Monografias.com > Física
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Geoffrey Chew: Apogeo y decadencia de la democracia nuclear



Partes: 1, 2, 3

Monografía destacada

  1. Introducción
  2. Introducción histórica, breve
    semblanza biográfica y juventud
  3. Los
    comienzos de la carrera de Chew
  4. El
    exilio
  5. El
    regreso a Berkeley – Madurez como físico
    teórico
  6. El
    programa de la democracia nuclear en
    decadencia
  7. Los
    epígonos de Chew
  8. Referencias
    bibliográficas

(Estudio sobre historia de la
física en el siglo XX, el desarrollo de la teoría
atómica y la propuesta de la democracia nuclear por parte
del físico estadounidense Geoffrey Chew)

(El presente trabajo puede copiar,
reproducirse y difundirse libremente, siempre que se cite la
fuente, el autor y su página web)

Palabras clave: filosofía,
ciencia, historia, historia de la ciencia, chew, capra,
átomo, física, democracia nuclear, universidad,
Berkeley, s-matrix, bootstrap, Feynman, McCarthy, Oppenheimer,
loyalty oath, Einstein, Bohr, Heisenberg, David Bohm, bomba
atómica, quark.

Monografias.com

Geoffrey Chew

Monografias.com

Geoffrey Chew y Rudolf
Peiers

Monografias.com

Geoffrey Chew

Monografias.com

Geoffrey Chew y Steven
Weinberg

Monografias.com

Introducción

La Física del siglo XX supuso, sin duda, un gran
cambio en comparación con los desarrollos teóricos
anteriores. Se trata de un tema ampliamente expuesto en numerosas
publicaciones, pero debemos hacer referencia a él porque
nos servirá de introducción para enmarcar este
trabajo. En este siglo, esta ciencia pasó de parecer una
disciplina conclusa y perfecta sobre la que quedaba poco por
decir a abrírsele todo un nuevo mundo ante sus ojos. Hasta
finales del siglo XIX, en ella dominaba un paradigma mecanicista
y determinista, procedente de la síntesis entre la
física newtoniana y el mecanicismo cartesiano de la
res extensa. El espacio y el tiempo absolutos, la
creencia en la validez del principio de causalidad y la absoluta
seguridad de que, si alguien conociera todas las fuerzas y las
posiciones de los seres naturales y pudiera analizar todos los
datos derivados de ellos, conocería todo el pasado, el
presente y el futuro del universo (el determinismo
clásico, tal como lo formuló Laplace) eran sus
pilares principales. Es cierto que había discusiones sobre
si la naturaleza de la luz era corpuscular (tesis defendida por
Newton) u ondulatoria (la tesis de Huygens, Young, Maxwell y
Hertz), y que esta última había triunfado desde
mediados del siglo XIX, pero que los rayos de luz no consistieran
en los haces de partículas que en su día
defendió Newton no se consideraba un problema importante
para el sistema en su globalidad. Además, Maxwell
había enunciado sus ecuaciones del electromagnetismo -que
parecían unificar todos los fenómenos de este
ámbito-, había respaldado la hipótesis del
éter como medio para explicar la propagación de las
ondas de luz, y el ambiente de optimismo y confianza en el
cientifismo positivista hacía que se considerara a la
Física como una ciencia prácticamente
completa.

Sin embargo, el éter seguía siendo
sólo una hipótesis, y había investigadores
que deseaban otorgarle un carácter más
sólido y material. Después del intento de
demostración de la existencia del éter por parte de
Fizeau en 1851, en 1887 Albert Michelson y Edward Morley
realizaron el primero de una larga serie de experimentos para
medir la velocidad de la Tierra respecto al éter, y con
ello demostrar la existencia de éste. Contra todo
pronóstico, el resultado fue que no parecía que
hubiese tal "viento de éter". Como era lógico, el
experimento se repitió, pero el resultado fue el mismo.
Como también era lógico esperar, enseguida
surgieron las hipótesis ad hoc para salvar las
apariencias, pero fue evidente su artificialidad y falta de
coherencia. Por tanto, en contra de lo que se esperaba, lo que se
consiguió fue que se pusiera en duda la misma existencia
del éter y que Lorentz y FitzGerald enunciaran sus
ecuaciones de transformación, que a su vez fueron la base
de la teoría de la relatividad especial, obra de Einstein.
Todo este embrollo comenzó a poner en duda la validez del
paradigma mecanicista en lo que podríamos llamar
"ámbito de de lo grande", en el que Einstein
pondría fin al espacio y el tiempo absolutos de la
mecánica clásica.

