poeta en la mira. Alguien
de quien espero nuevas sorpresas, empeños continuos,
estremecimientos futuros.

Y recomiendo al lector que no se pierda este libro que
me reconcilia con la poesía cubana contemporánea.
Tal vez sean las antologías las que nos indiquen
cuáles son los libros que debemos comprar, siempre que
tengan el rigor con que se hizo la que me descubrió a Luis
Yuseff, en quien tengo puestas expectativas tan enormes como la
emoción que me produjo descubrirlo dentro de su
jaula.

"Luis Yuseff: un poeta en la
mira"

Marilyn Bobes

Publicado en
Cubaliteraria

Entre los jóvenes poetas que hacen su obra desde
Holguín sin duda es Luis Yuseff uno de los que evidencian
un pronto y sólido crecimiento. Persona de singular
sensibilidad, une a su voracidad cognoscitiva y su ancha
curiosidad, una laboriosa disciplina que ha impulsado su obra
ascendentemente. Es así que, en apenas una década
desde que hiciera sus tanteos más decididos en la
poesía, ya tiene una notoria obra donde se reconoce una
voz peculiar. Por supuesto, el crecimiento de un poeta no se mide
por la cantidad de libros. Los números no son buen
argumento para la poesía. Percibimos su maduración
por el peso de los asuntos vitales de que se ocupa, la manera
honesta y desinhibida en que los aprehende, y la voz cuidada y
distinguida con que los traduce. En todo esto ha alcanzado
madurez.

Ahora el poeta vuelve a los predios de lectura con el
título que resultara triunfador del Premio de
Poesía José Manuel Poveda (o Premio Oriente) 2009.
La rosa en su jaula (Editorial Oriente, 2010) se llama
el cuaderno y desde aquí expone ciertas incitaciones. Rosa
y jaula, dos elementos antitéticos. Es distinguible la
íntima seducción del poeta por el emblema de la
rosa. Ya en otros textos ha discurrido sobre su signo. Así
en el poema «Negra leche del alba te bebemos al
amanecer» (libro Salón de última
espera)
concede: «[…] estaba yo contemplando las
rosas que me han tocado en este mundo y por las que Dios viene a
la tierra […] pidiéndole una rosa verdadera a Santa
Teresita de los Cementerios […] en su lugar se me mostraban
todas las rosas del mundo…» Así la rosa es no solo
la belleza, sino el sentido real, evidencia de Dios, potestad del
ser. Sin embargo, aquí se trata de una rosa cautiva,
limitada a un espacio que le trunca esplendor y altura. No
obstante, la rosa desde la jaula imprime su irradiación y
hace de la jaula un espacio donde el sufrimiento alcanza un
sentido. La rosa dulcifica la jaula, la jaula endurece la
inocencia de la rosa y la inocula. La rosa es más poderosa
que la jaula. Oxida sus rejas y restablece el fulgor de lo
cierto. De eso básicamente se ocupa el poemario, de los
destinos del creador y la creación, de las vicisitudes,
presiones y coerciones que debe solventar para salvar su
prístina rosa.

Son tres las avenidas por donde se extiende el poemario.
La primera es una extensa suite poemática, en
realidad un solo poema que se ramifica. A primera vista, muchos
de estos textos parecen poemas en prosa. Pero si se atiende bien
a su ritmo, a su vibración expresiva, a la
yuxtaposición de imágenes, se verá que es
solo la apariencia que ofrecen los bloques de párrafos
(quizá se exceptúen los fragmentos I y II que
sí tienen esa estructura). Fijémonos que los
elementos de coordinación, de compenetración de una
oración en otra, no funcionan así. Tienen una rara
independencia que alcanza su cohesión en el todo. Es el
poder de la imagen el que los aglutina y da
coherencia.

En esta primera sección el poeta abre sus
días y los disecciona. Son el bregar entre la ruda
experiencia de vivir y la necesidad de ver más allá
de los duros días, los signos de la rosa. El poeta es la
«mano terca» que «insistía como una
tromba contra la madera», porque descubrir la belleza y
expresarla es no solo un llamado, sino una determinación.
Son estaciones arduas para el ser. «Días que te
devoran como lepra», dice. «El infierno está
en todas partes», dice. «Huelen a azufre los
días». Por tanto, a veces no sabe si escribir o solo
rasgar las hojas con el lápiz para que sean mudos
testigos. Hay

que estar alertas y percibir las máscaras, las
añagazas con que quieren engatusar y amansar al sujeto.
Por eso clama, «Huye con el arpa». No obstante, su
destino está enraizado en su corazón,
«Detrás de los barrotes vive un jardín que
escribe cartas de amor». Es en ese péndulo entre
aceptación y renuncia, acercamiento o huida,
expresión o silencio, que se cumple su destino.

En la segunda avenida, el poeta va de sus lecturas hacia
la vida. Porque hay ocasiones en que debe primero vivirse la
experiencia ya cumplida, fijada en el texto, para entonces
entender con más nitidez la vida ruidosa y caliente de las
calles. Así establece un diálogo con poetas
memorables, poetas que no solo dejaron una obra de dignidad y
belleza, sino cuyas carnes fueron mordidas inclementemente por el
odio y la violencia de su tiempo. Aquí resucitan Arma
Ajmatova, Alexander Blok, Nina Berberova, Serguei Esenin,
María Tsvetaieva, Ossip Mandelstam, Boris Pasternak, cuyos
avatares son cercanos al poeta y su contexto. El poeta rehace,
desde su simpatía y angustia personal, las vidas de esos
poetas para ganarles un sentido no únicamente de vigencia,
sino también de utilidad imperecedera. Sabe que es la
costilla más tierna de la humanidad la que sufre el rigor
de los tiempos. «Siempre muere la carne virgen bajo la
canción insoportable», dice. No obsta ello para que
el poeta cumpla su designio sobre la tierra, «todo poeta
tiene que traficar/ con los blancos misterios/ que le ofrece la
mano del pecado». Y en medio de la alucinación, el
temor y el sufrimiento, la sensata sensibilidad se impone y
concierta una esperanza, «que nadie escuche la sordina del
hombre solo. Y sea el hombre nuevo quien recupere su fe en la
palabra». Palabra, solidaridad y compañía se
presuponen. Porque se sabe que debe llegar el día de la
paz y la piedad para los inocentes. Entonces, «habrá
que entonar una canción/ para asumir los cambios
inevitables del hombre».

La tercera avenida es la que atraviesa la historia,
tanto la vasta de su contexto, como la pequeña e
individual, ninguna insustancial. Está signada por esa
cifra martiana que la nombra, en que la oscura e insondable
hermosura de la noche desvela, no por espanto, sino por
sobreabundancia de sentido y belleza. Por aquí se pasean
seres que han dejado un gesto, un fulgor, una palabra, cierto
aroma de significación para el poeta. Está el
Maestro, que llega a Playita, tan endeble y a la vez inmenso,
caminando «por donde no crecen jazmines/ y el aguamala
bordea», pero siempre «arte entre las artes». Y
también su Ismaelillo que no lo traicionó,
«el oro de La República no tiene nube/ para enlutar
su noche». Están los poetas cercanos y admirados
(Delfín Prats, sar López, Lina de Feria, Dulce
María), que han dejado no solo algún que otro verso
luminoso en la memoria, sino una fe. Porque «no hay
palabras para justificar/ que la palabra está rancia en el
fondo del ánfora». Hay que cambiar un estado de
cosas protagonizado por «los arrepentidos por culpa/ y los
culpables por arrepentimiento». Se impone la
recapitulación reflexiva, la honra, la
determinación, el irse por encima, «habrá que
volverse nube desde hoy/ para dormir en paz en este
sitio».

