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El fusilamiento de Dorrego. Algunas de sus consecuencias



  1. Cuadro
    de situación
  2. Cartas
    redactadas por Dorrego cuando ya se encontraba prisionero,
    pero ignoraba su suerte final y pretendía exiliarse en
    Estados Unidos vía la Banda
    Oriental
  3. Versión del Coronel Juan Estanislao
    Elías
  4. Versión de Gregorio Aráoz de La
    Madrid
  5. Bibliografía General

Cuadro de
situación

Siendo gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el
Coronel Manuel Críspulo Bernabé Dorrego (1)
(1787-1828), y ante la revolución del 1º de diciembre
de 1828 encabezada por el General Juan Galo de Lavalle
(1797-1841) para derrocarlo, Manuel Dorrego abandona Buenos Aires
pretendiendo recuperarse en tropas y armamento en la
campaña provincial. Este proceso finaliza en pocos
días, con el fusilamiento de Dorrego, en Navarro por orden
de Lavalle, el 13 de diciembre de 1828, dando culminación
a los hechos revolucionarios en sí e iniciando varias
décadas de enfrentamientos armados entre ambos bandos.
Federales y Unitarios.

Resumiendo al máximo los sucesos previos podemos
mencionar que: Dorrego se dirige a Cañuelas donde estaban
reunidos varios cuerpos de Milicias del Sur, bajo el mando de
Juan Manuel de Rosas. El 6 de diciembre de 1828, Lavalle
salió   de Buenos Aires en busca de Dorrego, a
quien derrotó el día 9 en Navarro. Mientras Rosas
marchó hacia Santa Fe buscando el apoyo  de
Estanislao López, Dorrego prefirió llegar hasta
Areco donde se hallaba un acantonamiento militar,  destinado
a proteger la frontera noroeste de los indios y comandada por el
Coronel Ángel Pacheco. El 10 de diciembre, al anochecer,
alcanzó el puesto "El Clavo". Allí lo detuvo el
sargento mayor Mariano Acha, por orden del teniente coronel
Bernardo Escribano, que estaba al frente del Regimiento de
Húsares Nº 5 de línea y comienza la trama
final del drama.

Al margen de las numerosas  consecuencias
políticas que derivaron de esa innecesaria
ejecución, la trágica muerte de Dorrego y sus
particulares circunstancias, ha producido en nuestra historia un
innumerable material que merece ser estudiado con la mayor
seriedad, que impone un hecho desafortunado e impregnado con la
mayor de las pasiones políticas mostradas a flor de
piel.  Una de las tantas derivaciones a nivel  del
estudio de la disciplina histórica es la crónica
que de ese hecho hacen los diversos testigos del mismo. Otra la
numerosa correspondencia que Dorrego escribe a distintos
personajes, a familiares íntimos y a varios amigos
personales en los instantes previos a su ejecución.
 Intentaré presentarlas agrupadas por grupos de
destinatarios.

La pretensión de este comentario es mostrar a los
lectores, la innegable importancia de la subjetividad cuando una
persona opina sobre algo. Dos o más personas son testigos
oculares de algo. Estuvieron en el mismo sitio observando el
mismo hecho y sin embargo sus crónicas difieren, muchas
veces, sustancialmente; o su atención se centra en
aspectos que otro testigo no repara para nada. Con ese objeto la
primera parte de la monografía muestra la correspondencia
que Dorrego redacta cuando ya sabía la suerte que
correría. Luego se transcribe la memoria que sobre los
sucesos redacta el coronel Juan Estanislao Elías y se
finaliza con la memoria de los hechos redactada por el luego
general Gregorio Aráoz de La Madrid. Ambos son testigos
presenciales de los hechos.

Cartas redactadas
por Dorrego cuando ya se encontraba prisionero, pero ignoraba su
suerte final y pretendía exiliarse en
Estados Unidos
vía la Banda Oriental

Carta a Guillermo Brown. (2)

"Señor don Guillermo Brown.

Mi apreciado amigo:

Voy a esa, preso en mi tránsito para la
provincia de Santa fe, de donde me dirigiría a la
provincia oriental solicitando hospitalidad.