En el "ámbito de lo pequeño", a finales
del XIX y comienzos del XX fue creciendo el cúmulo de
conocimientos sobre los rayos X, la radioactividad y la
estructura del átomo, que se encarnó en los modelos
de Thomson y de Rutherford, entre otros avances. Tuvo que ser
Planck, un físico con clara tendencia de la vieja escuela,
quien, en su investigación sobre el cuerpo negro de
Kirchhoff, descubriera que la radiación se emitía o
absorbía no de forma continua -como se pensaba hasta
entonces-, sino en cantidades discretas, los cuantos de
energía que él expresó en su fórmula
E = hv, donde la energía equivale a la frecuencia (v),
multiplicada por h, que simboliza la famosa "constante de
Planck". La energía no se transmitía, por tanto, de
manera continua. Había nacido la que después se
conocería como "antigua teoría cuántica".
Después de que Einstein se diera cuenta -en su
artículo de 1905 sobre el efecto fotoeléctrico- de
la importancia de lo que Planck había descubierto -no
sólo involuntariamente, sino casi contra su voluntad-, y
después de que Niels Bohr mejorara en 1913 el modelo
atómico de Rutherford, y en 1925 Schrödinger y
Heisenberg desarrollaran sus mecánicas ondulatoria y
matricial, nació la mecánica cuántica, que
supuso un varapalo al paradigma mecanicista en el "ámbito
de lo pequeño", ya que con su dualidad
onda-partícula y su principio de
incertidumbre/indeterminación permitió poner en
duda el principio de causalidad y el determinismo laplaciano que
habían estado vigentes en Física durante mucho
tiempo.

Además de estas transformaciones "internas" -que
a su vez pueden tener causas externas-, otro cambio importante
fue la posición de la Física en la sociedad, en
especial la de la física teórica. Ésta,
hasta finales del siglo XIX, no era un campo bien considerado
socialmente, y en cambio sí lo eran la química y la
física experimental. Por ejemplo, se dice que cuando,
Planck aceptó la cátedra de física
teórica de la Universidad de Berlín, en 1889,
muchos físicos pensaban que este campo en realidad era
más bien superfluo; en cambio, la física
experimental gozaba de gran prestigio. Esto precisamente
tenía relación con lo que antes hemos comentado
sobre la aparente imposibilidad de perfeccionar o completar lo ya
enunciado por esta disciplina. Así aconsejaba von Jolly al
joven Planck en 1874: "La física teórica es una
materia muy elegante, pero es poco probable que usted pueda
llegar a añadirle nada nuevo de importancia fundamental"
(Max Planck Society).

En el período de entreguerras esta
situación comenzó a variar, y con la Segunda Guerra
Mundial llegó la gran explosión (un término
bastante adecuado) de la física teórica. Si la
Primera Guerra Mundial fue la guerra de los químicos -como
bien dicen Sánchez Ron y Kevles-, la Segunda fue la de los
físicos. La entrada en escena de la energía nuclear
supuso un cambio radical en la posición de la
física teórica en la sociedad, lo cual
implicó, inevitablemente, su politización. El caso
de Los Álamos -con la colosal reunión de
científicos, militares y políticos, en medio de un
desierto norteamericano, con el objetivo de construir la bomba
atómica, y todas las consecuencias posteriores, surgidas
durante la posguerra y la Guerra Fría– es un excelente
ejemplo.

Geoffrey Chew, el protagonista de este trabajo -como
veremos más adelante-, comenzó su carrera
precisamente en Los Álamos, en el equipo de Robert
Oppenheimer, sufrió en cierta medida la represión
que a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta
ejercieron el Comité de Actividades Anti-Americanas y el
equipo del senador McCarthy, y en medio de este ambiente opresivo
adoptó una posición liberal en política,
progresista en pedagogía y rupturista en Física,
posiblemente influido por el ambiente de su
época.

Explicaremos todo esto en el transcurso del trabajo. De
momento, en la presente introducción nos sugiere -y
consideramos pertinente decir aquí algo sobre el tema- la
cuestión de la relación entre ciencia y sociedad.
Como dice el profesor Solís en Razones e
intereses
, la historia de la ciencia, a grandes rasgos, se
puede abordar desde una perspectiva objetivista -la considerada
tradicional-, según la cual todo se explica mediante
causas internas a la propia ciencia, y "en la que tienen poca
cabida las circunstancias sociales o el contexto
metafísico de las teorías científicas"; Otto
Neugebauer sería un buen ejemplo de esta posición.
Frente a este enfoque se sitúa el de la concepción
sociologista de la ciencia, representado por Barry Barnes y la
Escuela de Edimburgo:

Barry Barnes critica la concepción objetivista de
la ciencia del tipo de la de Neugebauer, según la cual el
conocimiento genuino es una representación justificada de
la realidad, al margen de los intereses individuales y sociales
de los científicos (…) Frente a dicha
concepción, Barnes señala que el conocimiento
está producido por grupos que interactúan
socialmente (…) Un caso aún más extremo es
el de S. Woolgar, quien afirma que los objetos del mundo natural
se constituyen en virtud de la representación, en vez de
ser algo preexistente a nuestros esfuerzos por descubrirlos
(…) Ni lógica, ni hechos, ni mundo; sólo
invención social (Solís, 1994: 11-12).

