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¿Por qué los hipopótamos hierven en sus tanques? (Walter Kohan)




Enviado por Juan Geremías




    ¿Por qué los hipopótamos hierven en
    sus tanques? – Monografias.com

    ¿Por qué los
    hipopótamos hierven en sus tanques?

    ¿Cuál es el método más
    adecuado para que los hipopótamos hiervan en sus tanques?
    Sin duda, en el reciente seminario conducido por el profesor
    Walter Kohan, esta fue la pregunta que nadie se atrevió a
    pronunciar. Tal vez algunos hubieran preferido preguntarse por
    qué un grupo de docentes de filosofía de la
    enseñanza secundaria de una de las semicolonias
    latinoamericanas se reúnen con la manifiesta finalidad de
    hablar sobre la infancia, sobre las concepciones
    pedagógicas de un francés coetáneo de la
    revolución, sobre lo que otro francés piensa hoy
    sobre él, y tratar de relacionarlo con textos de
    Platón, intentando al mismo tiempo emplear facultades
    intelectuales que no caigan bajo la sospecha a la que los induce
    Gilles Deleuze en el capítulo tres de "Diferencia y
    repetición".

    Esta interrogante puede tener múltiples
    respuestas: que quieren tener una certificación que
    acredite su competencia como enseñadores de
    filosofía, que buscan una consolidación de su
    formación docente, que quieren saber qué hacer en
    sus clases, que les gusta despilfarrar el dinero que les sobra de
    sus escuálidos sueldos, que estos cursos les permiten
    saber en qué exacto lugar de su biblioteca deben de estar
    los libros que se ocupan de pinceles de pelo de camello, etc. Por
    supuesto, si se los interroga en un ámbito público
    todos van a dar una respuesta que evite que el interlocutor
    sospeche que en realidad no saben por qué ni para
    qué están padeciendo o disfrutando de estos cursos
    que organiza la Asociación Filosófica del Uruguay.
    Esto no significa que no haya algo de cierto en cada una de las
    respuestas mencionadas anteriormente y algunas otras que al
    lector se le puedan ocurrir, pero esa verdad parcial no hace
    más que confirmar la presunción de que, como la
    mayoría de los mortales, los profesores de
    filosofía realizan actividades para las cuales se
    representan una motivación o se "explican" a sí
    mismos por alguna tranquilizadora causalidad
    psicoanalítica.

    Sin embargo, porque soy uno de ellos, tengo que confesar
    que este seminario me ha permitido comprender que no sé
    responder a la pregunta sobre mi asistencia a estos encuentros.
    Esto no implica que haya perdido interés en participar,
    sino todo lo contrario. Como un lector de novelas policiales que
    descubre que su principal sospechoso tiene una coartada y que es
    imposible que sea el asesino, y entonces desea fervientemente
    avanzar por otros capítulos hasta llegar al desenlace
    final, actualmente siento una intensa curiosidad por saber
    qué nueva sorpresa me deparan los cursillos de la AFU.
    Esta curiosidad, que se parece a aquella que recuerdo de la
    infancia sobre cómo hacía el ilusionista para
    convencernos de la verosimilitud de sus trucos, puede ser
    resumida en la pregunta del comienzo.

    Tal vez la relación que en mi mente se ha dado
    requiriera una explicación. No obstante, y por motivos que
    es obvio que no puedo explicar, he adquirido una patología
    psíquica que denominaré "explicacionofobia". Esta
    costumbre que me permitía salir del paso en las sesiones
    con mis alumnos, que me permitía sentirme útil, o ,
    por lo menos, que me servía de subterfugio para encubrir
    mi inutilidad, ha caído en las prácticas que pueden
    clasificarse como "el pecado contra el espíritu santo",
    aquel que no puede ser perdonado, y que merece castigos que, no
    por ser desconocidos, son menos aterradores.

