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Dominus Iesus. Texto y contexto



  1. Resumen
  2. Preámbulo
  3. Un
    poco de antecedentes
  4. La
    teología del pluralismo religioso y sus
    anomalías
  5. Una
    respuesta
  6. Concluyendo

Resumen

En el año 2000 la publicación de la
declaración Dominus Iesus provocó muchas
reacciones. El documento es válido porque su razón
de ser está aún viva entre nosotros y en franco
desarrollo en algunos contextos, sobre todo, latinoamericanos y
norteamericanos. La vigencia del documento y la necesidad de que
se le entienda bien hacen importante retomarlo y estudiarlo una
vez más.

Palabras clave.

Dominus Iesus, cristología,
teología del pluralismo religioso, misión,
Iglesia.

Preámbulo

Con fecha del 6 de agosto del 2000 y aprobado por el
Santo Padre el día 16 de junio del mismo año,
apareció la Declaración Dominus Iesus de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.

Como sabemos, una declaración de este tipo no
enseña doctrinas nuevas, sino que solamente reafirma la
doctrina católica definida o enseñada en anteriores
documentos del Magisterio de la Iglesia, indicando su recta
interpretación frente a errores doctrinales difundidos en
el ambiente teológico y eclesial de nuestros
días[1]

Nos ubicamos así ante un documento que, sin
pretender frenar la labor de los teólogos, invita a la
exploración dirigida en torno a cuestiones que, hoy por
hoy, resultan de importancia creciente, tal y como trataremos de
indicar en los siguientes renglones.

Un poco de
antecedentes

Previo al documento que ocupa nuestra atención,
tanto el Magisterio como las comisiones teológicas han
emitido orientaciones en torno a las cuestiones que trata Dominus
Iesus. Veamos algunos ejemplos:

  • en 1984 el Secretariado para los no cristianos
    publicó sus reflexiones acerca de La actitud de la
    Iglesia frente a los seguidores de otras
    religiones;

  • el 27 de octubre de 1986 se celebró en
    Asís el encuentro gemelo al que en 2002 se ha
    celebrado y allí Juan Pablo II mostró su
    capacidad de apertura fraterna sin visos de sincretismo de
    frente a hombre y mujeres deseosos de fomentar un mundo
    más unido y fraterno;

  • también en 1986 la Congregación para
    la Doctrina de la fe envía la Carta a los obispos
    de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la
    meditación cristiana
    en la que alerta acerca de
    desviaciones en torno a la asunción por parte de
    cristianos de algunas técnicas de meditación
    orientales incompatibles con el Evangelio;

  • luego vendrá la encíclica
    Redemptoris missio, en la que el Papa saca de la
    perplejidad a quienes se preguntaban en torno a la validez
    actual del ideal misionero;

  • en 1996 la Comisión teológica
    internacional publica su estudio El cristianismo y las
    religiones
    como respuesta a la ya demasiado difundida
    Teología del pluralismo religioso;

  • vendría luego el año 1998 con la
    comentada Notificación de la Congregación
    para la Doctrina de la fe sobre los escritos del P. Anthony
    de Mello;

  • para el 2000 aparece el documento que nos
    reúne y

  • en el 2001 se produciría otra llamada de
    atención a un teólogo, también afincado
    en India y cercano a las corrientes de la Teología del
    pluralismo religioso, se trata del jesuita belga Jacques
    Dupuis quien para ese momento era aún decano de la
    facultad de teología de la Universidad
    Gregoriana.

Como se ve el camino es prolongado y más
aún si partimos de los contenidos innovadores de
Nostra Aetate, misma que en 1991 suscitó un
comentario que la actualiza y que llevó como título
Diálogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones sobre
el diálogo interreligioso y el anuncio del
Evangelio.

Sin embargo y a pesar de la fuerza de los documentos y
de los argumentos presentados, los abusos no cesan. Por esta
razón, retomar la Dominus Iesus no sobra en modo
alguno.

La
teología del pluralismo religioso y sus
anomalías

Por 1996 apareció el la revista
Communio[2]un artículo H. Bürkle,
profesor de la facultad de teología de la Universidad de
Munich, titulado Lo absoluto en fuera de juego. Un texto
que retrata la teología pluralista de las religiones y le
marca sus sombras.