Y nos sigue explicando:

Llamo aquí concepción racionalista a
aquella que estima que la ciencia es el mejor ejemplo de
actividad racional, en la que las decisiones se toman en virtud
de reglas y argumentos válidos universalmente (…)
Por otro lado, llamo concepción sociologista a la que se
propone ser neutral respecto a la racionalidad e irracionalidad,
respecto a la verdad y falsedad o, en general, respecto a
cualesquiera valoraciones, a fin de concentrarse exclusivamente
en el estudio de la ciencia como si fuese un proceso natural en
el que las decisiones se toman no por razones, sino por causas
sociales.

Dentro de los sociologistas hay dos tendencias: en
primer lugar, los etnometodólogos, que son relativistas
tanto en lo epistemológico (no hay conocimiento objetivo)
como en lo ontológico (no hay una realidad independiente
de las construcciones sociales. En segundo lugar, siguiendo a
Solís, los partidarios del llamado "Programa Fuerte para
la sociología de la ciencia" continúan teniendo
viejos prejuicios como el de creer que existe un mundo exterior
que de alguna manera constriñe nuestras creencias. Esta
tendencia, aunque sea relativista, acepta que la ciencia tiene
algún sentido. No obstante, frente a los racionalistas,
explican las decisiones científicas en términos de
intereses, no de razones, de modo que los conocimientos generados
sobre la naturaleza no son objetivos, sino objetos socialmente
construidos a partir de esos intereses (Cfr. Solís,
1994).

Por su parte, León Olivé afirma, en la
introducción a La Explicación Social del
Conocimiento,
que "el conocimiento es un hecho social.
Seguramente pocos filósofos y casi ningún
sociólogo disputarían hoy en día la verdad
de esta afirmación". Verdad evidente en sí misma
-casi podríamos decir-, pero no es menos obvio que el
problema consiste en explicar qué quiere decir esto
exactamente y qué implicaciones tiene. Dependiendo de la
perspectiva que se tome, significará una cosa u
otra:

Así, desde la perspectiva tradicional no hay
lugar para una verdadera sociología del conocimiento. El
auténtico conocimiento, creencia verdadera y justificada,
se debe explicar sobre fundamentos puramente
epistemológicos (…) Cabe aclarar que el enfoque
tradicional no prohíbe toda explicación causal de
las creencias. Lo que sostiene es, si se nos permite la
insistencia, que es incorrecto tratar de explicar creencias
verdaderas por referencia a factores sociales causales
(Olivé, 1985: 13).

Olivé pasa después revista a la
perspectiva contraria, la de la sociología de la ciencia,
que incluye varias tendencias, pero todas comparten la misma
tesis:

La ciencia es una actividad de seres humanos que
actúan e interactúan, y por tanto una actividad
social. Su conocimiento, sus afirmaciones, sus técnicas
han sido creados por seres humanos y desarrollados, alimentados y
compartidos entre grupos de seres humanos. Por tanto, el
conocimiento científico es esencialmente conocimiento
social. Como una actividad social, la ciencia es claramente un
producto de una historia y de un proceso que ocurre en el tiempo
y en el espacio, y que involucra actores humanos. Estos actores
tienen vidas no sólo dentro de la ciencia, sino en
sociedades más amplias de las cuales son miembros
(Mendelsohn, 1977: 3. En Olivé, 1985: 22).

Una vez hecho este rápido repaso a las
principales teorías sobre el tema, centrándonos en
la labor que nos ocupa y partiendo de que el entorno social debe
tener al menos alguna influencia -aunque no sea determinante-
sobre el desarrollo científico, en el presente trabajo
intentaremos mostrar la influencia de los factores
sociopolíticos sobre ciertas teorías físicas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a través del
estudio de la figura del científico norteamericano
Geoffrey Chew. Creemos que a lo largo de la exposición se
hará evidente que el ambiente en que vivieron y trabajaron
los físicos de la época de la posguerra
influyó de forma decisiva en su labor. Nos
parecería demasiado difícil de justificar una
explicación excesivamente determinista acerca de los
factores socioculturales, al estilo de la ya clásica tesis
de Paul Forman sobre la fuerte influencia de la situación
política y cultural de la Alemania posterior a la Primera
Guerra Mundial en los físicos alemanes, que habrían
estado predispuestos a aceptar una mecánica
cuántica que negara el principio de causalidad (Cfr.
Forman, 1971). En cambio, defender cierta interacción
entre lo sociocultural y lo científico, con influencias en
ambos sentidos, nos parece más apropiado, sobre todo para
un proyecto de investigación como éste. Cuando al
que esto suscribe le llegue la hora de defender su tesis,
tendrá que definirse completamente en lo relativo a este
complejo tema.