Y al final, ese amoroso y delicado responso por los
abuelos. En este texto se cruzan lo personal y lo colectivo, la
Historia y lo anecdótico, lo vociferable y lo indecible.
Una inserción en un devenir que lega un sentido y un
recuerdo fulgurante para la posteridad del sujeto. Porque afirma
la voz lírica: «[…] si algún poder tiene la
poesía creo ha de ser el de devolvernos el semblante de
nuestros muertos. El dolor no es una repetición de
esquemas sino un alumbramiento tortuoso cada vez». El dolor
solo es admisible como seña de vida y como experiencia de
superación.

Libro hondo y hermoso es La rosa en su jaula.
Esta vez el autor se apoya más en la imagen y el tropo que
en la sintaxis elaborada y la intertextualidad, de manera fluida,
para refrendar un pensamiento humanista imprescindible para estos
tiempos. Este es un libro que abre ventanas. «Abro ventanas
como libros», dice el poema; pero no como razona su persona
lírica, «para quererse marchar/ y no volver
nunca» (el misterio de la poesía siempre desborda
las intenciones del autor), sino para saber por qué las
ventanas se abren, pero también se cierran, y por
qué toda marcha es el inicio de un regreso. Es lo humano.
Y ahí está el aroma más fino de esta
rosa.

"El poeta con su rosa"

Manuel García
Verdecía

Un libro impresionante: La rosa en su jaula, de
Luis Yuseff, acaba de ser publicado por Editorial Oriente, y
leerlo ha sido una certeza, puesto que cuando la inteligencia se
une a la intención poética, los resultados son
calidades mayores en la proyección del poema.

 Se trata de un libro maduro y experimentador ya
que en diferentes estructuras verbales el autor no se detiene a
una improvisación casual del objetivo, sino que sale
airoso, coherente, sin tener que referenciarse a un
Mallarmé. De especial sentido, cuando dice: de un
pájaro de cenizas insolubles en las aguas de la
aprobación,
este verso nos llega con una compleja
creación, producto del carácter novedoso del joven
escritor.  

 Podemos notar la observación como
cláusula infinita en el dominio del idioma, de la que
brotan imágenes tan bellas como esas del verso: son
ágiles como pájaros con hambre
. Un cierto
decadentismo aglutina la ficción, pero no se trata de una
tristeza neta, sino que es la madurez extrema de mirar las cosas
desde los dos polos opuestos.

 Si algo es evidente en Yuseff es la seguridad y
suficiencia de realizar una poesía desde lo interno y
desde el oficio. La captación es minuciosa y las
conclusiones son afiladas y prudentes. Pero a veces sorprende el
orden de su juicio que no enmascara verdades.

 Cuando se pregunta: ¿Así que en
el fondo de todo hay un jardín?,
las interrogantes en
primera persona agitan su yo interno y salen imágenes
parturientas, hacedoras.

Hay poemas breves en los que hace una figuración
que el lector entiende inmediatamente. Pero no se deleita con
él mismo. Su ego es contradictorio, y a veces
metáforas violentas para la aceptación nos
aniquilan en la lectura.

El sentido del aliento de Yuseff no tiene que ver con la
"descarga" o sobreabundancia, sino que, subordinado el
espíritu a la música interior, brillan los detalles
de una unidad temática ajena a lo
ditirámbico.  

Con mucho tacto dedica un poema a Ana Ajmatova.
Tocar el asunto de la excelente poeta rusa, fue un
acierto que, como sensibilidad tanteadora de los temas complejos,
Luis trata de forma cuidadosa y con una especie de ternura que
extrapola la figura tratada.

 La belleza de su especulación crea nuevos
sentidos en el lector. Así el poeta sorprende, no por la
majestuosidad de la palabra, sino por lo profundamente encarnada.
Una radiografía de pintura al fresco constituye en sus
versos más especiales. El embalaje del idioma deja el
sabor de la franca ironía. Ahora la mendiga de las
plazas/ ahuyenta al diablo de sus cubiles. / Ahora el diablo le
teme/ Porque ella es más sabia que el Bien y el
Mal.

La gran sabiduría de este poeta está en la
consagración de la imagen que perturba su mente
lúcida, y la lleva a una especie de autovaloración,
donde lo bueno y lo malo se alternan. Una tendencia a subir ya
las posibilidades del libre albedrío anima el hilo
conductor de su creación. De sus poemas largos, una
contención audaz que mantiene el vibratorio En el
aliento poético
. De sus poemas cortos, la
síntesis y la rápida captación de una idea
sólida. 

La estructura general habla de la formación
cultural de un apasionado de la literatura. El jerarquiza los
tres bloques del poemario e insiste en lograr la unidad primaria
que permite leer con energía depurativa todo el libro,
primado por esencias diferentes, pero siempre dentro del
hálito de un procrear sanguíneo, que determina el
lugar que ya tiene Luis Yuseff, aunque se mantenga en
Holguín, donde radica, para la literatura cubana
más joven.

"El último libro de Luis
Yuseff"

Lina de Feria

Publicado en
Cubarte

Hace algunos años, tras mi insistencia de llevar
y traer pequeños y deliciosos libros, me supe atrapada
—causalmente— en unos versos. El poeta hablaba de
la rosa, y yo recordé a Borges. Me veía en
un sueño desgranando pétalos por lo que me figuraba
imposible y despertaba luego con el corazón sorprendido y
las manos hincadas. Pero él hablaba de otra rosa, la
dorada, y yo corría en busca del joven Mishima para
entender la herida de sus ojos, para adentrarme en el
deslumbramiento. ¿Acaso podía ser tan dolorosa la
belleza? Intrigada —otra vez— por su
simbología, me dispuse antes estas
páginas.

Premiado y publicado por la Editorial Oriente, Luis
Yuseff entrega su más reciente poemario. Coherente hasta
en los detalles nimios, descubro una elegancia, una lentitud
desacostumbrada en los días vertiginosos que vivimos. Le
ofrezco entonces, al lector, estas degustaciones.

Anterior a su apertura, es de disfrutar la visualidad
inicial del título y del objeto en sí. "La rosa
en su jaula"
se anuncia evocador e íntimo. Más
allá de lo sobrio, prefiero pensarlo exacto, justo en los
sentidos que le dieron origen. Los modos interiores van de lo
reflexivo, a lo lírico, a lo conversacional, logrando
engarzar cada pieza como un tono preciso dentro de un gran
mosaico.

Desde experiencias que intuimos difíciles, el
poeta logra componer sus imágenes transparentes,
diáfanas aun en la tristeza, pues más allá
de sentimentalismos o renuncias obligadas, se trata de la
resiliencia ante el dolor, del aprendizaje y la
reposición.

Aunque predomina el verso libre y la brevedad, el
abanico de extensiones se desplaza desde el epigrama hasta los
casi cien versos. Momentos distintivos dentro del libro
serán los poemas en prosa, trabajados con una contundencia
a ratos visceral. Del mismo modo, la arquitectura del volumen en
sí, advertirá en los lectores avezados, diversas
interpretaciones y referencias.

Para este último público dos apuntes: los
reclamos y el regurgitar de otras lecturas no representan, ni por
menos, el pase de lista a una parte de aquella pléyade
suicida, rara o deslumbrante. Sitios como los de la Pizarnik,
Yukio Mishima, del propio Borges o la Ajmátova, de
Dostoievki o los poetas rusos, pudieron estar ocupados con igual
intensidad por otros nombres, conocidos o no. Y es que sus
apoyaturas, aunque también causales, devienen en
ramificación, en cuerpo del cuerpo del poema
mismo.

El segundo de los señalamientos tiene que ver con
lo paratextual: el modo de nombrar, puntuar, cortar, sangrar o
hilvanar, remite a significaciones extraliterarias, que para el
poeta, también es literatura.

