Consideraciones sobre el trabajo social en el tratamiento de la delincuencia juvenil
Trabajadores sociales como actores fundamentales de
intervención comunitaria – Monografias.com
Trabajadores sociales como actores
fundamentales de intervención comunitaria
en el tratamiento de la delincuencia
juvenil
Si de lo que se trata es que, partiendo del presente se
coadyuve a la construcción de un futuro en correspondencia
con los ideales potenciados por nuestro proyecto en el
diagnóstico de la realidad, es un paso imprescindible el
tránsito de lo casual y contingente a lo necesario y
recurrente. En este sentido, los estudios vinculados a la
problemática de la delincuencia juvenil son de
vital importancia, no sólo atendiendo al relevante papel
que le corresponde a la juventud como sujeto social, en calidad
de agente de cambio, sino porque en el orden político se
trata de un fenómeno que atenta contra la tranquilidad
ciudadana y que tiene incidencia en el sostenimiento de nuestro
proyecto social.
La dirección de la Revolución ha
señalado la urgencia de la lucha contra la delincuencia en
general, incluyendo la juvenil, definiéndola como una
forma de hacer contrarrevolución y una tarea de primer
orden si no se quiere hipotecar el futuro.
En la práctica investigativa, la delincuencia
juvenil ha sido estudiada desde diferentes perspectivas:
psicológica, sociológica, jurídico-penal,
criminológica, histórica, pedagógica,
sociocultural y otras, primando en lo fundamental el
análisis criminológico y jurídico-penal del
asunto, que fija la mirada en el estudio del delito, en su
tipología y no en la
delincuencia.[1]
Ahora bien, toda vez que la delincuencia como
fenómeno se contrapone al desarrollo comunitario, no
podemos ignorar la diversidad de elementos que intervienen en su
aparición y reproducción desde cualquier
singularidad hasta aquellas generalidades universales que
permiten nos centremos en la prevención como recurso
disponible para su abordaje.
Considerando lo anterior, y ante la necesidad manifiesta
de su análisis en la práctica del trabajo social en
Cuba, nos apoyamos en diversos estudios que al respecto tributan
los referidos a la prevención coincidiendo entonces con
Méndez López[2]en que el pensamiento
sobre la prevención debe rejuvenecerse, reactualizarse y
con ello movilizar y respetar los nuevos modos, las nuevas
conciencias y las opciones cualitativamente superiores y
ajustadas a la realidad concreta actual, que van emergiendo y
constituyendo como cimiento paradigmático, convincente e
incuestionablemente superior.
En consonancia con ello, desde la sociedad como base de
desarrollo debe existir complementación entre el discurso
y el hacer (práctico) y esto obliga a realizar una
revaloración y relectura de la educación, donde la
persona revalore su autoconciencia y la confianza en su
estabilidad, la dialogicidad y la sensibilidad respetuosa y
profunda por los demás y por lo demás.
Así, la prevención social, para que sea
efectiva y produzca efectos duraderos, necesita crear vías
para que los seres humanos se encuentren, se pronuncien,
transformen y comprometan su individualidad, integrándose
viva y dialécticamente con la sociedad. Tiene que
construirse educativamente y para ello necesita que exista una
confluencia interdisciplinaria y multidimensional. No puede
alcanzarse desde la mera transmisión de
información, ni desde las acciones asistencialistas, sino
que por el contrario necesita reconocer la base
ínter-subjetiva, los valores y aspiraciones de la
sociedad, las significaciones personales con que están
cargados esos valores, el movimiento constante de la
subjetividades actuantes y la dinámica vinculación
que integra el desarrollo humano y el desarrollo social. Tiene
que facilitar que el individuo se "reincorpore" a la vida en
comunión, pero desde sus relaciones, con un
carácter equilibrado. No puede perder de vista el
análisis de la persona real en situaciones reales, sin dar
espacios a la polarización ni a la simplificación
absoluta ser- humano-sociedad. Implica un cambio en la
subjetividad como único modo de modificar la realidad,
implica co-construir y gestar modos para la emancipación
humana y la búsqueda de la perdurabilidad y el encuentro
fecundo con lo mejor y más elevado del legado universal,
como única vía para trascender el momento presente
y lograr la verdadera salvación, en nuestro caso, desde
las concepciones que puedan apoyar la práctica de un
trabajo social donde se conciba al hombre como sujeto poseedor de
capacidades y potencialidades válidas para su propia
inserción en el caso que lo requiera y en el medio que
entienda adecuado para sí mismo.