Vale la pena recordar, antes de acercarnos a
Bürkle, que en mayo de 1996 se produjo la
intervención del Cardenal Ratzinger en el encuentro de
presidentes de las comisiones episcopales de América
Latina para la doctrina de la fe en Guadalajara, titulada
Situación actual de la fe y la teología.
Luego de hablar de la transformación experimentada por la
teología de la liberación latinoamericana,
pasó a presentar el gran problema de la última
década del siglo XX: una reflexión teológica
marcada negativamente por la filosofía relativista
dominante en la posmodernidad. Así aborda la
cuestión de la teología del pluralismo religioso,
una realidad compleja fruto del desconcierto presente occidental
y de su conexión con tradiciones orientales, sobre todo,
de cuño indio. Sobre esto volveremos luego.

Regresemos a Bürkle. Este autor pone en
cuestión –al inicio de sus notas- si es posible
hablar en sentido estricto de una "teología" aplicada al
pluralismo religioso. Parece más correcto pensar esta
reflexiones como especulaciones filosófico-religiosas en
torno a la posibilidad de relativizar todo cuanto tenga
pretensiones de universal, destacando los papeles del
presbiteriano Hick y los católicos Knitter y
Pannikar.

Esta visión pluralista mira en las religiones
modos relativos de manifestación del "absoluto" y percibe
al hombre alejándose de Lo Santo (R.Otto) para no dejarse
cautivar por ello, sino manipularlo y construirlo a su antojo.
Así las relgiones son poca cosa, talvés
únicamente simples motivaciones para las máximas
éticas.

Entre los teólogos cristianos matriculados en
estas corrientes se produce en caminar con el cual degradan los
contenidos de la Revelación cristiana y disuelven la
cristología y la eclesiología a niveles
impresionantes. Ubican en la categoría de amenaza contra
la tolerancia y la libertad toda pretensión de la
teología y del Magisterio de presentar a Cristo y su
mensaje como verdad[3]Curiosamente, al hacerlo, no
se dan cuenta de que las grandes tradiciones religiosas no
cristianas no están dispuestas a hacer lo mismo y manejan
una noción de lo "absoluto" que, por diversa a la de
occidente, no sirve como punto de enlace.

Una
respuesta

Así llegamos a un intento de respuesta en una
triple dirección:

a. Bürkle.

Esta primera posibilidad de respuesta a los postulados
relativistas de los teólogos pluralistas parte de
elementos esenciales de la teología fundamental ignorados
adrede por los susodichos. Contrariamente a lo que sostiene el
testimonio neotestamentario, relativizan el valor de la verdad
revelada y someten la figura de Jesús a una
igualación historizante. En una palabra, se trata de una
corriente disolvente que para culminar su propósito debe
negar la esencia del cristianismo, lo dicisivo del presente
kairós. Es poco lo que queda. Algo así
como una realidad que no pasa de ser humana, incluso demasiado
humana. Salidas? Regresar al dato revelado y redescubrirse como
reflexión cristiana menos suicida.

b. Ratzinger.

Joseph Ratizinger hace lo propio. En su mensaje en
Guadalajara de 1996 hace sus reflexiones y plantea lo que
sigue.

  • ante la labor destructiva de la cristología
    que se percibe en algunos teólogos pluralistas como
    Hick y Knitter y sus reflexiones –muchas con un
    fundamento epistemológico kantiano excesivo- hay que
    comprender correctamente el rol de la exégesis al leer
    las Sagradas Escrituras, intedependizándola de las
    influencias filosóficas positivistas que con
    frecuencia la condicionan en cuanto a sus resultados
    finales;

  • retomar la cuestión del diálogo sano
    fe-razón es fundamental para leer los contenidos
    cristianos de modo correcto, desde su misma
    sabiduría.

c. Dominus Iesus.

Y llegamos al documento que nos hace
reflexionar.

Primero, vale la pena anotar un dato. Estamos ante un
texto dirigido a fieles católicos. En torno a la finalidad
hay que tener en cuenta las siguientes líneas: "el
lenguaje expositivo de la Declaración responde a su
finalidad, que no es la de tratar de modo orgánico la
problemática relativa a la unicidad y universalidad
salvífica del misterio de Jesucristo y de su Iglesia, ni
el proponer soluciones a las cuestiones teológicas
libremente disputadas, sino la de exponer nuevamente la doctrina
de la fe católica al respecto (…) el texto retoma la
doctrina del Magisterio, con la intención de corroborar
las verdades que forman parte del patrimonio de la fe de la
Iglesia" (n.3).

¿Cuáles son los puntos difíciles a
abordar? El número cuatro del texto los
presenta:

  • considerar superadas verdades fundamentales como el
    carácter definitivo y completo de la
    Revelación, la naturaleza de Jesucristo, la naturaleza
    de la fe cristiana con respecto a las otras
    religiones;

  • además la condición inspirada de los
    libros de la Sagrada Escritura, la unidad personal entre el
    Verbo y Jesús de Nazareth, la unidad de la
    economía del Verbo encarnado y del Espíritu
    Santo, la unicidad y universalidad salvífica universal
    de la Iglesia, la inseparabilidad de nociones como Reino de
    Dios-Reino de Cristo-Iglesia y la subsistencia en la Iglesia
    católica de la única Iglesia de
    Cristo.