Dentro de su cosmogonía, el universo de
significados resulta de fácil comprensión, preciso,
elemental y al mismo tiempo sublime. Temáticas relativas a
la amistad, al desamor, a la visualidad e independencia del
"otro", a la aceptación de la muerte como parte del
proceso vital y a su autorreconocimiento, hacen de este poemario
un espacio intenso de profundas valoraciones.

Hacia el final del libro, y luego en su propio cierre,
sendos recordatorios al maestro. Palabras, al José
Julián de origen, sin obligaciones, sin las bisagras
cansadas de lo oportuno. No se trata del débito forzoso de
salutación al héroe, sino del reconocimiento,
humilde y sentido, de su herencia.

Ahora, querido lector, más allá de estas
ideas, vuelvo a ofrecerte la extraña rosa, extremadamente
simétrica y momentánea, abierta y aromática.
Trueco, entonces, la belleza en el dolor del poeta, por tu tiempo
en sus páginas.

"Las degustaciones de la
rosa"

Teresa Fornaris

«Esta es la hora de defender la soledad donde se
está», diría el insomne. Tal voluntad,
ejercida por quien valora las circunstancias de la vida e intuye
un posible crecimiento espiritual, unido a los valores
estético-artísticos en la victoria sobre sus
versos, sabe a la experiencia poética, reflejo de una
profundidad reflexiva e imaginativa desde la franqueza de sus
impresiones. Es necesario el aislamiento para sopesar la
verdad.

El distanciamiento de Luis Yuseff (Holguín, 1975)
ha sido franco. También él revela hondas esencias
en el poemario La rosa en su jaula (Editorial Oriente
2010), con el cual obtuvo el Premio José Manuel Poveda en
2009. La lectura de este volumen manifiesta reminiscencias del
temperamento lírico de Rimbaud, Baudelaire, Vallejo,
Borges, y de la peculiar sensibilidad con la cual, en su
día, Miguel Barnet definiera a Dulce María Loynaz:
la poetisa cubana que llevaba en sus manos una rosa y un
látigo, y en los últimos días de su vida
ofreciera la rosa.

He aquí que Luis Yuseff se nos presenta como el
portador de una rosa, cuya fragancia se eleva en los textos
escritos bajo la herida de las espinas. Yuseff no es el hombre
que padece, sereno, sus llagas, sino el que experimenta fortaleza
a través de las circunstancias del vivir, donde los
depredadores son las huestes del instinto y él, un
enjuiciador triunfante de su entorno.

¿Por qué es duradera la mirada de Yuseff?
¿Por qué sobrecogen sus versos al primer instante
de alumbramiento? ¿Por qué se avista como en
entresijos la gran mesa blanca de este poeta?

Porque verifica —entiéndase aquel que
comprueba por sí mismo la verdad de algo— sus
emociones, conflictos, ideas, realidades…
valiéndose de la potencia, salvadora e indestructible, de
las palabras. Su mirada pasa por el tamiz de lo acontecido,
fuerzas que pernoctan mediante el símbolo, fustigan y se
vuelven crueles cicatrices ante el tono tristísimo, pero a
veces esperanzador, de una voz cuyo ejercicio es la resistencia
frente a lo que, de incoherente, ve, palpa y juzga, el sujeto
lírico.

Entre los motivos que La rosa en su jaula
aborda, se distinguen la belleza, el amor, la muerte, la vigilia,
la soledad, el poeta, las palabras… Pero este libro guarda una
diversidad de planos que, desde la semántica, encuentra
corpus en la pluralidad de sentidos en los que se
suceden temas descifrados por el talante filosófico de su
creador.

Reflejar una idea, una emoción, un recuerdo,
contenidos en la experiencia de quien explora la belleza, alumbra
la inquietud que nace de la intuición por apresarla,
máxime cuando se anuncia la sentencia: «Será
porque algo lleva de muerte implícita».1 Sin
embargo, el poeta no participa de la jaula con que los hombres
creen conquistar la beldad, sino que desde sus emociones errantes
es testigo de lo inabarcable, de una sabiduría necesaria
para iluminar el oscuro universo que habitamos. Por fortuna,
él construye la salvación en otros
mundos:

Detrás de los barrotes vive un
jardín que escribe cartas de amor.La rosa en su
jaula.
2

Este breve texto que da título al poemario, cobra
sentido por la virtud esperanzadora y no por la
contemplación caótica de lo efímero. Hay
vida detrás de esos barrotes en la personificación
de un jardín que, descontaminado de esfuerzos vencidos,
conoce el amor, una rosa entre las hojas nuevas… Del
diálogo con sus más hondas esencias, el poeta
permite preguntarse en otra de sus composiciones:
«¿Existe dentro de mí un jardín?
¿Existe el jardín?».3  Sin duda,
allí la rosa es hechizo, sueño,
encantamiento.

Una preocupación por las palabras hay en este
libro —como reo de falsación, en el sentido que el
teórico de la ciencia de origen austriaco Pooper, daba a
lo erróneo—, y son consideradas una hierba amarga.
Únicamente el poeta es libre del excluso, pues siendo
celador de revelaciones, su decir contiene valor:

Que el hombre escuche el poema cada
mañana. Y que vivir sea un ofrecimiento de palabrascon
formas humanas. Palabras como arena. Palabras cálidas como
un veranillo de San Juan.

Esta verdad es reto para el ser poético que desea
profetizar como buen salmista: crédulo casi siempre,
escéptico a veces y cándido siempre… Mas
todo profeta consigue retener solo una porción de la
multitud:

Me estoy quedando sordo para la voz del
mundo.-¿Dónde está la Dama Bella?Quiero
llamarla pero la voz es un vacíoen la boca de los muertos.
En el oído de los sordos es una mueca.Solo se entona un
himno que me asusta.Una invitación a la
entropía.
5

El desorden y la incertidumbre no articulan, contradicen
cualquier teoría; ni siquiera un esbozo, esos
límites confusos entre el poeta y el hombre que va contra
el silencio, distinguiendo las ventanas altas, centelleantes, y
anhela el recogimiento de su luz.

La rosa en su jaula de Luis Yuseff surge de la
fe, de la claridad obtenida mediante su afán por comunicar
la soledad del hombre y la nostalgia impresentida. Este poemario
no se agota por la multiplicidad de lecturas, ahí reside
el misterio del autor y su mirada duradera.

 

1 Luis Yuseff: "I" en La rosa en su
jaula
. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, p. 11.2
"XX" en ob. cit., p. 45.3 "XI" en ob. cit., p. 31.4 "otra
canción posible" en ob. cit., p. 52.5 "la palabra es
extraña" en ob. cit., p. 67.

"La mirada duradera de Luis
Yuseff"

Osmán Avilés

29 de mayo de 2012

El poema es el amor realizado por el
deseo

que ha seguido siendo deseo

René Char, Partición formal,
XXX

Después de la madrugada de las
devoraciones
amanece sobre Taormina. El nuevo sol emerge
entre las brumas del Mediterráneo, y el barón
Wilhelm von Gloeden dirige el ojo de su cámara
fotográfica ala silueta desnuda de un muchacho.
Luis Yuseff,habita la casa que comienza a recobrar los demorados
colores de la dicha, y testimonia con su escritura el
término de las eras del dolor, cuando el poeta, como
un tulipán mortificado por el viento, cruzaba
silencioso las habitaciones, y una palabra no (era)
exactamente una palabra, / sino un disparo entre dos.
Los frutos de Taormina, libro merecedor del Premio
José Jacinto Milanés del año 2009, se erige
como un canto al paisaje del cuerpo, a la cosecha presentida bajo
la curvatura dócil de la tela.Tras los pabellones de
volúmenes anteriores se insinuaba un texto como este,
pesado verso a verso por el ojo del lector.