    Estoy seguro de que en algunos de los enunciados que
    preceden a éste, alguien advertirá alguna
    explicación, pero no creo que pueda demostrarlo sin
    incurrir en algún tipo de explicación propia, por
    lo cual deberá abstenerse y yo me considero
    absuelto.

    Según una recopilación de textos titulada
    "El oficio de escritor" y realizada por Ana Ayuso, Jack Kerouac
    escribió un libro en colaboración con William
    Burroughs empleando métodos de composición
    espontánea, obra que hubiera debido llamarse "Cuando la
    realidad supera a la ficción" y a la cual le
    encontró un título muy sugerente: "Se llama Y
    los hipopótamos fueron cocidos en sus tanques
    . Los
    hipopótamos porque Burroughs y yo estábamos
    sentados en un bar una noche y oíamos al locutor del
    noticiero diciendo… «así que los egipcios atacaron
    aquí y allí, etc… y, mientras tanto, había
    habido un gran incendio en el zoológico de Londres y el
    fuego se extendió por los campos y los hipopótamos
    hirvieron en sus tanques. Buenas noches a todo el
    mundo»."

    Emitir una primera impresión sobre este
    párrafo precedente tal vez sería organizar un
    enunciado que nos permitiera clasificarlo como una
    explicación múltiple. Tal vez para muchos lectores
    quede ahora aclarado el enigma de la pregunta del comienzo.
    Quizás, si leyeron el libro de Kerouac-Burroughs,
    consideren también que ahora tienen una explicación
    del título de esa obra, y si se juzgan a sí mismos
    como particularmente lúcidos, se convencerán de que
    saben por qué Ana Ayuso considera más sugerente el
    título que menciona a los hipopótamos que el otro
    que se refiere a la superación de la ficción por la
    realidad.

    Después de un minuto donde el lector ensaye
    mentalmente una forma de enunciación de las aclaraciones
    mencionadas ocurrirá que descubrirá que todas las
    explicaciones posibles serán hipótesis personales
    que deberán ser a su vez explicadas en una
    regresión al infinito.

    ¿Significa esto que debemos desterrar a la
    explicación no sólo de nuestras prácticas
    docentes, sino de la comunicación en nuestra vida
    cotidiana? A pesar de lo que parece inferirse de la
    práctica de Jacotot, teoría a la cual se afilia
    Rancière, entendemos que la conclusión es la
    contraria. No hay necesidad de explicación porque haya una
    incapacidad nacida de la desigualdad social sino de la igualdad
    de nuestra condición humana que Ranciére
    reivindica. La primera explicación necesaria para que el
    maestro pueda explicar es que el alumno aclare su
    incomprensión, que formule una pregunta que permita al
    maestro reconocer las características de lo que el
    discípulo ignora. La primera ignorancia no se produce por
    un acto de voluntad del maestro: éste lee la obra de
    Platón y considera que el otro comprende lo mismo que
    él. Sin embargo, si no se produce algún tipo de
    comunicación por medio del cual intercambien explicaciones
    e ignorancias y explicaciones de dichas ignorancias, no se
    producirá aprendizaje. Y en el acto educativo no hay
    enseñanza, sólo se producen aprendizajes
    asimétricos por parte de ambos lados de la relación
    pedagógica.

    Como Paulo Freire lo demostrara con un muy conocido
    ejemplo práctico, cuando hay una relación de
    igualdad ello no implica que la misma se refiere al contenido de
    los conocimientos que cada uno posee. Si bien los campesinos
    pudieron mencionar la misma cantidad de conocimientos que
    él ignoraba, la calidad de las dos ignorancias no es la
    misma; esta constatación no implica que ellos pudieran
    tomar decisiones sobre cómo enfrentar al régimen
    social que padecían de la misma manera en la que él
    podía hacerlo. La igualdad no debe confundirse con la
    simetría. Tal vez haya muchas personas que tengan
    conocimientos sobre cómo debe encararse el enfrentamiento
    contra el orden social que produce y perpetúa la
    desigualdad y no los pongan a prueba por medio de la praxis,
    mientas que quizás haya otros cuya praxis enfrente a dicho
    orden social, pero que no sepan cómo deben conducirse para
    que sus acciones lleven a una resolución definitiva del
    problema de la desigualdad.

    Es necesario que se logre una necesaria relación
    entre quienes acceden al saber que la sociedad genera (los
    intelectuales) y aquellos que tienen el poder de actuar de otra
    manera que la de adaptarse al sistema (clase social capaz de
    acciones revolucionarias). El sector que pertenece a esta
    última, pero que tiene la ilusión de pertenecer a
    la primera, es el de los docentes. Éstos quieren creer que
    acceden al saber socialmente relevante, pero el orden social, que
    considera como un principio inviolable el de no incurrir en
    aquella tesis leninista de que el capitalismo ha de educar a sus
    propios sepultureros, pone todos los obstáculos posibles
    para que aquel Saber que Sartre escribiera con mayúsculas
    en su Crítica de la Razón
    Dialéctica
    permanezca inaccesible a quienes pudieran
    utilizarlo. La tarea de los docentes está condicionada de
    muchas formas diferentes para que ella sirva, dentro de las
    instituciones educativas, para la reproducción del orden
    vigente. La tarea y la acción de cada docente puede y debe
    desarrollarse con una finalidad de esclarecimiento
    revolucionario, pero la función de la institución
    en la cual se desenvuelven las prácticas es esencialmente
    conservadora.

    Esto nos lleva a preguntarnos sobre cómo
    habrá de producirse el aprendizaje que la sociedad
    necesita para que haya una verdadera emancipación, la cual
    será de todos los sectores sociales explotados y oprimidos
    o no será auténtica. Tal vez esta pregunta tenga
    mucho que ver con la del comienzo, o quizás se relacione
    con la que surgiera en el seminario de Kohan, e indagaba sobre
    qué características tiene una sociedad que necesita
    una institución especializada para la educación de
    sus integrantes. Una respuesta posible es tal vez una
    conclusión que está implícita en las
    más modernas concepciones pedagógicas –
    aunque casi nadie quiera explicitarla (sólo recuerdo a
    Borges en su relato Las ruinas circulares – y que, tal
    vez, Jacotot aceptaría: que no es posible
    enseñar
    , que no existen maestros y
    discípulos, que sólo se puede ayudar a los otros a
    aprender lo que ellos quieran aprender y cuando ellos sientan la
    necesidad de lograrlo.

    Entonces, sin buscar ser paradójicos, a partir de
    estas reflexiones tenemos que admitir que nuestro acuerdo en lo
    que respecta a la discusión mencionada en el texto de
    Platón está con Calicles quien sostiene que el
    filosofar es apropiado para los niños y los
    jóvenes, pues hay una edad en la cual los hombres tienen
    que haber tomado decisiones sobre los asuntos que investigan.
    Todos nos decimos simpatizantes de Sócrates, pero si nos
    encontramos ante un cirujano que va a ejercer su práctica
    sobre nuestro cuerpo, no nos resultan nada estimulantes las dudas
    que puedan presentársele. En otras circunstancias, si nos
    viéramos enfrentados a un torturador que cumple
    órdenes, nos gustaría que el mismo se planteara
    interrogantes sobre lo ético de su proceder. (Y no
    queremos defender ningún relativismo, pero es que nos caen
    gordos los absolutismos. Por otra parte, es innegable que hasta
    los trescientos años más o menos los seres humanos
    seguimos siendo un poco niños)

    En esta discusión no se debe incurrir en la
    distinción entre un Sócrates filósofo
    investigador de la verdad, y un Calicles dogmático, pues
    la misma es falsa. Sócrates es un predicador de una
    doctrina que considera de origen divino y su conducta está
    regida por la idea de que esta vida es la muerte del alma, que el
    cuerpo es una prisión y que todo lo que el mundo material
    puede ofrecernos es presentarnos pruebas para que el resolverlas
    nos permita regresar al mundo de las ideas con un fortalecimiento
    espiritual. La crítica de Calicles falla porque
    Sócrates no es un hombre de edad avanzada que esté
    buscando la verdad como un niño, ni alguien que se
    confiese ignorante y busque la verdad. Es un hombre al cual no le
    resulta injusta la desigualdad proveniente de la esclavitud
    porque acepta que está dispuesto de ese modo para
    compensar lo ocurrido en vidas anteriores.

    Estoy explicando lo que me parece que puede estar
    implícito en las obras de Platón. No me limito a
    emitir "razonamientos más claros", que "se imprimen mejor
    en el espíritu del alumno" porque "son vehiculizados por"
    mi "palabra". La lógica de la explicación "no deja,
    en tanto, de tener cierta oscuridad." afirma Rancière. Y
    cito su ejemplo: "Es, … , un libro entre las manos del alumno.
    Ese libro está compuesto de un conjunto de razonamientos
    destinados a hacer que el alumno comprenda una materia. Pero, es
    que ahora el maestro toma la palabra para explicar el libro. El
    hace un conjunto de razonamientos para explicar el conjunto de
    razonamientos que constituyen el libro. Más, ¿por
    qué tendría el libro necesidad de tal asistencia?"
    A esta pregunta mi respuesta es que muy a menudo suele ocurrir
    que el alumno no tenga información del contexto del autor,
    ni del contexto del propio libro y, también es muy
    común, de su propio contexto.

    Sigue razonando Ranciére con su oscura
    lógica, decidido a mirar sólo por el ojo de la
    cerradura: "Y, en caso de que no lo hiciese, ¿por
    qué entonces comprendería mejor los razonamientos
    que le explicaron aquello que no comprendió?
    ¿Tendrían esos últimos una naturaleza
    diferente? ¿Y no sería necesario, en ese caso,
    explicar, incluso, la forma de comprenderlos? La lógica de
    la explicación, comporta, así, el principio de una
    regresión al infinito: la duplicación de las
    razones no se detiene en ninguna razón. Lo que detiene la
    regresión y concede al sistema su fundamento es,
    simplemente, que el explicador es él mismo el que juzga el
    punto en que la explicación es en sí misma
    explicada. Él es el único juez de esa
    cuestión en sí misma vertiginosa:
    ¿tendría el alumno comprendidos los razonamientos
    que le enseñan a comprender los razonamientos?" El proceso
    de aprendizaje que describe Jacotot no tiene mucho que ver con la
    capacidad de razonar sino que su fundamento está en la
    universalidad de dicha capacidad. Lo que los seres pueden
    aprender tiene que ver con ciertas capacidades, pero dichas
    capacidades no se obtienen por herencia, incluso para ver es
    necesario que la facultad se desarrolle con el ejercicio de la
    visión.

    Aparentemente el contenido de todos los libros que
    pueden ser leídos en este momento en el mundo es un
    conjunto de razonamientos puros. Tal vez nuestro estimado
    Rancière sólo ha leído libros de
    matemática y lógica, los cuales deberían
    tener, si nos atenemos a su pretensión de disciplinas que
    estudian la forma correcta de razonar, un contenido de puros
    razonamientos. Sin embargo, resulta que la práctica
    docente nos demuestra a cada momento que los "puros
    razonamientos" de la lógica y la matemática
    necesitan ser los más explicados porque, aunque sean
    consideradas las "ciencias formales" sus formas están
    hinchadas de contenidos abstraídos y separados de lo
    concreto. Estas disciplinas de corbata y cuello duro no dejan de
    tener ocultos calzoncillos largos para que se produzca la
    comunicaciones de unos razonadores con otros. El teorema de
    Gödel no hizo más que imponer de un modo formalizado
    aquello que todos los docentes conocían de un modo
    intuitivo: deben emplearse medios ajenos a la aritmética
    para poder comprenderla y, sobre todo, para poder hacerla
    comprensible a otros. Sin un lenguaje común que permita
    que se expliquen algunos aspectos que están
    "formalizados", pero de un modo que al autor le pareció
    más esclarecedor que a otros; no hay obra que pueda
    escapar a los condicionamientos sociales, y eso puede resultar
    muy claro si se hace un intento de publicar lo que el autor de
    estas líneas ha producido en competencia con la posible
    respuesta de un Rancière que tiene el peso de una
    reputación académica.. Incluso ocurrirá que
    si se llegará a producir la impensable publicación,
    ello sería debido al interés previo que el reputado
    filósofo francés otorgara para el posible
    público lector.

    Estas consideraciones sobre las conclusiones
    pedagógicas de Rancière referidas a la
    educación nos llevan directamente a una serie de
    cuestiones que están vinculadas con las nociones de
    identidad y diferencia, las que están emparentadas por un
    alea inextricable con el mencionado texto de Deleuze que
    cayó como un destino sobre las escuálidas
    facultades de uno de los profesores de filosofía que
    convoca la AFU para su diplomatura (que designaremos
    provisoriamente como el suscrito o infrascrito). La primera de
    ellas tiene que ver con el pensamiento humano y el producto de
    las máquinas denominadas pensantes: ¿si el output
    de estas últimas llegara a ser indiscernible del que
    produce un ser humano, dónde podríamos encontrarle
    alguna diferencia? ¿Cómo podríamos explicar
    que la diferencia que encontramos está en que conocemos el
    origen? Cuando en el "Pierre Menard, autor del Quijote" Borges
    plantea la posibilidad de que un autor de principios del siglo XX
    escriba un libro letra por letra idéntico a otro publicado
    en el siglo XVII hay algunas interrogantes subyacentes:
    ¿son distintos ambos textos? ¿En qué
    difieren? Por otro lado, los lingüistas se han ocupado de
    tratar de establecer si hay sinonimia o no entre los
    términos que designan clases naturales y las descripciones
    que supuestamente definen dichas clases, por ejemplo: "plata" y
    "metal blanco, brillante, sonoro, dúctil y maleable,
    más pesado que el cobre y menos que el plomo". Hilary
    Putnam y Saul Kripke trataron de hallar una diferencia imaginando
    casos del tipo: "si en el futuro se descubriese que todos los
    hipopótamos eran robot-espías controlados desde
    Alpha Centauro ¿cambiaría el significado del
    término hipopótamo?

    En todos estos casos se busca decidir si dos "cosas"
    aparentemente idénticas lo son de hecho, y para ello se
    idean situaciones que permitan descubrir si existe una
    diferencia. Leibnitz creía que no hay identidad,
    sólo número: si dos cosas tienen exactamente las
    mismas propiedades, no son dos cosas, y Wittgenstein
    escribía que nos iba a enseñar diferencias. En el
    caso de la historia borgeana la respuesta "constituye una patada
    en los … dientes de todos aquellos que consideran que lo
    único que cuenta para interpretar una obra es la obra
    misma": los dos Quijotes difieren porque es diferente la historia
    de producción de cada uno; cuando Menard escribe la
    palabra "verdad", la disputa entre la Reforma y la Contrarreforma
    es un hecho del pasado, mientras que el pragmatismo de William
    James resuena actualmente en ese vocablo. La solución de
    Borges desacredita la idea de que comprender una obra es una
    acción autónoma; también la idea de que la
    comprensión es abandonarse a una contemplación
    pura, sin supuestos ni preconceptos.

    Rehabilitada nuestra libertad de incurrir en
    explicaciones, nos abocaremos a la tarea de informar a los
    lectores sobre nuestra experiencia con Deleuze. Es indudable que
    este autor tiene una "imagen del pensamiento" de la cual trata de
    desembarazarse y para ello convoca y exorciza a difuntos de todas
    las épocas. Podemos creer muy justificadamente que la
    lectura de los autores que cita lo ha inducido a crear tal
    imagen, puesto que él mismo nos informa de que existe un
    ente hipostasiado llamado filosofía que tiene un proyecto
    en su fantasmagórica cabeza de pensar sin supuestos, pero
    de ninguna manera podemos aceptar como argumentos válidos
    que Descartes; Kant, Hegel y Heidegger deban ser interpretados y
    comprendidos a partir de una única imagen del pensamiento,
    lo cual nos resulta simplificador y muy empobrecedor, pero
    sumamente conveniente para lo que Gilles trata de probar
    utilizando como instrumento las facultades de las cuales
    sospecha.

    (Digresión: Si fuera nuestro alumno le
    recomendaríamos una buena relectura de Descartes, de Kant
    y – especialmente – de Hegel; que utilizara el breve
    folleto que escribieron Mabel Quintela y Marisa Bertollini ,
    titulado ¿Qué es la filosofía?, y empleara
    en su tarea el capítulo referido a cómo trabajar
    con textos filosóficos, buscando hacer la práctica
    de la lectura desde el contexto del autor, el contexto del texto
    y no se interesara por el diálogo sólo desde su
    perspectiva presente en el momento de escribir. Si nos
    afiliáramos a los criterios de corrección de
    García Moriyón deberíamos otorgarle un
    siete. No sé si esto es meramente un juicio sobre la obra
    de Deleuze o sobre las características que tienen los
    sistemas educativos contemporáneos)

    En su "Crítica de la Razón
    Dialéctica" Sartre nos advierte contra este fantasma que
    – según Tomás Abraham – es el de una
    "vieja ramera del saber": "la Filosofía no es". Si
    tratamos de erigir un "saber sin supuestos" en con el supuesto de
    que eso nos permitirá tener claros cuáles son los
    supuestos de los pretendidos saberes, con el supuesto de que es
    mejor no tener supuestos, etcétera. Este círculo
    aparentemente vicioso se esfuma si partimos de la función
    social que cumple la búsqueda y la crítica de los
    supuestos de las prácticas y los saberes.

    Si tratáramos de explicarle a un extraterrestre
    por qué empleamos facultades humanas para
    propósitos para los cuales tal vez sería mejor
    utilizar otro tipo de aptitudes menos imperfectas, no
    habría mejor respuesta que enseñarle todos los
    instrumentos que el hombre ha diseñado en el transcurso de
    la historia para superar sus propias limitaciones. Telescopios y
    cronómetros, ábacos y computadoras; no son otra
    cosa que síntomas de que el ser humano no ha estado nunca
    conforme con sus capacidades. Esta generalización es una
    simplificación que se adapta al tipo de reducciones que
    constituyen la argumentación inicial de Deleuze, pero
    tiene la ventaja de que no trata de hacer creer al lector de que
    el autor está en otro nivel de comprensión que
    pueda ser considerado "trascendental". El constante menosprecio
    que Gilles utiliza para referirse a lo empírico o a lo que
    tiene su origen en lo empírico es, sin duda, de origen
    empírico y no "trascendental" como nuestro autor
    quisiera.

    Tenemos que reconocer que este autor utiliza muy bien
    aquellas características de la razón de las cuales
    sospecha. No obstante, tratar de hacer una crítica
    exhaustiva nos significaría disponer de mucho más
    tiempo y espacio y "trascendería" los objetivos del
    presente trabajo. No obstante, nos gustaría referirnos a
    dos temas que están tratados y que son significativos para
    los profesores de filosofía en el Uruguay: los problemas
    filosóficos y el significado de aprender.

    Escribe Deleuze que "se ha creído que el
    problema, la pregunta eran solamente la neutralización de
    una proposición correspondiente", que "no se advierte que
    el sentido o problema es extraproposicional, que difiere por
    naturaleza de toda proposición, se descuida lo esencial,
    la génesis del acto de pensar, el uso de las facultades" y
    que "al mismo tiempo se nos hace creer que los problemas son
    dados completamente hechos y que desaparecen en las respuestas o
    la solución". Coincidimos en que "una solución
    siempre tiene la verdad que merece según el problema al
    que responde y el problema tiene la solución que merece de
    acuerdo con su propia verdad o falsedad, es decir, de
    acuerdo con su sentido".