No dudo que usted hará valer su
posición para que se me permita ir a los Estados Unidos,
dando fianzas de que mi permanencia allí será por
el término que se me designe.

Mis servicios al país creo merecen esta
consideración, al mismo tiempo que el que usted
influirá a que se realice.

Deseo me oiga usted a la llegada a
esa.

Su afectísimo Q.S.M.B.

Manuel Dorrego

Cañada de Giles, en marcha a 11 de diciembre
de 1828."

Carta a José Miguel Díaz Vélez
(3)

"Señor don José Miguel Díaz
Vélez

Mi querido amigo:

Ya estoy en marcha en calidad de prisionero, y el
jefe de este regimiento me ha permitido dirija a usted
ésta, que es reducida a que tenga usted la bondad de verme
en el momento de mi llegada a esa, y creo que no será
difícil se conformen después de oírme, con
las indicaciones que haré con respecto a la
cuestión del día.

No olvide usted que la lenidad ha dirigido mi
administración.

Es de usted afectísimo,
Q.S.M.B.

Manuel Dorrego

Somos 11 de diciembre."

Ambos destinatarios a quienes escribiera Dorrego,
reaccionaron de manera diferente. Brown como gobernador
provisorio actuó acorde a sus funciones del momento, dado
que respondía a Lavalle que era el Gobernador. Este
período de Brown, lo podríamos denominar como su
período unitario. Años más tarde se
haría Federal y partidario de Rosas. En ese momento Brown
le informó a Lavalle sobre la carta de Dorrego y
opinó con severidad respecto a su pedido de exilio. Es
indudable que Brown también sumó su grano de arena
para el logro del trágico final. En cambio José
Miguel Díaz Vélez, quien también era el
Ministro General de Lavalle; y unitario declarado de siempre,
 fue el único de los dos que le respondió la
carta a Dorrego y socialmente, que no era poca cosa en esos
momentos, se comportó en esta circunstancia con mayor
altura.  Ambas notas  se transcriben
seguidamente:

Carta de Guillermo Brown a Lavalle

"Buenos Aires, diciembre 12 de 1828 (en la
noche)

Señor Gobernador don Juan
Lavalle

Mi apreciado señor:

El Coronel Dorrego se halla preso, y al gobierno
delegado no le ha parecido bien que se introduzca su persona en
esta capital, por la agitación que se ha sentido en ella
luego que se anunció su captura; en consecuencia, se ha
mandado lo conduzca con toda seguridad al teniente coronel
Escribano al punto donde usted se halle con el
ejército.

La carta original de Dorrego que incluyo a usted le
informará de sus deseos de salir a un país
extranjero, bajo seguridades; mi opinión a este respecto
como particular, está de conformidad, pero asegurando su
comportación
(sic) de no mezclarse en los
negocios políticos de este país con una fianza de
200 a 300 mil pesos, de que responderán sus amigos en
debida forma, antes de permitir su embarco por la Ensenada. Esta
es mi opinión privada, mas usted dispondrá lo que
considere mejor para asegurar los grandes intereses de la
provincia; quedando su muy atento amigo y servidor
Q.S.M.B.

W. Brown

Adición: La carta marchará
mañana por haberla dejado en mi casa.

W. Brown."

Carta de Miguel Díaz Vélez a Manuel
Dorrego

"Señor don Manuel Dorrego

Mi querido amigo:

Consultando los deseos de usted, manifestados en
carta al señor gobernador delegado,
(Brown) se ha
resuelto que vuelva a Navarro a presentarse en el cuartel
general.

Espero que obtendrá lo que desea, y a esto
tienden nuestros esfuerzos.

Aquí han estado su hermana y sobrinas; las he
consolado y haré otro tanto con mi señora
Angelita.
(la señora de Dorrego)

No debe dudar un momento de la amistad del que es su
siempre seguro amigo que S.M.B.

José Miguel Díaz
Vélez".

Cartas de Dorrego cuando, llegado a Navarro, Lavalle
asumiendo toda la responsabilidad de la ejecución, ya
había ordenado la misma en un plazo perentorio.