Los frutos de Taormina, estaba ya En el
traidor a las palomas,
en esa noche alucinante cuando Luis
Cernuda llora a orillas del mar la espléndida desnudez
de un hombre muerto por las olas,
y cede, siervo de la
humana hermosura;
estaba también en Vals de los
cuerpos cortados
, en la fotografía donde el amante
posa vistiendo la negra camisa del amado y trata de hurgar en
la lujuria balcánica
. / La punta del deseo.
Estaba en Salón de última espera, donde
las felices damas, no entenderían el abdomen del muchacho
patinador rayando los ojos del poeta, y en Los silencios
profundos
, cuando una voz confiesa el deseo de comer del
costado, de entrar a las entrañas húmedas, y
convivir en el aliento del Talador. Como el joven que espiaba a
Cristo de lejos en la madrugada de su arresto, y huyó
desnudo dejando los paños que lo ceñían en
manos de sus perseguidores, de ese modo, Los frutos de
Taormina
, han atravesado las páginas de cada libro de
Luis Yuseff, como quien descansa el cuerpo contra un árbol
y graba la huella del deseo en la corteza. Pero ahora, ante los
ojos fascinados del lector, los paños caen como negros
telones, el barón alemán Wilhelm von Gloeden,
gradúa la lente de la cámara que le obsequiara su
amigo el duque Friedrich Franz, y se dispone a perpetuar la
belleza masculina bajo el cielo itálico.

El obligado referente de esta obra, Taormina, no queda
sobreentendido a la inteligencia del lector, Luis Yuseff
introduce, en un párrafo no exento de la síntesis
de la poesía, su tesis de la belleza, que reinterpreta
desde una visión contemporánea los postulados
estéticos de Miguel Ángel y del barón von
Gloeden. Esta simple maniobra reveladora, derriba los tabiques
que pudieran confinar Los frutos de Taormina, a la
definición excluyente de poesía homoerótica,
como sucedió en su momento, con el cuaderno A la
sombra de los muchachos en flor
, de Nelson Simón.
Los frutos de Taormina, no es (no será nunca) un
libro de poesía homoerótica, es un libro de
poesía, y el peso de esa palabra,poesía,
aplasta y subyuga cualquier demarcación. Los frutos de
Taormina,
no admiten vallados, ni aislamientos
genéricos o temáticos, pues no es este
exclusivamente un libro de poesía, es además un
texto de narrativa, (¿Poemetos del estío
no es un minicuento?, ¿no eran minicuentos los
Poemetos de Alma Rubens?), de teatro (¿acaso no
es teatro esa excelente pieza titulada Siete muchachos y un
balcón para hombres solos
?), de historia, (pues von
Gloeden, es un personaje histórico y la apoyatura para el
discurso poético parte de una realidad histórica
documentada a través de miles de negativos), de
apreciación de las artes visuales (los textos titulados
Cuadros de una exposición, evocan el recorrido de
los ojos ávidos a través de las salas de una
galería), y de una lírica capaz de sostener la
altura de sus paraísos en poemas largos y poemas
epigramáticos. Los frutos de Taormina es por lo
tanto un libro libros.

En este volumen el poeta ha sometido
(¿definitivamente?) al Devorador y al
Talador, los repetidos monstruos de publicaciones
anteriores, ahora los frutos estimulan el deseo de comer bajo la
tela, la rosa transgrede los cuadros metálicos de su jaula
y la mano que escribe se transforma en mano dominadora, mano de
cazador que entra sin custodia a la ciudad de las
panteras,
para luego cubrirse con la piel oscura mientras el
animal desollado tiembla. Quien escribe estos versos nada
teme, espoleado por el demonio de la vida, por esa divinidad
oscura que no se conforma con devorar y ser devorado y quiere ver
y darse a ver, entrar también por los ojos
.
(María Zambrano, "Amor y muerte en los dibujos de
Picasso). ¿En qué se diferencia una isla de otra
isla?, ¿en qué se diferencia este libro de sus
antecesores? Los hombres que miran desde las líneas del
poema, seres que no consiguen encontrar reposo para sus corazones
debido a la belleza de sus cuerpos, hacen la diferencia, marcan
con su desnudez la línea de las aguas, Taormina es
también una ciudad de isla, la bestia se convierte en
jaula
para su deseo, usted tiene razón mi querido
Gloeden, pero cuando estoy frente a un libro como este, se me
transforma el pensamiento, asoladas mis fortalezas de lector dudo
de casi todo, de casi todos.

Luis Yuseff ha levantado un palacio en un sitio que
pudiera nombrarse Taormina, Holguín, o la amada patria
del deseo
, a la sombra de sus balcones los insinuantes
frutos de la carne adornan el cuerpo del varón, el escriba
sabe que el sueño griego está por comenzar, "No te
quedes al sol", dice mientras nos ayuda a liberarnos de los
levísimos paños, desnudos, el lector y el poeta,
cruzan los pórticos de este libro.

MM

Marzo del 2011

Holguín

"Los insinuantes frutos de la
carne"

Moisés Mayán

Ningún libro requiere mayor presentación
que el alma de su poeta, tampoco logra germinar poesía
buena de alma corrompida. En Yuseff se aúnan, gracias a
las auténticas visitaciones, el destino del poeta con la
gracia de la caridad humana.

La poesía de Luis recobra para mi memoria
aquellas mañanas en que iba por el trillo rodeado de
blancas campanillas, a tropezar con las vocales en el claustro de
mi aprendizaje rural. Sus imágenes como perlas o piedras
que hacen música en el fondo deslizándose por la
corriente, igual a esas tardes en que las aguas de la poza me
rebautizaban.

Homoerótica, la nombrarían algunos. Pero
vivimos poniendo malos nombres a todo. De los muchachos a quienes
les gustan los muchachos decimos que son homosexuales, que nombre
tan extraño para un sentimiento que debe tener alas y no
adjetivos.

Yuseff ha comprendido que la poesía es una
necesidad, no postura ante nada, el único compromiso que
lo retiene es su memoria. Necesita retornar a ciertas esencias,
conmemorar sus manos escarbando en la tierra, o los anhelos en el
cuerpo del amado. La poética de Yuseff sugiere con
probidad, en ocasiones murmura como el agua del manantial
reposando en las fuentes de la tierra.

Ahora podría memorar otras cosas, recordar los
versos que hace el poeta más allá de la palabra,
siento que cuando Yuseff escribe tiene alguna calentura, entonces
la madre unge la frente blanca del poeta, es blanca la frente y
espaciosa como sus versos. También son claras las manos
del poeta, casi pálidas, reposan encima de sus rodillas y
se abandona apretando alguna idea, porque él como Rilke
gira en torno de Dios. Parece que persiguiera mariposas con una
red invisible, parece como si las mariposas mismas fueran
invisibles.

Esto es lo que más recuerdo, sus manos
pálidas, las venas que brotan como los ríos de la
vida sobre las coyunturas. El fluir de la sangre bajo las manos
delicadas, la sangre mansa, igual a su voz cuando lee y se
detiene para alentarse, pero en realidad dura segundos, el
murmuro es como aliviadero, como las aguas encima de la represa y
los peces que resbalan por la resaca soñolienta. Lo
angustia proclamar sus dolores. Contemplo sus ojos, se asemejan a
los ojos de un animal muy herido, un ciervo acaso. Un ciervo que
languidece cruzado por las flechas de la
incomprensión.

Luis es genuino hasta en sus pequeños odios,
aunque solo intenta odiar, hacerse el bravucón, pero el
alma suya no sirve para instrumentar el mal, le falta habilidad.
Hemos tenido nuestras olvidables desavenencias, me declaro el
malhechor, yo me dejo acometer por mis sentimientos, estoy lejos
del nirvana. No seré una planta, ni la raíz de un
árbol, ni una gota de lluvia, ni el polvo que arrastran
las sandalias del viajero, ni siquiera un perro que sirve a los
humanos para atenuar sus odios. La poesía de Luis Yuseff,
junto con la poesía de César Vallejo y Homero y
Borges y Dulce María y Gastón y Eliseo hace que me
diga en las noches más brutales: aquí no pasa
nada, solo es la vida.
Entonces ando con mi dolor que es muy
antiguo y tiene sosiego pero cura ninguna. Sigo andando y
agradezco, oro calladamente, debe orarse por el alma de los
poetas amados.

