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Los componentes ético-políticos en la ideología de la Revolución Cubana (Pte 1)



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Monografía destacada

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. La
    Ideología de la Revolución Cubana: sus
    raíces históricas
  4. La
    ideología: las múltiples aristas valorativas de
    su conceptualización
  5. Las
    raíces de nuestra ideología: una propuesta de
    periodización
  6. Nacimiento de nuestra identidad: el reformismo
    liberal ilustrado
  7. Nuestros Padres Fundadores: las ideas que nos
    sustentan
  8. Anexionismo
  9. Referencias
    bibliográficas

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.

"Creo es la esclavitud la mayor maldad civil que han
cometido los hombres cuando la produjeron".

José Agustín Caballero
(1791)

"Todo patriota quiere merecer de su patria;
pero cuando el interés se contrae a la persona, en
términos que esta no le encuentre en el bien, se convierte
en depravación e infamia.

Félix Varela (1818)

"Porque, desengañémonos: ni hay otro
medio eficaz de predicar costumbres que el ejemplo, ni los
mejores planes de enseñanza pasan de meros pliegos de
papel sin honrados y hábiles preceptores. Esperar lo uno
sin lo otro sería pretender un efecto sin causa;
sería aguardar la cosecha sin haber labrado ni echada la
semilla".

José de la Luz y Caballero
(1833)

"…Aunque reconozco las ventajas que Cuba
alcanzaría formando parte de aquellos Estados (Unidos), me
quedaría en el fondo del corazón un sentimiento
secreto por la perdida de la nacionalidad cubana"

José Antonio Saco (1848)

Resumen

En la obra se aborda la compleja temática de las
raices históricas conformadoras de la Ideología de
la Revolución Cubana a partir de su cosmovisión
como el ideario aportado por múltiples personalidades en
el largo proceso de construcción de nuestra identidad
cultural y nacional, iniciado particularmente desde fines del
siglo XVIII hasta la actualidad. Con una concepción que
intenta alejarse tanto de lo apologético como del
supercriticismo, se expresan los criterios del autor acerca de
sus fortalezas y debilidades, a partir del reconocimiento de
nuestro heroico pueblo como su principal protagonista.

Palabras clave: ideología, ideología
Revolución Cubana, pensamiento
ético-político.

Introducción

Con este trabajo el autor intenta una
aproximación, al ideario en que se sustenta el proceso
revolucionario cubano, abocado a cambios esenciales, que
determinan su propia supervivencia, sin incurrir en lo posible en
apologismos ni actitudes prejuiciadas. Ello obliga en el ahondar
en las raíces conformadoras de nuestra ideología, a
partir de sus orígenes, paralelos con el proceso de
construcción de nuestra identidad cultural y nacional,
iniciado con el surgimiento del reformismo liberal ilustrado a
fines del siglo XVIII; desarrollado en el XIX, en que encuentra
su síntesis en el ideario martiano; consolidado en la
primera mitad de la siguiente centuria , en la llamada
República neocolonial y que se continúa, con el
derrocamiento de la dictadura batistiana en el transcurso del
actual proyecto de construcción socialista, que por
supuesto no significa el cese definitivo de su desarrollo y
enriquecimiento, sino sencillamente su momento más
cercano. Cada uno de los cuales, con sus propias peculiaridades,
personalidades más representativas y esenciales
contradicciones, contribuye con sus aportes a lo que hoy
conocemos como Ideología de la Revolución Cubana,
sustentadora de un ininterrumpido proceso de luchas de nuestro
pueblo en busca de su utopía de justicia y equidad. El
triunfo del primero de enero de 1959 constituye en su momento
histórico un hecho inédito en América
Latina. El mundo contempla entonces con sorpresa como un
Ejército Rebelde, constituido por obreros y campesinos,
estudiantes e intelectuales, en su inmensa mayoría sin
formación militar alguna, no liderado por oficiales de
academia, sino por hombres y mujeres de diversas procedencias
sociales, derrotan a un ejército profesional de miles de
hombres, instruido y apertrechado por asesores norteamericanos y
con toda una considerable logística a su
disposición. Se echaba así por tierra el prudente
apotegma de que una revolución, o en su defecto un
simple golpe de estado o cambio de gobierno, solo se puede
realizar con el ejército o sin el ejército, pero
nunca contra el ejército.
Y mucho menos para la Cuba
de entonces, sin la anuencia complaciente de la embajada
norteamericana.

Se abre así una nueva etapa en el decursar de la
sociedad cubana, inspirada en una ideología con sus
peculiares rasgos identitarios a la vez que heredera
legítima de un legado ético-político con su
basamento en profundas raíces histórico-culturales.
Abordar el tema de la misma como paradigmático ideario de
nuestro proceso revolucionario nos enfrenta a complejas
problemáticas.