Ahora bien. Y las raíces de estas afirmaciones,
¿dónde están? El mismo número cuatro
las indica:

  • la revelación divina es
    inaferrable;

  • una visión relativista en torno a la
    cuestión de la verdad;

  • la irremediable contraposición entre la
    mentalidad lógica occidental y simbólica
    oriental;

  • la razón como única fuente de
    conocimiento;

  • vaciamiento metafísico del acontecimiento de
    la encarnación y recuperación de perspectivas
    docetas;

  • asumir perspectivas filosóficas incompatibles
    con la verdad cristiana;

  • interpretación de la Sagrada Escritura fuera
    de la Tradición y el Magisterio.

¿El resultado final de toda esta propuesta?
Aparecen "propuestas teológicas en las cuales la
revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la
Iglesia pierden su carácter de verdad absoluta y de
universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos
la sombra de la duda y de la inseguridad" (n. 4 in
fine).

Al adentrarse el lector en el texto se encuentra con dos
partes que aclaran las oscuridades cristológicas y
eclesiológicas de los teólogos pluralistas a los
que nos hemos venido refiriendo.

De la mano de Angelo Amato, consultor de la
Congregación de la Doctrina de la fe, veamos los
contenidos cristológicos de la
Declaración:

  • primero se reafirma el carácter definitivo de
    la revelación cristiana para enfrentar así la
    idea de la condición limitada, inconclusa e imperfecta
    de la revelación de Cristo. Se trata de un dato
    único, pleno y completo, dado que quien ha hablado es
    efectivamente el hijo de Dios encarnado (cf. n.6);

  • luego distingue entre diversas realidades: la fe con
    la que se responde a la Revelación, la creencia de
    quien está en búsqueda aún y el valor
    referido a Cristo –pero no inspirado- de los libros
    sagrados de las diversas religiones;

  • se reafirma además la condición de
    Jesús como Hijo y Verbo del Padre, redentor de toda la
    humanidad, cuya acción salvífica es con y por
    el Espíritu;

  • finalmente y recogiendo datos bíblicos y
    magisteriales, es claro que la voluntad salvífica
    universal de Dios Uno y Trino es ofrecida de una vez para
    siempre en el misterio pascual (cf. n.14).

¿Y en cuanto a la eclesiología? Los
capítulos del cuarto al sexto tratan de la Iglesia. La
tesis central es que la Iglesia es presencia del mismo Cristo que
actúa en la historia a través de sus
discípulos. Y la unicidad de la Iglesia es consecuencia de
la mediación única y universal de Aquel en nombre
de quien actúa, esto es, de Jesucristo mismo. Miremos las
ideas esenciales en torno a este
tema[4]

  • solo en la Iglesia católica subsiste la
    Iglesia de Cristo en toda su plenitud y fuera de ella, sobre
    todo, en las llamadas Iglesia particulares, existen
    "elementos de santificación y de verdad" (cf.
    n.17);

  • la Iglesia es germen del Reino y se ha de tener
    claro que toda salvación –también la de
    los no cristianos- viene de Cristo a través de la
    Iglesia, aunque no sabemos cómo se realiza eso en el
    caso de los no cristianos (cf.
    n.21)[5];

  • la misión de la Iglesia ad gentes
    sigue siendo actual, dado que los no-cristianos, aunque
    pueden recibir la gracia de Cristo de modo especial o
    extraordinario, se encuentran en condición deficitaria
    en comparación con los fieles que en la Iglesia tienen
    la plenitud de los medios salvíficos;

La conclusión del documento se cierra con la
siguiente afirmación: "frente a propuestas
problemáticas o incluso erróneas, la
reflexión teológica está llamada a confirmar
de nuevo la fe de la Iglesia y a dar razón de su esperanza
en modo conveniente y eficaz" (n.23). Esto confirma que la obra
es, ante todo, un texto de teología fundamental dirigido a
fomentar una reflexión que, yendo más allá
de los relativismo que venden barata la fe cristiana, clarifique
el papel de la religiones en el plan de Dios.

d. Réplicas.

Ahora, es fácil suponer que la publicación
de esta Declaración suscitó reacciones. La
mayoría de ellas de sectores que se sintieron directamente
aludidos o de grupos marcados por el complejo anti-romano y, por
tanto, dados a reaccionar biliarmente ante todo documento
oficial.