Ahora pienso que su obra puede rehuir de las
presentaciones. Luis Yuseff sabe presentarse por su alma, amar y
odiar menos, pero sabe. Cada temblor suyo es temblor, cuando dice
rosa, dice raíz y tallo y encono. Cuando dice amor, puede
traducirse dolor, cuando dice madre, uno logra pulsar la
respiración asmática de Nancy y su voz que es de
otro mundo, que tiene algo del habla de las efigies egipcias si
sus lenguas no fueran piedra, pero Luis conoce el secreto para
que de la piedra mane agua de vida. Hay seres que nos adelantan.
Hay seres que han podido deletrear los ojos herméticos de
la muerte antes de su hora. La poesía de Yuseff, es de
igual manera un adelantamiento.

"Luis Yuseff: la comunión de la
poesía"

Eliécer Almaguer

Arriba el alba, hora de tensión, instante en que
los aspersores cobran vida. La noche se escabulle como una
adolescente que saltó por la ventana, y con los deseos
abotonados por los misterios no desea explicar, solo ocultarse,
descansar. Hay que mirar hondo, aspirar el silencio para
presentir los nacimientos. Y de luz y agua atomizada, del dolor
fragmentado, germina la niebla. El poeta que ha velado en la
soledad y el sobrecogimiento contempla su espesura, las infinitas
formas que caprichosamente danzan a su alrededor, y al fin no
puede evitar que se escurra por debajo de las puertas, por las
rendijas de su carne y sus utopías. Ya hecho cuerpo de
niebla, el poeta le tiende la mano a esa blancura fecundante y se
adelanta a acompañarla por los campos de la tierra
estrecha, por sitios finísimos como sueños sin
conquistar. No hay temor a la niebla «porque nadie es
de niebla
/ completamente/ […] como nadie es
del dolor
/ como tampoco nadie es de la
felicidad
».[1] El poeta sustituye a la
niebla en su antigua soledad porque también la niebla ha
de morir.

Quizás estas visiones que me asaltan al
adentrarme en el libro Aspersores, de Luis Yuseff, que
obtuviera el premio nacional de poesía
«Nicolás Guillén», 2012, puedan
explicarme el porqué de un título que me resulta a
primera vista tan extraño para la poesía intimista
y emotiva por la que se conoce más al joven autor, o
quizás no, si ello ni importa, porque lo que a mi modo de
ver más interesa de este cuaderno de singular factura y
armonía es la multiplicidad de asociaciones a que compele
al lector a través del enfoque centralizado en una forma
transitoria del agua entre las pocas que hubieran podido pasar
por alto Dulce María Loynaz o Raúl Hernández
Novás. La forma del agua asperjada que en los
sembradíos suele capturar momentáneamente al
arcoiris, aquí apropiada desde una experiencia
generacional que inevitablemente sitúa el telón de
fondo de los cambios del ambiente rural propuestos por la
utopía revolucionaria con el modelo del cultivo extensivo
y las escuelas en el campo. Afinidades que no se quedan en pura
visualidad, sino que tocan sentidos como el oído y el
olfato. Mucho hay en estos versos de olor a pasto, hierba
recién mojada, mucho de las estaciones de Vivaldi,
agridulces sensaciones que poseen las canciones de Chopin, o
simplemente el crescendo infinitamente ensimismado y
simbólico de una gota de agua que cae sobre un charco o
sobre hierba seca.

Yuseff tiene la magia del poeta a la vieja usanza de los
trovadores dominados por el encantamiento de la palabra, que
presenta sencillos espectáculos de de intensa visualidad y
vibración, mediante empleo de imágenes
concentradas, pulidas hasta la sangre por el propósito de
descubrir las contradictorias emociones humanas y compartirlas
con síntesis expresiva. Asombra, pues, que a través
de recursos minimalistas donde no se hallan ni mayúsculas,
ni puntos, ni regodeos tropológicos, se consiga tanta
belleza. Y es que hay una clara intención de despojarse de
lo innecesario, aprehender ese estado en que el lenguaje acaba de
desprenderse de la necesidad de representar y surge cual
válvula de escape ante la presión de la vida en los
caños, volviéndose otro elemento más de la
naturaleza. He aquí que el poeta camina de mano de la
niebla, enamorado, y nombra, y yace desnudo bajo la inmensidad
del día que se abre como una flor al contacto de una gota
de sueño. Ha sufrido y no teme morir.

Aunque está concebido desde el dolor, no
asistimos en el poemario a una representación
catártica de efusivo dramatismo. Su dolor es pastoso,
apiñado como la primera niebla, la recién parida.
No se dispersa en fútiles lamentaciones. Al leer su
aflicción se percibe un sosiego que casi llega a ser
escandaloso de tan apretado y mínimo, una serenidad que no
alcanza al conformismo ante el ineludible paso de la vida hacia
la muerte. En su concepción de la poesía, Luis
Yuseff sabe que el poeta, aunque sea un ser para la muerte, no
resulta ente pasivo, pues el peso de su existencia se justifica
porque desde un aquí y un ahora —generalmente
penumbroso, que tiende a la atemporalidad— tiene la
misión de dar testimonio y para ello debe auxiliarse de la
lucidez fecunda de un espíritu fuerte, voluntarioso,
aún en el dolor: «Sé que hay algo que
late/ allí/ y eso/ debe quedar testimoniado […] dar
camino en la página/ hasta el borde/ donde el abismo /
pero sin entrar al abismo».
[2]
Así se manifiesta en el poema «12.
Aspersores», quizás uno de los más vigorosos
dentro del cuaderno, ars poetica, donde explica su
concepción de lo poético y la función que
debe asumir el poeta, a la vez que nos comparte el diálogo
angustioso con su madre sobre la muerte.

Degustador de la más genuina tradición
humanista, comprende que ese «aquí» y ese
«ahora» que debe aprehender, no tiene otro espacio y
otro tiempo fuera de los territorios del espíritu humano.
Por ello sus temas, y sobre todo los mismos tratamientos formales
con que les aborda, procuran tomar distancia de algunos
tópicos manoseados por gran parte de la poesía
cubana durante los últimos lustros, tales como la
insularidad, la patria, la sexualidad y lo marginal, mientras no
teme aventurarse en aquellos temas desde siempre enraizados en la
gran literatura, interrogantes y luchas que animan a la
humanidad: amor/desamor, alegría/tristeza, verdad/mentira,
memoria/olvido, valentía/cobardía, vida/muerte… Y
esta última antítesis es de tal fuerza en
Aspersores, que diríamos que los otros
tópicos solo se explican o adquieren alguna resonancia
cuando pasan por su centro imantador, de ahí el tono
íntimo, confesional que prevalece a lo largo del poemario,
reforzado por textos en forma de conversación con su madre
donde el autor se permite develar experiencias que se aproximan
al límite de lo íntimo privado: «pensar
la muerte sin la muerte
le pedí/ pero ella
insistía en la quebradura del corazón/ y yo/ le
escuchaba
/ ahora sin hablar/ pensando/ escribiendo/ en
mi dolor/ el poema/ sé que no soy
justo
.»[3]

A pesar del recurrente sentimiento de culpa por
compartir con los lectores algo tan entrañable como puede
ser el dolor por la pérdida de los seres queridos
—Yuseff ha expresado en una entrevista: «Las
conversaciones las escribí después de la muerte de
un tío muy especial para nosotros. Cada
conversación con mi madre era un proceso muy doloroso, por
las cosas que imaginaba ella. De ahí salían las
ideas que yo convertí en poemas. Pero de pronto
sentí que no era honesto hacer aquello y decidí que
el libro tenía que
terminar»—,[4] el poeta no puede
desprenderse de la necesidad de atestiguar, hacer trascendente,
universal, su compleja verdad interior, y a diferencia de Pessoa
no ha de fingir que el dolor es dolor, cuando cardenales y
heridas que no cierran aparecen en el lugar de palabras
más duras en la medida que la poesía quiere
despojarse de fingimientos. Otra razón poderosa para
justificar este oficio transgresor, proviene de su convencimiento
de que en la desesperación que nos produce la ausencia o
pérdida de los seres queridos, el arte puede llegar a
salvarnos de la propia sombra y de la locura, tal y como dice
Julia Krísteva en su libro Sol negro. Depresión
y melancolía
: «Las obras de arte nos conducen
al establecimiento de relaciones menos destructivas, más
apaciguadoras con nosotros mismos y con los
otros».[5]

El minimalismo en los sentimientos, en los temas que nos
propone Aspersores, se prolonga también al uso de
determinadas isotopías que han ido conformando un estilo
poético peculiar en Yuseff desde sus primeros cuadernos.
Ya habíamos llamado la atención sobre el empleo de
la niebla, presencia indeleble, viva a lo largo del poemario,
aún cuando el sustantivo en cuestión eluda algunos
textos: siempre se siente el poderío de su capacidad de
relación y sinonimia en medio de una poesía que
enfrenta precisamente a esa calidad del espíritu
simbolizada por el elemento de la niebla —en
términos concretos, más propio de las calles de
Londres y los climas templados— que no es más que
otro traspaso, evocación original de la llovizna producida
por los aspersores de los regadíos y, por tanto, en
definitiva, se revela como deseo de transformación de un
evento sumamente tropical y transitorio en una experiencia
natural donde la poesía ha terminado avasallando a la
realidad. Con el cristal de esta poesía, el agua dispersa
y detenida un segundo en el aire, se convierte en niebla,
tópico romántico y modernista, casaliano, y queda
enlazada con sutileza al concepto muerte y sus variadas
prolongaciones conceptuales. Otras recurrencias temáticas
de la poesía de Yuseff aparecen aquí, con un claro
sentido autorreferencial: el símbolo de la rosa, el del
pájaro, y otros de una carga oscura y perturbadora como el
arpón.

La estructura del libro también refuerza su
minimalismo. No hay partes, en un sentido estricto, sino
fragmentaciones de un poema mayor que se ha quebrado y amenaza
atomizarse ante la acción de esos aspersores que
rocían las encrucijadas de la existencia. De tal modo,
Yuseff parece decirnos por lo claro que no ha habido prontitud al
pensar y hacer públicos estos versos. La vibración
con que fueron concebidos, el arrobamiento, ganó en
intensidad por la ráfaga del «hasta
aquí» que en el momento crítico de la
creación supo obedecer. Fue el grito sordo del albatros
con las alas mojadas, quemadas, pero grito de alivio, expurgador,
de esa gran ave que se siente segura en definitiva sobre una
barca que le conduce a tierra. Fue el grito de quien supo
esperar, y eso se siente cuando los lectores —como ya lo
hizo el poeta— logramos, al final de la lectura, detenernos
a acompañar a la niebla en su antigua soledad.

"Luis Yuseff en la hora de las
iniciaciones"

Ileana Álvarez

A partir de una idea que rebota de autor en autor, .de
Dostoyevski a Kafka, a Virginia Woolf, destacando lo adecuado de
la pesadumbre como estímulo para hacer literatura, Luis
Yuseff ofrece en Aspersores (Letras Cubanas, 2012) una
especie de saga en trece movimientos sobre un hombre y su
realidad.

De hecho, "hacer literatura" parece una frase postiza
para referirse al libro que obtuvo el Premio Nicolás
Guillén de poesía este propio año, pues esta
voz da la impresión de "encontrarse en la
obligación de decir". Yuseff acierta con un tono sereno
—en el léxico y en la cadencia— para moldear
el discurso de un hombre que, aun contra su voluntad,
aprendió a observar. Ya que sabemos que resulta ingenuo
tomar a un poeta por aquel que simplemente se confiesa,
reforzamos la idea del libro como una búsqueda más
que como un recuento, pero es un alivio apreciar la
tensión entre un autor y el efecto de sus
búsquedas. Incluso para preguntarse más tarde si se
trata de una vida concreta, o de una deformación
autorizada por la individualidad y por el lenguaje. Para
preguntarse si el que escribe: Serénate, no
estés incómoda conmigo, yo soy Walt Whitman,
generoso y lleno de vida como la naturaleza
es el ciudadano
Whitman o el autor Whitman, y afirmar que es el autor y desear
que sean ambos. En Aspersores se habla de la necesidad
de percibir, incluso cuando las expectativas no sean demasiado
nobles. Se lamenta el olvido por venir y se sugiere que el
carácter efímero de las cosas concede persistencia.
Hay una alegoría del deterioro como emblema de identidad y
una recurrencia: la niebla.

Son trece momentos en círculo que hacen pensar en
un libro meditado, en una ceremonia cuya ganancia es la
aceptación de lo que pierde lustro, pero gana otra
consistencia y merece ser puesto en el conocimiento de los
demás. Lo he dicho con alguna presunción, aunque
supongo que la mesura de estos versos lo compensa. Yuseff (1975)
se arriesga, con esos mismos tonos serios, a ir dejando sus
definiciones de la poesía: unas veces de manera evidente,
otras por depuración de sensaciones. Me detengo en el
poema "Sueño 4", en la página 73. Parece una
condensación de todo el libro, un aspersor del sentido de
sus trece movimientos.

Tal vez lo menos logrado de Aspersores sea el
comienzo del poema de la página 77, oscilante, irresoluto
al definir, con un ritmo como importado. Pero el contraste que
consigue este poemario al proponer tanta intensidad con
modulaciones —perdón por reiterar— sobrias,
nos recuerda que a la altura de esas líneas ya el bien
estaba hecho.

"Un martillo, un
violín"

Rogelio Riverón

Publicado en el periódico
Granma,

22 de noviembre 2012

La mano que escribe, desde el impulso desertor, el
escriba y su ánimo/desanimo, el doliente convulso, es, a
fuer de ser injusto, un aspersor.

Regar, diseminar, esparcir. Viejas manías asedian
al escriba. Del fluir heracliano al Niágara de Heredia;
del San Juan Murmurante de José Jacinto a la noria de las
Soledades de Machado; de los Juegos de agua de
Dulce María a la Lluvia de Saint John Perse y de
allí al Amnios de Raúl Hernández
Novas. Aguas que parten y se reparten.

Riego por aspersión, poesía por
aspersión. Descompresión de esa fatiga sutil y no
sutil, que es describir la humedad desde el sudor, la sangre,
desde todas las aguas del cuerpo y del alma.

Aspergeo y arpegio… el aspersor, arpa de Luis
Yuseff, abre este libro con un introito que nos
enerva:

Sobre la llanura que se expande/ van los días
/—mis días—/sometidos a presión:// La
vida/en cualquier superficie/ (como la niebla)/
depositándome.

El poeta ha sido asperjado, rocío o niebla que
empieza a quebrantar las hojas de un libro que pese a todo
comienza a levantarse.

La poesía de Luis Yuseff que cada vez se parece
más a la vida, es cada vez más literatura y es cada
vez más poesía. Muy joven hice la pregunta:
¿qué porciento de realidad y qué porciento
de ficción hay en sus cuentos?, le pregunté a
Onelio Jorge Cardoso.