¿En qué presupuestos
teórico-prácticos se erige cualquier intento de
conceptualización? ¿De que raíces
histórico-culturales esta se nutre? ¿Qué
papel desempeña la misma como acicate de la ininterrumpida
y heroica lucha de nuestro pueblo, en busca de la utopía,
aparentemente inalcanzable de igualdad social, plenos derechos,
bienestar material, primacía de los más genuinos
valores que normen la conducta ciudadana, real representatividad
en las decisiones esenciales para el destino de la patria?
¿Qué vínculos se establecen entre la
ideología y la cultura, en un contexto determinado y
época concreta? ¿Cuáles son, a partir del
análisis valorativo, desde una perspectiva actual, sus
fortalezas y debilidades?

Evidentemente dar respuesta a tales problemáticas
rebasa las posibilidades de este empeño y requiere de una
labor multidisciplinaria. Ello no debe ser óbice para
cejar en la tentativa de sistematizar algunas reflexiones, tanto
personales como referenciales de diversas autorías. La
temática compleja y controversial, dada la multiplicidad
de criterios, marcados por intereses muchas veces contrapuestos,
resulta no obstante de prioritaria importancia en momentos donde
los factores de poder se enrumban hacia la búsqueda de un
nuevo modelo de construcción del socialismo y del que el
pueblo, hacedor de todas las victorias y su principal
protagonista, aspira al logro de su legítima
aspiración objetivada en mejoras sustanciales en sus
condiciones de vida, tanto materiales como
espirituales.

La Ideología
de la Revolución Cubana: sus raíces
históricas

Resulta evidente que el liderazgo del proceso
revolucionario cubano, desde sus tiempos iniciales, proclama en
sus actitudes, ejecutoria y discursos, la voluntad de insuflar en
esta un carácter humanista, participativo,
democrático, antimperialista y solidario, en defensa de
nuestra identidad cultural y nacional, lo que le permite, en su
momento nuclear, a la gran mayoría ciudadana en torno a la
carismática personalidad de Fidel Castro y la
generación histórica, que lideró la lucha
contra la sangrienta dictadura batistiana sustentada en el
repudio al quehacer político de partidos y de dirigentes
tradicionales, en total descrédito ante la opinión
pública.

Ese primer lustro heroico, transita por el fervoroso
enfrentamiento a la campaña mediática desatada
contra el proceso revolucionario tanto a nivel nacional como
internacional; el ganar las calles a los representantes de la
alta burguesía criolla que, aún radicada en Cuba
antes de su posterior y casi masiva migración, se resiste
a las transformaciones de la mano de las primeras y radicales
leyes revolucionarias, de amplio beneficio popular así
como la sucesión de hechos de particular relieve, como la
campaña nacional de alfabetización, la
invasión de Girón, la Crisis de Octubre, la Lucha
contra Bandidos y tantos otros de singular
trascendencia.

A su vez se le otorga por su principal dirigente, Fidel
Castro, un sentido de continuidad y ruptura, al reconocerle su
inicio en las contiendas independentistas librada por los
patriotas que se enfrentaron a la metrópoli
española, durante varias décadas, en desiguales
condiciones materiales, en medio de ingentes sacrificios y
aportadores por sus principales representantes de un ideario
ético-político de singular relieve. Meditemos
acerca del criterio expresado por Fidel Castro, el 10 de octubre
de 1868, en La Demajagua, provincia de Granma, al conmemorarse el
centenario del inicio de las luchas por nuestra independencia,
quien valora como…"…nuestra Revolución,
con su estilo, con sus características esenciales, tiene
raíces muy profundas en la historia de nuestra patria. Por
eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos
con claridad todos los revolucionarios, que nuestra
Revolución es una Revolución, y que esa
Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868[…]
Quizás para muchos la nación o la patria ha sido
algo así como un fenómeno natural, quizás
para muchos la nación cubana y la conciencia de
nacionalidad existieron siempre, quizás muchos pocas veces
se han detenido a pensar cómo fue precisamente que se
gestó la nación cubana y cómo se
gestó nuestra conciencia de pueblo y cómo se
gestó nuestra conciencia revolucionaria […] Si las
raíces y la historia de este país no se conocen, la
cultura política de nuestras masas no estará
suficientemente desarrollada. Porque no podríamos siquiera
entender el marxismo, no podríamos siquiera calificarnos
de marxistas si no empezásemos por comprender el propio
proceso de nuestra Revolución, y el proceso del desarrollo
de la conciencia y del pensamiento político y
revolucionario en nuestro país durante cien años".
(1)

Esto le otorga al análisis del objeto de estudio
un carácter considerablemente más amplio, pero en
criterio del autor, aún limitado. Ni en lo meramente
factológico, ni menos aún en la esfera de las
ideas, tal proeza libertaria, hubiese sido posible sin la
presencia indispensable de los forjadores de nuestra identidad,
los Padres fundadores, como los denominase el Apóstol,
portadores de un pensamiento signado por una eticidad de profunda
raigambre patriótica, que si bien, limitado entonces a los
marcos del reformismo, que ya para la época y dadas las
peculiares condiciones de nuestra patria, desempeña un
papel de trascendente progreso, resulta la vía conducente
al ideal independentista y que tuviese como atalayador y agudo
visionario a Félix Varela, desde fecha tan temprana como
1824.