Leonardo Boff reaccionó debido a que se cita en
la Declaración un segmento de la Notificación de la
que fue sujeto en 1985. Su reacción es bastante furiosa.
Empieza por desacreditar lo propio de la casa, esto es, afear lo
propiamente católico para exaltar lo que resulta
destacable de las demás tradiciones religiosas. Insiste en
retomar posiciones relativistas, acusa a todo el que se le pone
por delante de rigideces y totalitarismos, para acabar con
referencia a cuestiones que ni siquiera vienen al caso si
partimos del contenido real de la Declaración. El
exfranciscano nunca llega a percibir un detalle: el documento que
le pone biliar no es "un "alegato del cardenal", sino (que
procede) de la doctrina de la Iglesia toda, y en especial del
Vaticano II, ampliamente citado en la Declaración,
refrendada por la expresa aprobación del pastor supremo de
la Iglesia"[6].

Por otro lado tenemos la reacción de la llamada
Asociación de Teólogos Juan XXIII. La
Declaración es mirada con un lente fuertemente
crítico. Se le tacha de inoportuna –dado que
apareció durante al Año Jubilar y sus actividades
de tipo ecuménico- y se reclama hasta por su tono, esto
es, el lenguaje técnico-doctrinal que ya el Cardenal
Kasper ha calificado como de insustituible aunque traducible. En
su texto no olvidan estos teólogos insistir en algunos
puntos nada novedosos en este tipo de reacciones, por ejemplo, en
el diálogo entendido como "apostarlo todo aunque ello se
pierda", suspiran ante la posibilidad de herir alguna
susceptibilidad y se mira con excesiva atención el
potencial salvífico de las demás
confesiones.

Nos limitamos aquí a señalar estas. Hay
otras, por ejemplo, alguna de González Faus en la
línea que siempre expresa o lo indicado por Texeira en
torno a la Notificación acerca de la teología de
Dupuis. En nuestro medio –tan acostumbrado a una
reflexión teológica pobre-, aparte de alguna mala
información periodística, sólo vale la pena
hacer referencia al libro Repensar la Religión
publicado por la UNA y en el cual el autor hace un desarrollo de
todo cuanto Dominus Iesus concibe como poco consecuente con la fe
de la Iglesia católica, pero sin nombrar la
Declaración siquiera.

Concluyendo

Para terminar, ante todo, una invitación a leer
la Declaración y sacar conclusiones. El mundo en que
vivimos, acostumbrado a halagar las apetencias de los
consumidores, desearía con frecuencia que el Magisterio
procediera más a la carta, sin embargo, lo suyo es otra
cosa: anunciar y hacer vivir la Revelación en su
totalidad, es más, servirla. Hacerlo con respeto a los que
piensan distinto no puede implicar amputaciones cómodas o
paralizar la propuesta misionera.

Juan Pablo II nos dio lecciones de todo esto cuando en
Tokio (1981), dirigiéndose a representantes de religiones
no cristianas decía: "nosotros los cristianos (…)
tenemos que decir nuestra fe en Jesucristo; proclamamos a
Jesucristo resucitado para la salvación y la felicidad de
toda la humanidad. Por lo tanto, llevamos su nombre y su alegre
mensaje a todos los pueblos y, al mismo tiempo que honramos
sinceramente sus culturas y sus tradiciones, les invitamos
respetuosamente a escucharlo y a abrirle su corazón.
Cuando entramos en diálogo, es para dar testimonio del
amor de Cristo"[7]. Un tono, una fidelidad y una
valentía de la cual muchos deberíamos aprender. Hoy
día, sobre todo, algunos renglones de la trilogía
"Jesús de Nazaret" de Benedicto XVI nos darían
mucho material adicional para la reflexión, pero ello,
ciertamente, será en otra ocasión.

 

 

Autor:

Dr. Mauricio Víquez Lizano,
pbro.

Universidad de Costa Rica.

Centro Cultural Encuentro.

 

[1] Cf. Presentación del documento
realizada por Mons. T. Bertone, secretario de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.

[2] Cf Comunio (1996), marzo-abril, p.121
ss.

[3] Cf. Presentación de DI por el
Cardenal Ratzinger, n.1.

[4] Seguimos aquí de cerca la
síntesis de F. Ocáriz, consultor de la
Congregación para la Doctrina de fe y Vice Gran
Canciller de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

[5] Dios da la salvación a estas
personas “por caminos que El sabe” (cf. AG 7).

[6] M. Barriola, La declaración
“Dominus Iusus”, en
www.uvst.balmesiana.org/es/UVST.html

[7] L’Osservatore Romano, 8 marzo 1981,
p.10.

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