Un último aspecto que nos gustaría
comentar en esta introducción es el nivel de
comprensión de las teorías
físico-matemáticas necesario para poder hacer
historia de la ciencia. No voy a entrar a fondo en esta compleja
cuestión teórica, que va más allá del
objetivo de este trabajo, que es exponer la vida y la obra de
Geoffrey Chew en relación con su contexto social y
político, pero sí me gustaría comentar algo
al respecto. Es lógico que, para conocer a fondo una
teoría física, sea fundamental discernir el aparato
matemático que utiliza. Como bien dice Harry Collins, "es
obvio, para todos los que trabajan en el campo de la
Física, que conocer las matemáticas utilizadas es
imprescindible para entender las teorías. En esto consiste
realmente comprender las teorías físicas, dado que
las matemáticas son la forma en que ellas se expresan"
(Collins, 2007: 667). No obstante, se puede lograr un nivel
suficiente de interpretación de un artículo o
teoría, sin tener por qué dominar al detalle todo
el aparato, para hacer historia de la ciencia. El mismo Collins
establece varios niveles de conocimiento en relación con
las matemáticas, y asegura que, para conocer los
desarrollos de la Física y poder hablar sobre ellos, no es
obligatorio tener un alto grado de conocimiento en este campo. La
física actual es matemática, sin duda, y quienes
poseen grandes conocimientos de este disciplina tienen un lugar
entre los físicos más prestigiosos, pero los
físicos no siempre utilizan un alto nivel
matemático en sus escritos, e incluso ha habido
físicos brillantes que no han sido muy buenos
matemáticos, por ejemplo Niels Bohr, como atestiguaron su
hermano Harald y su colega Heisenberg (Collins, 2007: 669-670);
por ello, quienes pertenecen a otros campos del saber no
necesitan ser expertos para entender las teorías
físicas. Lo que requieren es una buena comprensión
de los desarrollos conceptuales y conocer sus implicaciones (Cfr.
Collins, 2007). En el caso de un estudioso con formación
filosófica, lo que debe poder hacer es seguir la
explicación expuesta en el artículo o libro -aunque
no sea capaz de desentrañar todo su planteamiento-,
conocer la teoría y entender sus consecuencias. El
investigador de la filosofía y de la historia de la
ciencia puede hablar legítimamente sobre algo tan
técnico como las teorías de la Física, a
otro nivel y en un plano distinto al que podría adoptar un
científico, que no tiene por qué ser mejor ni peor,
sino simplemente distinto. Y normalmente -podríamos
añadir-, su visión va a ser más amplia y
general que la que pueda ofrecer el especialista en ese campo.
Por nuestra parte, esperamos cumplir este objetivo en el presente
trabajo y en la tesis doctoral que emprendamos.

Me gustaría aprovechar esta presentación
para decir que la bibliografía utilizada es casi
exclusivamente en inglés, que hemos traducido las citas al
castellano en todos los casos para ganar en claridad y que la
traducción de los textos es nuestra, excepto cuando exista
versión española y la hayamos utilizado.

Introducción histórica, breve
semblanza biográfica y juventud

Geoffrey Foucar Chew nació el cinco de junio de
1924 en Washington D.C., lugar donde también vivió
durante su niñez y su primera juventud. Además de
estudiar, desde muy joven se dedicó al deporte, en
concreto al béisbol, afición que no se
convirtió en carrera profesional por culpa de unos
problemas de espalda. Martin Goldberger, otro físico,
llegó a decir que fue toda una suerte que Chew sufriera
esos problemas de espalda porque lo que perdió el
béisbol lo ganó la Física (Goldberger, 1985:
245).

Chew pertenece a la generación de físicos
inmediatamente posterior a la de Feynman y Schwinger, y
comenzó a destacar en su campo a mediados de la
década de los cincuenta del siglo XX. No ha sido un
científico de geniales descubrimientos como Newton,
Einstein, Bohr o Heisenberg. Tampoco una brillante figura como
Oppenheimer, y tal vez ni siquiera un físico de primera
fila como Fermi, Pauli, Feynman o Weinberg. No obstante, su labor
ha sido muy productiva y su trabajo de difusión ha sido
excelente gracias al énfasis que siempre puso en la
formación de sus alumnos. Además, fue una persona
comprometida en proyectos políticos relacionados con la
defensa de las libertades individuales, durante la época
más oscura de la historia estadounidense del siglo XX. Y,
lo que es más importante para el presente trabajo,
protagonizó uno de los episodios más interesantes
de la Física del pasado siglo, con importantes
repercusiones a nivel científico y filosófico, como
ya veremos. Por otra parte -aunque esto sea más bien ajeno
a nuestra condición de investigadores-, Chew ha sido
también un hombre de gran encanto personal; además
de sus buenas dotes físicas e intelectuales, todos los
testimonios apuntan a que es una excelente persona con gran poder
de persuasión. Su éxito en este aspecto
también incluyó el éxito con las mujeres; no
en vano solían llamarle "el hombre más atractivo de
la Física de Altas Energías", hasta el punto de que
más de una secretaria de departamento universitario
tenía una fotografía suya sobre la mesa. No
obstante, ese poder de seducción no era sólo para
el sexo femenino, y por eso John Polkinghorne comentaba que Chew
es un hombre al que uno estaría contento de comprarle un
coche usado; tanto es así que su mayor influencia sobre el
mundo de la ciencia la realizó al modo de un vendedor (de
ideas) (Polkinghorne, 1985: 23).