Correspondencia a sus familiares. Carta de Manuel
Dorrego a su esposa.

"Mi querida Angelita:

En este momento me intiman que dentro de una hora
debo morir;  ignoro por qué; más la
Providencia divina, en la cual confío en este momento
critico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y
suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo
recibido por mí.

Mi vida, educa a esas amables criaturas, (sus
dos hijas) sé feliz, ya que no lo has podido ser en
compañía del desgraciado. M.
Dorrego."

A medida que escribe algo, repara en detalles que le
quedan faltantes y en nuevos papeles, redacta agregados referidos
a deudas varias  e importes y bienes que le adeudan a
él.

Agregado a su esposa. "Mi vida: Mándame hacer
funerales, y que  sean sin fausto. Otra prueba de que muero
en la religión de mis padres. Tu Manuel."

Nuevas indicaciones a su esposa. Todas ellas
están redactadas individualmente, en papeles separados que
Dorrego agregó en el mismo paquete dirigido a su
señora.

"Un documento de un diputado de Catamarca de cinco
mil y pico de pesos contra el Estado, declaro que estaba en mi
poder y pienso se habrá quemado."

"También otros de Tierras de … a
medias conmigo."

"Díaz, el que fue guarda, tiene unos
documentos de tierras mías en Arroyo
…"

"Pido a Fortunato Miró que haga una
transacción con don Francisco Elia."

"Todos los documentos de minas en
compañía de Lecoc, están en la cómoda
vieja, que Lecoc sea dueño de todas y dé a mi
familia lo que tuviese a bien."

"Doscientos pesos plata a don Pablo Alemán,
de Salta."

"Que Fortunato te entregue lo que en su conciencia
crea tener mío."

"Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil
pesos."

"José María Miró, mil
quinientos."

"Don José María Rojas, seis
mil."

"Debo una letra de tres mil quinientos pesos a
doña Isabel Axes."

"De los cien mil pesos de fondos públicos que
me adeuda el Estado, solo recibirás las dos terceras
partes, el resto lo dejarás al Estado."

"A Manuela, la mujer de Fernández, le
darás trescientos pesos."

"A mis hermanos y demás coherederos debes
darles o recabar de ellos como  mil quinientos pesos, que
recuerdo tomé de mi padre y no he repartido a
ellos."

Esquelas dirigidas a sus hijas Angelita e Isabel.

"Mi querida Angelita: Te acompaño esa sortija
para memoria de tu desgraciado padre. Manuel
Dorrego."

"Mi querida Isabel: Te devuelvo los tiradores que
hicistes a tu infortunado padre. M. Dorrego."

Versión
del Coronel Juan Estanislao Elías

Esta carta es la versión de lo ocurrido
según Juan Estanislao Elías. Le narra en la misma a
su hijo menor Ángel Elías,   quien se
encontraba residiendo en Buenos Aires; y  está
fechada en Tucumán el 13 de junio de 1869. Cuenta el
suceso luego de más  de cuarenta años de
ocurrido  el fusilamiento, el que acaeciera el 13 de
diciembre de 1828. (4)

"… En el acto que llegó el coronel
Dorrego, el general Lavalle me llamó y me
dijo:

Vaya usted a recibirse a Dorrego que confío a
su celo y vigilancia,  y como la tropa que ha traído
el comandante Acha debe retirarse, lleve usted una
compañía de infantería para cuidar de
él.

Llevé, en cumplimiento de esa orden, una
compañía mandada por el capitán
Mansilla
(5), y me situé en una casa de espacioso
patio a las inmediaciones del cuartel general.

Muy luego el general Lavalle con el ejército,
se fue a situar en la estancia de Almeyda, más allá
de Navarro.

Luego que me recibí del coronel Dorrego y que
hube tomado todas las medidas de seguridad conveniente, me
aproximé al carro en que Dorrego se hallaba, y le
dije:

Coronel, estoy encargado de custodiarlo y responder
de su persona. Entonces él, con esa amabilidad que lo
distinguía, me alargó la mano y me
dijo:

Mucho me felicito de que usted haya sido elegido
para desempeñar ese cargo.