Muchos años después, en un contexto
diferente, un revolucionario de la talla de Ernesto Che Guevara
valoraría como…"… la Revolución
puede hacerse si se interpreta correctamente la realidad
histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que
intervienen en ella, aun sin conocer la teoría. En toda
revolución se incorporan siempre elementos de muy
distintas tendencias que, no obstante, coinciden en la
acción y en los objetivos más inmediatos de
ésta. Es claro que si los dirigentes tienen, antes de la
acción, un conocimiento teórico adecuado, pueden
evitarse tantos errores, siempre que la teoría adoptada
corresponda a la realidad". (2)

Tal aseveración, paradójicamente
iconoclasta, solo es de factible discernimiento en el
reconocimiento de que la Revolución Cubana se inicia no ya
desde el propio 10 de octubre de 1868, sino incluso desde mucho
antes, con el nacimiento del reformismo liberal ilustrado, a
fines del siglo XVIII, que nos revela un único proyecto
liberador, que transita inicialmente por la búsqueda de un
pensamiento propio, alcanza su más alta cota en la lucha
de nuestro pueblo por su independencia del colonialismo
español y discurre de forma ininterrumpida por diversas
etapas, enmarcadas en disímiles contextos, siempre
signados por momentos significativos de nuestro decursar
socio-histórico, sean estos la República nacida el
20 de mayo de 1902, con sus conocidas limitaciones en el
ejercicio de una plena soberanía, pero República al
fin, hasta el proceso revolucionario triunfante el primero de
enero de 1959.

Es válida la acepción, aparentemente
consensuada, acorde a la bibliografía consultada de
prestigiosos historiadores y especialistas (Ver
bibliografía
), que la ideología de la
Revolución Cubana , en su última etapa, iniciada
por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y
afianzada en su llegada al poder el primero de enero de 1959, se
nutre de tres fuentes esenciales: el legado histórico del
pensamiento progresista cubano del siglo XIX y la primera mitad
del XX; el invalorable ideario martiano, siempre trascendente,
por su hondura y profetismo y la ideología
marxista-leninista, en sus diversas variantes y acepciones, que
se integra con Carlos Baliño, se enriquece con Julio
Antonio Mella y Rubén Martínez Villena y se
consolida con Fidel Castro.

En su gradual construcción e instauración,
ya desde el poder, no exenta de yerros y aciertos, creatividad e
incongruencias, racionalidad y voluntarismo, se yergue en los
primeros años, reciente aún la triunfante gesta
heroica, en depositaria de las más válidas
aspiraciones de justicia social de un pueblo, tantas veces
preterido, que se incorpora mayoritariamente a la
edificación de la nueva sociedad, a que todos aspiran,
desde sus personales intereses, sueños y
necesidades.

El discurso político de su máximo
líder Fidel Castro, traspira en ese momento un
espíritu de rebeldía, portador de las tan ansiadas
renovaciones, insuflado de una eticidad poco común, que
inspira y emociona.

En horas de la noche del mismo primero de enero de 1959,
en el histórico Parque Céspedes de Santiago de
Cuba, el carismático líder revolucionario pronuncia
en masiva y entusiasta concentración popular, el ya
antológico discurso, tantas veces publicitado donde valora
como…"…al fin hemos llegado a Santiago. Duro y
largo ha sido el camino, pero hemos llegado […] La
Revolución empieza ahora; la Revolución no
será una tarea fácil, la Revolución
será una empresa dura y llena de peligros, sobre todo, en
esta etapa inicial […] Nunca nos dejaremos arrastrar por la
vanidad ni por la ambición, porque como dijo nuestro
Apóstol: toda la gloria del mundo cabe en un grano de
maíz,
y no hay satisfacción ni premio
más grande que cumplir con el deber, como lo hemos estado
haciendo hasta hoy y como lo haremos siempre. Y en esto no hablo
en mi nombre, hablo en nombre de los miles y miles de
combatientes que han hecho posible la victoria del pueblo; hablo
del profundo sentimiento de respeto y de devoción hacia
nuestros muertos, que no serán olvidados. Los
caídos tendrán en nosotros los más fieles
compañeros. Esta vez no se podrá decir como otras
veces que se ha traicionado la memoria de los muertos, porque los
muertos seguirán mandando". (3)