Para ello, la prevención social debe
fundamentarse en una ética comunicativa, en la
búsqueda de un diálogo que pueda conducir al
acuerdo, respetando el pluralismo, superando el conflicto entre
individuos y grupos particulares, aún cuando se reconozcan
las especificidades de los mismos y se profundice en los casos de
forma concreta y determinante según las posibilidades
reales mediante políticas de consensos en los que debe
considerarse las necesidades de los sujetos, pretendiendo y
defendiendo la universalidad y los intereses de todos los
posibles argumentantes, de todos los posibles
"afectados".
Hablamos pues de dar paso a la reivindicación del
individuo socio-histórico de modo tal que éste
reafirme su valía intelectual con sus consecuentes
responsabilidades sociales, lo que supone el reencuentro
emergente e inaplazable con un nuevo humanismo de solidaridad,
que sobrepase el individualismo egoísta y que nos haga
asumirnos con una transparencia vivificante, auténtica. Lo
importante lo constituye entonces, la posibilidad de que los
seres humanos sean constituidos como personas, acorde a los
principios de nuestra sociedad socialista, teniendo en cuenta
cada contexto particular y para que los individuos sean
transformados y a la vez devengan transformadores
sociales.
Comoquiera que los individuos, a nivel individual,
familiar, grupal o comunitario que se encuentran en una
situación problémica manifiesta en el medio donde
se desenvuelven impidiendo el desarrollo integral de sus
potencialidades y que precisan de una intervención
profesional sistematizada, constituyen objeto del trabajo social
en pos del desarrollo integral del ser humano y la
consecución del bienestar social, tenemos que apostar
desde la praxis de esta profesión en Cuba por la
comunicación dialógica y real y no por la
conexión parcial. Hay que apostar por el mejoramiento
humano, sostener el enfoque humanista-revolucionario y propiciar
en las personas la autorrealización y no la auto
negación como principio de la
automarginación.
Tradicionalmente ha existido un malestar de los
individuos con respecto a la satisfacción de las
necesidades por las instituciones sociales, que pudiera verse
asociada al propio surgimiento del trabajo social como
profesión y una práctica social. En el caso
específico de Cuba, como en otros, las instituciones han
puesto "parches" en la solución de las necesidades
sentidas, pocas veces en las reales; lo que ha estado
además condicionado, por diversos atravesamientos que se
han originado en la propia práctica social.
Sin embargo el contexto cubano actual ofrece
oportunidades que propician una transformación del papel
de las instituciones estatales en la satisfacción de las
necesidades que coincidan con el proyecto social cubano por lo
que resulta vital aprovechar las condiciones existentes y dirigir
esfuerzos porque las personas produzcan en sus vidas un cambio
duradero afín a las exigencias actuales, un cambio en las
formas de pensar, en otras palabras, un desarrollo
dialéctico favorecedor de la asunción de seguridad
desde sus propias experiencias, modificando con ello las
expresiones de "algo negativo" a algo positivo y
autorealizante.
Las problemáticas que subyacen y se expresan en
nuestro entorno, no devienen exclusivas de los momentos actuales.
De ahí la necesidad de reconocer los aportes
teóricos de estudios antecesores que permiten comprender
las dinámicas sociológicas, al menos desde un
intento por la consecución de los fines del presente
trabajo monográfico. De ahí que pensemos en
aquellos que tributaron al estudio de las conductas desviadas en
la sociedad.
Entre estos se ubica a Merton quien, al igual que
Durkheim, se opone a la concepción patológica de la
desviación y a la visión del mundo que parte de la
contraposición individuo-sociedad, donde esta
última reprime el libre desarrollo de los individuos y
genera la tendencia a rebelarse. Su teoría funcionalista
aplica al estudio de la anomia, permitiendo interpretar la
desviación como producto de la estructura social, tan
lógica como el comportamiento acorde a las normas y
valores predominantes.
Relaciona la desviación a una posible
contradicción entre estructura social y cultura, donde los
mecanismos de transmisión entre la estructura social y las
motivaciones del comportamiento conforme a valores y normas, son
análogos a las del comportamiento desviado.
Su estudio, posibilita comprendamos cómo es
posible que factores como la cultura, en determinados momentos de
desarrollo de una sociedad, propone al individuo determinadas
metas que constituyen motivaciones de su comportamiento;
proporcionando modelos de comportamiento institucionalizados que
corresponden a los medios legítimos para obtenerlas. Por
supuesto, aquí puede considerarse a otros factores
relacionados en su relación con la familia, los grupos
sociales y el entorno de desarrollo que puede devenir marginal o
no.
Coherentemente con esto se precisa en la
bibliografía cómo en definitiva en la delincuencia,
como grupo funcional articulado en pequeños grupos y
redes, se aprecian características en su base que no
responden a cualidades positivas universales propiciadoras del
bienestar humano. Siendo una posible explicación aquellas
conductas aprendidas donde, de un modo u otro, prevalece la
violencia y actividades permeadas de conductas delictivas
generalmente de base
económica[3]
Si se comprende a la delincuencia como una
expresión de la dinámica social, desde la
perspectiva del desarrollo comunitario se entiende entonces que
la lógica del modo de relación entre los bienes y
servicios dan lugar a la asimetría como vínculo y a
conductas enajenantes expresadas en el modo de relación de
las personas en la generalidad de sus campos de
interacción. De allí que la delincuencia constituya
resultado de procesos históricos que concurren en
relaciones reales que se manifiestan cotidianamente.
Por eso, al hablar de prevención en nuestro
trabajo no estamos haciendo referencia a un ámbito de
actuación distinto del escolar, familiar, laboral o
comunitario. Hablamos de tener en cuenta factores de riesgo que
se deben eliminar, de factores de protección que se deben
potenciar y de actuaciones que se desarrollan siguiendo una
estrategia con un elemento imprescindible: la
participación.
¿Por qué el énfasis de este esbozo
desde la óptica de su reconocimiento desde la
práctica del trabajo social hoy en Cuba?
Es que se reconoce en ocasiones que entre "ser" y "no
ser" hay un gran espacio de trabajo en el que nos situamos
diariamente. Es decir, entre la idea de una comunidad organizada,
trabajando por su propio bienestar, participando y resolviendo
los problemas que existen en ella, y otra situación en la
que estamos los profesionales "remediando" los problemas de una
comunidad, arrastrando la desmotivación del movimiento
asociativo, el escaso o nulo interés real de
los mediadores sociales y todos los obstáculos del
día a día, donde siempre tenemos nuestro espacio de
intervención, es preciso considerar al enfoque comunitario
como un proceso que está siempre "en obras", una manera de
hacer diferente y unas lentes que nos desplazan desde una
posición de "prestadores de servicios" a "mediadores en
nuestra comunidad".
Implica ello un proceso de diálogo y
negociación permanente al que hay que dedicar todo el
tiempo y esfuerzo que sea preciso. Es un proceso no lineal, sin
fórmulas rígidas, que exige una constante
adaptación, con avances y retrocesos, con giros, en
constante equilibrio.[4] La intervención
comunitaria, como dice Lía Cavalcanti[5],
no es algo que se decrete; se construye, se teje para crear
vínculos.
La comunidad, por su parte, es un privilegiado espacio
socializador y mediador en el desarrollo de la personalidad en
tanto es allí donde las personas se desenvuelven,
constituyéndose por ende, eje cardinal en el abordaje de
la producción y reproducción de la delincuencia y
por ende del tratamiento preventivo de la misma.
En Cuba, donde el Trabajo Social es una estrategia del
Estado al promover procesos de integración social, la
comunidad se constituye en uno de sus escenarios naturales para
incorporar a los individuos como agentes activos, críticos
y propositivos en la construcción de la sociedad, tal y
como expresara nuestro líder Raúl Castro en sus
referencias a conseguir la participación
(entiéndase aquí implicación,
participación auténtica) de los ciudadanos en la
cotidianidad que nos envuelve.
De lo que se trata es de que el Trabajo Social
contribuya a dinamizar las potencialidades de lo comunitario
contenidas en los espacios barriales, encaminándose a
lograr que los individuos devengan sean protagónicos
actores sociales desde la crítica y la creatividad en la
implementación de proyectos de transformación,
pilares en lo que se basa la perspectiva del desarrollo
comunitario como alternativa ante la presencia o no de
problemáticas sociales, como es el caso de la
delincuencia.
En nuestro país, aún cuando se privilegia
la realidad del sistema preventivo, estudios consultados plantean
que en Cuba casi la mitad de las personas procesadas anualmente
son jóvenes y de ellas alrededor del 60% son sancionados
penalmente e ingresan a los Centros
Penitenciarios.[6] A ello agregamos que Villa
Clara no se aleja de estas estadísticas nacionales, sino
por el contrario, muestra una agudización de tales
tendencias, a partir del año 2000.
También encontramos trabajos que diversifican los
resultados y muestran posibilidades alcanzables y que pudieran
ser consultadas si se quiere su generalización salvando
por supuesto, la distancia de las especificidades. Es el caso de
trabajos que abordan el tema de la participación desde
enfoques como la salud,[7] sobre las habilidades
participativas a lograr en los jóvenes estudiantes de
Trabajo Social de la Escuela de Villa Clara,[8]
acerca de la participación en la programación
televisiva,[9] la estimulación de la
participación estudiantil en organizaciones
juveniles[10]y el Trabajo Social con adolescentes
con conducta antisocial en una Comunidad de Santa Clara para
potenciar los valores morales.[11]
Otra alternativa, la encontramos a través de
Fernando Barral en Resultados de la investigación
sobre la delincuencia al brindar una estrategia dirigida al
tratamiento de la delincuencia juvenil apoyándose en el
enfoque grupal. Al respecto plantea que no se trata de tomar a un
menor en riesgo antisocial y tratarlo individualmente, a solas,
sino de ejercer una acción integral sobre el menor, la
familia y su medio ambiente, en cada caso a través de las
instituciones adecuadas.
Tomando como antecedente al accionar del Médico
de la Familia en su concepción, se han adquirido sus
experiencias en la formación de los trabajadores sociales,
aprovechando así mismo a aquellas organizaciones de masa
como los Comités de Defensa (CDR), la Federación de
Mujeres Cubanas y la Comisión Nacional de
Prevención Social, cuyos fines son más
amplios[12]
La profundización en su estudio permite no
confundirse y considerar las definiciones con las que opera el
trabajo social en torno a la prevención, así como
no obviar la naturaleza de dicho accionar que ha asumido desde
una visión cotidiana y empírica a la
prevención social como equivalente a la prevención
del delito quien a su vez se ha identificado con la
prevención de la delincuencia.
A razón de esto se plantea la perspectiva del
trabajo social como acción preventiva que no previene el
delito o hecho en sí, sino la antisocialidad y la
delincuencia como procesos sociales de expresión de
comportamientos y culturas vinculadas a la acción
violatoria de las leyes de una sociedad concreta.
Coincidiendo con los estudios abordados, urge considerar
en la práctica concreta del trabajo social, la importancia
del trabajo comunitario desde el enfoque del desarrollo
comunitario, donde la inclusión, la cooperación y
la participación suponen actividad conjunta y una actitud
dialéctica frente a la realidad, pues las contradicciones
sociales en lugar de asumirse desde esquemas valorativos como
fenómenos negativos, han de ser reconocidas oportunidades
del desarrollo de la propia comunidad y de lo comunitario como
vínculo de simetría social.
Comoquiera que una de las misiones fundamentales de los
trabajadores sociales ha sido la atención a las personas
tomando en consideración las características
individuales para integrar socialmente a los sujetos en
desventaja social y tratando de disminuir o eliminar los factores
de riesgos que los afectan, esta praxis comprende el reparo de
las condiciones en que se evidencian las conductas delictivas en
los jóvenes de nuestros entornos de
actuación.
Muchas veces, estos jóvenes devienen victimas de
procesos de desintegración y deterioro, situaciones de
vulnerabilidad y riesgo social. Transcurren sus vidas entre la
ausencia y el desencuentro, sucumben en la violencia, las
adicciones y, finalmente: el delito.
Al ahondar en sus historias de vida, podemos encontrar
diversidad de traumas donde se descubren repetidos abandonos y
rechazos, significativas carencias y negligencias, castigos
imprudentes frecuentes y privaciones reales. A menudo importantes
períodos de la infancia han transcurrido en instituciones,
lo cual puede significar obstáculos para lograr
identificaciones positivas y donde se les dificulta adquirir y
desarrollar un código consistente y cohesivo de normas
éticas y valores, no porque no se les suministre, sino
porque entran en contradicción con los códigos
imperantes, en muchos casos, en los grupos sociales donde se
desenvuelven.
Si a esto le adicionamos que muchos provienen de
familias disfuncionales, donde la falta de organización
interna y la carencia de límites se trasunta en un
acentuado desorden y confusión de elementos cotidianos,
donde tampoco se observa una valoración,
jerarquización de las posesiones, un cuidado y
conservación de lo propio como fruto de una
adquisición elaborada, querida y necesitada; se comprende
cómo la prolongada frustración de tempranas
necesidades de seguridad, no solo interfieren en los mecanismos
de identificación, sino que también tienen como
consecuencia una persistente actitud de sentir que el medio es
hostil y rechazante, junto con un profundo sentimiento de
inadecuación personal y una sensación de
desconexión, todo lo cual provoca desconfianza. Molde de
desconfianza básica que puede verse incrementando a
través de un "quantum" de carencias y hostilidades de todo
aquello que rodea al joven: medio ambiente precario, dificultades
económicas, falta de educación, promiscuidad,
maltrato, rechazo, etcétera.
Todo esto aumenta la vivencia de un mundo hostil, un
mundo que no da y que imposibilita posteriormente que el sujeto
sea dador en un proceso donde ha de primar la inclusión
necesaria para su recuperación. Donde si lo aprendido es
la acción y la postergación no tiene validez, pues
después no se recibe nada, es más fácil
delinquir como mecanismo de reafirmación social dentro de
un contexto en el que, por ejemplo, el grupo de pares representa
la posibilidad de canalizar todas las pulsiones agresivas. El
grupo resulta ser el depositario que le permitirá llevar a
cabo conductas con una finalidad vindicatoria, pero
también en este grupo busca un lugar donde sentirse
seguro, fuerte, un lugar donde encontrar su identidad.
Finalizando nuestro análisis a modo de esbozo,
concluimos señalando solo algunos elementos que desde la
implementación del trabajo social en el marco de las
comunidades existen ya normadas pero aún no generalizadas
en la praxis.
Se trata de abordar las especificidades de la
delincuencia juvenil con un enfoque preventivo desde el trabajo
social caracterizado por el desarrollo de las capacidades
sostenibles en las personas, grupos y comunidades; orientado a la
transformación, potenciando la confidencialidad y el no
enjuiciamiento.
Es preciso entonces aceptar que la acción social
– individual, grupal y comunitaria – es
plurideterminada, inmersa en un proceso donde influyen aspectos
de la personalidad, la familia y otros contextos de
socialización, la posición social, la historia de
vida, entre otros.
La situación y características de cada
persona, grupo y comunidad son únicas e irrepetibles, por
tanto requiere atención y respuestas individualizadas que
satisfagan gradualmente las expectativas y necesidades de los
sujetos a través de la participación consciente y
la inclusión social auténtica.
Ahora bien, comoquiera que nos desempeñamos como
trabajadores sociales en el Consejo Popular del Consejo Popular
Centro, en el Municipio Santa Clara, pretendemos profundizar un
tanto nuestras reflexiones en tanto vínculo con la
experiencia que la propia praxis nos impulsa a continuar dichos
intereses investigativos.
De ahí que nos preguntemos: ¿cómo
evidenciamos estos elementos en nuestra praxis?
Tomando como punto de partida la potenciación de
lo comunitario como cualidad en pos del desempeño
profesional en el contexto de actuación de los
trabajadores sociales al respecto, ha sido necesario considerar
un aumento de cuestiones devenidas interrogantes a abordar a
medida que avanzamos en el proceso e incorporamos elementos
cognoscitivos desde la propia academia curricular.