Chew estudió en la George Washington University.
En 1944, ya graduado por esa universidad, George Gamow -que
había sido uno de sus profesores y a quien nuestro
protagonista debe su interés por la física de
partículas (Gordon, 1998: 15)- le reclutó para el
equipo de científicos de Los Álamos, donde Robert
Oppenheimer dirigía el Proyecto Manhattan, que hizo
posible la construcción de las primeras bombas
atómicas; en concreto, se unió al grupo de Edward
Teller y Emil Konopinski. Aunque la historia sea bien conocida y
pueda leerse en cualquier manual de historia de la ciencia, vamos
a resumirla para que sirva de introducción a la
época que vamos a tratar y a la figura de Geoffrey
Chew.

En la búsqueda de los elementos que en la tabla
periódica están situados más allá del
uranio -los llamados "transuránicos"-, el italiano Enrico
Fermi vio en 1934 que, cuando bombardeaba con neutrones un
átomo, éste solía convertirse en el
siguiente elemento en cuanto a su número atómico.
Probó a bombardear el uranio y obtuvo algo que
pensó que sería el elemento siguiente, el 93,
transuránico y no existente en la naturaleza. Pero en
1938, los físicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassman se
dieron cuenta de que lo que en realidad había sucedido es
que el átomo de uranio se había dividido en dos, es
decir, se había conseguido la fisión radioactiva.
Los núcleos resultantes se separan a gran velocidad, y de
ellos se liberan neutrones que pueden, a su vez, descomponer
nuevos núcleos. Sabían que, si se lograra una
reacción en cadena, en la cual unos neutrones iniciales
descomponen átomos de uranio -con la consiguiente
producción de más neutrones que repiten el mismo
proceso-, se generaría una potencia explosiva desconocida
hasta entonces. Su colaboradora Lise Meitner, que por su origen
judío había tenido que exiliarse en Copenhague,
escribió junto con su sobrino -Otto Frisch- un
artículo para explicar el proceso. Se lo entregaron a
Niels Bohr, ya toda una institución en Dinamarca. En enero
de 1939, cuando se publicó el artículo, Bohr
viajó a Estados Unidos para informar a sus colegas
norteamericanos. Éstos decidieron estudiar el asunto y
confirmaron en poco tiempo que era posible la fisión del
uranio.

El 2 de agosto de 1939, Albert Einstein -que
residía en Estados Unidos tras su huida de la Alemania
nazi por su condición de judío-, preocupado por la
inminente guerra mundial y el potencial militar alemán,
dirige una carta al presidente de Estados Unidos, Franklin Delano
Roosevelt, comentándole las investigaciones realizadas
recientemente por los científicos Enrico Fermi y Leo
Szilard a partir del descubrimiento de Hahn y Strassman, gracias
a las cuales el uranio podría convertirse, en un futuro
cercano, en una nueva e importante fuente de armas militares.
Einstein recomendaba el inicio de un programa de
investigación sobre el uso militar de la energía
atómica, con el objetivo de frenar la amenaza nazi. En
octubre de ese año, con la guerra ya en curso -aunque con
los Estados Unidos aún fuera de ella-, Roosevelt autoriza
la fabricación de una bomba atómica. Durante los
dos primeros años el proyecto atómico no pasa de
ser precisamente eso, un proyecto, y la inversión en
él es pequeña. Sin embargo, a finales de 1941,
cuando Estados Unidos entra en guerra con Japón, la
situación cambia: el programa nuclear adquiere la
máxima prioridad, y Gran Bretaña y Canadá se
suman a él, que ahora pasa a llamarse "Proyecto
Manhattan". Miles de científicos, algunos de los
más importantes de la época, colaboran y trabajan
bajo la dirección científica de Robert Oppenheimer
y la supervisión militar del general Leslie Groves, para
fabricar dos tipos de bomba atómica: una basada en el
uranio y otra en el plutonio.

El 12 de abril de 1945 muere F. D. Roosevelt, y le
sucede en el cargo el hasta entonces vicepresidente Harry Truman.
El nuevo presidente, que en principio desconocía la
existencia del Proyecto Manhattan, es informado de todos sus
pormenores: en tres meses Estados Unidos podría disponer
de una bomba capaz, por sí sola, de destruir toda una
ciudad. Él será quien deba tomar la última
decisión al respecto.