—La literatura es ciento por ciento realidad y
ciento por ciento ficción —me dijo el
maestro.

Aspersores de Luis Yuseff verifica aquel
atino.

La estructura cíclica —tan natural como los
ciclos del Sol o la Luna, o el ciclo llano de los
días— que Luis Yuseff propone para leer este libro,
que pudiera abrirse en cualquier página y leerse a
discreción o al reverso, es mejor aceptarla.

El poema que realmente abre el libro, comienza con un
desgarrador imperativo: "!no mires el cáncer de mi
gesto madre!",
necesita el descanso que propone el primer
texto de la serie "in vitro (1)".

El aspersor atenúa aquí su riego intenso,
grava un silencio y deja que el lector entre a una suerte de
cámara hiperbárica y tome aliento para continuar
viaje.

Así el cuerpo del libro, así poemas que
sin temor a sucesivas enumeraciones, a veces caóticas o
apropiándose de retóricas, dan sustrato al drama
que discursa.

Escarizar la escritura dice Luis Yuseff. Viajar
a la semilla del dolor propone… quizás todo el
libro es un viaje a la semilla. Lo surreal no es aquí un
recurso al que eche mano el poeta para apoyar lo onírico
per se de los asuntos, es un estado natural que aparece
con una carga de realidad que exacerba el peso específico
de una poética cada vez más singular.

Aspersores no parecía inscribirse en ese
interés metapoético que caracteriza buena zona de
la poesía de Yuseff. Pero no nos llamemos a
engaños, casi en la tercera parte del libro se hace
explícita esa condición, que no parece intencional.
Luego, en esa relectura a que nos obligan ciertos buenos libros,
compruebo —vista hace fe—, que este es un libro, si
lo hay, sobre la creación poética, con una clara
tendencia:

Si el dolor de Vallejo —experiencias del dolor
cotidiano y la muerte— parece ser el mayor dolor de la
poesía hispanoamericana, en este libro casa del dolor,
madre del dolor, poema del dolor, no solo la marca del peruano
asoma. Aquí está ese dolor preterido de Ajmatova o
el dolor huérfano de Paul Celan.

Contraerme, contraerme sin estallar, dice Luis.
La contención del dolor y la contención del
verbo… La contención de la mirada y la
contención del verbo… La contención ante el
espejo y la contención del verbo… Esa virtud de la
intensidad contenida parece venir de un propósito. El
poema no trata de hacer poesía desde el dolor si no
trasmutar el dolor en poesía.

No hay en Aspersores, como en Pessoa,
fingimiento del dolor que en verdad siente. Aquí el poeta
no es un fingidor. El poeta se duele ante el hecho de hacer
poesía del dolor ajeno, pero ello no es menos
angustioso.

La poesía, se sabe, busca la belleza
también en lo feo, en lo malo, en lo siniestro. Es el
poder de la poesía. La bella (la poesía) y la
bestia que el amor de la poesía convierte en
príncipe. Esa es la justicia poética.

También en Aspersores hay música,
placer, sabiduría. Permítanme una paráfrasis
a la cita de Antonin Artaud que abre este libro: Luis Yuseff,
está perdido en las bellezas de la vida, nunca en sus
tinieblas.

Cuando en medio de las sesiones de debate para otorgar
el siempre controvertido premio Guillén, el maestro Domino
Alfonso leyó de viva voz verso a verso el libro completo
de Yuseff, para acentuar lo que ya tenía acento, supe que
estábamos ante un libro cabal. Solo el tiempo sabrá
cuales libros ganadores del premio va a salvar. Yo auguro que
este, el del autor más joven que ha ganado el concurso
tendrá ese otro premio.

Luis termina su libro con un verso. Un verso solo en
medio de la página.

La muerte, sus contornos, sus bordes, sus pespuntes
grises sobre fondo negro se han perdido del libro. El aspersor
número 13 se ha detenido.

Ya/yo no lloro desde que estoy
aquí.

La muerte ha sucumbido ante la poesía.

"Poesía por aspersión/
dolor por aspersión"

Alfredo Zaldívar

Presentación en
Matanzas,

11 de diciembre 2012, Centro
Promoción Milanés

La lluvia entra por el hueco de la ventana
única:
Cito. Ventana por donde primero entró
la niebla para cargar con los vivos que ingresaron con horror al
vaciadero. He aquí, sin tener que explicarlo, un libro
oscuro, raro, invencible y contumaz, poseso de una materia magra,
de una sustancia recia, amarga, y pesada. Un libro donde las
palabras están sometidas a una fuerte presión, son
expulsadas a presión, y se expresan con la misma
intensidad de ese mecanismo o artefacto hidráulico que se
utiliza para rociar el agua a las rosas, el agua a las cosechas,
y del mismo modo el agua a los cementerios. Un sitio para
destilar ausencias, silencio, y pérdidas estériles,
pero también, para afirmarse en el acto efímero,
pertinaz y absurdo de la vida.

Su autor alude a una realidad somática, una
realidad incambiable enunciada en una explicites de
extraordinaria sabiduría. QUIEN escribe con ejercicio de
maestría, magnifica su desánimo, solivianta su
sufrimiento y ramifica su obsesión. Nada resulta gratuito,
ni casual, todo responde a un propósito instigador, una
empresa que lucha contra la insulsez, sobreactúa en el
acorralamiento de los mortales, se duplica en la unidad imaginada
del yo con un fin doliente, fatigado, brutal y
valeroso.

El poeta ha sufrido un periodo horrendo, una jornada
honda, un tránsito devorador; quien versa está
subordinado, poseso o diluido en una relación
especialmente violenta con la muerte; algo que el Ser no
puede variar, detener, ni ser transferido porque la niebla, o la
muerte -que no es ajena- se le había filtrado -sin
compasión- sobre los cuerpos de los seres amados para
corromperlos, masticarlos, y finalmente podrirlos.

Luis Yuseff, rompe el mito de la unidad infinita del Ser
y lo representa polipartitas como Nietzsche, como un haz de
muchos yo, los extiende bajo un lenguaje diáfano
a una duplicidad que responde a un determinado abordaje
ideoestético porque sabe que el hombre no es de ninguna
manera un producto firme, un corpus duradero, es por ello que,
desde un tiempo inmemorial, desde las capitulaciones del profeta
Isaías, registra su discurso en una unidad superior de la
conciencia.

Esplende desnaturalizado, instintivo, fiero y
caótico. Ensaya su ideal hacia una transición de
muchas almas y ve la suya sin ilusión alguna, sin la
apoyatura de Dios, y de sus semejantes; ha ganado por su crudeza.
Crueldad matizada de un lirismo prefijado, de cierta
curaduría que opta -persistentemente- por lo
bello.

Gana por salirse de los temas circundantes de la
poesía actual cubana que raya entre la patria, las
frustraciones políticas, el desdén, los exilios,
las penurias, las dejaciones y los hirsutos cuestionamientos para
entrar como -solo- entran los bravos al único valle: al
valle donde los cuerpos-arpones- se desangran, se corrompen y se
adhieren al polvo, a la tierra calcárea, al olvido, y solo
el poeta sabe cuánto duele esa
"distracción".

Su esteticidad está surcada por precisos
registros especulativos: la jaula oscura de Alejandra Pizarnik,
se observa /como un animal helado en la gran jaula
estéril/
Las elegías rilkerianas, / lo
bajaron entre anillos de rosas
/, la lluvia arrasadora de
Saint Jhon Perse, y los muertos invencibles de Dylan Thomas, pero
a diferencia del autor de Y la muerte no tendrá
Dominio
, Luis Yuseff presencializa no solo -todo- lo que
antecede a la muerte, sino todo lo que viene
después.

