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La importancia del habla popular y el derecho a la diferencia




Enviado por Luis Ángel Rios



  1. Presentación de los
    capítulos
  2. Comentario crítico
  3. Ensayo
    argumentativo de la importancia del derecho a la diferencia
    en la convivencia académica
  4. Notas

En el presente texto me propongo disertar sobre la
temática expuesta en el libro La importancia de hablar
mierda (O los hilos invisibles del tejido social
), escrito
por el investigador e intelectual colombiano Nicolás
Buenaventura (1918-2008). Mi metodología de trabajo se
desarrolla comenzando por la presentación de los
capítulos del texto, para proseguir con un comentario
crítico del mismo y culminar con un ensayo argumentativo
sobre la importancia del derecho a la diferencia en la
convivencia académica.

Presentación de los
capítulos

LAS VERDADES Y LAS MENTIRAS DE MI
PADRE

Según el autor, su complejo universo familiar se
compone de verdades y mentiras, y son las realidades, que
representan y simbolizan lo objetivo (las verdades) y lo
subjetivo (las mentiras), son la razón de existir de la
familia; las verdades porque satisfacen las necesidades primarias
(pan, mesa y casa) y las mentiras (los relatos fabulosos del
padre) porque recrean el mundo fantástico y lúdico
que alimenta al espíritu.

La familia, como la primera comunidad humana, cuenta con
dos sistemas de relaciones o tramas que la conforman: las
verdades y las mentiras. Las verdades son el tejido de relaciones
referentes a los objetos, a las cosas. Las mentiras son la red de
relaciones que se refieren a los símbolos, a los objetos
"simbolados". Las verdades se refieren al trabajo o a lo laboral
y las mentiras al juego o lo lúdico. Las verdades
corresponden a las "relaciones sociales" y las mentiras a las
"relaciones sociables". Así, la familia es sociedad y
sociabilidad simultáneamente.

El tejido social (la sociedad) se elabora a partir de
relaciones materiales, que no se escogen o no se opta por ellas,
y el entramado sociable (la sociabilidad) se construye con
relaciones de libre elección. Este tipo de relaciones
interactúan armónica y
recíprocamente.

Las relaciones sociales y sociables conforman la
cultura, fenómeno que se da al interior de una comunidad.
El entramado comunitario necesita del sistema de relaciones
sociales y sociables, debido a que son necesarias, primarias y
determinantes. La cultura es el producto de la
integración equilibrada entre trabajo y juego, entre
realidad y fantasía, "entre su mundo real y su mundo
simbolado".

LA HISTORIA DE LOS OBELISCOS

A partir de las postrimerías del siglo XIX
cambió, para Occidente, el concepto de cultura,
como despojo y acopio del patrimonio material histórico de
algunos lugares del mundo, otrora bajo el dominio de los
imperios, transformándose al significado de
identidad.

Con el desarrollo y avance de la tecnología, la
sociedad y la cultura cambian, se renuevan, pero conservando su
identidad. El concepto dinámico, funcional y ligado a la
vida y a la realidad presente sería la manera como dentro
de una comunidad "se casan y se influyen mutuamente" los
universos del trabajo y del juego, es decir, lo laboral y lo
lúdico, los sistemas de relaciones sociales y sociables,
el mundo de la producción y el de la recreación, el
de los objetos y el de los símbolos.

EL TIEMPO TOTAL

En procura de precisar el concepto de cultura,
el autor relata cómo una faena propia de la
geografía llanera se convierte, al mismo tiempo, en
trabajo y juego. Trabajo, conversación y juego poseen un
solo tiempo, lo mismo que sociedad y sociabilidad. Así, la
cultura es el vínculo entre relaciones sociales y
sociables, es decir, trabajo y juego, o mundo laboral y mundo
lúdico.

A pesar de que el auge de la tecnología (propia
de la modernidad) ha tratado de diferenciar el arte de la
industria humana, en nuestra cultura local se aprecia que es tan
artista el alfarero como el artesano, la cigarrera, los
músicos o los candongueros.

EL TIEMPO LIBRE

Reflexionando y comparando la cotidianidad rural y la
urbana, se encuentra que mientras que el trabajo rural se combina
con el juego, el trabajo urbano, dada su peculiar
dinámica, no ofrece espacios para el juego, el canto y la
conversación. Sin embargo, el trabajador urbano, a
través del partido callejero de fútbol del
mediodía, busca ganar espacios para el juego, para su
dimensión lúdica, tratando de huir de la
monotonía. En la cultura del tiempo libre cada
uno juega su propio partido.

La cultura del tiempo libre, en el trajín de la
modernidad (movida por la razón instrumental), busca
ludizar el trabajo, alejando a la persona de los determinismos
para que rompa con su "destino natural" y asuma su "destino
individual", y de esta forma se humanice.

No obstante las numerosas luchas épicas por las
reivindicaciones laborales, ha desaparecido el "poder obrero" que
la "cultura del tiempo libre" pretende integrar al trabajo dentro
de ésta como goce, creatividad y juego para que el
disfrute de producir sea más creador que el lucrativo; es
decir, el predominio de las relaciones sociables (propias de la
lúdica o el juego) sobre las sociales (inherentes al
trabajo).

LA IMPORTANCIA DE HABLAR MIERDA

El discurso popular debe primar sobre el discurso
ritual, oficial, ajeno, lineal, inauténtico, para que la
comunicación sea la palabra por la palabra, que la palabra
se case con ésta y no que la palabra se case con el asunto
o con la idea, que sea "hablar por hablar".

La persona se transforma cuando está disertando
en una asamblea, en un evento oficial. En ese escenario
inauténtico su lenguaje cotidiano (rico en léxico
popular) desaparece, se oculta, para dar paso a la oratoria, al
discurso coherente (pero vacío), lineal, unívoco,
en el cual se opaca la amena y agradable conversación
cotidiana pletórica del habla popular.

El discurso oficial es prestado, artificioso,
pragmático, no comunica lo que en realidad el emisor desea
comunicar, porque ese discurso no le pertenece; ése no es
su lenguaje, su habla popular, llena de palabras que sirven para
hablar en serio, para dialogar y para hacer de la
comunicación un escenario de amor.

Es, precisamente, mediante el discurso popular, que es
común, noble, generoso, horizontal, constructivo, ancho y
biunívoco, como se establece una genuina
comunicación humana. Es por eso que es importante hablar
por hablar, "hablar mierda".

LOS CÍRCULOS DE LECTORES

Tras la popularización del libro, en el siglo
XVI, el mensaje desde afuera de la comunidad, que era
traído por el viajero (poseedor de la verdad),
empezó a volar con sus propias alas y a no tener
dueño; la noticia dejó de ser exclusiva del
viajero.

Después del "segundo libro", el libro propio del
lector, se crean los "círculos mundiales de lectores de la
Edad Moderna", que empiezan con los lectores de la Biblia, luego
siguen los del círculo de lectores de los liberales y
jacobinos, y el tercero será el de los del "club
socialista", los lectores del "Manifiesto del Partido Comunista".
Estos círculos buscaban explicitar el mensaje que no
tenía dueño, el del libro personal, el libro del
lector.

EL BUEN AMOR

El derecho a ser distinto, esencia del humanismo
moderno, es la síntesis de todos los derechos humanos, que
giran alrededor del derecho a ser distinto. El
reconocimiento de la diferencia, del ser otro, de ser tolerante,
es el derecho que impera sobre los demás derechos. Opinar
es el derecho a ser distinto. La privacidad, ser minoría o
tener derecho a la vida, es el derecho a ser distinto.

En la ética humana, en la ética del amor,
es imperativo respetar la diferencia, la opinión, la
actitud y la actividad contraria de buena manera, ser tolerante,
reconocer al otro como un ser distinto. El respeto por la
diferencia implica respetar la libertad de cada uno, sus
linderos, su pensamiento, sus palabras, sus ideas, sus gustos,
sus vicios y sus virtudes, en fin, su particular estilo de vida,
su peculiar ser como una totalidad.

Es necesario amar, apasionarse, interesarse e intrigarse
por la diferencia. No basta con aceptar y respetar al otro como
ser distinto, hay que aceptar que nos gusta, que nos atrae, que
nos enamoramos de la diferencia. Con el encuentro de las
relaciones sociales y sociables se busca trascender la
ética del deber por la ética del amor.

Aceptar la diferencia implica aprender a escuchar al
otro, palabra a palabra, e interiorizar su discurso, como el
único regalo que damos al otro. La opinión
contraria merece mi interés, mi respeto, mi amor, mi
apropiación.

La diferencia exige oír las palabras y los
silencios del otro, de mi interlocutor, en procura de facilitar,
promover y posibilitar el diálogo de éste que busca
luces para proseguir o esclarecer sus ideas. Oír a los
demás es oírse a sí mismo. El arte de saber
oír equivale al arte de amar. En este sentido hay que
demostrar entusiasmo ingenuo y apasionamiento espontáneo
por lo distinto, por la diferencia. Las relaciones de tolerancia
y respeto mutuo llevan de la ética del deber a la
ética del amor.

MAGIA Y CIENCIA

Los "sabedores populares" (los supersticiosos,
los magos, los cuenteros, los creyentes de milagros, los
pastores, los relatores de mitos y leyendas, los
soñadores, los que también confían en el
saber sistematizado) contribuyen a la conformación de la
"cultura nacional colombiana", que se nutre de la
integración de magia y ciencia.

Los "hombres cultos" son aquellos que, tras llegar a una
región, se sintonizan con la palabra, con el habla, con
las leyendas, los mitos y la fabularía propia del lugar
adonde se llega; ellos son los representantes genuinos de una
civilización auténtica.

Los sabedores populares configuran la naturaleza popular
nuestra, eliminando los linderos entre lo que es esencial en las
culturas del "tiempo total" y las del "tiempo libre". De esta
manera la magia y la ciencia no se oponen sino que se colocan
paralelamente.

Nuestra cultura auténticamente nacional, dual,
biunívoca, se conforma de la integración
armónica de los territorios de frontera (escenario de las
novelas La María, La Vorágine y Cien
Años de Soledad
, que son "la expresión
artística más totalizante de esta cultura dual
colombiana"), donde se encuentran los conglomerados ricos en
diversidad cultural, y los del interior o región andina,
que propende que en el escenario del "tiempo libre" se de la
unión del estudio y el recreo y el trabajo y el deporte.
Es precisamente en esa fusión de las fronteras con el
interior donde puede hallarse una auténtica "cultura
nacional colombiana".

Comentario
crítico

El texto se compone de ocho reflexiones y propuestas del
autor, mezcladas con relatos ricos en alegorías,
símiles y metáforas, a través de las cuales
se tratan con habilidad y profundo conocimiento, mediante un
lenguaje diáfano y ameno que facilita la
comprensión de temas apasionantes y de capital importancia
e interés para nosotros los educadores, como la cultura
colombiana, el habla popular, el derecho a la diferencia y la
sabiduría popular, entre otros.

Se desprende del texto que el autor conoce los aspectos
sobre los que diserta y que ha estado inmerso en la cotidianidad
rural y urbana, canteras fructíferas para la
extracción del material de su trabajo investigativo y
reflexivo, orientado a nutrir el amplio y complejo universo de
nosotros los educadores, que con profundo regocijo pondremos
nuestro esfuerzo para apropiarnos de la sabiduría
allí vertida como un recurso pedagógico para
implementarlo en el quehacer académico en procura de que
los estudiantes entiendan el concepto de cultura, tal como lo
define el autor, aprendan a conocer y aceptar el reconocimiento
de las diferencias y establecer vínculos comunicativos en
donde los interlocutores sean escuchados, comprendidos y
reconocidos como personas con ideas, pensamientos y opiniones
contrarias a las nuestras, pero que, por su validez, merecen la
generación de espacios para la convivencia armónica
y pacífica. Es por eso que espero que "sus
enseñanzas se traduzcan en motivo de profundas
reflexiones" (p. 8) en mi desempeño docente.

Así como reconozco que las reflexiones del autor
son claras, también acepto que algunas de sus ideas no
siguen una secuencia lineal sino que hay que realizar un esfuerzo
para "cazarlas" porque se encuentran dispersas y hasta veladas.
Pero esta pequeña "dificultad" no le resta ímpetu y
profundidad al texto ni a las reflexiones y a las propuestas que
su autor acomete.

Los frecuentes relatos que enriquecen el escrito son
agradables, sencillos y muy elocuentes. En ellos se percibe la
espontaneidad, el mundo fantástico y lúdico, la
creatividad, el ingenio, la sencillez y la sabiduría de
las personas que habitan en el sector rural.

El rico universo del autor me llevó por los
apasionantes senderos, alumbrados por sus reflexiones, sus ideas,
sus pensamientos, su temática, su cosmovisión y su
particular manera de percibir, interpretar y sistematizar la
realidad desde su doble dimensión de intelectual y de
educador, y con meridiana claridad me introdujeron en la
definición del complejo (y a veces ambiguo) concepto de
cultura, la armonía entre trabajo y juego como el
entramado de relaciones sociales y sociables, la cultura como
identidad, la conversión del trabajo en lúdica, el
rescate de la dimensión lúdica del tiempo libre, la
diferencia entre el discurso popular y el discurso oficial, el
reconocimiento del derecho a ser diferentes como esencia del
humanismo moderno, y la sabiduría popular en su
relación magia y ciencia.

A juzgar por los primeros párrafos de Las
verdades y las mentiras de mi padre
, pareciere que la verdad
sólo se encuentra en lo objetivo, en lo concreto: pan,
mesa y casa; es decir, en la satisfacción de las
necesidades primarias. Y la fantasía en las mentiras, en
las fabulaciones, como algo que merece ser practicado.
¿Acaso esto haría de la verdad algo meramente
utilitario y pragmático? Encuentro en las historias de la
tempestad y de las yucas (páginas 10 y 11) cierto tinte
"garciamarquiano" (más evidente en "la historia de las
yucas") como el que encontramos en Cien Años de
Soledad
: "Un hilo de sangre salió por debajo de
la puerta, atravesó la sala, salió a la calle,
siguió en un curso directo por los andenes disparejos,
descendió escalinatas y subió pretiles, pasó
de largo por la calle de los Turcos, dobló una esquina a
la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo
recto frente a la casa de los Buendía, pasó por
debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas
pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió
por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del
comedor, avanzó por el corredor de las begonias y
pasó sin ser visto por debajo de la silla de
Amaranta
…" (GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel.
Cien Años de Soledad. Oveja Negra, Bogotá,
1982, p. 132).

La forma en que el autor define la "cultura"
reforzó mi vaga idea de este término tan
polisémico. Al referirse a ésta "a la manera como
se logran integrar en una comunidad los dos sistemas de
relaciones que la conforman, es decir, la sociedad y la
sociabilidad" nos muestra que "la cultura está al interior
de la comunidad" (p. 14), y que dentro de ésta "existe un
entramado complejo de relaciones humanas" (p. 15). Consciente de
esta realidad, es responsabilidad de los educadores propiciar
espacios para que los estudiantes dialoguen con argumentos, se
comuniquen de manera biunívoca, hallen en la palabra su
dimensión comunicativa y una forma de convivencia
armónica, reconozcan sus dimensiones lúdicas, y
desarrollen habilidades de interacción e
interrelación amena y cordial a partir del reconocimiento
y aceptación de las diferencias.

A pesar de que todas las reflexiones son interesantes,
me llamaron profundamente la atención las de La
importancia de hablar mierda
y la de El buen amor,
porque éstas son un llamado a los educadores para que
generemos espacios de auténtica comunicación con
nuestros alumnos y entendamos que las opiniones de éstos
también merecen nuestro respeto, tolerancia y
aceptación como fundamento esencial del derecho a la
diferencia.

Así parezca que las reflexiones no tienen
relaciones de sucesión o de continuidad entre ellas, se
puede colegir que están ligadas con hilos e ideas
invisibles y casi "imperceptibles". En las tres primeras y en la
última (por citar un sólo ejemplo) es evidente la
definición y precisión del concepto de "cultura",
pero éste continúa presente en las demás, a
pesar de que no se profundice de manera taxativa en él. Al
fin y al cabo las alusiones como "la cultura del tiempo libre",
"el discurso popular", "la cultura humana", "la formación
de una cultura" y otras más consignadas dentro del texto
tienen relación con dicho tema, tan amplio y rico en
matices. El autor precisa que "el concepto de cultura" era la
meta que más importaba "en el presente texto".

Disintiendo un poco del autor, pienso que algunos
discursos "oficiales" no siempre son uniformes, lineales,
filudos, parejos y unidimensionales. A veces comunican, informan
y generan espacios amenos y hasta lúdicos, mientras que
ciertos discursos populares, por acudir al lenguaje vulgar,
podrían incomodar e incomunicar a un receptor que
sólo se limite a oír una conversación
popular recargada de "palabras vulgares".

No logré establecer alguna relación entre
los números 108 y 109, reiterados con frecuencia en el
texto. Si ocultan un velado simbolismo no pude descubrirlo.
¿Tendrán alguna finalidad o serán simples
caprichos inconscientes del autor?

Ensayo
argumentativo de la importancia del derecho a la diferencia en la
convivencia académica

Teniendo en cuenta algunos aspectos tratados en el libro
citado defiendo la tesis de que el derecho a la diferencia es un
elemento importante e indispensable para la convivencia en el
ámbito académico.

En nuestra región es frecuente que se presenten
constantes roces o enfrentamientos entre los docentes y los
discentes que en algunas ocasiones alteran la cotidianidad
académica. Estos conflictos tienen su origen, en la
mayoría de los casos, en la evidente falta de tolerancia
tanto de profesores como de estudiantes. Antes de ceder en sus
obcecadas posiciones, obnubilados por su arrogancia, prepotencia
y arraigado hábito de "tener siempre la razón",
optan por el atropello, el agravio, la agresividad o la
imposición de sus opiniones como una manera, en
apariencia, expedita de solucionar los conflictos.

Ese ambiente de confrontaciones impide el normal
desarrollo de la dinámica educativa, por cuanto se
suscitan resentimientos y animadversiones como secuela de los
conflictos inadecuadamente resueltos. Es así como el
estudiante puede desmejorar su rendimiento académico,
desatendiendo su quehacer debido a los temporales sentimientos
antagónicos en contra del educador. En esa
dialéctica podría ocurrir que los dos trataran de
"hacerse la vida imposible".

Es común que las desavenencias o los conflictos
se presenten con mayor frecuencia entre los estudiantes, producto
de su inmadurez y de su falta del reconocimiento de las
diferencias. Esta es una realidad que viene generando
múltiples inconvenientes que afectan profundamente la
convivencia armónica y pacífica no sólo en
el universo intraacadémico sino en el mundo de las
relaciones extraacadémicas. Como es bien sabido, en
algunos colegios se han presentado agresiones con armas
cortopunzantes. Esas dificultades, que surgen por el
desconocimiento del derecho a la diferencia y del respeto por los
demás, también trastornan la dinámica de
trato y comunicación, en la mayoría de los casos,
entre los padres y hermanos de los discentes involucrados en los
conflictos.

Son estas las razones que hacen necesaria la
implementación de la cultura del respeto por lo distinto,
por la diferencia, por los demás, que es un postulado
democrático que facilita la convivencia. El derecho a la
diferencia, tratado por el profesor Nicolás Buenaventura
en una parte del libro que me ocupa, es una herramienta que
propicia la convivencia democrática. La enorme
dimensión de este derecho abarca el respeto por las ideas
ajenas, por el pensamiento divergente, por "la libertad de
expresar y difundir su pensamiento y opiniones"1, por el derecho
de escoger nuestro propio yo, aunque ese yo sea diferente del yo
de los demás, por el derecho a sentir lo que sentimos,
aunque esos sentimientos sean desaprobados por los demás,
por el derecho de decidir, de desarrollarnos y de vivir
congruentemente con nosotros mismos y de compartir sin
justificación.

Reconocer y respetar el derecho a la diferencia implica
entender al "otro", reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es;
sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que
piense y actúe como nosotros. Es aprender a valorar la
diferencia como una ventaja que nos permite ver y compartir otros
modos de pensar, de sentir y de actuar. Es valorar la vida del
otro como mi propia vida.Comparto el punto de vista del
filósofo Estanislao Zuleta porque identifica democracia
con el derecho a la diferencia, "la esencia misma del humanismo
moderno"2 y no reconoce la democracia como el gobierno de la
mayoría, sino como el "derecho del individuo a diferir
contra la mayoría; a diferir, a pensar y vivir distinto,
en síntesis, al derecho a la diferencia".3 El mismo
Voltaire, desde el siglo XVIII, nos invitaba a la práctica
de la tolerancia, porque "no hay ninguna ventaja en perseguir a
aquellos que no son de nuestra opinión y en hacernos odiar
de ellos".4 Ésta, como actitud y comportamiento,
individual, social o institucional, caracterizado por la
consciente permisividad hacia los pensamientos y acciones de
otros individuos, sociedades o instituciones, se relaciona
estrechamente con la democracia y la libertad. Precisamente,
Colombia, como "Estado social de derecho"5 y República
"democrática, participativa y pluralista",6 debe ser el
escenario propicio para que la comunidad sea tolerante tal como
lo contempla el derecho a la diferencia.

El derecho a la diferencia se relaciona con la
alteridad, la cual no sólo reconoce al otro como diferente
sino como distinto. Reconocer al otro como persona implica
intentar descubrir el sentido de lo que hace y soporta, de lo que
parece pasarle, de lo que lo perturba, de lo que lo hace sentirse
incómodo o de mal humor, y tomar conciencia de que
compartimos un mundo común como posibilidad del nosotros.
"El reconocimiento de la alteridad facilita la coexistencia entre
la extrema rareza y la reciprocidad. El temor del primer
contacto, contrariamente a nuestra expectativa, no elimina al
otro sino que lo refuerza en su ser".7 La alteridad
supone aceptar la existencia del otro como diferente, opuesto o
contrario.

La práctica cotidiana del derecho a la diferencia
permitirá la generación de nuevos espacios de
tolerancia para que mejore la convivencia en la vida
académica, por cuanto se propiciarán escenarios de
respeto por las ideas, los pensamientos, las actitudes, las
conductas, los ademanes, las opiniones y la cosmovisión de
profesores y alumnos. En nuestra convivencia tenemos que aceptar
que no existen rivales o enemigos, sino interlocutores
válidos que piensan, sienten y actúan en forma
diferente. Pareciere que muchos piensan que los demás no
son personas para amar sino competidores a los que hay que
ganarles y hay que tumbar. Esta actitud debe superar en el
escenario de una convivencia tolerante. De esta manera,
además del evidente progreso en las relaciones
interpersonales y la disminución de los conflictos, se
abrirán escenarios para la comunicación asertiva,
empática, biunívoca, es decir, una
dialéctica, entendida como el arte de dialogar, argumentar
y discutir, en donde los interlocutores experimenten un acto
comunicativo que sea intercambio recíproco y
armónico de mensajes y no un canje de agravios.

Lo anterior podría posibilitar que el estudio se
ludizara, es decir, que la tediosa actividad académica se
fusionara con el juego hasta perder sus linderos naturales,
porque "lo primero que nos enseña la escuela nuestra es a
separar el disfrute del trabajo, y el estudiante del saber",
señala Estanislao Zuleta, con quien comparto su
opinión, y agrega que "existe el tiempo de clase, que es
el tiempo obligatorio y aburrido, y el tiempo del recreo".8
Así, cuando el estudiante ingresa al mundo educativo no
sólo adquiere conocimientos sino que aprende que estudiar
es lo contrario de gozar, de jugar, de disfrutar, de estar
contento. De la misma forma se facilitaría una
comunicación en donde profesores y estudiantes acudieran
al discurso popular como una manera de comprenderse mejor.
Incluso los educadores serían más asertivos y no
sólo escucharían a sus alumnos, sino que los
oirían horizontalmente y no verticalmente, sin las
incómodas apariencias jerárquicas y prepotentes del
"yo ordeno", "yo decido", "yo enseño", "yo someto".
Entonces estaríamos atendiendo el llamado del aludido
Nicolás Buenaventura que nos recomienda oír a los
demás, "porque oír horizontalmente a aquellos que
están en nuestro propio nivel social es un poco
oírse a sí mismo".9 Esto permitiría que los
actores del acto educativo le arrancaran instantes de creatividad
y fantasía, de lúdica, a la monótona y
mecánica jornada escolar, debido a que "los niños
aprenden más y a mayor velocidad si se les educa en un
ambiente distendido que favorezca la risa y la
comunicación"10

Notas

1 Constitución Política de Colombia, art.
20

2 BUENAVENTURA, Nicolás. La Importancia de
Hablar Mierda.
Cooperativa Editorial Magisterio,
Bogotá, 1996, p 65.

3 ZULETA Estanislao. Educación y Democracia,
un campo de combate
. Corporación Tercer Milenio,
Bogotá, 1995, p. 75.

4 VOLTAIRE. Tratado sobre la Tolerancia.
www.libro.dot.com p.49.

5 Constitución Política de Colombia, art.
1.

6 Ibídem.

7 THEODOSIADIS, Francisco. Alteridad, ¿la
(des) construcción del otro?
Cooperativa Editorial
Magisterio, Bogotá, 1996, p. 41.

8 GRUESO, Delfín Ignacio. Conversaciones con
Estanislao Zuleta
. Fundación Estanislao Zuleta,
Bogotá, 1997, p. 81.

9 BUENAVENTURA, Nicolás. Ob. cit. P.
72.

10 ALCALDE, Jorge. En busca de la energía
vital.
Revista Muy Interesante, p. 31

 

 

Autor:

Luis Angel Rios Perea

 

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