El 7 de mayo de 1945 Alemania se rinde, pero aún
prosigue la guerra contra Japón, un enemigo casi
totalmente derrotado. Los Estados Unidos sabían que
Japón estaba sobradamente vencido, que reconocía su
derrota y que deseaba rendirse, pero lo harían con la
condición de que se conservara la figura del emperador, es
decir, una rendición negociada. A pesar de ello, el
presidente Truman exige la rendición incondicional a
Japón, que no responde a la exigencia. El 4 de julio
Churchill comunica a Truman la aprobación de Gran
Bretaña para el uso de la bomba. El 16 de julio,
Oppenheimer acciona el mecanismo que permite detonar la primera
bomba atómica. La prueba, bautizada con el nombre de
Trinity, explosiona una de las tres bombas nucleares
(una de uranio y dos de plutonio) que se habían obtenido
hasta ese momento. Fue en una zona desértica, a ochenta
kilómetros de Alamogordo. El proyecto Manhattan culmina
con éxito, y Oppenheimer, al ver ascender el hongo nuclear
a los cielos, pronuncia su famosa frase: "Me he convertido la
muerte, la destructora de mundos", citando el texto sagrado
hindú Bhagavad-Guita (Oppenheimer sabía leer
sánscrito). El 17 de julio de 1945, Truman, presente en la
Conferencia de Potsdam, recibe la noticia de los resultados de
Trinity. El 26 de julio se redacta la Declaración
de Potsdam, en la que se exige a Japón la rendición
incondicional. Se trataba de un ultimátum que afirmaba
que, sin una rendición de ese tipo, los aliados
atacarían Japón y arrasarían el país;
no obstante, no se mencionaba la utilización del arma
nuclear. El gobierno japonés no hace caso a la
declaración de los aliados y Truman, desde Potsdam, da la
orden de lanzar la primera bomba atómica. El comandante
Paul Tibbets es el encargado de arrojar Little boy desde
el avión Enola Gay; la hora fatídica, las
8:15; la fecha: seis de agosto de 1945. Tres días
después, el bombardero B-29 apodado Bock"s Car
deja caer sobre el centro de Nagasaki la segunda bomba
atómica, Fat Man. El 15 de agosto, el pueblo de
Japón oye por primera vez la voz de su emperador, y el
motivo es anunciar la capitulación. El 2 de septiembre, en
la bahía de Tokio, en la cubierta del acorazado Missouri,
se formaliza la rendición.

Esto ha sido un breve resumen de lo que se hizo en Los
Álamos y sus consecuencias bélicas. El proyecto se
llevó a cabo en secreto y se tuvo mucho cuidado con que el
personal fuera de la máxima confianza. Sin embargo, en el
equipo había personas de ideas izquierdistas, y entre
ellas algunas que tenían -o habían tenido-
relación con el partido comunista, y de las que se
temía pudieran pasar información a la Unión
Soviética de Stalin. Éste, a través de la
Tercera Internacional y los partidos comunistas nacionales,
intentaba influir en la política interna de diversos
países. Resulta curioso que se hubiera elegido como
director de un proyecto tan vital para la guerra a Robert
Oppenheimer, una persona de ideas izquierdistas, e incluso con
cierta relación con el partido comunista. Las autoridades
del Proyecto Manhattan conocían su pasado, y sin embargo
siguieron considerándole el hombre más adecuado
para dirigir el trabajo, sin duda debido a sus cualidades como
científico y organizador. Es de suponer que en aquel
momento lo importante era ganar la guerra y demostrar el poder
militar estadounidense; después vendría la Guerra
Fría y las cuestiones políticas.

Volvamos al protagonista de nuestra historia.
¿Qué papel jugó Chew durante la Segunda
Guerra Mundial? Era aún muy joven, pero comenzó su
carrera cuando, en 1943, a Jean Craighead, periodista del
Washington Post, le encargaron escribir un artículo sobre
el National War Labor Board, agencia estatal encargada de
coordinar la industria en tiempo de guerra. La reportera
decidió que el artículo explicaría
cómo contribuía a la guerra el trabajo de un
físico encargado de un ciclotrón (acelerador de
partículas), y que de paso serviría para
reivindicar mejores condiciones laborales para una persona que
estaba contribuyendo a los esfuerzos bélicos. Pidió
ayuda a su amiga Ruth Chew, hermana de Geoffrey, quien en esos
momentos estudiaba en la universidad. El 31 de octubre de 1943,
tras consultar al protagonista del presente trabajo,
apareció el artículo, que mencionaba la posibilidad
de fabricar una bomba a base de uranio. En aquel momento se
estaban realizando en secreto las investigaciones del equipo de
Los Álamos, y nadie ajeno a ellas las conocía. Las
autoridades, alarmadas por lo que tenía todo el aspecto de
un chivatazo, investigaron de dónde había
surgido esa información y se llegó hasta Chew. Como
parecía que sabía demasiado -pero no había
hecho nada malo- se le incorporó al personal de Los
Álamos cuatro meses después de haberse publicado el
artículo, a comienzos de 1944, con apenas veinte
años de edad. Así entró en el panorama
científico nuestro amigo. Ofrecemos un extracto del
artículo citado.

"Just an Atom-smasher"

Por Jean Craighead, Washington Post, 31 de
octubre de 1943.

«A un joven que ha estado estudiando el asunto de
la destrucción de países enteros por medio de los
átomos le gustaría obtener un aumento de sueldo
(…) Ocupado en descubrir la fórmula que permita
destruir Berlín con una cucharadita de polvo antes de que
los chicos de Berlín lleguen a dominar esta
técnica, se ha dado cuenta de que necesita un nuevo par de
zapatos y un abrigo para el invierno.