El coronel Dorrego me significó en seguida la
necesidad que sentía de alimentarse. Poco después
le fue servido un abundante almuerzo.

Este caballero insistió porque yo subiera al
carro para almorzar con él, a lo que no accedí con
excusas honorables.

Era la una de la tarde cuando recibí un
papelito del general Lavalle que contenía lo siguiente:
"Elías: Sé que Dorrego tiene bastantes onzas de
oro, recójalas usted y dígale que no necesita de
ellas, pues para todos sus gastos usted le suministrará lo
que necesite".
(6) Esto se lo dije al coronel Dorrego,
teniendo yo la delicadeza de no hacer registrar el carruaje, pues
me había asegurado de no tener un solo peso, y porque,
debo decir la verdad, me lastimaba el abatimiento de un hombre a
cuyas órdenes había hecho como ayudante, la
campaña de Santa Fe y asistido a la desastrosa batalla de
Pavón, en la que perdió el ejército por
temeridad e impaciencia en no esperar las fuerzas de Buenos Aires
que se hallaban inmediatas.

Como a la una y cuarto, recibí por un
ayudante del general Lavalle la orden de trasladarme con el
coronel  Dorrego al cuartel general.

En el acto estuve en marcha, pero Dorrego,
inquietado por esta maniobra, me llamó y me
dijo:

Elías, ¿Dónde me lleva
usted?

Coronel, le contesté, al cuartel general,
situado en la estancia de Almeyda.

Entonces me preguntó si allí estaban
el general don Martín Rodríguez y el coronel La
Madrid. Le contesté afirmativamente y manifestó
satisfacción.

No habíamos andado media legua, cuando por el
camino de Buenos Aires me alcanzó un comisario de
policía acompañado de dos gendarmes en caballos
agitados por la precipitación de la marcha. Traía
pliegos urgentes que contenían la súplica del
gobierno delegado para que el coronel Dorrego saliera fuera del
país.

Dorrego, que todo observaba con inquietud, me
preguntó:

¿Qué quiere este
hombre?

Yo le dije la verdad. Entonces me
dijo:

Mi amigo, hace un sol y calor terribles, suba usted
al carro y marchará con más
comodidad.

Le agradecí este ofrecimiento que
repitió con insistencia.

Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro
frente a la sala que ocupaba el general Lavalle y,
desmontándome del caballo, fui a decirle que acababa de
llegar con el coronel Dorrego.

El general se paseaba agitado, a grandes pasos, y al
parecer sumido en una profunda meditación, y apenas
oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas
palabras que aún resuenan en mis oídos
después de cuarenta años:

Vaya usted e intímele que dentro de una hora
será fusilado.

El coronel Dorrego había abierto la puerta
del carruaje y me esperaba con inquietud. Me aproximé a
él conmovido y le intimé la orden funesta de que
era portador.

Al oírla el infeliz se dio un fuerte golpe en
la frente, exclamando: ¡Santo Dios!

Amigo mío -me dijo entonces-
proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con
urgencia al clérigo Castañar, mi deudo, al que
quiero consultar en mis últimos momentos.

Efectivamente, poco después estuvo ese
sacerdote al lado del coronel Dorrego, que
escribía.

Castañar estaba impasible y veía a la
victima conmovido.

Yo estuve al pie del carro como una estatua y pude
presenciar la entrega que le hizo Dorrego de un pañuelo
que contenía algunas onzas de oro.

Como la hora funesta se aproximaba, el coronel
Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el
mundo conoce, para su esposa, y la otra de que yo solo conozco su
contenido, para el gobernador de Santa Fe, don Estanislao
López.

Ambas cartas se las presenté al general
Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió,
ordenándome que entregase la dirigida a su señora y
que a la otra no le diera dirección.

Formado ya el cuadro y en el momento de marchar al
patíbulo, Dorrego, que estaba pálido y
extremadamente abatido, me llamó y me
dijo:

Amigo mío, hágame llamar al coronel La
Madrid, pues deseo hablarle dos palabras en presencia de
usted.

Mientras llegaba este jefe que en el acto hice
llamar, me dijo:

A su amigo el general Rondeau y al General Balcarce,
dígales usted que les dejo la última
expresión de mi amistad.

El coronel La Madrid se presentó y Dorrego lo
abrazó con ternura, y sacándose la chaqueta de
paño azul bordada que tenía, se la dio al coronel
pidiéndole en cambio otra de escocés que
tenía puesta. Además, le entregó unos
suspensores (tiradores) de seda que habían sido bordados
por su hija Angelita,  rogándole que se los
entregara.

Todo había acabado…

Dorrego, apoyado en el brazo del coronel La Madrid y
en el del clérigo Castañar, marchó
lentamente al suplicio.

Un momento después oí la descarga que
arrebato la vida a ese infeliz. Yo no quise presenciar ese acto
cuyas tristes consecuencias preveía.

Yo me hallaba mudo al lado del general Lavalle que
profundamente conmovido me dijo:

Amigo mío, acabo de hacer un sacrificio
doloroso que era indispensable.

En seguida escribió su célebre parte
del gobierno delegado, participándole la ejecución
del coronel Dorrego."

"Juan Estanislao Elías a Ángel
Elías, Tucumán 13 de junio de
1869."

Versión de
Gregorio Aráoz de La Madrid

Juntamente con la versión de Elías, esta
es la segunda versión de testigos presénciales de
los hechos, dado que ambos, Elías y La Madrid estuvieron
en el lugar, hablaron con Dorrego y observaron lo ocurrido. 
Fácilmente se pueden encontrar varias diferencias en las
apreciaciones de lo observado; o uno repara en  detalles que
el otro no menciona. Probablemente la verdad se encuentre en la
síntesis de ambas.

Gregorio Aráoz de La Madrid deja estos recuerdos
en su clásica "Memoria del General Gregorio
Aráoz de La Madrid".
El suscripto toma este texto del
volumen segundo de la edición en rústica de EUDEBA,
Editorial Universitaria de Buenos Aires, Dos tomos,
1968.

Existieron varias impresiones anteriores a la de EUDEBA,
de distintas editoriales  pero en la actualidad aún
se puede conseguir una notable edición más moderna
y de mejor impresión, publicada por la Editorial Elefante
Blanco en 1989, con ilustraciones efectuadas por artistas de
primer orden,   en papel ilustración. Una
pequeña joya de la bibliografía histórica
argentina.

El General Gregorio Aráoz de La Madrid,
(1795-1857) nace en Tucumán y para 1811, a los
dieciséis años ya se había alistado en la
milicia provincial, donde obtuvo su despacho de Teniente. Desde
Vilcapugio, Ayohuma, Venta y Media y Sipe Sipe como oficial de
Belgrano, pasando por ayudante de San Martín en varias de
sus campañas y llegando  hasta Caseros tomó
parte en la gran mayoría de los combates por nuestra
independencia y en los de la guerra civil entre federales y
unitarios hasta Monte Caseros en 1852, donde participó
como comandante del ala derecha de la caballería
entrerriana-correntina que estaban al mando de Urquiza y de
Benjamín Virasoro.  Es más fácil si
hiciéramos una lista  donde no participó, que
numerar en las que si lo hizo.

En le guerra civil, aproximadamente entre 1820 y 1852,
casi siempre luchó por el bando unitario, pero ¡OH!
sorpresa no siempre fue así, entre 1937 y 1940 ya con el
cargo de general, fue uno de los jefes militares  más
destacados de la Confederación Argentina bajo el mando de
Rosas. Este dato se olvida mencionarlo cuando se narra ese
período. Lo que suele denominarse como "memoria sesgada
con finalidades políticas".

La Madrid no demoró tanto como Elías para
dejar sus Memorias, para 1860 ya se conocían de manera
fraccionada las conocidas "Memorias" de La Madrid. La
parte respecto al fusilamiento de Dorrego es la
siguiente:

"… Antes de llegar preso a Navarro el
gobernador Dorrego habíame dirigido una esquela escrita
con lápiz, me parece que por conducto de su hermano don
Luis, suplicándome, que así que llegara al
campamento,  le hiciese la gracia de solicitar permiso para
hablarle antes que nadie.