Con doloroso aislamiento y suprema exigencia escritural
camina hacia la única senda -estrecha- de la inmortalidad.
Como Heidegger sabe que, "El hombre es un ser para la muerte", y
la existencia significa desunión con el todo,
limitación, vuelta al todo, anulación de la
angustiosa individualidad, trabajosa reencarnación.
Despacha las palabras y con ellas rasga el velo del arcano,
recordándonos que, ya desde el principio de todas las
cosas no hay tal simplicidad, bondad, llaneza; ni siquiera
inocencia.

El todo es complejo, cetrino,
culpable y desestabilizador, y siendo parte de él, ha sido
arrojado desde el mismo principio al limo húmedo, al
diezmo de la tierra, al torbellino del polvo, al helado
éter del COSMOS, a la duplicidad de Fausto, al
hiperpersonaje de sentir esa plural alma en su pecho.

Sin mucha simpatía hacia las cosas ve el mundo al
igual que Rilke como imagen, como expresión de lo acabado,
y también como objeto de contemplación. Se acerca a
esa diversidad de las formas, las resume en el mismo cielo donde
desea descansar o dormir y en el día quebrado del
estanque/ se hunde mi sentimiento entre los peces;
se
reproducen en Yuseff y con todos ellos, forma uno solo: en el
agua hay un pez gigante que me mira/arponeo su cabeza azul/ y ya
no puedo dormir más.

Despojado de su afán, todos los textos de este
libro poseen una extraña capacidad de asociación.
Aquí cruje la arcilla, la materia primaria, el
corazón que se escapa, el cáncer que destila de a
poco, cuerpos apenas con riñones, cráneos
dañados, pulmones invadidos por la pleura, y más
que estar -sin poder dormir- participa de esas largas
conversaciones en solitario, conversaciones en seco mientras
alguien trae, o lleva todo el tiempo una taza de
café.

Describe como muy pocos poetas coetáneos el
entrañable ambiente familiar donde una madre se asfixia y
rasga los muertos familiares con una uña negra que
persiste de principio a fin. Refiere las muertes de los
vecindarios con el preconsabido aterramiento. Narra esa
hostilidad de ver a los que amamos agonizando, y no solo
agonizando sino adentrándose a ese espacio comevida, al
acto del descendimiento, pidiendo de igual manera dormir, o
-descansar- en paz.

Aspersores (Editorial Letras Cubanas, 2012;
Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén
2012), transcurre con setenta y dos poemas que parten de un poema
único, medular, de una matriz unigénita, del mismo
flamboyán que da la sombra a los muertos, y al
unísono devuelve como sus flores esas inmensas ganas de
vivir. Yo/ya no lloro desde que estoy aquí.
ACCIÓN para sostenerse. Cántico persuasivo para
contemplar su mano blanca, apta para escribir con mucha agudeza y
devorarse -así mismo-. Estribillo que patentiza que
después del dolor volvemos a la carga, al único
oficio salvador: la poesía que sirve de amante y no nos
deja solos.

Su creador se plantea una intelección de lo
auténticamente real, se detiene ante los fenómenos
como entidades necesarias para engrandecer con mucha sagacidad el
resultado último de su oficio. De la misma manera
hay un humanismo fluctuante que se entiende con todo -su
acontecer-.

Luis Yuseff, poeta, príncipe y amigo holguinero
se luce con una rebasada madurez espiritual, ha creado su propia
teología, su vigilado réquiem de pulidísima
operación formal para resignarse, y alcanzar la unidad
irrebatible con lo trascendente.

En esta impronta se muestra meditativo, reflexivo, en
estado puro de aprehensión para erigirse bajo la sombra de
Sören Kierkegaard y postularse en esa ceremonia de la
extracción, en esa tarima del existencialista al por
mayor. Habla con la boca que se comió sin miedo el propio
mundo, y nos ve a todos con el ojo del muerto desde una verja
inoxidable.

Se trata de una filosofía sacra sobre la muerte,
y al mismo tiempo de una actitud para escarizar la escritura
hasta el desangre
y/o pensar en la escritura desde el
dolor ajeno;
fustigar la creación, reformular el
significado profundo de la poesía, detenerse sin apuros en
cada giro de la expresión y deliberar con mucha lucidez
para hablar sobre lo que debe quedar fríamente expuesto,
sin ataduras lexicales, ni sobreabundancia de imágenes
-testimoniado: Las pérdidas irreparables, las cenizas que
se nos almacenan. Ha crecido un lirio tardío sobre las
cenizas /que sí llegan/

Una filosofía que nos conduce a la
proscripción, al renunciamiento, a mirar la vida con su
constante descenso, estableciendo una mayor coordenada con lo
normal, un pacto con los que quedan tristes, y cargan, como pocos
en la actualidad, con ese luto pasado de moda.

En cualquiera de sus páginas los versos atisban
una seducción, sobresalta una corrupción manida,
una putrefacta paralización, cerrazón de los
sentimientos, fastidio y desesperanza. Impureza y
contradicción para hablar sobre la determinación
general del destino humano.

Con este libro, sospecho que el poeta ha escrito su obra
mayor, se ha vaciado para colocarse dentro de la propia
poesía. Pregunto, después de esta lectura inmensa,
¿le quedará algo por decir?, después de
haber usurpado a Dylan Thomas el violín de los
cementerios, después de haber hecho -él mismo-
todas las exhumaciones posibles, quedará otro reto
después de darle comida a los muertos, y estar más
lejos de esos cadáveres.

Una sola lectura no bastará porque -este- es un
poemario de muchas esencialidades, como propuesta
filosófica que es, debe ser leído con paciencia y
esmero. Este -es- como muy pocos, un libro para
acompañarnos, para comprender el indómito
estremecimiento de los fundamentos del pensamiento y de las leyes
imprecisas del espíritu humano: leyes, o su ley para
aceptar el paso del hombre hacia lo definitivo. Esto es -entre
otros- su mérito mayor. Su alcance y reto -ante- todo
aquello que sufrimos con horror y no comprendemos.

Guantánamo, 17 de diciembre 2012, mañana
de San Lázaro.

"Aspersores sobre el
húmedo limo

de los muertos
diáfanos"

Miladis Hernández

Escribir poesía es tal vez el acto más
obsceno, como si te amancebaras con la muchedumbre, como si la
página en blanco fuese una gran arena donde te debates con
tus angustias y temores, y luego de haber desenfundado el alma de
su envoltura temblorosa, esa misma muchedumbre inclinase el
pulgar hacia la tierra. El libro Aspersores, del poeta
Luis Yuseff, quien resultara ganador del premio de poesía
Nicolás Guillén 2012, está escrito bajo
estos signos de temblor, bajo el dominio titilante de la palabra.
Su autor ha comprendido que la poesía equivale a la imagen
de una estrella cuya agonía nos sigue estremeciendo. La
escritura de Aspersores va del desgarro al sosiego, como
el zunzún que revolotea queriendo imprimir sus rasgos en
el viento y luego detiene el vuelo, pareciendo que flotara para
libar alguna mielecilla.

Libro doloroso, pero su angustia asperjada en la
página, esponjada en el corazón del poeta, nos deja
más bien el asombro que sentimos cuando nos revelan algo
muy secreto, igual que de niños alguien nos murmuraba al
oído una noticia sorprendente. De igual manera puede
entenderse la escritura de Aspersores como un poema
libro, lleno de codas y reposos musicales, donde los textos que
sirven de título al conjunto constituyen el arrobamiento
final del poeta y la palabra, o mejor, la comprensión de
que él también está hecho de un gran
enjambre de sílabas musicales.

El poeta exige mediante su escritura el regreso de las
primeras inocencias, no solamente la inocencia genésica al
vientre de la madre, sino regresar a la escritura primigenia, a
la mano niña sin pulso todavía, al papel, a la
pulpa alcalina, luego al árbol y por último a la
semilla, al poema concebido a partir del dolor
ajeno
.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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