En el laboratorio donde vive este joven son raros los
pensamientos sobre la tienda de la esquina y la política
gubernamental de congelación de sueldos
(…)

El hilo de la conversación suele derivar hacia
los isótopos utilizados para bombardear, o gira en torno
al efecto de una partícula alfa sobre las fuerzas
eléctricas de un átomo de uranio, o sobre la
destrucción de Berlín por medio de explosivos. Para
él debe haber sido toda una molestia verse perdiendo el
tiempo en un asunto como éste. Sin embargo, el recuerdo de
que necesitaba un aumento de sueldo para comprar cigarrillos fue
más fuerte que la ciencia de los isótopos, por lo
que se tomó algo de tiempo para escribir a su departamento
ministerial con el fin de preguntar qué debería
hacer en este caso.

¿Por qué no otro trabajo? Al recibir la
carta comenzaron a pensar qué podrían hacer para
mejorar el sueldo de un investigador atómico. Una de las
soluciones propuestas era que consiguiera un aumento mediante
otro trabajo. Pero un investigador de esta clase, después
de haber estudiado siete años para ser un experto en su
campo, difícilmente aceptaría cambiar de trabajo.
Este joven no es un personaje ficticio, sino que está muy
vivo. Sin embargo, debido al carácter secreto de su
trabajo, no podemos publicar su nombre.»

Al acabar la guerra, Chew asistió a la
Universidad de Chicago, donde fue alumno de Fermi y de Teller, y
compañero de Marvin Goldberger, quien siempre ha mantenido
una sincera admiración por su colega. Terminó el
doctorado en 1948, en menos de dos años y medio, bajo la
dirección de Enrico Fermi. El título de su tesis
fue "The Elastic Scattering of High-Energy Nucleons by
Deuterons". Ese mismo año, junto con su compañero
Goldberger, asistió como alumno post-doctorado al
Radiation Laboratory de Berkeley, para colaborar con Robert
Serber, quien había participado en el Proyecto Manhattan e
ideado los nombres de las dos bombas atómicas lanzadas
sobre Japón. Serber, después de lanzarse las
bombas, acudió a Hiroshima y Nagasaki para comprobar
in situ el poder destructor de las mismas. A pesar de su
labor en la guerra -lo mismo que sucedió con otros
científicos notables-, en 1948 tuvo que defenderse de la
acusación de deslealtad, que se originó porque
varios familiares de su mujer eran judíos de tendencia
socialista. También influyeron sus discusiones con Edward
Teller, el más belicista y adepto al uso militar de la
energía nuclear entre los científicos de la
época.

Volviendo a Chew, haciendo un breve resumen de lo que
vamos a exponer a lo largo de este trabajo, casi toda su labor
tuvo lugar en la Universidad de Berkeley, California, excepto
unos años en que impartió clase en Illinois. El
punto cumbre de su carrera tuvo lugar desde mediados de los
años cincuenta hasta mediados de los sesenta. A pesar de
todos sus esfuerzos -como veremos-, a finales de esta
década sus teorías ya habían perdido gran
parte de su atractivo. Después de mediados de los setenta
se ha vuelto a reivindicar su trabajo, pero no ha sido tanto
desde el ámbito de la ciencia, sino desde sectores menos
serios, semi-científicos e incluso
pseudo-científicos, después de que Fritjof Capra,
uno de los ideólogos de las tendencias más
próximas a la ciencia rigurosa del movimiento New Age
-aunque también cae en ciertas simplificaciones y excesos-
, le reivindicara en su best-seller El Tao de la
Física
como fundador de una nueva forma de pensar la
Física y la Filosofía.

En el ámbito académico, Chew fue alumno de
Enrico Fermi y Edward Teller, y profesor de David Gross y John
Schwarz, por nombrar sólo a algunos científicos muy
conocidos. Es profesor emérito de la Universidad de
California desde 1991, y forma parte de la National Academy of
Sciences y de la American Academy of Arts and Science.
Recibió el Hughes Prize de la American Physics
Society en 1962 y el Lawrence Prize en 1969. Se ha
casado dos veces; perdió a su primera mujer en 1971, tras
una trágica enfermedad. Con ella había tenido dos
hijos mellizos, Beverly y Berkeley. Con Denyse, su segunda mujer,
ha tenido tres hijos: Pierre-Yves, Jean-Francois y
Pauline.

Los comienzos de
la carrera de Chew

2.1. La posguerra

El nombre de Chew ha estado casi siempre ligado a la
Universidad de California, y ya con veinticinco años era
allí profesor asistente. Sin embargo, muy pronto surgieron
ciertos problemas que describiremos a continuación.
Siempre fue poco amigo de seguir normas irracionales por mera
obediencia a quienes las dictan, de la misma forma que no
aceptó la tradición imperante en Física, la
teoría cuántica de campos, como también
explicaremos posteriormente. Por eso, a comienzos de la
década de los cincuenta se comprometió en
actividades políticas relacionadas con el mundo
académico, coincidiendo con uno de los períodos
más oscuros de la vida social y cultural
estadounidense.