Inspirada en los anhelos siempre vigentes de la
República pensada por Martí, desbrozada en su andar
guerrero bajo el filo del machete mambí; frustrada con la
imposición de la Enmienda Platt; repensada en la obra de
tanto intelectual valioso, que peculiariza el siglo XX;
resucitada en la actividad revolucionaria estudiantil de las
décadas del 20 y del 30; defendida en los años 40 y
50 desde la tribuna pública por líderes honestos,
contra los defenestradores de la moral pública y tantas
veces engañada por políticos y militarotes sin
conciencia, nada pudo desvanecer el sueño de gobernantes
éticamente irreprochables. El carismático
líder ortodoxo Eduardo (Eddy) Chibás, quien lidera
la avasalladora campaña política de
"vergüuenza contra dinero", clama por que
solo…"…la feliz conjunción de factores
naturales tan propicios a un gran destino, unido a la
alta calidad de nuestro pueblo, solo espera
la gestión honrada y capaz de un equipo
gobernante que esté a la altura de
su misión histórica". (4)

Prédica de vidente profecía, en una
República surgida como resultado de una lucha de
más de treinta años, anegada por la sangre de miles
de patriotas, pero cínicamente traicionada, por una
sucesión de gobiernos, que vieron en la patria, pedestal y
no ara, como reclamase el Apóstol. Desde el "austero"
Estrada Palma, de bolsa cerrada y proverbial
tacañería, que se negó a inversiones
productivas, en un país diezmado por la guerra
devastadora, y vióse obligado a renunciar a la
ciudadanía foránea que ostentaba, para ser llevado
a la presidencia de la nación, en andas de la
ocupación militar norteamericana, a la cual reclamase
vergonzosamente, en 1906, la segunda intervención;
transitando por José Miguel Gómez, Mario
García Menocal y Alfredo Zayas, siempre incondicionales al
capital foráneo y a la oligarquía nacional, a la
cual representaban, e instauradores del nepotismo, el robo de los
fondos públicos y la más burda politiquería;
continuando con los gobiernos auténticos de Ramón
Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás,
donde el latrocinio gubernamental alcanzó su más
alto nivel, sistemáticos aupadores del gangsterismo,
financiado por los funcionarios, a los que servían; hasta
continuarse en los desgobiernos de Fulgencio Batista, el primero,
nacido de un movimiento inicialmente revolucionario, el 4 de
septiembre de 1933, al que traicionó, y que impuso hasta
1944, la más feroz represión contra sus numerosos
opositores y que retornase tras el golpe de estado del 10 de
marzo de 1952, e hizo del crimen y la tortura sus principales
instrumentos de gobierno.

La esperanza renacida tras la promulgación de las
primeras leyes en la primera década del proceso
revolucionario; de las victorias de nuestro pueblo frente a
agresiones y crímenes inenarrables, con su saldo
trágico de víctimas inocentes; la existencia de una
aún precaria unidad revolucionaria en sistemática
confrontación frente a enemigos internos y
foráneos, fuesen estos promovidos por sectarismos o
ambiciones personales, de grupos y clases no parece menguar un
ideal que sea triunfante a todos las adversidades.

El ejemplo del Che, paradigmática
expresión del espíritu revolucionario, preconiza en
su momento, con su ejemplo personal, por la formación del
hombre nuevo, al que todos aspiramos sean nuestros hijos, deseo
acrecentado tras su trágica inmolación
internacionalista en Bolivia.

Ya arribados al siglo XXI tales sueños aun no se
cumplen. Convivimos con la presencia, como cáncer maligno,
en el entramado social, con una proliferación de la
corrupción, la crisis de valores, el burocratismo, la
ineficiencia económica, la supeditación de los
intereses sociales a las vanidades personales, la doble moral y
la mediocridad en los resultados del trabajo.

Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La
Habana el 17 de noviembre de 2005, en el 60º Aniversario de
su ingreso en el alto centro de estudios, expresaba al respecto,
ante esas problemáticas, ya transcurridas más de
cinco décadas del triunfo revolucionario como
"…a mí me ha hecho pensar en estos temas la idea,
para mí clara, de que los valores éticos son
esenciales, sin valores éticos no hay valores
revolucionarios […]. Pienso que la experiencia del primer
Estado socialista, Estado que debió arreglarse y nunca
destruirse, ha sido muy amarga. No crean que no hemos pensado
muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el
cual una de las más poderosas potencias del mundo, que
había logrado equiparar su fuerza con la otra
superpotencia, un país que pagó con la vida de
más de 20 millones de ciudadanos la lucha contra el
fascismo, un país que aplastó al fascismo, se
derrumbara como se derrumbó […]. ¿Es que las
revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los
hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben?
¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la
sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía
añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes
que este proceso revolucionario, socialista, puede o no
derrumbarse? ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo
pensaron en profundidad? ¿Conocían todas estas
desigualdades de las que estoy hablando? ¿Conocían
ciertos hábitos generalizados? ¿Conocían que
algunos ganaban en el mes cuarenta o cincuenta veces lo que gana
uno de esos médicos que está allá en las
montañas de Guatemala, miembro del contingente "Henry
Reeve"? Puede estar en otros lugares distantes de África,
o estar a miles de metros de altura, en las cordilleras del
Himalaya salvando vidas y gana el 5%, el 10%, de lo que gana un
ladronzuelo de estos que vende gasolina a los nuevos ricos, que
desvía recursos de los puertos en camiones y por
toneladas, que roba en las tiendas en divisa, que roba en un
hotel cinco estrellas, a lo mejor cambiando la botellita de ron
por una que se buscó, la pone en lugar de la otra y
recauda todas las divisas con las que vendió los tragos
que pueden salir de una botella de un ron, más o menos
bueno[…]. Les hice una pregunta, compañeros estudiantes,
que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la
olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las
experiencias históricas que se han conocido, y les pido a
todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o
no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles
serían las ideas o el grado de conciencia que
harían imposible la reversión de un proceso
revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los
veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas
generaciones de líderes, ¿qué hacer y
cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido
testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos. Es tremendo el
poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las
masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las
consecuencias de un error de los que más autoridad tienen,
y eso ha pasado más de una vez en los procesos
revolucionarios. Son cosas que uno medita. Estudia la historia,
qué pasó aquí, qué pasó
allí, qué pasó allá, medita lo que
ocurrió hoy y lo que ocurrirá mañana, hacia
dónde conducen los procesos de cada país, por
dónde marchará el nuestro, cómo
marchará, qué papel jugará Cuba en ese
proceso[…]. Fue por eso que dije aquella palabra de que uno de
nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo
de la Revolución, fue creer que alguien sabía
cómo se construía el socialismo. Hoy tenemos ideas,
a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el
socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas
preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca
de cómo se puede preservar o se preservará en el
futuro el socialismo. ¿Qué sociedad sería
esta, o qué digna de alegría cuando nos reunimos en
un lugar como este, un día como este, si no
supiéramos un mínimo de lo que debe saberse, para
que en esta isla heroica, este pueblo heroico, este pueblo que ha
escrito páginas no escritas por ningún otro en la
historia de la humanidad preserve la Revolución? […]
todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel
de cultura, conocimiento y conciencia que jamás
permitiría que este país vuelva a ser una colonia
de ellos. Este país puede autodestruirse por sí
mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden
destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos
destruirla, y sería culpa nuestra […]".
(5)

Ante tal problemática, como una posibilidad
siempre acechante, resulta imprescindible detenernos a analizar
que papel desempeña en tales circunstancias la
ideología de la Revolución Cubana. ¿Debemos
decretar su total inoperancia en su asimilación por las
nuevas generaciones? ¿Perdió su trascendencia en la
época actual el ideario de nuestros próceres?
¿Acaso seremos cómplices de un fracaso del ideal
marxista-leninista en Cuba, objetivado en una Revolución
que se revela como expresión y ejemplo para otros pueblos
en la América nuestra, que soñara Martí,
convirtiéndonos así en victimarios de las
más justas aspiraciones de sus pueblos, perennemente
marginados, excluidos de participar en la toma de decisiones, que
a nadie más que a ellos afectan, masacrados por dictaduras
sacralizadas, aupadas y apoyadas por las oligarquías
nacionales?

Evidentemente la República nacida el 20 de mayo
de 1902, a la que aspiraba Martí, resulta frustrada. El
pueblo que soñó con ver instaurado un sistema de
gobierno, con todos y para el bien de todos, como
éste ansiaba, había sido traicionado. Bajo el
mandato de "Generales y doctores", como nos mostrara Carlos
Loveira, en su antológica novela, en la medianía
del siglo XX, los intereses populares eran relegados ante las
ambiciones de gobernantes corruptos, incapaces de asumir la
ética como principio insustituible para el ejercicio
político, en aquella democracia representativa. Democracia
para las clases más acomodadas o aspirantes a serlo,
siempre dispuestas a la genuflexión fácil, ante los
más turbios intereses anti populares; representativa para
los mismos sectores que vulneraban con desfachatez los principios
más elementales de moralidad ciudadana.

Al respecto, recordemos las palabras pronunciadas por
Fidel Castro en la ciudad de Camagüey el 4 de enero de 1959
cuando valora que…"…cuando un gobernante
actúa honradamente, cuando un gobernante está
inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a
ninguna libertad. Si un gobierno no roba, si un gobierno no
asesina, si un gobierno no traiciona a su pueblo, no tiene por
qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo, porque
nadie podrá llamarlo ladrón, porque nadie
podrá llamarlo asesino, porque nadie podrá llamarlo
traidor […] ¿Qué podemos nosotros pedir del
pueblo más de lo que el pueblo nos ha dado?
¡Ningún poder, ninguna riqueza, ningún
bienestar podrá jamás compararse con la
emoción del cariño unánime de un pueblo!
Esto no se sacrifica por nada ni por nadie. Solo los miserables,
los que son incapaces de sentir, podrían despreciar el
amor despertado en un pueblo […] Nuestra patria necesitaba la
lealtad de sus hombres públicos, que se aboliera de una
vez y para siempre tanta lacra, tanto vicio, tanta
corrupción, tanto desorden en todos los aspectos".
(6)

La ideología de la Revolución Cubana, que
nace en un momento singular de nuestra patria, transita
ininterrumpidamente por momentos trascendentes de nuestro
decursar histórico, entre apologías y diatribas,
imprescindibles pero limitadas rectificaciones y en no escasas
ocasiones, con la perniciosa tendencia al distanciamiento entre
el decir y el hacer del discurso político, factor
frustrante para las expectativas ciudadanas y atentatoria a sus
más legítimos intereses y demandas.