Yo, sin embargo del desagradable recibimiento que
dicho gobernador me había hecho a mi llegada de las
provincias no pude dejar de compadecerme por su suerte y el modo
como había sido tomado; pues aunque tenía sus
rasgos de locura y era de carácter atropellado y
anárquico, no podía olvidar que era un jefe
valiente, que había prestado servicios importantes en la
guerra de nuestra independencia; y en fin, que era gobernador
legítimo de la provincia y mi compadre
además.

En el momento de recibir dicha carta o papel, fui y
se la presenté al general Juan Lavalle, para solicitar su
permiso para hablar con el señor Dorrego, así que
llegara. Dicho general, impuesto de ella me permitió pasar
a verle y lo hice en efecto, al momento mismo de haber parado el
birlocho y habiéndome abrazado,
díjome:

Compadre, quiero que usted me sirva de empeño
en esta vez para con el general Lavalle, a fin de que me permita
un momento de entrevista él.  Prometo a usted que
todo quedará arreglado pacíficamente y se
evitará la efusión de sangre, de lo contrario,
correrá alguna: no lo dude usted.

Compadre, con el mayor gusto voy a servir a usted en
este momento, le dije, y me bajé asegurándole que
no dudaba lo conseguiría.

Corrí a ver al general; hícele
presente el empeño justo de Dorrego, y me interesé
porqué se le concediera; mas viendo yo que se negó
abiertamente, le dije:

¿Qué pierde el señor general
con oírle un momento, cuando de ello depende quizá
el pronto sosiego y la paz de la provincia con los demás
pueblos?

No quiero verle ni oírle un momento…
fue su respuesta.

Aseguro a mis lectores que sentí sobre mi
corazón en aquel momento, el no haberme encontrado fuera
cuando la revolución, y mucho más, al verme al
servicio de un hombre tan vano y tan poco
considerado.

Salí desagradado, y volví sin demora
con esta funesta noticia a mi sobresaltado compadre. Al
dársela, se sobresaltó aún más, pero
lleno de entereza, me dijo:

Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no
oírme.
(7) Asegúrele usted que estoy
pronto a salir del país, a escribir a mis amigos de las
provincias que no tomen parte alguna por mí, y dar por
garantes de mi conducta y de no volver al país al ministro
inglés y al señor Forbes, norteamericano; que no
trepide en dar este paso por el país
mismo.

Aseguro que me conmovieron tan justas reflexiones;
pero le repuse:

Compadre,  conozco la fuerza y la sinceridad de
las razones que usted da; pero por lo que visto en este mismo
momento, dificulto que el general se preste porque lo acabo de
considerar el hombre más terco. Sin embargo, voy a
repetirle sus instancias; pero le pido a usted que se
tranquilice, pues no creo deba temer por su vida.

Haga lo que quiera, fue su respuesta; nada temo,
sino las desgracias que sobrevendrían al
país.

Bajéme conmovido, y pasé con
repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar,
díjome:

Ya se le ha pasado la orden para que se disponga a
morir, pues dentro de dos horas será fusilado. No me venga
usted con nuevas peticiones de su parte.

Me quedé frío…

General, le dije, ¿Por qué no le oye
un momento, aunque le fusile después?

No quiero, díjome, y me salí en
extremo desagradado; y sin ánimo para volver a verme con
mi compadre, me retiré a mi campo, pero allí se me
presentaba un soldado a llamarme de parte de Dorrego,
pidiéndome que fuera en el acto.

No había remedio, era preciso complacerlo en
sus últimos momentos. Estaba yo conmovido y marché
al instante. Al subir al birlocho, se paró con entereza y
me dijo:

¡Compadre, se me acaba de dar la orden de
prepararme a morir dentro de dos horas!  A un desertor al
frente del enemigo, a un bandido se le da más
término, y no se condena sin oírlo y sin permitirle
su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha
dado esa facultad a un general sublevado?

Proporcióneme usted, compadre, papel y
tintero, y hágase de mi lo que se quiera. Pero cuidado con
las consecuencias.

Salí corriendo y volví al instante con
lo necesario para que escribiera. Tómolo y puso a su
señora la carta que ha sido ya litografiada y es de
conocimiento público. Al entregármela, se
quitó una chaqueta bordada con trencilla y muletillas de
seda, y me la alcanzó diciendo:

Esta chaqueta se la presentará con la carta a
mi Ángela,  de mi parte, para que la conserve en
memoria de su desgraciado esposo.

Desprendiéndose en seguida unos suspensores
(tiradores)
(8) bordados en seda, y sacándose un
anillo de oro de la mano, me lo entregó con la misma
recomendación, previniéndome que los suspensotes se
los diera a su hija mayor, pues eran bordados por ella, y el
anillo a la menor; pero no recuerdo sus nombres.

Habiéndome entregado todo esto,
agregó:

¿Tiene usted, compadre, una chaqueta, para
morir con ella?

Traspasado yo de oírle expresar con la mayor
sangre fría cuanto he relatado, le
contesté:

Compadre, no tengo otra chaqueta que la puesta, pero
voy a traerla corriendo, y me bajé llevando la carta y las
referidas prendas.

Llegado a mi alojamiento, me quité la
chaqueta, púseme la casaca que tenía guardada,
acomodé en mi valija los presentes de mi compadre y su
carta y volví al carro. Estaba ya con el cura o no
recuerdo qué eclesiástico, y al entregarle mi
chaqueta dentro del carro, me reconvino por qué no me
había puesto la suya; y habiéndole yo respondido
que tenía esa casaca guardada, me hizo más fuertes
instancias para que fuese a ponerme su chaqueta y regresara con
ella. Me fue preciso obedecer, y volví al instante vestido
con ella, y después de haberle dado un rato de tiempo para
que se reconciliara, subí al carro a su
llamado.

Fue entonces que me pidió le hiciera el gusto
de acompañarle, cuando lo sacaran al patíbulo. Me
quedé cortado a esta insinuación y hube de vacilar.
Contestéle todo conmovido, denegándome, pues no
tenía corazón para acompañarle en ese
lance:

¿Por qué compadre  -me dijo con
firmeza- , tiene usted a menos el salir conmigo?
¡Hágame este favor, que quiero darle un abrazo al
morir!

No, compadre, le dije con voz ahogada por el
sentimiento. De ninguna manera tendría yo a menos salir
con usted, pero el valor me falta y no tengo corazón para
verle en ese trance. Abracémonos aquí y Dios le
dé resignación.

Nos abrazamos y bajé corriendo con mis ojos
anegados por las lágrimas.

Marché derecho a mi alojamiento, dejando ya
el cuadro formado. Nada vi de lo que pasó después,
ni podía aún creer lo que había
visto.

La descarga me estremeció y maldije la hora
en que me había prestado a salir de Buenos
Aires.

Retirados los cuerpos (9) del lugar de la
ejecución, se me avisó, o que el general
había llamado a todos los jefes, o que todos iban a verle
sin ser llamados. No puedo afirmar con verdad cuál de las
dos cosas fue; pero si, que juzgué de mi deber
ir.

Puestos todos en presencia del general Lavalle, dijo
éste, poco más o menos, lo que
sigue:

Estoy cierto de que si yo hubiese llamado a todos
los jefes a consejo, para juzgar a Dorrego, todos habrían
sido de mi opinión; pero soy enemigo de comprometer a
nadie, y lo he fusilado de mi orden. La posteridad me
juzgará."

Bibliografía General

Vicente Osvaldo Cutolo. Nuevo Diccionario
Biográfico Argentino. Editorial Elche, Buenos Aires,
1987.

Ángel Justiniano Carranza. El General Lavalle
ante la justicia póstuma, Buenos Aires, Librería
Hachette S.A. 1941

Carlos Parsons Horne. Biografía del coronel
Manuel Dorrego, Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora "Coni".
1942

Aclaraciones:

(1) Los padres de Manuel Dorrego fueron el
comerciante portugués Josué
Antonio do Rego y
la dama criolla María de la Ascensión Salas. El
apellido Dorrego es una castellanización del apellido
portugués do Rego. Manuel era hijo de Josué Antonio
Do Rego y de María de la Asunción Salas. Por
ironías del destino, el apellido de Lavalle –su
ejecutor- tampoco era Lavalle, era De La Valle. Era hijo de
Manuel José De La Valle y Cortés, y de María
Mercedes González Bordallo

(2) Dorrego escribe a Brown por que éste era el
Gobernador Provisorio, dado que Lavalle estaba en
campaña.