La Segunda Guerra Mundial, con la lucha contra el
nazismo, había supuesto un relativo parón en la
sempiterna actitud anticomunista de los Estados Unidos, el
país del individualismo y del pionero emprendedor. Sin
embargo, poco después de terminar la guerra se
retomó esta característica del pueblo
norteamericano, ahora con más intensidad porque la
Unión Soviética se erigía como único
opositor a la dominación estadounidense sobre el mundo. A
ello se unía que el monopolio nuclear de Estados Unidos
estaba en peligro e iba a durar poco. Es precisamente en este
ambiente de gran relevancia de la energía atómica
donde entra en juego la importancia concedida a la física
teórica, así como el miedo al espionaje
científico y a una posible venta de información
nuclear al enemigo.

Los científicos -en especial los físicos-
se van a encontrar con que los políticos, los periodistas
y la opinión pública desean controlar su actividad.
Pero ellos, conscientes de su papel y de las amenazas que planean
sobre el mundo debido a los riesgos inherentes a la
energía nuclear, saben que tienen mucho que decir. Ya el
11 de junio de 1945, dos meses antes de lanzarse las bombas
atómicas sobre Japón, James Franck había
elaborado un reportaje sobre los peligros del empleo de armas
nucleares y de su posible proliferación tras la guerra,
conocido como "Informe Franck". Dice Sánchez Ron que "no
es preciso elucubrar mucho sobre lo que esta pequeña
historia significa. Los científicos habían hecho
posible y puesto en marcha un instrumento que poseía
obvias implicaciones sociopolíticas. Algunos intentaron
controlar esas implicaciones, pero los políticos no se lo
permitieron. Un nuevo ejemplo, particularmente transparente, de
las relaciones entre el poder y la ciencia" (Sánchez Ron,
2007: 743).

Muy al contrario, las autoridades no sólo no iban
a permitir que los científicos tomaran las decisiones
relativas a la energía atómica, sino que
desconfiaron por completo de aquellos cuyo trabajo fuera vital
para la seguridad del país y que -por motivos
ideológicos- pudieran pasar al enemigo información
considerada como secreto de estado. La polémica estaba
servida:

Cuando la guerra terminó, los científicos
fueron catapultados a un papel destacado, debido a su trabajo en
la producción de penicilina, el radar y, sobre todo, la
bomba atómica (…) Personas cuyos flirteos con el
socialismo o el comunismo durante la década de los treinta
no había sido nada de lo que avergonzarse se encontraron,
a finales de los cuarenta, con que eran objeto de temor y odio
(…) Los americanos veían a los ocupantes del
Kremlin como unos conspiradores diabólicamente brillantes,
implicados en una conjura para conquistar el mundo y esclavizar a
la humanidad (…) ¿Por qué los
científicos estaban entre los grupos cuya lealtad
más preocupaba? La respuesta es fácil (…)
Desde la guerra eran considerados vitales para la seguridad
nacional. Ellos sabían secretos, en concreto los
relacionados con las armas nucleares. Además, en los
años cincuenta el público norteamericano se dio
cuenta de que los científicos solían tener ideas
políticas liberales o izquierdistas (Cfr. Badash,
2000).

Suele identificarse este período con el
ultraconservador senador Joseph McCarthy y denominarse con el
nombre de "macartismo", pero lo cierto es que, antes de que
éste disparase la histeria colectiva con su siempre
cambiante lista de comunistas infiltrados en el gobierno, el
Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC = House
Un-American Activities Committee
), dependiente de la
Cámara de Representantes, ya cazaba sus propias brujas
unos años antes. El futuro presidente de los Estados
Unidos, Richard Nixon, fue una de las figuras más
destacadas de este organismo a finales de los cuarenta y
comienzos de los cincuenta, y de hecho forjó los inicios
de su carrera al lograr brillar con luz propia en la heroica
tarea de búsqueda y captura de rojos. También antes
de que McCarthy entrara en escena, el FBI de John Edgar Hoover ya
acosaba y detenía a cualquier sospechoso de disidencia, e
incitaba a la delación y a la denuncia, que bien
podían ser anónimas. Nixon, Hoover y McCarthy: el
triunvirato del ultraconservadurismo y visceral anticomunismo
estadounidenses.

Por citar un nombre conocido, Alger Hiss, empleado
público, doctor en leyes por la Escuela de Leyes de
Harvard y miembro de la delegación norteamericana que
acompañó a Roosevelt a la Conferencia de Yalta en
febrero de 1945, fue acusado de haber pertenecido a una
célula secreta del Partido Comunista en los años
30. Nixon, al mando del HUAC, dio un buen impulso a su carrera
intentando demostrar que era un espía soviético, y
después de un largo proceso fue condenado a tres
años y medio de cárcel por perjurio. Poco
después, el senador McCarthy comenzó a
enseñar su tristemente famosa lista de comunistas
infiltrados. En realidad, nunca encontró elementos
subversivos, y la mayoría de los implicados eran
totalmente leales; no obstante, fueron seleccionados y
defenestrados por haber sido anteriormente simpatizantes de
izquierdas.

Partes: 1, 2, 3

Página siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter