ASIMOV ISAAC - El Pasado Muerto

18609 palabras 75 páginas
El pasado muerto
Isaac Asimov

Arnold Potterley, doctor en filosofía, era profesor de historia antigua. La cosa en sí no tenía nada de peligrosa. Lo que cambiaba la cuestión más allá de todo lo imaginable era que efectivamente parecía un profesor de historia antigua.
Thaddeus Araman, decano de la Facultad de Cronoscopia, hu¬biera sabido cómo actuar si el doctor Potterley se hubiese hallado en posesión de una mandíbula ancha y cuadrada, unos ojos centellean¬tes, nariz aquilina y anchas espaldas.
Pero el caso era que estaba mirando fijamente por encima de su escritorio a un tipo de aspecto apacible, con una pequeña nariz semejante a un botón, y cuyos opacos ojos azules le contemplaban a su vez. Iba pulcramente vestido y su aspecto era
…ver más…

—Sí, desde luego —convino al punto Araman, puesto que negar la importancia de un problema de investigación ajeno supondría una grosería imperdonable—. Pero tiene que comprender la gran complicación de la vista más sencilla. Además, hay una larga cola en espera del cronoscopio, y una mayor aún para el empleo de Multi¬vac, que nos guía en nuestro manejo de los controles.
Pottérley se agitó en su butaca con aire desdichado.
¿Y no se puede hacer nada? Durante dos años...
—Es una cuestión de prioridad. Lo siento. ¿Un cigarrillo?
El historiador se echó hacia atrás como sobresaltado por la suge¬rencia, con los ojos súbitamente desorbitados, fijos en el paquete que se le tendía. Araman, sorprendido, lo retiró e inició un movi¬miento, como si fuese a tomar uno y luego lo pensase mejor.
Potterley exhaló un suspiro de alivio al desaparecer de su vista el paquete.
—¿No existe algún medio de arreglar este asunto? ¿Por ejem¬plo, incluyéndome en la lista tan adelante como fuese posible? — su¬girió —. No sé cómo explicarme...
Araman sonrió. Otros, en circunstancias semejantes, le habían ofrecido dinero. Como es natural, tampoco les había servido de nada.
—Las decisiones sobre la prioridad se toman mediante un pro¬ceso de cálculo —dijo—. No está en mi mano alterarlas arbitra¬riamente.
Potterley se puso envaradamente en pie, irguiendo su metro sesenta y cinco de estatura.
—En ese caso, buenos días.
—Buenos días, doctor Potterley. Y créame que lo siento...
Araman tendió su

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