(3)  José Miguel Díaz Vélez
era el Ministro General de la gobernación de
Lavalle.

(4) El Coronel Juan Estanislao de Elías y
Larreategui, fue un destacado militar argentino de larga
trayectoria e innumerables participaciones en diversas
campañas durante la primera mitad del siglo 19.
Nació en Charcas, Alto Perú el 07.03.1802 cuando
pertenecía al Virreinato del río de la Plata y
falleció en Tucumán el 30.03.70, un 
año después de escribir la carta que nos ocupa.
Varios autores sostienen que la misma se debió a un
intento de dejar por escrito su versión y deslindar
responsabilidades, que por otra parte nunca le correspondieron,
en este luctuoso hecho.

(5) "El Capitán Mansilla", de las tropas de
Lavalle, es el que con los años sería el General
Lucio Norberto Mansilla, cuñado de Rosas al casarse con su
hermana Agustina Ortiz de Rozas (ella no se cambió el
apellido).

Este aspecto de que las personas cambien de bando
político, fue y sigue siendo lo más habitual y no
debe extrañar para nada. Él mismo Elías
efectúa el mismo proceso de cambio, pasa del unitarismo
con Lavalle y de combatir contra Rosas, al federalismo con
Urquiza, para terminar siendo mitrista.  En 1852, luego de
Monte Caseros,  es nombrado por Urquiza Embajador de la
Confederación Argentina ante Bolivia. Durante su
último lustro de vida, fue en Tucumán, un activo
partidario mitrista.

(6) No debería extrañar un gesto tan poco
honorable por parte de Lavalle, como es el encargarle a un
subalterno que le pida el dinero que lleva encima un condenado a
muerte. La sociedad porteña lo ubicaba muy justicieramente
entre el grupo de "Los tarambanas". Varios historiadores como:
"La espada sin cabeza" y José María Rosa como "El
cóndor ciego", habiéndole dedicado con este
título un libro a su figura;  aunque dada la
característica de este deshonroso gesto que nos narra
Elías, los motes podrían ser muy bien de otro
tenor.

(7) Las consecuencias más perniciosas fueron:
contribuir con más odio mortal a una guerra civil de dos
décadas, seguida por un enfrentamiento por la
organización nacional de otras dos décadas.
Cuarenta años de enfrentamientos armados entre argentinos
que podrían haberse intentado evitar, en algún
momento había que comenzar y ese fue una circunstancia
clave para hacerlo, mirar para un mismo lado, cosa que a los
argentinos nos parece imposible de lograr.

(8) El tema de los cinturones y los tiradores -que
sostenían los pantalones- no era un aspecto menor en los
que se preparaban para morir fusilados y menos los ahorcados, que
luego eran expuestos durante varios días, como medida
ejemplarizadora.

Un clásico sobre este tema de los tiradores y
cinturones es el que se produjo cuando la ejecución de Don
Ciríaco Cuitiño en 1853;  y su
preocupación sobre este aspecto. Solo mencionaré
que cuando Cuitiño fue fusilado junto con Leandro N. Alen
el 28.12.1853, pide un cinturón más grueso  y
cose sus pantalones al cinturón, diciendo: "Como
después de fusilado nos van a colgar, no quiero que a un
federal ni de muerto se le caigan los
pantalones".

(9) Se debe notar que La Madrid menciona "los
cuerpos".
Efectivamente fueron varios los oficiales
ejecutados. ¿Alguien alguna vez estudió en la
Historia Argentina, que cuando es fusilado Dorrego se hayan
ejecutado a otras personas? Oportunamente nos ocuparemos del
tema.

 

 

Autor:

Roberto Antonio Lizarazu

 

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