Ello resulta notable siempre que identificamos
concisamente, por ejemplo, aquellos aspectos socioculturales
evidentes en las mediaciones que permean dicho proceso de
desarrollo comunitario.
Ahora bien, no se trata solo de traslucir las
mediaciones presentes en el intento de estudiar o comprender a un
grupo humano determinado o de interpretar el simbolismo cultural
que encierra la visión de este sobre el desarrollo social.
Se trata en definitiva de discurrir sobre factores, muchas veces
ignorados, que nos permitirían comprender con mayor
efectividad: ¿qué obstaculiza la asunción de
lo comunitario como cualidad en la práctica del trabajo
social, desde la perspectiva de los trabajadores sociales a pesar
de los esfuerzos realizados para que ocurra lo
contrario?
Comoquiera que nos referimos a un grupo de individuos
que comparten efectivamente una praxis cultural que los
identifica desde la profesión, y también un poco
más allá, dentro de un sistema de relaciones
comprendidas por el intercambio de códigos tanto desde lo
endógeno, como desde y hacia el exterior; se infiere la
evidencia de determinadas relaciones de cooperación y
grado de implicación en la participación en torno a
tareas comunes, sin embargo encontramos un déficit
identitario que limita la expresión de dicha praxis de
acuerdo al potencial presumiblemente existente.
Resultan trabajadores sociales que en su propio espacio
vincular devienen miembros de una comunidad que cultural a su vez
se supone sean capaces de mediar en la consecución de un
auto desarrollo comunitario en sus diversas áreas de
actuación profesional, pero refieren carecer de
herramientas efectivas para ello y es que nos damos cuenta que no
consideran, además de sus propias potencialidades,
aquellas que el propio entorno les ofrece, reconociendo en esto
determinados elementos socioculturales presentes en la
dinámica de relaciones y vínculos expresivos de los
actores a implicar.
Podemos referirnos aquí de constituyentes de la
Religiosidad, de la Auto identificación comunitaria, y de
la Cultura Popular y Tradicional por solo citar
algunos.
Cuando indagamos sobre si tienen en cuenta estas
cuestiones, las expresiones de incredulidad incluso echan por
tierra un factor que se asume como implícito desde la
lógica cognoscitiva por actores del entorno que logran
movilizar positivamente a la comunidad de acuerdo a determinados
criterios de implicación. Véase la
implementación de acciones llevadas a cabo por personas
capaces de actuar desde comprensión de estas mediaciones
culturales: Marta Anido, Aida Ida Morales; instituciones como El
Mejunje y las Iglesias; todos ellos efectivos en el rescate de
tradiciones y la movilización de elementos de la
representación social que pueden influir de un modo u otro
en el sistema de relaciones de todos los individuos del Consejo
Popular Centro.
La comprensión de estos y otros factores demandan
nuestra atención y profundización analítica
teniendo en cuenta el propósito de nuestra praxis y para
lo cual debemos en definitiva modificar o consolidar concepciones
y actitudes que siempre forman parte de un sistema cultural dado,
aspecto este crucial cuando se trata de abordar lo social en
contextos concretos, como sucede en el desarrollo de una
localidad, en el marco del trabajo
comunitario[13]o en el tratamiento de la
delincuencia sean cuales fueren sus niveles y
expresiones.
Bibliografía:
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Autor:
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[2] Ángel Joel Méndez
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[3] Barral Arranz, Fernando. Ensayo La
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[4] Marcos Sierra, Juan Antonio.
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[5] CAVALCANTI, L. (1995). Drogodependencias
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[6] Rosa Campoalegre. “La delincuencia
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[7] Thania Borroto Zaldívar.
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[8] Roberlando Gómez Ramírez.
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[9] Lourdes Rey Veitía. “Crecer
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[10] Hidelisa de la Caridad Cristobo Cid.
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[11] Miguel Ángel Hernández
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[12] Barral Arranz, Fernando. Resultados de
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[13] Manuel Martínez Casanova. LA
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Formato Digital. C.E.C.).