    Nos explica alguna fórmula célebre como,
    por ejemplo, "la humanidad no plantea sino los problemas que es
    capaz de resolver" apuntando que es así "porque la
    solución se desprende necesariamente de las condiciones
    completas bajo las cuales se determina el problema en tanto
    problema". Pero luego se inquieta porque "lo que se ha dejado
    escapar es la característica interna como tal, el elemento
    imperativo interior que decide ante todo de su verdad y de su
    falsedad, y que mide su poder de génesis
    intrínseca: el objeto mismo de la dialéctica o de
    la combinatoria, lo "diferencial"." Nuestro pensamiento se aparta
    del suyo cuando, sin advertir que contradice su propia
    lógica, afirma que es el mismo problema el que
    "lejos de desaparecer, insiste y persiste en esas soluciones" que
    le dan existencia. En vez del "reconocimiento" de las cosas y de
    los objetos, este autor nos propone el "reconocimiento" de los
    problemas y de las ideas (con mayúsculas) con lo cual tal
    vez esté demostrando que la Imagen del pensamiento contra
    la cual lucha esté realmente incorporada en las
    estructuras de su raciocinio.

    Luego nos menciona su concepción de "un
    aprendizaje esencial" que vincula con la noción
    platónica de reminiscencia como una forma de introducir
    "un tiempo en el pensamiento, no como el tiempo empírico
    … sino como tiempo del pensamiento puro o condición de
    derecho" del mismo. Esto nos genera sin duda una terrible
    interrogante, a la cual hallamos formulada al final del
    capítulo: "¿en qué consiste un pensamiento
    semejante y su proceso en el mundo?" Como nos falta el resto del
    libro y somos docentes latinoamericanos con salarios adecuados a
    la realidad de dependencia semicolonial y no hemos podido
    comprarlo todavía, se nos cortó la película
    y no nos devolvieron la "guita" de la entrada. Tendremos que
    buscar por nosotros mismos la solución de este problema y
    esta ardua tarea nos tendrá lo suficientemente ocupados
    para olvidar la economía del planeta. Sin duda, a pesar de
    que probablemente estemos totalmente dominados por la Imagen
    (compañera de trabajo de la prostituta Filosofía),
    motivo por el cual no podremos resolver el problema, es casi
    seguro que nuestra innata torpeza nos permitirá que
    hagamos caer de la estantería muchos otros problemas con
    este relacionados. Por ahora, mientras no tenga claro el tema de
    los derechos de autor, me atreveré a mencionar uno solo, y
    que me parece previo: ¿cómo hago para saber,
    conocer o aprender de este nuevito y eficiente "pensamiento puro"
    utilizando mis viejas capacidades nacidas en el hediondo y
    hegeliano pantano de la Imagen?

    Si compartiera como buena a la consigna de Kohan de
    terminar a este trabajo con una interrogante, me hubiera
    resultado redondo quedarme inmóvil antes de teclear esta
    inoportuna proposición. No obstante, para demostrar que la
    Imagen no me impide rebelarme contra todo lo establecido, voy a
    tratar de desobedecer al profesor, puesto que no me resulta
    totalmente convincente su propuesta. Es obvio que de ese modo,
    preguntando al final tal como él lo hace, le
    estaríamos plagiando las Ideas a Deleuze y ello me molesta
    porque estoy encaprichado en discrepar con este filósofo.
    Si termino con una pregunta, entonces se podría inferir
    con propiedad que el problema que todos siempre estamos
    procurando responder es cada vez el mismo. ¿Por
    qué, entonces, tengo que darle la razón a Deleuze y
    terminar este trabajo formulando una interrogante?

     

     

    Autor:

    Juan Carlos Geremías
    Viera

     

    25 de mayo de 2003.

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