La endeblez de nuestra economía, como evidente
Talón de Aquiles en nuestra patria, , signada en no pocas
ocasiones por la ineficiencia y la improvisación
voluntarista en la toma decisiones así como la creciente
corrupción que se materializa y germina, como funesta
semilla desmoralizadora, en la turbia actuación de
determinados dirigentes, funcionarios y empleados que vegetan en
los diferentes niveles de dirección y extendida, como una
ostensible pandemia, a otros diversos sectores; el no
avistamiento a corto plazo de un relevo generacional con el
carisma y las posibilidades reales para asumir la dirigemcia en
la necesaria continuidad histórica; el poco espacio y
promoción a las discrepancias que se manifiestan, desde
posiciones revolucionarias, de talentosas personalidades, nacidas
en fecha posterior a 1959, aportadoras de bien fundamentados
criterios y juicios críticos; el inmovilismo o extrema
lentitud en adoptar las transformaciones necesarias en el Modelo
económico y político vigente durante
décadas, no obstante los positivos pasos dados en el
último lustro y las anunciadas proyecciones futuras; la
vigencia de una ley electoral que reclama imperativas
transformaciones; las limitaciones en la participación
más efectiva y real de la ciudadanía, en la toma de
decisiones esenciales para la nación, en su integralidad,
que debe partir desde la democrática consulta popular, en
un proceso despojado de todo formalismo; la urgente
construcción de una sociedad civil, realmente
autónoma, aún lastrada por un obsoleto verticalismo
que se arroga el dudoso derecho, en la designación de los
principales dirigentes en las organizaciones de masas e
instituciones representativas de importantes sectores de la
sociedad; no otorgar a los medios de difusión, como
importante componente de la misma, una más amplia libertad
de información y valoración de la realidad
nacional, sin verdades a medias, limitaciones incongruentes en
las informaciones brindadas al pueblo, aherrojada por
tabúes y absurdas prohibiciones, tan perjudiciales a los
verdaderos intereses de la nación y del pueblo así
como la insuficiente libertad de discrepancia, en todos los
niveles, erradicando de una vez por todas el falso unanimismo,
que solo facilita otorgar laureles de falso patriotismo a una
minoritaria oposición subvencionada por Estados Unidos y
sus aliados, sin ningún arraigo popular; sobrevivencia de
ineficaces mecanismos en la instrumentación y
aplicación en la propaganda ideológica,
frecuentemente reiterativa, formal, poco efectiva y de limitada
influencia, particularmente para las nuevas generaciones. Y otros
tantos lastres ideológicos, que aún subsisten y
merman el funcionamiento del estado, organizaciones e
instituciones.

Lo anterior nos motiva a abordar esta
problemática con la mayor honestidad, sin temores de
avestruz, siempre acorde a nuestras limitadas capacidades.
Dilucidar los factores que limitan la influencia de las ideas de
nuestros predecesores, enriquecidas en la práctica de la
cotidiana construcción socialista, presentes en la
Ideología de la Revolución Cubana, nos conduce a la
reflexión y al pronto actuar, tanto a los que compete, en
función de sus altos cargos o a los que, laboran en el
más humilde taller, trabajan la tierra o siembran
conciencias, desde el aula o con la pluma, el arte o la
ciencia.

La ideología:
las múltiples aristas valorativas de su
conceptualización

Desde diferentes puntos de vista debemos como intento
preliminar, el ser capaces de indagar en el concepto matriz en
que se basamenta este libro, con la flexibilidad y tolerancia
necesaria que no nos incite a rechazar las valoraciones ajenas,
ni sacralizar o dogmatizar las propias, sin otorgar el prudente
espacio a la sana discrepancia. La conciencia, espejo del
decursar socio histórico, por el que transita la
existencia de la humanidad, está plagado de necesidades,
intereses, cosmovisiones y creencias que, lo mismo nos unen y
congregan en pos de un objetivo común, matizado de
virtudes y actos heroicos, paradójicamente, de igual
forma, concita a la disgresión y enfrentamiento, en
profundos conflictos, que encuentran su materialización en
guerras, genocidios, exclusiones, razzias inquisitoriales y
falsos paradigmas democráticos. El homo sapiens logra, en
su larga evolución, ser monopolizador del raciocinio,
sentimientos, capacidad y voluntad transformadora de la realidad,
tanto espiritual como material, que le permite, hasta
límites asombrosos, aunque no infinitos, el dominar la
naturaleza, acorde a sus intereses y necesidades, a la par que de
sus ambiciones y vanidades. Sobre las ideas de muchas
generaciones se erige el mundo en que vivimos, producto de sus
grandezas e imperfecciones, pero no obstante, universo
mágico, donde la ciencia y las luchas sociales
reivindicadoras de derechos, ejercen un especial liderazgo, sin
lograr opacar el poderío de la espiritualidad, reservorio
inagotable de imperecederos valores.

2, 1.- Una aproximación a su
conceptualización.

No es posible abordar temática tan compleja sin
llegar a una conceptualización del término
ideología que adquiera un mínimo probatorio de
consenso. Partamos al menos de considerar que el mismo es
formulado por primera vez por Destutt de Tracy, en su obra
Memoria de la facultad de pensar, escrita en 1796  quien la
conceptualiza como la…"…ciencia que estudia
las ideas, su carácter, origen y las leyes que las
rigen, así como las relaciones con
los signos que las expresan
". (7
)

Tomando como fundamento la teoría del
conocimiento marxista-leninista, que es de todas las corrientes
filosóficas la más cercana a una
fundamentación científica vinculada a esta compleja
problemática, se entiende como conciencia social el
reflejo subjetivo de la realidad objetiva, en el cerebro humano,
en forma de ideas, criterios, valoraciones, conocimientos,
emociones, juicios y conceptos, que podemos interpretar asimismo
como psiquis, realidad subjetiva o mundo espiritual entre otras.
Ello nos obliga a realizar algunas especificaciones. Para la
gnoseología marxista existen cosas fuera e
independientemente del hombre, por lo que la fuente y el
contenido del conocimiento no residen en el hombre mismo, sino
fuera de él. En el curso de su vida éste incorpora
progresivamente esos conocimientos, producto del reflejo de la
realidad circundante, convirtiéndolos en objeto de su
multifacética actividad transformadora. Al respecto se
puede afirmar que no existe una barrera infranqueable entre el
fenómeno y la esencia del objeto, ni entre el objeto y el
sujeto del conocimiento. La diferencia consiste realmente entre
lo conocido y lo desconocido. El reflejo cognoscitivo es por
tanto una reproducción ideal, una imagen más o
menos adecuada del objeto. Esa imagen es inseparable del objeto,
y su correspondencia con él es sólo aproximada, ya
que la realidad en desarrollo es más rica que su
reflejo en la conciencia humana.
Por tanto el conocimiento,
en tanto reflejo, no es pasivo, sino activo y creador enriquecido
constantemente por la actividad histórico-práctica
del sujeto social.

La introducción de la idea del desarrollo, en el
proceso cognoscitivo, constituye uno de los aportes fundamentales
del marxismo a la teoría del conocimiento y su esencia es
formulada por Lenin cuando afirma el…."… no suponer
jamás a nuestro conocimiento acabado e invariable, sino
analizar el proceso gracias al cual el conocimiento incompleto e
inexacto llega a ser más completo y más exacto".
(8)

Lo que permite la perfectibilidad cognoscitiva, la
validez de nuestras ideas y las posibilidades reales de una
aplicación de las mismas, en la solución de
diversas problemáticas, conducentes a los resultados lo
más próximos posibles a nuestras expectativas, de
probatoria validez.

El carácter de la práctica como principio,
fin y criterio de la verdad en el proceso del conocimiento
resulta igualmente factor imprescindible a tener en cuenta al
adentrarnos en el estudio de la ideología. Reconozcamos
como verdad al reflejo mas o menos fiel de la realidad por el
hombre, dado que nunca será totalmente exacto, dada la
riqueza y multiversidad de la propia realidad objetiva; lo que no
supone la imposible asequibilidad al conocimiento verdadero, a
través de instrumentos creados por el hombre y
particularmente de su racionalidad, donde se centra su mayor
poderío.

Todo conocimiento nace de una necesidad práctica
del hombre, en su actividad transformadora la realidad, que
éste humaniza al incorporarla a su saber y dominio. A su
vez todo conocimiento se adquiere con un fin, para satisfacer
determinadas necesidades humanas y solo en la propia actividad
práctica este resulta o no validado. Representado
gráficamente apreciamos como:

Monografias.com

Es dable tener en cuenta que la Teoría de la
actividad marxista-leninista se nos ofrece como instrumento
teórico-práctico de valía probada en el
proceso de otorgamiento a nuestras ideas de la verosimilitud
necesaria, para su aplicación con un mínimo margen
de errores, que nos distancie de la reiterada tendencia
voluntarista, que nos aparte del objetivo deseado, sustituyendo
deseos por realidades. Teoría de la Actividad, que se
puede graficar en el siguiente esquema:

Monografias.com

En tal sentido la ACTIVIDAD, en tanto forma de
existencia, desarrollo y transformación de la realidad, se
define como una forma específicamente humana de
relación activa con el mundo circundante cuyo contenido es
su cambio y transformación racional. Por otro lado, el
SUJETO, como categoría filosófica, designa al
HOMBRE socio-históricamente determinado, no en abstracto,
portador de la práctica social. Este en sus distintas
determinaciones se expresa como hombre individual, grupo, clase o
sociedad. En tanto el OBJETO es aquella parte del MUNDO que se
humaniza, que el hombre integra a su realidad mediante la
práctica social. En este sentido el hombre conoce el mundo
en la medida que lo transforma de acuerdo a sus
necesidades

La actividad cognoscitiva constituye por su propia
índole una forma esencial de la actividad espiritual del
hombre dado que condicionada por la práctica, refleja la
realidad y la reproduce en forma de conocimiento que se expresa
en principios, leyes, categorías, hipótesis,
teorías, etc.

En el proceso de reproducción ideal del mundo
material, el hombre no sólo refleja los objetos tal como
existen, con independencia de sus necesidades e intereses, sino
que, además, los enjuicia desde el punto de vista de la
significación que estos objetos poseen para él. No
hay valoración sin conocimiento. Sin embargo, tan
válida como ésta es también la tesis de que
no hay conocimiento sin valoración. En este proceso el
reflejo cognoscitivo de la realidad siempre es mediado directa o
indirectamente por los procesos valorativos. El hombre no es un
espejo que reproduce con absoluta indiferencia el mundo existente
fuera de él, sino que también lo interpreta y
valora, con su carga inevitable de subjetividad.

En cuanto a la actividad comunicativa podemos expresar
que el lenguaje, en sus diversas formas, como envoltura material
del pensamiento, surge como producto de las relaciones sociales
entre los hombres, en el proceso del trabajo, solo como resultado
y necesidad en el proceso de actividad práctica
transformadora. Este le permite al hombre materializar sus ideas,
transmitirlas y fundamentarlas.

2,2.- ¿Qué entender como
ideología?

Karl Marx enriquece el concepto de
ideología al incorporarle un
contenido epistemológico superior  al
conceptualizarla como conjunto de las ideas que explican el mundo
en cada contexto social específico a partir de sus
distintivos modos de producción, para lo cual relaciona
dialécticamente los conocimientos prácticos
necesarios para la vida con el particular sistema de relaciones
sociales imperantes. Ello lo lleva a expresar en su conocido
Prologo a su libro Contribución a la
crítica de la economía
política 
Marx como…"…el
conjunto de estas relaciones de producción forma
la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta la superestructura jurídica
y política y a la que corresponden determinadas
formas de conciencia social. El modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de la vida
social política y espiritual en general. No
es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia".
(9)

Lo que nos permite enfatizar en que la conciencia no es
solo producto de la existencia del cerebro y de un sano sistema
nervioso, que constituye por supuesto un requisito básico
para su imprescindible existencia, sino además y
particularmente, de las particulares relaciones sociales que
contextualizan el momento de su construcción y de la
propia condición gregaria de nuestra especie.

La conciencia social en todas las sociedades que se han
sucedido en la historia aparece mediante las siguientes formas
fundamentales: conciencia política, conciencia
jurídica, moral, religión, ciencia, concepciones
artísticas y filosofía. A la que pudiésele
agregar, por determinado consenso de no escasos especialistas, la
conciencia económica.

Las formas de la conciencia social, como reflejo
subjetivo de la realidad objetiva, constituyen un cuadro
único de la vida espiritual de la sociedad estrechamente
interrelacionadas. Al propio tiempo cada una posee sus rasgos
propios, ya que expresan relaciones y acciones específicas
de los hombres, en su rango diferenciado al igual que
único, de la producción espiritual. Con ello se
patentiza el particular interés de la filosofía, al
abordar las peculiaridades de la conciencia social y por ende de
la ideología, contrario, a ciencias particulares como la
psicología o psiquiatría, pero sin obviarlas, su
arista eminente social, de la cual es origen y
resultado.

Cada forma de la conciencia social, como reflejo
específico del Ser Social, existen en estrecha
interacción, constituyendo en conjunto los componentes de
la ideología, aunque se tienda a absolutizar, sin obviar
su extraordinaria importancia, la política. De igual
manera, en cada una de ellas existen tres niveles de
profundización del reflejo de la realidad: la conciencia
cotidiana, la psicología social y la ideología, ya
en un grado superior de elaboración.

El papel de las ideas siempre que se sustentan en
valores trascendentes, desempeñan un papel determinante en
la ejecutoria de las masas populares y los dirigentes que las
lideran en su lucha contra cualquier tipo de rémora que
intenta frenar el indetenible progreso social.

Partes: 1, 2, 3, 4

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